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Antecedentes
Mientras Soult con el CE-II invadía el norte de Portugal, el mariscal Ney con el CE-VI tenía que asegurar su retaguardia y aplastar las insurrecciones que habían surgido en todos los rincones de Galicia.
Ney tenía a su disposición unos 17.000 hombres, que consistían en los 24 BIs su propio CE-VI, que formaban las 2 DIs de Marchand y Mathieu, 2 RCs la BRCL de Fournier. Entre sus recursos, estaban las dos guarniciones en Vigo y Tuy que el CE-II había dejado atrás. Eran más de 4.000 hombres, pero estaban situadas de tal manera que representaban más una carga que una ayuda para Ney.
El 10 de marzo, cuando quedó abandonado a sus propios recursos, Ney había concentrado la mayor parte de su CE-VI en el extremo noroeste de Galicia. Había colocado una brigada en Lugo, una segunda con los dragones de Fournier en Mondoñedo, en observación de Asturias, una tercera en Santiago, el resto en La Coruña y Ferrol. Los puestos periféricos habían sido convocados, salvo una guarnición en Villafranca del Bierzo, importante etapa intermedia entre Lugo y Astorga, donde el mariscal había dejado un BI del RI-26, para mantener abierta su comunicación con la llanura leonesa. Los insurgentes ya estaban tan activos que pronto se perdió el contacto con ese destacamento, ya que los campesinos cortaron la carretera tanto al este como al oeste de Villafranca.
Todo el mes de marzo transcurrió en un incesante esfuerzo por contener la rebelión en el norte de Galicia: las zonas meridionales del reino habían sido prácticamente abandonadas y los franceses no tenían más control que las guarniciones de Tuy y Vigo, ambas fueron bloqueadas por las levas locales en el momento en que Soult pasó a Portugal.
El objetivo de Ney era aplastar y acobardar a los insurgentes del norte de Galicia mediante el constante movimiento de columnas volantes, que marchaban desde las ciudades cuando se establecían sus brigadas, y descendían por todos los distritos donde el campesinado se había reunido en fuerza. Esta política tuvo poco éxito: era fácil derrotar a los gallegos y quemar sus pueblos, pero en el momento en que la columna había pasado el enemigo volvía a ocupar sus antiguas posiciones.
La campaña fue interminable e inconclusa, de poco servía matar a tantas decenas o centenares de campesinos, si no se intentaba reprimir los distritos por los que había pasado la expedición. Esto no se pudo hacer por pura falta de efectivos, los 16.000 hombres no eran suficientes para guarnecer la totalidad de los valles montañosos y las aldeas costeras de esta accidentada tierra. Las columnas francesas se fueron muy lejos, hasta Corcubión, en la punta del cabo de Finisterre, y Ribadeo, en las fronteras de Asturias; pero, aunque esparcieron toda la región a fuego y espada, no dejaron huella.
Además, sufrieron graves pérdidas: en cada expedición se perdía un cierto número de rezagados aislados por el campesinado, entre los recolectores cuando se alejaban demasiado del cuerpo principal en busca de alimento. Todos eran asesinados por los campesinos enojados por la quema de sus casas y el requisamiento de su ganado, su única riqueza, nunca dio cuartel a los desafortunados soldados que caían en sus manos. La mayor parte de los campesinos estaban armados con armas blancas, herramientas de trabajo y chuzos (puntas de hierro), a los que llevaban estos se les llamaba chucistas, en gallego chuceiros.
Es curioso e interesante comparar las operaciones reales de Ney con las órdenes que le había enviado el Emperador. En estas se le ordenaba que estableciera su cuartel general en Lugo y que no dejara más que un RI en Ferrol y otro RI en Betanzos y otro RI en La Coruña. Tenía que mantener una columna móvil de 3 BIs actuando entre Santiago y Tuy, para “dar ejemplos” y evitar que los ingleses desembarcaran municiones para los insurgentes.
Con el resto de su CE-VI, 5 RIs y una BRCL, debía establecerse en Lugo, y desde allí enviar expediciones punitivas contra los pueblos rebeldes, tomar rehenes, prestar ayuda si fuera necesario a las operaciones de Soult en Portugal, y finalmente aprovechar los meses de marzo y abril. Cuando no había nada que temer en las costas gallegas, hacer una expedición para conquistar Asturias. Suponía que una columna móvil de un RI podía sostener una región costera escarpada de 160 km de largo, donde 20.000 insurgentes estaban en armas.
Pensaba que las expediciones punitivas y la toma de rehenes mantendrían apaciguados a una provincia sin que fuera necesario establecer guarniciones en ella. Escribió “Organizar Galicia, dar ejemplos, porque los ejemplos severos bien aplicados son mucho más efectivos que las guarniciones… Deje la vigilancia del país a las autoridades españolas. Si no puede ocupar todos los lugares, se puede vigilar todos los lugares: si no puede sostener todas las baterías de la orilla para evitar la comunicación con los ingleses, puede encarar a los nativos de este deber”.
Para Ney, cuando recibió este despacho, muchas semanas después de haber sido escrito, todo este elaborado consejo debió parecerle inútil.
Aparte de detener que lidiar con los insurgentes, tenía en su zona de acción los dos ejércitos regulares españoles, a los que tenía que vigilar. La primera era la fuerza en el principado de Asturias, que huyó de regreso a casa tras la batalla de Espinosa. El segundo estaba formado por las tropas de La Romana, muy probadas y desde su huida de Monterrey, habían disfrutado de unas semanas de relativo descanso y estaban una vez más listas para moverse.
Cerco de Vigo y conquista de la plaza (13 al 28 de marzo de 1809)
El cerco de Vigo había empezado a establecerse el 13 de marzo, el mismo día que el de Tuy, para que no pudiesen apoyarse mutuamente ambas plazas. Más que cerco era un bloqueo constituido por fuerzas colecticias, pero abundantes, estaban mandadas por un caballero eclesiástico, Juan Arias Enríquez, abad de Valladares, hermano del marqués de dicho título. A la influencia que ejercían en Galicia los abades y párrocos se unía la propia de los señores de aquella zona.
En el cerco había grupos de diversas procedencias y cada uno tenía su propio jefe, pero mal que bien admitían todos el mando del abad de Valladares. Todos menos los del Valle de Miñor, cuyo jefe era el mayorazgo Joaquín Tenreiro, que había traído con él al teniente portugués Juan Almeida de Sá, con 50 soldados de su nación, y que quería para él la jefatura como general de todas las fuerzas. Le secundaba un capitán español, Alejo Inda, ayudante de la plaza de Bayona. Prometían Tenreiro y Almeida que de ser ese el general, el gobierno portugués enviaría el refuerzo de 5.000 soldados. Ya habían estado con esa pretensión en el cerco de Tuy, y el abad del Couto de Rouzas, había rechazado de plano tales pretensiones, Dice García del Barrio en sus Sucesos militares de Galicia: “Todos rehusaron ponerse a las órdenes de un extranjero que hasta entonces no habían necesitado”. El abad de Valladares, en su campamento frente a Vigo, “les acogió amablemente, pero tampoco le cedió la jefatura”.
Hasta el día 15 de marzo no se hizo eficaz el cerco de Vigo, pues el día 14 llegó a Porriño un fuerte destacamento francés para reforzar aquella plaza. Procedía de Pontevedra y, a pesar de los esfuerzos de los campesinos que capitaneaba el padre Giráldez, pasaron adelante por Pujeiros, cerca de Santa Cristina de Lavadores, donde fueron cogidos entre dos fuegos sufriendo pérdidas, pero los que no fueron muertos o prisioneros entraron en Vigo.
La plaza de Vigo estaba mandada por el Tcol Chalot, con 1.300 hombres, unos 300 de caballería. Los primeros combates que tuvieron sitiadores, fue cuando la guarnición hizo una salida, el día 15 de marzo, hacia Castrelos. Hasta el día siguiente se mantuvieron fuera de la plaza los franceses, pero al fin se retiraron después de ser derrotados.
Desde entonces se limitaron los imperiales a mantener alejados a los sitiadores con fuego de artillería, pero cada vez estaban más descorazonados, sin esperanza de socorro alguno del exterior. Tenreiro había llegado al campamento de Santa Cristina el 18 de marzo, y el 21 lo habían hecho Morillo y el canónigo Acuña. Ese mismo día entraba Tenreiro en la plaza para intimar la rendición; el gobernador Chalot, que pidió 48 horas para contestar, pero tan solo le fueron concedidas 24 horas. El francés pensaba tratar con los comandantes de las fragatas británicas Lively y Venus, que se habían acercado a petición suya, el capitán George MacSinley. No quiso tratar nada con los franceses a espaldas de sus aliados los españoles.
El día 22 de marzo se recibió, en el campamento de Santa Cristina de Lavadoras, la noticia de que una columna enemiga, procedente de Santiago, venía a socorrer a Vigo. Morillo salió para Puente Sampayo, y tras él Tenreiro y Almeida. Morillo lo puso en estado de defensa, y seguidamente estableció contacto con los capitanes González y Colombo.
De vuelta al cerco, Tenreiro reanudó sus conversaciones con los sitiados. No querían entregarse incondicionalmente y se reunió un consejo de guerra, en el campo español, para dictar unas condiciones, estableciéndose que de no ser admitidas se asaltaría la plaza. Repugnaba a los franceses entregarse a una fuerza compuesta por campesinos armados, y eso entorpecía el buen resultado de las negociaciones. Presentes en el campamento los jefes militares encontraron la solución: ellos tomarían la dirección de todo, y para tratar con el gobernador de la plaza se nombraría a un coronel, que era un empleo superior a Chalot, pues en las normas de la guerra se veía muy mal que un oficial entregase una plaza a uno de inferior categoría.
Allí empezó la brillante carrera militar de Pablo Morillo, fue enviado de la Junta Central. Morillo tomó de su mano las negociaciones para la entrega de la plaza, auxiliado por los capitanes, interrumpiendo las de Tenreiro. El mando británico estuvo en un principio al lado del abad de Valladares y mucho con Tenreiro, pero Morillo, personándose en la fragata insignia hizo cambiar de parecer a los ingleses y fue aceptado por ellos.
Se dio un ultimátum al gobernador Chalot. De no entregarse, la plaza sería asaltada y su guarnición pasada por las armas. Como pasó el plazo concedido sin respuesta, se propuso el ataque al anochecer del día 27 de marzo. Las fragatas británicas habían fondeado frente al barrio de la Pescadería (el Berbés), abrieron fuego con su artillería sobre la parte más baja de la villa y sus fortificaciones. Se inició el asalto por las puertas de la Gamboa, de los Cerdos, de la Ribera y del castillo del Castro, y poco después se siguió por el castillo de San Sebastián, este dentro del recinto de la plaza.
Durante el asalto, “un anciano marinero de Berbés, murió de un balazo cuando blandía un hacha para romper la puerta de Gamboa el capitán Bernardino González, que apoyaba el ataque con la fusilería, tomó el hacha, con la que continuó rompiendo la puerta, a pesar de haber recibido tres balazos en una pierna, y hubiese continuado si un cuarto no le hubiese imposibilitado; dos de los suyos le sacaron con trabajo del sitio y murieron siete”. Duraba el combate, y a las dos horas, los franceses pidieron un alto el fuego, diciendo que se entregarían a las ocho de la mañana del día siguiente, con la condición de ser embarcados en los buques ingleses.
Entraron en la plaza los capitanes Benedicto y Colombo, para determinar con Chalot los detalles de la entrega. Como no regresaban Morillo tuvo que mandar un mensajero. Colombo contestó que ya estaba todo arreglado. Fue entonces cuando recibió la noticia de que una fuerte columna francesa había roto el cerco de Tuy y se acercaba a Vigo para socorrer a su guarnición.
Se apresuró el embarque de los prisioneros, a los que se les dijo que los patriotas estaban dispuestos a terminar con ellos, así que era urgente que embarcasen lo antes posible. Se entregaron 46 oficiales y 1.213 de tropa, que embarcaron tan deprisa que no se pudo controlar la entrega de fusiles, de los que se apoderaron en su mayor parte los paisanos.
Algunas tropas de Tenreiro y de Almeida salieron al encuentro de los franceses que se acercaban, eran 4 compañías de cazadores, mandados por el comandante Chapuzet. Casi lograron llegar a las murallas de Vigo, pero fueron totalmente batidos. De unos 500 hombres, que componían la unidad tan solo pudieron llegar a Tuy un centenar de fugitivos, se hicieron 70 prisioneros que fueron conducidos a las fragatas inglesas, donde ya habían embarcado los procedentes de guarnición rendida.
El capitán Colombo quedó como gobernador militar de la plaza, al estar González herido, el canónigo Acuña quedó como mando político de la provincia. Morillo se dirigió a rendir la plaza de Tuy.
La reconquista de Vigo fue una de las mayores victorias españolas en la guerra en Galicia; se tomaron de la plaza 20 piezas de artillería (muy necesarias para atacar a Tuy; más de medio millón en moneda francesa, los fusiles de los defensores (también de gran necesidad para completar el armamento de los patriotas) y gran parte del bagaje de ejército del mariscal Soult. Tuvo gran mérito la conquista de esa plaza marítima, que estaba bien fortificada, pero no suficientemente guarnecida. Sin ingenieros y sin artillería de sitio, los atacantes tomaron la ciudad, el apoyo de las fragatas inglesas que batieron durante el asalto las baterías y partes bajas de la ciudad, fueron vitales.
Cerco de Tuy
Empezó a establecerse el mismo día que el de Vigo, esto es, el 13 de marzo. Tuy estaba mejor guarnecido, unos 3.000 hombres, con artillería, mandados por el general Lamartinière.
Al siguiente día de llegar, el abad Couto de Rouzas, el valeroso e infatigable Mauricio Troncoso y Sotomayor, otro hidalgo gallego eclesiástico, que a la sazón mandaba unos 8.000 hombres. Como general, envió un emisario al general Lamartinière, intimándole la rendición, amenazándole con que si no entregaba la plaza antes de dos horas procedería a tomarla por asalto pasando a cuchillo a toda la guarnición. La respuesta fue apresar al emisario, y una salida contra las posiciones ocupadas por la segunda división del ejército del abad, en las alturas de Guillarey.
La salida tuvo lugar el día 15 de marzo, los franceses fueron rechazados, perdiendo 65 muertos y 6 prisioneros, teniendo además numerosos heridos. A pesar de este primer éxito, el abad se dio cuenta de que nada podía contra una plaza fortificada, bien guarnecida, no teniendo él artillería, por el momento. Se mantuvo en su cuartel general establecido en Atienza, a 5 km de Tuy, y tomó posiciones para establecer un cerco, no un sitio, esperando que llegasen refuerzos, como en realidad le llegaron de las jurisdicciones cercanas. Recurrió también al general Botello, que estaba en Monzón, y este le mandó 600 soldados portugueses, bien equipados, con sus respectivos mandos.
Al igual que en el cerco de Vigo, apareció el hidalgo Tenreiro y cómo rechazó sus ofrecimientos y pretensiones fueron rechazados por el abad-general. Con esto se eliminó una importante causa de conflicto, también pasaron por el cuartel general de Atienza el 18 de marzo, Morillo y Acuña, que como representantes de la Junta Central ratificaron los poderes que el abad había recibido del marqués de La Romana como general en jefe.
Cuando quedó rendido Vigo todos sus atacantes fueron a engrosar las fuerzas del cerco de Tuy; menos el abad Valladares que se quedó con parte de sus hombres en Vigo con el capitán González como su gobernador.
El coronel Morillo iba con idea de tomar el mando; se desprende claramente del oficio que dirigió al abad-general, y del tono en que fue redactado. Aumentaron los conflictos en el mando, pero claro está, se aumentaron mucho las fuerzas, con paisanos y los soldados de Colombo, y se llevaron los cañones, 4 desde Vigo y 2 desde Salvatierra.
El 21 de marzo, la junta que se reunió en Lobera, cerca de la raya de Portugal al sur de Celanova y no lejos de Bande, en un lugar agreste donde se había organizado un batallón mandado por Joaquín María Márquez, administrador de rentas de la Boullosa, con grado de coronel; con un capitán de infantería como sargento mayor, Alejandro Tello, ayudante del marqués de Valladares. En poco tiempo la nueva unidad tenía 752 plazas, si bien solo 400 hombres tenían armas de fuego, los demás voluntarios tenían arma blanca. Se nombraron oficiales, sargentos y cabos. Una unidad con bandera y con banda de música; la primera de las unidades, puede decirse, de lo que sería después la división del Miño.
No se arreglaron las cosas, hasta el día 5 de abril, cuando el coronel García del Barrio representante de la junta, llegó y convocó un consejo de guerra para resolver la cuestión. El resultado fue que 40 asistentes le aclamaron como jefe, como militar de superior empleo; pues dos de los coroneles que concurrían Morillo y Márquez no tenían reconocidos los nombramientos por la Junta Central. Morillo no asistió al, consejo, pues había sido enviado, días antes, al Puente Sampayo, para ponerlo en estado de defensa, ya que cualquier socorro que llegase a los de Tuy debería de llegar por ese lado.
Formaban el cerco de Tuy unos 8.000 hombres, pero de ellos tan solo la cuarta parte tenían armas de fuego, y había escasez de municiones. Dispuestas las fuerzas, mandó atacar la plaza el nuevo comandante general. Los franceses salieron fuera, para combatir en campo abierto, pues tenían, confianza en su superioridad táctica y de armamento; pero lanzados los españoles contra ellos con gran valor, los franceses tuvieron que abandonar el campo dejando muertos y algunos prisioneros.
Había noticias de que llegaban socorros a la plaza desde Santiago, el gobernador de Valencia do Miño manifestaba que se acercaba un cuerpo enemigo de unos 4.000 hombres, ante el cual no podría resistir. Era, en, efecto, el general Heudelet, enviado por Soult que como es sabido operaba en el norte de Portugal contra portugueses y británicos.
El día 10 de abril, se produjo una nueva salida de los franceses, dejaron la plaza apoyados por muchos fuegos de artillería y lograron apoderarse de los 4 cañones que habían sido enviados desde Vigo, los españoles reaccionaron con violencia y consiguieron recuperar los cañones; haciendo retirarse a los de la salida, dejando en el campo 90 muertos y 13 prisioneros, tuvieron muchos heridos, en total sus bajas triplicaron a las de los españoles. Pero los cañones no pudieron ser retirados por lo quebrado del terreno en que habían quedado.
Ese mismo día llegaba Heudelet a Valencia. García del Barrio temió el paso el río, que podía tratar de impedirlo, ya que no dispondría de muchas embarcaciones para pasar a la vez. Temió ser envuelto, puesto que llegaron rumores de otra columna enemiga que se esperaba procedente de Pontevedra; pero que no llegaría hasta dos das más tarde. Desalentado, mandó levantar el cerco que ya casi era un asedio. La orden produjo profundo desagrado entre los animosos patriotas y algunos no la obedecieron, tales fueron el padre Giráldez y Gregorio García Cordero, jefe de los valerosos hombres de Cotobad.
García del Barrio con los que le quedaron, entre ellos todas las fuerzas regulares, pues otros tales como Tenreiro y el abad del Couto se habían retirado del ejército: Tenreiro a Bayona y el abad a su feligresía. Tomó posiciones a orilla del Miño y en los montes situados entre Vigo y Tuy, listo para acudir a donde fuese necesario, y defender a Vigo e impedir el socorro a Tuy, era una posición central, no mal escogida en realidad, pero con fuerzas demasiado débiles, sus disminuidos 8.000 hombres mal armados. Del lado de Pontevedra estaba cubierto por el Puente Sampayo, pero estaba aun sin cortar, y guarnecido por muchos, pero de ellos tan solo 150 estaban armados con fusiles y escopetas, y con escasez de municiones.
La columna francesa procedente de Santiago se componía de unos 3.000 hombres de las tres armas; la mandaba el general Antoine-Louis Popon de Maucune. Llegó el día 12 abril a Pontevedra y allí, y en sus alrededores, fue atacada por los patriotas de la península de Morrazo en el puente de Balora, y por los de Peñaflor, Cotobad y Caldevergazo, que sufrieron grandes perdidas, pero fueron iguales a las de los imperiales. Los franceses siguieron adelante, pero constantemente acosados por los españoles. En el Puente Sampayo, al ver Morillo la aplastante superioridad se batió en retirada, cediendo el paso, pero causando muchas bajas al enemigo.
Vencida al fin la resistencia de los de Porriño, llegaron los franceses a Tuy. Dejó allí Maucune algún refuerzo y a los enfermos y heridos, ya curados, procedentes de los hospitales de La Coruña y de Santiago. En la madrugada del día 15 de abril, emprendió el regreso a esta capital cometiendo toda clase de tropelías en Porriño y en Redondela, saqueando, violando, matando aún mujeres, ancianos y niños, y profanando los templos.
Morillo persiguió a los franceses en retirada acosándoles con sus fuerzas y con los guerrilleros de los diferentes pueblos de la comarca. El paso por el puente del Burgo, en Pontevedra, fue penoso en extremo para los imperiales, el puente estaba batido por la artillería patriota desde la Caeyra. Morillo les siguió hasta Padrón, en Puentecesures reaccionaron los franceses situando 2 cañones enfilando la carretera y su caballería cargó sobre los españoles, obligándoles a retirarse.
Morillo se dirigió a Tuy, siguiendo órdenes de García del Barrio; de nuevo se había establecido el cerco, observándose también el posible paso de los imperiales, del Miño, desde Valencia. Todo estaba tenso y amenazador para los españoles. Pero, en la mañana del día 16 de abril, el general Lamartinière, con unos 4.000 hombres, después de haber sido reforzado y con un gran tren de artillería, cruzó el río para unirse a Heudelet, que en Valencia, le esperaba con otros 4.000 hombres. Esta fuerza había servido para hacer levantar el cerco de Tuy, y lo que era innegable es que tanto a Heudelet como a Lamartinière los necesitaba Soult para el desarrollo de sus operaciones; reunidas sus 2 DIs se dirigieron a Oporto.
Abandonada Tuy por los imperiales, de manera tan inesperada, los españoles ocuparon la plaza. Se dedicaron seguidamente a la organización de las unidades regladas.
Acción de Mondoñedo
La fuerza asturiana era mucho mayor en número y debería haber hecho sentir su influencia mucho antes. Pero aún más que el resto de españoles, los asturianos se entregaron al particularismo y al egoísmo provinciano. En 1808 no habían hecho nada por la causa común, salvo que habían prestado la división la de Acevedo, que comprendía aproximadamente la mitad de sus levas provinciales. Después de la batalla de Espinosa, no se había retirado con La Romana a León, sino que había retrocedido dentro de la frontera de su principado y se había unido a la gran reserva que nunca había avanzado desde Oviedo. Durante los tres meses de invierno, los asturianos se habían contentado con reorganizar y aumentar el número de sus batallones, y con custodiar los pasos de la cordillera Cantábrica. Se habían negado a enviar hombres o dinero a La Romana, provocando así su justa indignación.
La única operación que llevaron a cabo los asturianos fue una pequeña incursión en Galicia con 3.000 o 4.000 hombres, que fueron a atacar al destacamento de Ney en Mondoñedo el 10 de abril y fueron expulsados con facilidad. La Junta tenía en total 20.000 hombres en armas, pero se las ingeniaron para ser débiles en todos los puntos tratando de proteger todos los al mismo tiempo. Habían enviado, para observar a Bonnet, el cuerpo más numeroso de sus tropas, cerca de 10.000 hombres, al mando del general Ballasteros: había tomado la línea del Deba y se encontraba con su cuartel general en Colombres, escaramuzando ocasionalmente con los puestos avanzados franceses.
En el puerto de Pajares, vigilando la carretera principal que desciende al llano de León, había 3.000 hombres, y 2.000 más en La Mesa custodiaban un desfiladero menor. Otra división de 4.000 estaba en Castropol, frente al destacamento de Ney que había ocupado Mondoñedo, esta era la columna que había hecho en abril el débil avance. Finalmente, un teniente-general suizo llamado Worster estaba en Oviedo, la capital del principado, con una pequeña reserva de 2.000 hombres.
No parece que Cienfuegos, el capitán-general de Asturias, ejerciera una autoridad real, pues la Junta se encargaba de resolver todos los detalles de los asuntos militares. Así se desperdició todo un ejército distribuyéndose a lo largo de la estrecha provincia, esperando el ataque de un enemigo demasiado débil para soñar con avanzar y que, de hecho, no se movió hasta mayo. La Romana bien podría estar indignado, de que los asturianos no hubieran hecho prácticamente nada por la causa de España de diciembre a marzo, sobre todo porque habían obtenido más de su parte de las armas y el dinero británicos que se habían distribuido en el otoño de 1808.
Reconquista de Villafranca del Bierzo
Los nuevos disturbios de Ney en abril no surgieron de la actividad de las tropas asturianas, sino de la del maltrecho ejército de Galicia, que estaba destinado ese mes a lograr el primer éxito que había vitoreado a sus mermadas filas desde el combate de Guenes. Cuando La Romana, el 8 de marzo, se encontró libre de la persecución de la caballería de Franceschi, marchó por etapas pausadas hasta Puebla de Sanabria, en las fronteras de León. Dudó por un momento si no debería girar hacia el sur y descender, a lo largo del borde de Portugal, a Ciudad Rodrigo, el lugar de fuerza más cercano en manos españolas. Pero, después de muchas consideraciones, resolvió dejar atrás al más débil de sus batallones y a sus numerosos enfermos, junto con su escasa provisión de artillería, y contraatacar a Galicia con lo mejor de sus hombres.
Parece que se inspiró en parte por el deseo de cortar las comunicaciones de Ney, en parte por el deseo de ponerse en contacto con los asturianos, cuya torpeza estaba decidido a poner en acción. Así que dejó en Puebla de Sanabria sus cañones y unos 2.000 hombres, restos de muchos regimientos destruidos, al mando del general Martín La Carrera. Con los 6.000 infantes que le quedaban resolvió cruzar la Sierra Negra y dirigirse al valle alto del río Sil. El camino de Corporales y las fuentes del torrente de Cabrera resultaron abominables.
Si el ejército hubiera poseído cañones o bagajes no podría haber alcanzado su objetivo. Pero después de varias marchas duras, La Romana descendió a Ponferrada el 16 de marzo. Se enteró de que la insurrección había obligado a los franceses a concentrar todos sus pequeños puestos, y que no había enemigo más cercano que Villafranca del Bierzo, por un lado, y Astorga por el otro. Así se vio en condiciones de tomar posesión de la carretera de Astorga a Lugo, y aprovechar todos los recursos del Bierzo y de Galicia Oriental. Podría haber pasado sin ser molestado, si hubiera elegido, unirse a los asturianos. Pero al enterarse de que la guarnición francesa de Villafranca estaba completamente aislada, decidió arriesgarse a darle un golpe, con la esperanza de reducirla antes de que Ney pudiera enterarse de su llegada y bajar desde Lugo en su ayuda.
Marchando sobre Villafranca al día siguiente, cayó sobre los franceses antes de que tuvieran la idea de que había una fuerza hostil en su vecindario. Los empujó de la ciudad a la ciudadela después de una fuerte escaramuza, luego los rodeó en su refugio y comenzó a batir sus puertas con su único cañón. Si la guarnición hubiera podido resistir unos días, probablemente se habrían sentido aliviados, porque Ney estaba a solo tres días de marcha de distancia. Pero el gobernador, considerando que el viejo castillo era insostenible contra la artillería, se rindió a la primera convocatoria. Así La Romana capturó todo un BIL del BIL-6 con 600 efectivos, junto con varios centenares más de convalecientes y rezagados que habían sido retenidos en Villafranca, ante la imposibilidad de enviar pequeños destacamentos por la sierra.
Acción de Díaz Porlier en Aguilar de Campóo
Juan Díaz Porlier nació en Cartagena de Indias, en 1788. Se le apodó “el Marquesito” por creérsele hijo ilegítimo de un noble.
Sirvió, en calidad de voluntario, en la batalla del Cabo Finisterre el 22 de julio de 1805 y en la batalla de Trafalgar el 21 de octubre de ese mismo año, embarcado en el navío Príncipe de Asturias. Tras la batalla, Porlier solicitó el traslado al Ejército y, en enero de 1806, fue nombrado con veinte años de edad, fue encuadrado en el llamado Ejército de Extremadura, como teniente-coronel de granaderos en el RI de Mallorca.
A partir de entonces se dedicaría a preparar a sus hombres para la guerra de guerrillas, en la que luchará durante seis años. Se le encargó agrupar a los dispersos del ejército de Extremadura y constituir una partida en la localidad de San Cebrián de Campos (Palencia). Un mes después de la batalla de Gamonal, el grupo, al que se habían incorporado algunos paisanos, contaba ya con una cierta consistencia. Gracias a ello pudo emprender en enero acciones contra destacamentos franceses en Frómista, Rivas y Paredes de Nava, logrando liberar a prisioneros ingleses y capturar a varios oficiales franceses.
El 10 de marzo de 1809, la partida de guerrilleros al mando de Juan Díaz Porlier, y su subalterno, el palentino Bartolomé Amor, libró combate en las calles de Aguilar de Campóo, que entonces contaba con 1.000 habitantes, contra las tropas imperiales francesas. Recluidos estos últimos en su cuartel general ubicado en la Casa Consistorial (antiguo palacio de los Marqueses), entablaron duro combate. Con gran dosis de astucia, Díaz Porlier hizo ascender a lo más alto de la torre de la colegiata San Miguel Arcángel, adyacente al cuartel del ejército francés, a un grupo de guerrilleros que arrojaron grandes bloques de piedra sobre la techumbre del palacio; quedando a la vista y expuestos al fuego de los hombres dispuestos por Porlier, los soldados franceses.
Este heroico hecho se saldó con la captura de 4 jefes, 6 oficiales y 400 soldados del ejército napoleónico (la población de Aguilar en la época se estima en poco más de 1.000 personas) y dos piezas de artillería. Porlier fue ascendido a brigadier y Amor a capitán de Caballería por esta acción.
En mayo el marqués de La Romana dio orden de que los restos de los tres batallones cántabros, que en la zona de Liébana mandaba el general don Julián Albo, se reuniesen bajo las órdenes del joven general. Este las agrupó en un solo regimiento y creó además el RI de Castilla, un cuerpo de caballería y una compañía de artillería con quintos reclutados en el territorio controlado por el enemigo. La incorporación de estas tropas le proporcionó los sargentos y oficiales de los que había carecido hasta entonces. Gracias a ello, mejoró notablemente el nivel de instrucción y de disciplina y pudo formar nuevos suboficiales y cabos. En junio de ese año sus tropas lograron interceptar entre Aguilar de Campóo y Reinosa más de 100 carros de trigo y de vino. Sin embargo, tras internarse en la provincia de Santander con la intención de reclutar a más hombres, sufrió un descalabro por haber destinado a su caballería a otros cometidos y se vio obligado a retirarse. Más tarde se colocó bajo las órdenes del mariscal de campo Francisco Ballesteros, hasta que por causa de una ofensiva francesa, tuvo que retirarse hasta Santoña, en donde recogió dos cañones, apresó a un oficial enemigo, hizo unos cincuenta prisioneros y alistó a varios mozos.
La zona de operaciones de Porlier se extenderá entre el Duero y el Cantábrico, colaborando tanto con el Ejército de Galicia y Asturias como con la Royal Navy. En diciembre de 1809 se encontraba operando en la zona de Pradilla y Valgañón, en el límite de las provincias de Burgos y Logroño con más de 2.000 hombres. Porlier aspiró siempre a transformar su unidad en una división bien instruida y disciplinada, por lo que perseveró en su entrenamiento.
Viaje de La Romana a Asturias
Habiendo logrado este exitoso golpe, La Romana deseoso de seguir su camino hacia Asturias, donde estaba decidido a hacer sentir su poder. Llevó consigo solo el RI Princesa, uno de sus antiguos cuerpos de Dinamarca, y entregó el mando temporal del ejército al general Mahy, con órdenes de retener el Bierzo el mayor tiempo posible, pero retirarse a Asturias si Ney se presentaba con fuerza. El mariscal, sin embargo, no se movió de Lugo; cuando se enteró de la caída de la guarnición de Villafranca, ya estaba tan enredado con la insurrección que no podía prescindir de tropas para una expedición al Bierzo. Para reabrir la comunicación con Astorga habría tenido que llamar a sus brigadas periféricas, y en esos momentos estaba más preocupado por la suerte de Tuy y Vigo que por las operaciones de La Romana. En consecuencia, Mahy no fue molestado durante la mayor parte de un mes en sus acantonamientos a lo largo de las orillas del Sil.
Mientras tanto, Romana fue a Oviedo con su escolta, y al llegar allí el 4 de abril entró en una furiosa polémica con la Junta. Al verlos obstinados y no dispuestos a llevar a cabo sus planes sin discusión, finalmente ejecutó un pequeño golpe de Estado. Al entrar en la sala del consejo, con el coronel Joseph O’Donnell y 50 granaderos del RI Princesa, pronunció una arenga a los miembros acusándolos de todo tipo de mala administración y egoísmo provinciano. Luego hizo una seña a sus soldados y les ordenó que despejaran la sala.
La Romana entonces, bajo su propia autoridad, nombró una nueva Junta; pero muchos de sus miembros se negaron a actuar, dudando de la legalidad de su acción, mientras los delegados desposeídos mantenían una controversia sobre el papel y enviaban montones de cartas de objeción al gobierno de Sevilla. Ballasteros y su ejército, al otro lado del Principado, parecía haber prestado poca atención a La Romana, pero el marqués se salió con la suya hasta el momento que comenzó a enviar provisiones, medicinas, municiones y ropa muy necesarias a sus tropas en el Bierzo. Incluso consiguió que le entregaran unas cuantas piezas de campaña, que fueron arrastradas con dificultad por los pasos de Cangas de Tineo.
Expedición de Kellermann a Galicia
Así reforzado Mahy, para gran disgusto de su jefe, avanzó desde el Bierzo hacia Lugo, con la intención de atacar a la brigada francesa allí apostada. Asumió el cargo en Navia de Suarna, a las afueras de las fronteras de Asturias, y llamó a sus filas a todo el campesinado de la comarca circundante. La Romana le escribió cartas urgentes, indicándole que evitara una batalla y esperara su propio regreso.
Mahy, así advertido, detuvo su marcha hacia Lugo, y permaneció en sus acantonamientos en el valle del Navia. Su jefe debería haber regresado a él, pero se quedó en Oviedo hasta que terminó abril, ocupado en los trabajos de reorganización y en el envío de suministros. Mientras tanto, el control francés sobre el sur de Galicia había desaparecido por completo: Vigo había caído en marzo y Tuy había sido evacuado. La columna de Maucune se había abierto camino de regreso a Santiago con cierta dificultad, llevando a Ney la noticia de la toma de Oporto por parte de Soult. También la seguridad de que todo el valle del Miño y la costa occidental había pasado a manos de los insurgentes.
Desde que La Romana irrumpiera en Villafranca, y todas las noticias de Galicia hubieran sido cortadas por completo, el rey José y su consejero Jourdan habían estado en un estado de gran temor y perplejidad en cuanto a la situación de los asuntos en el noroeste. Soult había desaparecido durante mucho tiempo y también había perdido contacto con Ney. A falta de información precisa, recibieron todo tipo de rumores de León y Astorga, e imaginaron que el CE-VI estaba en una situación mucho más desesperada de lo que realmente era el caso.
Temiendo lo peor, resolvieron averiguar, a toda costa, qué pasaba en Galicia. Para hacerlo, fue necesario preparar una expedición lo suficientemente fuerte como para hacer a un lado a los insurgentes y comunicarse con Ney. Las tropas, sin embargo, eran difíciles de encontrar. Lapisse ya había partido desde Salamanca para unirse a Víctor. En Castilla la Vieja y León no había más que los dragones de Kellermann y algunas guarniciones, ninguna de las cuales podía dejar sus puestos. El mariscal Bessières, a quien el Emperador había encomendado el cargo general de las provincias del norte, pudo demostrar de manera concluyente que no podía equipar ni siquiera una columna de 5.000 hombres para el servicio en Galicia.
El único lugar donde se podían conseguir tropas era Aragón, donde todo había permanecido tranquilo desde la caída de Zaragoza. El Emperador había ordenado que de los dos CEs que habían tomado parte en el asedio, quedara solo el CE-II para retener el reino conquistado. Por lo tanto, Mortier y el Quinto deberían estar disponibles para reforzar las tropas en Castilla la Vieja. Pero, con la guerra de Austria en sus manos, Napoleón estaba pensando en retirar a Mortier y sus 15.000 hombres de España. En un despacho de 10 de abril anunció que el mariscal se retiraría de Aragón a Logroño y Navarra, de donde posiblemente sería llamado a Francia si las circunstancias lo exigían.
En el mismo momento, el rey José escribía a Mortier para convocarlo a Castilla la Vieja y le señalaba que la seguridad de todo el norte de España dependía de su presencia. Muy perplejo por esas órdenes contradictorias, el duque de Treviso tomó una medida a medias y marchó a Burgos, que en realidad estaba en Castilla la Vieja, pero estaba a solo tres marchas de Logroño y en la ruta directa a Francia. Unos días después el Emperador, movido por los incesantes llamamientos de su hermano, y viendo que era de suma importancia reabrir la comunicación entre Ney y Soult, permitió a Mortier marchar hacia Valladolid, donde se encontraba en buena posición para reprimir a toda la región de Castilla la Vieja. También dio permiso al Rey para emplear en una expedición a Galicia los 3 RIs del CE-III.
Así fue posible reunir tropas suficientes para abrir el camino a Galicia. El cargo de la expedición fue entregado a Kellermann, quien con sus propios dragones, los 2 RIs de Bayona, un BI de los alemanes de Leval de Segovia, un BI polaco de Buitrago y un RIP (regimiento de infantería provisional) organizado a partir de varias guarniciones de Castilla y León. Tenía en total unos 7.000 u 8.000 hombres, a los que concentró en Astorga el 27 de abril. Marchando sobre Villafranca no encontró oposición regular, sino que fue acosado por el camino por los campesinos, que habían abandonado sus aldeas y se habían retirado a las montañas. Mahy se había desviado de la carretera principal al hacer su avance hacia Navia de Suarna y no fue avistado por Kellermann, ni el español creyó conveniente entrometerse con una fuerza tan poderosa.
El 2 de mayo la columna llegó a Lugo, donde se reunió con la DI de Mathieu del CE-VI, y obtuvo información completa sobre la posición de Ney. El mariscal estaba ausente en La Coruña, pero envió a su jefe del estado mayor para reunirse con Kellermann y concertar con él un plan de operaciones común. Se decidió que debían concentrar su atención en La Romana y los asturianos, dejando el sur de Galicia solo por el momento, y sin hacer caso de Soult, de quien no tenían noticias desde hacía un mes completo.
Ataque francés a Asturias
Para la destrucción de los ejércitos españoles del norte se planeó un movimiento concéntrico. Ney se propuso concentrar el grueso de su cuerpo en Lugo, y caer sobre los asturianos por el oeste, aplastando a Mahy en el camino. Sin embargo, estipuló que se le permitiría regresar a Galicia lo antes posible, no fuera que los insurgentes causaran estragos en sus guarniciones durante su ausencia. Kellermann debía volver sobre sus pasos hasta Astorga y León, y desde allí marchar sobre Asturias por el paso de Pajares. En el mismo momento se iba a pedir a Bonnet en Santander que cayera desde el este y atacara a Ballasteros y a la DI que estaba detrás del río Deva.
Cuando se informó a Mahy y La Romana de que Kellermann había marchado de Lugo, y se estaba retirando sobre Astorga; no lograron captar el significado de su movimiento y llegaron a la conclusión de que su expedición había sido enviada sin ningún propósito, salvo que de comunicarse con Ney. Inconscientes de que se estaba preparando un ataque simultáneo desde todos los lados contra ellos, no lograron concentrarse. Al dejar pequeños destacamentos de contención en los puestos periféricos, podrían haber concentrado 20.000 hombres contra cualquiera de las columnas francesas, pero no vieron su oportunidad y se vieron atrapados en un estado de completa dispersión. Ballasteros con 9.000 hombres estaba frente a Bonnet; Worster en Castropol no se unió al ejército de Mahy en Navia de Suarna; y La Romana se quedó en Oviedo con solo 2 RIs.
De ahí que se produjera un desastre desesperado cuando por fin se desató el ataque francés sobre Asturias. El 13 de mayo, Ney reunió en Lugo a 4 de los 8 RIs que formaban el CE-VI, con 2 de sus 4 regimientos de caballería y 8 cañones ligeros llevados por mulas. Con esto formó una fuerza compacta de 6.500 de infantería y 900 de caballería. Dejó 4 BIs y 1 RC al mando de Maucune en Santiago, la misma fuerza al mando del brigadier de caballería Fournier en Lugo, 2 BIs en La Coruña, un BI en Betanzos y otro BI en Ferrol.
La ruta evidente por la que el mariscal podría haber avanzado en Oviedo era la carretera de la costa de Mondoñedo y Castropol, que custodiaba Worster. Pero para ahorrar tiempo y caer sobre el enemigo en una línea inesperada, tomó un camino de montaña más corto pero más accidentado por Meira e Ibias, que lo llevó al valle del río Navia. Esto lo llevó directamente al ejército de Mahy; pero ese general, cuando se enteró de la fuerza que se dirigía contra él, se retiró apresuradamente después de una escaramuza en Piquín, y huyó, no a Asturias, sino hacia el oeste, hacia el valle superior del Miño. Esta maniobra molestó a Ney, que hubiera preferido llevarlo a Oviedo, para compartir la derrota general que se preparaba para los asturianos.
El mariscal se negó a seguirlo y avanzó hacia Cangas de Tineo, en el valle del Narcea, capturando allí un gran convoy de víveres y municiones que se dirigía de La Romana a Mahy. El 17 de mayo se apresuró a ir a Salas. El 18 de mayo, se encontraba en el puente de Gallegos sobre el río Nora, a solo 17 km de Oviedo. Allí por primera vez se encontró con una seria oposición, hasta entonces no había sufrido nada más que tiradores casuales por parte del campesinado. Su marcha había sido tan rápida que La Romana solo supo de su aproximación el 17 de mayo, y no había podido llamar a ninguno de sus destacamentos.
El Marqués se vio obligado a intentar defender el paso del río Nora con nada más que su pequeña reserva central, el RI Princesa, (600) que había traído de Villafranca, y un RI asturiano, no más de 1.500 hombres en total. Naturalmente, fue derrotado con grandes pérdidas, aunque Ney admitió que el RI Princesa hizo una defensa digna de crédito en el puente. Por tanto, las tropas españolas se dispersaron y huyeron hacia el este, mientras La Romana cabalgaba hasta el puerto marítimo de Gijón y embarcó en una balandra de guerra española junto con los miembros de su Junta.
El Mariscal se apoderó de Oviedo el 19 de mayo, la ciudad fue saqueada a fondo por sus tropas. En su despacho presentó la excusa de que unos campesinos habían intentado defender unas barricadas en los suburbios, y que ellos, no los soldados, habían comenzado el saqueo.
El 20 de mayo, Ney marchó con un RI hasta Gijón, donde encontró 250.000 libras de pólvora recién desembarcada de Inglaterra, y una cantidad de provisiones militares. Un comerciante inglés fue capturado y otro quemado. Una columna destacada ocupó Avilés, el segundo puerto marítimo de Asturias.
Al día siguiente 21 de mayo, un destacamento enviado tierra adentro desde Oviedo por el valle del río Lena, con órdenes de buscar la columna que venía del sur, se puso en contacto con esa fuerza. Kellermann había llegado debidamente a León, donde encontró órdenes que le ordenaban enviar de vuelta a Aragón los 2 RIs del CE-III que le habían sido prestados, y tomar en su lugar una DI del cuerpo de Mortier, que estaba disponible para el servicio en el norte. En consecuencia, tomó la DI de Girard (antigua de Suchet) y, dejando una de sus brigadas en León, marchó con la otra y el resto de su fuerza original para asaltar los desfiladeros de Pajares.
Llevaba consigo entre 6.000 y 7.000 soldados, fuerza con la que derrotó fácilmente a la brigada asturiana de 3.000 hombres al mando del coronel Quixano, que se había destacado para custodiar el paso. Al final de dos días de combates irregulares, Kellermann descendió al valle del río Lena y se encontró con los puestos avanzados de Ney el 21 de mayo. El enemigo derrotado se dispersó entre las colinas.
La tercera columna francesa bajo Bonnet que empezó a invadir Asturia. Este general había marchado desde Santander el 17 de mayo con 5.000 hombres, con la intención de atacar a Ballasteros y abrirse paso hacia Oviedo por la carretera de la costa que pasa por San Vicente de la Barquera y Villaviciosa. Pero no encontró a nadie contra quien luchar, pues Ballasteros había sido convocado por La Romana para defender Oviedo, y había partido por la carretera interior vía Cangas de Onís e Infiesto. Por lo tanto, los dos ejércitos marchaban paralelos entre sí, con montañas escarpadas entre ellos.
Al llegar a Infiesto, el 21 de mayo, Ballasteros se enteró de la caída de Oviedo y del forzamiento del paso de Pajares, viendo que de nada serviría correr hacia la boca del león avanzando más, volvió a caer en la montaña y tomó refugio en el altiplano de Covadonga. Allí permaneció sin descubrir, y poco a poco se le unieron los restos de la fuerza que Ney había derrotado en Oviedo, incluidos O’Donnell y el RI Princesa. Bonnet pasó a su lado sin saber su paradero, avanzó hasta Infiesto y Villaviciosa, y se puso en contacto con Kellermann.
Así, las tres columnas francesas se habían abierto camino hasta el corazón de Asturias, pero aunque se habían apoderado de su capital y sus puertos marítimos, no habían logrado atrapar a su ejército y solo la mitad de su misión había sido cumplida. De todas las tropas asturianas solo las dos pequeñas fuerzas de Oviedo y Pajares habían ofrecido resistencia, siendo derrotadas. Worster no había sido molestado, Mahy había vuelto a Galicia, Ballasteros había subido a las montañas. Para que la invasión tuviera algún resultado definitivo, habría sido necesario dar caza a esas tres divisiones. Pero no hubo tiempo para hacerlo, Ney estaba ansioso por sus guarniciones gallegas; Bonnet recordó que había dejado Santander a cargo de un destacamento débil de no más de 1.200 hombres.
Ambos se negaron a permanecer en Asturias, y emprender una larga persecución de los esquivos españoles, entre las cumbres de los Picos de Europa y las Sierras Albas. Decidieron que Kellermann con sus 7.000 hombres debía terminar la empresa. En consecuencia, partieron cada uno hacia su propia provincia.
El mariscal Ney marchó el 22 de mayo por la carretera de la costa que conduce a Galicia por la ruta de Navia, Castropol y Ribadeo. Por cierto, esperaba tratar con Worster, al enterarse de que el general suizo había avanzado desde Castropol por órdenes de La Romana y se movía con cautela en dirección a Oviedo. Pero Worster tuvo la suerte de escapar, subió a las montañas cuando se enteró de que Ney estaba cerca y tuvo la satisfacción de saber que el mariscal había pasado junto a él. Con la crecida de los ríos y los puentes rotos, los franceses tuvieron una marcha lenta y fatigosa hasta Ribadeo, a la que no llegaron hasta el 26 de mayo. Al día siguiente, Ney estaba en Castropol, donde recibió la noticia de la llegada a Lugo de las fuerzas patriotas.
Asedio de Lugo
Cuando Mahy descubrió que había escapado de la persecución, inmediatamente tomó la decisión de atacar las guarniciones francesas. Trató de persuadir a Worster para que se uniera a él para atacar Ferrol, pero no pudo inducirlo a abandonar Asturias. Entonces, con sus propios 6.000 hombres, Mahy marchó sobre Lugo, atacó al general Fournier, que salió de las murallas y desplegó para recibirlo, tras un breve combate se refugió tras las murallas. Lugo no tenía más fortificación que la muralla romana, y los españoles tenían grandes esperanzas de asaltarla, como habían asaltado Villafranca. Pero cuando estuvieron dos días ante el lugar, se sorprendieron al escuchar que una gran fuerza francesa marchaba contra ellos.
No era Ney regresando de Asturias, sino el cuerpo de Soult que se retiraba de Orense. Negándose sabiamente a enfrentarse a un ejército de 19.000 hombres, Mahy levantó el asedio y se retiró a Villalba en los pliegues de la Sierra de Loba. El 22 de mayo, Soult entró en Lugo, donde por fin pudo dar a sus hombres 9 días de descanso. Aprovechó el descanso para buscar medios para reacondicionar con equipamiento adecuado a su CE, pues estaban en una condición de absoluta indigencia y totalmente incapaces de salir de campaña.
En Castropol Ney escuchó que Lugo había estado en peligro y que había sido aliviada. Pero también recibió noticias de mayor importancia de otro sector. Maucune y el destacamento que había dejado en Santiago habían sido derrotados en campo abierto por los insurgentes del sur de Galicia y se habían visto obligados a replegarse sobre La Coruña. Este era un momento de peligro, por lo que Ney ni se movió para unirse a Soult en Lugo, ni se dispuso a cazar a Mahy en las montañas, sino que marchó directamente hacia La Coruña para socorrer a Maucune.
División del Miño
La fuerza que había derrotado a ese general estaba formada principalmente por los insurgentes, que habían acosado Tuy y Vigo en marzo y abril. Se formó el RI de la Unión con unos 2.000 hombres de Cotobad, Caldevergazo, Montes y Peñaflor, hombres jóvenes y muchos ya aguerridos, si bien desconocedores por el momento de la táctica del combate en formación. Se dio el mando al coronel Morillo, que con García del Barrio, que empezaron a someterlos a algún tipo de disciplina, y los organizaban en 3 BIs con sus compañías. Pero el núcleo de la División del Miño, como se llamaría esa fuerza, estaba compuesto por el pequeño cuerpo de regulares que La Romana había dejado en Puebla de Sanabria, al mando de Martín La Carrera.
Después de dar algunas semanas de descanso, marchó vía Monterrey y Orense para unirse al ejército insurreccional. Llevaba consigo 9 cañones y 2.000 hombres. El 22 de mayo Carrera y Morillo cruzaron el río Ulla y avanzaron hacia Santiago con 10.000 hombres, de los cuales solo 7.000 poseían armas de fuego. Maucune salió a recibirlos en el Campo de Estrella, en las afueras de la ciudad, con sus 4 BIs (3.000) y un RC de cazadores (300), pensando en conseguir un éxito fácil cuando el enemigo le ofreciera batalla a campo abierto.
Maucune atacó con su fuerza, pero era superado en número por tres a uno, y como los gallegos mostraron mucho ánimo y se mantuvieron firmes y le rechazaron. Carrera luego contraatacó a su vez, empujó a los franceses a Santiago, los persiguió por la ciudad y durante una legua más allá. Maucune resultó herido y perdió 600 hombres, una quinta parte de toda su fuerza, y dos cañones. Huyó en desorden en La Coruña. Tuvo la osadía de escribir a Ney que se había retirado después de un combate indeciso, pero el mariscal, leyendo entre líneas de su despacho, se apresuró a La Coruña con todas las tropas que habían regresado de Asturias.
Dejando su cuerpo principal frente a la División del Miño, Ney se dirigió a Lugo, para concertar un plan de operaciones conjunto con Soult el 30 de mayo. Los resultados de su conferencia un tanto tormentosos.
Se unieron otro regimiento llamado Victoria o la Muerte, formado por voluntarios de Trasdeza, Tabeirós, Codeseda, y otros pueblos cercanos de la comarca; se le dio el mando de esta unidad al capitán Colombo. Otra unidad de las constituidas fue el batallón de Morrazo, formado por la junta comarcal, poniéndose, al frente de él al capitán Guijarro, un pontevedrés qué mandado la alarma de Morrazo, esperaba mandar este batallón. Otra fue el batallón de Mourentán, llamado así a petición del abad del Cóuto de Rouzas, dándosele el mando al capitán Aguirre; estaba formado por gentes de Felipe Concha, con unas 150 plazas.
Todas estas fuerzas sumaban en total unos 7.500 hombres, pero tan solo la cuarta parte de ellos tenía armas de fuego. Tampoco tenía la división, por el momento, ni caballería ni artillería de campaña.
García del Barrio se puso pronto en campaña; había que aprovechar la ausencia de Ney y de los 3.000 hombres que con él llevó a Asturias. Situó su cuartel general en Porranes (entre Pontevedra y Caldas de Reyes), para desde allí distribuir las fuerzas en despliegue defensivo en la margen izquierda del río Ulla.
Regreso de La Romana a Galicia
Mientras tanto, la situación detrás de ellos estaba cambiando rápidamente. El 24 de mayo, La Romana, que había desembarcado en Ribadeo, se reunió con Mahy y su ejército en Villalba. El Marqués, al examinar la situación, llegó a la conclusión de que era demasiado peligroso permanecer en el ángulo norte de Galicia, entre el ejército francés en Lugo y el mar. Resolvió regresar a la región sur de la provincia y ponerse en contacto con Carrera y las tropas en el Miño.
Por lo tanto, ordenó a su ejército que se preparara para otra marcha forzada a través de las montañas. Murmuraron, pero obedecieron y, deslizándose cautelosamente por delante del cuerpo de Soult con un movimiento de flanco, cruzaron la carretera a Villafranca y llegaron a Monforte de Lemos. Desde allí descendieron a salvo a Orense, donde La Romana estableció su cuartel general el 6 de junio. Así, los españoles volvieron a alinearse y prepararse para defender todo el sur de Galicia.
Derrota de Ballesteros
En Asturias tras la marcha de Ney el 22 de mayo, Kellermann estaba en Oviedo y Bonnet en Infiesto. Pero pocos días después, este último general recibió la inquietante noticia de que Ballasteros, cuyos movimientos hasta ese momento se le habían escapado, se dirigía hacia el este, y podía tener la intención de hacer una incursión en los llanos de Castilla o de descender sobre Santander y su débil guarnición.
Ballasteros, de hecho, había resuelto provocar problemas en la retaguardia de Bonnet, con el objeto de sacarlo de Asturias. Dejando su refugio en Covadonga el 24 de mayo, marchó por caminos de herradura a Potes en el alto valle del Deba. Allí permaneció unos días y, al ver que no lo perseguían y que su situación exacta era desconocida para los franceses, decidió lanzarse a Santander. A partir del 6 de junio y manteniéndose en las montañas, logró su fin con éxito, y llegó a su meta antes de que la guarnición de ese lugar tuviera conocimiento de su acercamiento.
En la mañana del 10 de junio irrumpió en la ciudad, expulsando al general Noirot, que escapó con 1.000 hombres, pero capturó a 200 de la guarnición y 400 enfermos en el hospital, así como la totalidad de las provisiones y municiones de los regimientos de Bonnet. Entre sus otros premios estaba la suma de 10.000 libras en efectivo, en el cofre militar de la división. Algunos de los franceses intentaron escapar por mar, en tres corbetas y dos lugres que estaban en el puerto, pero las fragatas británicas Amelia y Statira, que estaban frente a la costa, los capturaron a todos. Este fue un golpe espléndido, y si Ballasteros hubiera sido prudente, podría haber salido ileso con todo su botín. Pero permaneció en Santander, aunque sabía que Bonnet debía estar persiguiéndolo, y decidió defender la ciudad.
El general francés había comenzado a proteger su base y sus depósitos, en el momento en que averiguó la dirección real de la marcha de Ballasteros. La noche del 10 de junio se encontró con la guarnición fugitiva y se enteró de que Santander había caído. A última hora del día siguiente llegó a los suburbios y envió 2 BIs para que se precipitaran hacia el lugar. Fueron rechazados; pero al día siguiente, Bonnet atacó por la mañana con todas sus fuerzas, los asturianos fueron derrotados y la incursión de Ballasteros terminó en un desastre. Él mismo escapó por mar, pero 3.000 de sus hombres fueron capturados y el resto se dispersó.
Los franceses recuperaron a sus enfermos y prisioneros, y las provisiones que los españoles no habían consumido. Los restos de la división de Ballasteros volvieron sobre las colinas hasta su principado natal, salvo un destacamento, los regulares del RI Princesa de La Romana. Este pequeño cuerpo de 300 hombres giró hacia el sur, y con una asombrosa marcha a través de Castilla la Vieja y Aragón llegó a Molina en las fronteras de Valencia, donde se unieron al ejército de Blake. Habían recorrido 400 km a través de un territorio del que se suponía que los franceses estaban en posesión militar, pero se abrieron paso entre las guarniciones en perfecta seguridad, porque el campesinado nunca traicionó su posición al enemigo.
Por desastroso que fuera su final, la expedición de Ballasteros aún había cumplido su propósito. No solo había confundido a todas las guarniciones francesas de Vizcaya y Guipúzcoa, sino que incluso el gobernador de Bayona se había asustado y había enviado despachos alarmantes al Emperador. Esto era relativamente poco importante, pero era un asunto muy diferente que Bonnet se había visto obligado a evacuar Asturias, cuya región oriental estaba ahora libre de los invasores.
Abandono de Asturias
Kellermann seguía en Oviedo, preocupado pero no seriamente amenazado por Worster y los asturianos del oeste. Pero pocos días después de la partida de Bonnet recibió una petición de Mortier, respaldada por órdenes del rey José, de que la división del CE-V que le había sido prestada regresara instantáneamente a Castilla. Este fue uno de los resultados de la campaña de Wellesley en el Duero, porque Mortier, al enterarse de la expulsión de Soult del norte de Portugal, imaginó que el ejército británico, libre para nuevas acciones, avanzaría por Almeida y Ciudad Rodrigo y caería sobre Salamanca. Necesitaba la ayuda de su segunda división, que Kellermann se vio obligado a devolver. Por lo que no solo era inútil, sino extremadamente peligroso quedarse en Oviedo con el pequeño remanente de la fuerza expedicionaria, cuando los regimientos de Girard habían sido retirados. Por lo tanto, Kellermann resolvió sabiamente evacuar todo el Principado y regresó a León por el paso de Pajares en la tercera semana de junio.
Así terminó en completo fracaso el gran ataque concéntrico sobre Asturias. Las causas del fiasco fueron dos. Los generales franceses eligieron como objetivo, no los ejércitos enemigos, sino su capital y base de operaciones. En España, la conquista era inútil a menos que se pudiera dejar atrás una guarnición para controlar el territorio invadido. Pero ni Ney, Kellermann ni Bonnet tenían tropas para dedicarlas a tal fin: invadieron Asturias con regimientos prestados de otras regiones, de los que no podían disponer por mucho tiempo. Era imposible guarnecer Asturias, la invasión se limitó a una mera incursión, que dejó intacta a la mayor parte del ejército español.
Al intentar conquistar Asturias, los franceses casi perdieron Galicia. Solo la aparición de Soult impidió que esa región cayera completamente en manos de Mahy y La Carrera, y esa aparición fue tan involuntaria como inesperada.
Batalla del Puente de Sampayo (7 y 8 junio 1809)
Cuando el 30 de mayo de 1809, Ney llegó a Lugo y se reunió con Soult en una conferencia, parecía que había llegado el momento de hacer un esfuerzo serio para someter a los insurgentes gallegos. Toda la fuerza de los CE-II y CE-VI estaba concentrada en el estrecho triángulo entre Ferrol, La Coruña y Lugo. Los dos mariscales tenían todavía 33.000 hombres aptos para el servicio, después de descontar los enfermos y heridos. Si se descuentan las guarniciones competentes para las tres ciudades importantes, todavía podrían contar con unos 25.000 efectivos para operaciones, y con tal fuerza Ney opinaba que la insurrección podría ser derrotada.
El CE-II se encontraba en un estado deplorable en cuanto a equipamiento, pero, por otra parte, La Coruña y El Ferrol seguían llenas de los pertrechos, armas y municiones que habían sido capturados cuando se rindieron La Coruña y Ferrol. Por lo que se reequipó las tropas con mosquetes y municiones, y se les proporcionó 8 cañones ligeros que el duque de Dalmacia no quiso tomar. Los caballos y las mulas eran escasos e inalcanzables, casi la mitad de la caballería de Soult estaba desmontada y había perdido a la mayoría de sus monturas entre Guimaraes y Montalegre.
Sin embargo, el CE-II después de una semana de descanso en Lugo, volvió a estar en condiciones operativas. Sus hombres enfermos habían sido dejados en el hospital de Oporto, o habían caído por el camino en los espantosos desfiladeros de Ruivaens y Salamonde. Todo lo que quedaba eran veteranos curtidos por la guerra, y de los 19.000 efectivos de Soult, no tenía más de 800 enfermos y heridos. Resolvió desembarazarse de otro obstáculo, su caballería desmontada, y en cada regimiento hizo que los escuadrones III y IV entregaran sus monturas a los I y II. Los 1.100 soldados que quedaron sin montura fueron armados con mosquetes y formaron una columna, a la que se sumaron los cuadros de ciertos BIs pertenecientes a los RIs que más habían sufrido. En esos RIs, los BIs III y IV, entregaron sus efectivos a los demás, mientras que los oficiales y suboficiales debían ser enviados al BI-V de depósito para organizar nuevas unidades.
El destacamento fue puesto al mando del general Quesnel, a quien se le ordenó que se abriera paso hacia Astorga por la carretera: se esperaba que pasara sano y salvo, dado que La Romana había retirado su ejército al sur de Galicia. La columna fue afortunada, aunque se vio obligada a luchar con una nutrida asamblea de campesinos en Doncos, a medio camino entre Lugo y Villafranca, alcanzó su meta sin grandes pérdidas, habiendo sido constantemente acosada por la guerrilla.
La fuerza disponible de Soult, después de enviar a sus enfermos a los hospitales de Lugo y despedir al destacamento de Quesnel, era de unos 17.000 efectivos. A Ney le quedaban unos 15.000. Los dos mariscales estaban obligados, tanto por las órdenes del Emperador como por las necesidades de la situación, a cooperar entre sí. Pero había una divergencia fundamental entre sus objetivos e intenciones. Ney se había hecho cargo de Galicia y consideraba que era su deber conquistar y controlar la provincia. Se negó a mirar más allá, ni a tomar en consideración el progreso de las operaciones en otras partes de la Península.
A Soult, en cambio, siempre le gustaba jugar su propio juego y no tenía ganas de quedarse en Galicia para aligerar la tarea de su colega. Estaba disgustado con la tierra, sus montañas y sus insurgentes, y estaba ansioso por encontrar alguna excusa para dejarlo. No tuvo dificultad en descubrir muchas razones excelentes para retirarse a las llanuras de León. El primero fue el estado ruinoso de sus tropas: a pesar de los recursos que Ney había prestado, el CE-II todavía carecía de ropa, sueldo y transporte. Soult había escrito al rey José el 30 de mayo para pedirle que le enviaran todos estos artículos necesarios a Zamora, donde pretendía recogerlos.
El principal objetivo del Emperador era la expulsión del ejército británico de la Península. Pero si el CE-II se unía al CE-VI en una larga, y probablemente infructuosa, cacería tras el evasivo general La Romana; Wellesley quedaría libre para marchar a donde quisiera. Podría basarse en Almeida y Ciudad Rodrigo, y hacer una incursión repentina en León y Castilla la Vieja, donde el pequeño cuerpo de Mortier sin duda resultaría inadecuado para detenerlo. O podría irse hacia el sur y caer sobre el CE-I de Víctor en Extremadura, un movimiento que muy probablemente podría conducir a la pérdida de Madrid.
Soult, por tanto, opinaba que su deber era descender a León, y unirse a Mortier para hacer un ataque demostrativo contra Portugal, que obligaría al ejército británico a ponerse a la defensiva y a abandonar cualquier idea de invadir España por el valle del Duero o por el del Tajo. “No podía apartar los ojos de Portugal”, como se quejaban Jourdan y el rey José. No hay la menor duda de que Soult tenía razón al dirigir su atención principal en esa dirección. El ejército inglés era el enemigo más peligroso; y fue la posición de flanqueo de Portugal lo que hizo que los movimientos franceses hacia el sur de España fueran peligrosos o impracticables.
Sin embargo, todos los argumentos de Soult le parecieron a su colega meras excusas destinadas a encubrir una determinación egoísta de abandonar el CE-VI y eludir el deber de cooperar en la conquista de Galicia. Insistió en que Soult debía ayudarlo a aplastar a La Romana antes de emprender cualquier otra tarea. Finalmente, Soult cedió, o fingió ceder, a las peticiones de Ney, prometió prestar su ayuda para la represión de la insurrección gallega en determinadas condiciones. En consecuencia, se elaboró un plan de acción combinada.
Según este esquema, Ney debía avanzar de La Coruña a Santiago con el CE-VI, y conducir al grueso de los insurgentes hacia el sur en dirección a Vigo y Tuy, siguiendo la línea de la gran carretera de la costa. Mientras tanto, Soult debía operar en el interior, contra el flanco expuesto del enemigo. Debía marchar desde Lugo por el valle del Alto Miño, empujando ante él todo lo que se interpusiera en su camino, con el objetivo de empujar al enemigo hacia Orense y luego hacia el mar.
Si todo iba bien, el ejército de La Romana, así como los insurgentes de la costa, quedarían finalmente encerrados entre los dos mariscales y los acantilados del Atlántico, y, como se esperaba, serían exterminados o forzados a rendirse. Pero La Romana era el único comandante español que había resuelto no luchar nunca si podía evitarlo.
El 1 de junio, Ney y Soult se separaron, comenzando uno en el camino a La Coruña, el otro en el que conduce a Orense por el valle del alto Miño.
Mientras tanto, los españoles habían estado haciendo todo lo posible por reorganizar el ejército de Galicia. Aprovechando el poco tiempo de respiro que habían ganado al reclutar de nuevo en el antiguo cuerpo a los numerosos rezagados que comenzaron a volver a sus colores a medida que avanzaba el verano, y levantaron nuevos batallones de voluntarios. La Romana estaba en Orense con el cuerpo principal del ejército original, que había elevado sus efectivos a 7.000 debidamente equipados y cerca de 3.000 reclutas desarmados, todavía le quedaban cañones.
La división del Miño ya no estaba bajo el mando de Carrera y Morillo, habían sido reemplazados por la llegada del conde de Noroña a quien la Junta Central había cedido el mando. Este oficial se encontró a la cabeza de unos 10.000 hombres, de los cuales solo unos 2.500 eran regulares y el resto eran campesinos nuevos, pero tan eufóricos por sus últimos éxitos en Vigo y el Campo de Estrella, que era difícil reprimirlos de tomar la ofensiva. Afortunadamente, Noroña estaba dotado no solo de tacto, sino de cautela; sabía cómo mantener unida a la horda sin permitir que se salieran de control y se negaba rotundamente a arriesgarlos en campo abierto.
El 5 de junio, Ney llegó a Santiago con el cuerpo principal del CE-VI: 18 BIs, 3 RCs y 2 Bías. Había vuelto a dejar La Coruña, Ferrol y Lugo a cargo de guarniciones muy pequeñas.
Ante la noticia de la aproximación del mariscal, el general español retiró todas sus fuerzas detrás del estuario conocido como Oitaven, una amplia extensión de agua de marea donde varios pequeños torrentes de montaña se encuentran en la cabecera de una larga bahía. Noroña pudo haber disputado las líneas del río Ulla y el río Vedra, pero ninguno de estos ríos ofrecía una posición defensiva tan buena como el río Oitaven. Allí las colinas del interior descienden mucho más cerca del mar que en las desembocaduras del Ulla y del Vedra, por lo que hay una línea mucho más corta que defender, entre la marca de la bajamar y el pie de la inaccesible sierra de Suido.
No había camino hacia el interior por el que se pudiera envolver la posición, por lo que los gallegos solo tenían que custodiar los 6 km de ribera entre el mar y la montaña. Había que vigilar dos puentes: el de la carretera a Vigo cruza el río Oitaben justo donde se estrecha y deja de ser marea. El segundo fue el de Caldelas, 6 km más hacia el interior, donde un camino lateral al pueblo de Sotomayor cruza el río Verdugo, el más septentrional de los tres torrentes que se unen para formar el Oitaven.
Noroña había destruido 4 arcos del gran puente de Sampayo. El de Caldelas no lo había sido destruido, sino que lo habían atrincherado: habían trazado una doble línea de trincheras en la ladera que lo domina, y habían colocado allí una batería que contenía parte de su pequeña provisión de artillería; no tenía más que 9 cañones y 2 morteros sacados de las murallas de Vigo. Morillo se hizo cargo de esta parte, Noroña se hizo cargo de Sampayo. No habían descuidado ninguna precaución menor que fuera posible: algunas cañoneras, una de las cuales estaba tripulada por marineros ingleses extraídos de las dos fragatas de la bahía, patrullaban la parte de marea del Oitaven y flanqueaban el puente roto. Winter, el oficial superior naval presente, puso a sus infantes de marina en tierra junto con 60 rezagados del ejército de Moore, que habían sido liberados por los campesinos del cautiverio francés en Vigo, que se encuentra a pocos kilómetros más allá del Oitaven.
El 7 de junio Ney llegó y comprobó que el puente de Sampayo estaba destruido. Su artillería intercambió algunas salvas sin objeto con la de Noroña, mientras su caballería buscaba posibles puntos de paso. No pudieron encontrar ninguno salvo el puente fortificado de Caldelas, y un vado muy difícil justo encima de él, dominado como el puente, por las trincheras españolas en la ladera. También se informó al Mariscal que en el puente de Sampayo mismo había otro vado, transitable solo durante la marea baja durante tres horas seguidas.
Estos informes no eran en absoluto alentadores: la posición española era casi inexpugnable y no había forma de envolverla. Ney decidió hacer un intento de forzar el paso del Oitaben. Por lo tanto, en la mañana del 8 de junio, después de un cañoneo largo e infructuoso, un cuerpo de infantería trató de pasar por el vado frente a la aldea de Sampayo, mientras que otro, con algo de caballería, intentaba cruzar el otro vado en Caldelas y asaltar su puente. En ambos lugares, los gallegos se mantuvieron firmes, y los jefes de la columna fueron expuestos a un fuego tan furioso que sufrieron muchas bajas y no pudieron llegar a la orilla más alejada. Por lo tanto, el mariscal los ordenó retroceder y se negó repetir el ataque. Los franceses sufrieron 700 bajas y los españoles menos de 200.
Aquella noche, Ney recibió noticias que lo convencieron de que Soult lo había dejado en la estacada y no tenía intención de proseguir su marcha sobre Orense, para virar el flanco enemigo. Se informó que CE-II, después de hacer solo dos días de marcha desde Lugo, se había detenido en seco en Monforte de Lemos y no daba señales de avanzar. De hecho, Soult había puesto a sus unidades en acantonamientos y era evidente que estaba a punto de hacer una parada prolongada.
Los franceses abandonan Galicia
En la mañana del día 9 de junio, Ney ordenó que sus tropas se retiraran por el camino de Santiago y La Coruña. El 10 de junio, Ney envió a un ayudante de campo con una gran escolta, para contactar con Soult e informar de sus intenciones.
Pasaron más de 10 días antes de que se recibiera la respuesta. El 21 de junio, llegó la respuesta de Soult, lo habían encontrado marchando, no hacia Orense, sino hacia el este, en dirección a los límites de León, y se negó a dar marcha atrás.
Ney abandonado por su colega, y con el cuidado de toda Galicia en sus manos, se negó a arriesgar la seguridad del CE-VI y evacuó La Coruña y Ferrol el 22 de junio, concentrando toda su fuerza en Lugo. Allí recogió a los enfermos y heridos del CE-II de Soult y los suyos, y en seis jornadas de marchas se retiró por la carretera de Villafranca hasta Astorga, a donde llegó el 30 de junio.
Todos los días fue acosado por la guerrilla local, pero ni Noroña ni La Romana se habían atrevido a entrometerse con él. Enfadado por los constantes ataques insurgentes, saqueó todos los lugares por los que pasó, desde Villafranca y Ponferrada hasta los caseríos más pequeños. Se dice que 27 pueblos y aldeas gallegas fueron quemados por el CE-VI durante su retirada.
El CE-II en su tortuosa marcha desde Lugo hasta los llanos de León, envió a Loison con una división por la carretera que bajaba por la orilla izquierda del río Miño el 1 de junio. Él mismo siguió con el resto del ejército al día siguiente. El 3 de junio, el mariscal llegó a la ciudad de Monforte de Lemos, entre el Miño y el Sil, que encontró desierta porque sus habitantes, obedeciendo las órdenes de La Romana, habían subido a las montañas.
El 11 de junio, Soult finalmente siguió su camino, no hacia Ney, sino en la dirección opuesta, por el valle del Sil, con la cara hacia el este.
El 13 de junio, Soult llegó a Montefurado, donde el Sil está atravesado por masas de rocas que habían caído en su lecho, el río se abre paso debajo de ellas por un túnel de veinte metros de ancho, que se supone que fue excavado por los romanos. Cruzando este puente natural, se desvía hacia el sur para seguir el valle del Bibey, que conduce a Puebla de Senabria y los llanos de León. No encontró resistencia, salvo insurgentes locales, encabezados por el abad de Casoyo y un partisano llamado el Salamanquino, que había recibido poca o ninguna ayuda del ejército regular. De hecho, las únicas tropas españolas en este remoto rincón de Galicia eran 200 hombres al mando de un oficial llamado Echevarria, en un depósito dejado en Puebla de Sanabria por La Carrera, cuando había marchado a Vigo en mayo. Este puñado de hombres se unió a la guerrilla local, y la aparición de sus uniformes entre las filas enemigas le sirvió a Soult como excusa para afirmar que se estaba enfrentando al ejército de La Romana.
La Romana estuvo primero en Orense, luego en Celanova, finalmente en Monterey en la frontera portuguesa, siempre moviéndose hacia la derecha, paralelo al avance del Mariscal, para evitar ser flanqueado. Spult solo tenía que lidiar con los campesinos del valle del Bibey. Empujándolos a derecha e izquierda y devastando el campo a ambas orillas del río, llegó a Viana el 16 de junio. Desde allí, Franceschi envió una expedición volante por las colinas a La Gudiña en la carretera de Monterey a Puebla de Sanabria.
Fue en la parada de Larouco durante la marcha, cuando Soult recibió el despacho que Ney le había escrito desde Santiago el 10 de junio. Su respuesta fue una negativa para volver en ayuda del CE-VI.
El 23 de junio Soult abandonó el valle del Bibey y cruzó la vertiente de la Sierra Segundera en dos columnas, una descendiendo a La Gudiña, la otra por Lobian. Los días 24 y 25 todo el ejército se reunió en Puebla de Sanabria. La ciudad fue tomada sin que se realizara un solo disparo; y los franceses encontraron allí varios cañones que La Carrera no se había llevado cuando marchó a Vigo, y que Echevarría había clavado, pero se había olvidado de destruir.
El CE-II descansó durante 5 días en Puebla de Sanabria, donde obtuvo abundancia de alimento y cómodo alojamiento. Pero Franceschi y su caballería ligera, reducida a no más de 700 caballos, fueron enviados de inmediato a Zamora, para informar al rey José de la proximidad del CE-II y para pedir provisiones, dinero, artillería, y ropa.
El grueso de Soult partió de Puebla de Sanabria el 29 de junio, desde allí las tropas de Mermet, Delaborde y Lorges marcharon a Benavente, y las de Merlé y Heudelet a Zamora. En esos lugares disfrutaron de unos días de descanso y empezaron a acondicionarse. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que fueran llamados a participar en otra gran campaña, y una vez más para enfrentarse a los ingleses.