Siglo XIX Guerras Realistas en España Los Cien Mil Hijos de San Luis. Preparación de la expedición

Congreso de Verona

El Tratado de la Santa Alianza firmado en Viena fue una iniciativa del zar Alejandro I que buscaba la unidad de la cristiandad en la defensa del absolutismo, pero también era un instrumento de Rusia contra la política exterior británica. Fue firmada en 1815 por el emperador de Austria, Francisco I, el rey Federico Guillermo de Prusia y el Zar. Fernando VII firmó el tratado un año después gracias a las gestiones del plenipotenciario ruso, Tatischeff, muy cercano al monarca español.

En el Congreso de Aquisgrán (1818) solucionó la evacuación militar de Francia y decidió la inclusión de este país en la Santa Alianza.

En el Congreso de Troppau (1820), en el que Austria, Prusia y Rusia acordaron la intervención militar en los países en los que triunfase un gobierno revolucionario. Finalmente, se encargó a Austria la intervención para sofocar la revolución en Nápoles.

Un mes más tarde comenzaba el Congreso de Leibach en el que se presionó a Francia para que interviniese contra el gobierno liberal español, pero no se hizo nada.

El Congreso de Verona se celebró entre el 20 de octubre y el 14 de diciembre de 1822, para tratar el levantamiento griego contra el dominio del Imperio otomano. Pero en él se trató la intervención de Francia en España. Fernando VII había enviado cartas apremiantes al rey francés Luis XVIII y al zar ruso Alejandro I.

Congreso de Verona 1822. Caricatura del Congreso. Biblioteca del Palacio, Madrid.

Para neutralizar los peligros de la intervención francesa, el Zar propuso una intervención colectiva que llevase tropas rusas a través de Europa, lo que sin duda no resultaba aceptable ni para Francia ni para las demás potencias; en concreto, el gobierno francés declaró que bajo ninguna circunstancia permitiría que una tropa extranjera atravesara su país. El gobierno británico mantuvo su oposición mientras Austria y Prusia, que apoyaban claramente el principio de intervención, insistían en que no disponían ni de las tropas ni del dinero necesarios para participar en ella.

Para neutralizar los peligros de la intervención francesa, el Zar propuso una intervención colectiva que llevase tropas rusas a través de Europa, lo que sin duda no resultaba aceptable ni para Francia ni para las demás potencias; en concreto, el gobierno francés declaró que bajo ninguna circunstancia permitiría que una tropa extranjera atravesara su país. El gobierno británico mantuvo su oposición mientras Austria y Prusia, que apoyaban claramente el principio de intervención, insistían en que no disponían ni de las tropas ni del dinero necesarios para participar en ella.

Finalmente, Austria, Prusia y Rusia (Gran Bretaña se negó a adherirse) se comprometieron el 19 de noviembre a apoyar a Francia si esta decidía intervenir en España, pero exclusivamente en tres situaciones concretas:

A pesar de que ninguna de estas tres situaciones se materializó, la gloria de Francia dependía de salvar al rey “cautivo” de España, ya que esto fortalecería el régimen de Luis XVIII, devolvería a Francia al primer plano internacional; y nada mejor sería que hacerlo en una nación debilitada internamente, como la España del momento.

  • 1) si España atacaba directamente a Francia, o lo intentaba con propaganda revolucionaria;
  • 2) si el rey de España fuera desposeído del trono, o si corriera peligro su vida o la de los otros miembros de su familia;
  • 3) si se produjera cualquier cambio que pudiera afectar al derecho de sucesión en la familia real española.

Actuación de las bandas realistas

Las partidas realistas fueron grupos guerrilleros absolutistas que se formaron en España durante el Trienio Liberal para intentar derribar el régimen constitucional que surgió de la Revolución de 1820 y restablecer el poder absoluto del rey Fernando VII.

Aunque aparecieron algunas en 1820, fue a partir de la primavera de 1821 cuando proliferaron y el momento de mayor auge lo alcanzaron al año siguiente, dando lugar en Cataluña, Navarra y el País Vasco a una situación de abierta guerra civil que se saldó inicialmente con su derrota por los ejércitos constitucionalistas lo que obligó a los realistas a huir a Francia o a Portugal.

Las primeras de las que se tiene noticia aparecieron en Galicia en una fecha tan temprana como abril de 1820​, organizadas por absolutistas exiliados en Francia y conectados con el Palacio Real. Los métodos y la forma de operar de las partidas eran muy semejantes a los que había utilizado la guerrilla durante la Guerra de la Independencia.

Los jefes de las partidas fueron en su mayoría eclesiásticos (en Navarra el 50 %), nobles (en Galicia el 45 %), propietarios y campesinos (en Cataluña también hay que incluir a los mozos de escuadra). En cuanto a sus integrantes, Ramon Arnabat ha destacado «que la inmensa mayoría de los enrolados en las partidas realistas no tenían ninguna propiedad, pertenecían a las clases más pobres de la sociedad y se ganaban la vida trabajando para otros ya fuera a jornal o en aparcería, con la matizada presencia de artesanos y menestrales, y tejedores, en algunas ciudades medianas. …En resumen, los pequeños campesinos y los jornaleros, los tejedores y los artesanos y menestrales conforman la base social del realismo».

Aunque al principio no tuvieron mucha entidad,​ a partir de la primavera de 1821 se produjo un gran crecimiento de las partidas realistas.​ Su radio de acción «se fue desplazando del sur (Andalucía) y del centro peninsular (Castilla la Nueva) hacia el norte: Galicia, Asturias, Castilla la Vieja, Extremadura, las Vascongadas, Navarra, Aragón; Valencia y Cataluña; y su número se triplicó entre 1820 y 1821». Las más conocidas fueron la del cura Jerónimo Merino, que actuaba sobre todo en Burgos; la de Joaquín Ibáñez Cuevas, barón de Eroles, y la de Antonio Marañón, el Trapense, que actuaban en Cataluña; la de Pedro Zaldívar, que actuaba por la Serranía de Ronda; la de Manuel Hernándezalias el Abuelo, que actuaba por Madrid y Aranjuez; o la de Manuel Freire de Andrade y el canónigo de Santiago Manuel Chantre, que formaron la Junta Apostólica en Galicia.

Durante la primavera de 1822 se incrementaron notablemente las acciones de las partidas realistas (sobre todo en Cataluña, Navarra, el País Vasco, Galicia, Aragón y Valencia, y de forma más esporádica en Asturias, Castilla la Vieja, León, Extremadura, Murcia, Andalucía y Castilla la Nueva). En las zonas más afectadas se vivió una verdadera guerra civil en la que era imposible quedar al margen, y de la que salió muy mal parada la población civil de uno y otro bando: represalias, requisas, contribuciones de guerra, saqueos, etc. Los realistas llegaron a tener una fuerza entre 20.000 y 30.000 efectivos.

Un hecho decisivo fue la toma de la Seo de Urgel el 21 de junio de 1822, por los jefes de las partidas realistas Juan Romagosa y el Trapense, al mando de una tropa de 2.000 hombres. Al día siguiente se estableció allí la Junta Superior Provisional de Cataluña, que se esforzó por crear un ejército regular y establecer una administración en las zonas del interior de Cataluña ocupadas por los realistas, ya que «a partir de ese momento la contrarrevolución contó con un núcleo rebelde en territorio español. Era una de las condiciones que había impuesto Francia para prestar su apoyo al rey. Cuando llegó la noticia a Aranjuez los cortesanos elevaron el ánimo y retomaron con nueva energía la actividad conspirativa.

Guerrillero realista Antonio Marañón, el Trapense, litografía de Friedrich August Fricke, grabador E. Pönicke.

Una columna de realistas de las que vagaban por España, por las tierras del Bajo Aragón, se dirigió a Castilla la Nueva, y pisando los términos de la provincia de Guadalajara, se acercó a Madrid lo bastante para causar, si no inquietud, escándalo en todos y descrédito en el Gobierno. Mandaban aquellas fuerzas un oficial antiguo del Ejército, extranjero, si no de patria, de origen, llamado N. Italmann, y un osado aventurero francés o italiano, que llevaba el nombre de Bessières, dudándose que era este su apellido verdadero, el cual un tiempo constitucional ardoroso, y luego sospechado de republicano, escapado de la prisión en que por promovedor de alborotos estuvo condenado a muerte, mudando de bandera, militaba bajo la del rey absoluto. Para ahuyentar tales tropas allegadizas, tenidas por gavillas despreciables, fue destinada una fuerza no corta, a la que se agregaron algunos milicianos de la Milicia local de caballería, de Madrid. Iba también allí el regimiento de milicias provinciales de Bujalance, que pocos días antes había estado en Madrid.

Al frente de esta expedición quiso ponerse y fue el capitán general de Castilla la Nueva, Demetrio O’Daly. Llegó esta fuerza a Guadalajara, y pasando de allí, fue sobre Brihuega. Las tropas constitucionales llevaron una completa derrota, perdiendo toda su artillería, algunos muertos y un elevado número de prisioneros, y huyendo en confuso desorden hasta las mismas puertas de Madrid todos cuantos salieron ilesos del campo de batalla, causó asombro y pavor en Madrid tal suceso.

Los numerosos absolutistas que había la capital de España se presentaron amenazadores y alzaron el grito contra el Gobierno; los indiferentes y pacíficos temblaron, temiendo ver la población hecha presa de un alboroto dentro de su recinto y combatida desde afuera por los rebeldes vencedores.

Sin embargo, las medidas militares adoptadas por las Cortes y por el Gobierno liberal exaltado de Evaristo San Miguel, que se sumaban a la declaración del estado de guerra en Cataluña el 23 de julio,​ dieron sus frutos y durante el otoño y el invierno de 1822-23, tras una dura campaña que duró seis meses, los ejércitos constitucionales, uno de cuyos generales era el antiguo guerrillero Espoz y Mina, fue enviado a Cataluña, donde llevó a cabo una campaña que le permitió limpiar la región de partidas realistas en el espacio de seis meses. Arrasó la población de Castellfullit de Riubregós y tomó Seo de Urgel, acciones por las que fue ascendido a teniente general.

También se dieron la vuelta a la situación y obligaron a los realistas de Navarra y las Vascongadas a huir a Francia (unos 12.000 hombres) y a los de Galicia, Castilla la Vieja, León y Extremadura a huir a Portugal (unos 2.000 hombres).

Pero la situación dio el vuelco definitivo cuando el 7 de abril de 1823, empezó a atravesar la frontera española el ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis que contaba con el apoyo de tropas realistas españolas que se habían organizado en Francia antes de la invasión, entre 12.000 y 35.000 hombres, según las diversas fuentes y a las que se fueron sumando conforme fueron avanzando las partidas realistas que habían sobrevivido a su derrota por el ejército constitucional.

La crisis de febrero de 1823

Al mismo tiempo que tenía lugar la exitosa campaña de Espoz y Mina en Cataluña y que Evaristo San Miguel rechazaba “con dignidad y altanería” las notas amenazantes enviadas por Francia y por las tres potencias absolutistas de la Santa Alianza (lo que le dio popularidad) y se hacían llamamientos patrióticos a la resistencia como en 1808, el gobierno adoptaba unas medidas un tanto desconcertantes. En enero disolvía el Batallón Sagrado, que había tenido un papel destacado en la Jornada del Siete de Julio, con el pretexto de que ya no era necesario, y al mes siguiente comenzaba a hacer lo mismo con la Milicia Nacional, alegando la misma razón. Además, el 4 de febrero el jefe político superior de Madrid, Juan Paralea, cerraba la Sociedad Landaburiana, con el pretexto de que el edificio que la albergaba amenazaba ruina, e impulsaba la unión de un sector de los comuneros con los masones, lo que iba a provocar la división de La Comunería en dos mitades irreconciliables, una más moderada y otra más radical, con conexiones esta última con la Carbonería italiana.​ Según Alberto Gil Novales, «la escisión en las filas de la Comunería… contribuyó a dejar al país indefenso ante las tropas francesas».

Este fue el contexto en que se produjo la intervención de Fernando VII que dejó al país sumido en una grave crisis institucional. El 15 de febrero las Cortes, tras un duro debate, habían acordado el traslado de las instituciones y de la corte a un punto más protegido, Madrid era “pueblo abierto, no susceptible de defensa”, recordó un líder liberal, frente a la amenaza de invasión que solo dos semanas antes había lanzado el monarca francés Luis XVIII. Tres días después, 18 de febrero, el Gobierno presentaba el acuerdo al Rey.

La respuesta de Fernando VII fue destituir al gobierno al día siguiente, 19 de febrero, pero un motín que estalló ese mismo día en Madrid, se profirieron gritos de «¡Muera el rey! ¡Muera el tirano!» y un grupo de amotinados llegó a entrar en el Palacio Real, le obligó a reponer a los secretarios del Despacho depuestos. Un día después, 20 de febrero, eran los exaltados “comuneros”, contrarios al Gobierno repuesto, los que se manifestaban en Madrid pidiendo la formación de una Regencia.​ Esta última presión surtió efecto y el 28 de febrero, la víspera de la apertura de las Cortes extraordinarias habían cerrado sus sesiones nueve días antes,​ Fernando VII nombró un nuevo gobierno que estaba formado por “comuneros” en su mayoría (Álvaro Flórez Estrada, Antonio Díaz del Moral, Ramón Romay, José María Torrijos, Joaquín Zorraquín, Lorenzo Calvo de Rozas), que estaban dispuestos a negociar con los franceses para evitar la invasión, incorporando también una Segunda Cámara.

La respuesta de los miembros del anterior gobierno, a pesar de que habían presentado la dimisión al rey a cambio de que este aceptara trasladarse a Sevilla, fue recurrir a un formalismo para evitar que los nuevos secretarios del Despacho tomaran posesión: negarse a leer las preceptivas memorias de gestión ante las Cortes.

Según Alberto Gil Novales, exaltados “comuneros” y “masones” habían acordado el relevo en el gobierno, pero estos últimos habían incumplido el pacto. Según Gil Novales el motín del 19 de febrero había sido orquestado en secreto por Antonio Alcalá Galiano y por el director de Correos, Manuel González Campos y “tenía por finalidad derrotar totalmente a los comuneros y obligar al Rey al proyectado viaje a Sevilla”. Las gestiones ante el conde de Villèle las había realizado la Casa Rothschild de París, que el 2 de marzo le comunicaba al comerciante y banquero valenciano Vicente Bertran de Lis, que era quien les había pedido a los Rothschild su intermediación, lo siguiente en nombre de Villèle: «Si se hacen modificaciones satisfactorias en las personas y en la forma del gobierno español, como consecuencia de la crisis en que se encuentra, el ejército francés esperará los resultados hasta el primero de abril, y se puede proceder con la seguridad que en este caso no atravesará la frontera antes de esta fecha».

Fernando VII rey de España, rehusa firmar el traslado de la corte a Sevilla en abril de 1823.

El día 20 de marzo, Bertran de Lis les contestaba que el plan continuaba porque “los ministros que tienen que reemplazar al ministerio actual marchan también a Sevilla”, aunque ya era demasiado tarde. Según Fontana, los “masones” habían conseguido desbaratarlo al conseguir que las Cortes aprobaran el traslado a Sevilla e impedir así que los secretarios del Despacho salientes tuvieran oportunidad de leer sus memorias de gestión. Eso significaba que, mientras durase el viaje, el viejo gobierno seguiría en funciones y, como la apertura de las sesiones se había fijado para fines de abril, la maniobra implicaba que el nuevo gobierno no se instalaría antes de esta fecha y no podría negociar a tiempo de evitar la invasión. Emilio La Parra López coincide en lo esencial con la explicación de Fontana.

Cuando el 23 de abril de 1823 las Cortes reanudaron sus sesiones en Sevilla, ya hacía dos semanas que había comenzado la invasión francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis, los miembros del gobierno de San Miguel entregaron por fin sus cargos (leyendo sus memorias), por lo que ya podía tomar posesión el Gobierno del 28 de febrero cuya figura principal era Álvaro Flórez Estrada. Pero cuarenta diputados «moderados» se opusieron, lo que abrió una nueva crisis política que solo se resolvió en mayo con el nombramiento impuesto al rey de un nuevo gobierno (el tercero) cuyo hombre fuerte era José María Calatrava. Bajo este gobierno se haría a mediados de junio el traslado definitivo de las Cortes y de la familia real a Cádiz.

Preparación del ejército francés

Luis XVIII anunció el 28 de enero de 1823, que “cien mil franceses” estaban dispuestos a marchar invocando el nombre de San Luis para preservar el trono de España a un nieto de Enrique IV (conocido como el Grande). Los españoles llamarían al ejército francés: los Cien Mil Hijos de San Luis; la fuerza expedicionaria francesa incluía en realidad 95.000 hombres (al final alcanzarían los 120.000). A finales de febrero, las Cámaras votaron a favor de un crédito extraordinario para la expedición. El escritor Chateaubriand y los ultras se regocijaron: el ejército real demostraría su valor y su dedicación contra los liberales españoles para gloria de la monarquía borbónica.

El nuevo primer ministro, Joseph de Villèle, se opuso. El coste de la operación le parecía excesivo, la organización del ejército era defectuosa y la obediencia de las tropas incierta. La administración militar era incapaz de proporcionar apoyo logístico a los 95.000 hombres concentrados, a finales de marzo, en los Bajos Pirineos y las Landas, con 20.000 caballos y 96 piezas de artillería. Para compensar estas deficiencias fue necesario recurrir a los servicios de la empresa de municiones Ouvrard, que se apresuró a celebrar en España, en detrimento del Tesoro público, contratos tan favorables a sus propios intereses como a los del ejército.

La organización del mando planteaba muchos problemas. Los fieles de los Borbones debían tener la oportunidad de hacer alarde de los rangos recién adquiridos que debían al rey, sin comprometer ni la seguridad ni la eficacia del ejército. La solución adoptada fue inteligente: los antiguos emigrantes y vendeanos ocupaban los mandos secundarios, los antiguos generales de la Revolución y del Imperio tenían responsabilidades principales. El duque de Angulema, príncipe Luis Antonio de Borbón, hijo de Carlos X y de Maria Teresa de Saboya, general del Imperio con reconocidas capacidades.

Los franceses organizaron un ejército a partir de las unidades que se encontraban apostadas en la frontera española formando el cordón sanitario, añadiéndose los soldados de una leva limitada llevada a cabo por el gobierno francés. En total se trataba de unos 110.000 soldados de infantería, 22.000 de caballería y 108 piezas de artillería, con las que se formaron 5 CEs (cuerpos de ejército) con entre 2 y 4 DIs cada uno:

  • Cuartel general
    • JEM el TG Armand Charles Guilleminot, un veterano del Imperio.
    • Jefe Artillería TG Tirlet.
    • Jefe de Ingenieros TG Bode de la Brunerie.
    • Gendarmería gran prevot d’André.
    • Administración intendente en jefe Sicard.
  • CE-I bajo el mando del mariscal Nicolas Charles Oudinot, duque de Reggio, con 28.060 hombres, 6.394 caballos y 24 cañones.
    • DI-1/I al mando del TG conde de Autichamp:
      • BRM-I/1/I del general Vallín con el RCL cazadores de la Meuse, RCL cazadores del Morbihan, y RIL-9.
      • BRI-II/1/I del general Saint Hilaire con el RI-23 y el RI-28 de línea.
      • BRI-III/1/I del general Bertier con el RI-37 y el RI-38 de línea.
    • DI-2/I del TG conde de Bourke:
      • BRM-I/2/I del general Roche-Jaquelein con el RCL-7 de cazadores de Corrèze, RH-1 húsares del Jura y RIL-7.
      • BRI-II/2/I del general Albignac con RI-15 y el RI-22 de línea.
      • BRI-III/2/I del general Marguery con el RI-30 y el RI-35 de línea.
    • DI-4/I del TG vizconde de Obert:
      • BRM-I/4/I del general Vittre con RCL-9 de cazadores de Dordogne, RH-5 del Bajo Rin, y RIL-2.
      • BRI-II/4/I del general Toussaint con el RI-20 y el RI-27 de línea.
      • BRI-I/4/I del general barón Bruny con el RI-34 y el RI-36 de línea.
    • DD-/I (división de dragones) del TG Caxtex
      • BRD-I/-/I del general Carignan con dragones del Doubs y del Ródano.
      • BRD-II/-/I del general Saint Mars con dragones de la Mancha y del Saona.
  • CE-II bajo el mando del TG Gabriel Jean Joseph Molitor con 19.841 hombres, 4.675 caballos y 12 cañones:
    • DI-3/II del TG conde de Loverdo y posteriormente Bonnmains:
      • BRM-I/3/II del general Bonnemains con RCL-10 de cazadores del Gard y RCL-19 cazadores del Somme, RIL-4.
      • BRI-II/3/II del general Corsin con el RI-1 y el RI-11 de línea.
      • BRI-III/3/II del general Ordonneau con el RI-12 y el RI-19 de línea.
    • DI-6/II del TG vizconde Pamphile Lacroix y posteriormente Pelleport:
      • BRM-I/6/II del general Saint-Chamans con el RCL-4 cazadores del Ariège, RCL- 20 de cazadores del Var, y el RIL-8.
      • BRI-II/6/II del general Arbaud de Jouques con el RI-4 y el RI-13 de línea.
      • BRI-III/6/II del general Pelleport con el RI-24 y el RI-39 de línea.
    • DD-/II del TG vizconde de Domon:
      • BRD-I/-/II del general Vincent con el RD del Garona y RD de Herault
      • BRD-II/-/II del general Faverot con el RD de la Gironde y RD del Sena.
  • CE-III bajo el mando del príncipe Hohenlohe con 11.623 hombres, 2.920 caballos, y 12 cañones.
    • DI-7/III del TG Conchy:
      • BRM-I/7/III del general Bonnemains con RCL de cazadores del Marne, y RH del Mosa.
      • BRI-II/7/III del general Jamin con el RIL-3 y el RI-6 de línea.
      • BRI-III/7/III del general Quinsonas con el RI-9 y el RI-14 de línea.
    • DI-8/III del TG barón Canuel:
      • BRM-I/8/III del general Hueber con el RC-17 de cazadores de los Pirineos, y RH-4 de húsares del Norte.
      • BRI-II/8/III del general Schoeffer con el RIL-5 y el RI-17 de línea.
      • BRI-III/8/III del general Gougeon con el RI-20 y el RI-25 de línea.
  • CE-IV bajo el mando del mariscal Adrien Jeannot de Moncey, duque de Conegliano con 21.282 hombres, 5.122 caballos y 24 cañones.
    • DI-5/IV del TG conde Curial:
      • BRM-I/5/IV del general Vence con RCL de cazadores de Sarthe, RCL de cazadores de la Vienne, y RIL-6.
      • BRI-II/5/IV del general Picot de Peccaduc con el RI-7 y el RI-18 de línea.
      • BRI-III/5/IV del general Vasserot con el RI-26 y el RI-32 de línea.
    • DI-9/IV del TG barón de Damas:
      • BRM-I/9/IV del general Montgarde con el RCL de cazadores de la Vendée y RCL de cazadores de Charente.
      • BRI-II/9/IV del general Vionet de Maringone con el RIL-1 y el RI-5 de línea.
      • BRI-III/9/IV del general Rastignac con el RI-8 y el RI-31 de línea.
    • DI-10/IV del TG vizconde de Donnadieu:
      • BRM-I/10/IV del general de la Roche-Aymon con RCL-18 de cazadores del Cantal y RH-5 del Alto Rin.
      • BRI-II//10/IV del general Saint Priest con el RIL-12 y el RI-2 de línea.
      • BRI-III/10/IV del general de la Tour du Pin Montauban con el RI-30 y el RI-10 de línea.
  • CE-R (Reserva) bajo el mando del general Étienne Tardif de Pommeroux de Bordesoulle con 9.951 hombres, 4.950 caballos y 24 cañones.
    • DI-GR de la Guardia Real al mando del TG Louis Auguste, conde de Bourmont:
      • BRI-I/GR del general conde de Ambrugeac con el RI-1/GR y el RI-2/GR de la Guardia Real.
      • BRI-II/GR del general Richard Henri Charles de Béthisy, conde de Bethisy con el RI-3/GR y RI-4/GR de la Guardia Real.
    • DC-GR del general vizconde de Foissac-Latour:
      • BRC-I/GR del general conde de Lalaing d Audenarde, con el RC de Corps y el RCC de la Guardia Real.
      • BRC-II/GR del general duque de Dino con el RD y el RC de cazadores de la Guardia Real.
    • DCC al mando del TG vizconde Roussel de Hurbal:
      • BRCC-I del general barón de Kermont con el RCC del Delfín y el RCC de Berry.
      • BRCC-II del general Deschamps con el RCC de Orléans y RCC de Condé.
  • CE-V (también denominado CE-II/R) de refuerzo que entró posteriormente, al mando del mariscal Jacques Alexandre Bernard Law, marqués de Lauriston con 11.300 infantes, 800 jinetes y 380 artilleros con 12 piezas:
    • DI-11/V del TG Richard:
      • BRM-I/11/V del general conde de Chastellux con el RCL-3 de cazadores de las Ardenas y el RH del Mosela.
      • BRI-II/11/V del coronel Clouet con el RIL-19 y el RI-41 de línea.
      • BRI-3/11/V del general barón de Tromelin con el RI-16 y el RI-60 de límea.
    • DI-12/V del TG barón de Pecheaux:
      • BRI-I/12/V del general Dennys de Damremont con el RIL-20 y el RI-33 de línea.
      • BRI-II/12/V del barón Ferning con el RI-10 y el RI-40 de línea.

En cuanto a las fuerzas navales, Francia envió desde 1823 al 1828, 67 barcos de guerra a las órdenes del almirante varón Guy Víctor Duperré, para el sitio de Cádiz emplearon 3 buques de línea, 6 fragatas, 2 corbetas, 1 bergantín y 6 gabarras; en total 18 barcos con 5.335 hombres.

El ejército francés sería apoyado por unos 30.000 efectivos realistas españoles organizados por el barón de Eroles (Cataluña), y los generales España (Navarra) y Quesada (Vascongadas). Posteriormente, se fueron sumando conforme fueron avanzando, las partidas realistas que habían sobrevivido a la ofensiva del ejército constitucional; lo curioso es que muchos de los integrantes de las partidas y de las tropas realistas de apoyo habían luchado quince años antes contra los franceses en la Guerra de la Independencia.

Cuando el ejército francés entró en España en abril, el orden de marcha fue según el relato del duque de Angulema:

  • En el depósito de San Juan de Pie de Puerto había unos 8.000 hombres.
  • El barón de Eroles con una división de unos 7.800 infantes y 80 de caballería, entró en la línea con el CE-IV, al mando del mariscal Moncey.
  • Enrique Bernardo d’Espagne conocido como el conde de España, al mando de la división Real de Navarra, con unos 4.900 infantes y 400 jinetes, se unió a la DI-7/III del vizconde de Conchy, perteneciente al CE-III mandado por el Príncipe de Hohenlohe, quien estaba a cargo del bloqueo de Pamplona.
  • El general Quesada, reuniendo bajo su mando la mayor parte de las levas realizadas en la frontera vizcaína, reuniendo unos 3.050 infantes y 100 jinetes marchó con la DI-4/I del vizconde Obert, hacia Bilbao. Esta última división experimentó importantes fluctuaciones en sus efectivos hasta que, tras tomar posiciones en Segovia y Madrid, pudo completar su organización, equipamiento y armamento.
  • Un regimiento de la Guardia Real Española, organizado en Vitoria después del 15 de abril por la Junta Provisional de Gobierno, siguió al cuartel general.
  • La brigada del brigadier Santos Ladrón de Cegama con 2.630 infantes y 150 jinetes, se unió al CE-II del conde Molitor en su marcha sobre Aragón; en realidad, era un destacamento de la división Real de Navarra.
  • El general O’Donnell había cedido el mando de esta división al conde de España y solo se había reservado un pequeño cuerpo de unos 1.600 infantes y 400 jinetes. A su llegada a Burgos a finales de abril, O’Donnell se convirtió en capitán general de Castilla la Vieja. Como tal, inmediatamente reclutó varios regimientos de infantería y caballería.
  • El general Longa contaba con solo 1.380 hombres ante San Juan de Luz el 19 de marzo de 1823.

Algunas de estas tropas se unieron al cuerpo del general Quesada. Cuando el general Longa asumió posteriormente el mando de la provincia de Santander, reclutó nuevas tropas y se unió con la BRI-I/8/III del general Hueber para someter Asturias.

  • En Aragón la brigada del general Freyres tenía 650 infantes y 60 jinetes.
  • En Cuenca la brigada del general Bessières tenía 1.150 infantes y 350 jinetes.
  • En Extremadura la brigada del general Merino tenía 1.700 infantes y 600 jinetes.
  • En Madrid la brigada del general Quesada tenía 3.050 infantes y 510 jinetes.
  • En la Mancha la brigada de del general Cisneros tenía 500 infantes y 100 jinetes.
  • En Tortosa la brigada del general Enoy tenía 1.500 de infantería y 300 jinetes.
  • En Valencia la brigada del general Chambó tenía 1.000 infantes y 150 jinetes; y la brigada del general Sempere tenía 1.500 infantes y 60 jinetes.

A medida que los ejércitos avanzaban, la fuerza del cuerpo realista aumentaba, pues la población española se alzaba en armas contra los constitucionalistas. Se organizaron nuevos cuerpos con diferentes líderes. Entre ellos se encontraban Bessières, a quien el general Obert encontró en su marcha hacia Madrid; el cura Merino, quien se unió al general Quesada cerca de Valladólid; los generales Ulmann, Chambo, Rollo y Sampere en el Reino de Valencia; Locho y Cisneros en La Mancha; y Capape en Aragón. El número de estas tropas, tanto regulares como irregulares, pronto superó los 40.000 hombres en las situaciones que se presentaban al control francés. La mayoría vivía en el país que ocupaban. Algunas tropas irregulares operaron durante un tiempo limitado junto a las tropas francesas, como Merino en Extremadura, quien solo recibía suministros de los almacenes de la intendencia francesa.

Todos los CEs menos el CE-IV, que sumaban en total 94.000 de infantería, 20.000 jinetes y 96 cañones atacarían por la zona occidental (Navarra y Vascongadas), mientras que el CE-IV de Moncey con 16.000 infantes, 2.700 jinetes y 12 cañones, apoyado por el barón de Eroles debía atacar Cataluña. Además, la invasión sería apoyada por dos flotas, la del Mediterráneo y el Atlántico.

La logística del ejército fue muy bien preparada por los altos mandos franceses, las unidades francesas serían acompañadas de agentes que pagaría al contado todas las compras necesarias de alimentos para su intendencia; lo que supuso un gran negocio para los nativos que fueron bien pagados, evitando el saqueo de poblaciones y el descontento de las mismas.

Desde el fin del Imperio, no ha habido cambios notables ni en armamento ni en táctica. El fusil seguía siendo de chispa y ánima lisa, con un cartucho que consiste en un cilindro de papel que contenía la pólvora y la bala. Se cargaba por la boca y podía disparar cuatro tiros cada tres minutos. El sistema de disparo, poco fiable en condiciones de humedad, queda fuera de servicio en cuanto llovía. Para continuar la lucha, la única opción es cargar con la bayoneta. La caballería usa sables y/o lanzas. La artillería está equipada con cañones de 12-8-6 o 4 libras; estos números representan el peso de la bala en libras. El alcance efectivo era de aproximadamente 400 metros. Un cañón podía disparar una o dos veces por minuto, dependiendo del calibre y la experiencia de los artilleros. El nivel técnico de los oficiales había mejorado considerablemente desde el fin del Imperio, ya que la vida en la guarnición permitía tiempo suficiente para la instrucción y adiestramiento. Una novedad en la campaña de 1823 era un sistema de telegrafía óptica más eficiente.

El duque de Angulema salió de París el 15 de marzo de 1823 a las 09:00 horas y llegó a Orleans a las 16:00 horas. De Orleans se dirigió a Limoges llegando el día 17 a las 17:00 horas. El 20 de marzo a las 16:00 horas llegó a Tolosa donde se reunió con emigrados españoles. Al día siguiente llegó a Carcasonne, dejó esta ciudad a las 07:30 de la mañana y llegó a Perpiñán a las 16 horas del día 22. Allí encontró al mariscal Moncey, comandante en jefe del CE-IV francés, y a los generales españoles barón de Eroles, y Romagosa cuyo cuartel general estaba establecido en Banyuls-dels-Aspres, entre la frontera y Perpiñán.

Las fuerzas del duque de Angulema dirigiéndose a la frontera española en abril de 1823.

El día 24, después de haber pasado revista a una parte de las tropas del CE-IV, y de haber realizado importantes maniobras en la playa de Canet, el duque de Angulema abandonó la antigua capital del Rosellón para dirigirse, a lo largo de la cadena de los Pirineos, a Bayona, donde hizo su ingreso el 30 de marzo.

El 5 de abril, el TG conde Molitor, general en jefe del CE-II, estableció su cuartel general en San Juan de Luz, y el mariscal Oudinot, al mando del CE-I, estableció el suyo en Urugna.

Preparación del ejército español

Después de la Guerra de la Independencia, se produjo un primer intento de reducir y reorganizar el ejército español, se licenciaron 1.600 mandos y 40.000 de tropa solo de infantería, la infantería quedó reducida a 46 regimientos de infantería de línea, 1 RI italiano (Nápoles), 3 RIs suizos (Wimpffen, Kayser y Zey), 12 RIL y 43 RIs de milicias provinciales. La Guardia de Corps pasó a llamarse Reales Guardias de la Persona del Rey.

En 1823 los RIs se redujeron a 37, los RILs eran 14 y en diciembre se ampliaron a 16, desaparecieron la Milicias provinciales y el su lugar se crearon 75 BIs de milicias nacionales de línea y 12 BILs de milicias nacionales ligeras.

En cuanto a la caballería, quedó reducida a 3 RCCs, 14 RCs de lanceros, 4 RHs y 5 RDs. El 1818 se redujo a 13 RCs de línea y 9 RC ligeros (húsares, cazadores, lanceros y dragones). En 1820 de los 23 regimientos de caballería únicamente 7 tenían sillas en buen estado, 9 en mediano uso y 6 enteramente inútiles. Lo más grave era que solamente disponían de 6.144 caballos, de los cuales 2.975 estaban útiles. En 1823 la situación no había mejorado.

El ejército español para hacer frente a la invasión, estaba compuesto por 130.000 efectivos, divididos en 5 ejércitos:

  • Ejército de Cataluña u Oriental al mando del TG Francisco Espoz y Mina con de 20.000 a 22.000 efectivos, contaba como subordinados los generales Milans, Llovera y Gurrea.
  • Ejército Occidental al mando del TG Francisco Ballesteros (Vascongadas y Navarra) con unos 20.000 efectivos, contaba con los generales Castell de Rius, Zayas y Villacampa.
  • Ejército del Noroeste al mando del TG Pablo Morillo (Asturias y Galicia) con unos 10.000 efectivos, contaba con los generales Quiroga, Palarea y Roselló.
  • Ejército Central al mando del TG Enrique José O’Donell, conde de La Bisbal, encargado del centro peninsular con de 17.000 a 18.000 efectivos, contaba con los generales.
  • Ejército de Reserva al mando del TG Pedro Villacampa se encontraba en Andalucía.

El resto unos 50.000 los efectivos se encontraban defendiendo plazas fuertes.

Los mandos españoles, muchos de los cuales habían sido guerrilleros, habida cuenta de su débil dispositivo militar, confiaban sobre todo en una repetición del alzamiento popular acaecido durante la guerra de Independencia para rechazar a los invasores. Cometieron un grave error, pues, el pueblo, al que los ideales liberales no le habían calado lo más mínimo, no hizo nada por defender el régimen constitucional; además el clero por su parte, después de la desamortización llevada a cabo, se puso de parte de los realistas y recibieron con entusiasmo a los franceses.

Traslado del Rey y de las Cortes a Sevilla

Ante la amenaza de la invasión, las Cortes y el Gobierno (en realidad, dos gobiernos: el que encabezaba Evaristo San Miguel y el que encabezaba Álvaro Flórez Estrada) habían abandonado Madrid el 20 de marzo, tres semanas antes de que el primer soldado francés cruzara la frontera para dirigirse hacia el sur, estableciéndose en Sevilla el 10 abril, a donde condujeron a Fernando VII y a la familia real, a pesar de su negativa a hacerlo (según explicó el propio rey, que alegó que se encontraba enfermo de gota para no abandonar la corte. «Se hartaron de decir improperios contra mí, concluyendo… con asegurar a voces que yo saldría de Madrid de todos modos, pues que si no podía viajar en coche, me llevarían atravesado y atado a un burro»).

La decisión de dejar Madrid “se adoptó en un clima de franca desintegración del Estado constitucional, propiciada por la división de los liberales y por el confuso papel que estaba desempeñando Fernando VII, cuyo único deseo era encontrarse con las tropas enviadas por la Santa Alianza. La llegada de los aliados era su principal preocupación. Según Emilio La Parra López, «el auténtico triunfador en esta situación de caos fue Fernando VII, por más que su orgullo quedara herido hasta lo más profundo al verse obligado a hacer un viaje no deseado». Este mismo historiador señala que tras la salida de las instituciones y de la corte, «Madrid quedó sumido en un estado de confusión y desolación, augurio de los peores presagios».

El Rey y la familia real fueron instalados en el Alcázar de Sevilla, tras haberse negado Fernando VII a recibir las llaves de la ciudad ofrecidas por el Ayuntamiento, con este gesto protocolario el rey pretendió negar toda sensación de normalidad, porque se sentía cautivo.

Por su parte las Cortes reanudaron sus sesiones el 23 de abril.​ El moderado José Canga Argüelles pronunció un discurso sobre el peligro que amenazaba al país porque el día 7 había comenzado la invasión francesa de los “Cien Mil Hijos de San Luis”. Al día siguiente el Rey firmó la declaración de guerra a Francia y poco después el gabinete que encabezaba San Miguel dimitía, lo que hubiera dado paso al gabinete cuya figura principal era Flórez Estrada, pero la oposición de un grupo numeroso de diputados abrió una nueva crisis política que solo se resolvería al mes siguiente con la formación de un nuevo gobierno cuya figura principal era el exaltado José María Calatrava, que no ocupó la Secretaría del Despacho de Estado, como venía siendo norma, sino la de Gracia y Justicia.

Calatrava, según Emilio La Parra, «venía a ser un hombre de consenso entre los defensores de la Constitución», pues como antiguo “doceañista” no era mal visto por los moderados, ni tampoco por los exaltados “masones” y mantenía buenas relaciones con los exaltados “comuneros”, y algo similar podría decirse de sus ministros (Pedro de la Bárcena en Guerra, sustituido más adelante por Estanislao Sánchez Salvador; el coronel Salvador Manzanares, muy próximo al general Riego, en Gobernación; José Pando, en Estado; Juan Antonio Yandiola, en Hacienda; y Pedro Urquinaona, en Ultramar).

Sin embargo, según Josep Fontana, el nuevo gobierno de predominio masón, del cual era jefe efectivo Calatrava, fue el resultado de una nueva conspiración que había conseguido que el ministerio formado por los “comuneros” no llegase a ejercer el poder ni un solo día.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-16. Última modificacion 2025-10-16.
Valora esta entrada
[Reduce texto]
[Aumenta texto]
[Ir arriba]
[Modo dia]
[Modo noche]

Deja tu comentario

Tu comentario será visible en cuanto sea aprobado.

Tu email no se hará público.