Siglo XIX Guerras Realistas en España Asedio de Pamplona (10 de abril al 17 de septiembre de 1823)

Acción de Esteribar

En los primeros meses del año 1823, los movimientos de los guerrilleros realistas parecían intensificarse, aunque sin demasiado éxito. A mediados de enero, el cerverano Cuevillas hostigaba Tierra Estella, aunque en operaciones esporádicas y de poca relevancia. Es más, a finales de febrero, el 26, el también realista G. Bessières sufrió en Fitero una dura derrota ante los hombres del liberal lodosano Joaquín Romualdo de Pablo y Antón alias Chapalangarra, exgobernador de Alicante.

El 26 de marzo de 1823, el hasta entonces débil ejército realista se reorganizó en una división, conocida como División Real de Navarra, la cual fue puesta bajo el mando del general conde de España. Que se dirigió a la frontera para facilitar la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis, hubo un intento de detenerla por parte del batallón de Sevilla de la Milicia Nacional, apoyado por otras unidades constitucionalistas.

Con la entrada del ejército realista en Navarra, los constitucionalistas, bajo el mando del Joaquín Romualdo de Pablo y Antón alias Chapalangarra, mote por el que se conocía en Navarra, quisieron repetir la rápida derrota de los mismos a finales de 1821, para lo cual comenzaron una incursión saliendo desde Pamplona hacia el Valle de Eresibar, esperando entrar en combate con los realistas cerca de Urdániz.

Tal como lo habían planeado, los constitucionalistas de Chapalangarra hicieron contacto con la vanguardia de la División Real de Navarra cerca de Urdániz, aunque se encontraron con un ejército ya dispuesto para el enfrentamiento, que recibió al batallón de Sevilla infringiéndole cien bajas con las primeras descargas. Con la continuación del combate, trescientas bajas más fueron soportadas por el citado batallón, mientras que los realistas apenas tuvieron que contar con bajas.

Finalmente, Chapalangarra se vio forzado a ordenar a sus tropas una retirada hasta la ciudadela de Pamplona, tras lo cual, Santos Ladrón de Cegama que mandaba la vanguardia, ordenó la persecución de las tropas constitucionalistas hasta la misma ciudad, saldándose la acción con 400 bajas y 600 prisioneros por el bando constitucional.

Inicio del asedio

Tras la acción de Esteribar, las fuerzas constitucionalistas no tenían las unidades suficientes como para emprender más acciones de extramuros. Además, en el resto de Navarra las milicias realistas se habían intensificado desde que comenzó el año y, en aquellos momentos, habían llegado a cercar la ciudad de Estella, por lo que no podían esperar mayores refuerzos.

En este desfavorable clima para Chapalangarra, la División Real de Navarra del general conde de España llegó a las murallas de la ciudad e implantó un sitio a la misma, situando su cuartel general en el monte Ezcaba, al norte de la capital, a la espera de que los Cien Mil Hijos de San Luis, llegasen para reforzar la posición.

El 10 de abril llegó el CE-II del conde Molitor, como detalla el siguiente relato:
«El citado día 10 de abril aparecieron los franceses en Hugarte y Villaba, y al inmediato pusieron el sitio a la plaza dando principio a trabajar las baterías. Habiendo observado esto, el gobernador de la plaza don Ramón Sánchez Salvador, dispuso ocupar militarmente los puestos extramuros que son Casa Colorada, Capuchinos, San Pedro, el Molino, Santa Engracia, Casa de la viuda de García, Molino de Caparroso y puente la Magdalena, habiéndoles dado fuego a los dos primeros por la tropa de la Plaza.

A los pocos días de puesto el sitio quedaron demolidas las Casas y tapias de la Rochapea, pero no de un modo que no les fuera provechoso a los franceses».

Asedio de Pamplona en 1823. Plano francés del asedio.

Molitor había dispuesto que fuera el general Conchy, que no tardaría en enfermar, la persona encargada de dirigir las operaciones de Pamplona apoyado por los cazadores de Marne y los húsares de Meuse, en coordinación con los ejércitos realistas españoles de Carlos de España.

Terminado de organizar el sitio, el día 14, Molitor abandonaría Navarra dirección Zaragoza. No obstante, pronto surgirían las primeras disensiones entre los aliados absolutistas. Las fuentes francesas hablan que la insubordinación y la división de las tropas de Carlos de España obligaron a tener que prestarle ayuda mediante la dotación de tres oficiales franceses: M. de Barthe, Roncheroles y Recogne.

Los españoles, en cambio, parecen apuntar a que tales desavenencias habían surgido, además de por el resquemor hacía un ejército extranjero muy mal visto, por el rumor de que el propósito del sitio era forzar una rendición pacífica, para cuyo objetivo ya se había ofrecido a los liberales no abolir la Constitución, sino reformar algunos puntos de la misma. Consta que al principio del conflicto 30 vecinos de Pamplona fueron expulsados por su fidelidad a la causa realista, así como que entre los meses de abril y julio pudieron abandonar la ciudad unas 130 familias.

En estos meses la situación parecía estabilizada e incluso existía cierta flexibilidad en los pases hacia uno y otro lado de las defensas. Vecinos y hasta militares sitiados se permitían transitar por el exterior de las murallas. Los sitiadores, más concretamente sus mandos y el grueso del ejército francés, confiaban todavía en una capitulación pacífica aunque, mientras esta llegaba, sus ingenieros maquinaban la estrategia militar. Entre los sitiados, en cambio, no eran pocos los convencidos de que si el asalto no se había producido todavía era debido, sencillamente, a la imposibilidad de ejecutar aquella empresa con éxito.

Asedio de Pamplona 1823. Vista del asedio (I). Autor L. F. Couché, museo Vasco de Bayona.

Pero conforme avanzaba el verano, la paciencia de los aliados parecía estar tocando a su fin. Los preparativos para lanzar un gran asalto se hallaban muy avanzados e, incluso, el 8 de agosto se decidió crear un ayuntamiento realista de Pamplona, paralelo al liberal cercado, con sede en Puente la Reina. Para esas fechas la salud de Conchy era ya muy mala y un excombatiente del ejército napoleónico en la Guerra de la Independencia, Jacques Alexandre de Law, marqués de Lauriston, comenzaba a tomar las riendas desde su campamento situado en Orcoyen.

Lauriston llegó a la plaza el 27 de agosto, había recibido el bastón de mariscal de Francia y había tomado el mando del CE-II de reserva, también conocido como CE-V.

Hasta el último momento se insistió en la negociación como vía para solucionar pacíficamente el conflicto, pero a las propuestas de Lauriston, Sánchez Salvador contestaba, una y otra vez, que para tal fin era menester que el ejército francés saliera de suelo español y, después, la realización de un plebiscito en toda España sobre el modelo político, constitucional o faccioso, que se deseaba. La última respuesta del gobernador de la ciudadela fue dada el 26 de agosto. La muerte de Conchy, acaecida al día siguiente, fue para los absolutistas la señal de que el asunto no debía dilatarse. El tiempo de la palabra y de la espera había acabado dando paso a una actividad frenética, preludio del asalto violento a la ciudad, ante la obstinación de los militares apalancados en ella.

Tras la muerte del general Conchy tras haber estado meses en un estado en deterioro, el marqués de Lauriston le sucedió legalmente en el cargo, aunque de facto ya lo venía haciendo un tiempo, fijó su cuartel general en la localidad de Orcoyen. Junto al resto de oficiales decidieron que las hostilidades se iniciaran el 5 de septiembre, día hasta el cual la presión de los bombardeos se intensificarían con 200 nuevos cañones llegados junto a refuerzos de Francia y numerosa munición traída por el ejército de los Pirineos.

Paso de los Cien Mil Hijos de San Luis por Roncesvalles en 1823. Autor Victor Adam, museo Zumalacárregui.

El 3 de septiembre el periódico absolutista El Restaurador informaba que dentro de la ciudad se había celebrado una especie de farsa carnavalesca. Los sitiados habían fabricado una estatua del duque de Angulema que la habían paseado en burro por las calles para finalmente arcabucearla delante de la lápida de la Constitución y después quemarla y arrojar sus cenizas al viento. «El espectacular escarnio infligido simbólicamente a Angulema aunaba parodia de los suplicios de la Inquisición e inversión carnavalesca. También enlazaba con el tono claramente paródico que cobró la iconoclasia anti-absolutista y anticlerical de los primeros tiempos de Trienio».

Ese mismo 3 de septiembre, la DI-7/III, al mando provisional del general Jamin, compuesta por la BRI-II/7/III de Jamin (RIL-3 y RI-9) y la BRI-III/7/III del general Quinsonas (RI-9 y RI-14), y situadas frente a los suburbios de Rochapea y la Magdalena, recibió el encargo de este ataque. Debía contar con el apoyo de fuego y ataques de BRI-I/12/V de Damrémont (RIL-20 y RI-33) y del RI-40 de la BRI-II/V ambas de la DI-12/V Pêcheux, y de parte de las tropas españolas, así como de algunas baterías.

BRI-III/7/III del general Quinsonas (RI-9 y RI-14) atacó la Magdalena, el general Damrémont jefe de la BRI-I/12/V, con un batallón del RIL-20, apoyó con un ataque de flanco el dirigido contra la Casa Blanca.

El ataque comenzó a las 05:30 h; y a las 07:30 horas, los dos suburbios fueron ocupados por las tropas francesas, que capturaron casas almenadas y atrincheradas a pesar de una lluvia de metralla. Teniendo que marchar a campo abierto hasta esas casas; y como este lado de la ciudad es muy escarpado y los soldados estaban desplegados en una llanura, el ataque solo pudo ser apoyado por unas pocas baterías de morteros y obuses, situadas a distancias de 400 a 500 metros. Dos casas, el convento de San Pedro, a un lado, y la Casa Blanca en el camino de Tolosa, al otro, estaban almenadas y atrincheradas, y los defensores quisieron defenderlas tenazmente. Unas pocas brechas abiertas por dos cañones de ocho y dieciséis libras fueron suficientes para evacuarlas rápidamente.

No se podía esperar un éxito tan rápido de un ataque muy difícil por la posición de las baterías en la plaza del lado de Rocheapea. Los franceses se vieron obligados a derribar, a hachazos, las puertas de todas las casas del suburbio que el enemigo había atrincherado. El fuego de mosquetería se prolongó hasta las 9:30 horas. Los defensores dispararon continuamente con metralla y lanzó una gran cantidad de bombas y proyectiles contra nuestras baterías. Por su parte, el general Pêcheux ordenó al general Fernig tomar posesión del reducto del Príncipe, con el RI-40 y las compañías de granaderos del infante don Carlos.

Este reducto, que antaño fue un hornabeque, entonces no era más que una luneta a 200 metros de la plaza. El general Pêcheux expulsó al enemigo de todas las pequeñas posiciones que ocupaban más allá, para que los ingenieros pudieran realizar un reconocimiento sin ser molestados.

Hasta el 5 de septiembre los bombardeos contra la ciudad se sucedieron uno tras otro, siendo estos respondidos con las limitadas piezas de artillería de los defensores. El periódico realista El Restaurador recogería en su publicación del 5 de septiembre como desde hacía 3 días Pamplona era un infierno, habiéndose dado el día anterior bombardeos desde las 4 de la mañana, durante los cuales, hasta el mediodía habían dejado caer 195 bombas que habían penetrado exitosamente la ciudad, dañando considerablemente los edificios.

Asedio de Pamplona en 1823. Vista del asedio. Autor Victor Adam, museo de San Telmo.

Durante los últimos bombardeos, se destacó la figura del militar francés, el general Damrémont, quien había llegado con los últimos refuerzos franceses, y mandaba una batería de 80 cañones y obuses que, desde posiciones en lo que actualmente es el barrio de la Rochapea consiguió hacer estallar edificios interiores de la ciudadela de Pamplona, manteniendo un fuego en su interior.

Estas obras continuaron sin interrupción hasta el 7 de septiembre, tanto de día como de noche.

En el consejo del mariscal Lauriston, había determinado que el punto principal del ataque sería la ciudadela de Pamplona. Habiendo fijado irrevocablemente la noche del 10 al 11 para la apertura de la trinchera, ordenó que, durante la noche del 7 al 8, se realizara un ataque simulado a la ciudad, que, sin embargo, se llevaría a cabo de tal manera que, en caso necesario, pudiera servir como un ataque real. En consecuencia, se dio orden de abrir una trinchera esa noche, a 300 metros de las murallas del Rocheapea, cuya izquierda se apoyaba contra el convento de San Pedro, y la derecha contra el río Arga, cerca de Puente Nuevo, donde se unía a otra en la orilla izquierda, frente al bastión de los Gonzaga.

Esta obra fue realizada con éxito por el comandante del batallón Lemercier. La artillería construyó una batería de 6×24 cañones en esa paralela para abrir una brecha en la muralla y la puerta. El trabajo de este ataque continuó durante los días 8 y 9, y por la noche, para que el enemigo estuviera ocupado en ese punto, mientras se contemplaba el reconocimiento en el frente de ataque de la ciudadela y se realizaban los preparativos en los depósitos, cubiertos por la plaza, se almacenaban los materiales necesarios para abrir la trinchera.

El día 10 de septiembre, a las siete de la tarde, 3.500 quinientos hombres de todos los cuerpos se reunieron en tres puntos designados, al final de la trinchera y perfectamente cubiertos por la ciudadela. El vizconde Garbé, mariscal de campo, al mando de los ingenieros, había dividido la paralela que se iba a establecer en tres partes, cada una de las cuales estaba confiada a un comandante de batallón de ingenieros con cuatro oficiales bajo su mando. El terreno sobre el que se había trazado la paralela estaba lleno de piedras y guijarros, por lo que no se podía abrir sin causar mucho ruido y producir muchas chispas.

Era de suma importancia ocultar al enemigo el trabajo de esta primera noche, al menos hasta que los trabajadores estuvieran cubiertos: el éxito total del asedio dependía del resultado de esta primera obra; y era aún más difícil ocultárselo, ya que se acercaban, en su mayor parte, a menos de 400 metros de los caminos cubiertos. Aunque solo contaba con 800 gaviones en provisiones, el general de ingenieros decidió, dada la debilidad del cuerpo de ejército sitiador, utilizar minas volantes, excepto en las partes de la paralela que ya ofrecían cierta cobertura, y en las comunicaciones.

Justo cuando se estaban formando las columnas de trabajadores, se desató una tormenta con relámpagos y truenos que, en muy poco tiempo, hizo que todos los arroyos crecieran y el suelo se volviera tan resbaladizo que los hombres que llevaban sus armas, un gavión y dos herramientas, caían constantemente, avergonzados por su carga, lo que retrasó su llegada a los distintos puntos del paralelo. La luna aún no se había puesto, pero estaba tan oscurecida por las nubes que la tormenta parecía más favorable que perjudicial.

A pesar de este contratiempo, los 3.500 trabajadores se posicionaron y se dio la señal de inicio. Una hora después, el enemigo se percató de los trabajos. Lanzaron algunos disparos que no alcanzaron la trinchera. Comenzó a disparar metralla desde la plaza, y el fuego comenzó al mismo tiempo desde el camino cubierto. También dispararon proyectiles, pero los gaviones ya estaban llenos, y el enemigo, creyendo que nuestros soldados estaban más lejos, llevó su fuego más allá de nuestra línea. Así, el trabajo fue casi ininterrumpido: apenas hubo heridos.

Al amanecer, las trincheras tenían una profundidad de un metro por todas partes, lo que los protegía del fuego de la ciudadela.

A las cuatro de la mañana, 2.000 obreros llegaron para relevar a quienes trabajaban de noche y se afanaron todo el día trabajando la paralela que tenía 2.400 metros de desarrollo. El Mariscal expresó a los oficiales de ingeniería empleados esa noche su satisfacción por el resultado obtenido gracias a su valentía y perseverancia. El asedio de Pamplona estaba decidido y el éxito ya no estaba en duda.

El 12 de septiembre de 1823, el conde de Guilleminot, oficial francés encargado de estudiar el recinto amurallado de Pamplona para el ataque, dio por concluido su estudio y se lo hizo saber al Alto Mando. Tras ello se sucedieron días de mucha tensión en los que la junta liberal de la ciudad se reunió para tratar el asunto del enfrentamiento, sabiéndose derrotados.

El gran número de trabajadores empleados durante esa noche y el día siguiente, y la debilidad del año de asedio, ya no permitían que el trabajo en las trincheras y las baterías se realizara simultáneamente. Había llegado el momento de establecer la artillería de asedio; las obras de ingeniería debían ralentizarse para que los oficiales de artillería pudieran avanzar por su cuenta. Era necesario ensanchar la paralela para que los vehículos pudieran recorrerlo en todas direcciones, establecer comunicaciones con las baterías y abrir nuevas con los depósitos de trincheras. Esto se hizo durante los días 12, 13, 14 y 15, así como durante las noches.

Sin embargo, la artillería había encontrado grandes dificultades para superar la situación: las lluvias habían deteriorado los caminos, dificultando el transporte de los cañones y todo su equipo. Los artilleros trabajaron día y noche, sin descanso, para erigir las baterías en la trinchera, bajo el fuego de la ciudadela. Lauriston había estado particularmente ocupado dirigiendo, junto con el general Bouchu, las principales disposiciones del ataque para contrarrestar o desviar todas las partes del frente atacado, con 50 cañones de 16 o 12 libras, en ocho baterías, independientemente de 31 morteros u obuses, en cinco baterías previamente establecidas.

Durante el 15 de septiembre, el enemigo había redoblado su fuego para destruir las nuevas baterías que se estaban construyendo; incluso logró dañar dos. A pesar de todos estos obstáculos, todo estuvo listo a tiempo, y se ordenó el fuego para la mañana del 16. Durante la noche del 15 al 16, los ingenieros, contando con obreros a su disposición, abrieron, mediante proyectiles de artillería, tres trincheras de unos cien metros cada una, en el centro y en las dos alas frente a la paralela, con giros para situar compañías de fusileros a tiro de apoyo a la cabeza de los ataques; también se dispusieron a abrir las comunicaciones de la batería. Todo se conjugó para completar la operación del día y asegurar su éxito.

El día 16 de septiembre a las 4 de la madrugada, comenzó el combate entre los artilleros franceses y los de la guarnición. La superioridad del fuego francés sobre el de la fortaleza, equilibrado en los primeros momentos, pronto se hizo evidente. Antes de las 9 o 10 de la mañana, la mayoría de las troneras de la ciudadela habían sido silenciadas; las del bastión real, se desmoronaban, por así decirlo, bajo los disparos franceses; cada bala de cañón en la mampostería tenía el efecto de metralla debido a los fragmentos de piedra.

En las trincheras, por el contrario, nuestros parapetos resistieron; y aunque muchas balas de cañón impactaron, la mayoría se enterraron sin causar daño alguno. Los defensores comenzaron a responder con mayor debilidad, teniendo, un gran número de artilleros ya fuera de combate. Los franceses redoblaron su vigor y dispararon constantemente con precisión, sin prisa ni desorden. El resultado de semejante lucha no podía dudarse por mucho tiempo. El silencio de la ciudadela ralentizó nuestro fuego, que pronto cesó por completo por falta de munición. Alrededor de las dos, se izó la bandera española en una parte expuesta de la muralla; poco después, fue reemplazada por una bandera blanca. Se dio inmediatamente la orden de cesar el fuego en todas partes, pero que, no obstante, se continuaría el trabajo en la trinchera. De hecho, en la unidad se completó una importante comunicación, y se cavaron hoyos de lobo (pozos de tirador) frente a la cabecera en zigzag para colocar, de dos en dos, fusileros seleccionados, encargados de disparar sin descanso contra las troneras y los artilleros del lugar.

Semidestruida, sin artillería y envuelta en disensiones internas, la Ciudadela enarbolaría bandera blanca a las dos de la tarde de aquel mismo día 16. Poco después, un grupo de liberales exaltados la retiró armándose un pequeño tumulto dentro de la fortaleza. Finalmente, a eso de las seis de la tarde, volvería a colocarse para poner punto y final a un sitio que había durado medio año.

El general Damrémont, al mando de la trinchera, envió al mariscal Lauriston una carta del gobernador esa misma noche, solicitándole que le enviara parlamentarios para discutir la capitulación. El mariscal respondió que estaba dispuesto a recibirlos; y, a medianoche, llegaron al cuartel general. Tras algunas explicaciones, fueron despedidos. Ya en la madrugada del día 17 de septiembre, Ramón Sánchez Salvador, como comandante general de la provincia y de la plaza, recibió dentro de la fortaleza al general de Saint-Cyr Nugués, JEM del CE-V, que acudía en representación del marqués de Lauriston para pactar los términos de la capitulación.

Toma de Pamplona el 17 de septiembre de 1823. Autor Horacio Vernet, Palacio de Versalles.


Regresó la mañana del 17 con la capitulación. Pero, de acuerdo con las órdenes recibidas y el último artículo, al salir de la ciudad, ordenó a compañías de élite que ocuparan las puertas de emergencia de la Ciudadela y la Taconera. Luego, un batallón entró en la Ciudadela; el general Damrémont restableció el orden en la ciudad y preparó y los cuarteles para la entrada de las tropas.

El día 18 se había reunido por última vez el ayuntamiento liberal de Pamplona cediendo el poder al realista el citado 19 de septiembre, al tiempo que salían de la ciudad la guarnición con armas, las entregaron a la salida y quedaron como prisioneros de guerra. De los 3.800 hombres que componían la guarnición, 3.433 incluidos 300 oficiales partieron hacia San Juan Pie de Puerto, escoltados por dos batallones y un escuadrón, para protegerles de los voluntarios realistas y de los habitantes, exasperados, algunos de los prisioneros iban con sus esposas. Los heridos que estaban en condiciones de partir querían seguir a la guarnición; solo 170 heridos o enfermos permanecieron en los hospitales. Unos 200 hombres de la guardia real, que estaban siendo utilizados como fuerza, fueron destituidos y enviados a Madrid.

Un día más tarde, el 20, con los liberales deportados rumbo a suelo francés, el mariscal Lauriston hizo una proclama dirigiéndose a toda Navarra con la intención de transmitir tres ideas: la primera que el orden monárquico y social había sido repuesto; la segunda, solicitando la colaboración de los navarros con la justicia para evitar venganzas intestinas y desmanes; y, la tercera, recordando que el ejército francés estaba allí como aliado.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-16. Última modificacion 2025-10-16.
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