Siglo XIX Guerras Realistas en España Regreso de Angulema y permanencia del ejército francés es España

Regreso del duque de Angulema a Francia

El duque de Angulema, tras pasar un día en Sevilla con el Rey, a quien había devuelto la corona y la libertad, había eludido el homenaje de los nobles y la gratitud del pueblo, y decidió regresar a Francia.
Antes de abandonar el suelo español, el príncipe dirigió la siguiente orden general al ejército:
«Habiendo finalizado felizmente la campaña con la liberación del Rey de España y la captura o sumisión de las fortalezas de su reino, expreso al Ejército de los Pirineos, al dejarlo, mi profunda satisfacción por el celo, ardor y devoción que ha demostrado en todas las ocasiones, así como por la perfecta disciplina que ha observado constantemente. Me siento feliz de haber sido puesto por el Rey al frente de un ejército que es la gloria de Francia

El duque cruzó entonces de nuevo el río Bidasoa por el puente que había cruzado al entrar en España, y que unas obras recientes habían transformado en un hermoso puente de piedra y madera, que recibió el nombre de “Puente del Duque de Angulema”.

Era el 2 de diciembre de 1823 cuando el duque de Angulema, acompañado de su esposa, que se había reunido con él en Chartres, llegó a Versalles a las once y se alojó en el Hôtel de la Préfecture. Su padre llegó allí un cuarto de hora después.

Encuentro del duque de Angulema con su esposa el 10 de diciembre 1823 en el Palacio Episcopal de Chartres (actual Museo de Bellas Artes). Museo de Bellas Artes de Chartres, Francia.

El duque de Angulema se arrojó a los brazos de su padre, quien lo abrazó varias veces con toda la efusión de la ternura paternal. Tras recibir a las autoridades de la ciudad de Versalles, los duques de Angulema y los hijos de Francia, partieron hacia Saint-Cloud, donde llegaron al mediodía. La señora duquesa de Bercy y los hijos de Francia esperaban al Rey. Toda la población de los pueblos que rodeaban Versalles y Saint-Cloud había acudido en masa para ver pasar al heroico pacificador, y los vítores más animados se sucedieron, ininterrumpidos, durante dos leguas.

A las doce y media, sus padres, y los duques de Angulema partieron de Saint-Cloud hacia París.

En la Puerta Maillot, el duque de Angulema montó a caballo para entrar en París. El Príncipe estaba flanqueado por los mariscales Nicolás Charles Oudinot, duque de Reggio; Auguste Marmont, duque de Ragusa y Jacques Alexandre Bernard Law, marqués de Lauriston; los generales Étienne Tardif de Pommeroux de Bordesoulle, Richard Henri Charles de Béthisy, conde de Béthisy, La Roche-Jacquelein y Guiche. En la Barrière de l’Étoile se había erigido una magnífica carpa; columnas rostrales, erigidas a derecha e izquierda, sostenían numerosos escudos y banderas que recordaban los acontecimientos más memorables de la campaña.

Entrada triunfal en Paris del duque de Angulema el 2 de diciembre de 1823. Autora Charlotte Joséphine Sohier, Musée Carnavalet, Histoire de Paris.

Meur, el arzobispo, acompañado de sus vicarios generales, había deseado unirse al cuerpo municipal. La Escuela Politécnica, de la que el Príncipe era patrono, formaba fila a derecha e izquierda frente a la carpa; las damas del mercado, alineadas al fondo, llevaban ramos de flores; afuera y en la entrada, los hombres fuertes de la ciudad y de los puertos, los mineros del carbón y otros gremios acudieron a ofrecer al Príncipe un ramo de plata.

Angulema apareció a la cabeza de su séquito: aclamaciones universales recibieron su llegada. Entonces, el Gran Maestro de Ceremonias de Francia, acompañado por el marqués de Rochemore, Maestro de Ceremonias, el barón de Saint-Félix y el Vizconde de Gaslin, asistentes de ceremonias, presentó al Duque de Angulema el cuerpo municipal de la ciudad de París, encabezado por el conde de Chabrol, Prefecto del Sena, quien dirigió un discurso al Duque, al que este respondió con otro.

Los vítores se reanudaron con renovado entusiasmo; y el Príncipe, tras dar muestras de la más conmovedora afabilidad, reanudó el desfile.

Veintiún cañonazos desde los Inválidos anunciaron entonces a los habitantes de París que Su Alteza Real entraba en las murallas de la capital.

El conde de Coutard, al mando de la división, seguido de su Estado Mayor, precedió a Duque desde la Barrière de l’Étoile hasta las Tullerías; los innumerables gritos de «¡Viva el Rey! ¡Viva el héroe del Trocadero, vivan los Borbones!» se mezclaban con el estruendo de los cañones, los tambores y la música de los diversos cuerpos militares.

Delante de Angulema marchaban los valientes batallones de los RI-1 y RI-4 de la Guardia Real, que desempeñaron un papel significativo en la batalla del Trocadero. A la cabeza de ellos estaba el conde de Ambrugeac.

En la gran avenida de las Tullerías, estos batallones formaron para la parada militar. El Duque, pasando frente a ellos, les dirigió unas palabras afectuosas, refiriéndose a varios soldados por su nombre, como su augusto antepasado Luis XIV.

A las dos menos cinco, el nieto de Enrique IV entró en el Palacio de las Tullerías.

El Duque, al llegar al despacho del Rey, se postró a sus pies. Su Majestad lo levantó y, tras estrecharlo contra su corazón, dijo: «Hijo mío, estoy complacido contigo

El rey francés Luis XVIII recibiendo en el balcón de las Tullerías al duque de Angulema a su vuelta de la expedición de España en 1823. Autor Louis Ducis.

El Rey apareció entonces en el pabellón de la Torre del Reloj, bajo un rico dosel. Su Majestad tenía a su derecha a Sus Altezas, el Reverendísimo Señor y el Príncipe Generalísimo, y a su izquierda, a Sus Altezas, la Reverendísima Señora y la Duquesa de Berry. El joven Duque de Burdeos y su augusta hermana ocuparon el lugar que el ataque del 13 de febrero había dejado vacante en esta celebración francesa.

Las tropas desfilaron entonces ante Su Majestad; sumaban unos 30.000 hombres, tanto del Ejército de España como de la guarnición de París. Durante dos horas de esta ceremonia militar, la inmensa multitud reunida bajo el balcón resonó con gritos de «¡Viva el Rey!», «¡Viva el Duque de Angulema!».

Al anochecer, la ciudad se iluminó; Y el público que llenaba los Jardines de las Tullerías continuó vitoreando con alegría durante toda la noche.

El duque de Angulema honró los teatros reales con su presencia, y en todos ellos siempre escuchó los mismos votos repetidos con amor y entusiasmo: «¡Viva el Duque de Angulema!» y «¡Vivan los Borbones!».

La ciudad de París albergó celebraciones que duraron tres días, culminando con una comida seguida de un magnífico baile en el Hôtel-de-Ville para la familia real, donde el héroe de España se vio rodeado por los valientes generales que se habían cubierto de gloria bajo su mando, y por la élite de la capital francesa.

La reorganización institucional en España

Pasados unos primeros meses de evidente desconcierto, el régimen absolutista emprendió la tarea de su reorganización interna. Esta estuvo fuertemente condicionada por la clara definición ideológica del régimen, empeñado en la conservación de un modelo social basado en la distinción que el antiguo orden hacía entre privilegiados y no privilegiados; por la difícil situación económica por la que atravesaba el país, agravada a su vez por la propia definición ideológica del régimen; y, en fin, por la presión diplomática exterior, fundada en la intervención militar francesa. La reestructuración comprendió diversos cambios en la organización política, militar y económica del país, y conjugó la creación de algunas instituciones nuevas con la recuperación de otras ya existentes.

Por lo que a la organización política respecta, ya se ha aludido a la intención del monarca español de constituir su gobierno en tomo a dos nuevos organismos fundamentales: el Consejo de Ministros y el Consejo de Estado, que fueron complementados en el tiempo por otras instituciones de menor entidad como la Junta de Fomento de la Riqueza del Reino y la Real Junta Consultiva de Gobierno.

El Consejo de Ministros fue creado por un real decreto de 19 de noviembre de 1823, e institucionalizado y regularizado por otro de 31 de diciembre de 1824, en el que se establecían las normas de su funcionamiento. Formado con la intención de lograr cierto orden y eficacia en las tareas de gobierno, fue un organismo colegiado de carácter consultivo y asesor, supeditado a la decisión última del monarca. De hecho, fue el propio rey Femando VII quien presentó a sus ministros un programa básico de acción que, articulado en seis puntos, mandaba organizar una buena policía; disolver el ejército constitucional y formar uno nuevo; olvidar cualquier posibilidad de establecer cámaras ni ningún sistema representativo; limpiar la administración de los adictos al sistema constitucional y proteger en ella a los realistas; trabajar en la destrucción de las sociedades secretas; y no reconocer los empréstitos constitucionales, programa que, como los propios ministros acabaron reconociendo, condicionaría claramente la posterior actuación del gobierno.

Como instituciones complementarias y, en el caso de la Junta Consultiva, dependientes del Consejo de Ministros, fueron creadas la Junta de Fomento de la Riqueza del Reino y la Real Junta Consultiva de Gobierno, que, por su corta vigencia, y la ambigüedad de sus fines y atribuciones, en poco pudieron contribuir a la mejora de la situación de la Monarquía. La primera de ellas fue creada por un real decreto de 5 de enero de 1824 con la misión de proponer «los medios que puedan contribuir al aumento y perfección de los productos territoriales e industriales, al adelantamiento de las artes, y a la extensión y fomento del comercio y navegación»; en tanto que la segunda, formada en septiembre de 1825, surgió como una corporación que habría de entender del estudio y dictamen de los problemas generales del país. Suprimida tres meses más tarde, parece que contó con la oposición del realismo exaltado, que la llegó a considerar como una especie de cámara disimulada.

Otro organismo clave del período fue el Consejo de Estado, creado días después que el de ministros. El nuevo organismo albergó en su seno tanto a los ministros salientes de carácter exaltado, como a los componentes del nuevo gobierno de carácter más moderado, de ahí que, en sus discusiones, se pusiera de manifiesto la distinta concepción que ambos grupos teman del rumbo que el nuevo régimen tenía que adoptar. Este enfrentamiento fue especialmente notorio en su primera y breve etapa, en la que los representantes del absolutismo más cerrado tomaron una actitud obstruccionista de las disposiciones del Consejo de Ministros.

Fuerzas de ocupación francesas en España (1823-28)

Tras la victoria de los absolutistas, Fernando VII pidió al rey francés Luis XVIII que se quedara una fuerza de ocupación para reforzar al ejército español, este cuerpo de ocupación estaba formado por 47.000 efectivos encuadrados en:

  • Cuartel general
    • Comandante en jefe TG conde de Bourbon.
    • JEM general conde Meynadier.
    • Comandante del cuartel general, coronel Le Minier.
  • División de Madrid, al mando del TG barón Ordonneau, JEM coronel Miot, con 14.557 hombres, 3.000 caballos, 24 piezas de artillería:
    • BRI-I del general Clouet con el RI-23 y RI-28 de línea.
    • BRI-II del general Desperamont con el RI-15 y RI-22 de línea.
    • BRC del general Joannes RC-7 y RC-9 de cazadores a caballo.
    • Artillería: 4 Bías con 24 piezas.
  • División Alto Ebro, al mando del TG vizconde de Jamin, JEM coronel de Rilly, con 9.020 hombres, 1.000 caballos, 24 piezas de artillería:
    • BRM-I del general Potier con el RC-12 y RC-17 de cazadores, RIL-5.
    • BRI-II del general barón Higonet con el RIL-3 y RI-6 de línea.
    • BRI-III del general vizconde de Quinsonas con el RI-9 y RI-20 de línea.
    • Artillería: 4 Bías con 24 piezas.
  • División de Cádiz al mando del TG vizconde de Foissac-Latour, JEM coronel Collin de la Perriere, con 11.000 hombres, 1.000 caballos, y 24 piezas de artillería.
    • BRM-I del general Hautefeuille con el RC-13 y RC-14 de cazadores, RIL-9.
    • BRI-II del general conde de Saporta con el RI-2 y RI-27 de línea.
    • BRI-III del conde O’Mahony con el RI-34 y RI-37 de línea.
    • Artillería: 4 Bías con 24 piezas.
  • División de Cataluña, al mando del TG vizconde de Maringone, JRM general conde Fernig, con 11.000 hombres, 3.000 caballos, y 24 piezas de artillería
    • BRI-I del general Rapatel con el RIL-19 y el RIL-41 de línea.
    • BRI-II del general Achard con el RI-10 y RI-16 de línea.
    • BRI-III del general Monck d’Uzer con el RI-40 de línea y tren de los equipajes.
    • BRC del general Nicolas con el RC-3 de cazadores y RH-8.
    • Artillería: 4 Bías con 24 piezas.
  • Compañías de gendarmería del general d’Andre y las secciones de seguridad del director Franchet d’Esperey.

El convenio estipulaba, en su primer artículo, que un cuerpo de ejército de 45.000 hombres permanecería en España hasta el 1 de junio de 1824. Este cuerpo quedaría bajo las órdenes inmediatas de su general comandante en jefe y, salvo en casos de excepción, no reconocería otras órdenes que las comunicadas por sus generales y oficiales. Por su parte, el artículo segundo disponía la distribución de las tropas, que darían guarnición a las ciudades y plazas siguientes: Cádiz, Isla de León y sus dependencias, Burgos, Aranda de Duero, Badajoz, La Coruña, Santoña, Bilbao, San Sebastián, Vitoria, Tolosa, Pamplona, San Fernando de Figueras, Gerona, Hostalrich, Barcelona, La Seo de Urgel y Lérida. En cuanto al mando militar de estas plazas, se establecía que correspondería a un oficial francés, que tendría las mismas facultades señaladas a los gobernadores españoles en lo respectivo a la policía militar.

El resto de los artículos hacía referencia a las competencias que los franceses adquirían en materia de defensa y fortificación de las plazas, sanidad, vigilancia y justicia (artículos 3-9). En cuanto a la financiación, se convino que sería Francia la encargada de pagar los gastos ordinarios de sueldo, alimento, equipo y entretenimiento de sus tropas, en tanto que el gobierno español se comprometía a pagar la diferencia del pie de paz al pie de guerra, que se fijó entonces en la suma de dos millones de francos mensuales (unos 7,6 millones de reales), que comenzaban a contar desde el primero de diciembre de 1823 (artículo 10).

El gobierno español también se encargaría de proveer, con arreglo al reglamento adjunto al convenio, al establecimiento de las tropas y guarniciones, al acuartelamiento, almacenes, material de hospitales, transportes del servicio del ejército, alojamientos militares, repuestos de sitio en las plazas, al armamento de estas, a su reparación y a otros objetos del servicio reconocidos como necesarios. Además, permitiría la entrada y circulación por España, francos de todo derecho, de los efectos de vestuario y equipo, víveres y otros efectos necesarios para el consumo o para el uso de las tropas francesas (artículos 10 y 11).

Finalmente, se hacía referencia al término previsto para la ocupación, que podría adelantarse, bien porque el rey de España creyera que las tropas francesas ya no le eran necesarias, bien porque el de Francia se reservaba el derecho de retirarlas cuando lo considerara conveniente (artículo 16), o retrasarse, si de común acuerdo lo juzgaran preciso (artículo 17).

El Convenio venía acompañado de un reglamento adjunto que, conforme a lo dispuesto en el artículo 11, recogía las obligaciones españolas en cuanto a acuartelamientos, hospitales, almacenes, transportes, etapas, provisiones de sitio, armamento de las plazas y correos.

Las fuerzas de ocupación fueron disminuyendo paulatinamente, en noviembre de 1824 había 42.742 efectivos (32.922 de infantería, 3.973 de caballería, 3.568 de artillería y 32 de ingenieros y 283 de administración y cuartel general).

La reestructuración del ejército de ocupación trató de adaptarse a las exigencias de ambos gobiernos. Para empezar, la evacuación parcial defendida por el gabinete de París supuso el abandono del esquema inicial que disponía el ejército en cuatro divisiones. En efecto, desaparecieron las divisiones de Madrid y Alto Ebro, así como la brigada de observación de Zaragoza y la guarnición de La Coruña, para mantenerse, en cambio, la ocupación de Cádiz, la Isla de León y Barcelona.

Por otra parte, y para satisfacer las demandas españolas, también se dispuso la permanencia en Madrid de una brigada suiza y la vigilancia activa de las costas gallegas por los cruceros franceses, además de consentirse la prolongación de la ocupación militar de Zaragoza, La Coruña, Santoña, Hostalrich y Cardona hasta el 1 de abril de 1825, dejando también una brigada entre Irún y Vitoria, sin que por ello se reclamara ningún pago extra.

Según lo estipulado, el ejército francés de ocupación contaría, desde principios de 1825, con unos efectivos totales de unos 35.000 hombres. Una parte de ellos abandonaría la Península el 1 de abril, con lo que las tropas francesas se verían entonces reducidas a 25.707 hombres, cifra resultante de la suma de los componentes de la brigada suiza (2.844 hombres) al contingente de tropas estipulado por el convenio firmado en diciembre que, en número de 22.863, quedaron repartidas entre las guarniciones de Cádiz (10.018 hombres), Barcelona (6.027), Pamplona (3.080), San Sebastián (1.110), Figueras (1.522), la Seo de Urgel (503) y Jaca (503). Además, estas tropas estarían respaldadas desde Francia por dos brigadas de reserva que, con base en Bayona y Perpiñán, representaban una fuerza adicional de 15.385 soldados.

Retirada de las tropas francesas de España

A principios de abril, tal como se preveía en la cláusula adicional del último convenio, las guarniciones francesas de La Coruña, Santoña, Zaragoza, Cardona y Hostalrich fueron relevadas por tropas españolas. Con motivo de la salida de este contingente de tropas, se planteó, por parte francesa, la posibilidad de evacuar la Península por completo, sin embargo, la postura española era todavía favorable a la permanencia del ejército de ocupación.

Desde abril de 1825, y por espacio de casi dos años, la composición del ejército francés se mantuvo estable. No obstante, el progresivo incremento de la deuda española, y el desastroso estado del país, cuyo gobierno no acertaba a resolver sus graves problemas políticos y financieros, llevaron al gobierno francés a estudiar la posibilidad de reducir nuevamente los efectivos del ejército destacado en España. Esta fue la circunstancia que se dio en abril de 1826 cuando, a petición del rey francés, el entonces ministro de la Guerra, marqués de Clermont-Tonnerre, presentó un informe sobre los efectos económicos que tendría una reducción del ejército de ocupación. En él, se planteaba una importante disminución del número de tropas francesas de 25.000 a 11.411 hombres.

El ministro de Asuntos Exteriores francés, barón de Damas, informó de este proyecto al embajador francés en España. En su despacho, Damas le participaba el deseo del monarca francés de retirar, al menos, una parte de las tropas destacadas en España.

Finalmente, Fernando VII, conocedor de la intención francesa de retirar de España una parte importante de sus tropas, decidió escribir al rey francés Carlos X para pedirle que mantuviera su ejército en España durante algún tiempo más.

Serían los cambios políticos acaecidos en Portugal desde la muerte del rey Juan VI en marzo de 1826, los que llevarían al gobierno francés a suspender el proyecto de evacuación parcial de sus tropas, que volvieron a convertirse en instrumento de presión política. La negativa evolución de los acontecimientos en Portugal, que vivía un enfrentamiento entre absolutistas y liberales, paralelo al español, provocó un intercambio de papeles, además de una acentuación del intervencionismo franco-británico en la Península. Así, el gobierno español, que aspiraba a poder actuar de una forma independiente y de acuerdo con sus propios intereses en el asunto de Portugal, pasó pronto a desear la salida de las tropas francesas.

La presencia inglesa en la Península, y el temor a que una retirada francesa permitiera que España atacara Portugal, trajo como consecuencia que el gobierno de París se replanteara la evacuación y que siguiera una doble estrategia con respecto a España. Por una parte, decidió presionar al monarca español para que suspendiera las hostilidades que encubiertamente se ejercían contra Portugal, para lo que utilizó el arma de la retirada de la brigada suiza, que, ante el fracaso de las peticiones francesas, dejó de prestar servicio al rey Fernando VII a mediados de enero de 1827.

Por otra parte, el gobierno francés decidió prolongar la presencia del resto de sus tropas en España por tiempo indefinido, sin descartar la posibilidad de incluso incrementar su número, puesto que entonces se trataba de convertir en medida de precaución para la seguridad de Francia, lo que antes se tenía como medida de protección de España frente al peligro de una nueva revolución.

Las medidas adoptadas por Francia no fueron bien acogidas en España, cuyo gobierno solicitó oficialmente la salida simultánea de todas las tropas extranjeras presentes en la Península, ofreciendo a cambio la disolución del ejército español estacionado cerca de la frontera portuguesa, conocido entonces como el Ejército del Tajo.

En 1827 las fuerzas quedaron reducidas a 24.552 efectivos (19.434 de infantería, 1.377 de caballería, 2.956 de artillería, 572 de ingenieros, 213 de administración y cuartel general). Distribuidas 10.633 en Cádiz, 6.790 en Barcelona, 1.240 en San Sebastián, 3.269 en Pamplona, 617 en Jaca, 748 en la Seo de Urgel, y 1.256 en Figueras.

La evacuación del resto de las plazas ocupadas estuvo a punto de ser concertada a principios de 1828. De hecho, tanto La Ferronays, nuevo ministro francés de Asuntos Exteriores, como el propio Carlos X, previnieron de ello a las cámaras en sendos discursos pronunciados en febrero, en los que daban a entender que la evacuación se encontraba próxima. Sin embargo, la prolongación de la presencia británica en Portugal, y el deseo francés de asegurarse el pago de la enorme deuda contraída por España, aplazaron la retirada de las tropas del resto de las localidades ocupadas.

El gobierno francés se vio entonces prácticamente obligado a disponer la salida de sus tropas de la Península, puesto que iba quedándose sin argumentos que justificaran su prolongación: de un lado, las tropas británicas se retiraban de Portugal a principios de 1828, de otro, el gobierno español insistía en la evacuación. La primera medida adoptada fue la decisión de abandonar las plazas más cercanas a la frontera, que fue precipitada por la inminente llegada a Pamplona del monarca español, y que causó cierto malestar entre ambos gobiernos.

La actitud de Fernando VII fue crucial en la evacuación de estas plazas, toda vez que, utilizando la misma táctica seguida antes con Barcelona, las incluyó en su itinerario de regreso a la corte e insistió en entrar en ellas con sus tropas, supuesto que el gobierno francés consideraba decisivo para la evacuación inmediata de estas guarniciones.

De este modo, entre abril y mayo, las tropas españolas fueron sucesivamente relevando a las francesas que daban guarnición a Pamplona, San Sebastián y Figueras, que por entonces contaban, respectivamente, con 3.346, 1.222 y 2.430 hombres, en tanto que la evacuación del fuerte de Jaca, prometida por el conde de La Ferronays, se retrasó algún tiempo más, lo que provocó la reclamación oficial del gobierno español, que también pidió la salida francesa de la Seo de Urgel y de Cádiz, que aún permanecían ocupadas.

La evacuación de estas dos últimas plazas fue acordada en mayo, después del encuentro mantenido ese mismo mes en Zaragoza entre el vizconde de Saint-Priest y Fernando VII, tras el que el monarca español mostró su satisfacción por haber podido terminar por sí mismo con un asunto «que daba tantos y tan graves recelos». En dicho encuentro se decidió que la evacuación de la Seo de Urgel sería efectuada de inmediato, en tanto que la de Cádiz se vería retrasada durante un tiempo. Este retraso fue oficialmente relacionado con el tiempo necesario para preparar su regreso a Francia por mar, toda vez que lo avanzado de la estación desaconsejaba su retomo por tierra. No obstante, cabe señalar que ya se relacionó la salida de las tropas con la liquidación de la deuda.

Así, la Seo de Urgel no fue abandonada hasta mediados de junio, cuando los 782 hombres que componían su guarnición fueron relevados por soldados españoles. Por lo que respecta a Cádiz, su evacuación fue llevada a cabo en dos fases, en julio embarcó, con destino a Tolón, un primer contingente compuesto por 146 oficiales, 2.853 suboficiales y soldados, y 344 caballos, en tanto que el resto de la guarnición (325 oficiales, 6.612 suboficiales y soldados, y 746 caballos), no partió hasta finales de septiembre.

En un principio, y a pesar de la presión española, se había retrasado la salida alegando que las características del verano español desaconsejaban el desplazamiento por tierra, poco después, una serie de circunstancias, como fueron el brote epidémico descubierto en Gibraltar a finales del verano y los preparativos navales del gobierno francés para la expedición de Morea, modificaron nuevamente los preparativos, y decidieron a las autoridades militares francesas a efectuar el traslado de las tropas por tierra ante el temor a un posible contagio y la falta de embarcaciones disponibles.

Con la retirada de la última guarnición francesa, llegaba a su fin la ocupación militar de España. El mismo ejército que había entrado victoriosamente en 1823 salía, cinco años después, poco menos que por la puerta de atrás. En realidad, el triunfalismo inicial tan solo había sido un espejismo, y la presencia francesa en España se había convertido en fuente de continuos problemas. De hecho, se había llegado a un estado en el que la ocupación resultaba ya molesta para ambos países. Para España, porque, aunque estaba tomando conciencia de su nueva condición de potencia secundaria, no renunciaba a mantener su independencia de acción, aspiración que era obstaculizada por la presencia francesa. En tanto que también resultaba molesta para Francia, que no veía completamente compensada la enorme inversión humana y financiera que había realizado en España durante estos años, ya que, si bien había conseguido mantener el trono de España en manos de los Borbones, también es cierto que había visto limitada su influencia política sobre el mismo a aquellos momentos en los que había decidido ejercer la presión que la presencia de su ejército le permitía.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-18. Última modificacion 2025-10-18.
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