Guerras de Independencia Hispano-Americanas Fase preinsurreccional (1808-11) Operaciones en 1810 en México

Grito de Dolores

El Grito de Dolores es considerado el acto con que dio inicio la Guerra de Independencia de México.

El cura Miguel Hidalgo y Costilla había conocido el movimiento revolucionario que se estaba desarrollando en Querétaro (ciudad situada a unos 20 km de Dolores), donde asistía a las reuniones regularmente. Sin embargo, la llamada Conspiración de Querétaro fue descubierta por las autoridades que actuaron en consecuencia, arrestando al corregidor de la ciudad que estaba implicado. Los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama lograron huir y dar la voz de alarma. Estos militares acompañaron a Hidalgo hasta el final.

Según la tradición, la noche del sábado 15 al domingo 16 de septiembre de 1810, avisados de que la Conspiración en Querétaro había sido descubierta, el sacerdote Miguel Hidalgo y costilla, y los otros líderes de la conjura decidieron iniciar el levantamiento contra las autoridades. Se dirigieron a la iglesia del pueblo, donde se tocó la campana ubicada en la torre oriente. La mayoría de los habitantes del pueblo se encontraba en las cercanías, era la fiesta patronal de la Virgen de los Dolores, pensando que se trataba de una emergencia, despertaron y se reunieron en el atrio. Una vez ahí, Hidalgo les dirigió una arenga en el que los convocó a alzarse en armas contra el virrey, que concluyó con una serie de consignas a favor de Fernando VII.

Grito de Dolores el 16 de septiembre de 1810. Autor Joantiveros.

De lo que se dijo en el discurso hay varias versiones, o tal vez pronunciara varios discursos. El caso es que el cura logró reunir a unos 5.000 hombres, que tras pronunciar el Grito de Dolores y liberar los presos de la cárcel, comenzaron un viaje con destino México, que era la capital del virreinato. El propio Hidalgo se autoproclamó jefe supremo del ejército.

En pocos días entró sin resistencia a San Miguel el Grande y Celaya, donde logró aún más fondos y soldados para su lucha. Al ocupar Atotonilco, en la pradera del Bajío, Hidalgo tomó un estandarte de la Virgen de Guadalupe, símbolo religioso de los habitantes del virreinato de Nueva España que en el siglo XVI, tras su presunta aparición en el Tepeyac, motivó la conversión al catolicismo de muchos indígenas. Esta imagen serviría de estandarte a Hidalgo en sus batallas, sería capturada en la batalla del Puente de Calderón y llevada a España como trofeo; pero en 1910, en las fiestas del Centenario de la Independencia, le fue devuelta a México.

El 24 de septiembre, Allende tomó Salamanca, donde Hidalgo fue proclamado capitán general de los ejércitos de América y Allende. En esta ciudad hubo resistencia y un intento de saqueo, sofocado por Aldama. Al salir de Salamanca, Hidalgo ya contaba con 50.000 hombres para la lucha.

Grito de Dolores (16 de septiembre de 1810. El cura hidalgo al frente a una tropa variopinta. Autor Mark Szyszko.

La respuesta del bando realista no se hizo esperar. El arzobispo de México, Francisco Javier de Lizana, que había perdonado a los conspiradores de Valladolid, fue relevado el 14 de septiembre por Francisco Javier Venegas, participante en la batalla de Bailén, quien gozaba de la confianza de los españoles por su dureza. De inmediato ordenó al intendente de Puebla, Manuel Flon, detener los brotes en su provincia. Manuel Abad y Queipo, obispo de Michoacán y otro amigo de Hidalgo, le excomulgó a él y a todos los insurgentes por medio de una bula del 27 de septiembre. Hidalgo hizo caso omiso y prosiguió la lucha.

Hidalgo envió a José Mariano Jiménez como emisario. Era un minero sin formación militar que pidió a Allende permiso para ingresar a las tropas; Allende se negó, pero Hidalgo decidió enviarle en misión especial para intimidar a Juan Antonio Riaño y solicitar la rendición de la ciudad de Guanajuato sin violencia.

Batalla de Guanajuato (28 de septiembre de 1810)

Riaño nació en Liérganes, Santander (España), y era un hombre de mar, pues participó en varios combates navales y llegó al rango de capitán de fragata. En 1786, al dictar Carlos III, las ordenanzas para el correcto funcionamiento del virreinato de Nueva España, Riaño cambió su título por el de teniente general y en 1795 fue nombrado intendente de Guanajuato. Al recibir la carta de Hidalgo se negó a aceptar la petición afirmando ser un soldado del rey de España y reconociendo como única autoridad al virrey Venegas. Al conocer la respuesta de su antiguo amigo, Hidalgo decidió iniciar el combate.

Allende, Aldama y Jiménez se dividieron en partes iguales para sitiar Guanajuato. Al principio no encontraron resistencia alguna; por el contrario, recibieron apoyo en dinero y soldados. Algunos de sus informantes dieron datos sobre el estado militar de la fortaleza y el caudal resguardado allí. El combate se inició alrededor de las ocho de la mañana, al oírse los primeros disparos sobre la Alhóndiga (edificio donde los agricultores ofertan sus productos). Riaño ordenó al teniente Barceló, capitán de la guardia, subir al techo para enfrentar las posibles invasiones. El intendente, mientras tanto, permaneció en la planta baja resistiendo los asedios insurgentes. Barceló, desde las alturas, contraatacaba a base de bombas y disparos de rifle. Riaño veía que era imposible un triunfo de cualquier bando, estando los realistas privados de cualquier movilidad, por lo que decidió salir junto a un puñado de hombres. Al darse cuenta uno de los jefes insurrectos de la presencia de Riaño, ordenó un ataque al jefe realista, que al intentar defenderse pereció. Los soldados que salieron con el intendente se retiraron llevando el cuerpo consigo.

Combate de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato (28 de septiembre de 1810). Autor José Díaz del Castillo.

Al ver muerto al intendente, uno de los asesores de Riaño sugirió al teniente Barceló la rendición, y que él, en su calidad de segundo en el mando, debería tomar las riendas de la situación. Barceló se negó terminantemente afirmando que era un combate y que la autoridad militar, que él representaba, era superior a la civil en aquel momento de guerra. Sin embargo, el asesor de Riaño consiguió un pañuelo blanco y lo ató a un fusil de un soldado caído en combate. Comenzó a ondear su nueva bandera de paz y al verla los insurgentes se dieron cuenta de que los españoles habían decidido rendirse. Hidalgo ordenó un alto al fuego y envió a Allende a negociar con los vencidos.

Barceló mató al civil que ondeaba la bandera y subió a la azotea a continuar el bombardeo. Los insurgentes se dieron cuenta de que habían sido engañados y siguieron la lucha. Del lado insurgente, Hidalgo consideraba la posibilidad de tomar el edificio, pero no quería hacerlo y no contaba con recursos. Según la versión oficial, fue entonces cuando Juan José de los Reyes Martínez, minero de La Valenciana, famoso por su fuerza y apodado el Pípila, solicitó a Hidalgo permiso para incendiar la puerta de la Alhóndiga, lo que permitiría a los insurrectos penetrar en ella. Tras meditarlo, el cura aceptó y el Pípila se lanzó a la acción.

Tras incendiar el umbral (reforzado con planchas de fierro) de la Alhóndiga, los rebeldes pudieron entrar en ella y se dieron a la masacre y el saqueo. Barceló y el hijo de Riaño, ambos comandantes realistas, fueron asesinados por la muchedumbre. También muchos españoles y criollos de alcurnia fueron despojados de sus pertenencias y sufrieron la muerte a manos de las multitudes. El saqueo de Guanajuato no se limitó únicamente a la Alhóndiga, sino que en los días siguientes se extendió a la ciudad y al zona metropolitana. Hidalgo impidió que unos de sus soldados mancillaran el cuerpo de su amigo Riaño, y fue entonces que se dio cuenta del saqueo que vivía la ciudad. El 1 de octubre, las tropas insurgentes abandonaron Guanajuato.

Después de dejar Guanajuato, los insurgentes tomaron camino hacia Valladolid, donde los habitantes, tras conocer la noticia, huyeron a otras partes del país para no repetir la acción de Guanajuato. Valladolid cayó sin resistencia alguna el 17 de octubre, y el 25 de octubre Toluca fue tomada, con miras a tomar la capital.

Mapa de la campaña de Hidalgo 1810-11.

Batalla del Monte de las Cruces (30 de octubre de 1810)

Mientras el virrey de Nueva España, francisco Javier Venegas intentaba organizar tropas en la capital, el comandante general de San Luis Potosí, Félix María Calleja del Rey salió de su territorio al frente de 600 infantes, 2.000 caballos y 4 piezas de artillería, y se reunió con el intendente de Puebla, Manuel de Flon en Querétaro. Con el mando unificado de ambas fuerzas, el ejército realista de operaciones, con de 2.000 infantes, 7.000 caballos y 12 piezas de artillería, marchaba a sitiar a los insurgentes en Valladolid, pero teniendo noticias de que estaba siendo atacado San Juan del Río por los guerrilleros Villagranes, pusieron rumbo a esta plaza.

Venegas, que había desguarnecido la capital enviándole gran parte de su guarnición a la división de Manuel Flon a Querétaro, como pudo reunió una fuerte y selecta división de 2.000 hombres al mando del joven Torcuato Trujillo, que tenía mucho prestigio por haber participado en la batalla de Bailén, recién ascendido a coronel. Le ordenó atrincherarse en Toluca para resistir el avance de los insurgentes y evitar a toda costa que entrasen al valle de México.

Componían esta fuerza el RI de Tres Villas y el RD de España, sin artillería, teniendo como subalternos de Trujillo al mayor José Mendívil y a los capitanes Antonio Bringas y Agustín de Iturbide. En la capital solo quedaron de guarnición el RI Urbano de Comercio y el RI de revolucionarios Distinguidos de Fernando VII, cuerpos que nunca entrarían combate a lo largo de la campaña.

Trujillo y su división se dirigieron a Toluca para atrincherarse y esperar un posible ataque de las fuerzas de Hidalgo. Trujillo salió el 28 de octubre a reconocer el camino del norte, encontrándose con que un fuerte destacamento que había colocado en la cabeza del puente de San Bernabé, sobre el río Lerma, había sido arrollado por la división insurgente de Mariano Jiménez, que avanzaba como tromba sobre Toluca.

Débil y sin conocer nada de la fuerza del enemigo a que debía enfrentarse, el coronel Trujillo abandonó Toluca y se retiró a Lerma, población donde se fortificó, cerrando con fosos y trincheras la calzada que de Toluca conduce a esta villa, interceptando de esta manera el camino carretero de Ciudad de México.

El día 29 de octubre, sin embargo, el sacerdote Viana le advirtió que los insurgentes podían ir a pasar por el puente de Atengo, hacia el sur, para tomar de esta forma el camino de Santiago Tianguistengo a Cuajimalpa, rodear los montes cortando la retirada a los realistas y caer sobre la capital por sorpresa.

Alarmado por las noticias, Trujillo mandó un destacamento a Tianguistengo, al sur de Lerma, ordenando previamente que se destruyera el puente. Sin embargo, ya una fuerte división al mando de Mariano Jiménez había pasado el puente, desbaratando las avanzadas realistas, dirigiéndose a Cuajimalpa, tras la sierra de Toluca, ya en pleno Valle de México.

Mientras esto sucedía, el grueso de las tropas de Hidalgo llamaron la atención de Trujillo por su frente y derecha, por la calzada de Toluca; pero, conociendo la fuerza real de los insurgentes, el coronel realista comprendió aunque tarde su debilidad y dejando guardias y destacamentos escalonados, partió al terminar ese día a tomar posiciones en el Monte de las Cruces, un territorio en que se dominaba completamente el camino, su nombre se debía a que era un paso en el que muchos bandoleros emprendían sus tropelías, a donde llegó Ignacio Allende con su regimiento de caballería media hora después.

Trujillo ejecutó con rapidez este movimiento que era una retirada, casi una fuga, dejando comprometido al coronel José Mendívil en Lerma al mando del RI de Tres Villas, que se batió en retirada con brío y discreción hacia la columna realista internada en el monte, haciendo nutrido fuego sobre las desordenadas filas insurgentes.

Durante su estancia en Tianguistenco, el cura Hidalgo recibió solidaridad y lealtad de los pueblos de Texcalyacac y Calimaya. El cura Hidalgo había logrado despertar el anhelo por la libertad, tanto que, aunque fuera solo con palos y herramientas de trabajo, la gente se ponía sus órdenes. Allí Hidalgo apostado en un banco de piedra, arengó las tropas. Los insurgentes avanzaron por cuatro rutas:

  • La ruta que conduce por Capulhuac, Ocoyoacac y San Jerónimo Acazulco y los llanos de Salazar.
  • La ruta que va por el camino viejo que va rumbo a Capulhuac, San Miguel Almaya, Atlapulco y los llanos que conducen a México.
  • La ruta que va al pueblo de Xalatlalco y Atlapulco y monte de las Cruces.
  • El contingente que cruzó el puente de Lerma avanzaron para la hacienda de Jajalpa.

En la noche de este 29 de octubre, los dos ejércitos acampan uno frente a otro, habiendo escogido el jefe realista la falda del cerro conocido como las Peñas, fondo pedregoso y monte espeso de la estrecha meseta, inepta disposición del coronel Trujillo, pues estaba dominada a los flancos por diversas alturas cubiertas de oyameles, ocotes y demás árboles. Las fuerzas realistas eran unos 2.500, los insurgentes eran unos 10.000 soldados y 50.000 civiles y nativos armados.

En la mañana del 30 de octubre de 1810, una división de avanzada al mando de Abasolo ejecutó una carga a vanguardia de los realistas para reconocer la fuerza de resistencia del enemigo. Los irregulares insurgentes sostuvieron su avance de frente, resistiendo heroicamente tres descargas consecutivas de la fusilería realista, pero finalmente se descompuso la columna y regresó a sus posiciones. Eran las ocho y media de la mañana.

En esos momentos, el coronel Trujillo recibió un buen socorro. El virrey Venegas tenía noticias de su desesperada posición frente a Cuajimalpa y le enviaba un auxilio consistente en dos piezas de artillería de a cuatro libras, servidos por marinos al mando del teniente de artillería de marina, Juan Bautista de Ustoris, 50 jinetes de las haciendas del rico español Gabriel de Yermo y 330 mulatos bien armados. Esto hizo cobrar gran ánimo al jefe español y sus huestes, que no podrían resistir sin artillería otro ataque de los insurgentes, ni podía tomar la ofensiva, pues sería correr a pronta e inútil muerte.

Por su lado, el general Ignacio Allende no desesperó y formó a sus tropas en batalla. A la izquierda Situó cinco compañías de lo mejor del RI de Celaya, el RI Provincial de Valladolid y el BI de Voluntarios de Guanajuato; por la derecha, el general Juan Aldama forma al RI de la Reina y los dragones de Pátzcuaro; en el centro, los más bravos, diestros y mejor armados charros, rancheros y vaqueros a caballo, que habían dejado sus haciendas para combatir por la independencia, compacto y fuerte núcleo; a retaguardia, el temible RI del Príncipe, lo mismo que tres escuadrones de charros lanceros y cazadores a caballo, como fuerte reserva e impulsar el ataque.

Hidalgo y Allende se dividieron el mando de la reserva, con Juan Aldama mandando la caballería de la derecha, el coronel Narciso María de La Canal la infantería de la izquierda y Abasolo mandando el frente.

Batalla del Monte de las Cruces (30 de octubre de 1810). Plano de la batalla.

Trujillo, ya animado con sus dos bocas de fuego y sus 400 hombres de refuerzo, ocultó sus cañones entre la maleza del bosque. La columna insurgente se lanzó a vanguardia para la carga, tronando en ese momento la fusilería y los disparos de la artillería española. Se detuvo un momento el ejército insurgente, pero resistió y despreciando las balas enemigas y avanzó firme hacia las trincheras realistas, dando con las fuerzas de José Mendívil y el RI de Tres Villas y trabándose un combate a la bayoneta.

De repente, hubo un flaqueo por parte de los realistas. Era que por su extrema izquierda, en lo alto de unas lomas, se encontraba el general insurgente Mariano Jiménez, al mando de 3.000 indios y un cañón, flanqueando completamente la batalla española, dominando el núcleo y las reservas de Trujillo.

El coronel español cambió el orden de batalla. Puso a la izquierda al capitán Antonio Bringas con los jinetes de Yermo y dos compañías del RI Tres Villas; por la derecha mandó al teniente Agustín de Iturbide con las restantes compañías del mismo cuerpo, y en el centro a los mulatos de milicia y dragones a pie del RD España, al mando de José Mendívil.

En ese instante, el combate se generalizó por todo el frente de batalla. Trujillo intentó, sin conseguirlo, contener a la división de Jiménez con sus reservas, viendo desmontado ya uno de sus cañones y al teniente Ustoris herido por un trozo de granada.

El ataque se hacía cada vez más fuerte por parte de los insurgentes, invitando a rendirse a los realistas, prometiéndoles puestos en sus filas. Sin embargo, un grupo de charros, armados con reatas, se abrieron paso a lanzazos entre la masa de dragones españoles, y llegando hasta el otro cañón que aún hacía fuego sobre la fuerza insurgente, se lo llevaron a cabeza de silla hasta el campo insurgente, donde inmediatamente fue servido contra los realistas.

Batalla del Monte de las Cruces (30 de octubre de 1810). Autor Enrique de Olavarría.
Batalla del Monte de las Cruces (30 de octubre de 1810) (I).

En vano Agustín de Iturbide se lanzó al frente de un pelotón de valientes del RI de Tres Villas en busca del cañón capturado, pues fue frenado de súbito por los infantes de Valladolid, entablándose serio combate con armas blancas.

Media hora después, por entre el monte, huían los restos de la división de Trujillo, perseguidos de cerca por la caballería de los insurgentes. La derrota española fue completa. Torcuato Trujillo se abrió paso entre los dragones enemigos, acompañado de Iturbide y unos 50 fugitivos, el resto de sus tropas. Llegó a Cuajimalpa donde se hizo fuerte, pero acometido rudamente, tuvo que abandonar esta Venta y seguir hasta Santa Fe, hasta donde no continuaron la persecución los jinetes insurgentes.

Los insurgentes consiguieron gran parte del armamento español y estuvieron a un paso de tomar la Ciudad de México, pero por motivos desconocidos, Hidalgo decidió enviar el 1 de noviembre a Mariano Abasolo y a Jiménez como emisarios para negociar con Venegas la entrega pacífica de la ciudad a las tropas sublevadas. El virrey, lejos de aceptar un acuerdo, estuvo a punto de fusilar a los negociantes, de no ser por la intervención del arzobispo de México y otrora virrey, Francisco Xavier de Lizana y Beaumont. Pero Hidalgo comenzó a reflexionar y ordenó la marcha del Ejército Insurgente la noche del 3 de noviembre, no hacia la capital, sino con rumbo al Bajío.

Batalla de Aculco (7 de noviembre de 1810)

El brigadier Calleja, que había movilizado sus tropas desde San Luis Potosí, alcanzó en Aculco a los insurgentes el 6 de noviembre de 1810. Llegó a Arroyo Zarco donde recibió estupefacto la noticia de que Hidalgo y Allende se encuentran cerca con multitud de gente indisciplinada, sin armas y en informales grupos que parodian regimientos, ocupando Aculco.

El ejército insurgente, desmoralizado por la errónea orden de Hidalgo de no tomar Ciudad de México, muchos se habían ido a sus casas, contaba tan solo con 40.000 hombres mal armados e indisciplinados, de los cuales aproximadamente eran 4.000 regulares de los cuerpos insurrectos y el resto milicianos. Calleja, por su parte, contaba con una fuerza que ascendía a 2.000 infantes, 7.000 caballos y 12 piezas de artillería.

La mañana del 7 de noviembre, las fuerzas realistas se enfrentaron al ejército insurgente que, tras recibir un nutrido fuego de artillería, huyó del lugar.

Batalla de Apulco (7 de noviembre de 1810). Victoria de los realistas sobre los insurgentes.

El saldo de la breve batalla fue devastador para los insurrectos, pues se perdieron 8 cañones, 11 cajones de pólvora, 40 botes de metralla, 50 balas de hierro, 10 botes canister, 300 fusiles, 2 banderas, un carro con víveres, 1.300 reses, 1.600 ovejas, 200 caballos, varios carros con heridos que luego fueron ejecutados, 16 carruajes para jefes principales y lo que es peor, 200 muertos y heridos y 600 prisioneros.

Veintiséis soldados de los regimientos provinciales apresados por Calleja fueron fusilados.

Los insurgentes, al ver perdida la batalla, liberaron a dos importantes prisioneros de guerra, Raúl Merino y García Conde.

La derrota provocó la división del ejército de Hidalgo en dos. Parte de sus hombres se fueron con Ignacio Allende y el resto siguieron a Hidalgo hacia Guadalajara, donde formó de manera efímera el primer gobierno insurgente, donde llevó a cabo alguna de las reformas que había prometido, como la abolición de los impuestos o la devolución de tierras a los indígenas.

Batalla de Puente Calderón (17 de enero de 1811)

Tras una entrevista con Venegas, Calleja resolvió avanzar sobre Guadalajara y cortar de tajo la insurrección. Con ayuda del intendente Flon y de los militares De la Cruz y Emparán, con quienes planeó la campaña a Guanajuato, se decidió a marchar a Guadalajara.

Poco antes, los insurgentes recibieron la noticia de que el coronel Mier había sido derrotado por los realistas, y de que el cura de Ahualulco, José María Mercado, había tomado el puerto de San Blas, en el actual estado de Nayarit.

Aldama y Allende organizaron en Guadalajara al ejército disponible, que tenía 3.400 hombres entrenados y 1.200 fusiles útiles. Se calcula que el resto eran unos 100.000 hombres sin orden ni preparación, de los cuales 20.000 eran jinetes, todos mal armados. Aldama y Allende confiaban en el apoyo que podrían obtener de su artillería, formada por 95 cañones. Para suplir la falta de armamento, en Guadalajara construyeron cohetes con puntas metálicas y granadas de mano para ser lanzadas con hondas.

Antes de la batalla, los jefes insurgentes discutieron sobre la estrategia. Hidalgo había decidido no presentar batalla dentro de la ciudad. Aceptando el parecer del cura, los insurgentes salieron de la ciudad entre el 14 y el 16 de enero hasta el campo raso cercano al puente, donde acamparon la noche del 16 y entonaron cantos religiosos. Según algunos autores, Hidalgo esperaba que, al ver el número tan grande de insurgentes, Calleja desertara y se pasara al bando insurgente.

La mañana del 17 de enero, Hidalgo afirmó: “Hoy desayunaré en Puente de Calderón, comeré en Querétaro y cenaré en México”. Después ordenó a Allende organizar al ejército de la siguiente manera: la artillería quedó bajo la dirección del general José Antonio Torres, la caballería fue puesta al mando de Juan Aldama y las reservas las dirigió el propio Miguel Hidalgo; el general en jefe de la batalla era Ignacio Allende.

Batalla del Puente Calderón (17 de enero de 1811). Plano de la batalla.

Al principio de la batalla, los independentistas iban triunfando. A pesar de las diferencias de armamento, los rebeldes mexicanos estuvieron a punto de derrotar a las fuerzas virreinales. Sin embargo, los insurgentes se confundieron y desesperaron por la explosión de una granada española en las municiones mexicanas. Esa explosión destruyó gran parte de la artillería mexicana, lo que en primera instancia redujo las pocas municiones insurgentes, causó pánico entre los hombres y creó un incendio que les impidió toda buena visibilidad sobre el enemigo; provocando una ola de desesperación y terror entre los insurgentes, que se dieron a la fuga.

Batalla del Puente Calderón (17 de enero de 1811). Vista de la batalla.

Los realistas españoles sacaron provecho de eso, se dedicaron a perseguir al enemigo que huía abandonando hombres y pertrechos. La batalla terminó a las seis horas de haber comenzado. El desastre fue total y el inmenso ejército insurgente fue aniquilado. La principal consecuencia fue la deserción: miles de hombres abandonaron el campo de batalla y fue imposible volver a reunirlos. Nunca más Hidalgo o Allende lograrían reunir un ejército que amenazara la estabilidad del virreinato, y dos meses después cayeron prisioneros en su huida al norte.

En la derrota del Puente de Calderón, la discordia entre los mandos rebeldes ya se había hecho presente y tal vez fue una de sus principales causas. Con esa batalla terminó la enorme oleada insurreccional que había comenzado cuatro meses antes en el pueblo de Dolores.

Captura de Hidalgo

Después de la derrota del Puente de Calderón, las diferencias entre Hidalgo y Allende, los principales jefes de la insurrección, parecían ya irreconciliables. Tras acordarlo con Aldama, Abasolo y el resto de los militares, se le exigió a Hidalgo renunciar al liderazgo del movimiento insurgente en la Hacienda de Pabellón, el 24 de enero, y que quedara Allende como el nuevo líder de la insurgencia. Después de la mediación de Rayón, se acordó que el párroco seguiría con el mando político del movimiento, en tanto que todas las decisiones militares recaerían de ahora en adelante en Allende. No obstante, aquello solo era una mera formalidad, ya que en la práctica, Allende se convirtió en el nuevo líder de la insurgencia, mientras que Hidalgo fue reducido gradual y discretamente a la calidad de prisionero por parte de sus propios compañeros.

Estando en Saltillo, los insurgentes resolvieron emprender la huida a Estados Unidos, con el fin de conseguir armamento y nuevos reclutas para continuar la lucha. Justamente por aquellos días, Allende recibió comunicación de Ignacio Elizondo, quien los invitó a refugiarse en las norias de Acatita de Baján, situado en la frontera de Coahuila y Texas, entonces parte del virreinato de Nueva España. No obstante, desconocían que la contrainsurgencia en aquella zona había tenido éxito y habían logrado las autoridades virreinales del lugar convencer a Elizondo de la futilidad de la rebelión y lograron que se cambiara de bando y decidiera preparar una trampa para capturar a los líderes de la insurgencia. Antes de partir, Hidalgo y Allende nombraron a Rayón como el nuevo líder del movimiento.

El 21 de marzo, las fuerzas insurgentes llegaron a las norias para descansar un poco y seguir el camino hacia la Alta California. Primero llegó el contingente de Abasolo y sus soldados, quienes fueron capturados por los efectivos realistas. Poco después, y sin percatarse de la captura de Abasolo, Allende, su hijo Indalecio, Aldama y Jiménez bajaron de un coche escoltado por algunos capitanes. Tras ofrecerles algo de comer, fueron aprehendidos, pero Allende opuso resistencia y Elizondo mató a su hijo. Finalmente, apareció Hidalgo, a caballo y escoltado por pocos hombres, cuya captura fue más sencilla que las anteriores realizadas.

Captura de Hidalgo y Allende el 21 de marzo de 1811 en pozos de Bajan. Allende entrega su sable al coronel Ignacio Elizondo.

Tras enlistar a todos los presos, Elizondo envió parte a la ciudad de México y los reos fueron trasladados a Mapimi, Durango; para después ser enviados a Chihuahua, capital de la intendencia más cercana, donde serían puestos bajo el mando de Nemesio Salcedo, quien ejercía como jefe militar del lugar, y se encargó de llevar sus causas criminales. Hidalgo y sus compañeros llegaron a Chihuahua el 25 de abril de 1811, y de inmediato comenzarían los preparativos para el juicio del cura y los demás caudillos.

Salcedo comisionó una junta militar compuesta por Juan José Ruiz de Bustamante para las sumarias, y a Ángel Abella, administrador de correos, para las causas e interrogatorios que se le harían a Hidalgo; que comenzarían el 7 de mayo. En cuanto a Elizondo, por sus acciones en la captura de los líderes insurgentes, fue premiado con el grado de coronel del Ejército Realista; pero años más tarde sería ejecutado a cuchilladas, cuando dormía a un lado del lecho del río San Marcos, en la provincia de Tejas, por el teniente Miguel Serrano, quien reconoció al hombre que traicionó a los primeros caudillos de la insurgencia.

Allende, Aldama y Jiménez fueron encontrados culpables del delito de alta traición, y se les condenó a muerte en ese mismo mes. Abasolo, por su parte, aportó datos adicionales sobre la insurgencia que permitieron llevar a cabo redadas donde se obtuvo material para contrarrestar el movimiento. Su colaboración, sumada a los esfuerzos de su mujer, lograron conmutar su condena a la de prisión perpetua en Cádiz, España, donde murió en 1816 de tuberculosis pulmonar. En tanto que Allende, Aldama y Jiménez fueron pasados por las armas por la espalda en la plazuela de la ciudad de Chihuahua el 26 de junio. Más tarde sus cuerpos fueron decapitados y sus cabezas puestas en sal, en preparación para su traslado. Hidalgo fue enterado de esta noticia la misma noche de la ejecución. Originalmente, a Hidalgo se le había sentenciado a morir el 26 de julio, pero la ejecución tuvo que ser aplazada para primero realizar los procesos que debían de despojarlo de su condición sacerdotal. Siendo ejecutado el 30 de julio de 1811 en Chihuahua. A Hidalgo querían fusilarlo sentado y de espaldas, pero se negó con firmeza. Le vendaron los ojos y le ataron las piernas con las patas del asiento.

Fusilamiento del cura Miguel Hidalgo el 30 de julio de 1811 en Chihuahua. A las 9 de la mañana fue conducido al paredón siendo acompañado por algunos sacerdotes.

Durante el siguiente mes de agosto, las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron enviadas en una gran caja de sal a Guanajuato, en donde fueron colocadas en cuatro escarpias en la famosa Alhóndiga de Granaditas. Allí permanecieron diez años. El cuerpo decapitado de Hidalgo fue enterrado en la capilla de San Antonio del templo de San Francisco de Asís, en la misma ciudad de Chihuahua.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-21. Última modificacion 2025-10-21.
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