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Antecedentes
Tras el cierre del Congreso, el cuerpo legislativo se trasladó con Morelos a seguir la guerra. Matamoros proponía atacar Puebla, considerada una ciudad estratégica por el gobierno español, o bien Guadalajara o la Ciudad de México. Sin embargo, Morelos se decidió por Valladolid, su ciudad natal, y que había sido tomada por Hidalgo en octubre de 1810, y reconquistada por las fuerzas españolas en diciembre del mismo año. Consideraba que esta podría convertirse en sede del Congreso de Chilpancingo, organismo de gobierno insurgente en donde había dado a conocer su ideario político “Los Sentimientos de la Nación” en septiembre de 1813 y que le había otorgado la jerarquía de generalísimo.
El ejército con el que Morelos inició su quinta campaña militar era el mejor equipado que había tenido hasta entonces. Contaba con 30 piezas de artillería, la mayoría de ellas traídas desde Acapulco, una inmensa cantidad de municiones, recolectadas de septiembre a diciembre de 1813, meses en los que permaneció inactivo concentró a sus fuerzas; además sus hombres eran veteranos de guerra, disciplinados que contaban con experiencia en el campo de batalla y sabían desenvolverse en el terreno.
Además, desde Valladolid, Morelos estimaba que podía reconquistar las intendencias de Guanajuato y San Luis Potosí.

Batalla de las Lomas de Santa María (23 de diciembre de 1813)
En noviembre sus tropas insurgentes salieron hacia la capital de la provincia de Michoacán, a la que llegaron en diciembre.
Calleja supo pronto, gracias a los espías con los que contaba entre el ejército insurgente, de los movimientos a los que Morelos había dedicado más esfuerzos. El 8 de diciembre, por órdenes del virrey, el coronel Domingo Landázuri salió de la capital al mando de 2.000 hombres. El coronel Agustín de Iturbide se reunió en Puebla con el general Ciriaco del Llano, y ambos incorporaron a sus fuerzas las tropas de Landázuri la mañana del 23 de diciembre en Indaparapeo, Michoacán. El brigadier Landázuri se marchó con la tercera parte de las tropas combinadas a la capital de la intendencia de Michoacán, Valladolid, donde se preparaba para resistir el ataque insurgente.
Ramón López Rayón informó a Morelos de la reunión que habían sostenido los jefes realistas, y el generalísimo le ordenó a Rayón atacar el conglomerado de las fuerzas de Iturbide y Llano, lo que permitiría a sus tropas ganar tiempo para tomar Valladolid y que los realistas defensores de la plaza no pudieran recibir los refuerzos enviados por el Virrey. Rayón obedeció, y movilizó al grueso de su tropa siempre siguiendo a Llano. Ambos bandos se enfrentaron el 21 de diciembre en Jerécuaro, donde los insurgentes fueron derrotados gracias a la intervención del coronel Iturbide, quien después de vencer a Rayón, le persiguió por el campo de Santiaguito, donde dio muerte a Rafael, único hijo de Ramón Rayón.
La mañana del 23 de diciembre, Morelos escribió a Landázuri pidiendo la rendición de Valladolid, prometiendo respetar la vida del comandante y de los defensores realistas. Sin embargo, en lugar de responder al caudillo insurgente, Landázuri comenzó a preparar las defensas de Valladolid, esperando un posible ataque. En efecto, al mediodía, una división insurgente mandada por Hermenegildo Galeana comenzó el asedio a Valladolid. Con poco más de 1.200 efectivos, entró por la parte norte de la ciudad y derrotó a los batallones de Landázuri, quien por momentos se veía acorralado. Alrededor de dos horas más tarde, los refuerzos de Iturbide y Llano entraron a Valladolid, sosteniendo un fuerte enfrentamiento con Galeana, a quien la llegada de los realistas le impidió tomar la plaza, por lo que decidió retirarse.
Por cuestiones de estrategia y táctica, Iturbide detuvo a Llano en su intento por derrotar definitivamente a Galeana, quien entró en el campamento de Morelos pidiendo refuerzos. Bravo decidió ir con su división a intentar el ataque definitivo a Valladolid, pero Llano y sus tropas le enfrentaron en la zona de los portales, ubicados en el centro de la ciudad, con lo que Bravo vio frustrada la toma de la capital michoacana. Mariano Matamoros, sacerdote insurgente y lugarteniente de Morelos, mandó el tercer y último intento por tomar Valladolid para la causa insurgente, que fracasó al igual que los anteriores.
Después de ser vencidas las fuerzas de Matamoros, Morelos envió a un emisario pidiendo al general retirar sus tropas y regresar al campo para al día siguiente intentar la toma de la ciudad. Se instalaron en un paraje boscoso a las afueras de las llanuras vallisoletanas, conocido como las Lomas de Santa María, una planicie arbolada en la que se prepararon para el siguiente día. A la medianoche, ya entrado el día 24 de diciembre, Iturbide recibió noticias de la ubicación del ejército de Morelos gracias a los informantes que habían logrado penetrar en las fuerzas insurgentes. Llano le sugirió atacarles para evitar que Morelos hiciera otra invasión a Valladolid. Alrededor de las dos de la madrugada, Llano e Iturbide atacaron el campamento insurgente, eliminando así a poco más de la cuarta parte de la tropa de Morelos, que debido a la oscuridad siguió atacándose entre sí una vez que las tropas realistas se habían retirado. En esta acción, Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos, fue herido en un brazo.
Gracias a los consejos de los miembros del Supremo Poder Legislativo, instalado por el Congreso de Chilpancingo, Morelos decidió retirar a sus fuerzas de Valladolid y desistir de tomar esta ciudad, y en lugar de ello decidió que él y parte del ejército se retirase a Puebla, mientras que otra parte del ejército bajo Matamoros (3.000) presentase batalla en la hacienda de Puruarán para dar tiempo a retirarse a Morelos.

Batalla de Peruarán (5 de enero de 1814)
El 30 de diciembre de 1813, salió de la capital, Ciriaco del Llano con las tres primeras secciones de sus fuerzas, con dirección al pueblo de Tacámbaro, en cuyo lugar, o sus cercanías, tenía noticias debía hallarse el insurgente Morelos, con los demás cabecillas, reuniendo las fuerzas con que había huido de esa ciudad, y las fuerzas dispersadas en los ataques del 23, 24 y 25 de diciembre.
A su llegada a Tiripetío en la primera marcha, se presentó un recluta de fieles del Potosí, que había sido hecho prisionero en el ataque del 24 a la tarde en esta ciudad; quien me dijo, que la reunión, no era en Tacámbaro, sino en Páztcuaro. Acorde a esa noticia, varió el camino que había pensado llevar, dirigiéndose a Páztcuaro, en donde teniendo noticias, por dos soldados del provincial de México, que se presentaron de que Morelos no estaba en Tacámbaro, y se dudaba en cuál de las haciendas de aquellas cercanías había hecho mansión, determinó aproximarse tomando la marcha al pueblo de Santa Clara.
El 3 de enero, llegó el ejército a los ranchos de Zatzio: (6 leguas al oeste de Tacámbaro) en estos, tuvo noticia positiva de que Morelos, Matamoros, Galeana, Muñiz, Ramón y Rafael Rayón, y otros cabecillas, esperaban en la hacienda de Puruarán con sus fuerzas, y que estaban fortificándose; pues ya tenían adelantadas algunas obras, como cercas y parapetos.
El 4 de enero, llegó a los ranchos de Los Acheros: el camino que guía a ellos, desde los de Zatzio, es dificultoso para la artillería; de manera, que fue preciso el trabajo de los gastadores, y el desenganchar los cañones para llevarlos a brazo, sin los armones. A mitad del camino, supo con toda certeza la situación de los insurgentes, y aun algunos de sus proyectos. Con estas noticias, dio orden de que el ejército acampase, en disposición de estar prevenido; colocando la primera sección, campo al frente: la segunda a la derecha, formando martillo, y la tercera a la izquierda en la misma forma; estando en el centro la artillería, parque, provisiones, y el cuartel general. Dispuso al mismo tiempo, dos avanzadas de 60 hombres, y dos cañones, una en la avenida de Puruarán, y otra, al camino que habían traído; y que la tropa estuviese sobre las armas, para las tres de la madrugada del 5 de enero.
El camino de Los Acheros, a la hacienda de Puruarán; era también muy malo, casi impracticable para carruajes. A pesar de la corta distancia, de legua y media que había, no llegaron hasta las 11:00 horas, a un cuarto de legua de distancia de dicha hacienda; habiendo salido a las 07:00 de la mañana.
Por las noticias que le llegaron, Ciriaco supo que los insurgentes tenían dispuestas a la izquierda de su posición, en las barranas, dos fuertes emboscadas de infantería; y que su retaguardia sería atacada por la caballería insurgente del padre Torres, del Bajío, y las del padre Navarrete, Arias, Cervantes, y otros. Dispuso, que el sargento mayor del RI de Nueva España Domingo Clavarino, con el BI de su mando, y la compañía de marina, tomase las veredas de la izquierda, para atacar a los insurgentes emboscados por su espalda; pues absolutamente no podían observar este movimiento, hasta que Clavarino estuviese sobre ellos. A retaguardia dispuso que el Tcol Matías Aguirre, con su escuadrón, y 116 dragones de San Carlos, con el capitán don Miguel Veistegui, para contener a los enemigos, que pudieran atacarnos por la retaguardia.
En esta forma avanzo, cuando avistó la hacienda de Puruarán, desde una altura que la domina por el Norte. Con el anteojo, pudo distinguir la mayor parte de su fortificación, y después de reunido todas las fuerzas, ocupó una elevación, que a tiro de cañón, dominaba la hacienda. Esta se hallaba a 22 leguas suroeste de Valladolid, en un pequeño plano, rodeado de varias quebradas, de diferentes alturas. Mandó al Tcol de artillería, Nicolás Pinzón, que situase un obús, y 2×4 cañones y que abriera fuego. Al mismo tiempo, protegidos por dichos fuegos, dispuso que se hiciese un reconocimiento sobre las posiciones insurgentes, para desde la altura observar todas las fuerzas presentes para la defensa de la hacienda. Para esta operación, puso a las órdenes del Tcol Francisco de Orrantia, el BI-II de la corona, con su comandante accidental, el Tcol Ramón Soto; el BI-III fijo de México, con su sargento mayor Pío María Ruiz; una pieza y 250 caballos de varios cuerpos.
Mientras tanto, en el bando insurgente tomaba la decisión suicida, Matamoros ordenó construir trincheras en torno a la hacienda. A Ramón Rayón lo situó al otro lado del río con más de 500 hombres. «Desde aquel punto era imposible auxiliar a Matamoros, porque el río quedaba mediando entre él y los realistas y el puente era bien estrecho.»
A las doce del 4 de enero, se avistó a los realistas, que una vez colocada su artillería en las lomas, comenzó a hacer fuego. ¡Matamoros solamente pudo contestar con un único cañón!
Cuando Orrantia se hallaba frente a los parapetos, mandó a su ayudante, el capitán Alejandro de Arana para que se reconociese bien la línea, y diese cuenta, para el ataque, que pensaba dar por la noche; y que avisase a Orrantia, que concluido el reconocimiento, se replegase a la línea, si no hallaba un momento decisivo, para tomar la hacienda.
La aproximación de las tropas que mandaba Orrantia, no intimidó a los insurgentes; quienes se mantuvieron en los puestos de su defensa, y solo abrieron el fuego, al acercarse más la infantería. A este tiempo, el Tcol Orrantia, con parte de la caballería, hizo un movimiento envolvente por la izquierda, mientras avanzaban en columna de ataque los dos batallones, BI-II de la Corona, y el BI-III fijo de México. El primero entró por la batería más avanzada, y la Corona, por las cercas de piedra, contiguas, que en ambos puntos defendía la infantería insurgente.
Los insurgentes, superados en número, atacados en sus flancos por la caballería realista, y hostigados por los cada vez más destructores ataques de la artillería, terminaron por precipitarse por el estrecho puente que estaba al lado de la hacienda en un intento desesperado por salvarse.
Para explotar el éxito ordenó que cargase toda la caballería, al mando del coronel Agustín Iturbide; quien persiguió a los insurgentes hasta dos leguas de la hacienda. Algunos insurgentes intentaron defenderse haciendo fuego; pero siendo muy pocos fueron perseguidos, y desaparecieron por los bosques.
Mariano Matamoros, a quien en plena refriega le mataron su caballo, trató en vano de salvarse con otro que le prestó un dragón. Intentó pasar el río, pero no pudo superar los obstáculos que se le presentaron, pues el puente estaba enteramente embarazado con tercios y cargas que hacían imposible el tránsito. Viéndose perdido, trató de refugiarse en una trinchera, pero fue denunciado por uno de sus mismos oficiales. Su aprehensor fue el soldado de frontera Eusebio Rodríguez, de la escolta de Orrantia, a quien se le remuneró con 200 pesos.

Los insurgentes perdieron, según Ciriaco más de 600 hombres muertos y 700 fueron hechos prisioneros; se capturaron 23 piezas de todos calibres, 1.200 fusiles y 150 cargas de municiones (de las que muchas se inutilizaron, por haber faltado mulas en qué transportarlas). . Las pérdidas realistas fueron de 5 muertos, y 36 heridos.
Morelos había partido el día antes de la acción, con una compañía de su escolta.
A pesar del canje de prisioneros que quería efectuar Morelos, con el fin de salvarle la vida al general Matamoros (El general Matamoros por la vida de 300 realistas que habían sido capturados en diversas acciones militares), el Gobierno español no accedió, y ordenó el fusilamiento de Matamoros el 3 de febrero de 1814. A la muerte del general insurgente, Morelos ordenó el fusilamiento de los prisioneros españoles.

Morelos es despojado del mando supremo
Morelos, perseguido sin cesar, llegó a Huehuetlán, y se encaminó, siempre acompañado de su pequeña escolta, a la sede del Congreso: Tlacotepec. Allí supo el fusilamiento de Matamoros.
Cuando se conoció su llegada, el diputado Herrera salió a encontrarlo a media legua de distancia, y de inmediato se dio cuenta el caudillo en derrota, de la frialdad hostil con que iba a ser recibido.
Desde pocos días antes, Rosainz e Ignacio Rayón, que utilizaron el desastre en Puruarán, para atizar la hoguera de las envidias y de las ambiciones, habían preparado el tinglado.
El Congreso, después de escuchar los ataques de Ignacio Rayón, quien llegó a decir “que era conveniente mandar a Morelos a decir nuevamente misas en su parroquia de Carácuaro”, había decidido que el otrora glorioso caudillo debía renunciar al Poder Ejecutivo.
Pero Morelos aún imponía respeto, y la fuerza de su personalidad paralizaba a los mediocres.
En vista de que nadie se atrevía a decirle directamente lo de la renuncia, fue (como verdadera ironía del destino), el abogado Rosainz, fue quien informó a Morelos sobre la dura resolución del Congreso.
Dando muestras de su grandeza de alma y de respeto a la ley, Morelos se subordinó humildemente al Congreso, diciendo «que si no se le creía útil ya como general, serviría de buena voluntad como simple soldado«.
El Congreso tomó a su cargo el ejercicio del Poder Ejecutivo y reservó a Morelos el mando militar, pero como sarcasmo, el ejército del caudillo se reducía ¡a los 150 hombres de su escolta!
El mando de lo que todavía parecía un ejército, quedó confiado a Rosainz y a Rayón y distribuido de tal modo que Morelos expresó abiertamente su descontento, principio de las graves desavenencias entre él y el Congreso.
Batalla de Chichihualco y muerte de Galeana
Los resultados de semejante desacierto se vieron muy pronto. Los 1.600 hombres bajo el mando supremo de Juan Neupoceno Rosains y bajo la dirección inmediata de Hermenegildo Galeana, los dos Bravo y Vicente Guerrero (quienes combatían ahora, mal de su grado y sin el entusiasmo y la inspiración que sabía infundirles Morelos), fueron rotundamente derrotados por José Gabriel Armijo en Chichihualco, el 19 de febrero de 1814, lugar donde Galeana había obtenido uno de sus primeros triunfos.
Los jefes insurgentes se dispersaron para ponerse a salvo.
El 15 de marzo, Miguel Bravo fue capturado en Chila por el coronel Félix de la Madrid, se le trasladó a Puebla y fue ejecutado allí un mes después. Morelos, Pablo y Hermenegildo Galeana viajaron al fuerte de San Diego (Acapulco) con el objetivo de desmantelar la artillería e inutilizar los cañones de grueso calibre. Fueron perseguidos por Gabriel de Armijo quien los forzó a huir el 11 de abril. Una escaramuza en Pie de la Cuesta, con el coronel insurgente Juan Álvarez, permitió a los Galeana y Morelos salir del puerto. De cualquier forma, el avance de Armijo llegó hasta El Veladero consolidando la posición el 6 de mayo.
El 29 de marzo, la ciudad de Oaxaca fue retomada por los realistas bajo las órdenes del coronel Melchor Álvarez, al mando de un ejército de 2.000 hombres, entre los que se encontraba el BI de Saboya. Todas estas derrotas fueron criticadas por Ignacio López Rayón, quien culpó a Rosáins por su incapacidad estratégica. A partir de entonces, los dos comandantes insurgentes se enemistaron. López Rayón marchó a Zongolica y Rosáins a Jamapa, fueron acechados por el coronel realista Francisco Hevia desde Orizaba.
A disgusto por estar bajo el mando de Rosáins, Galeana pensó en dejar el movimiento. Morelos le encargó la defensa de El Heladero, y a finales de marzo fue sitiado allí por realistas, y desalojado el 6 de mayo. Se dirigió a Cacahuatepec. Pasó por Texca y Tixtlancingo, y a fines del mes logró rechazar a Avilés en Cacalutla.
El 27 de junio, Galeana iba a Coyuca y a unas dos leguas al poniente de la población, en el puente llamado El Salitral, al pasar el río, fue atacado, se resguardó tras unas parotas (árboles), luego tuvo que batirse en retirada perseguido por una partida realista guiada por Oliva, quien debía a Galeana algunos favores. Oliva lo comenzó a llamar por su nombre y a avanzar sobre él; casi lo alcanzaba y al volver Galeana la vista atrás para medir la distancia que lo separaba de su perseguidor, su caballo brincó al pasar debajo de un árbol y recibió un fuerte golpe que lo desarzonó; otro golpe lo hizo caer en tierra sin sentido arrojando sangre por la boca y nariz.

De inmediato lo rodearon catorce dragones que no osaban acercársele por el respeto que inspiraba; algo repuesto del golpe intentó defenderse, Joaquín León desde su caballo le tiró un balazo de carabina que le atravesó el pecho; en vano Galeana quiso sacar su espada para defenderse; el mismo León se apeó entonces y todavía vivo, le cortó la cabeza, que puso en la punta de una lanza, el tronco quedó tirado. El comandante realista la mandó colgar de una ceiba en el centro de la plaza de Coyuca.
La exposición de la cabeza suscitó tales actos de burla y befa que el mismo comandante realista, de apellido Avilés, indignado ante el escarnio de que era objeto aquel despojo, lo mandó retirar y enterrar en la iglesia del lugar. Se dice que su cuerpo fue recogido por dos de sus soldados y sepultado en secreto para evitar alguna profanación, ignorándose dónde quedó. También se dice que su cuerpo fue sepultado en un paraje que actualmente se llama Los Cimientos.
Morelos, al saber de la muerte, exclamó: ¡Acabaron con mis dos brazos; ya no soy nada!, refiriéndose también a la muerte de Matamoros.
Las desavenencias entre los insurgentes fueron incrementándose. Ignacio López Rayón, después de ser derrotado en Omealco, en lugar de unirse a Rosáins prefirió dirigirse a Zacatlán para construir cañones con la ayuda del platero Alconedo, pero los hermanos Mier y Terán lo abandonaron en Tecamachalco. A finales de mayo, Rosáins se dirigió a la carretera de Xalapa a Orizaba, en donde José Antonio Martínez se había posicionado para cobrar peaje a las caravanas realistas, debido a que este último era fiel a López Rayón, Rosáins decidió liquidarlo para después designar a Juan Pablo Anaya y Guadalupe Victoria como encargados de la misma zona.
El 20 de junio desembarcó en Nautla el general francés Jean Joseph Amable Humbert, quien dijo venir en representación de los Estados Unidos para apoyar a los insurgentes. López Rayón, entusiasmado, informó al Congreso de Anáhuac, pero Rosáins se le adelantó, designando a Anaya la misión de embarcarse junto con el francés hacia Nueva Orleans. En ese lugar se preparó una expedición con la ayuda de José Álvarez de Toledo y Dubois, pero esta nunca se llevó a cabo al ser impedida por órdenes del presidente James Madison.
Las disensiones y los enfrentamientos armados entre López Rayón y Rosáins aumentaron por dicho incidente. En Silacayoapan, en un enfrentamiento entre José Herrera (que era fiel a López Rayón), y Ramón Sesma (que era fiel a Rosáins) fue detenido por Manuel Mier y Terán, quien logró reconciliarlos para hacer frente al coronel realista Melchor Álvarez. Los insurgentes rechazaron con éxito el ataque, tomando las localidades de Teposcolula, Tlaxiaco y Yanhuitlán. Mientras tanto, los miembros del Congreso de Anáhuac fueron forzados a escapar de Uruapan por el realista Pedro Celestino Negrete, para así situarse en Apatzingán.
Captura y muerte de Morelos
El último acto heroico realizado por Morelos se dio a finales de 1814, cuando ofrendó su vida para salvar al Congreso insurgente que proclamó la Constitución de Apatzingán. Efectivamente, el 22 de octubre de 1814, vio la luz el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, más conocido como Constitución de Apatzingán. Dentro de sus características más importantes, llama la atención los conceptos de soberanía popular, separación de poderes, un legislativo fuerte y elecciones indirectas; conceptos de vanguardia para la época y poco usuales en monarquías como a la que pertenecía la Nueva España. La Constitución comenzó a circular de manera impresa en varios puntos del virreinato.
En mayo de 1815, el virrey Calleja expidió un bando que ordenaba quemarla en las plazas mayores de todas las ciudades, establecía penas para aquellos que la tuvieran, distribuyeran u ocultaran. Ante los decretos emitidos por las autoridades, comenzaron a aumentar los delatores e informantes contrarios a la causa insurgente. Así, a mediados de 1815 no había algún punto donde el Congreso insurgente pudiera estar seguro. En otras palabras, a través de una política represiva y de los resultados en el campo de batalla, el Virrey logró controlar la insurgencia en varios puntos del territorio novohispano. Ante la necesidad de establecerse en una región segura, en septiembre de 1815 se decidió que el Congreso, que estaba en el poblado de Uruapan, se trasladaría a Tehuacán, Puebla, punto protegido por el coronel Manuel Mier y Terán, uno de los pocos hombres adictos a Morelos que aún quedaban.
Dicho objetivo era en extremo difícil, había que hacer un viaje de 700 kilómetros por un camino lleno de enemigos. Así, el 29 de septiembre de 1815, el Congreso salió de Michoacán escoltado por Morelos. El Virrey tuvo noticias del éxodo insurgente, pues su red de información incluía a algunos ex-rebeldes que se habían acogido al indulto, por lo que movilizó a José Gabriel de Armijo, Eugenio Villasana y Manuel de la Concha, confiado en que alguno de ellos podría interceptar a la comitiva independentista. El 5 de noviembre de 1815, el coronel Manuel de la Concha dio alcance a Morelos en el poblado de Tezmalaca, las fuerzas insurgentes fueron derrotadas y Morelos fue capturado cuando trataba de huir hacia un bosque cercano por un tal Matías Carranco, quien habiendo combatido como insurgente bajo sus órdenes, lo identificó y le impidió huir.

En el enfrentamiento se hicieron prisioneros a 200 insurgentes, 150 de los cuales fueron fusilados y el resto enviados a Manila como esclavos.
El coronel de la Concha trasladó a Morelos a la Ciudad de México a finales del mismo mes. Entraron a la capital del virreinato el 22 de noviembre de 1815, en donde se le realizaron dos juicios al caudillo, uno religioso y otro militar. Morelos fue encontrado culpable de traición al rey, de profanar los sacramentos y herejía, delitos por los que fue condenado a muerte. El 22 de diciembre de 1815, Morelos fue trasladado a San Cristóbal Ecatepec, en el antiguo caserón de los virreyes, por el mismo coronel de la Concha. Mientras se hacían los preparativos para la ejecución, se le sirvió la comida, la cual consumió con apetito. Mientras estaba en el comedor, sonó el redoble de los tambores y exclamó: “Esta llamada es para formar, no nos mortifiquemos más, deme usted un abrazo, señor Concha y será el último”.
A las 15:00 horas del 22 de diciembre de 1815, se dirigió al patio donde sería ejecutado. Antes de llegar al paredón rezó el Salmo 51, pronunciado por aquellos que suplican perdón y están afligidos por sus almas. Una vez colocado a espaldas al pelotón de fusilamiento, dijo sus últimas palabras: “Señor, tú sabes si he obrado bien; si he obrado mal, imploro tu infinita misericordia”. Acabada su oración sonaron cuatro disparos, José María Morelos y Pavón cayó al suelo retorciéndose de dolor, se necesitó otra descarga para quitarle la vida, así se apagó la luz del insurgente más insigne que luchó en la Guerra de Independencia Mexicana. Su cadáver fue llevado a la iglesia parroquial de Ecatepec en donde reposó durante ocho años.

En 1823, el Congreso proclamó que los restos de los próceres independentistas muertos se depositaran en la Catedral Metropolitana (aunque a Morelos se le había declarado hereje y, en términos estrictos, no podría ser sepultado en ese lugar). Es de suponer que los despojos mortales de Morelos permanecieron ahí hasta julio de 1865, cuando, por orden del emperador Maximiliano, los vestigios de los héroes fueron trasladados a Palacio Nacional, para rendirles honores, ocasión que aprovechó el general Juan Nepomuceno Almonte, hijo de Morelos, para apropiarse de los restos de su padre, mismos que se llevó a Europa cuando fue nombrado Ministro Plenipotenciario de México en París, al año siguiente.
Hay quienes afirman que los restos de Morelos están perdidos en algún cementerio francés, Ernesto Lemoine, uno de los historiadores con mayor conocimiento del prócer, aseguró que fueron tirados en el océano Atlántico. Sin embargo, después de algunos estudios, antropólogos forenses determinaron que los restos de Morelos se encuentran en la Columna de la Independencia de la Ciudad de México.