Guerras de Independencia Hispano-Americanas Fase de reacción española (1814-18) Expedición de Morillo y pacificación de Nueva Granada

Preparación de la expedición

Poco después del regreso de Fernando VII, a finales de 1814, se constituyó la Junta Militar de Indias para planificar la lucha contra los insurgentes. Estaba presidida por el infante Carlos y otros seis generales, entre ellos, inicialmente, Palafox y el conde de La Bisbal. Se citan también otros generales: Ballesteros, Blake, Venegas, el ex virrey de México Goyeneche, citado como general en jefe del ejército realista en el Alto Perú, o Álava. En esa Junta se designó a Pablo Morillo como jefe de la misión militar, por recomendación del general Castaños, que lo tuvo bajo sus órdenes en la batalla de Bailén. Este nombramiento incluía el carácter de generalísimo de todas las fuerzas españolas en la América del Sur, con autoridad militar incluso por encima de los virreyes.

Una de las mayores expediciones enviadas hasta el momento a Europa fue la que el 15 de febrero de 1815 zarpó de Cádiz, una expedición de 15.000 hombres bajo el mando del teniente general Pablo Morillo con el objetivo de someter a Venezuela y Nueva Granada. Aunque, según afirmaba, “en breve se compuso de 10.000 hombres efectivos, con abundante artillería: el primer destino que se pensó dar a esta expedición fue socorrer la plaza de Montevideo, y contribuir a la pacificación de las provincias del Río de la Plata; pero las circunstancias que sobrevinieron durante su habilitación, lo adelantado de la estación”. Se refería a aquellas circunstancias que ocurrieron para desviarla; fue que el 22 de junio de 1814 Montevideo se rindió a los rioplatenses, cayendo la última base realista en la zona en manos de los insurgentes. Las instrucciones para el general en jefe de la expedición de Montevideo, Pablo Morillo, y para el jefe de mar sufrieron un cambio definitivo a Costa Firme, se tuvieron que realizar posiblemente en el mes de diciembre de 1814, ya que mediante instrucciones secretas fueron entregadas a Enrile el 17 de enero de 1815.
Las maniobras hábiles del gobierno de Buenos Aires y el dinero que empleó por medio de sus agentes en España influyeron mucho para que el gabinete de Madrid variase de planes en cuanto al destino de la expedición… Arguibel tuvo una parte muy activa en evitar que su país fuese el teatro de la guerra”.

Las unidades del Ejército Expedicionario eran 7 unidades de infantería, 2 de caballería y 5 de artillería y 1 BZ:

  • RIL de la Legión Extremeña (1.200) de Mariano Ricafort. RIL de Castilla (1.200) de Pascual Real.
  • RIL de Barbastro (1.200) del Col Juan Cini,
  • RI de la Unión (1.200) del Col Juan Francisco Mendibil.
  • RI de León (1.200) del Col Antonio Cano
  • RIL de Voluntarios de la Victoria (1.200) del Col Miguel de La Torre.
  • BIL de cazadores del General (650).
  • 2 unidades de caballería: RD de la Unión (600) de Salvador Moxó y RH de Fernando VII (600) de Juan Bautista Pardo.
  • 5 unidades de artillería: 2 Cías de plaza (240), 2 Cías volantes (120), 1 Cía de artificieros (120); 1 BZ con 3 Cías de zapadores (360).

La escuadra, formada con la colaboración de los armadores de Cádiz, al mando de Pascual Enrile, tenía como navío insignia, el San Pedro Alcántara (64); las fragatas Diana (32) y Efigenia (32), la corbeta Diamante (28); las fragatas de transporte San Ildefonso, Vicenta, Salvadora, Palma, Socorro, San Francisco de Paula, Providencia, Héroe de Navarra, San Pedro y San Pablo, Joaquina, Empresa, Empecinada, Buenos Hermanos, Preciosa, San Fernando, Apodaca, Elena, Coro, Ventura, Pastora, Arapiles, Unión, Piedad, Carlota de Bilbao, San José, Carlota Chica, Velona; 4 bergantines: Guatemala, San Ignacio, Enrique, y San Andrés y otros 23 barcos de diferente tonelaje.

El 17 de febrero de 1815 a las 08:00 de la mañana, zarpó la escuadra. El 25 de febrero, se puso al pairo y se comunicaron las órdenes, hasta el momento secretas: la expedición iba a Costa Firme y no a La Plata.

Flota de Pablo Morillo dirigiéndose a América en 1815. El navío San pedro de Alcántara (64) buque insignia de la Expedición.

Llegada a América

El 5 de abril la escuadra avistó Puerto Santo (Morro Santo), en la costa de Venezuela, y fondeó en Carúpano. Sus pérdidas de personal en ruta fueron mínimas. El 6 de abril se recibió a bordo al coronel Francisco Tomás Morales, que después de la muerte de José Tomás Boves había quedado al frente de las victoriosas tropas del rey que habían doblegado a Bolívar en Venezuela y le habían obligado a huir. Morales intentaba invadir desde Capúrano la isla Margarita, último refugio de los insurrectos. Los sangrientos episodios de Venezuela se caracterizaron por la guerra viva, con fuertes ribetes de lucha de clases que se acentuaron después de la contrarrevolución de 1812 encabezada por Monteverde, quien aprovechó el descontento contra el moderado gobierno independiente de Francisco Miranda.

Contrastaban con la baja intensidad del conflicto en la Nueva Granada durante la balbuceante Primera República. Bolívar, en fuga y recogiendo las lecciones de la derrota de Miranda, planteó en el Manifiesto de Cartagena la guerra social como alternativa de lucha. La ciudad le dio mando de tropas, pero para acantonarlo en un remedo de línea de fuego en el río Magdalena, que separaba la realista Santa Marta de la insurgente Cartagena. Bolívar se rebeló contra la inacción.

La proclamación de la guerra a muerte por Bolívar en junio de 1813 (“Españoles y canarios, contad con la muerte, aún siendo indiferentes…”), al inicio de la Campaña Admirable, y los excesos de José Tomás Boves, quien a su vez decretó en noviembre de 1813 guerra a muerte a los blancos criollos, abrieron brechas insalvables entre los contrincantes en Venezuela. Centenares de prisioneros de ambos bandos fueron asesinados a sangre fría. Ahora bien, muchos de los derrotados por Boves en Venezuela se refugiaron o fueron a dar a Cartagena. Constituirían un tercio de los 1.650 veteranos, soldados y oficiales, durante el sitio de 1815. Morillo, por su parte, no tenía por qué abrigar rencores. Acababa de llegar. No así Morales y sus contingentes hispano-venezolanos de todos los colores, que serían la vanguardia española de la invasión a la provincia de Cartagena.

Flota de Pablo Morillo dirigiéndose a América en 1815 (I). El navío San pedro de Alcántara (64) buque insignia de la Expedición.

En la madrugada del 17 de abril, fondeaban frente a Margarita. El general en jefe indultó, en contra del parecer de Morales, a Juan Bautista Arismendi, destacado coronel insurgente que había sido un cruel ejecutor de la guerra a muerte. Seguía al pie de la letra las instrucciones de obrar con benevolencia recibidas de la corona. Arismendi y sus oficiales juraron fidelidad a Fernando VII.

Por su parte, el coronel José Francisco Bermúdez y 300 de sus hombres escaparon de la isla en la flechera Culebra, sin arriesgarse a la incierta piedad de Francisco Tomás Morales. Con ellos se embarcó el joven teniente Antonio José de Sucre, cuya familia había sido masacrada por Boves en Cumaná. El contingente llegaría a engrosar, a principios de agosto y después de peripecias, las tropas que defendían a Cartagena.

Morillo siguió hacia Cumaná el 20 de abril en la fragata Ifigenia (32). El resto de la armada hizo aguada en la pequeña isla de Coche. En la retaguardia de la flota quedó el navío San Pedro de Alcántara (64).

Una vez en Caracas, el 11 de abril, Morillo se ocupó diligentemente de recibir adhesiones y reemplazar parte del dinero perdido. Impuso contribuciones forzosas a una élite muy golpeada por la guerra. Al efecto, concentró todos los poderes, pasando por encima de las autoridades civiles de la capitanía general, para lo que tenía facultades. Disolvió la Audiencia de Venezuela, que en ese momento sesionaba en Puerto Cabello. Morillo siguió por tierra hasta el puerto mientras la mayoría de las tropas con destino a la Nueva Granada lo hicieron por mar. Desde allí zarparon todos para Santa Marta el 12 de julio de 1815, incluyendo 2.200 soldados bajo el mando de Francisco Tomás Morales, parte de ellos pardos y negros venezolanos. Serían la vanguardia del ejército. Morillo contaba con aproximadamente 6.000 hombres.

La flota arribó a la realista ciudad de Santa Marta el 23 de julio, donde fue recibida con un Te Deum por el capitán general del Nuevo Reino de Granada, Francisco Montalvo, quien había llegado procedente de Cuba el 1 de junio de 1813. No había permanecido inactivo. Montalvo aprovechó las luchas intestinas entre los insurgentes neogranadinos para hacerse al control del río Magdalena, cuyas orillas eran el límite entre la rebelde Cartagena y la provincia de Santa Marta, fiel al rey.

En la tarde del 24 de abril, voló el San Pedro de Alcántara (64), el error de unos marineros que quisieron robar un poco de licor, generó un incendio que hizo estallar los 500 barriles de pólvora. Murieron más de 300 hombres. Llevaba una carga de cañones, uniformes, herramientas, alimentos, medicinas, repuestos, lanzas, pistolas, monturas, espadas, bayonetas y municiones, así como 500 barriles de pólvora, 40 barriles de aguardiente para las tropas, y todo el dinero destinado a pagar los gastos del ejército mientras durase la expedición. Morillo estimó las pérdidas en 250.000 pesos (otras fuentes lo elevan a 600.000). Dadas las circunstancias navales de España en 1815, el San Pedro era irremplazable.

A pesar de este descalabro, desde Cumaná Morillo envió refuerzos a otras zonas de conflicto, como a la Nueva España, 1200 efectivos al Perú y un BIL de cazadores a Puerto Rico.

Distribución de las fuerzas de Morillo en América en 1815.

El forcejeo había dejado desprotegida la línea del río. Montalvo movilizó por el caño Clarín, desde la población de Ciénaga, un contingente al mando del capitán Valentín Capmani para atacar a Barranquilla. Allí, el 25 de abril de 1815, capturó 18 bongos (lanchas cañoneras de poco calado) con cañones de a 18 y de a 24 y material de guerra. Capmani marchó río arriba hasta Barranca del Rey, en la confluencia del Canal del Dique y el río, donde colocó una batería y atravesó obstáculos para impedir la navegación. Casi al mismo tiempo, el 29 de abril, Ignacio de la Ruz que se hallaba en Chiriguaná con 600 hombres, se dirigió hacia el norte y ocupó Mompox.

El 6 de mayo, bajó a Magangué, con lo que la comunicación fluvial de Cartagena con el interior del Nuevo Reino quedó cortada. Había comenzado el sitio de Cartagena. La misión encomendada a Simón Bolívar por el Congreso de las Provincias Unidas, al que reforzó para apoderarse de la indefensa Santa Fe, había traído consigo la fatal desprotección de Mompox y el Bajo Magdalena. El Libertador, mandando cuerpos de ejército y oficiales que le acompañaron en su retirada de Venezuela, debía someter a Santa Marta, después de acopiar elementos bélicos que Cartagena poseía en abundancia.

La dirigencia de esta ciudad rehusó darle entrada. Estaban de por medio antipatías y profundas rencillas de política interna, que hacían de Bolívar enemigo de la dirigencia en el poder. Juan de Dios Amador era el gobernador de la provincia y el general Manuel del Castillo, su jefe militar. Bolívar puso sitio a Cartagena el 6 de marzo, con más optimismo que medios. Frustrado y conocedor del avance de Morillo, escapó una vez más, en esta ocasión hacia Jamaica, el 9 de mayo. El Libertador era un experto en ponerse a salvo, para volver a la lucha otro día.

Asedio español de Cartagena de Indias (26 de agosto al 6 de diciembre de 1815)

Situación de Cartagena

Cartagena de Indias era una ciudad de cerca de 18.708 habitantes, próspera, con grandes casas de comercio. En los siglos pasados de la colonia había manejado todo el comercio de esclavos del Caribe. Y era a la sazón la plaza fortificada más poderosa del Caribe español y la cuarta ciudad más importante en la América española después de Ciudad de México, La Habana y Lima.

El 22 de mayo de 1810 se creó la Junta autónoma de Gobierno y depusieron a las autoridades españolas, pero conservan su fidelidad a la monarquía española. Más tarde, el 11 de noviembre de 1811 declararon la independencia absoluta de la ciudad de Cartagena.

Por el año de 1815. las Provincias Unidas de la Nueva Granada habían establecido un estado federal, pero se habían enfrascado en guerras civiles. Después de la toma de Santafé, Simón Bolívar al mando de unos 1.500 soldados, se dirigió a la costa atlántica, donde debía recibir armas y pertrechos de Cartagena para tomar Santa Marta y liberar a Venezuela. Sin embargo, el gobierno insurgente de Cartagena se negó a apoyarlo, razón por la cual Bolívar puso sitio durante mes y medio a la ciudad defendida por igual número de combatientes, pero la tropa de Bolívar apenas tenía 600 fusiles sin parque ni escuadra. Por otra parte, Cartagena no aceptó el ofrecimiento en abril del gobernador y capitán general español Francisco de Montalvo y Ambulodi para atacar a Bolívar a cambio de someterse nuevamente al rey de España. Bolívar, al tener conocimiento de la llegada de la gran expedición pacificadora de Morillo a Venezuela, y atacado por los realistas de Santa Marta, que tomaron en abril las poblaciones de Barranquilla, Sabanilla, Santa Cruz de Mompox y Soledad, mediante un ultimátum propuso reunir todas las facciones en conflicto bajo su mando, o renunciar a su mando de las tropas del Congreso.

La respuesta de Cartagena fue negativa y Bolívar decidió salir a Jamaica en mayo de 1815. En esos momentos las Provincias Unidas apenas contaban con 3.000 efectivos concentrados en Cúcuta, Casanare y Popayán. Más de 2000 fusiles, 100 piezas de artillería, 400 quintales de pólvora, todo tipo de municiones, 1.300 uniformes y 34 buques armados para la guerra que estaban en Cartagena habían sido negados a Bolívar de parte del gobierno de la ciudad. La mitad de los 5.000 fusiles que había en Nueva Granada se guardaban en el puerto. Bolívar había tenido la ilusión de aumentar sus efectivos de 2.000, pero solo un cuarto con fusiles, a 6.000 por levas masivas entrenadas por los numerosos oficiales que lo acompañaban, armados todos por el armamento de Cartagena.

Organización del asedio

En abril de 1815 los cartageneros tuvieron noticia de la expedición pacificadora y empezaron a organizarse para resistir el sitio.

El Ejército Expedicionario inició el 5 de agosto su invasión de la provincia de Cartagena. Por tierra partió de Santa Marta la división de vanguardia, al mando de Francisco Tomás Morales, con alrededor de 2.200 hombres del RI-1 y del RI-2 del Rey. Unos días antes, el 28 de julio, Morillo, que entendía la importancia de Mompox para aislar a Cartagena e interceptar eventuales refuerzos desde el interior del Nuevo Reino, despachó la división volante al mando del gobernador de Santa Marta, Pedro Ruiz de Torres, como refuerzo del flanco momposino. Avanzó por la Ciénaga Grande a San Antonio Abad para cubrir el ala izquierda de la vanguardia del ejército que, en su progreso hacia Cartagena, se disponía a cruzar el río Magdalena por Sitio Nuevo. La división de Ruiz constaba de 500 infantes y 70 caballos. El 1 de septiembre, Porras estaba en Mompox. Sus órdenes incluían hacer un barrido del interior de la provincia para afianzar la lealtad de los pueblos e impedir que auxiliaran la plaza.

El gobierno de las Provincias Unidas disponía en Ocaña de 450 hombres al mando del coronel Francisco de Paula Santander, quien, sin transporte fluvial, carecía de medios para avanzar sobre Mompox y oponerse a Porras o para coordinar esfuerzos con los restos del ejército con que Bolívar había sitiado a Cartagena y que intentaban abrirse paso hacia Magangué. A la postre, en octubre, Santander debió retirarse por Cúcuta, ante la invasión del coronel realista Calzada. Morales, que había bordeado la Ciénaga Grande, estaba en Sitio Nuevo el 11 de agosto y cruzó el río Magdalena el 14 en dirección a Sabanalarga, donde se concentraban los insurgentes. Estos, obligados a retirarse, dejaron en el camino 400 desertores, incluyendo oficiales que Morales desbandó. Una columna invasora encontró resistencia de tropas rebeldes y vecinos en Malambo. Copados en la iglesia del pueblo, fueron calcinados en un incendio provocado por las tropas de Morales. Este fue el primer combate del Ejército Expedicionario en tierras neogranadinas. Mientras tanto, el insurgente Juan Salvador de Narváez, siguiendo órdenes de Manuel del Castillo, se retiró hacia la plaza de Cartagena con todas las tropas insurgentes acantonadas en Tierra Adentro.

Morillo zarpó de Santa Marta el 15 de agosto con el grueso de las tropas europeas y algunas milicias. Para entonces era ya conocida la noticia de la derrota de Napoleón el 18 de junio en la batalla de Waterloo. Una preocupación menos para el teniente general que había levado anclas en Cádiz, días antes de que Napoleón escapara de Elba. La escuadra española hizo escala en Sabanilla, desde donde Morillo dirigió una de sus múltiples proclamas a los insurgentes. Era un mensaje de perdón y concordia para los habitantes de la provincia de Cartagena.

Morillo llegó a Galerazamba al atardecer del 18 de agosto. Comenzó a desembarcar en Arroyo Hondo, la pequeña ensenada entre Arroyo Grande y Galerazamba, al siguiente mediodía, sin encontrar resistencia. El general era cauto. A pesar de la invasión de la vanguardia por tierra, prefería tomar tierra todavía lejos de Cartagena. Evitaba así sorpresas durante las expuestas operaciones de desembarco que, en la vecindad de la plaza, podían ser interferidas por las salidas de los insurgentes. Ya habría tiempo para acercar sus líneas de abastecimiento al objetivo.

Asegurada la cabeza de playa por el RI de León y las tres compañías de cazadores, Morillo, el capitán general Montalvo y el Estado Mayor acamparon en un promontorio cercano, donde pasaron la noche. El mismo 19 de agosto, la Cía-1 del RI de León cubrió a marchas forzadas quince kilómetros y dio alcance antes de la medianoche a la retaguardia de Narváez en Santa Catalina. Capturó un oficial, 23 soldados, material de guerra y 150 reses. Narváez entró en Cartagena el 20 de agosto.

Morales, mientras tanto, se había dirigido hacia San Estanislao (Arenal). Al amanecer del 20 de agosto desembarcaron el RI de La Victoria y las compañías de zapadores y obreros. El Estado Mayor pasó la noche en la hacienda de Coco, jurisdicción de Santa Catalina, con todo el ejército, excepto parte del RI de La Victoria, que no alcanzó a avanzar por el mal estado del camino. Había comenzado la época de lluvias. Las trochas estaban deshechas. La Cía de granaderos del RI de León se encargó de custodiar el desembarco de los víveres y el material de guerra de la expedición en la ensenada del arroyo de Guayepo (hacienda de García de Toledo), al oeste de Punta Canoa, donde ancló el convoy mercante, protegido por los buques de guerra. El fondeadero a sotavento del cabo era adecuado y cercano al objetivo. Los cuerpos del ejército fueron ocupando la zona al oriente de la Ciénaga de Tesca y avanzaron hasta Bayunca y Santa Rosa, evitando la quema de esta última población por los insurgentes, como habían sido incendiados, no sin resistencia de los pobladores, Ternera, Turbaco, Turbana y Pasacaballos. La noche del 21 de agosto, el Estado Mayor durmió en la hacienda de Palenquillo, donde acamparon con 3 Cías del RI de León.

En la madrugada del 22 de agosto, Morillo se adelantó a hacer un reconocimiento sobre la plaza de Cartagena por el sureste de la Ciénaga de Tesca y las inmediaciones de Ternera, donde ordenó la construcción de barracones. Este sería el centro de la línea de asedio y allí se instalaría el RI de León. También ordenó un puesto de avanzada en el arroyo de Caimán, al sur de la Ciénaga, lugar de importancia táctica donde convergían el camino hacia Punta Canoas, a lo largo del cuerpo de agua, y el camino real hacia Turbaco. El general abarcó la orilla de la bahía en su amplio recorrido. Iba acompañado por solo una Cía del RI de León. No se dio acoso de los rebeldes, que, refugiados detrás de sus murallas, no intentaron ofrecer resistencia a campo abierto.

El Estado Mayor siguió en Palenquillo, hasta donde había avanzado el RI de La Victoria. Una de sus compañías se instaló en “el trapiche de la Hacienda de García de Toledo” para hacer el enlace con la playa de Guayepo. La dirigencia de Cartagena había decidido una política de tierra arrasada para negar los recursos al Ejército Expedicionario, pero las propiedades de notables de Cartagena, como Barragán, Café y Guayepo, al norte, o Conspique y Mamonal, junto a la bahía, no fueron tocadas. Todas sirvieron de abrigo a tropas de Morillo.

El sexto escuadrón de la artillería a caballo y parte de los húsares de Fernando VII desembarcaron en Guayepo el 23 de agosto y recibieron los primeros 20 caballos para su monta. No se transportaron cabalgaduras desde Santa Marta, como tampoco se habían transportado desde España. Los húsares se irían aperando en la medida en que se capturaron equinos en los alrededores de Cartagena y su provincia. Esta tarea fue emprendida enérgicamente. Una patrulla montada partiría de inmediato a la requisición de caballos y mulas en las zonas bajo control del Ejército Expedicionario. Eventualmente, la acción se extendería a todo el interior de la provincia. Las mulas se emplearon a lo largo del sitio en hacer el servicio desde la ensenada de Guayepo hasta los almacenes de la intendencia en las lomas de Turbaco, puesto que muchos de los suministros continuarían llegando por mar.

El 24 de agosto se tuvo noticia de que Florencio Palacios, con los restos del ejército de Bolívar en retirada de Magangué, se encontraba en Arjona, camino de Cartagena. Se estimaban 800 a 900 hombres (en realidad eran cerca de 350, después de los padecimientos y deserciones sufridos en sus intentos sobre Magangué). Se destacó a Antonio Cano, comandante del RI de León, para verificar sus movimientos y se le ordenó a la vanguardia de Morales, el cuerpo de ejército más cercano y numeroso, salir en persecución. Era tarde; Palacios había conseguido refugiarse en la plaza la noche del 23 de agosto. Frente al enemigo común, los veteranos de la guerra a muerte, a punto de verse copados, depusieron animadversiones. Aumentaba su presencia al interior de Cartagena. Palacios, primo del Libertador, había quedado al mando de las tropas de las Provincias Unidas al firmarse el convenio entre Bolívar y Castillo para levantar el asedio de Cartagena y a raíz del embarque del primero hacia Jamaica, cuando ya se conocían los preparativos del Ejército Expedicionario para marchar hacia la Nueva Granada.

Palacios se negó a ponerse a órdenes del gobierno de la ciudad, donde probablemente le iban a destituir. Castillo negó auxilios. Las tropas se retiraron a Turbaco, donde Palacios renunció al mando. Acto seguido, las tropas de Bolívar llegaron a un acuerdo para unirse con Castillo en la plaza. Palacios volvió sobre sus pasos, re-impuso su autoridad y, siempre distanciado del gobierno de Cartagena, se dirigió hacia el sur con la esperanza de abrirse paso por Magangué y expulsar a los realistas de Mompox. José Onofre de la Rosa, lugarteniente de la Ruz, le derrotó en Yatí. “Minado por las enfermedades y las deserciones” se vio obligado a batirse en retirada.

Ese mismo 24 de agosto, se desplazan 2 Cías del RI de León y los 20 húsares a caballo al calcinado Turbaco, donde Morillo ordenó construir barracones para el albergue de las tropas y un hospital. La infantería llegó al día siguiente y los húsares el día 26. El 25 y 26 de agosto Morillo pernoctó en Turbaco, bendito con el más benigno clima de los alrededores de Cartagena. Al hospital se le invirtieron más recursos. El general en jefe demostró a lo largo de la campaña devoción por sus tropas. No en vano había sido soldado raso.

El día 11 de septiembre, ordenó al coronel Miguel de la Torre, su hombre de confianza, proceder inmediatamente a la construcción de otro hospital más pudiente y mejor que el actual.

Morillo dispuso el cuartel general del sitio de Cartagena en la hacienda Torrecilla, a dos kilómetros de Turbaco, sobre el camino hacia Cartagena, “por ser su ubicación la más central de la línea y bastante elevada, que casi se descubren todos los puntos de ella”. Allí permanecería, cuando no estaba visitando el frente, desde el 27 de agosto hasta el 6 de diciembre, fecha en que hizo su entrada a la rendida Cartagena. El general, como se anotó, había constatado las relativas bondades de Turbaco, más fresco que las tórridas orillas de la bahía. Además, en Torrecilla y sus alrededores abundaban los pozos y manantiales de buena agua. De ella se abastecería el ejército sitiador.

Disposiciones del ejército sitiador

En Torrecilla se instalaron las imprentas, que sirvieron para algo más que partes y órdenes internas. Pablo Morillo cultivaba la guerra psicológica. La proclama desde Sabanilla fue una de muchas. Se dirigió a los venezolanos, a los neogranadinos, a los cartageneros, a los franceses al servicio de Cartagena. Emitió la última a pocos días de la rendición de la ciudad. Aun corriendo riesgos, se dejaban intimaciones impresas, con llamadas a la sensatez y salpicadas de amenazas, en palos hincados en tierra frente a la Popa y otros sitios, para que los sitiados las recogieran. Con el objeto de reforzar el ala derecha del cerco, una Cía del RI de La Victoria ocupó la hacienda de Café, de García de Toledo, que se extendía desde el sur de Los Morros hasta las orillas de la Ciénaga de Tesca, a la altura del actual corregimiento de Tierra Baja.

En su anexo, conocido como la hacienda de Barragán, se instaló el sexto escuadrón de artillería volante. Su cometido era proteger los suministros desde Guayepo y neutralizar posibles salidas de los insurgentes por Playa Larga, la lengua de tierra entre el mar y la ciénaga de Tesca, apoyados por los bongos (canoas) de guerra insurgentes apostados en ella. Desde el mar, la artillería de la armada de Pascual Enrile cubría también la zona, aunque el escaso calado impedía acercarse. La división de vanguardia durmió en Turbana el 25 de agosto y al amanecer el 26 cayó sobre Pasacaballos, en cuyo muelle sorprendieron una cañonera y barcas de transporte con víveres y pertrechos para la plaza.

A pesar de la denodada resistencia del teniente de fragata José Prudencio Padilla, Morales se instaló en la Hacienda Buena Vista de Cortés, con lo que se inició la toma de control de las riberas de la bahía. Los insurgentes intentaron impedir la consolidación realista en sus orillas y en el vital Canal del Estero. Bombardeaban las posiciones casi a diario con sus fuerzas sutiles. Fue tal la intensidad del fuego sobre Pasacaballos, acompañado por desembarcos, que inicialmente la vanguardia de Morales retrocedió hasta Turbana y se escaparon hacia la plaza once canoas con víveres.

Sería la última vez que los rebeldes tendrían el camino expedito por el estero de poco calado que comunicaba la bahía de Cartagena con el golfete de Barú (bahía de Barbacoas) y las ciénagas en la desembocadura del Canal del Dique. El 5 de septiembre Morales ocupó a Santana, en la isla de Barú. El 27 de agosto Morillo recorrió la bahía entre Albornoz y Conspique y ordenó a la división de vanguardia establecer un cantón con 300 hombres en este último lugar y 150 en la hacienda de Mamonal y “su puertecillo”, mientras una compañía de cazadores, dependiente de las fuerzas del centro de la línea en Ternera, se estableció en Albornoz.

Al mismo tiempo, ordenó a los zapadores construir parapetos de fajina en el frente de la bahía desde Pasacaballos, que preservaran “a la tropa del fuego de cañón de las embarcaciones enemigas”. Se cerraba así hasta el borde del agua el ala izquierda de la línea que cercaba a Cartagena. Este costado, con su extensión en la Isla de Barú, sería el teatro de operaciones más expuesto, sujeto al bombardeo de las fuerzas navales insurgentes y más activo durante el sitio.

El ala izquierda de los sitiadores poseía, para la mal abastecida Cartagena, una clara significación estratégica. Para los insurgentes era esencial mantener abierta la comunicación, vía el Canal del Estero, con las bocas del Canal del Dique y su feraz transpaís y, más allá, con el golfo de Morrosquillo y el valle del Sinú, tradicionales despensas de la ciudad. Los sitiados pretendían mantener el paso abierto desde las aguas interiores de la bahía, cuyo dominio les proporcionaba una gran movilidad. Eran suyas con el apoyo de bongos y, sobre todo, de la flotilla corsaria de que disponían. El forcejeo insurgente por hacer replegar el flanco adversario se prolongaría hasta fines de septiembre.

Intentaron concentrar efectivos y atacar desde varios puntos de la bahía, aprovechando que su superioridad artillera les permitía bombardear a discreción y sin respuesta las concentraciones de los sitiadores. No lo consiguieron. Francisco Tomás Morales y sus veteranos venezolanos, que llevaron el peso de la defensa del flanco, repelieron todos los intentos de desembarco. Allí se sentenció la caída de Cartagena. Los sitiadores no establecieron la línea de circunvalación clásica de los asedios a plazas fuertes.

El terreno en plena estación de lluvias no se prestaba para cavar trincheras. Además, no eran necesarias. Una vez estuvieron en su lugar, las tropas encargadas del sitio de la plaza organizaron patrullas ininterrumpidas para entrelazar los cantones y sus puestos intermedios con el fin de encerrar a los insurgentes e “impedir la llegada de víveres a la Plaza”. Para facilitar la movilización y enfrentar con rapidez los desembarcos, se destacaron oficiales encargados de recomponer caminos entre los puestos de la línea; “los que se conocían se hallaban casi intransitables”. Era de esperarse.

En agosto se inició la estación de lluvias, con aguaceros frecuentes y a veces torrenciales. El diario de operaciones del ejército nunca menciona el estado del tiempo, pero en cambio, el cuaderno de bitácora de la fragata Ifigenia, hace referencia al clima todos los días. A finales de agosto fue húmedo, en septiembre moderado y los meses finales del asedio, tormentosos. Desde septiembre, Morillo definió la posición de sus efectivos para lo que preveía como un largo asedio cuyo objetivo era agotar las reservas psíquicas y materiales de los insurrectos.

El ministro universal de Indias le concedía amplia latitud sobre decisiones tácticas, aunque desde el principio Lardizábal se inclinó por el asedio. Ya sobre el terreno, Morillo descartó abrir brecha en las murallas de Cartagena y tomarla por asalto. Carecía de artillería adecuada para desarmar baluartes y romper cortinas. Si antes de salir de Cádiz todavía existían dudas sobre qué sería más conveniente frente a Cartagena, cualquier designio distinto a sitiar la ciudad debió quedar archivado en el incendio del buque San Pedro de Alcántara.

España no tenía por el momento la capacidad para reemplazar el material perdido, excepto los uniformes. El 20 de septiembre hizo saber a los habitantes de la provincia que “el que lleve víveres a Cartagena será ahorcado”.

La disposición de fuerzas sobre el terreno fue: en el extremo del ala derecha y desde la hacienda de Guayepo se ubicaron, como se vio arriba, los húsares de Fernando VII, desmontados con el fin de amparar el desembarco y conducción de víveres y repuestos para el ejército; estaban con el sexto escuadrón de artillería volante, desmontado en la hacienda de Barragán, y con una compañía del RI de La Victoria en la hacienda de Café, que debían taponar el norte de la Ciénaga de Tesca y defender las comunicaciones para conducir las provisiones desde el puerto en el arroyo hacia los almacenes del cuartel general en Torrecilla. La reserva era una compañía del RI de la Victoria en Palenquillo. En el centro, el punto mejor custodiado de la línea que enfrentaba el camino real desde la puerta de tierra de Cartagena, se concentraron las 7 Cías del Regimiento de León, las Cías de cazadores de Barbastro y de La Unión y la tercera de las compañías de la Columna Volante. Los cazadores del General se instalaron en Albornoz y un destacamento se colocó en la desembocadura del arroyo de Caimán, cerca de la ciénaga de Tesca. El ala derecha y el centro fueron hostigados por los 4 bongos apostados en la Ciénaga de Tesca al mando de Rafael Tono. Si bien los insurgentes no se atrevieron a desembarcar, las cañoneras disparaban contra las recuas que conducían suministros desde Guayepo o contra los contingentes que avanzaban hacia La Popa por el playón. En las ocasiones en que se intentó desplazarlos utilizando la escuadra para bombardearlos y enviar tropas para forzar la Boquilla, los sitiadores fueron vigorosamente rechazados. La Ciénaga hubiese podido ser útil para transportar artillería de sitio hasta enfrentar el baluarte de Santa Catalina. Era impracticable. Tono no se rindió hasta después de la caída de la plaza.

Asedio de Cartagena de Indias 1815.Distribución de fuerzas.

A la izquierda, el anclaje recaía, sobre la división de vanguardia de Francisco Tomás Morales. Estuvo involucrada en la mayoría de los combates durante el sitio. Disponía del RI-1 y del RI-2 del Rey, que se distribuyeron desde el incendiado Pasacaballos hasta las haciendas Conspique y Mamonal, con la reserva en hacienda Buena Vista de Cortés y en Turbana. Una compañía se instaló en Rocha, entonces una isla sobre el borde norte de las ciénagas del Dique.

El campo de acción de Morales se extendería a Tejadillo, aguas adentro del canal del Estero, y a Santana, en la isla de Barú. Para la reserva general se dispuso de las restantes 5 Cías del RI de la Victoria, que se instalaron en Turbaco y Colón (Coloncillo) a disposición del general en jefe en Torrecillas. Las reservas se utilizaron profusamente a lo largo del sitio, bien fuera para relevar compañías de la línea, bien fuera para movilizarlas rápidamente donde la presión del enemigo lo requirió. En las primeras semanas del sitio colaboraron activamente en la contención de los ataques contra el ala izquierda de la línea de asedio.

Los rebeldes se hicieron fuertes en el recinto amurallado, San Felipe, los castillos de Bocachica y el convento de La Popa. En estos dos últimos puntos, la guarnición estaba compuesta mayormente por tropas venezolanas, que Castillo prefería mantener fuera de la plaza. La Popa estaba al mando de José Francisco Bermúdez, quien había escapado a Margarita a la llegada de Morillo. La cima de la colina se reforzó con baterías (además de las que habían construido antes los ingenieros militares españoles Arévalo y Anguiano) para prevenir intentos de tomarla por asalto. En estos trabajos se emplearon 80 de los prisioneros españoles que habían llegado a la plaza después de la captura del Neptuno, que conducía al gobernador Alejandro Hore y sus tropas a Panamá, por la flotilla insurgente al mando de Joaquín Tafur, acción en que se distinguió el entonces alférez Padilla. Los 18 oficiales de Hore fueron confinados en los calabozos de la Inquisición.

Uno de los prisioneros destinados a trabajos en La Popa se escapó el 4 de septiembre. Por él descubrieron los sitiadores el camino que, por las lomas del Marión y Zaragocilla, conduce a Alcibia, donde se une con el camino real que bordea los playones al sur de la Ciénaga de Tesca. Esta inteligencia no tendría, sin embargo, gran valor militar.

El cerro de La Popa, que se interponía entre el centro de línea del Ejército Expedicionario en Ternera y el valle frente al castillo de San Felipe, no fue significativo durante el sitio de Cartagena. La prioridad de Morillo, que contaba con tropas venezolanas aclimatadas, era distinta a la de Pointis en 1697 o a la de Vernon y Wentworth en 1741, cuando atacaron la ciudad. El valle era el único frente de la plaza que permitía el despliegue de la artillería de sitio, y el eventual asalto al castillo de San Felipe y a la plaza por los invasores franceses o ingleses que traían prisa por obtener una rápida conclusión de sus operaciones, antes que las enfermedades tropicales diezmaran sus tropas.

Se intentaron algunas sorpresas sobre La Popa para aprovechar un descuido. Mal que bien, un puesto avanzado frente al castillo de San Felipe hubiese contribuido a estrechar el cerco, pero no era un objetivo prioritario. El 25 de septiembre, por ejemplo, se adelantó un avance nocturno sobre La Popa con tres compañías que tomaron la desfilada el recién descubierto y estrecho camino de Zaragocilla a Alcibia. Forzaron la huida de la avanzada insurgente, pero al acercarse al cerro recibieron fuego de artillería desde La Popa, San Felipe y los bongos de Tesca, sin que los defensores intentaran contraatacar. Se registra que “en esta pequeña escaramuza no hubo novedad alguna”.

Morillo se limitó a hacer alardes en los playones frente al cerro. El 7 de septiembre marchó todo el RI de León con algunos húsares montados (unos 1.000 hombres en total). Se avanzó a la descubierta por el camino real a lo largo del playón hasta hacer contacto con los centinelas de la Popa y aproximarse “a distancia de medio tiro de fusil”. Fueron recibidos con fuego desde el cerro y desde los bongos del capitán Tono. Hubo un soldado herido “y satisfechos por el objeto de alarmarlos regresaron al campamento en el mejor orden”.

El bloqueo del puerto

El cerco terrestre de Cartagena se complementó con el bloqueo de su puerto. Una vez decidido un asedio hasta forzar la rendición de la plaza por inanición, era imperativo sellar toda posibilidad de suministros. También era necesario proteger las comunicaciones con Santa Marta, Puerto Cabello y Jamaica, de donde Morillo derivaba parte de sus abastecimientos. La flota de Pascual Enrile destacó sus dos fragatas, la Diana (32), que además era la nave almiranta, y la Ifigenia (32), para servicio en Guayepo y Bocachica, respectivamente. La corbeta Diamante (28) permaneció la mayor parte del tiempo cerca de la boca del puerto o patrullando Playa Grande. Los buques de menor envergadura rotaban entre los dos fondeaderos o perseguían todas las velas que se acercaban a Cartagena para identificarlas e impedir su progreso si eran enemigos. La vigilancia de Bocachica era en especial extenuante. La Ifigenia (32), que permaneció casi todo el sitio en alerta, no tenía más fondeadero que el muy precario al borde del Bajo de Salmedina, frente a Tierra Bomba. Es decir, estaba desprotegida, teniendo que soportar chubascos y tempestades mientras perdía cables y hacía lo imposible por mantenerse anclada.

El abastecimiento de Morillo por mar no tuvo contratiempos. En Guayepo se recibieron provisiones regularmente. Allí estuvo también anclada la fragata Vicenta, que sirvió de barco-prisión. Taponar la bahía resultó más azaroso. Las embarcaciones bajo el mando de Enrile habían visto mejores tiempos. Sus eventuales presas eran más ágiles y estaban mejor carenadas. Numerosas embarcaciones burlaron el bloqueo tanto para llevar suministros como para escapar de la bahía. Los insurgentes consiguieron inclusive introducir cargamentos por la playa del baluarte de Santo Domingo, si bien con pérdida de la embarcación. Lo importante era el contenido. Más de una vez se colaron canoas y balandras. La variabilidad del tiempo dificultaba en ocasiones la persecución.

El 17 de septiembre, por ejemplo, cinco canoas bordeando la costa de Barú llegaron a puerto antes que la armada de bloqueo pudiera reaccionar. Desconfiando de la eficacia de la escuadra de Enrile y temiendo la prolongación de un sitio que él mismo dudaba poder prolongar, Morillo, descontento, hizo todo lo posible por apretar el cerco.

Cartagena estaba de todas maneras mal preparada para soportar un largo asedio. Hasta se dudaba de la inminencia de la guerra. Al fin y al cabo, Cartagena había mantenido relaciones cordiales con los organismos peninsulares que, después de la invasión napoleónica, decían ser el legítimo gobierno de España y de los reinos de ultramar. Por otra parte, las disputas internas y la confrontación con Bolívar la habían desgastado.

Especialmente crítico era el inventario de alimentos cuyo acopio había sido interferido por la rápida invasión de Morillo y la incomunicación de Cartagena con su provincia. El dinero escaseaba y, además, muchos de los fondos recolectados por Juan de Dios Amador y Manuel del Castillo entre una ciudadanía renuente y los aún más reacios establecimientos religiosos, para pagar compras en las islas del Caribe, no surtieron todo el efecto deseado. Parte de la mercancía se perdió en ruta y la que hubiese podido ser más abundante llegó demasiado tarde. La ciudad superpoblada agravaba la penuria. Acogió los refugiados de los pueblos circunvecinos que fueron incendiados por orden de Cartagena y se le ablandó el corazón cuando se consideró la posibilidad de separar familias y expulsar “las bocas inútiles”.

Los sitiadores se enterarían desde el principio de la creciente estrechez por los “pasados”, los numerosos tránsfugas que abandonaban la ciudad y eran regularmente sometidos a interrogatorios. Lo de comerse el ganado caballar y los perros no resultó ser una figura retórica. Al final se cocinaron hasta los cueros de las monturas. Desde el 13 de septiembre se había recogido evidencia por un prisionero fugado (de los capturados en el Neptuno) sobre la carestía de los comestibles. Lo mismo habían reportado algunos habitantes de Barú. El 19 de septiembre dos desertores repitieron la misma historia, que sería recurrente.

Morillo no obtuvo constatación escrita de la situación interna de la plaza hasta después del 20 de septiembre, cuando Bayer interceptó en las bocas del Sinú la misiva de Castillo al gobierno de las Provincias Unidas.

Ocupación de la provincia de Cartagena

A mediados de agosto, el gobernador de Cartagena, Juan de Dios Amador, había enviado a su hermano Martín a Tolú y San Benito Abad a acopiar víveres y a hacer efectivo un empréstito forzoso para la defensa de Cartagena. Lo acompañaba el notable de Mompox Pantaleón de Germán Ribón, quien había sido jefe militar de la plaza hasta su toma por De Rus. En septiembre se encontraban en las Sabanas de Bolívar. Además, custodiaban en Corozal 62.000 pesos enviados, como préstamo, desde Santa Fe por el gobierno de las Provincias Unidas.

Como se conocían los movimientos de Amador, apenas consolidado en Mompox, Porras envió hacia Corozal una columna compuesta por 150 infantes y 50 jinetes al mando del capitán de húsares Vicente Sánchez Lima. A su vez, el 10 de septiembre, desde Turbaco, Morillo despachó al capitán ayudante del cuartel general Julián Bayer con una Cía del RI de la Victoria, 20 húsares y 20 artilleros del escuadrón volante con destino a Tolú y la costa de sotavento de la provincia, desde donde se abastecía la ciudad. El día 17 de septiembre, Bayer batió en Corozal a un destacamento insurgente, “comisionado para incendiar el pueblo” y obstruir el avance de su columna. Al mismo tiempo, el capitán entró en contacto con Sánchez Lima, procedente de Magangué.

Pacificación de Morillo de la provincia de Cartagena. Itinerarios seguidos por las fuerzas españolas (1815 y 1816).

El 21 de septiembre, Bayer dio alcance a 700 insurgentes en Chimá, en la orilla oriental de las ciénagas de Lorica y Momil. Aunque con apenas 40 infantes y 25 de a caballo, la carga inicial de la poco numerosa columna tomó por sorpresa a Amador. Le dispersaron sus fuerzas mientras dejaba 25 muertos y 200 prisioneros. Bayer recibió una herida de sable en la cabeza. Amador, acompañado por Germán Ribón, escapó en canoas con el dinero y las alhajas. Se fugaron por las ciénagas del Bajo Sinú hasta dar con el curso del río, perseguidos por las partidas del capitán Sánchez Lima, a quien se enfrentaron cerca de Montería, llevando los insurgentes la peor parte.

El acoso continuó durante varios días y el 26 de septiembre fueron capturados Amador, Germán Ribón y numerosos oficiales, que fueron remitidos prisioneros a Torrecilla, adonde permanecieron hasta el final del sitio. En la refriega murió el Tcol Feliciano Otero, quien había salido de Santa Fe en julio con la remesa de numerario enviada por el gobierno de las Provincias Unidas. Los perseguidores incautaron 56.000 pesos “del situado que venía de Santa Fe”, además de objetos de plata labrada y alhajas. Más tarde aparecieron los 6.000 pesos faltantes, cuya falta momentánea dio lugar a un consejo de guerra en el que Morillo condenó al responsable.

Sánchez Lima desalojó a los rebeldes de Nechí sobre el Cauca antioqueño el 20 de septiembre, con lo que se hizo aún más improbable que la sitiada Cartagena recibiera auxilios armados desde el interior de la Nueva Granada. El comandante insurgente de Nechí, Pedro Villapol, veterano venezolano de la guerra a muerte, apresado con las armas en la mano y sobre quien pesaban acusaciones de crueldad, fue pasado por las armas con cinco de sus oficiales en el cuartel general de Morillo el 20 de octubre.

Mientras tanto, Julián Bayer completó la misión de apoderarse de la costa de Sotavento. A principios de octubre estaba en la desembocadura del Sinú. Se posesionó del Zapote a la entrada de la bahía de Cispata, donde apresó a la guarnición, más una balandra y tres bongos armados. En sus manos cayó el angustiado mensaje sobre la situación de la plaza enviado desde Cartagena por el gobernador Juan de Dios Amador a manos del comerciante santafereño José María Portocarrero, con destino al gobierno de las Provincias Unidas. La Provincia de Cartagena había quedado pacificada y sin partidas insurgentes. La retaguardia de los sitiadores estaba segura.

La guerra en la bahía

Según Morillo, los rebeldes contaban dentro de la bahía con una corbeta de 18 cañones “muy velera”, 12 goletas, 2 balandras, un pailebote y más de 20 bongos de guerra. Otras fuentes disminuyen el número de embarcaciones corsarias al servicio de la causa rebelde a seis unidades lideradas por Luis Aury, aventurero de convicciones radicales cuyas andanzas desde Buenos Aires hasta la Florida son famosas en los anales de la América revolucionaria. A esta flotilla se sumaban tres naves del gobierno de Cartagena y los bongos. Juan Nepomuceno Eslava mandaba las fuerzas sutiles insurgentes y Aury era su segundo. Bastaban para controlar las aguas interiores de Cartagena.

Al ejército de Morillo le era imposible desafiar a los rebeldes a flote, al menos inicialmente. La escuadra de Enrile no podía penetrar en la bahía. Se la vedaba el cerrojo artillero de Bocachica, con los fuertes de San Fernando y San José. Por otra parte, el escaso calado del Canal del Estero impedía el acceso por allí de sus unidades marítimas. Desde los primeros días del asedio, los rebeldes hostigaron el ala izquierda del ejército sitiador, aprovechando su ventaja anfibia, con el propósito táctico evidente de flanquear al sitiador y envolverlo, quizá con la esperanza de acompañamiento por la columna de Martín Amador desde el interior de la provincia. El otro objetivo era mantener abierto el tránsito de alimentos.

El nutrido bombardeo de Pasacaballos y las orillas de la bahía continuó durante semanas. El 2 de septiembre, los insurgentes desembarcaron forzando una retirada. Llegaron hasta Bellavista de Cortés, donde les ofrecieron mayor resistencia. Hubo bajas y los obligaron a replegarse y reembarcar. El 6 de septiembre, los rebeldes iniciaron el bombardeo de Mamonal y Conspique desde el casco de una fragata mercante a manera de pontón con piezas de grueso calibre; la reserva de Morillo se movilizó desde Turbaco. La batería flotante dirigió sus fuegos hacia Buena Vista de Cortés, apoyada por disparos desde los bongos de guerra. Se intentó un nuevo desembarco el 8 de septiembre, que fue enérgicamente rechazado, con bajas de ambos bandos. Los insurgentes dispararon más de 200 cañonazos.

Las tentativas y los bombardeos continuaron hasta el 12 de septiembre, día en que la batería flotante fue devuelta a Bocagrande, su posición al inicio del bloqueo. No cesaron, sin embargo, los disparos, menos nutridos, de los bongos. El ala izquierda del Ejército Expedicionario era demasiado fuerte para que un movimiento envolvente pusiera en peligro el dispositivo del sitiador. Empero, con evidente preocupación, Morillo realizó dos visitas, los días 11 y 16 de septiembre, al frente de la bahía, la segunda en compañía de Pascual Enrile, quien había venido a tierra el 14 de septiembre para reunirse con el general en jefe (regresó a su fragata el 17 de septiembre).

En Tejadillo, el pequeño puerto aguas adentro de Pasacaballos, los comandantes embarcaron para reconocer el estero. Allí se estaban reuniendo, desde el 12 de septiembre, las canoas para reforzar Santana, en Barú, con una compañía destinada a estrechar la vigilancia del Canal y negarle los recursos de la isla a los sitiados. Morillo entendía la significación de consolidar su flanco. El 22 de septiembre se comenzó a observar desde Tordecilla la concentración de fuerzas sutiles rebeldes en el socaire de Bocachica. Habían llegado 8 goletas y 2 balandras. Al día siguiente se les sumaron 5 bongos, mientras el cañoneo sobre Pasacaballos y la línea de la bahía disminuía sensiblemente. Llegó también a Bocachica la corbeta Dardo.

Todo parecía indicar que los insurgentes habían decidido acopiar fuerzas para un ataque sobre el flanco izquierdo. Los alimentos continuaban encareciéndose en Cartagena. Ante lo aleatorio de los suministros que lograban romper el bloqueo, un aprovisionamiento por el Canal del Estero y por Barú era la alternativa. El 23 de septiembre, se reunieron en Bocachica unos 400 insurgentes provenientes de compañías del BI de Barlovento, granaderos y cazadores de la Guardia. Se contaba con la participación de las veteranas tripulaciones corsarias.

El 24 de septiembre, se dieron a la vela 6 goletas, 3 balandras y 3 bongos con dirección a Barú. A las 05:00 horas de la mañana del 25 se escuchó un gran tiroteo por los lados de la isla. Morillo observó el movimiento envolvente sobre su ala izquierda y desplazó parte de la reserva de Turbaco (3 Cías del RI de La Victoria) hacia Turbana y Buena Vista del Tablón para reforzar la vanguardia que se encontraba toda en estado de alerta. El mismo Morillo se dirigió a Buena Vista de Cortés para acompañar a Morales.

La alarma hizo que también llegaran tropas desde el centro de la línea a Mamonal y Conspique, que estaban siendo bombardeados, por lo que se podía temer un desembarco por ese borde de la bahía. El mismo 25 de septiembre por la noche, el general en jefe dispuso un contraataque en dirección a La Popa. 3 Cías de infantería y los húsares de Fernando VII salieron hacia el cerro desde Ternera, tanto por el camino de Zaragocilla como por los playones del camino real, con órdenes de “atacar al enemigo en cualquier paraje que se le encontrase”. Más allá de la casa de Alcibia (donde se unían los caminos que venían de Albornoz, Zaragocilla y los playones) establecieron contacto con la caballería enemiga, que se batió en retirada. Recibieron con fuego de artillería desde el castillo de San Felipe, La Popa y los bongos de Tesca, pero los enemigos “no se adelantaban, ni parecían por parte alguna…”. Como no tenía sentido continuar el avance contra la cima artillada, las tropas se retiraron en buen orden sin que se presentaran bajas.

La emergencia en Barú resultó breve. El Tcol de ingenieros Juan Camacho, con 200 hombres de los acantonados en Santana, le tendió una emboscada a la infantería y a las tripulaciones corsarias que avanzaban en desorden hacia el pueblo, “los cargó con tanta bizarría que en pocos momentos les mató 28, hizo prisioneros a 4 oficiales y 30 soldados y dispersó al resto, el que, tirando su armamento, solo atendía a reembarcarse y esconderse en el monte…” Las bajas de los sitiadores fueron mínimas. El parte de victoria se recibió el 25 de septiembre a las siete de la noche. El día 27 muy temprano hubo escaramuzas con las descubiertas de los rebeldes en Barú, pero estos optaron por no avanzar, prefiriendo acogerse a la protección de la metralla de sus embarcaciones. Se reembarcaron al otro día.

Los corsarios habían mantenido un alto volumen de fuego desde sus goletas sobre las concentraciones sitiadoras, pero al parecer no se hallaban del todo contentos con el encierro en la bahía. Algunos hubiesen preferido, de haber contado con el dinero de los insurgentes, burlar el bloqueo y dirigirse a las islas del Caribe a buscar provisiones. Ese era su negocio en vista de que la que había sido una lucrativa base de operaciones pasaba por un mal momento. Su salida pudo haber estado convenida. Para hacer frente a la posibilidad, la escuadra española apretó el bloqueo, desplazando barcos desde Punta Canoa y el golfo de Barú hacia Bocachica para neutralizar un posible zarpe en masa.

El complemento del desembarco en Barú era la entrada comandada por el capitán venezolano Francisco Sanarrusia, quien debía ingresar por el Canal del Estero para recolectar víveres en el interior, mientras los insurgentes, dueños de la isla, protegían su regreso a la bahía. Antes del 27 de septiembre por la noche ya había pasado por Tejadillo. Un centinela de la vanguardia informó que varias embarcaciones habían surcado el Canal.

Tres días más tarde hubo reportes de informantes sobre un bongo y canoas ocupados en recoger víveres en Flamingo y la isla de Correa, en la desembocadura del Dique, sobre la bahía de Barbacoas. Un desertor del grupo sostuvo que se trataba de una balandra, un bongo de guerra y cuatro piraguas con 25 soldados al mando de Francisco Sanarrusia. Otros pasados hablaban de 50 hombres tránsfugas de Bocachica; añadieron que los expedicionarios tenían ofrecidos cien pesos si regresaban con provisiones. Mientras se les daba caza, Morales interpuso obstáculos provisionales a la navegación del Estero, dejando apostadas dos compañías en espera de su regreso. El 3 de octubre por la tarde Sanarrusia cayó en la trampa con 6 embarcaciones que venían cargadas de “carne salada, cerdos, gallinas, plátano y maíz”. El abordaje y captura se produjeron en un santiamén, sin que los tripulantes alcanzaran a reaccionar bajo un fuego “vivo y graneado”. Esperaban mejor protección desde Barú. Cayeron cerca de 50 prisioneros al ser cogidos por sorpresa. Un trofeo fue la cabeza del “traidor Sanarrusia”.

Se había pegado un pistoletazo. El capitán venezolano no podía esperar clemencia de Morillo. Su destino era la humillación en un consejo de guerra y la pena capital. Había sido él quien había liderado el 6 de julio previo la masacre en las prisiones de la Inquisición de los inermes oficiales apresados en la fragata Neptuno, la capturada por Padilla. Se dice que Morillo, conocedor del crimen, hizo enterrar la cabeza de Sanarrucia en las caballerizas para infamarlo.

La historiografía sobre el sitio de Cartagena se ha ceñido muy de cerca a lo reportado por Luis de Rieux acerca del esfuerzo por recuperar Barú. Según él, la fragata española Ifigenia había tenido que abandonar el bloqueo para atender reparaciones urgentes y se había refugiado en el golfo de Barú, único puerto cercano lo suficientemente tranquilo, por fuera de la bahía de Cartagena, para intentar tareas de astillero. Se suponía que para los corsarios aquella era una presa de consideración que, con 34 cañones, era imposible de abordar sin estar desarbolada. Manuel del Castillo se había desplazado con parte de su Estado Mayor a Bocachica en la corbeta Dardo, cuyos movimientos, el 22 de septiembre, fueron observados con curiosidad desde Torrecilla y desde la fragata Ifigenia, apostada al borde del Bajo de Salmedina.

No se conocen los pormenores de las discusiones en Bocachica, donde no participó el entonces Tcol Rieux, pero él afirma que el fracaso del plan tuvo que ver con rencillas entre Castillo y Aury, quienes pertenecían a corrientes políticas antagónicas que se habían cruentamente disputado el gobierno de Cartagena en diciembre y enero recientes (1814-15). Al parecer, según Rieux, no se pusieron de acuerdo y Aury optó, desobedeciendo, por neutralizar las tropas acantonadas en Santana antes de intentar el golpe de mano contra la fragata. Fue una victoria de consideración y un doloroso revés para los insurgentes, que tuvo consecuencias políticas. La realidad es que la Ifigenia nunca fue un objetivo alterno. En los días antes y después de los sucesos de Barú la fragata permaneció en su incómodo anclaje al oeste del bajo de Salmedina, donde se había mecido desde el inicio del bloqueo. Mal podían los corsarios intentar asaltarla desde Barú. La Ifigenia se retiraría de su fondeadero entre el 16 de octubre y el 2 de noviembre, cuando relevó en Guayepo a la fragata Diana, durante un desplazamiento de esta última para pasar revista hasta Barbacoas.

Se aprieta el cerco

Antes y después de interceptar los suministros de Sanarrusia, Morillo seguía de cerca la evolución del abastecimiento de la plaza. Para la estrategia del sitio era esencial estimar la resistencia de los sitiadores, aun descontando filtración de vituallas por lo imperfecto del bloqueo. La estrategia de rendir por hambre seguía pareciendo la acertada, aunque el general en jefe no se hacía ilusiones sobre cuánto tiempo sus tropas, víctimas del clima y las enfermedades tropicales, lograrían mantener el asedio. Además, no dejaba de haber algunos pocos desertores entre sus hombres. Era pesimista sobre la eficacia de la escuadra encargada del bloqueo. Para apretar la hambruna, Morillo optó por no recibir tránsfugas. El 21 de septiembre se devolvió a una mujer que se había presentado en Ternera. Más tarde se dieron estrictas instrucciones de no aceptar ni siquiera desertores de la plaza con sus armas, a menos que viniesen a caballo. Los prisioneros heridos en combate eran reexpedidos. Con las propias bajas de los sitiadores había suficiente que hacer.

Entrado el mes de octubre, las noticias de los pasados desde la plaza pintaban un cuadro aún más apremiante. Ya no eran uno o dos paisanos los devueltos a Cartagena, sino que se contaban por docenas. Los rebeldes remitían semidesnudos prisioneros enfermos, quienes aseguraban que los habían arrojado fuera por la escasez de víveres. Desertores de los bongos en la bahía reportaron “que llevan cuatro días sin ración alguna” y que, de todas maneras, la que recibían desde el principio del bloqueo era de apenas “una galleta y 4 onzas de carne salada”. Un poco más tarde, otro desertor de las fuerzas sutiles aseguró que, después de varios días sin suministros, le entregaron media libra de carne de burra, “no quedándole duda de que lo era de ese animal por haber visto la piel y la cabeza en el sitio en que lo mataron”. Las historias de penuria se multiplicaban. Había que estrechar el asedio.

El 12 de octubre se instaló un cañón de calibre 4 en Conspique. La artillería sitiadora se había ido rearmando con material capturado a los insurgentes. La batería produjo efectos inmediatos. Puso en fuga una goleta que se había acercado a la ribera de la bahía. Al día siguiente, se despejaron las perspectivas de Morillo para reversar el dominio de las aguas interiores por parte de los rebeldes. Llegó a Tejadillo, desde la desembocadura del río Magdalena, el teniente Antonio Van Hallen. Había recibido en septiembre la misión de trasladar una flotilla de bongos a remo bordeando la costa. La llegada de cinco unidades con cañones de grueso calibre, de las capturadas por Capdequi en Barranquilla, antes del desembarco de Morillo, modificó la relación de fuerzas al interior de la bahía.

Los insurgentes intentaron obstruir la boca del Estero a la altura de Pasacaballos para embotellar a los recién llegados bongos de los sitiadores. Hacia el 20 de octubre comenzaron a mover muy lentamente el casco de un bergantín desarbolado en dirección a la boca del Canal desde Bocagrande. Tardaron 20 días en aproximarse a Pasacaballos a remo, quizá una muestra del desánimo de los sitiados. Morales dispuso un ataque al pontón. Arremetió con los propios contra los bongos que protegían el desplazamiento, cuando ya se acercaban a la boca del Canal. Sus hombres capturaron el bongo Vencedor de los insurgentes, abordaron el bergantín y le metieron fuego. Se hundió. La vía acuática quedó libre.

Una semana después, baterías de la vanguardia disparaban hacia el paso más estrecho al interior de la bahía de Cartagena desde isla Brujas. Mientras tanto, en Cartagena, eventos políticos sacudían la ciudad. El 12 de octubre, cinco soldados desertores, antiguos esclavos, declararon que, desde el domingo 8 de octubre, Manuel del Castillo había sido hecho prisionero. Contaron que dos de sus ayudantes (edecanes) habían muerto. En Cartagena mandaba José Francisco Bermúdez. La misma noticia se repitió el 14 y el 15.

El 14 de octubre, se escaparon cuatro goletas por Bocachica. El 17 de octubre arribaron en Torrecilla desertores de los bongos de la Boquilla diciendo que Bermúdez “quiere hacerse general en jefe de todas las tropas, pero hay varios que se oponen y el asunto aún no está resuelto”. Después del descalabro en Barú, Castillo confinó a Aury a su propio barco y nombró a su hermano, Rafael del Castillo, subcomandante de las fuerzas sutiles. La designación fue un error político que contribuyó a precipitar los acontecimientos.

Manuel del Castillo permaneció en Bocachica despachando desde la Dardo hasta el 8 de octubre. Por esos días se conocieron en Cartagena las noticias del fracaso de la expedición al interior de la provincia y de la captura de Martín Amador en las sabanas del Sinú. Desaparecieron las esperanzas de recibir refuerzos o dinero por tierra. Castillo regresó a la ciudad. Se propagaron, quizá maliciosamente, rumores de que pretendía fugarse o, peor, pactar con Morillo. Ante los reveses militares, en la ciudad se cocinaba la intriga.

Tradicionalmente, se ha dado el 17 de octubre como la fecha del golpe de José Francisco Bermúdez, con la activa participación de Luis Aury, contra Manuel del Castillo, pero es evidente que el complot venía gestándose desde antes y era conocido en los mentideros de la ciudad. Bermúdez había filtrado a sus hombres desde La Popa para preparar el cruento zarpazo. Efectivamente, murió uno de los edecanes de Castillo cuando trataba de impedir el acceso de los revoltosos a la casa del jefe militar. Los veteranos de la guerra a muerte no podían permitirse debilidades. Lo demostraría el fusilamiento de Pedro Villapol.

El 14 de octubre, con motivo del cumpleaños de Fernando VII, la plana mayor vestida de riguroso uniforme de gala pasó revista a la tropa en Torrecilla a las voces de ¡Viva el rey!, y se sentó a manteles en un festivo banquete. La banda de música animó todos los actos. Las salvas de la escuadra, que también celebraba, hicieron eco a las salvas del cuartel general. Se indultaron prisioneros “que invocaban el respetable nombre de nuestro Soberano implorando su auxilio”, a quienes Morillo, después de recordarles sus deberes, instó a regresar a sus hogares “de donde habían sido arrancados por las cabezas de la revolución”.

Hasta ese momento, el Ejército Expedicionario había capturado alrededor de 400 prisioneros. Algunos estaban dedicados a trabajos forzados para las necesidades de los cantones o en la flota, pero muchos se hallaban detenidos cerca de Torrecilla. Fueron estos los puestos en libertad, con excepción de los oficiales, entre los que se encontraban Martín Amador y Pantaleón de Germán Ribón.

Pablo Morillo meditaba sobre otros motivos de regocijo, tanto que, el 29 de octubre, domingo, ordenó desfilar en uniforme de parada las reservas en Torrecilla. Dos días más tarde, el 31 de octubre, solicitó licencia real para casarse con la bella y joven, de 17 años, huérfana de Cádiz. Recibiría la autorización y contraería por poder, en mayo de 1816, cuando ya se encontraba en Santa Fe. El matrimonio tardaría en consumarse.

El sitio se prolongaba. En la corte de Fernando VII era prevalente atribuir la rebelión en América a la influencia perversa de unos cuantos exaltados y dar por sentado que los súbditos regresarían al redil en cuanto se sometiera a esos revoltosos. Pablo Morillo quizá nunca entendió que la obstinada y prolongada resistencia de Cartagena era, con mucho, el fruto del apoyo popular a la independencia, tanto como de la presencia de venezolanos veteranos de la guerra a muerte o de extranjeros delirantes.

De todas maneras, ya sobre el terreno, el teniente general podía no compartir del todo el simplismo de Madrid, pero como profesional cumplía con su deber. Cartagena tenía que rendirse. Levantar el sitio no era una opción. Abandonar hubiese significado la disolución de su ejército. No contaba con suficiente transporte marítimo para una evacuación y una retirada por tierra era impensable. Las bajas, sin embargo, apremiaban.

A principios de octubre había en los hospitales 800 hombres, incluidos efectivos de la vanguardia que se presumían más resistentes. Lo más común eran las fiebres tercianas no malignas, contra las que la farmacia del ejército contaba con abundantes reservas de quina. Menos afortunados eran los afectados por la mortal disentería. “Nos hallamos en la estación en que esta clase de males son comunes en el país”. El capitán Sevilla ha dejado una curiosa descripción de numerosos casos de picadas de insectos en las extremidades, que se gangrenaban y había que amputarlas. El Ejército Expedicionario sufrió también por la fiebre amarilla, aun entre las tropas americanas o aclimatadas en América. El general se lamentaría de sus estragos en los ocho meses desde su arribo a Margarita hasta la rendición de Cartagena. Debilitó las fuerzas, pero no comprometió su capacidad de combate durante el prolongado asedio de la ciudad. Lo que Morillo reportó, años más tarde, como bajas durante la campaña de Cartagena explica sus urgencias.

Según Morillo, entre la salida de la expedición de Puerto Cabello y el ingreso del ejército a la plaza sometida (julio 12 al 6 de diciembre), sufrió 1.825 bajas peninsulares y 1.300 soldados del país entre muertos en combate, desertores y pérdidas por enfermedades. La cifra parecería exagerada porque equivaldría a la mitad de sus efectivos, si se incluyen las tropas acantonadas en Mompox. Cotejada con otros datos comparativos, se podría inferir que fueron menores, pero todavía muy importantes.

Se conoce que dos de los principales regimientos, el RI de León de tropas peninsulares y el RI-1 del Rey de soldados venezolanos, contaban con 850 y 750 hombres, respectivamente, al quedar acantonados en Cartagena después de la toma de la ciudad y la salida del resto de las tropas hacia el interior del Reino. Es decir, entre ambos se encontraban 500 por debajo de la dotación teórica antes del sitio. Extrapolando para todo el ejército, y suponiendo algunos enganches durante la campaña, las bajas se situarían alrededor de 1.800 hombres, bastante menos del cincuenta por ciento de Morillo, pero de todas maneras altísimas.

Morillo perseveraba porque las nuevas de la plaza eran, desde su punto de vista, alentadoras. Durante el mes de octubre, cada vez más desertores y gente común llegaban exánimes hasta sus líneas. En Conspique recibieron el 29 de octubre a un curioso personaje que decía haber estado pastoreando 14 cabezas de ganado en la isla de Manga, las únicas que quedaban, cuya leche se destinaba “a los mandones y a los hospitales”, pero que el pueblo comía carne de “burros, caballos, gatos, perros y cuero cocido”. Sobrevinieron, sin embargo, eventos esperanzadores para los insurgentes. A principios de noviembre, entraron en Cartagena 5 embarcaciones que prolongaron la resistencia.

El ocasional ingreso de goletas y canoas que rompían el cerco marítimo no se había podido parar. Tampoco se había impedido la salida de naves con algunos emigrantes, presumiblemente con la misión de obtener suministros. Más aún, mientras dos goletas rompientes hacían exitosamente tránsito para situarse bajo la protección de los fuertes de Bocachica, las fuerzas sutiles insurrectas capturaron dos unidades de la escuadra de bloqueo que las perseguían, entre ellas la balandra Trueno. Montalvo reportaría que el ingreso de las goletas prolongó el asedio varios días más de lo que él había previsto a finales de octubre.

Lo permeable del bloqueo precipitó la operación de Francisco Tomás Morales contra Tierrabomba. El 11 de noviembre, mientras en Cartagena celebraban el día de la Independencia con salvas de artillería, Morales preparaba la invasión de Tierrabomba por el Caño del Oro. Cruzó con los bongos hasta refugiarse en los caños aledaños a ese lazareto, donde no podían darle alcance por el calado las goletas que salieron a su encuentro. El objetivo táctico era instalar una batería en Punta Periquito para cruzar fuegos con la existente en Isla Brujas y confinar la flotilla insurgente en Cuatro Bocas, la esquina de la bahía más cercana a la ciudad, y dificultar el paso de embarcaciones que consiguieran burlar el bloqueo. El combate en Caño del Oro se prolongó dos días, pero no se pudo impedir que Morales instalara sus cañones.

En la refriega se incendió Caño del Oro, cuyas llamas llamaron la atención de la armadilla bloqueadora del otro lado de la isla. La Ifigenia recibió instrucciones de auxiliar a las tropas en Tierrabomba con víveres y municiones, dada “su situación crítica por tener interceptada la comunicación con la otra costa de la bahía”. El nudo se había cerrado.

Mientras se invadía Tierrabomba, Morillo organizó una diversión simultánea contra La Popa, “por la cual se iba a distraer la atención del enemigo, pero pudiendo ser asaltada mediante el descuido en que declaraban los prisioneros se hallaba su guarnición”. Era el aconsejable empleo de las fuerzas en el centro de la línea de sitio que permanecían inactivas. El rechazo del asalto, aunque sin consecuencias estratégicas, fue el único triunfo insurgente durante un sitio que se caracterizó por descalabros sucesivos. Al líder del ataque, el capitán José Maortua, se le dio latitud para emplearse a fondo con 300 hombres por si, con la plaza debilitada, era factible un lapso de los defensores del cerro. Maortua degolló la avanzadilla insurgente, pero no pudo evitar que se diera la voz de alarma. Su obligación era retirarse, pero “dejándose llevar por su valor, marchó con denuedo al asalto, muriendo valerosamente sobre la cortina del fuerte. Los oficiales de la columna de cazadores se casaron con la mayor bizarría, subiendo repetidas veces al pie del asta de la bandera. Sin embargo, muerto el comandante y hallando prevenido al enemigo, fue preciso retirar los cazadores con la corta pérdida de 12 hombres”.

Los defensores de La Popa, por su parte, estimaron la fuerza de asalto en 800 infantes y algunos húsares de reserva bajo el mandado del coronel Villavicencio. Descubierto el ataque, la resistencia fue heroica con menos de 200 hombres liderados por Carlos Soublette, que después de valerosa resistencia a embates consecutivos cuerpo a cuerpo lograron poner en fuga el contingente español que dejó en el campo a Maortua, otros 2 oficiales y 30 soldados. Todo quedó consumado en tres cuartos de hora.

Toma de Cartagena

El torniquete entre Tierrabomba e Isla Brujas debía ser el principio del fin para los insurgentes en los castillos de Bocachica, carentes de abastecimientos. Sin embargo, la llegada de una goleta cargada de víveres, que una vez más burló el bloqueo, prolongó la resistencia. En desespero, Morales intentó tomarse con sus escasas tropas el fuerte del Ángel San Rafael, que domina al San Fernando. De perderse, hubiese sellado la suerte de los sitiados en Bocachica. No lo consiguió por la valiente defensa del desgraciado coronel peruano-venezolano José Sata y Bussy. Después del ataque, el comandante de la vanguardia, Francisco Tomás Morales, visitó la Ifigenia, donde descansó y acopió víveres para sus tropas. No quedaba sino esperar. La corbeta Dardo se deslizó de su fondeadero en Bocachica y ganó la mar el 20 de noviembre, antes de que la pudieran o quisieran perseguir. Nada había hecho durante el sitio y nada más quedaba por hacer.

Pasados más de tres meses, el 4 de diciembre, la situación llegó al extremo con el fallecimiento de 300 personas ese día. Reunidos los desesperados insurgentes, idearon soluciones o escapatorias. García de Toledo propuso radicalmente volar la ciudad estando Morillo y sus tropas dentro de ella y así morir todos, vencidos y vencedores.

Los oficiales más comprometidos en la guerra a muerte y los cartageneros que les eran más afines, con sus familias, prefirieron una emigración incierta, suicida, como a la postre resultó para muchos de ellos, a una rendición sin perspectivas. Se embarcaron en 10 goletas y un bergantín; pero a pesar de que su intención fue salir del puerto durante la noche del 5 al 6 de diciembre, la calma no se los permitió y los cogió el día dentro. Después de que refrescó la brisa, intentaron el paso por en medio de las baterías realistas, empeñándose entre estas, las obuseras y bongos un reñido combate, cuyo final resultado fue ponerse los últimos al amparo de Boca Chica, de donde escaparon la noche del 6 al 7 de diciembre. Las naves, muchas de ellas corsarias, no estaban equipadas; algunas sufrieron traiciones, otras encallaron o tuvieron que tocar puerto obligatoriamente y ser capturados por autoridades españolas. De los once barcos que salieron de Cartagena, solo dos lograron tocar puerto en Jamaica, teniendo la mala noticia de que allí no los dejaban desembarcar, y que tenían que seguir su ruta hacia Haití. De los cerca de 2.000 que partieron en los 11 barcos, solo unos 600 sobrevivieron para ser capturados o llegar a Haití.

Consecuencias del asedio

Finalmente, al concluir el sitio el 6 de diciembre de 1815, el parte de guerra señala que para esa fecha habían fallecido unas 6.000 personas dentro de las murallas de la ciudad. El ejército sitiador se había visto reducido a 3.500 combatientes; 1.825 peninsulares y 1.300 criollos habían resultado muertos, heridos o desertado. Unos 3.600 realistas pasaron por los hospitales de Turbaco, Arjona y Sabanalarga con diversa suerte. Se capturaron 366 cañones de diverso calibre, 100 carabinas, 3.888 fusiles, 3.440 quintales de pólvora en barriles, 4.627 cartuchos de cañón, 135.800 de fusil y 200.000 piedras de chispa. Otros 2.000 residentes estaban moribundos, tirados en calles, casas y hospitales, 2.400 habían escapado por mar y 400 a 600 por tierra y, por último, 400 prisioneros fueron degollados en las playas cercanas por Morales. A comienzos de septiembre ya era imposible conseguir alimentos por mar, era imposible romper el bloqueo; además, no había dinero para comprar; para entonces, menos de mil hombres defendían la ciudad. Más de 300 cadáveres fueron recogidos de las calles y plazas el 4 de diciembre; la guarnición del castillo de San Lázaro había caído de 500 a 31 efectivos durante el asedio.

La toma de Cartagena permitió a Morillo adentrarse en el resto del virreinato de la Nueva Granada. Tras la restauración del gobierno virreinal, se dio lugar a los procesos contra los cabecillas de la revolución de Cartagena y que concluyó con los juicios a los miembros de la revolución de Santa Fe, periodo que en Colombia se ha venido a llamar «Régimen del Terror«. Cartagena de Indias permaneció bajo control español hasta 1821. El comandante Manuel del Castillo fue juzgado por un Consejo de Guerra Permanente y sería fusilado el 24 de febrero de 1816.

Fusilamiento de los próceres de Cartagena, por parte de la expedición pacificadora, el 24 de febrero de 1816. Autor Generoso Jaspe.
Fusilamiento de los próceres de Cartagena, por parte de la expedición pacificadora, el 24 de febrero de 1816 (I).

Cartagena de Indias quedó arruinada tras el asedio, perdió su dirigencia política y el papel protagónico. Si bien fue reconquistada por los insurgentes de forma definitiva el 10 de octubre de 1821. Tardó más de un siglo para que la ciudad volviera a tener la población de 1815.

Batalla de Cachirí (22 de febrero de 1816)

Antecedentes

Mientras se producía el asedio de Cartagena, el 18 de octubre de 1815, el Coronel realista Sebastián de la Calzada emprendió su marcha e invadió a la Nueva Granada desde Guasdualito en Venezuela. Su quinta división tenía un total de 2.211 hombres encuadrados en RI Numancia (582), RI Sagunto (696), BI de cazadores (4, 399), 2 ECs montados de carabineros y lanceros (494), y una sección de artillería con cuatro piezas de artillería de a 4 y de a 3, con unas 600 mulas de transporte.

La primera orden comunicada a Calzada, con fecha 15 de mayo de 1815, fue la de abrir operaciones sobre Cúcuta y Ocaña para tomar contacto con el ejército sitiador de la Heroica; pero las dificultades en la organización de la columna, la cual no pudo terminar sino hasta después de iniciada la penosa estación de las lluvias, obligaron al general a cambiar de plan y a ordenar al coronel español, con fecha 5 de junio de 1815, distraer la atención del ejército insurgente, atacando a los insurgentes, para tratar de penetrar al interior del virreinato y, colocándose en los desfiladeros. Con el fin de permitir que las columnas de la derecha e izquierda del río Magdalena pudieran salvar el gran obstáculo que los páramos presentaban.

Calzada abrió su marcha el 18 de octubre de 1815 en Guasdualito, que era su cuartel general; la marcha fue conducida acertadamente a través de los llanos de Casanare. Desde el inicio del movimiento empezaron las partidas insurgentes a hostigar la columna, pero la superioridad numérica española y las previsiones del coronel conjuraron el peligro. Las tropas insurgentes de la provincia de Casanare, que alcanzaban a 150 hombres de infantería y 1.000 de caballería, muy apropiadas para operar en ese teatro, estaban mandadas por el coronel Joaquín Ricaurte, quien se encontraba dispuesto a medir sus fuerzas con el español.

Calzada, que recibió noticias sobre la concentración de los republicanos en las sabanas de Chire, hizo una apreciación de la situación y, considerando que la superioridad de sus fuerzas podría darle una victoria, presentó combate el 31 de octubre, marchando decididamente al encuentro de su enemigo, desplegado en línea de batalla, con la infantería al centro y la caballería en las alas. El choque fue tremendo; la superioridad de la caballería insurgente logró vencer la resistencia de la realista, que en completo desorden huyó por la llanura. Pero el ardor e indisciplina de los insurgentes, en la que algunos jinetes se dedicaron a la persecución y otros a la toma del botín, permitieron a Calzada replegarse hasta una altura en donde logró anular, con el terreno, la efectividad de la caballería insurgente y evitar el destrozo de su columna, que se retiró en orden por el camino de Chita.

A pesar de todo, sus pérdidas fueron considerables. 200 muertos, entre ellos varios oficiales, 150 prisioneros, 150 dispersos, 50 heridos, 800 animales entre caballos y mulas y todos los equipajes, inclusive la caja militar, fueron el saldo de este primer choque.

La columna realista, librada de ese primer enfrentamiento, continuó sin ningún problema su marcha por el desfiladero de Sácama, que solamente se hallaba guarnecido por 25 hombres de las fuerzas de Ricaurte. Vencido este paso, que hubiera presentado un serio obstáculo a la debilitada columna si se hubiese reforzado a tiempo, penetró por Calzada a la Provincia de Tunja. Chita y el Cocuy fueron importantísimas bases de abastecimiento y descanso para sus tropas y pudo entonces reponer las pérdidas de su caballada. Restaba al español, para cumplir su misión, atravesar parte de la provincia de Tunja y la de Pamplona, pero entonces contaba con 1.800 infantes y unos pocos jinetes.

Cuando el coronel Calzada y su columna continuaban la marcha hacia el norte en cumplimiento de la misión encomendada, fue batida en Balágula sorpresivamente su retaguardia por un destacamento de insurgentes al mando del gobernador de Tunja y capitán general Antonio Palacio, quien se limitó solo a acciones de hostigamiento, ya que sus tropas eran milicias reclutadas deprisa y sin disciplina ni conocimiento de las armas. En las filas insurgentes reinaba el desconcierto; cuando se enteraron de la llegada de los españoles, comenzaron a tomarse medidas precipitadas, reducidas a juntar pelotones de hombres inexpertos.

Dos fuerzas insurgentes se encontraban en la zona: las que guarnecían a Cúcuta, al mando del general Rafael Urdaneta, y las que se encontraban concentradas en el Socorro a las órdenes del general Custodio García Rovira. La primera se dirigió, por orden del gobernador de Pamplona, Fernando Serrano, hacia el sur a contener la invasión y la segunda, denominada Primer Ejército de Reserva o Reserva de las Provincias del Norte, avanzó hasta Málaga. El Primer Ejército de Reserva contaba con solamente 1.000 lanceros reclutas. Su comandante era Custodio García Rovira.

Con total desconocimiento de la necesidad de contar con inteligencia militar como base en las decisiones, García Rovira apreció a su enemigo con 400 hombres en pésimo estado de disciplina y abatimiento por su derrota en Chire. Debido a esta apreciación, el gobernador Serrano y el general Urdaneta, que se encontraban en la parroquia de Silos, decidieron dar un golpe decisivo a Calzada deteniéndolo en el río Chitagá, en donde, cortado el puente, dominaban su paso desde unas alturas al norte. La sorpresa fue extraordinaria para los insurgentes. Los 400 hombres en retirada se habían convertido en un crecido ejército de 2.000 combatientes que descendían la cuesta que cae al río, a las 14:00 horas del 25 de noviembre de 1815.

Todo fue en vano para contener el empuje de los realistas que forzaron el vado del río, bajo el nutrido fuego insurgente. La colina de Bálaga fue el último punto de resistencia, antes que los lanceros de la derecha se desbandaran, y Cácota de Velasco presenció la llegada de 200 infantes, restos desordenados del ejército de 1.000 hombres de Urdaneta, 500 infantes y 500 lanceros desmontados, que después de muchas bajas en muertos, heridos, prisioneros y fugitivos, desaparecía por momentos.

Ante el empuje cada vez más creciente de las fuerzas de Calzada que aprovechaban en todo momento las debilidades insurgentes, Urdaneta abandonó a Cácota, la cual fue ocupada por los realistas a las 23:00 horas del mismo 25 de noviembre, para retirarse a Pamplona, a donde llegó al día siguiente al amanecer.

A las 10:00 de la mañana, cuando entraba la vanguardia realista, salía para Cácota de la Malanza llevando lo más importante del parque, archivos e intereses públicos. El día 28 cerraba el resto de la división en Pamplona, culminando así Calzada el extraordinario movimiento, cumplido a través de territorio enemigo, que lo colocaba en una posición estratégica de primer orden desde la cual dominaba por completo a su adversario.

En efecto, había dejado cortadas las comunicaciones del coronel Francisco de Paula Santander, quien se encontraba en Ocaña con 500 hombres del BI-V de la Unión, con los demás núcleos insurgentes; además, lograba el establecimiento de líneas de comunicaciones con su jefe Morillo, que se encontraba en Cartagena. En una posición tan importante, en el centro de una provincia desde donde podía desarrollar sus líneas de operaciones sobre los grupos insurgentes que se encontraban en Girón, Socorro y Piedecuesta y mantener sus líneas de comunicaciones con Cartagena y Venezuela. Calzada pasó allí los meses de diciembre y enero, durante los cuales aumentó sus efectivos a 2.200 hombres.

El BI-V de la Unión, al mando del coronel Francisco de Paula Santander, se encontraba en Ocaña tratando de reclutar una fuerza suficientemente capaz para liberar a Mompox, que había sido tomado por parte de las fuerzas de la vanguardia de Morillo. Santander, al percatarse de la toma de Cúcuta y de Pamplona por parte de las fuerzas de Calzada, se encontró de repente entre dos fuegos, con Morillo al norte y Calzada al sur. Tratando de salvaguardar su columna, el 22 de diciembre de 1815, Santander emprendió una exitosa retirada hacia el sur por un camino viejo y abandonado que comunicaba a Ocaña con Girón; a través de este pudo retirarse hacia Piedecuesta, donde se reunió con la columna del general de brigada Custodio García Rovira.

Rovira había sido nombrado como comandante del ejército del norte tras haber recibido las noticias de la operación de Calzada. En su cuartel general en Piedecuesta, las órdenes recibidas con fecha del 4 de enero de 1816 del secretario de guerra del gobierno de la Unión eran «atacar de firme al Exército de Sebastián de la Calzada hasta destruirlo o por lo menos alejarlo de la Nueva Granada«.

Acción el 8 de febrero de 1816

El general García Rovira y el coronel Santander, situados en Piedecuesta, mantenían una posición importante. Sus efectivos ascendían a 1.600 fusileros, 1.400 lanceros y 100 jinetes, pues se habían aumentado con contingentes enviados de Tunja, el Socorro y Santafé. Su compañero Urdaneta había sido llamado a la capital para responder de su conducta en el combate de Bálaga. Deseando el jefe español obligar a los insurgentes a abandonar la excelente posición de Piedecuesta, que controlaba maravillosamente el paso hacia las provincias del Socorro y Tunja, ideó una habilísima maniobra estratégica, que era efectuar una finta sobre Ocaña para simular la búsqueda de contacto con la columna realista que avanzaba a lo largo del río Magdalena. Ejecutó su marcha a través del páramo de Cachirí, en donde dejó apostada una fuerza de 300 hombres, para continuar luego su fingido movimiento hacia el norte.

El 8 de agosto García Rovira ordenó a la vanguardia del ejército insurgente atacarla, los dos bandos se enfrentaron en un combate de más de 8 horas obligando a los españoles a retirarse, lo cual hicieron ordenadamente, debido a que los insurgentes fallaron en su intento de perseguirlos, debido a la falta de caballada, la reducción de su ejército con el envío de una columna al mando del coronel José María Mantilla, comandante del BI-II de la provincia de Socorro, para atacar el supuesto convoy de abastecimientos españoles que venía desde Maracaibo hacia Pamplona, y, sobre todo, la falta de movilidad de su ejército por el deficiente entrenamiento, impidieron al ejército insurgente levar a cabo la persecución de su enemigo.

Esta pequeña victoria fue notificada al secretario de guerra en Santa Fe; desde ese momento fue cuando García Rovira tomó la decisión de mover todo su ejército e internarse en el páramo de Cachirí para defender a la provincia del Socorro, lográndolo el 16 de febrero. Aunque esta decisión no fue del gusto de su segundo al mando, el coronel Francisco de Paula Santander, quien argumentó que defender por escalones el paso hacia Bucaramanga con tropas tan bisoñas sería difícil, pero García Rovira siguió con su plan.

Batalla de Cachirí (22 de febrero de 1816). Movimientos de los republicanos y españoles previos y después de la batalla. Fuente Wikipedia.

Desarrollo de la batalla el 21 de febrero de 1816

El 16 de febrero, pudo iniciar su movimiento a través del páramo de Cachirí llevando una fuerza de 2.000 soldados de infantería y 80 de caballería. Sin embargo, falto de movilidad, hizo un alto en la pequeña meseta de Cachirí, en donde el general en jefe había resuelto hacerse fuerte para esperar el ataque realista, no sin antes haber destacado una vanguardia en el sitio de Laguneta.

Al mismo tiempo, Calzada, reforzado con 300 cazadores de la Victoria al mando del capitán Silvestre Llorente, contramarchó rápidamente el 20 de febrero y se presentó a las 17:00 horas del 21 de septiembre frente a la posición insurgente después de haber deshecho la avanzada enemiga con una sorpresa hábilmente ejecutada.

La batalla de Cachirí es un clásico ataque por parte de los españoles a una posición organizada para la defensa. En efecto, el general García Rovira organizó su dispositivo de defensa en base a 3 líneas principales de resistencia sobre la loma de Cachirí con algunas posiciones adelantadas y un puesto avanzado en Laguneta.

Despejada la espesa niebla que había impedido la prosecución del ataque, Calzada organizó sus tropas con una descubierta al mando del teniente José Espejo, seguida por una columna de cazadores y el BI-I, quedando en apresto, en la ranchería, el BI-II de Numancia.

La columna de cazadores realista avanzó sobre las posiciones adelantadas insurgentes que se replegaron sobre su primera línea de resistencia, repasando el río y haciéndose fuertes. Entretanto, los cazadores del rey se distribuyeron en guerrillas por la orilla del río. El BI-I realista, que llegó a la casita de Cachirí a las 17:00 horas del 21 de febrero, esperó en ese punto al BI-II que bajó de las alturas al anochecer.

Calzada ordenó entonces el ataque de las compañías de cazadores del BI-I y BI-II sobre el flanco derecho de la posición enemiga, lo cual ejecutaron hábilmente trepando por una pendiente al lado izquierdo del camino e introduciendo desorden en la primera línea de resistencia, que solamente logró restablecerse mediante el refuerzo oportuno del BI insurgente al mando del coronel Pedro Arévalo Aponte.

En la noche, el comandante español reemplazó las compañías de cazadores por la Cía-6 del BI-I y Cía-2 del BI-II, cuyo relevo en la posición se dificultó debido al terreno en el cual operaban. Al mismo tiempo, García Rovira ordenó el cambio de posición hacia atrás, dejando solamente un pequeño destacamento en la anterior y estableciendo, con un BI, una primera línea de resistencia en la nueva posición, la cual mejoró con la construcción de algunas fortificaciones.

Desarrollo de la batalla el 22 de febrero

En la mañana del 22 de febrero, la Cía-6/I y la Cía-2/II con los carabineros del comandante Cirilo Molina continuaron el ataque, cruzando el río, lo cual efectuaron arrollando el destacamento avanzado y precipitándose sobre las trincheras enemigas, cuyos defensores los rechazaron produciéndoles 20 bajas. Ante este contratiempo, Calzada decidió empicar a fondo su unidad. Dispuso que la mitad de la columna de cazadores, al mando de su comandante Matías Escuté, cruzase el río más abajo del puente y trepando por la derecha la escarpada cuesta, cayese sobre el flanco izquierdo de los insurgentes. Mientras el capitán Silvestre Llorente, con la otra mitad de la columna y 1×4 cañón, fuese por esa orilla, con el fin de flanquearlos por la derecha, y que el Tcol Carlos Tolrá, con a Cía-6/I y la Cía-2/II, las 2 Cías de granaderos y los carabineros atacasen por el frente, asentando 1×4 cañón con anticipación para incomodar a los insurgentes.

Tolrá no quiso detener un momento el ataque, destinó la Cía de granaderos del BI-I por la derecha, para que trepando por el bosque del pie de la loma los atacase por su flanco izquierdo, y él lo ejecutó con las tres Cías restantes por el frente. Estas compañías y las que mandaba Llorente cayeron con impetuosidad sobre las primeras trincheras insurgentes, que en un momento fueron tomadas a la bayoneta y con poquísimo fuego. Los primeros a treparla fueron el Daza, el teniente Segovia y el subteniente Inda. Allí recibió un tercer balazo Daza.

La vanguardia insurgente mandada por Santander se enfrentó a los realistas en una ardua lucha cuerpo a cuerpo. Ese enfrentamiento fue mencionado por Calzada, quien dijo “En el descanso de la loma se mezclaron nuestras tropas con las enemigas, que perecían al golpe de la bayoneta; y tampoco pudieron resistir el choque en la segunda trinchera, que dejaron cubierta de cadáveres. La confusión de su precipitada fuga se comunicó al famoso quinto batallón, (el más aguerrido y disciplinado de los enemigos), que estaba formado en batalla ya en la pendiente, e hizo una descarga cerrada que en nada detuvo la marcha de nuestras tropas y sí aumentó su furor, excitado ya por la pérdida del inmortal Daza. Una de las trincheras republicanas estaba defendida por el batallón Sante Fe, el oficial que comandaba este cuerpo fue muerto de un balazo, y como no pudo ser reemplazado inmediatamente, los soldados republicanos abandonaron sus posiciones”.
Calzada continúa el relato que “Confundidos los enemigos, mezclados todos sus cuerpos y llenos de pavor, no hicieron ya más esfuerzos por defenderse. Perseguidos por un puñado de valientes se entregaron a la muerte, sin saber por qué, Los bizarros comandantes de artillería y caballería don José María Quero y Antonio Gómez, y los Capitanes Francisco Jiménez y don Blas Cerdeña, se adelantaron a caballo y fueron cortando pelotones de fugitivos, que obedecían puntualmente sus órdenes y hasta repetían sus voces de viva el rey. Les mandaban que arrimasen las armas a un lado del camino y se quedasen, que eran perdonados. Pero las tropas que iban a la cabeza no daban cuartel e hicieron una horrorosa carnicería, en particular la compañía de Daza, que no se podía contener. Quedó, pues, todo el ejército enemigo muerto, prisionero y disperso”.
“Por la Matanza, a donde llegaron nuestros oficiales a las tres de la tarde, solo pasó Rovira con unos treinta caballos. Los cazadores que mandaba el teniente coronel Escuté, no pudieron pasar el río y regresaron al puente a tiempo de estar ya forzadas las primeras trincheras, por lo que marchó por el camino seguido del primero y segundo batallón, excepto dos compañías del último, que quedaron en Cachirí custodiando los hospitales y equipajes”. “Jamás se ha visto espectáculo más horroroso que el que presentaba el camino de Cachirí a Cácota. Todo él estaba poblado de enemigos, la mayor parte muertos de bayoneta, entre esos muchos oficiales, de cuya clase había trece en un espacio de diez y seis varas. Los fusiles, cajas, municiones y demás efectos de guerra embarazaban el tránsito, y cada instante había que echar pie a tierra. Cansadas ya nuestras tropas de matar y pasado el primer calor, se ocuparon en hacer prisioneros y se llenaron dos cuarteles
.”

Según el historiador José Manuel Restrepo, las fuerzas republicanas fueron perseguidas por la caballería española hasta la villa de Matanza.

Relieve de la batalla de Cachirí que hace parte del pedestal del monumento al general Custodio García Rovira. Autor Xavier Arnold. Fuente Wikipedia.

Secuelas de la batalla

Las consecuencias de la derrota militar sufrida por los republicanos en la batalla de Cachiri serían desastrosas; prácticamente toda la línea de defensa del norte del país había colapsado, dejando así que el Ejército Expedicionario pudiera seguir su marcha hacia el interior del país para capturar a Santa Fe. Contribuyendo a la exitosa reconquista de la Nueva Granada por parte del Imperio español.

Las pérdidas sufridas por el bando insurgente fueron catastróficas. En su carta al general Morillo, Sebastián de la Calzada reportó que los republicanos habían sufrido más de 1.000 muertos, de los cuales 40 eran oficiales, 200 heridos, 500 prisioneros, incluidos 28 oficiales. Además de esto, Calzada también reportó la captura de una gran cantidad de material bélico, siendo estos “2 piezas de artillería, 4 banderas de batallón, 750 fusiles, 300 lanzas y 45.000 cartuchos, provisiones, ganados y otros efectos.

Las bajas sufridas por el Ejército Expedicionario fueron 150 en total, entre heridos y muertos. De los 500 prisioneros que los realistas tomaron, 200 de estos estaban heridos, mientras que los otros 300 fueron incorporados forzosamente a las filas del ejército realista. Las banderas capturadas fueron presentadas al general Morillo por parte de Calzada como trofeos de guerra; la noticia de esta victoria española sobre los insurgentes fue notificada al ministro de guerra de España por parte del general Morillo desde su cuartel en Mompox el 27 de febrero de 1816.

Los restos sobrevivientes del Ejército del Norte se retiraron en dirección a Santa Fe, llegando a la villa del Socorro el 27 de febrero. Calzada también emprendería una marcha hacia esa localidad, pasando por los municipios de Bucaramanga y Girón. En este último fue ahorcado en la plaza principal de Girón el oficial Pedro Arévalo, quien fue capturado durante la batalla por órdenes de Calzada.

El 29 de febrero el general Morillo le escribió una carta a Calzada donde le felicitó por su victoria. En esa misma comunicación también ordenó a Calzada parar su marcha hacia Santa Fe para esperar a las fuerzas del coronel Miguel de la Torre, quien venía con sus tropas peninsulares desde Ocaña.

La noticia de la derrota en la batalla de Cachirí llegó a Santa Fe de Bogotá el 28 de febrero. José María Caballero relató en su diario que el presidente Camilo Torres ordenó celebrar una misa solemne en La Concepción, encomendando las preces a Nuestra Señora de la Peña; en todas las demás iglesias y conventos de la ciudad se ofrecieron misas para así calmar el estado de pánico y desesperación que había producido esta noticia. Las primeras consecuencias políticas causadas por la derrota serían la renuncia de Camilo Torres a la presidencia de las Provincias Unidas el 12 de marzo; 2 días después fue elegido José Fernández Madrid como nuevo presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada.

En el ámbito militar, el secretario de guerra de las Provincias Unidas nombró al general francés Manuel de Serviez como general en jefe de todas las fuerzas de la segunda línea de defensa, reemplazando así al general Custodio García Rovira, quien entregó el mando al general Serviez en el Puente Real de Vélez el 22 de marzo.

Con Serviez al mando, el Ejército del Norte emprendería una retirada hacia los llanos orientales de la provincia de Casanare para así salvaguardar lo poco que quedaba del ejército, mientras que el gobierno de las Provincias Unidas se retiró al sur hacia Popayán, donde estaba la única fuerza militar con que contaba la Primera República para su última defensa; el Ejército del Sur.

El general Custodio García Rovira sería capturado por las fuerzas españolas y acusado por un consejo de guerra, establecido por el general Morillo, siendo acusado de traición y condenado a muerte. Fue fusilado en la Huerta del Jaime (actual Plaza de Los Mártires) en Santa Fe el 8 de agosto de 1816 al lado del capitán Hermógenes Céspedes, el doctor José Gabriel Peña, un mulato de apellido Castro y otro señor de apellido Nava. Su cuerpo y el de Castro fueron colgados en una horca y sepultados en el cementerio del Occidente.

Represión y pacificación

Según tres impresos confeccionados por orden de Pablo Morillo en Santa Fe, en el segundo semestre de 1816 fueron ajusticiados 102 revolucionarios en el Nuevo Reino. La mayoría subieron al patíbulo en la capital; otros más fallecieron en Popayán, Tunja, Socorro y Neiva; y un número reducido expiró en cadalsos levantados en Vélez, Villa de Leiva, Honda,Caloto, Quilichao, Cúcuta, Ibagué, Zipaquirá, Pore y Chocó. En el mes de junio tuvieron lugar dos ceremonias punitivas en las que perdieron la vida cinco personas y los días 6 y 20 de julio perecieron ocho más. La curva de las ejecuciones se hizo ascendente en agosto, cuando se realizaron en cinco fechas diversas con un saldo de 15 ejecutados. En septiembre, el número de ejecuciones se elevó a 36. En octubre, a pesar de que se llegó a nueve ceremonias, los ejecutados fueron ya 12. En noviembre la tendencia decreciente se mantuvo con tres días de ejecuciones y 13 ajusticiados. Por último, el 10 de diciembre pereció un solo revolucionario, cuatro días después de que Morillo abandonara la corte virreinal rumbo a Venezuela.

Las ejecuciones se ejecutaron de diversas formas, de acuerdo con los delitos imputados a los revolucionarios, pero siempre en las plazas mayores de las poblaciones o en lugares concurridos, como el Huerto de Jaime en Santa Fe, por donde se ingresaba a la ciudad desde el norte. Como en Nueva Granada escaseaban los verdugos, aquellos hombres condenados a morir ahorcados debieron ser, por lo general, pasados primero por las armas, antes de que sus cadáveres fueran colgados para escarmiento de los vecinos. A quienes previamente a su compromiso habían servido en las fuerzas españolas, se les degradó en un comienzo y a continuación un pelotón les quitó la vida, disparándoles por la espalda. Por su parte, los primeros líderes de las Provincias Unidas de Nueva Granada, como Camilo Torres o Manuel Rodríguez Torices, fueron pasados por las armas, sus cadáveres colgados en una horca y sus cabezas desmembradas y exhibidas en jaulas de hierro durante días.

Por orden de Pablo Morillo se crearon en Santa Fe una Junta de Secuestros, encargada de confiscar los bienes de los revolucionarios, y un Consejo de Purificación ante el cual debían presentarse insurgentes de menor estatura o con mayores conexiones entre las autoridades realistas. Por lo común, la rehabilitación se conseguía mediante el pago de multas o el servicio en el ejército como soldado raso, penas que se vieron acompañadas a menudo por la destitución de aquellos que servían empleos públicos. Ambas instituciones fueron conformadas también en otras provincias de Nueva Granada, como Neiva, Popayán y Chocó, donde se siguió la tendencia mencionada de imponer penas pecuniarias a los revolucionarios arrepentidos.

Un caso particular fueron los 95 eclesiásticos reputados como insurgentes, que debieron a continuación emprender emigraciones rumbo a Cartagena y La Guaira.

Nueva Granada se mantuvo pacificada hasta la invasión de Bolívar desde Venezuela en 1819; muchos neogranadinos engrosaron las filas de los batallones realistas, que fueron enviados a combatir fuera del territorio de la actual Colombia.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-28. Última modificacion 2025-10-30.
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