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Marco del Pont, tras conocer el resultado de la batalla, decidió retirarse a Valparaiso (a 120 km desde Santiago), y en la noche del 13 de febrero impartió órdenes para la retirada “con tal sigilo que los vecinos no advirtieran de los preparativos de la fuga”.
Maco del Pont había establecido antes del día 12 de febrero que las tropas que iban llegando desde el sur acamparan en un lugar situado a una legua al norte de Santiago llamado la Chacra de la Palma, para que después de un breve descanso continuaran a Chacabuco.
A las 01:00 horas del 13 de febrero, se dio la orden a las tropas acampadas en la Chacra de la Palma que tomaran el camino del puerto, pero dando un rodeo a fin de no pasar por la ciudad. Las tropas estaban listas; solo tuvieron que cambiar la marcha hacia Chacabuco por la marcha a Valparaíso. Las tropas que estaban en la ciudad salieron a unirse a ellos.
En la casa de la moneda había 250.000 dólares en oro y plata; tras varias órdenes de carga y descarga, a las 02:00 horas del 13 de febrero, las mulas estaban cargadas llevando 19.000 dólares; el resto, 60.000 en barras de plata, no se pudo cargar por falta de transportes. El capitán Joaquín Magallar con su compañía escoltaba el tesoro.
Junto con el ejército se retiraron casi todos los altos cargos y unos 30 comerciantes y personajes que temían las represalias de los rebeldes.
La decisión de San Martín de no enviar a la división de Soler en persecución de los realistas había dejado libre el camino a Valparaíso. Esto salvó a los soldados y civiles realistas que emprendían atemorizados la retirada y embarque final en los buques, se desarrollase en orden. Marco del Pont, preso del pánico, no se atrevió a correr a ponerse al frente de sus tropas y dirigirse hacia el puerto para organizar y ordenar el embarque de los fugitivos; en cambio, entregó verbalmente el mando al coronel Maroto, encargándole que hiciera embarcar las tropas, pertrechos y caudales en Valparaíso, clavara la artillería de los fuertes y que se dirigiera a Concepción. Él montó a caballo sobre la 01:00 horas y se dirigió hacia la costa de San Antonio, donde esperaba encontrar al bergantín San Miguel.
Al llegar a San Antonio, Marco del Pont se encontró con que el bergantín San Miguel había zarpado horas antes. Entonces iniciaron el viaje hacia Valparaíso, donde esperaban que tal vez aún quedarían algunos de los buques embargados para el embarque del ejército. El día 15 llegaron a la hacienda de Las Tablas, allí se ocultaron en una quebrada boscosa y le pidieron a un campesino que fuese a Valparaíso a traer noticias. El inquilino, en vez de cumplir el encargo, avisó a su patrón Francisco Ramírez que en una quebrada inmediata estaban ocultos al parecer unos personajes importantes. Ramírez se concertó con el capitán Francisco Aldao, jefe de uno de los piquetes que perseguían a los grupos de dispersos, y en la mañana del día 16 capturaron a Marcó del Pont y sus acompañantes.

Se les condujo a Valparaíso, donde permanecieron seis días. Luego se les envió a Santiago, adonde llegaron el 23 de febrero. Marcó del Pont entró en una carroza rodeada de un grueso pelotón de caballería para prevenir insultos de la gente del pueblo. Conforme con sus deseos, rindió ceremoniosamente su espada a San Martín, con quien tuvo una larga conferencia en la que el general insurgente se enteró de todos los datos que le interesaba saber. Se le encarceló el edificio del Consulado. Algo más tarde, el 16 de abril de 1817 se le envió a Mendoza; posteriormente se le confinó en San Luis. Murió pocos meses después en Luján, cerca de Buenos Aires.
Maroto recorrió los cuarteles de la capital, encontrándolos vacíos; y viendo que no había nada que hacer, a las 02:00 horas abandonó la ciudad en compañía de su esposa. Después nació la leyenda de que en su casa situada en la calle Huérfanos había dejado enterrado un tesoro en monedas de oro.
La retirada fue cayendo en una completa desorganización. Al pasar la cuesta de Lo Prado, se esparció el rumor de que el enemigo estaba a punto de alcanzar la retaguardia y esto hizo estallar el caos; se derramaron por el suelo los caudales públicos, los cañones quedaron abandonados y muchas armas tiradas en los campos vecinos; muchos soldados se dispersaron.
Maroto, su esposa y unos pocos oficiales entraron por fin a Valparaíso en la noche del 13 de febrero. Detrás de ellos fue llegando una interminable columna de oficiales, tropas y civiles con grandes equipajes; en un momento el puerto perdió su secular tranquilidad y se transformó en un gran torbellino sin control ninguno, lo que se agravó con el hecho de que las autoridades, para mayor confusión, eran varias y no muy bien delimitadas entre sí. Se encontraba recientemente en Valparaíso el brigadier de ingenieros Manuel Olaguer Feliú, enviado especialmente por Marcó del Pont para disponer las naves para la eventual evacuación; por otra parte, estaban allí el gobernador de Valparaíso, el capitán de fragata José Villegas y el sargento mayor de plaza, el Tcol Pedro Antonio Borgoño. A lo que hay que añadir que a Feliú le correspondía tomar el mando de la plaza, por ser el oficial con la más alta graduación. Marcó del Pont, atropellando esta situación jerárquica, había designado para aquel cargo a Maroto, por una simple orden verbal. Lógicamente, esto molestó a Feliú y a sus oficiales, quienes, además, se vieron impedidos de organizar el embarque ordenado del ejército en las naves que se habían logrado reunir para tal fin, porque ellas fueron previamente invadidas por una muchedumbre de civiles, especialmente mujeres.

Maroto, al llegar, se puso al habla con Villegas y le dio la orden de que se clavaran los cañones y se procediera a embarcar a las tropas y elementos de guerra, con objeto de dirigirse a Talcahuano. Maroto, que ya llevaba prácticamente cuatro días a caballo, casi sin dormir y apenas probando algún bocado, procedió a embarcarse en la fragata española Bretaña para descansar.
Valparaíso en esos momentos era escenario de un gran desorden, culminación del que se había iniciado tres días atrás, y que remataría al quedar el pueblo (una vez que todos los buques hubieran zarpado) en el mayor desorden y confusión, entregado a toda clase de desmanes.
A la mañana siguiente, 14 de febrero, Maroto hizo entrega del mando al brigadier Manuel Olaguer Feliú, dándole todas las instrucciones verbales que había recibido de Marcó del Pont, estando ambos a bordo de la fragata Bretaña.
Algo parecido le tocó vivir durante esos días a otro distinguido jefe militar español, Antonio de Quintanilla, al emprender la retirada desde Santiago a Valparaíso, adonde llegó a las 12 de la noche del día 13; allí preguntó por el Gobernador del puerto y por los jefes Maroto, Atero y Feliú, siendo informado de que se habían embarcado hacía ya algún tiempo. El pueblo estaba en el mayor desorden: saqueo tanto por las tropas dispersas como por el populacho; tiroteos de insurgentes contra las tropas realistas; falta de lanchas en la bahía.
Finalmente, Quintanilla subió a bordo del bergantín San Miguel; desde allí pudo observar que también en los buques reinaba la mayor confusión, cargados de familias, muchas sin estar comprometidas con ninguno de los bandos en lucha y, por lo tanto, sin motivos de fuga; entretanto, en la playa la tropa clamaba por embarcarse, pero apenas lo lograría una tercera parte.
Las órdenes dadas por Marcó del Pont, el 8 de febrero, al gobernador de Valparaíso, de retener (y si fuera preciso, confiscar) a todos los buques que estuvieran en el puerto en esa fecha y a los que llegaran en adelante, daban la clara intención de preparar la evacuación del Ejército Realista que de antemano Marcó del Pont suponía derrotado por las fuerzas insurgentes; a la fecha de la batalla de Chacabuco se había formado en Valparaíso una respetable flota de 11 buques mercantes prontos para zarpar a la primera orden.
Los buques anclados en el puerto eran los siguientes: la fragata armada Bretaña, las fragatas Margarita y Victoria; los bergantines San Miguel, Justiniani, Sumaca, Portuguesa y Santo Cristo; la fragata británica The Wil y la corbeta francesa Bordelais. A estos 10 buques debe agregarse uno más, que podría ser el bergantín Carmen.

La corbeta Bordelais al mando del capitán Camilo de Roquefeul; el gobernador de Valparaíso le había pedido que le vendiera todas las armas que tenía a bordo; sin embargo, el capitán Roquefeul solo le entregó la mitad, que consistía en una partida de unos 100 fusiles, pero con la condición de que les fueran devueltos en El Callao, los mismos u otros iguales. El Bordelais fue requisado para evacuar a los soldados y civiles que huían del Ejército de los Andes.
El capitán del buque inglés The Will era el capitán Heartley; su buque fue requisado igual que el francés Bordelais. Heartley se negó a dirigir su buque, ya fuera a Talcahuano o a El Callao, por lo que fue violentamente desembarcado en el mismo Valparaíso. El mando del The Will fue dado a un exmarino portugués, Francisco Álvarez.
El capitán Heartley fue llevado a El Callao gracias a la gentileza del capitán del Bordelais, quien lo embarcó a él y su señora en este último. El capitán Heartley obtuvo en Lima, del virrey, la devolución de su buque y el pago de indemnizaciones.
Conforme a las órdenes que recibió de Marcó del Pont, el gobernador de Valparaíso hizo embarcar su voluminoso equipaje en el bergantín Justiniani.
A bordo de la fragata Victoria había un grupo de presos políticos chilenos; entre ellos se destacaban dos distinguidos insurgentes: el coronel Santiago Bueras y el capitán José Santos Mardones, a quienes Marcó remitió a Valparaíso para que los tuvieran arrestados en un buque, hasta que hubiese una oportunidad para trasladarlos a las Islas Juan Fernández. Atropellando audazmente a sus centinelas y llamando a las armas a sus compañeros de prisión, Bueras y Mardones apresaron al capitán del buque, apellidado Vargas, y a los soldados que tenía a sus órdenes, los encerraron en la bodega y, apoderándose de los botes, se dirigieron a tierra.
Puestos a la cabeza de los insurrectos, tomaron el fuerte del Puerto con el propósito de cañonear a los buques en que se habían embarcado los fugitivos; pero los cañones estaban clavados y, con mucha dificultad, apenas pudieron poner uno en condición de hacer fuego. Por otra parte, formaron un destacamento de 50 hombres regularmente armados, que fue capturando soldados realistas fugitivos, que los encerraron en las casamatas del fuerte; todo esto sucedía el 13 de febrero.
En la mañana siguiente (14 de febrero) se renovaron las escenas con mayor encarnizamiento todavía, de manera que pocos soldados realistas pudieron llegar hasta los buques; por otra parte, los capitanes de estos no se atrevían a enviar los botes hasta las playas por temor a que ellos fueran capturados por los rebeldes. Por lo demás, a bordo de las 11 naves ya prácticamente no había espacio para acomodar más gente, ni tampoco víveres ni agua suficiente.
En las playas se veían grupos de soldados realistas que aún esperaban ser recogidos por los botes, pero no se atrevían a entrar en lucha con las bandas armadas de gente del pueblo que estaban a la expectativa.
Según el acuerdo de la junta de guerra celebrada en Santiago, todas las naves debían dirigirse a Talcahuano; sin embargo, los oficiales superiores que habían logrado embarcarse se reunieron a bordo de la fragata Bretaña donde hicieron un segundo consejo de guerra, en el que, a pesar de la oposición de Maroto, se acordó dirigirse al Perú, pues suponían que Concepción y Talcahuano ya habían caído en poder de los insurgentes o estaban a punto de serlo.
A las 09:00 horas, zarparon; y se largaron velas. La fragata Bretaña dio una última vuelta por la bahía para recoger algunos fugitivos, disparando repetidos cañonazos contra los insurgentes, los que fueron contestados por el único cañón que los insurgentes habían logrado acondicionar. Una hora más tarde, los buques se alejaban del puerto aprovechando un viento del oeste. En tierra quedaban muchos soldados españoles que, en su indignación y rabia, o rompían sus uniformes, o botaban sus armas o se unían al populacho, ayudándolo en el saqueo de casas y bodegas. Solo en la tarde algunos piquetes formados por artesanos y comerciantes lograron imponer una relativa tranquilidad. Las primeras tropas regulares que llegaron a Valparaíso dos días después fueron un reducido número, pero que bastaron para imponer definitivamente el orden.
Para los militares y civiles (hombres, mujeres y niños) que iban hacinados en las 11 naves, que eran simples buques mercantes, sin comodidad ninguna para pasajeros, les esperaba una larga y muy penosa navegación, llena de privaciones, amén de una gran escasez de víveres y agua. Además de la angustia moral de la derrota y del haber dejado abandonados sus bienes materiales, familiares y amigos, quizás para siempre. En el convoy se embarcaron unos 700 soldados y una cantidad no precisada de civiles. Según el historiador Barros Aranaiban, a bordo había unas 1.600 personas, entre soldados, negociantes, mujeres y niños. Los 11 buques recibieron orden de dirigirse a Coquimbo para hacer aguada, ya que no pudieron hacerlo en Valparaíso antes de zarpar, por las circunstancias que se conocen.
El proyectado desembarco en Coquimbo no se pudo realizar, pues fueron recibidos a cañonazos, por lo que todos se dirigieron a Huasco, excepto el Santo Cristo que, habiéndolos perdido de vista, se dirigió a El Callao, adonde entró el 29 de febrero con 14 oficiales, 78 hombres de tropa, 57 paisanos realistas, 21 mujeres y 2 muchachos, sin más armas que los citados 27 fusiles.
Durante la navegación, el día 16, a bordo de la fragata Bretaña falleció la esposa del brigadier Olaguer Feliú, María de las Mercedes de la Guarda, quien había embarcado gravemente enferma, no sirviendo de nada los pocos cuidados que le pudieron dar a bordo.
El 19 de febrero el convoy fondeó en Huasco que, en aquellos años, era una desolada caleta casi exenta de cualquier tipo de recursos. El brigadier Maroto bajó a tierra con 200 hombres armados, pero no pudo recoger más que unos pocos carneros y renovar la aguada; luego, tuvo que reembarcarse precipitadamente al divisar a un grupo de milicianos de la columna del comandante Cevallos (del bando insurgente) que se desplazaban para atacarlo; por ello, no pudo recoger a 40 de sus hombres.
Las naves se hicieron prontamente a la vela y se dirigieron al puerto de Pisco, donde además de tomar noticias, se reabastecieron. Se reanudó luego el viaje a El Callao, adonde llegaron separadamente a partir del 27 de febrero de 1817 los barcos, menos la fragata Bretaña, en la que iban los jefes, la cual atracó en Pisco, donde desembarcaron Maroto y su señora y desde allí siguieron por tierra el viaje a Lima.
Uno de los primeros buques en llegar a El Callao fue el Bordelais, que lo hizo el 27 de febrero. El Santo Cristo arribó el día 29 de febrero.
La fragata Margarita fondeó el 4 de marzo; a bordo venía el gobernador de Valparaíso, el sargento mayor de aquella plaza, un coronel de artillería con 18 oficiales y 70 soldados, 15 empleados, 2 frailes, 47 hombres y 6 mujeres particulares.
El último en llegar al Callao fue el británico The Will, que lo hizo el 13 de marzo.
Uno que no llegó fue el bergantín Carmen. Había salido como los demás 10 buques de Valparaíso, llevando a bordo a fugitivos de Chacabuco, separándose del convoy. El 28 de febrero recalaba en Coquimbo; allí se le fueron encima los insurgentes y lo capturaron. Por razones que se desconocen, este buque jamás fue aprovechado por los insurgentes.