Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Chile (1817-18) Asedio de Talcahuano (5 y 6 de diciembre de 1817)

Inicio del asedio

La falta de persecución del derrotado ejército realista después de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817) la indecisión de San Martín permitió el embarque de los realistas derrotados, mientras en Concepción se atrincheraba uno de los más decididos comandantes españoles, el coronel José Ordóñez. Solo la actividad desarrollada por Ramón Freire Serrano, con apenas 100 hombres, pudo detener la huida de cientos de soldados realistas que descendían desde la capital hacia el sur. Pero debía enfrentar a sus propios hombres, entre los que se integraban conocidos montoneros, asaltantes y guerrilleros, como el propio y famoso Miguel Neira, recién ascendido a coronel y quien fue fusilado por sus compatriotas por asalto y violaciones.

San Martín envió al coronel argentino Juan Gregorio Las Heras con una escasa división, que salió de Santiago el 19 de febrero llegando hasta el río Maule el 23 de marzo. Un tiempo precioso que aprovechó Ordóñez en fortificar Talcahuano. Era un punto estratégico que permitiría el desembarco de fuerzas de apoyo, por lo que continuó el foso iniciado por Atero en la bahía de San Vicente, prolongándolo hasta la isla de Rocuant. Cortaba así el paso a la península de Tumbes, levantando sólidas defensas y preparándose para un lógico asedio que deberían efectuar los insurgentes. Doce días después de la batalla de Chacabuco, Ordóñez recibía la información del desastre realista, ordenando de inmediato el repliegue de todas las unidades dispersas en el sur, concentrándolas en Concepción y Talcahuano.

Bahía de Talcahuano en el siglo XIX. Obra del francés Louis Le Breton (1818–1866).

Combate de El Parral (6 de marzo de 1817)

Ordóñez dejó entre el río Maule y el Ñuble una columna de 200 fusileros al mando del capitán Antonio Vitel Pasquel para impedir los levantamientos en la medida de lo posible, y reconcentró sus fuerzas en Concepción y Talcahuano con el eficaz concurso del coronel Juan Francisco Sánchez. Ordenó el repliegue de todas las fuerzas, víveres y vacunos hasta esta plaza donde se atrincheró. Contaba con unos 1.000 efectivos, compuestos por el BI Concepción, una compañía de dragones y los artilleros.
Este repliegue permitió a Freire enviar al sur al capitán José Manuel Bazan a hostilizar la retirada de los realistas. Pero esta pequeña fuerza de 70 hombres fue sorprendida por Pasquel en Parral el 6 de marzo, y la destrozó después de un corto combate.

Combate de Curapaligüe (5 de abril de 1817)

Freire creyó que la proximidad de Las Heras le permitía atravesar el Maule si grandes riesgos, y desobedeciendo las instrucciones, avanzó con el grueso de sus tropas en demanda de Pasquel. Las Heras, alarmado por este avance imprudente, salió al fin de Talca y el 2 de abril se reunieron por fin las fuerzas insurgentes. El 4 de abril acampó en las casas de la hacienda de Curapalgüe.

A las 01:30 del 5 de abril fueron atacados por una división realista al mando del comandante Juan José Campillo, que disponía de 500 infantes del BI Concepción y 100 milicianos a caballo, enviados desde Concepción por José Ordóñez. Las Heras habían tomado todas las precauciones contra una sorpresa. Las avanzadas se sostuvieron con gran energía, replegándose en perfecto orden a la división solo cuando esta estaba en sus posiciones lista para abrir fuego. Los realistas se retiraron dejando 7 muertos, 1 herido y 7 prisioneros. Los insurgentes tuvieron 4 muertos y 7 heridos.

Combate del Cerro Gavilán (5 de mayo de 1817)

Las Heras siguió su avance a Concepción y acampaba en el cerro Gavilán al atardecer del mismo día 5 de abril; era punto estratégico que dominaba los caminos que conducían hacia Talcahuano. Las Heras había tomado posiciones en este pequeño cerro y, sabiendo que Ordóñez había pedido refuerzos para atacarlo, solicitó ayuda al general San Martín.

Al día siguiente la ocupó sin resistencia, confiando el gobierno civil al alcalde Manuel Zañartu, lanzando una proclama en la cual ofrecía indulto y olvido de su conducta anterior a todos los vecinos que deseasen volver a sus casas bajo el amparo de las nuevas autoridades. Los vecinos de Concepción solo deseaban vivir bajo cualquier gobierno que les garantizara la paz. Así que en toda la intendencia se acogieron al perdón, restableciéndose la regularidad de la administración en las ciudades. El sentido común de Las Heras entregó casi todo el sur a los insurgentes, pero estos éxitos no modificaron la peligrosa situación que se había producido por el error de San Martín de paralizar la campaña después de la batalla de Chacabuco. Ordóñez se fortificaba más y más en Talcahuano; disponía de más de 1.000 efectivos y el dominio de la bahía y de la orilla sur del río Biobío, y el concurso de sus aliados mapuches que le suministraban alimentos y refuerzos que, de un momento a otro, le permitirían tomar la ofensiva.

San Martín había viajado a Buenos Aires, por lo que Las Heras envió una nota a O’Higgins pidiéndole refuerzos, ordenándose el avance de una división al mando del propio general chileno. Los refuerzos, en número de 800 hombres del BI-VII, un EC de granaderos y algo de artillería, fueron despachados hacia Concepción el 10 de abril.

Las Heras era consciente de que el sitio de Talcahuano sería una tarea titánica, especialmente si llegaban los refuerzos que esperaba Ordóñez. Y para mayor fortuna del comandante español, recalaban en el puerto la fragata Venganza y la corbeta Sebastiana, las que de inmediato se convirtieron en punto de apoyo artillado y vía de comunicaciones y abastecimiento para los realistas.

Una expedición con suministros fue enviada por el virrey del Perú para apoyar a los realistas que se habían guarnecido en Talcahuano. Cuando esta llegó casi en su totalidad al puerto el 1 de mayo, desembarcaron sin problemas. El brigadier José Ordoñez, en vista de la llegada de estos apoyos, decidió atacar a Las Heras en su campamento, antes de que este recibiese los refuerzos que sus espías le aseguraban que había enviado O’Higgins. Ordóñez calculó que en esos momentos tenía más soldados que Las Heras, unos 1.600 contra 1.200, y que en cualquier momento podía llegar la división que comandaba O’Higgins. Tenía que actuar antes que las fuerzas se reunieran. Al caer las sombras el día 5 de mayo, las tropas de O’Higgins entraban a Concepción, despachándose sin dar descanso a dos compañías de fusileros en dirección al campamento de Las Heras.

Las condiciones y los recursos de Ordóñez no eran los óptimos; le faltaban las armas y la tropa que venían a bordo del demorado bergantín Pezuela, pero el ánimo estaba dispuesto. Planeó una serie de ataques simultáneos en distintos puntos contra el campamento de Las Heras, de manera tal de entorpecer el contraataque insurgente. Estaba tan seguro de que estas acciones serían conducentes a la victoria realista, que incluso dispuso de tropas que cortasen la retirada insurgente y les impidiesen reunirse con el resto de los insurgentes enviados hacia el sur.

Las Heras mantenía una posición bastante ventajosa en el cerro Gavilán (actual cerro Amarillo), pero la nula información que tenía sobre los refuerzos recibidos por los realistas le hacía estar aprensivo. Supo por sus espías sobre los preparativos para el inminente ataque a sus posiciones, por lo que tomó las medidas que creyó oportunas, incluso escribiendo misivas a O’Higgins advirtiendo de la urgencia de su situación.

Las fuerzas realistas del coronel José Ordoñez estaban compuestas por:

  • Columna derecha (Oeste) al mando del propio Ordoñez con el BI fijo de Concepción (600), milicias de Talcahuano (200), EC de milicias Lanceros de Laja (218) y 3 piezas de artillería.
  • Columna izquierda (Este) al mando del coronel Morgado con BI de milicias de los Ángeles (400), ED de Millán (150) y 2 piezas de artillería.

Ambas columnas debían accionar sobre los flancos del dispositivo insurgente, que tenía su centro en el cerro Gavilán, coordinando su acción con un ataque a llevar a cabo por efectivos guerrilleros de la frontera de Arauco desembarcados en el río Biobío sobre la retaguardia independentista para fijar a los defensores. Además, las lanchas cañoneras abrirían el fuego de artillería frente a la costa de Penco. Finalmente, enviaría un destacamento de caballería sobre el río Andalién para evitar la probable retirada independentista.

La división del coronel Gregorio de las Heras estaba formada por el BI-XI de los Andes (625) del propio de Las Heras, el BI mixto de los BIs VII y VIII (316) del Tcol Ramón Freire Serrano, EC-1 de granaderos (233) del comandante Medina y 6 piezas de artillería.

El 2 de mayo, O’Higgins aún estaba en Chillán cuando se enteró de la llegada de los refuerzos realistas a Talcahuano, y de pronto comprendió el peligro que corría Las Heras. Así que, asumiendo una gran diligencia, que no tuvo en todo el mes anterior, salió en la mañana del día 3 de mayo al frente de su división. Que estaba compuesta por el BI-VII (-) del Tcol Conde, EC-4 de granaderos (230) del comandante Manuel Encalada, EC Escolta del General (?) y 2 piezas de artillería.

El coronel Las Heras había afianzado su flanco derecho con una fortificación pasajera en la cual emplazó un cañón y un obús, que dominaba el campo que se extiende al norte de la ciudad, y su flanco izquierdo con una batería de cañones y otro obús, que batían el camino principal que entonces conducía de Talcahuano a Concepción. Desde que supo la llegada de los refuerzos realistas, comprendió que iba a ser atacado. No sintiéndose seguro de poder sostener la posición, presentó a O’Higgins la conveniencia de retirarse y reunidos avanzar de nuevo; y como este le ordenó mantenerse en ella, el día 4 de mayo, le escribió solicitando que apurara su marcha. O’Higgins prosiguió su avance a marchas forzadas para llegar a Concepción al atardecer del 5 de mayo, adelantando entretanto dos compañías de fusileros que anduvieron toda la noche.

Ordóñez, quien estaba al tanto de los movimientos de O’Higgins, resolvió precipitar el asalto a las posiciones de Las Heras en el Gavilán.

A las 03:00 de la madrugada del 5 de mayo, tres cañonazos anunciaban el ataque realista contra las defensas del cerro Gavilán. Las tropas realistas comenzaron con sus preparativos y, al despuntar el alba, hacia las seis de la mañana, podían verse las columnas de Ordoñez marchando sobre la posición insurgente.

A las 06:45 horas comenzó con el bombardeo de Concepción por 9 lanchones realistas, y el avance de la columna Ordóñez. Ante el envolvimiento insinuado por el avance de esta columna, en el ala izquierda insurgente el BI-XI efectuó un cambio de frente. Al mismo tiempo, el EC-4 de granaderos a caballo cargó contra las guerrillas de Ordóñez, obligándolas a refugiarse en la serranía de Chepe. Aunque Morgado no había llegado aún, Ordóñez se lanzó al ataque; parte del BI-XI y el EC-4 de granaderos contraatacaron obligándolo a replegarse para evitar ser envuelto.

Combate del Cerro Gavilán (5 de mayo de 1817). Plano del combate.

Cuando la victoria insurgente parecía decidida, la otra columna realista entró en combate hora y media después, momento justo para inclinar la balanza a favor de las armas realistas, pero un contraataque dirigido por el Tcol Freire lo obligó enseguida a replegarse, perdiendo su artillería.

La oportuna llegada del sargento mayor Cirilo Correa, al mando de dos compañías de fusileros destacados de la división de O’Higgins, aceleró esta huida y hacia las diez de la mañana, la victoria estaba asegurada.

Mientras tanto, los realistas que intentan desembarcar en Concepción fueron rechazados; dos compañías del BI-XI y los granaderos a caballo emprendieron la persecución de los realistas.

Los insurgentes “habían rechazado con vigor y con acierto un ataque hábilmente combinado; y si el número de sus tropas, y sobre todo la escasez de caballería, no les había permitido llevar a cabo la dispersión total de los fugitivos, les habían quitado tres cañones, más de 200 fusiles y una cantidad considerable de municiones (320 tiros de cañón y cerca de 30.000 cartuchos de fusil)”.

Las bajas realistas fueron 118 muertos, 80 heridos, y se capturaron 200 fusiles y abundante munición. Los independentistas tuvieron 6 muertos y 62 heridos.

Dueño de la situación, Las Heras tuvo el noble gesto de indultar a los vecinos que hubiesen apoyado a los realistas con el fin de atraerlos.

Ordóñez, por su parte, mantenía confinados en la isla de la Quiriquina a 200 insurgentes. Necesitaba todas las tropas, por lo que sacó las guardias que cuidaban a los detenidos, desplazándolos a Talcahuano. Ordoñez por carta avisó a Las Heras de la condición de los prisioneros. Entre estos estaba un joven de 17 años, el futuro general y presidente, Manuel Bulnes.

Tras la batalla, esa misma tarde, la división de O’Higgins se reunía a Las Heras en el campamento victorioso. Pero el aspecto de las tropas era lamentable: desnudos, sin armas ni caballos, hambrientos y sin auxilios médicos para los heridos. De inmediato ordenó el envío desde Santiago de armas, caballos y uniformes. Pero frente a sus ojos se alzaba la ya poderosa línea de defensas de Talcahuano. Un kilómetro y medio de fosos, construcciones y baterías amenazaban al agotado ejército del sur. Una escuadra ahora integrada por cinco naves de guerra, lanchas cañoneras y embarcaciones que protegían la península.

Un nuevo hecho fortalecería las posiciones de Ordóñez. Las naves que habían rescatado de Valparaíso a los restos militares derrotados en Chacabuco llegaban a El Callao. El virrey Pezuela los acuarteló, entregándoles vestuario y armamento y al mando del coronel Morgado los despachó de inmediato hacia Talcahuano, alcanzando la bahía defendida el 1 de mayo.

Operaciones en la bahía de Arauco

O’Higgins entendió que si de verdad deseaba cerrar el cerco de Talcahuano, tenía que suprimir el dominio de los realistas en la bahía de Arauco para cortar el aprovisionamiento proveniente de la región del río Biobío.

Esta labor fue encomendada a la columna del Tcol Ramón Freire Serrano con unos 300 efectivos (un EC de granaderos, elementos de los BIs VII y VIII de los Andes y Guardias Nacionales de Chile). Así que sin perder más tiempo, despachó una columna de 50 dragones reforzados con 20 hombres montados al mando del capitán José Cienfuegos hacia la plaza de Nacimiento, que en ese tiempo era la más poderosa de Arauco. Cienfuegos se reforzó además con algunas fuerzas milicianas y tomó por asalto la plaza el día 12 de mayo, con un saldo de 20 bajas entre muertos y heridos.

La guarnición de Santa Juana, al enterarse de la caída de Nacimiento, se retiró a Arauco. Freire, mientras tanto, cruzó el río Biobío y, sin disparar un tiro, se apoderó de la plaza de San Pedro. Siguió avanzando hasta Nacimiento, en donde se reunió con Cienfuegos. Reunidos ambos, se dirigieron ambos a la plaza de Arauco al frente de 350 hombres. A pesar de la seguidilla de victorias que habían obtenido, Freire y Cienfuegos eran conscientes de que dicha plaza era la mejor resguardada en toda la zona y fallar en su asalto podía revertir completamente su fortuna.

La ubicación del pueblo de Arauco era particularmente beneficiosa y los realistas hicieron buen provecho de ella. Su vecindad al río Biobío lo mantenía en estrecha comunicación con el resto de los asentamientos realistas en la región y así pudieron coordinar una extensa red de aprovisionamiento para los defensores de Talcahuano, a la vez que lograron hostigar a los sitiadores de Concepción con una serie de guerrillas móviles. El establecimiento se hallaba protegido en el oriente por la cordillera de Nahuelbuta y el río Carampangue, y para su defensa contaba con alrededor de 200 milicianos experimentados y 17 cañones de diversos calibres. También acompañaban a la guarnición algunos frailes misioneros provenientes de Chillán, cuyos llamamientos en lealtad al Rey afirmaron la moral de los soldados y fortalecieron su determinación a resistir la embestida de los insurgentes.

El Tcol Freire y el capitán Cienfuegos partieron de la plaza de San Pedro el 26 de mayo para llevar a cabo la última etapa de su empresa, llevando consigo unos 360 efectivos para el asalto. En un comienzo, la situación pareció favorecer a la expedición insurgente, logrando sus fuerzas tomar posesión del fuerte abandonado de Colcura y enterándose Freire de que los defensores de Arauco planeaban detener su avance a la altura del río Carampangue, perdiendo el resguardo de la fortaleza de Arauco. Pero en la medida en que se acercaban a su objetivo, las lluvias empezaron a caer de forma ininterrumpida, y el cruce por los empinados cerros de la cuesta de Villagrán requirió de todas las fuerzas de los soldados.

Operaciones de Freire en Arauco en 1818.


Poco después de las tres de la tarde del 26 de mayo, Freire llegó a la banda derecha del río Carampangue y pudo presenciar el grueso de las fuerzas enemigas extendidas en la orilla opuesta. Presentando fusiles en buen estado y cañones listos para disparar, los defensores realistas estaban listos para acribillar a cualquiera que intentara cruzar el torrente. El río en sí era un obstáculo duro de atravesar, habiendo las lluvias desbordado sus vados y acrecentado la fuerza de su corriente. Un ataque directo en estas condiciones sería suicida.

Siendo un hombre de poca reflexión y enorme arrojo, el Tcol Freire decidió emprender inmediatamente el ataque esa noche. Mientras el grueso de sus fuerzas mantuvo su posición en la orilla derecha del río Carampangue para atraer el fuego realista, el propio Tcol mandó una partida de 50 granaderos para cruzar el río por un paso superior. La operación fue riesgosa, dificultada por la oscuridad, la copiosa lluvia y el fuerte cauce del río. Algunos de los soldados no pudieron hacerle frente a las circunstancias y la corriente del río arrastró sus cuerpos ahogados la mañana siguiente.

A pesar de ello, Freire cruzó exitosamente el arroyo y logró contar con el grueso de su fuerza para el ataque. Arremetiendo contra la posición enemiga por el flanco izquierdo y contando con el fuego de apoyo de aquellos que dejó en la orilla opuesta, la carga de las fuerzas insurgentes fue imparable y los realistas pronto se dieron a la fuga. El amanecer del día siguiente pudo atestiguar 30 realistas muertos, 15 heridos y 40 prisioneros, mientras que los insurgentes solo sufrieron unas 14 pérdidas. Con las armas que los insurgentes encontraron en la plaza de Arauco, un botín que llegó a 17 cañones, 90 fusiles y un considerable depósito de municiones.

Con la toma de Arauco, la influencia realista en la región del Biobío fue terminada y Talcahuano se quedó completamente aislado. El evento también logró afianzar la fama y la capacidad del naciente Ejército Chileno, asegurando Bernardo O’Higgins honrar a sus participantes con un escudo de honor bordado en cada una de sus casacas.

La guerra a muerte

Esta fue la primera posesión de la plaza de Arauco, que en lo sucesivo iba a cambiar de manos reiteradas veces. Los araucanos dirigidos por el guerrillero realista Díaz, fingiéndose amigo del capitán Cienfuegos, que Freire había dejado a cargo de la plaza, lo atrajeron a una emboscada en la margen derecha del río Lebu, y lo mataron con todos sus soldados, salvo algunos fugitivos que lograron ocultarse en la montaña. Junto con llegar la noticia a Concepción, el día 4 de julio, Freiré partió con 200 soldados. Derrotó a Díaz en las márgenes del río Carampangue; recogió a 48 soldados de la división de Cienfuegos que andaban ocultos en los bosques y, en represalia, pasó a cuchillo a cuanto realista logró capturar, “de acuerdo con las instrucciones verbales y escritas que le había dado O’Higgins”.

Durante este tiempo, Ordóñez no había estado de brazos cruzados. Imitando lo que San Martín había hecho un año antes en contra suya, movilizó a los realistas decididos de la provincia y a los antiguos guerrilleros, que conservaban vivo el recuerdo de sus campañas en 1813 y 1814. El dominio del mar le permitió surtir de armas a las diversas partidas que se organizaron y, en menos de tres meses, las operaciones de las guerrillas realistas se extendieron desde Cauquenes por el norte hasta la Araucanía. El terreno era propicio, los guerrilleros, avezados, y contaban con buenas armas. Así es que se trabó en la comarca una lucha continua entre las fuerzas independentistas de los diversos pueblos y las bandas realistas. Esta dura lucha proseguiría intermitentemente hasta mediados de la República, y en ella, ambos bandos lucharían sin cuartel. Un día una banda o guerrilla asaltaba una hacienda; al siguiente, una columna de dragones dispersaba la guerrilla y rescataba los cautivos; al tercero, la guerrilla pasaba a cuchillo a los dragones mientras dormían; al cuarto, los dragones sobrevivientes emboscaban la guerrilla y ahorcaban a todos sus miembros. Y así, durante años. Este oscuro período, eclipsado por las grandes batallas que se llevaron a cabo en paralelo, se conoció como la guerra a muerte.

O´Higgins persiguió a los guerrilleros enérgicamente, y extremó los fusilamientos. Lamentablemente, muchas de estas guerrillas estaban formadas por asaltantes muy conocedores de la zona, lo que hacía que las redadas realizadas por las fuerzas independentistas fueran casi inútiles, al menos durante los primeros meses. La más terrible y famosa de todas estaba encabezada por José María Zapata, antiguo soldado, y por José Antonio Pincheira, quienes en el nombre del Rey asolaron la provincia robando, matando y violando.

El invierno excepcionalmente lluvioso de 1817 impuso una tregua forzada en los alrededores de Talcahuano. Ordóñez se encerró en la plaza y O’Higgins tuvo que tomar cuarteles en Concepción. Esta misma tregua permitió al primero imprimir una gran actividad a la lucha de guerrillas. Movilizó a los antiguos guerrilleros realistas que permanecían inactivos y repartió armas a los nuevos caudillos que siguieron su ejemplo. Arauco escapó de ser quemada por una columna de 1.000 araucanos, dirigidos por Manuel Pinuer, oficial realista oriundo de Valdivia, y por Vicente Benavides, que tan triste celebridad debía adquirir más tarde, solo merced a la llegada providencial de una columna de 200 soldados independentistas, al mando del sargento mayor Juan Ramón Boedo. La brillante victoria de Freiré en Tubul, que le valió el grado de coronel, no modificó la situación. Dejó las «cimas de los cerros cubiertas de cadáveres para ejemplar escarmiento de los tiranos y perturbadores del orden» (O’Higgins). El 12 de octubre, un ejército de 2.000 indios ocupaba la plaza de Santa Juana, mientras la guarnición huía en lanchas al norte del Biobío, haciendo necesario abandonar la plaza de Arauco, poniendo fuego a los edificios. Hacia la misma fecha, la insurrección estallaba en los campos y montañas vecinas a Chillan.

O’Higgins se dio cuenta de la gravedad de la situación, y reservando frente a Talcahuano las fuerzas necesarias para resistir una salida eventual de Ordóñez, despachó contra los guerrilleros a los capitanes Agustín López, Francisco Javier Molina y José María de la Cruz y al gobernador de Chillan, Pedro Ramón Amagada, con otras tantas columnas de tropas de caballería. Para dar unidad a las batidas, había nombrado comandante general de la frontera al coronel Andrés del Alcázar. Todos estos jefes desplegaron una actividad infatigable, pero no pudieron impedir que los indios saquearan las villas y aldeas de Los Ángeles, San Carlos, Santa Bárbara y Tucapel. Al fin se logró rechazarlos al sur del río Biobío.

Este éxito pasajero fue acompañado por otro golpe feliz, que salvó a la ciudad de Chillán de un desastre enorme. Apenas supo la marcha al sur del gobernador, para reforzar las tropas que se batían en la isla de Laja, José Antonio Pincheira concentró más de 200 montoneros para caer sobre Chillán, desguarnecida. Pero el capitán José Antonio Fermandois y el gobernador de Cauquenes, Juan de Dios Urrutia, impuestos por sus espías del plan de Pincheira, reunieron cuanto destacamento había en los alrededores y, al amanecer del 26 de octubre, rodearon el campamento del célebre montonero. Pincheira logró ocultarse en un monte, dejando en el campo 43 muertos, 64 prisioneros, 110 caballos y casi todas sus armas y monturas.

Por desgracia, días más tarde, el 8 de noviembre, el capitán Molina, quien dirigía una columna de 140 soldados de línea, fue derrotado en el camino de Nacimiento a Santa Juana, con pérdida de un cañón y 20 hombres. Siete días más tarde, el coronel Alcázar y los capitanes Cruz y López quedaban encerrados en el fuerte de Nacimiento. Aunque lograron abrirse paso, la fisonomía general de esta guerra de guerrillas no cambió. Ni la horca ni las derrotas lograron atemorizar a los guerrilleros. Dispersados un día, reaparecían al día siguiente con nuevas armas y caballos, exactamente como le ocurriera a Marcó. Ordóñez había alcanzado los fines que persiguió al fomentar las guerrillas: los independentistas habían tenido que distraer tropas en su persecución, y la intendencia, que aún no se reponía de las depredaciones de 1813-14, asolada de nuevo, no pudo suministrar ningún género de recursos al ejército independentista. Su posesión se tornó una sangría debilitante, en vez de fuente de soldados, caballos y demás elementos con que pensaba O’Higgins robustecer sus fuerzas.

Primer combate en Talcahuano

En tiempos de Atero se había iniciado la construcción de un foso profundo, que partiendo de la bahía de San Vicente, remataba en la desembocadura del río Andalien, a fin de facilitar la defensa del puerto contra los asaltos terrestres. Ordóñez hizo trasladar la mayor parte de la artillería que había en Chillán, y aprovechando parte del foso que Atero alcanzó a construir, preparó con tiempo una línea de defensa que corría entre la bahía de San Vicente y el extremo poniente de la isla Rocuant.

Un primer intento lo organizó O’Higgins, despachando 8 lanchas transportadas sobre ruedas, las que con un centenar de soldados deberían salir por el río Andalién y asaltar mediante abordaje la corbeta Sebastiana, y con ella rendir a las otras naves; pero el regreso de la fragata Venganza y el bergantín Justiniano, que habían ido hacia Valparaíso, y el barro que se había formado por las intensas lluvias, hicieron fracasar este primer plan de ataque. Un temporal de viento y lluvia impidió un segundo plan, resolviendo acuartelar a sus tropas en Concepción. De haber realizado el frustrado ataque, sus bajas habrían sido muy elevadas.

Mientras las tropas chilenas se recuperaban en la capital del sur, las montoneras comenzaban su trágica historia, encabezadas por José María Zapata y José Antonio Pincheira, armadas por un resuelto Ordóñez que dominaba las vías marítimas. Con ello, distraía y agotaba las tropas de O’Higgins. Ordóñez se constituía en el mejor estratega español de su tiempo. Sus fuerzas sumaban ya sobre los 2.000 soldados, que servirían de base a la siguiente campaña que iniciaría más tarde el general Osorio.
O’Higgins comprendió lo grave de la situación, y dejando fuerzas en Concepción frente a un eventual ataque de Ordóñez, ordenó la salida de diferentes columnas para batir las guerrillas realistas, en medio de las lluvias y la violencia desatada contra la población por ambos bandos. Pero a Ordóñez le llegaban nuevos refuerzos y debía actuar de una forma decidida para terminar la sangría que asfixiaba los recursos de Concepción y Santiago.

Desde la capital llegaron los oficiales napoleónicos enviados por San Martín: el teniente general Miguel Brayer, el ingeniero militar Alberto Bacler d’Albe y el capitán Jorge Beauchef. De inmediato se levantaron planos precisos de las fortificaciones, demostrándose lo inútil de cualquier aventura, pero la decisión de O’Higgins era tomar Talcahuano y, tan pronto llegaron los refuerzos desde Santiago, el 24 de noviembre pasó revista en los arrabales de Concepción a los 3.700 efectivos con 5 cañones y un obús que formaban su ejército:

  • DI-1 del coronel Juan Gregorio de Las Heras con BI mixto de granaderos (440) del comandante Cirilo Correa (4, 440), BI mixto de cazadores (4, 440) del mayor Beuchef, BI-III de Arauco (493) del Tcol Ramón Boedo, BI-XI de los Andes (625) del propio Las Heras.
  • DI-2 del Tcol Pedro Conde con el BI-I de Chile (481) del coronel Juan de Dios Rivera, BI-VII de los Andes (632) del Tcol Conde y guardias de milicianos nacionales de Chile (300).
  • DC del coronel Ramón Freire Serrano con el EC de cazadores de la Escolta del Director (100), 2 ECs de granaderos (400) del comandante Escalada.
  • GA del mayor José Manuel Bergoño (7 piezas).

El 25 de noviembre se desplegaba frente a las fortificaciones realistas, ocupando como centro de mando el cerro de los Perales. Dos planes se enfrentaron en la junta de jefes militares. El de O’Higgins planteaba atacar la bahía de San Vicente, mientras en una acción de distracción amagaba todo el frente. El plan de Brayer, apoyado por el resto de los oficiales por ser extranjero, consistía en un ataque a la izquierda realista, fuerte en el cerro del Morro y llave para tomar Talcahuano, para luego converger a las otras posiciones encerrando a Ordóñez. Era un asalto de tremenda audacia o se convertiría en un dramático fracaso.

Asedio de Talcahuano 5 y 6 de diciembre de 1817. Los insurgentes bombardeando las posiciones realistas el 5.

La junta de oficiales aprobó el plan de Brayer y se preparó al ejército para la acción. En la tarde del 5 de diciembre, se comunicó a los jefes de cuerpo el dispositivo de ataque. A la una de la madrugada, el ejército insurgente se dividió en dos columnas, listas para iniciar el asalto:

Una columna formada por las compañías de granaderos y de cazadores de los distintos batallones de infantería bajo las órdenes de Las Heras debía asaltar el Morro. El capitán francés Jorge Beauchef, que encabezaba la columna, inmediatamente después de apoderarse de El Morro, debía saltar a los fosos y romper las empalizadas que los protegían, para converger por detrás de la primera línea realista, hacia el centro de ella y dejar caer el puente levadizo para que pasara la caballería insurgente.

La segunda columna amagaría sobre el centro y el ala derecha para impedir que los defensores acudieran a reforzar a las tropas que guarnecían El Morro. Cuando los soldados de Beauchef anunciaran la caída del puente levadizo con el grito de ¡viva la patria, Freire!, este se precipitaría con sus jinetes sableando a todo el que se encontrase por delante. Después se situarían en el cerro del Cura, que era el punto de reunión de todo el ejército insurgente. El comandante Bergoño con sus artilleros, pero sin sus cañones, debía penetrar detrás de la caballería para girar los cañones que encontrasen intactos, tanto de las fortalezas como de los barcos, para hacer fuego contra los realistas. El ingeniero militar Bacler d’Albe, al frente de un destacamento de zapadores provistos de picos, palas y hachas, recibió el encargo de ensanchar la primera brecha abierta por los asaltantes. Finalmente, las balsas cañoneras a las órdenes del piloto Ignacio Manning debían atacar a las embarcaciones menores ancladas en la bahía de San Vicente, para distraer por ese lado a Ordóñez.

Asalto del 6 de diciembre de 1817

El coronel José Ordóñez, por su parte, contaba con cerca de 1.700 efectivos encuadrados en BI fijo de Concepción (600) del Tcol Campillo, BI fijo de Valdivia (226), BI cívico de Chillán (400) del Tcol Alejandro, milicias de Florida y Rere (334), dragones de la Frontera del coronel Morgado, dragones de Chillán (?) y milicias de caballería de Laja (301), contaban con los 70 cañones de los fuertes del puerto. Tenía a su servicio la fragata Venganza y la corbeta Sebastiana, el bergantín Potrillo, una lancha cañonera y 5 chalupas cañoneras.

A las 23:00 horas, se apagaron todas las luces del campamento insurgente. Las columnas de ataque se formaron en la más completa obscuridad y con un silencio sepulcral para evitar ser detectadas por los realistas. Poco después de las 03:00 horas, Beachef, al mando de 4 Cías de cazadores, inició el silencioso ataque; durante la marcha, una Cía se extravió en la obscuridad. Al alcanzar el foso, fueron descubiertos por un centinela realista que disparó inmediatamente su arma. Los 200 fusileros de Lantaño, apenas sintieron acercarse al foso las fuerzas de Beauchef, que avanzaban a la carrera, hicieron una descarga cerrada, que tendió a 20 hombres. Se produjo un arremolinamiento, y a pesar de tratarse de tropas escogidas, algunos oficiales intentaron retroceder, dando por fracasado el asalto, síntoma muy sugestivo, que refleja la desconfianza con que el grueso de los oficiales y soldados insurgentes lo emprendieron.

Asedio de Talcahuano 5 y 6 diciembre de 1817. Plano de las fortificaciones realistas y ataque insurgente a las posiciones realistas.

Beauchef, arrojándose al foso lleno de agua, logró hacerse seguir de otros oficiales y soldados y escaló los parapetos. El capitán de cazadores del BI-XI Bernardo Videla se le reunió inmediatamente. Gracias al suelo arenoso y blando, pudieron arrancar entre los dos algunos palos, y abrir un boquete por donde penetraron tumultuosamente los soldados, que treparon las defensas en medio del caos generado por los disparos desde las alturas del Morro y lograron penetrar al interior del reducto, seguidos de una desorganizada tropa.

Los sorprendidos realistas abandonaron sus posiciones bajando hacia las otras defensas, disparando a quemarropa a los asaltantes. El capitán de cazadores del BI-XI Benjamín Videla, que avanzaba junto a Beauchef, cayó muerto en el foso, mientras Beauchef recibía una grave herida en el brazo derecho. Beauchef continuó ordenando el ataque. En esos momentos, la brigada encabezada por Las Heras entraba en la fortaleza del Morro desbandando a los defensores. A pesar de la gravedad de su herida, Beauchef siguió a sus soldados y alcanzó a impartir la orden de converger hacia el centro realista y bajar el puente levadizo. La mayoría de los defensores habían huido hacia el mar. Otros consiguieron replegarse a la batería de Cabrera. En esos momentos, ya habían coronado la posición más de 1.000 soldados de la división de Las Heras, incluido su jefe. Beauchef, que seguía sangrando, se retiró, pero cayó en una charca, de donde lo recogió un sargento de su batallón, que providencialmente acertó a pasar por ahí. Empezaba a clarear el día.

Asalto de Talcahuano (6 de diciembre de 1818). Ataque insurgente a las posiciones realistas.

El plan elaborado por Brayer se estaba convirtiendo en un éxito, pero venía el segundo movimiento, converger hacia el centro para adueñarse del rastrillo y bajar el puente levadizo, a fin de dar paso a la caballería. Los soldados de Las Heras tropezaron con el foso que aislaba el reducto del Morro de la batería de Cabrera y de la ciudad por el norte, y del resto de la línea realista y del puente levadizo por el poniente. Ya habían acudido algunos piquetes a defender ese foso y, reforzados con algunos fugitivos del Morro, se sostuvieron en la nueva línea de defensa.

En los primeros momentos se había producido una confusión general en el campo realista. Dice Beauchef «a lo lejos se percibía el desorden más espantoso en el campo enemigo, los movimientos de las embarcaciones, los gritos de marineros y de los fugitivos». Pero con las primeras luces del alba. Ordóñez restableció el orden y el avance hasta el puente levadizo se hizo imposible. El plan de ataque era temerario, pero si los jefes que sucedieron en el mando a Beauchef hubieran tenido ímpetu para salvar el segundo foso en el primer momento. Talcahuano hubiera caído tal vez en poder de los asaltantes. Sin un jefe decidido como Beauchef, que electrizaba con su ejemplo a los asaltantes, el ataque se contuvo.

En el centro y en el ala derecha realistas, los comandantes José Alejandro y Juan José Campillo habían rechazado el ataque que había realizado el Tcol Pedro Conde con el resto de la infantería insurgente, infringiéndole fuertes bajas. Las balsas cañoneras tampoco habían logrado desembarcar fuerzas dentro del recinto fortificado, por el lado de San Vicente. La caballería, y detrás de ella Borgoño con los artilleros, esperaban que se bajara el puente levadizo, para cumplir sus respectivas misiones.

Ordóñez ordenó en esos momentos que las baterías de los cerros y de las naves de guerra bombardearan la concentración insurgente que ocupaba las defensas del Morro. El general O’Higgins se dirigió hacia la columna de Conde para animarla al ataque, pero tuvo que alejarse ante la intensidad del fuego de fusilería. Finalmente, a las 5 de la mañana ordenaba a Las Heras y Conde abandonar el asalto. La columna de Las Heras logró retroceder en orden por compañías, protegida por la artillería de Borgoño que había regresado a su posición original con los artilleros, llevando consigo 280 heridos.

Cuatro horas más tarde, Ordóñez recuperaba el total de sus posiciones, mientras en el foso quedaban los cadáveres de casi 200 soldados insurgentes.

Las noticias recibidas el 8 de diciembre en Santiago, que anunciaban la llegada de una nueva expedición realista al mando de Mariano Osorio, hicieron que San Martín ordenase a O’Hoggins levantar el sitio y regresar a Santiago.

Ante la imposibilidad de ganar, O’Higgins habría redactado el 1 de enero de 1818 una comunicación dirigida al general español Ordóñez, que controlaba en ese momento el puerto de Talcahuano, notificándole la Independencia de Chile, señalando que este era un “país libre y soberano, no una provincia insurgente”.

La sorprendente obra realizada por el coronel José Ordóñez en los 11 meses corridos entre febrero de 1817 y enero de 1818 es para despertar asombro. Ningún mandatario o general (salvo San Martín) logró sacar igual partido a elementos tan pobres y desmoralizados como los que recibió Ordóñez después del desastre de Chacabuco. Con una fuerza de 1.000 hombres de muy mediana calidad y desmoralizados por la derrota, sin armas, municiones, dinero y sin ayuda de ninguna especie, durante los primeros meses logró impedir la reconquista del país y enseguida, auxiliado por los escasos refuerzos recibidos por la escuadra de Blanco Cabrera y de Lima, hizo de Talcahuano un reducto inexpugnable, defendido por 2.000 buenos soldados de línea y por cañones, que iba a ser la base de una nueva tentativa de reconquista de Chile. Y, tomando la ofensiva, movilizó a los realistas del sur del Maule, creando la inseguridad general y fijando en Concepción la mitad, al menos, del ejército independentista que debía proseguir a Lima. En ese aspecto, el coronel José Ordóñez cumplió su misión, dejando muy en alto el profesionalismo del soldado español.

Talcahuano continuaría en manos realistas hasta 1819.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-31. Última modificacion 2025-10-31.
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