Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Chile (1817-18) Batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818)

Organización de la expedición de Mariano Osorio

El virrey Joaquín de la Pezuela, al recibir la noticia del desastre de la batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), se dio cuenta del enorme problema que se le avecinaba. Básicamente, las consecuencias que el golpe tenía para el Perú eran tanto políticas como económicas.

Pezuela estaba convencido de que Chile no demoraría en organizar un ejército expedicionario que fuese al Perú para «propagar la infidelidad en los dispuestos ánimos de la mayor parte de sus habitantes«. La necesidad de suprimir, o al menos demorar esta expedición, lo animó a no cejar en el esfuerzo y sacrificio que significaba la reconquista de Chile.

Las económicas eran que, al romperse el tráfico entre ambas regiones, produjo carestía de pan y otros productos de primera necesidad que llegaban de Chile, así como la bajada de ingresos en el erario público y quiebra de algunos negocios que dependían de la exportación-importación.

Lo primero que hizo fue reforzar a Ordóñez en Talcahuano, enviando de vuelta los restos del ejército de Marcó, mientras organizaba una expedición capaz.

De inmediato comenzaron los aprestos, reuniendo en El Callao víveres y municiones, venciendo para ello enormes dificultades, siendo la principal de ellas la falta de dinero. Si bien había en Lima algunos cuerpos de tropa disponibles, el virrey esperaba contar con los nuevos refuerzos que debían llegar de España, según había sido anunciado por los ministros del rey.

El retardo de estos refuerzos mantenía a Pezuela con los nervios de punta. Sin embargo, a pesar de la angustiante espera, la primera ayuda llegó antes de lo esperado. Se trataba del el BI-II del RI Infante don Carlos. Este regimiento, se había creado en la ciudad de San Fernando por Orden del 6 de noviembre de 1815. Sirvió de base para su creación el RI-3 veterano de Cantabria, que constaba de 500 hombres a los cuales se agregaron 100 más del depósito de Ultramar. Su primer comandante fue el coronel Juan Antonio Monet, y tomando el título de Infante don Carlos, se embarcó en Cádiz con rumbo a América el 1 de marzo de 1816.

El convoy que lo transportaba tuvo muchos contratiempos. Uno de los barcos venía en tal mal estado, que en Tenerife tuvo que dar vuelta a España y acomodar en los buques restantes su carga, incluyendo la tropa. El comandante de la fragata que escoltaba el convoy, Manuel del Castillo, seriamente enfermo, tuvo que desistir del viaje y confió el mando del navío y la dirección del convoy a Dionisio Capaz. El escorbuto se ensañó con los hombres de la expedición, la cual llegó muy debilitada a Panamá. El BI-II cruzó el istmo y se embarcó en el Pacífico nuevamente hacia el Perú, arribando al puerto de Huachu (Paita), distante a 30 leguas de Lima.

El virrey salió a recibir personalmente al regimiento en las afueras de la ciudad, pero este venía prácticamente en los huesos. Traía muchos enfermos, algunos en parihuelas, pero de todos modos la recepción del pueblo de Lima fue como si viniesen llegando de una gran victoria. Pezuela tomó como base a los sobrevivientes y cubrió sus bajas con tropas del RI Real de Lima, pero teniendo el gobierno en cuenta la mayor antigüedad del Lima (1753), quedó el Infante formado como el BI-III del Real de Lima.

Mientras tanto, el 6 de mayo de 1817, salía de Cádiz un convoy escoltado por la fragata Esmeralda (34). Tenían como destino varios puertos de América, y traían con ellos tropas al mando del coronel José de Canterac. Entre las tropas embarcadas, estaba el RI Burgos. Este regimiento venía precedido de una fama casi legendaria. Creado en 1694 como Tercio Provincial Nuevo Burgos, cambió de nombre en 1704 a Regimiento Provincial Nuevo de Burgos y en 1707 al definitivo RI-22 Burgos. Luego pasó por sucesivas nuevas denominaciones de número hasta 1815, en que fue denominado RI-21 Burgos, que fue el que pasó a América.

El convoy se dispersó completamente durante el viaje, de manera que los buques fueron llegando con largos intervalos al Callao. Durante el cruce del cabo de Hornos, uno de los buques, el Perla, fue apresado en Valparaíso, y otro buque, el Minerva, también fue apresado por los independentistas. Así que el resto del convoy llegó a Arica el 15 de septiembre de 1817, conduciendo BI-II del RI Burgos. Pezuela ordenó su reembarco hacia El Callao, a donde arribó finalmente el 1 de octubre. Las tropas que arribaron en esta fecha eran, además del Burgos, un escuadrón de lanceros del rey y una compañía de artilleros.

Del resto de los refuerzos no se tenía noticias, lo que mantenía a Pezuela exasperado, especialmente porque sabía que había buques corsarios insurgentes que recorrían el Pacífico en busca de los desarmados transportes. Estaba en eso cuando recibió la información de que las tropas del BI-II del Burgos estaban en Panamá a la espera de ser embarcados en los transportes Resolución, Preciosa y Bretaña para El Callao. Despachó inmediatamente a las fragatas Tagle y Cleopatra a fin de dar protección a los buques.

Cumpliendo las instrucciones del virrey, las fragatas llegaron a Paita el 6 de octubre y, tras informarse de que por allí no han pasado los transportes, se dirigieron a Panamá a toda vela. Al llegar a Panamá las dos fragatas españolas, se encontraron con la desagradable sorpresa de que el general Morillo había tomado las tropas recién llegadas para su lucha contra Bolívar. Pero el coronel José de Canterac estaba disponible y podía ser embarcado hacia el Callao inmediatamente. Fue un duro golpe para el virrey al recibir a los transportes de vuelta en Callao completamente vacíos, salvo por la presencia del coronel Canterac.

Ya convencido de la inutilidad de esperar nuevos refuerzos, decidió enviar la expedición con las tropas que tenía. A estas añadió el RI Arequipa, comandado por el sargento mayor José Ramón Rodil, un escuadrón de dragones y una compañía de zapadores.

Las fuerzas expedicionarias se componían del BI-II del Infante Don Carlos (907) del Tcol Bernardo de la Torre, BI-I de Burgos (900) del coronel José María Baeza, BI-II de Arequipa (1.000) del sargento mayor José Ramón Rodil, EC de lanceros del Rey (144) del comandante José Rodriguez, ED de Arequipa (160) del comandante Antonio Rodriguez, GA a caballo (70, 10 piezas), Cía de zapadores (81). En total, 3.262 hombres. El armamento consistía en 10 cañones, 4.654 fusiles, 63 tercerolas, 283 lanzas, 347 sables, 500 quintales de pólvora y municiones abundantes.

Para el mando de la expedición fue designado el brigadier Mariano Osorio, que a la fecha ocupaba el puesto de comandante general de artillería y jefe de la maestranza de Lima. Esta decisión ha sido duramente cuestionada por el hecho de ser Osorio yerno del virrey. El consulado de Lima y los comerciantes lo pidieron, siendo su opinión de suficiente peso por ser quienes financiaban la expedición; además, se recordaba mucho la feliz experiencia previa de Osorio en Chile; conocía el territorio y había dejado muy buenos antecedentes antes de caer en desgracia con Abascal. Se designó al coronel Joaquín Primo de Rivera como jefe del Estado Mayor General para la operación.

Pezuela entregó a Osorio un plan estratégico. Estaba basado en las suposiciones de que el coronel Ordóñez se sostuviera aún en Talcahuano, de que los patriotas no tuvieran más de 2.500 hombres en el sur y otros tantos o pocos más en Santiago, y de que la expedición los cogería de sorpresa y divididos. Si Ordóñez hubiera sucumbido en Talcahuano, la expedición debía volver a Arica. En caso de proseguir a Santiago por tierra, tendría cuidado de dejar puntos de apoyo para una retirada.

El embarco comenzó a efectuarse el 6 de diciembre de 1817. El virrey había formado una flota de nueve buques mercantes tomados en arriendo por 60 días, pero todos ellos provistos de artillería y convoyados por la fragata de guerra Esmeralda, cuyo capitán Luis Coig debía dirigir las operaciones navales. Por fin, el 9 de diciembre la flota salió del puerto del Callao.

El 4 de enero de 1818, las naves más veleras estaban a la vista de Talcahuano, y una de ellas fondeaba en este puerto el día siguiente, anunciando con una salva de artillería la próxima de toda la expedición. El 10 de enero, desembarcó el brigadier Osorio, y fue saludado con estrepitosas salvas de artillería que fueron oídas por O’Higgins y su Estado Mayor cuando pasaban el río Itata.

El día 11 de enero, llegaba a Talcahuano el último de los diez buques en los cuales venía el ejército realista. Tres días antes, Ordóñez había ocupado Concepción, abandonada por los independentistas, para evitar que las bandas de bandoleros y montoneros, que ya habían empezado a quemar la ciudad, acabaran con ella, y para dar más comodidad al ejército.

Avance de Osorio hasta el río Maule

El 17 de diciembre de 1817, O’Higgins tuvo las primeras noticias de la expedición de Osorio. Y se decidió la concentración de todo el ejército en una sola unidad, retirándose el ejército del sur hacia el norte. Los primeros soldados en partir fueron los heridos graves el 22 de diciembre.

El 1 de enero de 1818, partía hacia el norte el BI de Nacionales, el BI-III y la artillería. Al día siguiente salió el cuartel general las compañías de granaderos del BI-VII. El 3 de enero, siguió el resto del ejército. O’Higgins se fue de Concepción el 5 de enero. El ejército contaba con 3 divisiones e iban destruyendo y recolectando todo lo que encontraban a su paso, aplicando una política de tierra quemada para negar así recursos al ejército realista.

En Santiago se mandó a crear el BI-IV, que serviría para crear un cuerpo de reserva. San Martín reforzaba Valparaíso para evitar un desembarco y recorría la costa.

Osorio encontró en la provincia de Concepción el mismo ambiente favorable que en 1814. La retirada estratégica de O’Higgins tornaba irrealizable el plan de Pezuela. Ordóñez estaba perfectamente instruido por los guerrilleros realistas de la marcha de su división, y sabía que no era posible alcanzarla antes que se reuniera con San Martín. Además, el ejército realista carecía de elementos de movilidad, caballos, carretas, mulas, y no era fácil procurárselos después de la recogida general que había hecho O’Higgins. La expedición marítima sobre Valparaíso que temía San Martín era posible, pero al desembarcar el ejército se encontraría con el mismo problema que en Talcahuano, la carencia de elementos de movilidad para marchar rápidamente sobre Santiago.

La mejor solución entonces era organizarse en Concepción, procurándose como fuera posible de caballos, mulas, carretas y demás elementos, obteniéndolos de los aliados que escaparon a la devastación. La tarea iba a ocuparle, a lo menos, un mes, pero ese tiempo sería aprovechado en la instrucción de las tropas bisoñas que traía consigo, así que Osorio en esta decisión obró bastante bien. El virrey remitía a Ordóñez el grado de brigadier, y las instrucciones reservadas de Osorio le prescribían dejarlo en Concepción como intendente, a fin de unificar el mando. Pero Ordóñez expresó el deseo de que se le permitiera hacer la campaña en cualquier puesto, y Osorio, que tenía alta idea de sus dotes militares y que advirtió su prestigio en el ejército criollo, lo nombró segundo jefe.

Aunque Osorio era indeciso y carecía de don de mando militar, intelectualmente estaba por encima de todos los mandatarios y generales españoles que actuaron en Chile durante la Guerra de la Independencia. Tenía buen juicio y sagacidad intelectual. Pronto comprendió que sus fuerzas no le permitirían esta vez tener el éxito, como en su campaña anterior.

En cambio, Ordóñez era un jefe divisionario de primera fila, intrépido, resuelto y un gran organizador, pero que carecía del intelecto y del criterio que exige el comandante en jefe; no obstante, estaba mejor informado que Osorio de la calidad y del número de las tropas insurgentes, que ya lo habían derrotado en Gavilán; estaba animado por un optimismo ciego. Creía que bastaban los 2.500 soldados peninsulares para arrollar a las fuerzas independentistas, cualquiera que fuera su número.

Mientras se organizaba, celebró un parlamento con los mapuches, que le ofrecieron su concurso, pero Osorio, comprendiendo que semejantes aliados iban a ser un estorbo antes que un auxilio en una campaña sobre Santiago, declinó cortésmente la ayuda.

El 10 de febrero de 1818, Osorio salía de Concepción con la retaguardia de su ejército. El avance se realizó sin encontrar resistencia de ningún género, porque el empeño de San Martín era atraerlo al norte del río Maule, para aniquilar completamente su ejército en una sola batalla, cortando la retirada a los fugitivos.

A mediados de enero de 1818, la división de O’Higgins llegó a Talca, estableciendo allí su cuartel general. Ya en ese momento sabían que el ejército realista no era tan grande como lo pensaban originalmente. La idea era concentrar todo el ejército en las afueras de Talca (para evitar que los soldados se fueran a los prostíbulos de la ciudad y así no tener bajas por sífilis). Y estar a la expectativa, pues existía la duda de que Osorio se embarcase hacia Valparaíso. Para evitar esto, se cruzó el río Maule tratando de tentar a Osorio con el avance hacia el norte. El resto del ejército se mantendría en las Tablas (entre Valparaíso y Santiago) a la espera de las acciones realistas. Si los realistas intentaban cruzar el río Maule, que estaba bajo vigilancia constante, O’Higgins abandonaría Talca hacia el norte y el ejército del norte bajaría, produciéndose la conjunción de las fuerzas insurgentes.

Después del juramento de la independencia el 12 de febrero de 1818, el Ejército Unido Libertador de Chile (unión del Ejército de los Andes y las nuevas unidades pertenecientes al reformado Ejército de Chile), conformado por 8.000 hombres, seguía observando a los realistas que avanzaban hacia el norte.
Tras el juramento, el 18 de febrero San Martín llegó a Talca, reuniéndose con O’Higgins. Aún no se sentía seguro de que el avance de Osorio fuera efectivo. Continuaba temiendo que solo se tratara de una demostración encaminada a encubrir su verdadero plan: el desembarque en Valparaíso, motivo por el cual se había negado a mover la división acampada en Las Tablas.

San Martín establecería su cuartel general en Talca durante un corto tiempo; sin embargo, cuando los realistas llegaron a Cauquenes el 23 de febrero, las fuerzas del norte partieron y las del sur se retiraron hacia el norte, llegando a Curicó el 27 de febrero a marchas forzadas, en vista de que el avance de Osorio estaba ocurriendo más rápido de lo previsto. O’Higgins le seguiría, llegando primero a Curicó y el día 9 de marzo ambos se reunirían en Chimbarongo (al norte de Curicó). El repliegue tenía por objeto dar tiempo a Balcarce para que se uniera en ese punto.

Balcarce, que continuaba en el campamento de Las Tablas, comenzó entonces a moverse hacia el sur con su división. Su marcha empezó el 28 de febrero, llevando el grueso de sus fuerzas, a excepción del BI Infantes de la Patria, que remitió a Valparaíso. Para ir más ligero, dejó en Casa Blanca el hospital y la imprenta.

Osorio, por su parte, influenciado por Ordóñez y otros oficiales, decidió seguir adelante y cruzar el río Maule. Tal vez por su mente comenzaba a entender el motivo de la retirada de los rebeldes y dudaba en cruzar dicho río. Sabía que las cosas al otro lado serían más complicadas que un paseo campestre. Y así, el día 27 una partida de caballería cruzó el Maule y fue atacada y puesta en fuga por las milicias insurgentes. Pero al día siguiente la vanguardia del ejército cruzó por el vado de Duao, sin ser molestada por Freire, que vigilaba en los alrededores. El 1 de marzo, Morgado, que mandaba la vanguardia con 1.000 hombres y 6 cañones, ocupó Talca, entrando en ella Osorio el día 4 de marzo. Todo había sido demasiado fácil, con una nula resistencia por parte de los insurgentes, quienes continuaban evitando los enfrentamientos.

Mientras el ejército realista seguía hacia Santiago, Balcarce llegaba en perfectas condiciones a San Fernando el 6 de marzo, arrastrando desde Las Tablas los 30×4 cañones, que formaban su artillería. El 8 de marzo, las dos divisiones reunidas constaban de 6.600 hombres, suficientes para batir al ejército de Osorio. El 13 de marzo, por fin San Martín dio la orden de avanzar contra los realistas, llegando el 14 de marzo a Chimbarongo, al norte de Curicó. Formó todo el ejército, compuesto de dos divisiones (una al mando de O’Higgins y la otra de Hilarión de la Quintana), más la caballería al mando de Miguel Brayer y la reserva al mando de Bergoño. Ese mismo día Osorio llegaba a Camarico, pocos kilómetros al sur de Curicó.

Movimientos de Mariano Osorio desde su desembarco hasta su derrota en Maipú.

Combate de Quecheraguas (15 de marzo de 1818)

El 14 de marzo, mientras Osorio acampaba en Camarico, a unas 10 leguas y media al norte de Talca, su JEM Joaquín Primo de Rivera avanzaba, al frente de 400 infantes, 300 caballos y una columna de zapadores, hasta las orillas del río Teno.

Apenas advirtió el avance del ejército independentista, se replegó hasta las casas de Quechereguas. Se atrincheró en ellas con la infantería, despachó a retaguardia a Morgado con los dragones, que de poco podían servirle, y avisó a Osorio, a fin de que avanzara con el resto del ejército. San Martín dispuso que el Ramón Freire Serrano, con un pelotón de 170 jinetes, que Miguel Brayer debía sostener con el resto de la caballería, atacara la retaguardia de los realistas el 15 de marzo.

Freire llegó hasta las casas de Quechereguas y, creyendo que el enemigo seguía al sur con la caballería, intimó rendición a los pocos rezagados que suponía acogidos a las casas de la hacienda. Apenas Primo de Rivera se dio cuenta de que, en vez del ejército entero, solo tenía al frente 170 jinetes, impartió a Morgado, que se había detenido algo al sur de las casas, orden de cargar. Freire, después de rechazar una parte de la caballería de Morgado, se vio acometido por la espalda por una compañía al mando del capitán Isla y tuvo que huir, dejando en el campo 17 heridos. Brayer, que disponía de 1.500 caballos y de la artillería de Blanco, había recibido órdenes de San Martín de apoyar a Freire, pero no se movió. Según Guido, testigo presencial, estaba afeitándose delante de un espejito de mano a la sombra de un árbol; y, tal vez, encontrando ridículo pelear con solamente la mitad de la cara rasurada, siguió tranquilamente su aseo.

El escuadrón de Freire, ya desorganizado, habría sucumbido sin el auxilio que, de motu proprio, le prestó Santiago Bueras. Freire perdió en el combate su gorra, y en ella encontró Primo de Rivera papeles que contenían datos completos sobre las fuerzas del ejército independentista. Fueron las primeras noticias ciertas que lograron obtener Osorio y Ordóñez.

Este incidente originó el reemplazo de Brayer en el mando de la caballería por el general Balcarce.

Primo de Rivera se retiró a las márgenes del Claro y, desde allí, unido con Ordóñez, que había acudido en su auxilio, continuaron replegándose hasta reunirse con Osorio en Camarico.

Osorio comprendió la cercanía y magnitud del ejército chileno, por lo que resolvió retroceder hacia el sur hasta Talca para evitar un enfrentamiento directo en notable desventaja.

San Martín, que se mantenía informado de los movimientos de Osorio, prefería evitar un enfrentamiento con el grueso de las tropas realistas en Talca. Por lo que, en un afán por evitar que cruzase un río Lircay fuertemente fortificado, optaría por acechar a Osorio con parte de sus fuerzas.

Batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818)

Movimientos previos

El 18 de marzo, ambos ejércitos emprendieron una carrera paralela; el de San Martín por el camino de Tres Montes, que corre al oriente, y el de Osorio por el de Pelarco, que corre al poniente, el último por conservar su línea de retirada y el otro por cortársela. Las fuerzas realistas salvaron al trote casi constante los 20 kilómetros que median entre sus posiciones de Camarico y el río Lircay.

El día 19, al llegar a la barranca norte en este río, se presentó la oportunidad de obligar al ejército realista a detenerse y a presentar batalla. San Martín, cuyo golpe de vista militar se había sobrepuesto a su estado de salud, cogió al vuelo la oportunidad. Ordenó a Balcarce cargar sobre el flanco izquierdo enemigo; pero este jefe, en vez de cumplir la orden, se limitó a cañonear desde lejos a la infantería realista.

A las 15:30 de la tarde ambos ejércitos estaban sobre los llanos del Talca, pero San Martín no había reunido aún su infantería, que había hecho durante la noche una marcha desesperada, y esta circunstancia lo impidió empeñar una acción general.

Perdida la oportunidad de cargar a los realistas en el paso del Lircay, San Martín intentó impedirles la entrada a Talca, ordenando al coronel Antonio González Balcarce una carga contra la retaguardia. Balcarce cargó sin reconocer el terreno; los accidentes del terreno y el fuego nutrido de los cuadros de infantería y de los cañones realistas desbarataron la carga. La caballería realista cargó sobre los desorganizados escuadrones de Balcarce, y 500 jinetes españoles de mediana calidad arrollaron a los 1.600 hombres de la caballería insurgente hasta las columnas de infantería, sin causarles grandes bajas; eran poco más de las 16:00 horas.

San Martín tenía en esos momentos a mano la división de O’Higgins, y creyendo poder impedir la entrada de los realistas al pueblo, le dio orden de batirlo con la artillería, mientras llegaban nuevos batallones. Los realistas dieron cara al nuevo ataque, apoyando su flanco derecho la ciudad. O’Higgins, contando con la llegada de refuerzos, desplegó la infantería en guerrilla para iniciar el asalto. Pero en esos momentos San Martín le impartió la orden de retirada. Había resuelto dejar la batalla para el día siguiente, en vista de lo avanzado de la hora y de la fatiga de la tropa, después de dos días de marcha forzada.

Osorio entró tranquilamente a la ciudad y San Martín, para pernoctar, eligió un campo al oriente de la ciudad conocido con el nombre de Cancha Rayada.

Fuerzas enfrentadas

Fuerzas realistas

Las fuerzas realistas del general Mariano Osorio eran 4.612 efectivos con 14 cañones encuadrados en:

  • División 1 o Derecha al mando del coronel Joaquín Primo de Rivera con el BI-II Infante Don Carlos (681) del mayor Mata, BI-II de Arequipa (750) del coronel José Ramón Rodil, RD de la Frontera (350) del coronel Morgado y ED de milicias de Chillán (180) del comandante Cipriano Palma.
  • División 2 o Centro al mando de brigadier José Ordóñez con el BI-I de Burgos (676) del mayor Mata, BIL de Concepción (400) del Tcol Campillo, y una Cía de zapadores (81).
  • División 3 o Izquierda al mando del Tcol Bernardo de la Torre con BI mixto de granaderos (4, 440), BIL mixto de cazadores (4, 440), EC de lanceros del Rey (144) del comandante José Rodríguez, ED de Arequipa (160) del comandante Antonio Rodríguez.

Fuerzas insurgentes

Las fuerzas insurgentes del general José de San Martín eran 8.011 efectivos y 33 cañones encuadrados en:

  • DI-1 o Derecha al mando del coronel Hilarión de la Quintana con el BI-I de Chile (591) del coronel José Ramón Rodil, BI-VII de los Andes (742) del Tcol Conde, BI-XI de los Andes (735) del coronel Gregorio de Las Heras, BIL-I de cazadores de Coquimbo (535) del mayor Isaac Thompson, GA-I de Chile (350, 10 piezas) del mayor Manuel Blanco Encalada.
  • DI-2 o Izquierda al mando del general Bernardo O’Higgins con el BIL-I de cazadores de los Andes (468) del Tcol Rudecindo Alvarado, BI-II de Chile (736) del sargento mayor José Rondizzoni, BI-III de Arauco (603) del comandante López Alcazar y GA de los Andes (468, 11 piezas) del Tcol Plaza.
  • DI-3 o reserva al mando del propio general San Martín con el BI-VIII de los Andes (799) del mayor Enrique Martínez y GA-II de Chile (350, 12 piezas) del mayor José Manuel Borgoño.
  • DC del coronel Antonio González Balcarce con el RC de granaderos a caballo (866) del coronel José Matias Zapiola (apoyando el flanco izquierdo), 2 ECs de cazadores de Chile (342) del mayor Luis Ramirez de Arellano (apoyando el flanco derecho) y el EC de la Escolta del Director (119) del coronel Ramon Freire Serrano (apoyando el flanco derecho).
Batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818). Planos de movimientos previos y de la batalla.

Desarrollo de la batalla

Al caer la noche del 19 de marzo, el ejército insurgente acampó en dos líneas paralelas con las divisiones de Quintana y de O’Higgins, dispuesto a pasar la noche, con la intención de enfrentar las ocasionales escaramuzas realistas y prepararse para la batalla que debía ocurrir al día siguiente. Más a retaguardia, casi al pie del cerro de Baeza, a unos 1.500 metros de la primera línea, se asentó la reserva, el cuartel general, el hospital y los bagajes.

Los realistas, por su parte, se organizaban. Los oficiales españoles dudaban, en cierta medida, de las habilidades de Osorio, quien se mostraba temeroso frente a las condiciones que se impondrían en batalla. Además, conocían de su inferioridad en tropas y armamento, por lo que reconocían en un ataque sorpresa la mejor opción, esto pese al cansancio de los soldados. Poco antes del anochecer, Osorio y sus oficiales subirían a los campanarios de las iglesias de Talca y fijarían su objetivo en las posiciones débiles de los insurgentes.

De esta manera, al anochecer, el brigadier José Ordóñez organizaría a las tropas en la plaza de armas, y las formaría para ir silenciosamente al sector de Cancha Rayada. Osorio decidiría quedarse en Talca. Ordóñez decidiría organizar las tropas de tal manera que cubriesen todos los posibles espacios del campamento del ejército chileno.

El general José de San Martín, viendo su posición muy comprometida, y sabiendo a través de espías los movimientos de los realistas, decidió cambiar de posición, esperando un ataque a altas horas de la noche. Movió el ejército al norte, entre la ciudad y el río Lircay, sin que los realistas lo advirtieran. Así, tendrían los asaltantes que volver burlados a su alojamiento, y según se presentaran las circunstancias, aún se les podría atacar por el flanco, destruyéndolos. El sargento mayor Arcos, encargado de llevar a cabo el cambio, movió los cuatro batallones y la artillería de la división de Quintana, y la colocó unos 3 km al norte de la ciudad, apoyando su ala derecha en el camino de Talca a Santiago y resguardando su frente por un zanjón. La segunda, mandada por O’Higgins, debía colocarse detrás de la primera, paralelamente a ella.

Batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818). Plano de la batalla.

A las 20:30 de la noche, esta última división empezó a moverse. O’Higgins, por precaución, hizo encender grandes fogatas cerca de Talca, reconoció personalmente el campo hasta los suburbios, dejando una guerrilla de 30 granaderos a caballo, con la misión de dar la alarma. En los momentos en que regresaba, llegó un vecino de Talca. Venía corriendo, y casi sin aliento avisando de que los realistas estaban formados en la plaza de Talca. Informando inmediatamente a San Martín, y sin tiempo para organizar la defensa, comenzó a llamar a las armas. Serían los insurgentes los que comenzarían a disparar, específicamente las compañías de granaderos de las primeras líneas defensivas. Esto hizo disparar las alarmas. La confusión y el pánico desorganizaron las filas insurgentes, mientras los realistas seguían avanzando en orden, sin responder a los primeros disparos.

Los cazadores de los Andes, conducidos por el Tcol Rudecindo Alvarado y el BI-II de Chile, bajo las órdenes del sargento mayor José Rondizzoni, cumpliendo las instrucciones de Arcos, se encaminaron en orden a reunirse con la DI-1, dejando solo al BI-III, mandado por López Alcázar. Los artilleros se fugaron, abandonando los cañones antes de recibir una sola bala, salvo unas dos piezas mandadas por Miller. Los cuerpos de caballería estaban formados; pero unos huyeron en desbandada, atropellando los bagajes, el hospital y cuanto había por delante, y otros permanecieron en inacción.

Batalla de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818). Huida de la artillería y caballería insurgente.

El BI-VIII, que formaba la reserva, ganó el cerrillo de Baeza al grito de ¡Al cerro! ¡Al cerro! En una palabra, solo quedó en su puesto el BI-III de Chile. O’Higgins llegó hasta su flanco izquierdo, se bajó del caballo y ordenó a López que no rompiera el fuego sin orden suya.

Entretanto, la columna realista de La Torre recibió una descarga que la hizo detenerse, sin que sea posible señalar de dónde partió, pero reaccionando, se apoderó del cuartel general, del hospital militar y del cerro de Baeza, desalojando de él a los dispersos del BI-VIII. Las divisiones de Primo de Rivera y de Ordóñez se desviaron de su objetivo, a causa de la oscuridad, y convergieron hacia la extrema izquierda insurgente. Intentaron avanzar hacia el norte buscando su objetivo, pero las tropas de La Torre, tomándolas por insurgentes, las recibieron con un fuego vivísimo, trabándose, así, un rudo combate entre los propios realistas. La sorpresa estaba completamente fracasada. Pero el BI-III, el único cuerpo que no se había desbandado antes de tomar contacto con los realistas, solo hizo una descarga sin dirección y huyó, mientras las columnas de La Torre y las de Primo de Rivera y Ordóñez se batían entre sí.

En esos mismos instantes, Cruz se retiró ileso y O’Higgins, abandonado cobardemente por sus tropas, recibió un balazo en el brazo derecho, que fue fracturado, y quedó cercado por los realistas, siendo salvado por el Tcol Santiago Bueras y su escuadrón de cazadores.

Los batallones realistas trataron de rehacerse en el cerro ocupado, pero la confusión de los cuerpos había llegado a un punto que era absolutamente imposible practicar esta operación.

De La Torre tomó una fuerza de 500 unos soldados de todos los batallones y se reunió con Ordóñez, que apenas controlaba media compañía de zapadores, y juntos emprendieron la persecución de los dispersos del BI-III y del BI-VIII. Las fuerzas realistas fueron recibidas con «un fuego terrible de fusil y de artillería«, que diezmó a los zapadores de Ordóñez, pero pronto los pelotones de soldados insurgentes que habían vuelto cara huyeron otra vez en desbandada. Hasta este momento, ni la caballería insurgente ni la realista habían tomado parte activa en el combate.

Lo mismo que les ocurrió a los realistas, los batallones insurgentes se enfrentaron unos con otros y los grupos de soldados se hicieron fuego entre sí. El mismo BIL de cazadores de los Andes, que iba en orden, fue recibido a balazos por la primera división que le tomó por enemigo.

Los realistas persiguieron a los fugitivos hasta las orillas del río Lircay, donde Ordóñez empezó a reunir sus dispersadas fuerzas. El comandante de milicias José María de la Arriagada llevó la noticia del triunfo a Osorio, que se presentó en el campamento de las orillas de Lircay al rayar el día, y abrazó a Ordóñez.

Las pérdidas realistas subieron a 14 oficiales y 300 soldados, o sea, a más del 15 % de los 2.000 hombres con que entraron en combate. Entre los muertos se contó al Tcol Juan José Campillo, jefe del BI Concepción. Osorio tuvo además alrededor de 700 dispersos. Según el parte de Osorio al virrey Pezuela, sus fuerzas tuvieron 40 muertos y 110 heridos.

San Martín intentó organizar la resistencia con los restos fugitivos del BI-I y del BI-VIII. Pronto comprendió que era imposible y tomó el camino a San Fernando, para reunir allí a los dispersos. O’Higgins, guiado por el coronel de milicias José María Palacios, siguió el mismo rumbo. Ambos generales y Brayer se reunieron antes de lo previsto, en las orillas del Lircay. Este último, temeroso de caer prisionero, huyó. San Martín y O’Higgins siguieron juntos con la lentitud que imponía la gravedad de la herida del último. A las 06:00 horas del 20 de marzo, estaban en Quechereguas. Las tropas insurgentes habían dejado 120 muertos, 300 heridos, 2.000 dispersos y 21 cañones.

Caballos, mulas, municiones, artillería, fusiles, parque, bagajes y todo quedó en el mismo campo de batalla o abandonado en el camino. Solo en la orilla sur del Lircay, Ordóñez capturó 800 mulas cargadas.

Secuelas de la batalla

El 22 de marzo de 1818, el militar francés Miguel Brayer, al servicio del ejército independentista (el mismo que concibió el desastre del Sitio de Talcahuano), llegó a Santiago portando noticias exageradas de Cancha Rayada. El pánico cundió de inmediato. Se afirmó que San Martín y O’Higgins habían muerto en combate, que el ejército había sido destruido y que la revolución había fracasado nuevamente. Con esta noticia, algunos habitantes se aprestaron a emigrar a Mendoza por miedo a las repercusiones y otros directamente buscaron la reconciliación con los realistas, ahora triunfantes. Con celeridad, el general Luis de la Cruz, Supremo Director interino de la República de Chile, convocó a cabildo abierto que se reunió en la mañana del 22 de marzo y en el cual el general Brayer abatió todos los ánimos, al manifestar que no había esperanza de reaccionar contra la derrota sufrida, pero el general Tomás Guido, Cruz y Manuel Rodríguez enfrentaron y contuvieron el pánico. Este último proclamó en esta ocasión su célebre «¡Aún tenemos patria, ciudadanos!» Manuel Rodríguez fue elegido presidente interino, asumió el 23 y con el concurso de Cruz dispuso con energía y eficacia las primeras medidas para la defensa de Santiago, hasta que el 24 llegaron a la capital San Martín y O’Higgins.

Después de este suceso llegó la noticia de que el general San Martín se hallaba vivo en San Fernando, donde trataba de reunir a los fugitivos de la batalla. El 23 de marzo se supo que el coronel Las Heras había logrado salvar a toda su división y que aún se disponía de 4.000 hombres. De esta manera llegó la calma a la ciudadanía y lentamente se recuperó la confianza en el ejército conformado; es en este momento que el Libertador se dirigió al pueblo chileno: «La Patria existe y triunfará, y yo empeño mi palabra de honor de dar en breve un día de gloria a la América del Sur».

El coronel Juan Gregorio de Las Heras, que conocía la táctica realista de tomar por sorpresa al enemigo, pudo salvar íntegra la división de 3.000 hombres, escapando a menos de 200 metros de la retaguardia realista en un acto brillante. De la misma manera, el Tcol Manuel Blanco Encalada, al mando de las piezas de su grupo de artillería, logró protegerse del ataque enemigo retirándose en orden con sus hombres. La retirada de la división de Las Heras fue apoyada por los cazadores a caballo mandados por Ramón Freire Serrano y Bueras.

Retirada del coronel de Las Heras

La Primera División emplazada al norte de Talca, con su ala derecha apoyada en el camino real a Santiago, y reforzada con el BIL de cazadores de los Andes del comandante Alvarado y BI-II de Chile del comandante Rondizzoni. El coronel Quintana mandaba la división, se separó en los primeros momentos para pedir órdenes al general en jefe, y no volvió a reunirse a ella en el curso del combate.

Los jefes de los cuerpos reconocieron como jefe de la división al coronel Juan Gregorio de Las Heras. La posición que ocupaba esta fuerza le habría permitido caer sobre el flanco izquierdo y la retaguardia realista, aniquilándola por completo e impidiendo a sus restos dispersos retirarse a Talca, siempre que sus soldados hubieran tenido la disciplina, la audacia y la sangre fría que exigen un combate nocturno.

De La Torre pasó rozando con su ala izquierda las retaguardias de esta división, pero, aunque recibió de ellas una descarga, se alejó hacia el oriente porque ignoraba el cambio de esa posición. Tan cierto estaba de que no había fuerzas patriotas en esa dirección, que un cuerpo, al parecer de caballería, que se destacaba como una masa oscura, le dio dos veces el ¡Quien Vive!, sin que se detuviera a reconocerlo.

Las Heras, al hacerse cargo, contaba con 3.500 infantes y 10 cañones. Tenía 50 cartuchos por soldado, pero carecía de municiones de cañón y de caballería. En vista de estos datos, resolvió retirarse al norte en la misma noche, para evitar que al día siguiente cayera sobre ellos la totalidad del ejército realista. A las 24:00 horas, se puso en marcha en una sola columna, llevando adelante los 10 cañones de Blanco Encalada para salvarlos, y a retaguardia al BIL de cazadores de los Andes. Un escuadrón de caballería se situó en la retaguardia hasta el Lircay, pero habiendo tomado posiciones de infantería en la barranca derecha del río, se detuvo antes de pasarlo. Al amanecer, la división estaba en Pelarco, enteramente libre de enemigos. Había perdido 500 hombres, entre desertores y rezagados; así es que sus efectivos eran en esos momentos de 3.000 hombres.

Dio a la tropa una hora de descanso y reanudó la marcha. Tuvo la suerte de encontrar algunas mulas cargadas con municiones de artillería. Mandó formar un cuadro de columnas, reforzó los flancos y retaguardia con la artillería y además lo hizo cubrir con una línea de tiradores. Así continuó la retirada, hasta que a las 17:00 horas llegó a Quechereguas, donde acampó.

El gran peligro ya no era el enemigo, sino la deserción. A fin de contenerla, dictó las medidas más severas. Dos soldados que se apartaron para robar gallinas en un rancho fueron fusilados y la tropa pasó por cerca de los cadáveres a tambor batiente. Dio 6 horas de descanso a su tropa, fatigada por tres días de rápidas marchas, y les procuró alimento. A las 14:00 horas se puso de nuevo en camino; al amanecer del 21 de marzo estaba al norte del Lontué, y a las 12:00 horas acampó en Chimbarongo.

Mientras tanto, San Martín y O’Higgins permanecían en Quechereguas en la madrugada del 20 de marzo. Se encontraron allí con la noticia de que Las Heras se retiraba con la Primera División intacta, trayendo, además, los batallones de Alvarado y de Rondizzoni, y llegaría a las casas del Quechereguas al atardecer.

O’Higgins quiso esperar a Las Heras y atrincherarse en Quechereguas, pero San Martín lo convenció de seguir viaje al Norte. A las 15:30 horas, ambos estaban en Chimbarongo. Allí el doctor Paroissien le hizo la primera curación. Le aseguró que no perdería el brazo, pero la fiebre, provocada por la herida y las 20 horas de galope, empezaba a consumirlo. Refiere Paroissien que, queriendo calmar la impresión que le había hecho el desastre, le observó que no estaba todo perdido. Aun en caso de una nueva derrota, quedaba el recurso de la retirada a Mendoza.

A las 21:00 horas del mismo día 20, San Martín y O’Higgins entraban a San Fernando.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-31. Última modificacion 2025-10-31.
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