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La travesía por mar
Las fuerzas navales españolas en el Pacífico oriental estaban constituidas por:
- 3 fragatas: Esmeralda, Prueba y Venganza.
- 3 corbetas: Sebastiana, Resolución y Veloz Pasajero.
- 2 bergantines: Pezuela y Potrillo.
- Varias naves mercantes armadas.
Estas unidades permanecían fondeadas, principalmente, bajo el amparo de las baterías en las plazas fuertes de El Callao y en Guayaquil.
El virrey Pezuela, suponiendo que en Chile se estaba aprestando una expedición militar contra el Perú, y la información recibida en febrero de que el puerto de Valparaíso estaba cerrado a la navegación comercial por una nave norteamericana, fue el mejor indicio de que su apreciación era correcta. Sin embargo, no adoptó ninguna acción preventiva contra esa expedición, a pesar de contar con los medios navales adecuados.
El problema del virrey Plazuela era que desconocía la zona de desembarco; existían buenos fondeaderos entre Nazca y Cobija, aunque los mejores eran los de Paracas, que fueron finalmente elegidos. La decisión se mantuvo hasta el último momento.
El 10 de agosto de 1820, se embarcó la carga y provisiones del ejército que desembarcaría en el Perú. El 13 del mismo mes comenzaron a moverse los cuerpos desde Quillota hacia Valparaíso. En la mañana del 18, empezó el embarque con el BI-VII, BI-XI y cazadores a caballo. El bergantín Araucano y la goleta Minerva izaron vela hacia Coquimbo para recoger un batallón de infantería que se había formado allí.
El 19 de septiembre, se embarcó la artillería de Chile y de los Andes, el BI-VIII y los granaderos a caballo.
Finalmente, el 20 de agosto de 1820, día de San Bernardo y del cumpleaños del director supremo de la Nación, general Bernardo O’Higgins Riquelme, zarpó a la mar una poderosa fuerza naval de 25 navíos con 6.030 almas a bordo, rumbo al Perú. A las 2 de la tarde, la fragata O’Higgins, enarbolando la insignia del vicealmirante Cochrane y seguida de la fragata Lautaro y el bergantín Galvarino, inició la marcha. La retaguardia la cerraba el navío San Martín, que llevaba a bordo al generalísimo de la expedición.

Después de una breve recalada en Coquimbo, a fin de embarcar un batallón, se dirigió a Pisco, fondeando en la noche del 7 de septiembre en la bahía de Paracas. La travesía no estuvo exenta de vicisitudes. En la ruta interceptó y capturó al bergantín norteamericano Warrior, que se encontraba al servicio del virrey, para obtener informaciones sobre la escuadra chilena y, al mismo tiempo, apoyar con un envío de armas a las guerrillas de Benavides en el sur de Chile. Por él se tuvo conocimiento de que algunas unidades de la fuerza española habían zarpado de El Callao para entregar refuerzos y armas a las guarniciones distribuidas a lo largo del litoral, lo que produjo alguna inquietud, ya que se habían separado algunos transportes del convoy y se temió que pudieran ser interceptados por las naves españolas. Sin embargo, todos los transportes se reunieron con la fuerza principal en la bahía de Paracas. Y, en cuanto a Benavides, la corbeta Chacabuco, dejada en Valparaíso para estos fines, zarpó al sur para contribuir a la lucha contra las guerrillas.

La goleta Moctezuma entró en el puerto de Pisco a las 15:30 con bandera norteamericana.
El 7 de setiembre, la escuadra libertadora anclaba en la bahía de Paracas, al finalizar casi ya la tarde. El boletín N° 1 del Ejército Unido Libertador del Perú narra la llegada de la siguiente manera: «El 7 de setiembre entró el convoy por el canal de San Gallán, a la bahía de Paracas, tres leguas al sur de Pisco, donde fondeó a las 6 de la tarde».
Quedaron rezagados el bergantín Águila y la fragata Santa Rosa, que se incorporaron enseguida; la fragata Hércules y el bergantín Galvarino se incorporarían posteriormente.
Desembarco
El día 8 de septiembre a las 04:00 horas, comenzó el desembarco. Al amanecer, el general San Martín con el almirante y el JEM se dirigieron a la costa, y después de haberla reconocido, saltaron a tierra. Enseguida llegaron elementos de los BIs II, VII y XI; 2 cañones de montaña y 50 granaderos a caballo, sin sufrir oposición, pues los 5 realistas a caballo que estaban en la orilla huyeron.
Las fuerzas realistas encargadas de la defensa de las costas de Pisco, que totalizaban 529 efectivos de caballería y estaban al mando del coronel Manuel Quimper, se limitaron a observar a los invasores, pero sin entrar en combate.


A las 10:00 horas, una partida realista de 80 hombres a caballo se puso en observación de las tropas que estaban en tierra. Después, la división se puso en marcha sobre las 15:00 horas a las órdenes del JEM Juan Gregorio de Las Heras y la partida se replegó al pueblo. Las Heras ordenó hacer alto, y solo después de inspeccionar y comprobar que había sido totalmente evacuado, entraron en Pisco a las 22:30 horas. La división entró en el pueblo, unos 300 efectivos que la ocupaban se retiraron y se situaron a 5 leguas (30 km), después de haber saqueado el pueblo.

El 9 de septiembre, a las 06:00 horas, se avistó en la entrada del puerto la fragata de transporte Águila con 600 soldados, y fue preciso enviar todas las lanchas disponibles para que entrase a remolque, porque no había viento. A las 10:00 horas, se dio orden de que desembarcase el resto del ejército, y a las 12:00 horas, lo habían realizado el BI-VIII y una Cía de cazadores del BI-V, pero se levantó el viento con tal fuerza que tuvo que suspenderse el desembarco. A las 17:00 horas, emprendió la marcha el BI-VIII, acampando en la oscuridad. Una patrulla del BI-VII compuesta por un oficial y 7 soldados, que había salido del pueblo, fue cortada por los realistas, pero el Tcol Correa con una compañía logró rescatar al oficial y 4 soldados.
El 10 de septiembre al amanecer, continuó el desembarco del BI-VIII; al ponerse el sol, habían desembarcado el BI-IV y el BI-V y la artillería de Chile. El capitán Aldo con 50 granaderos a caballo había salido a reconocer el lugar donde estaban los realistas. Regresó por la noche con la noticia de que seguían en su posición, y trayendo consigo 50 animales entre caballos y mulas, 800 ovejas y 30 vacas. Algunos negros y paisanos se presentaron dando la noticia de que el hacendado Mazo se había retirado con la mayor parte de sus esclavos, y que el conde de Monte Blanco había dado la libertad a 150, entregándolos al ejército realista. Al anochecer llegaron a la ciudad los granaderos y cazadores a caballo que habían quedado en el embarcadero.
Para dar seguridad, la Escuadra destacó a las fragatas O’Higgins y Lautaro. Además, el Almirante envió a reconocer El Callao y las fuerzas navales allí presentes al bergantín Araucano y a la corbeta Independencia, con el propósito de no ser sorprendidos por las fuerzas navales realistas.
Conquista de Ica
El 12 de septiembre, dos partidas de 50 granaderos a caballo de 50 hombres cada una salieron con diferentes direcciones para reconocer la situación de los realistas en Caucato y Chincha. Una regresó con la noticia de que ya habían marchado a Ica y la otra se mantuvo en la hacienda de Cauto. Ese mismo día el general San Martín estableció el cuartel general en Pisco en una casa cercana a la plaza.
El 13 de septiembre, el BI-V con 30 granaderos a caballo a las órdenes del coronel mayor Arenales salió a las 09:00 horas para la hacienda de Caucato. Ese día llegaron algunos negros y sus familias para unirse a la causa.
El 14 de septiembre, salieron las partidas de granaderos, se hizo un reconocimiento sobre lca por los capitanes Aldao y Lavalle; regresaron trayendo consigo al alférez de húsares Cleto Escudero, que conducía pliegos del virrey para el general San Martín, y además 800 reses, 50 caballos y 1.000 ovejas fueron recolectadas. El bergantín Araucano llegó con un mastelero roto, resultado de un combate que tuvo con una corbeta realista, que se cree era la Zéfiro.
El 15 de septiembre a las 10:00 horas, se despachó al parlamentario Cleto Escudero y las partidas de granaderos que salían todos los días. A las 12:00 horas, se avistaron dos buques realistas; al instante salió la escuadra, y a las 15:00 horas estaban fuera de la vista. A las 22:00 horas, un centinela dio parte de haber oído cinco cañonazos.
El 16 de septiembre a las 11:00 horas, se avistó la fragata Rosa que faltaba del convoy, y poco después la escuadra, que notició que los buques que se vieron el día anterior eran la fragata Venganza y corbeta Sebastiana, que gracias a la oscuridad de la noche pudieron escapar. Las partidas se mantuvieron en sus destinos, y por un vecino de lca se supo que las tropas realistas habían abandonado aquel punto, y solo quedaban las milicias.
El 17 de septiembre, las fragatas de transporte Argentina y Santa Rosa se armaron para resguardar el convoy, porque la escuadra debía salir. Las dos compañías del BI-VIII, y las de artillería que venían en la fragata Santa Rosa desembarcaron en el mismo lugar que lo habían realizado las demás tropas, y se les dio orden de permanecer allí.
El 18 de septiembre, se pasaron 150 negros y muchos vecinos. Se recibió aviso de que había salido de Lima una fuerza de 350 efectivos con dirección a Chincha, lo que dio motivo a que a las dos de la mañana se despachase un escuadrón de granaderos a ponerse a las órdenes del coronel mayor Arenales, que aún permanecía en Caucato.
El 19 de septiembre, el BI-XI marchó a Caucato a relevar al BI-V, y el resto de granaderos se verificó el mismo día. A las 12:00 horas, salieron para Lima en condición de diputados para tratar con el virrey, el primer ayudante de campo del general, coronel Guido, y el secretario de gobierno García, con una partida de cazadores a caballo. Al ponerse el sol llegó el BI-V, que había sido relevado por el BI-XI.
El 20 de septiembre, se recibió de Chincha una comunicación del coronel Guido, en que anunciaba haber llegado a aquel punto un oficial con orden del virrey Pezuela para que suspendiesen sus tropas las hostilidades; avisaba también que una división de 2.000 hombres al mando del marqués de Valle-umbroso debía reforzar a lca.
A las 16:00 horas, todos los buques de guerra se dieron a la vela con el objeto de encontrar a los enemigos que, según noticias, estaban sobre la costa; a las 22:45 horas entraron en Pisco las compañías del BI-VIII que habían quedado en el desembarcadero.
El 21 de septiembre a las 11:00 horas, entró el bergantín Helena María. A las 17:00 horas, el JEM pasó revista a la artillería de Chile, BI-V, y BI-VIII.
El 22 de septiembre, el general San Martín salió para Chincha con el objeto de arreglar aquel punto y poner en movimiento las tropas que se encontraban allí. Un oficial de cazadores que se hallaba en las inmediaciones tomó al enemigo una cantidad de ganado lanar y vacuno, algunos caballos y dos prisioneros.
El 23 de septiembre, hubo un pasado del enemigo, quien dijo que todas las tropas que tenía Valle-umbroso eran milicias y civiles realistas, pero que tenían algún recelo de pasarse porque un cazador republicano que se había pasado a los realistas aseguró que se fusilaba a los que se pasaban. Recalaron el bergantín Galvarino, la fragata Hércules y una goleta apresada. Había así llegado al objetivo la totalidad de la expedición.
El 24 de septiembre, regresó el general; los granaderos a caballo pasaron de Caucato a situarse en Chincha.
El 25 de septiembre, se recibieron pliegos del virrey. Al amanecer fondearon una lancha cañonera y la Hércules, que transportaba caballos de Valparaíso.
El 26 de septiembre, fondeó el pailebote Aranzazu que venía de Lima conduciendo a un oficial que había sido remitido por el general San Martín.
El 27 de septiembre, durante la noche, regresó el pailebote Aranzazu.
El 28 de septiembre, una partida de reconocimiento tomó al enemigo una cantidad de vacas, ovejas y algunos caballos.
El 29 de septiembre, llegó el ayudante de Arenales que había marchado con los diputados remitidos por el general para tratar con el virrey.
El 30 de septiembre, el general San Martín marchó al desembarcadero a arreglar algunas cosas pertenecientes a la escuadra y al convoy. El BI-XI recibió la orden de retirarse de Caucato.
El 1 de octubre, se tuvo noticia de que en Arequipa había habido una revolución, pero quedaba sofocada y preso su autor, que se decía era el coronel Lavin. Fondeó un bergantín que conducía víveres de Valparaíso.
El 2 de octubre, el general San Martín marchó a Caucato y regresó en la noche. Una partida de reconocimiento trajo una cantidad de vacas.
El 3 de octubre, se dio orden para que el ejército estuviera listo para marchar cuando se ordenase; fue nombrado jefe de vanguardia el coronel mayor Arenales con el BI-XI, el BI-II, 100 granaderos a caballo y 20 cazadores a caballo.
El 4 de octubre, la división que debía marchar para lca a las órdenes del coronel mayor Arenales se formó en la plaza, donde recibió una bandera, y emprendió su marcha a las 11:00 horas. A las 12:00 horas, salió el resto de cazadores a caballo. A las 19:00 horas, regresaron los diputados que habían ido a Lima.
El 5 de octubre, una partida trajo alguna cantidad de ganado vacuno.
El 6 de octubre, llegó el bergantín Galvarino.
El 7 de octubre, se dio orden para que se embarcasen los equipajes y demás útiles que estaban en tierra, y que la tropa estuviese lista para marchar en media hora de comunicarse la orden. A las 14:00 horas se recibió la noticia de que el coronel mayor Arenales había entrado en Ica en medio de las aclamaciones del pueblo; que los realistas habían salido muy poco antes, y eran perseguidos por el coronel Necochea.
El 8 de octubre, salió la fragata Independencia.
El 9 de octubre, se recibió aviso del coronel mayor Arenales de que los cazadores a caballo habían regresado, y que, según los informes tomados, los realistas se habían dispersado en distintas direcciones, que no los persiguieron más por tener que entrar en un despoblado de 25 leguas; que se encontró en lca gran cantidad de fusiles y municiones, y que los vecinos manifestaban la mejor disposición. El coronel dio parte de que, habiendo mandado un oficial con seis hombres a reconocer los enemigos, llegó hasta el río de Cañete, en cuyas inmediaciones encontró una partida de 14 hombres, que puso en fuga, tomándoles dos fusiles, algunas cananas y ponchos; que enseguida se reforzaron con 20 hombres, pero habiendo cargado los nuestros, volvieron a dispersarse.
Conferencia de Miraflores (30 de septiembre y 1 de octubre de 1820)
El virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, estaba informado, desde el 10 de septiembre, del desembarco de la expedición libertadora. Tenía que hacer frente tanto al gravísimo problema que significaba el entrar de pleno en un estado de guerra. Además, en lo interno tenía que afrontar una situación subversiva que la presencia del ejército foráneo complicaba.
La lucha a favor de la causa independentista, desde relativo tiempo atrás, se había desatado en diversos focos internos del virreinato peruano; se complicaba entonces grandemente, al contarse con la presencia de fuerzas extranjeras que tenían como objetivo el separar al Perú del reino de España.
La lucha por la independencia del Perú había llegado a su punto crítico. Para hacer frente a esta situación no solo se necesitaba muchas fuerzas, con todas las exigencias económicas y financieras que un estado de guerra implica, sino además de mucho tacto y astucia. Innegablemente, Pezuela no era Abascal. Y la situación económica del Perú no favorecía realmente al partido realista.
Pezuela se decidió a abrir conversaciones en consideración a la Real Orden de 11 de abril de 1820, la cual autorizaba y recomendaba abrir negociaciones con los “partidos sediciosos”, pero teniendo siempre en consideración la Constitución española de 1812, la cual había sido vuelta a jurar por Fernando VII (que había sido derogada) como consecuencia de la revolución española liderada por Rafael del Riego, movimiento que había vuelto a abrir un paréntesis liberal y constitucional en la monarquía española. Pezuela envió a Pisco al alférez de húsares Cleto Escudero para que se entrevistara con el propio San Martín y de esta manera convencerlo de abrir negociaciones tendientes a hallar una posible solución pacífica al problema.
El citado emisario realista llegó al cuartel general independentista el 14 de setiembre. Ese mismo día consiguió entrevistarse con San Martín y de esta manera le comunicó la invitación del virrey para abrir negociaciones. San Martín recibió con suma cortesía y beneplácito dicha proposición. Cleto Escudero abandonó el cuartel general de Pisco al día siguiente con la finalidad de informar al virrey, lo más rápidamente posible, de la actitud favorable al diálogo por parte de San Martín.
El 25 de setiembre se dieron inicio a las reuniones entre los diputados republicanos y realistas, sesiones estas que se prolongarían hasta el 1 de octubre. En este lapso, ambas delegaciones expusieron las bases sobre las cuales aceptaban una solución pacífica. Pero, como analizaremos más adelante, estas proposiciones fueron tan diametralmente opuestas (en realidad no se podía esperar otra cosa) que resultó del todo imposible un acuerdo decoroso.
El 26 de setiembre, los diputados realistas comunicaron a los republicanos las bases sobre las cuales proponía el virrey el logro de la paz. Estas bases no eran otras que el reconocimiento del estatus de dependencia con relación al Imperio español, pero ya no dentro de un sistema absolutista, sino de tipo constitucional y liberal, en consideración, como ya lo hemos señalado, a que la Constitución liberal de Cádiz de 1812 había vuelto a ser jurada por Fernando VII. El monarca español confiaba con esta medida aceptada solo por la fuerza de las circunstancias, salvar la monarquía y su integridad territorial.
El 26 de setiembre los delegados realistas presentaron por escrito lo que a su criterio consideraban la base indispensable para un arreglo definitivo de paz.
Recibida por los republicanos la nota realista, redactaron de inmediato y remitieron al día siguiente la réplica, pues consideraban que la base de la paz no podía ser otra, atendidas las circunstancias ventajosas logradas por el ejército libertador, así como la opinión reinante en el territorio peruano favorable a la causa separatista, que el reconocimiento de la independencia del Perú.
El resultado de estas negociaciones no debió extrañar a ninguna de las dos partes, en atención al convencimiento de sus posiciones diametralmente opuestas y sin posibilidad alguna de compatibilizar. Entonces, podría preguntarse por qué se llevaron a cabo. La respuesta es realmente sencilla: ambas partes vieron en dicha reunión una forma de sondearse mutuamente y, en el caso del virrey, de ganar tiempo para poder desarrollar un plan de acción. Se sabe, por ejemplo, que San Martín midió de tal manera sus instrucciones dadas a sus dos delegados que, de no obtenerse grandes ventajas, las negociaciones necesariamente deberían estar destinadas al fracaso.

Pezuela dio, a su vez, pautas precisas a Unánue: todo se ajustaría a las reformas que Fernando VII había jurado al aceptar la Constitución de 1812, y el monarca continuaría como soberano del Perú; pero haciendo algunas modificaciones para hacer del suyo, un gobierno sometido a la nueva Constitución española.
San Martín a sus diputados propusieron como solución transaccional decorosa el establecimiento de una monarquía peruana independiente con un príncipe español.
El armisticio que se había suscrito el 26 de setiembre vino a expirar el 4 de octubre a las cinco de la tarde, reiniciándose a partir de ese momento el estado de guerra.
El virrey Pezuela, preocupado enormemente por la delicada y peligrosa situación, y tratando de agotar al máximo la solución pacífica, volvió a intentar, esta vez en el mes de octubre, una nueva negociación. En esta oportunidad envió al cuartel general de Pisco al general de marina Antonio Vacaro, quien se entrevistó personalmente con San Martín. En realidad, resultaba del todo inútil la misión de Vacaro, porque se vino a reducir simplemente a proponer como base de una solución pacífica el reconocimiento de la monarquía española. Como es fácil de suponer, San Martín rechazó esto y las negociaciones terminaron en un total fracaso.
San Martín en Huaura
Habiendo expirado, el día 4 de octubre, el armisticio firmado en Miraflores, San Martín dispuso de inmediato la movilización de sus efectivos. El 5 de octubre, al mando de una división, partió Álvarez de Arenales con instrucciones especiales para incursionar primero por Ica y luego pasar hacia el centro del país, con la finalidad expresa de ganar los pueblos de dicha región a la causa republicana. San Martín creyó conveniente trasladar su cuartel general a un punto más estratégico, considerando que el pueblo de Huaura, al norte de la ciudad de Lima, reunía esa condición. Pero antes de abandonar Pisco, exactamente el 21 de octubre de 1820, San Martín promulgó un decreto por el cual se creaba el nuevo símbolo del Perú independiente. El reembarco del ejército libertador comenzó el 23 de octubre y se prolongó hasta el 26. Ese día, la escuadra libertadora puso rumbo hacia el norte de Lima.
El 29 de octubre por la tarde, fondeaban frente a la bahía del Callao. Se posicionaron de tal manera que quedaron a cubierto de los disparos que se hacían desde los Castillos de Real Felipe. El día 30, San Martín decidió dirigirse hacia Ancón con los navíos San Martín, Galvarino y Arauco. En El Callao quedaría Cochrane con la O’Higgins, la Independencia y la Lautaro. Pero antes de la separación de los dos comandantes, estos acordaron todos los pormenores de un plan realmente extraordinario y cuya ejecución quedaría en manos de Cochrane: el apoderarse de la fragata realista Esmeralda y de los bergantines Maipú y Pezuela, así como de los restantes barcos realistas anclados en El Callao, lo cual ocurriría el 5 de noviembre.
San Martín, después de haber coordinado la realización del mencionado plan, abandonó El Callao el 30 de octubre, poniendo rumbo a Ancón. Cochrane ultimó los preparativos del audaz y sensacional plan.
Al día siguiente hizo desembarcar, a órdenes del teniente Raulet, 50 infantes y 20 hombres de a caballo, con la misión de observar el camino de Chancay a Lima. El 1 de noviembre estas fuerzas llegaban a Copacabana, un punto distante cinco leguas de Lima, donde se encontraron con fuerzas realistas.
El 3 de noviembre, se ordenaba el desembarco de 40 hombres de a caballo, a órdenes del capitán Brandsen, y de dos compañías de infantería bajo el mando de los capitanes Crespo y Suárez. Toda esta fuerza quedó bajo el mando del mayor Reyes. Tenía como misión incursionar hacia Chancay. En su desplazamiento tuvieron que enfrentarse al destacamento realista mandado por Valdés, el cual intentó impedir la aproximación republicana hacia su objetivo de Chancay. La caballería dirigida por Brandsen logró, el 11 de noviembre, derrotar, en las inmediaciones de la hacienda Torre Blanca, a la caballería realista capitaneada por el citado Valdés. Los republicanos intentaron explotar el éxito y perseguir a los realistas, pero se vieron imposibilitados de lograr su objetivo a consecuencia de un nutrido fuego de fusilería que sufrieron por parte de las fuerzas realistas de García Camba.
El 7 de noviembre, San Martín pasó al Callao, a bordo del bergantín Araucano, regresando al día siguiente en compañía de Cochrane y llevando nada menos que la fragata realista Esmeralda, recientemente capturada. El 9 de noviembre, a su regreso a Ancón, toda la escuadra permaneció un día más en Ancón. Al día siguiente zarparon con dirección al puerto de Huacho.
El desembarco se hizo tanto por el puerto de Huacho como por la caleta de Végueta, al norte de la ciudad de Huacho. Entre los días 10 al 12 de noviembre se realizó el desembarco. San Martín encargó al Tcol D’Alve reconocer las posiciones de Huaura y Supe. El 14 de noviembre, se emplearon 600 hombres para construir tres reductos sobre las alturas que dominaban el puerto, y, asimismo, se mandó construir un muelle para la comodidad del desembarco. Fue ese día 14 cuando la goleta Alcance, que se había encontrado con la escuadra libertadora en Ancón, partió rumbo a Guayaquil llevando a Tomás Guido y a Toribio Luzuriaga como emisarios de San Martín ante el nuevo gobierno independiente de Guayaquil. El 17 de noviembre, San Martín ordenaba que toda la infantería marchase a Supe, a órdenes del mayor general Las Heras, quedando el regimiento de cazadores a caballo en Huacho y pasando el regimiento de granaderos a Huaura.
El 19 de noviembre, San Martín llegaba a Supe. El 25 salía para Huacho, pasando luego a Chancay y a Huacho, para estar de regreso nuevamente en Supe el día 27. El cuartel general se localizó en Supe desde el 19 de noviembre hasta el 6 de diciembre; para el 7 del citado mes se estableció en Huaura. Entre los planes de San Martín se encontraba atacar Lima los primeros días de enero de 1821. Considerándolo, trasladó su cuartel general a Retes (en la provincia de Chancay), pero muy pronto cambió de opinión al tener noticia de que las fuerzas realistas estaban preparándose para rechazarlo.
El 14 de enero de 1821, el ejército marchó a situarse sobre la margen derecha del río Huaura, donde concluyeron de localizarse el día 18. En los primeros meses de 1821 se desató en las filas del ejército patriota una terrible epidemia de malaria, “conocida con el nombre de fiebres tercianas”. De la gravedad de sus consecuencias nos puede dar una idea más o menos cabal el hecho siguiente: de los 4.000 efectivos que habían desembarcado en Pisco, 3.000 estaban en los hospitales a mediados de abril de 1821, llegándose a producir ciertos días hasta cincuenta muertos.
En esos dramáticos momentos, llegó al cuartel general de Huaura el comisario regio, el capitán de fragata Manuel Abreu, el cual había desembarcado en la bahía de Samanco a mediados de marzo. El 16 de dicho mes comunicaba al alcalde de Huanchaco su deseo de entrevistarse con San Martín. Informado el libertador de la llegada del comisario regio y de su interés de tener una entrevista con él, le contestó el 23 de marzo haciéndole saber que veía con agrado su cordial visita.
Dos días después, el 25 de marzo de 1821, Abreu y San Martín se reunían en un ambiente de suma cordialidad, quedando Abreu favorablemente impresionado con la actitud de San Martín y, de seguro, muy esperanzado en los resultados que podrían obtenerse de abrirse nuevas negociaciones de paz. Abreu permaneció cuatro días en Huaura, al término de los cuales pasó a la ciudad de Lima.
En el lapso de septiembre a marzo de 1821, ocurrieron trascendentales acontecimientos en ambos bandos, tales como la exitosa primera campaña de Álvarez de Arenales, la independencia de los pueblos del centro y norte del Perú y, entre las filas realistas, la defección del Numancia y el motín de Aznapuquio.