Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Perú Campañas de los Puertos Intermedios

Las campañas de los puertos intermedios fueron campañas encargadas por el Congreso Peruano contra las fuerzas realistas del virrey La Serna acantonadas en el sur del Perú.

Primera campaña de los Puertos Intermedios (1822-23)

El Protector José de San Martín, mientras estuvo en el Perú, se dedicó a la organización de su ejército y a bosquejar su plan de campaña, que fue denominado «Plan de Campaña por Puertos Intermedios”. Consistía este plan en atacar a los realistas por tres frentes:

  • Un ejército expedicionario embarcado en el Callao debería atacar a los españoles por los puertos intermedios del Sur, es decir, los situados en la costa entre Arequipa y Tarapacá.
  • Otro ejército salido de Lima atacaría a las fuerzas realistas por la región del Centro, para evitar que se unieran a las del Sur.
  • Un ejército argentino atacaría a los españoles por el Alto Perú (actual Bolivia), con igual objetivo.
Plan diseñado por el general Jose de San Martín para acabar con las fuerzas realistas en el Perú

Pero para la realización de este plan era necesaria la ayuda del Libertador Simón Bolívar, que desde Colombia conducía victoriosa la Corriente Libertadora del Norte, ayuda que San Martín no logró conseguir en la proporción que consideraba necesaria.

Tras el retiro de San Martín del Perú, su plan sería puesto en práctica por el gobierno peruano en dos oportunidades, aunque sin éxito.

El Primer Congreso Constituyente del Perú, que tras la partida de San Martín asumió todos los poderes, resolvió formar una Suprema Junta Gubernativa con miembros de su seno, para que, en su nombre, ejerciera las funciones del Poder Ejecutivo. Se formó así la Junta presidida por el general José de La Mar e integrada por Felipe Antonio Alvarado y Manuel Salazar y Baquíjano, este último un noble limeño que aún firmaba con su título de conde de Vista Florida. La Junta entró en funciones el día 21 de septiembre de 1822.

La Junta decidió poner en práctica el Plan de Campaña por Puertos Intermedios trazado por el general San Martín. Para dicho efecto se dispuso lo siguiente:

  • Se hicieron gestiones ante el gobierno de Buenos Aires para que atacara a los realistas por el Alto Perú (lo que no dio resultado debido a las dificultades internas que afrontaba dicho gobierno).
  • Se encargó al general Juan Antonio Álvarez de Arenales preparar el ejército independentista que debía atacar a Canterac en el centro (sin embargo, no se le dieron los medios necesarios para entrar en operaciones en el período previsto).
  • La expedición que atacaría por los puertos intermedios fue puesta bajo el mando del general salteño Rudecindo Alvarado (hermano de uno de los miembros de la Junta de Gobierno), que fue equipada adecuadamente y estuvo lista en el tiempo previsto para entrar en acción.
  • Para financiar la organización de las fuerzas militares, se concertaron préstamos internos, especialmente con los grandes comerciantes.

Para preparar la ofensiva prevista en los planes sanmartinianos, la Junta Gubernativa decidió formar dos cuerpos de ejército: el Ejército Libertador del Sur, al mando del general Rudecindo Alvarado (hermano del triunviro Felipe Antonio), y el Ejército del Centro, bajo las órdenes del mariscal Juan Antonio Álvarez de Arenales.

El Ejército Libertador del Sur contaba con la totalidad de las fuerzas argentinas y chilenas, más el BI-I de la Legión Peruana, lo que sería la fuerza principal en el ataque a las posiciones realistas en el sur del Perú. El Ejército del Centro, por su parte, tenía la misión de avanzar de Lima a la sierra central, atacando a las fuerzas realistas en el valle del Mantaro, impidiéndole poder apoyar a las fuerzas realistas de Cuzco y Arequipa.

Fuerzas realistas

El problema principal que tenía que afrontar la Junta era la guerra contra los realistas. El virrey José de la Serna contaba con más de 20.000 soldados que ocupaban el territorio entre Cerro de Pasco (centro del Perú) y el Alto Perú (sur del Perú). Estas fuerzas se encontraban repartidas de la siguiente manera:

  • El general José de Canterac se encontraba entre Jauja y Huancayo, amenazando permanentemente Lima con unos 5.000 efectivos.
  • El general Juan Ramírez Orozco, en Arequipa con 3.000 efectivos.
  • El virrey La Serna, en el Cuzco.
  • El general José Carratalá, en Puno.
  • El general Pedro Antonio Olañeta con 3.000 efectivos, en Potosí (Alto Perú).

Por el lado del litoral, pequeños destacamentos realistas se hallaban en misión de observación.

Movimiento marítimo

La expedición que abriría campaña en los puertos intermedios sumaba aproximadamente 4.490 hombres repartidos en tres divisiones: 1.700 argentinos, 1.390 peruanos y 1.200 chilenos.​ Cada división conservaba su propia bandera e insignias nacionales. Pero en términos reales, los peruanos cubrían las dos terceras partes de los efectivos totales del ejército expedicionario, pues aparte de la Legión Peruana de la Guardia propiamente dicha, el resto de las divisiones argentina y chilena cubrían sus bajas o plazas faltantes con elementos peruanos, en una proporción que iba de la mitad a algo más del total de sus efectivos.

Los reclutas peruanos provenían en su mayor parte de las montoneras o partidas de guerrilleros de la región central del Perú, las cuales tuvieron una activa y decisiva actuación en la Guerra de la Independencia, que no suele ser reconocida por la historiografía argentina y venezolana, que concede todos los méritos del triunfo independentista a las hazañas de San Martín y Bolívar.

Estas tropas, con el nombre de Ejército Libertador del Sur, se embarcaron en el Callao el 10 de octubre de 1822 en 18 barcos de transporte y 2 de guerra.

Los primeros 2.000 efectivos partieron del Callao, a las órdenes del entonces coronel William Miller, y entre el 14 y el 17 de octubre, partieron el resto de las fuerzas, escoltados por la fragata O’Higgins, bajo el mando del almirante Manuel Blanco Encalada. El viaje por mar a Iquique se demoró 53 días, colmado de incidencias. Primero, la averiada corbeta Independencia debió ser enviada a El Callao, distribuyendo la tropa embarcada entre las otras naves. Luego, la colisión entre las fragatas Mackenna y O’Higgins, la noche del 30 de noviembre. Por último, llegó a escasear el agua al prolongarse el viaje.

Después de tan ardua navegación, finalmente el 11 de noviembre se arribó a Iquique. Allí, se esperaba contar con refuerzos chilenos, pero Alvarado no los encontró. La situación política en Chile, marcada por la oposición al régimen del general O’Higgins, impidió el envío del BI-VII de Chile (de hecho, pronto estallarían rebeliones en Concepción y Coquimbo, que forzarían al general O’Higgins a renunciar en una emotiva ceremonia ante el cabildo de Santiago el 28 de enero de 1823). Estos retrasos generaron tensiones entre el ejército de los Andes y el ejército chileno, que Alvarado resolvió dejando en Iquique al BI-II de Chile con 160 hombres, bajo el mando del Tcol Bermúdez, para que reclutase efectivos, y después de cruzar la cordillera, colaborasen con los guerrilleros del Alto Perú, sin dar instrucciones precisas a los guerrilleros independentistas que combatían en esa zona; tras lo cual, se dirigió con lo principal de sus fuerzas a Arica.

Llegaron al morro de Tarapacá, que era el punto de reunión, el 27 de noviembre, iniciando el desembarco de la vanguardia de Miller el 1 de diciembre. El resto de la fuerza lo haría hasta el 3 de diciembre.

Primera campaña de los Puertos Intermedios (1822-23). Movimientos de fuerzas.

Desarrollo de la campaña en tierra

La fuerza desembarcada consistía en 3.900 efectivos mandados por el general Rudecindo Alvarado, siendo su JEM el general Manuel Antonio Pinto:

  • RI Río de la Plata (1.000) formado por el BI-VII y BI-VIII de los Andes de coronel Cirilo Correa
  • BI-XI de los Andes (300) al mando del coronel Román Deheza.
  • RC de granaderos de los Andes (500).
  • BI-II de Chile (500).
  • BI-IV de Chile (500).
  • BI-V de Chile (500).
  • BI-I de la Legión peruana de la Guardia (500) del coronel William Miller.
  • Artillería de Chile (100) con 10 piezas
Legión Peruana de la Guardia. Izquierda oficial, centro gastador, derecha infante.

En Lima se había quedado una fuerza de 4.000 hombres, denominada Ejército del Centro, al mando del general argentino Juan Antonio Álvarez de Arenales, con encargo de atacar a los realistas por Jauja.

A ella debía sumarse la división colombiana (1.200) al mando de Juan Paz del Castillo, que había sido enviada por Bolívar atendiendo el pedido de ayuda que le hiciera el gobierno peruano. Pero Paz del Castillo se negó a entrar en acción aduciendo la falta de equipamiento de sus tropas; aunque tampoco deseaba actuar como subordinado de Arenales. En realidad, este oficial colombiano seguía las órdenes expresas de Bolívar, que deseaba mantener intacta la división enviada desde Colombia. Esta defección en el bando independentista impidió que Arenales iniciara a tiempo su accionar, el mismo que finalmente tuvo que ser suspendido.

La aparente inacción de los independentistas desanimaba a los lugareños y desmoralizaba a la tropa, dándose cada vez más casos de indisciplina. Entonces el coronel Miller habría increpado la pasividad al general Alvarado, y este, disgustado, habría manifestado al inglés que, si le parecía bien, podía retirarse. La mediación de otros jefes, como el almirante Blanco Encalada, llevó a un acuerdo: Miller, apartándose del plan, tomaría la compañía de cazadores de la Legión Peruana, unos 120 soldados, y se trasladaría al norte, para atraer la atención de los realistas, indagar sus movimientos y, sin duda, reducir la fuerza con la que Alvarado se enfrentaría.

Además, se enviaría al mariscal de la Cruz a Chile para solicitar del gobierno de O’Higgins el envío de 800 soldados de infantería y al menos un escuadrón de caballería; la misión fracasó por la coincidencia en fechas de la derrota de Alvarado y la renuncia de O’Higgins. La fuerza de Miller se embarcó el 21 de diciembre, desembarcó en Quilca y su intensa actividad, llegando a derrotar pequeños destacamentos españoles, capturar algunos realistas e interceptar sus correos. Contra la pequeña fuerza se movilizaron el brigadier José de Carratalá desde Arequipa y el coronel Manzanedo desde Lucanas. Enterados de los resultados de Torata y Moquegua, y estando Miller gravemente enfermo, la fuerza debió reembarcarse a El Callao, a donde arribó el 12 de marzo.

Alvarado permaneció durante tres semanas en Arica en una inexplicable inactividad, pero se excusaba por la falta de caballada para dar movilidad a las tropas. Las fuerzas independentistas continuaron en la inacción, dando suficiente tiempo para que el virrey La Serna, avisado por su servicio de espionaje, ordenara a los generales realistas José de Canterac y Gerónimo Valdés acudir con sus fuerzas a la zona amenazada por los independentistas.

El activo general realista Gerónimo Valdés dijo: «…poniendo alas en los pies de sus ágiles soldados serranos, fue el primero que se presentó a cubrir el punto amenazado, encontrándose en zona apenas las primeras velas de la expedición se avistaron en Arica».

Valdés pidió el concurso del entonces coronel Andrés García Camba, quien alcanzó a las fuerzas realistas el 8 de diciembre en los altos de Moquegua. Para entonces, Valdés había ordenado que los habitantes de la costa al sur de Arequipa que se «retirasen de la aproximación del mar toda clase de ganado y cualquiera otro recurso, señaladamente de movilidad que pudiera prestar servicio al enemigo».

El virrey, sabiendo que las fuerzas de Valdés eran reducidas frente a las de Alvarado, ordenó al mariscal de campo José de Canterac, al mando de las tropas realistas en la sierra central, que enviase al Cuzco algunas unidades. Canterac, que conocía bien la situación en Lima, convencido de que no había que temer algún peligro para sus fuerzas en Jauja, se puso personalmente en marcha en la primera quincena de noviembre de 1822, con dos escuadrones más de lo que le pedía el virrey; a cargo de las fuerzas de Jauja, quedaba el brigadier Juan de Loriga.

Tras hacer algunos cambios en las unidades, Canterac marchó a Puno, con aproximadamente 2.000 soldados, distribuidos en el BI de Burgos y el BI de Cantabria (unidades peninsulares, rehechas con americanos), dos escuadrones de dragones de la Unión y dos de granaderos de la Guardia (unidad formada por americanos), además de dos piezas de artillería. Por su parte, Valdés recogió toda la información posible sobre los movimientos de Alvarado, trasladándose a Sama. Además, en el Alto Perú, el ejército de Olañeta, enterado de la presencia independentista en Iquique, preparaba sus fuerzas para descender sobre Tarapacá. De esta manera, el plan del virrey La Serna era defensivo: Valdés formaría la vanguardia, Canterac permanecería en Puno como una fuerza de observación y el mismo virrey se quedaría en Cuzco con una fuerza capaz de acudir al punto que fuera necesario.

El 9 de diciembre, Valdés recibió un emisario de Alvarado que ofrecía un canje de prisioneros (en Iquique habían apresado un oficial y seis soldados), a lo que el brigadier realista, recelando que el emisario tenía la intención oculta de reconocer su situación, respondió que «como la presente campaña debía ser de corta duración por sus circunstancias, se trataría del canje que el señor Alvarado proponía después de terminada».

Finalmente, el general Alvarado decidió pasar a la acción y el día 24 de diciembre ocupó Tacna con el RI del Río de la Plata y los granaderos a caballo, siendo reforzado en esa posición, el 1 de enero de 1823, con el BI-V 5 de Chile y el BI-XI de los Andes, fuerzas que se encontraban a cargo del general Enrique Martínez.

Con la intención de sorprender a las fuerzas independentistas en Tacna y sin saber que estas habían sido reforzadas, el 31 de diciembre los realistas al mando del general Valdés realizaron un movimiento nocturno desde Sama por un difícil desierto de arena, con 400 infantes montados en mulas, 400 de caballería y dos piezas de artillería. Sin embargo, en medio del desierto, el guía se perdió, por lo que cuando amaneció el 1 de enero, ambos bandos se divisaron, frustrándose la sorpresa. Martínez desperdició la oportunidad que le ofrecía el tener a Valdés en campo abierto, con sus fuerzas acosadas por la fatiga y la sed, en la meseta que domina Tacna. El brigadier realista marchó hacia el este y bajó sin oposición al valle del Caplina, llegando a Calana, a 10 kilómetros de Tacna. Mientras sus soldados y las acémilas descansaban y se reponían de la marcha nocturna, Valdés buscaba información sobre los refuerzos independentistas, disponiendo la vigilancia en el camino a Tacna.

Dos horas después, conocía el número reducido de las fuerzas de Valdés, gracias a la captura en esos momentos del Tcol de los Pardos de Arica, el afroperuano Martín Oviedo, quien había partido de Sama con pliegos para Valdés. García Camba recordaría con amargura que Oviedo, creyendo que las fuerzas delante eran realistas, cayó en poder de las fuerzas de Martínez, quien lo calificó como espía pese a su uniforme e insignias y a los pliegos que portaba, y lo hizo pasar por las armas.

Valdés, en peligrosa desventaja, ocupó hábilmente posiciones defensivas, buscando ganar tiempo y salvarse de una situación muy comprometida. Habiendo avistado las columnas de infantería y caballería de Martínez, Valdés colocó guerrillas de caballería en los puntos que le parecieron idóneos, detrás de las cuales desplegó sus fuerzas escalonadas: primero el BI de Gerona, luego los cañones y, cubriendo la retaguardia, el BI del Centro. El general Martínez, con una vanguardia de más de 2.000 hombres, no se decidió a atacar a los 800 realistas de Valdés, y perdió tiempo intentando flanquearlos; las débiles guerrillas de caballería bastaron para contener la escasa acometividad independentista.

Sobre las 13:00 horas, Martínez se animó a atacar a las descansadas fuerzas de Valdés, que usaron el resto de la tarde en replegarse en orden hacia Pachía; la caballería independentista acosó a las fuerzas realistas, sin lograr desordenarlas. Las fuerzas independentistas siguieron a las realistas y, al atardecer, abandonaron la persecución, regresando a Tacna. El brigadier Valdés, libre de amenazas, siguió viaje a Tarata y luego a Candarave, a donde llegó el 6 de enero.

Mientras Valdés se retiraba, se produjeron dos escaramuzas: una favorable a los independentistas en Ilabaya el 6 de enero, y otra favorable a los realistas el 7 de enero. Al llegar Valdés a Moquegua, el 11 de enero, se informó de la presencia de 150 soldados independentistas en Locumba, y que el resto de la fuerza de Alvarado se hallaba en Sama. Entonces, dispuso que el coronel Cayetano Ameller, con tres compañías del BI de Gerona y 125 caballos, marchase a Locumba y sorprendiese al adversario. El 14 de enero, Ameller ocupó Locumba, pero se encontró con toda la división de Alvarado, que había llegado la víspera.

Fatigada tras la marcha nocturna, la tropa realista realizó un movimiento oblicuo, quedando a retaguardia de la fuerza independentista. Dejando unas guerrillas para cubrir su retirada, Ameller y sus tropas tomaron el curso del río Locumba, replegándose hasta las alturas de Candarave. Las fuerzas que el general Pinto dirigió en su persecución no pudieron alcanzarla, pese a acosarla durante cinco horas (según el general chileno, los granaderos a caballo rehusaron en dos ocasiones la orden de cargar sobre las fuerzas realistas). «Justo es decir que la disciplina, el valor y la sangre fría salvaron a Ameller; y que Alvarado cometió una grave falta en dejarlo escapar; pues una victoria fácil hubiera retemplado al soldado, y hubiera reparado con creces la pérdida de tantos días», apuntaría Nemesio Vargas; añadiendo que el hecho de que tanto Valdés como Ameller hubieran estado a punto de ser derrotados, uno en Calana y el otro en Locumba, debido a la falta de información precisa.

Lejos del peligro y habiendo perdido solo 5 hombres y algunos caballos, Ameller condujo su tropa a través de Mirave hacia las alturas del valle de Locumba; y luego hacia Torata, punto donde las fuerzas de Valdés se concentraban para reunirse con los batallones que, con Canterac al frente, marchaban desde Puno.

Las fuerzas independentistas estaban obrando según las intenciones de Valdés, quien quería atraerlos por un camino por ellos reconocido, fácil para oponer una resistencia por el frente y desde donde llegarían los tan ansiados refuerzos que había enviado el general José de Canterac.

Batalla de Torata (19 de enero de 1823)

El día 17 de enero, mientras el ejército de Alvarado llegaba a La Rinconada, punto situado a 25 km de Moquegua, el general Valdés escribía al general Canterac: «Hasta ahora todo ha salido a medida de mis deseos. El enemigo sin advertirlo marcha a su total destrucción

La mañana del 18 de enero, Valdés se enteró por sus avanzadas de que el ejército independentista estaba cerca de Moquegua. En la tarde, por el sector conocido como El Portillo, Alvarado y su ejército entraron a la villa de Moquegua. Ambos ejércitos estaban a la vista, pero a pesar de tener más fuerzas que Valdés, una vez más, Alvarado no tomó iniciativa alguna, por lo que Valdés marchó hacia Torata.

Las fuerzas de Valdés ocuparon posiciones en el angosto valle de Torota y esperaron los refuerzos de Canterac. Asentaron sus dos piezas de artillería en el cerro Baúl.

Las fuerzas realistas estaban al mando del general Gerónimo Valdés, siendo su JEM el coronel Andrés García Camba, con unos 1.700 efectivos encuadrados en:

  • BI de Gerona del coronel Cayetano Amellyer.
  • BI del Centro del coronel Baldomero Esartero.
  • Cía de zapadores del capitán N. Roldán.
  • ED de Arquipa del Tcol Feliciano Asín y Gamarra.
  • EC de granaderos de la Guardia del Tcol Manuel Horna.
  • EC de cazadores del Tcol N. Puyol.
Granadero a caballo de la Guardia en el Perú.

Distribuyó sus fuerzas: el BI de Gerona en Torata, el BI del Centro en Omate y la compañía de zapadores con los escuadrones de caballería en el alto de Moquegua.

Los independentistas, por su parte, levantaron campamento en Samegua, en las afueras de Moquegua.
La fuerza independentista mandada por Rudecindo Alvarado disponía de unos 3.500 efectivos encuadrados en: BI-I, y BI-II de Perú, BI-IV y BI-V de Chile, BI-XI de los Andes, RI del Río de la Plata (formado por BI-VII y BI-VIII de los Andes), RC de granaderos de los Andes.

Al amanecer del domingo 19 de enero de 1823, las fuerzas realistas en repliegue hacia Yacango se reencontraron con las fuerzas de Ameller en el camino de Sabaya hacia el punto que entonces se denominaba los altos de Valdivia (actualmente Ilubaya). El brigadier realista decidió dejar los equipajes, ganado y enfermos al cuidado de las tropas del coronel Ameller, en la posición segura en los altos de Valdivia (Ilubaya). Por su parte, en Samegua, las fuerzas de Alvarado abandonaron el campamento y empezaron a marchar hacia Torata.

El combate se inició a las 09:00 horas con un vivísimo tiroteo; las tropas realistas hacían fuego por escalones, retirándose lentamente hacia las alturas de la posición que ocupaban. Por su parte, las fuerzas de Alvarado atacaban en columnas paralelas apoyadas por el BI-V y los granaderos a caballo de los Andes. Al caer de la tarde, los realistas habían logrado contener exitosamente el avance de los independentistas. A eso de las 17:00 horas, cuando Valdés defendía las penúltimas alturas de Torata, hizo su aparición en el campo realista el general Canterac, quien, habiéndose adelantado con sus ayudantes a la división que mandaba, comunicó la cercanía de los refuerzos realistas; esta noticia aumentó la moral de los soldados de Valdés.

Mientras tanto, los independentistas continuaban su avance. Su derecha estaba constituida por el BI-I de la Legión peruana, el centro por el RI del Río de la Plata (BI-VII y BI-VIII de los Andes) y la izquierda por el BI-IV de Chile y el BI-XI de los Andes, que a su vez tenían como reserva al BI-V de Chile; la derecha de este era protegida por los granaderos de los Andes y dos piezas de artillería.

Los realistas ocupaban buenas posiciones defensivas; formaban con el BI del Centro a la izquierda, seguido por parte del BI de Gerona, 50 cazadores montados y el resto del BI de Gerona a la derecha; el grueso de su caballería se encontraba a retaguardia.

Alvarado adelantó al BI-IV y el BI-XI sobre la derecha realista, cuyos jefes calificaron este movimiento como «débil y falto de arte» por la forma en que se ejecutó. El general chileno Francisco Antonio Pinto, por su parte, reconoce que la infantería independentista no avanzó uniformemente, siendo que, mientras los batallones de la izquierda sufrían todo el fuego enemigo, los de la derecha aún se encontraban fuera de tiro.

Aprovechando esta situación, Valdés ordenó a 3 Cías del BI de Gerona, entre las que figuraban 2 de preferencia formadas por soldados peninsulares, que reforzaran la derecha y atacaran a la bayoneta a los independentistas que aún se encontraban en marcha. La carga le fue confiada al coronel Cayetano Ameller, jefe del BI de Gerona, cuyos soldados, al grito de «¡Viva el Rey!» se lanzaron cuesta abajo rompiendo la izquierda independentista, haciendo retroceder a los atacantes. Los soldados fueron dispersados en su huida y arrastraron con ellos al BI-V que constituía la única infantería de reserva de su línea.

Batalla de Torata (19 de enero de 1823). Plano de la batalla.

Viendo el éxito de esta acometida, Valdés ordenó el ataque pronto y general de toda la infantería y caballería disponible. El resto del BI Gerona, bajo el mando de su segundo jefe, el Tcol Domingo Echizarraga, atacó al RI del Río de la Plata; mientras que el coronel Espartero con su BI del Centro cargó a la Legión Peruana de la Guardia, apoyado por los dragones de Arequipa y los cazadores.

El general Miller en sus memorias dice que en esta ocasión el RI del Río de la Plata mostró una gran falta de disciplina, pero que el BI-IV de Chile y la Legión Peruana se condujeron bien. Este último cuerpo se encontraba mandado por el Tcol Pedro de la Rosa y recibió la carga de la caballería y la infantería realista al grito de «¡Venid, españoles, venid y probad el valor de la Legión!», retirándose únicamente del campo tras haber perdido las tres cuartas partes de sus efectivos.

En el campo realista, las bajas fueron también sensibles; el mismo Espartero perdió dos caballos y recibió tres heridas de bala y una de bayoneta mientras encabezaba la carga de su batallón. De menor consideración fueron las heridas de Valdés y Ameller, mientras que el Tcol Feliciano Asín y Gamarra, que mandaba la caballería, fue mortalmente herido. En su conjunto, la victoria costó a los realistas 250 hombres que el jefe de Estado Mayor califico como «casi irremplazables por su calidad»; sin embargo, las pérdidas independentistas fueron mucho mayores, ascendieron a 500 soldados fuera de combate entre muertos y heridos, los realistas las calcularon en 700 incluidos 27 oficiales heridos que fueron capturados.

El ejército de Alvarado se retiró a Moquegua, mientras que el realista se ocupó de recoger el botín y asistir a los heridos de ambos bandos que quedaron en el campo. En esta labor se distinguió el padre Alvino Odena, religioso franciscano y capellán del ED de Arequipa, que estuvo prestando servicios espirituales a los moribundos incluso durante el combate.

Según varias versiones, incluso del mismo Alvarado en el parte respectivo, uno de los motivos de la derrota independentista habría sido la falta de disciplina de algunas unidades, principalmente bajo bandera argentina; pero sin duda la principal razón fue la lentitud en la toma de decisiones de parte del mando independentista desde el día de su desembarco en Arica.

Al día siguiente se unió a la división de Valdés la que mandaba Canterac; con este refuerzo, el ejército realista alcanzaba un número similar al de sus rivales, estando entonces compuesto por 1.765 soldados de infantería y 757 de caballería, lo que, unido a la reciente victoria, les daba confianza en un siguiente y definitivo triunfo en la batalla de Moquegua.

Batalla de Moquegua (21 de enero de 1823)

A las 15:00 horas del 20 de enero, Valdés se trasladó a Yacango con el BI de Gerona y el BI del Centro, y dos piezas de artillería, y según García Camba, recogió papeles y los sellos del estado mayor independentista, abandonados en la retirada. En los altos de Valdivia, a las 18:00 horas, llegaron las tropas de refuerzo de Canterac que faltaban. Con las fuerzas reunidas, Canterac asumió el puesto de comandante en jefe, en tanto que el coronel García Camba se hizo cargo interinamente del estado mayor. Se organizaron las tropas realistas en dos divisiones, una al mando de Valdés y la otra al mando del brigadier Juan Antonio Monet, llegado ese día.

Mientras tanto, el ejército independentista en las inmediaciones de Samegua pasó revista al ejército, encontrando 1.700 soldados y 400 caballos; cada soldado disponía de ocho cartuchos por cabeza. Lejos de retirarse de inmediato, Alvarado permaneció inactivo en Moquegua, dando tiempo a la alimentación de la tropa, que no había comido desde antes de la batalla de Torata. Después se retiraron a la villa de Moquegua con la intención de reorganizar sus fuerzas.

En el lado realista no se pensaba dejar escapar una victoria que se tenía como segura, de tal manera que, tras recibir los refuerzos de la división del general José de Canterac, el ejército realista pasó a la ofensiva.

A las 08:00 horas de la mañana del día 21 de enero, los realistas avistaron al ejército independentista que, imposibilitado de continuar la retirada, formó en batalla:

  • La izquierda estaba constituida por el BI-IV y el BI-V de Chile con 3 cañones; se apoyaba en el cementerio de Moquegua, extendiendo su línea en la prolongación de un barranco a trechos escarpado y pedregoso.
  • El centro estaba constituido por el BI-I de la Legión Peruana y el BI-XI como reserva; se apoyaba en el camino de herradura que atravesaba el barranco.
  • La derecha estaba constituida por el RI Río de la Plata; su línea formada estaba por una árida elevación que se encontraba desprotegida.

El campo de batalla era una llanura árida de pronunciada pendiente, dividida por el río Tumilaca, formando dos campos simétricos separados por los escarpados ribazos del río. El sector norte era la llamada pampa de Tombolombo, y en el sector sur se encontraba el pueblo de Samegua, a 4 kilómetros al este de Moquegua; entre ambas poblaciones se hallaba el cementerio. Algunas colinas pedregosas se encontraban en este sector, orientadas de este a oeste, prolongadas hasta Moquegua, tomando el nombre de cerros de Chenchén. Para pasar de un lado al otro, era necesario cruzar el lecho pedregoso del río, cruzando senderos tortuosos y empinados; el cauce del río era escaso, por lo que se podía vadear en cualquier momento.

Para atacar, el general en jefe José de Canterac formó al ejército real en dos divisiones: la primera, a órdenes del brigadier Gerónimo Valdés, debía marchar ocultándose tras una colina por la derecha enemiga, atravesar el barranco y posicionarse en la elevación mencionada a fin de flanquear a los independentistas; mientras que él junto al general Juan Antonio Monet al mando de la segunda división, avanzarían de frente en columnas paralelas buscando concentrar el fuego enemigo y permitir a Valdés ocupar la posición indicada. Desplegaron en:

  • División de Valdés: BI Gerona, BI Centro y ED de la Unión
  • División de Monet: BI Cantabria, BI Burgos y EC-1 de granaderos de la Guardia.
  • Caballería al mando de Ramón Gómez de Bedoya: ED de Arequipa, EC-2 de granaderos de la Guardia y EC de cazadores.
Jinetes realistas en 1823: izquierda cazador montado del Alto Perú; derecha trompeta y granadero de la Guardia. Autor Antonio Manzano Lahoz.

A las 10:00 horas, los realistas se detuvieron a tiro de cañón del ala derecha independentista. Canterac y Valdés reconocieron detenidamente la posición de Alvarado, y acordaron la forma de atacarla. Por el flanco izquierdo independentista, los jefes realistas apreciaron que sería difícil el ataque debido a la buena posición defensiva que ofrecían las tapias de las huertas y viñedos cercanos a Moquegua. Un camino de herradura conducía casi al centro de la línea de Alvarado, hallándose cubierto por la artillería independentista. Sin embargo, el flanco derecho independentista ofrecía una posibilidad: existía una árida altura que fue descuidada por el general, lo cual no pasó desapercibido a los realistas. Entonces, Canterac ordenó a Valdés que avanzase por la izquierda, cruzando el río y a cubierto tomase esas alturas. Para cubrir su avance, Canterac y Monet dirigirían el resto de las fuerzas realistas, formadas en dos columnas paralelas, hacia el centro independentista. Caminaban lentamente para dar tiempo a Valdés, recibiendo el fuego de la artillería independentista, aunque sin graves daños.

Valdés envió al BI de Gerona y al BI del Centro, junto al ED de la Unión, a la izquierda enemiga, cruzó a cubierto el barranco y se apoderó de las alturas, flanqueando a los independentistas. Al notar la presencia de los realistas en su flanco, Alvarado adelantó una guerrilla del RI del Río de la Plata, apoyada por un batallón para frenarlos. Fue inútil: el coronel Espartero, jefe del BI Centro, con un brazo en cabestrillo por las heridas recibidas en la batalla de Torata, inspiró a sus hombres para arrollar cuanto se puso en su camino. Para sacar ventaja de ese momento, con el respaldo de cuatro cañones, Canterac ordenó un asalto frontal. El BI de Burgos al mando del coronel Juan Antonio Pardo y el BI de Cantabria al mando del Tcol Antonio Tur encabezaron el ataque, en tanto que el EC-1 de granaderos de la Guardia cargó por el camino de herradura contra la artillería enemiga. Los independentistas hicieron fuego con los fusiles y cañones, causando serios daños al usar metralla, sucumbiendo 50 granaderos de la Guardia, con su comandante Manuel Fernández a la cabeza, pero pudieron apoderarse de las piezas.

Batalla de Torata (19 de enero de 1823). Plano de la batalla.

A las 12:00 horas, la lucha se libraba encarnizadamente cuerpo a cuerpo: oficiales y soldados luchaban con la desesperación de saber que se jugaban el todo por el todo. Una vez más, a Valdés le mataron el caballo en el fragor del combate, y se veía a Ameller y a Espartero animando a sus hombres en lo más recio de la lucha.

Sobre las 13:00 horas, atacadas por todas partes, las fuerzas independentistas cedieron el campo y se dispersaron abandonando desordenadamente el campo, a excepción de la caballería rioplatense. A esta, que estaba formada por los granaderos a caballo de San Martín, bajo las órdenes del comandante Juan Lavalle, se les ordenó cubrir la retirada cuando la caballería realista dirigida por Francisco Solé se lanzó en persecución de los dispersos. Los granaderos cargaron sobre la caballería realista, deteniéndola y logrando evitar que los infantes fueran cercados y pudieran alejarse por el camino de la Rinconada hacia Illo. Varias veces repitió el regimiento esta acción, ganándose el respeto de los jefes realistas por semejante sacrificio. Finalmente, superados en número, fueron en su mayoría sableados o capturados. De los 400 hombres que componían el cuerpo, solo quedaron 180 cuando la caballería realista detuvo la persecución.

Los independentistas dejaron 3 cañones, cantidad de pertrechos y material bélico. Las fuentes difieren en cuanto a la cantidad de bajas, oscilando entre 600 y 900, sin contar la cantidad de prisioneros, que se estima en unos 1.000.

Las fuerzas realistas sufrieron 150 muertos y 250 heridos.

Las tropas independentistas, reducidas a la cuarta parte de su número original tras sufrir muertos, heridos y deserciones, tuvieron que reembarcarse precipitadamente en Ilo, retornando al Callao cerca de 1.000 sobrevivientes.

Por otra parte, la batalla de Moquegua significó el fin del ejército unido chileno-argentino que cruzara los Andes, liberara Chile y a cuya cabeza proclamara José de San Martín la independencia peruana el 28 de julio de 1821. En adelante dejaría de existir como una fuerza efectiva de combate; tras la sublevación de El Callao únicamente 80 granaderos de los Andes continuarían combatiendo en el bando independentista hasta la batalla de Ayacucho.

El desastre final de Iquique

Por su parte, Alvarado se trasladó a Iquique para recoger las fuerzas chilenas que había dejado allí. No sabía que el general realista Olañeta había ocupado los valles de Lluta, Azapa y Tarapacá, y sus fuerzas habían expulsado a las fuerzas independentistas, ocupando Iquique. Una vez en Iquique, Alvarado creyó que los realistas habían abandonado la zona y ordenó desembarcar para tomar víveres y recabar información. Ignoraba que en Pozo Almonte, cerca del puerto, se hallaban fuerzas realistas del BI-I del RI de Fernando VII y el BI de Chichas, al mando del coronel José María Valdez, más conocido como Barbarucho; que había encabezado en 1821 el ataque a la ciudad de Salta en que fuera mortalmente herido el general Martín Miguel de Güemes.

En la madrugada del 13 de febrero, los realistas ocuparon nuevamente Iquique, y cuando a las ocho de la mañana un bote de la fragata Macedonia intentó desembarcar, sus ocupantes se enteraron de que los realistas estaban listos para emboscarles. Alvarado, creyendo que era una fuerza menor, ordenó desembarcar una compañía de la Legión Peruana y otra del BI-II de Chile; cada compañía sumaba 80 hombres. Al mando de la Legión Peruana, marchaba el Tcol Pedro de La Rosa y los sargentos mayores Manuel Taramona y José Méndez Llano. Dirigía la operación el coronel chileno Francisco Bermúdez.

Pero ya en Iquique, los independentistas se dieron cuenta de que eran superados ampliamente por los realistas, y fueron empujados, palmo a palmo, hacia el mar. Los que no murieron, intentaron llegar a las lanchas para reembarcarse, pero se habían alejado ante la fusilería que se les hacía desde la playa. Desesperados, muchos optaron por arrojarse al mar intentando alcanzar a nado las lanchas salvadoras.

Fue en ese momento cuando el Tcol La Rosa y su entrañable amigo, el mayor Taramona, decidieron intentar llegar a nado a los barcos. Antes la muerte que la rendición, habría sido su idea. A nado, ambos amigos se alejaban de la orilla, pero la distancia que les separaba de los barcos era considerable. Los realistas abordaron embarcaciones menores, desde las que les arrojaban cuerdas para poderlos salvar. Pero ambos jóvenes rehusaron, y ante el estupor de los realistas, ambos jóvenes oficiales sucumbieron. Algunos piadosos vecinos de Iquique encontraron sus cadáveres, arrojados por el océano, y con el respeto de las autoridades realistas, los enterraron en la misma tumba.

Los realistas capturaron a 100 soldados y 10 oficiales. Al regresar a Lima, el batallón contaba únicamente con 80 plazas de las 600 que tenía al partir de Chile. Esta sería la última acción de armas de la campaña de Alvarado.

Mientras reembarcaban los sobrevivientes, arribó a Iquique el general Olañeta. Bajo el pretexto de hacer llegar auxilios pecuniarios a sus prisioneros y recomendarlos a la humanidad del vencedor, Alvarado invitó a una conferencia a Olañeta, que le manifestó que estaba muy lejos de entregar sus prisioneros a una autoridad ilegítima creada por una rebelión de jefes liberales. La división que se vivía en la Península entre absolutistas y liberales se manifestaba también en el Perú, y sería una noticia de gran interés en los siguientes meses.

Sin embargo, ello servía de poco consuelo para los muertos y prisioneros en esta campaña. Tras la entrevista, Alvarado y los cuatro barcos que le quedaban zarparon hacia Lima.

Campaña de William Miller

El coronel británico William Miller, después de su discusión con Valdés, había desembarcado en la bahía de Quilca el 25 de diciembre con 120 soldados de la Cía de cazadores del BI-I de la Legión Peruana; también transportaba dinero, armamento y pertrechos para las guerrillas que operaban en la zona. Operó entre las localidades de Camaná, Caravelí y Chala (actual departamento de Arequipa), hostigando a las tropas realistas allí situadas; también se valió de estratagemas para distraer 2.000 efectivos realistas. Enterado de las derrotas de Torata y Moquegua, por encontrarse enfermado de cólera, Miller se reembarcó en Quilca de vuelta a El Callao.

Secuelas de la campaña

Las noticias de la batalla de Moquegua llegaron a Lima el 3 de febrero, causando gran consternación entre los republicanos. Para tratar de reparar este desastre militar, la Junta Gubernativa ordenó el alistamiento general de ciudadanos desde la edad de 15 años y se dispuso de igual manera que fueran reclutados para el ejército la tercera parte de los esclavos de la capital y la quinta parte de quienes residían fuera de las murallas. También se impusieron cupos en víveres y dinero para sostener la guerra y se dictaron otras medidas de urgencia. Sin embargo, esto no impidió que se generara una honda crisis política que culminó con el Motín de Balconcillo, primer golpe militar de la historia republicana del Perú, el cual supuso la proclamación de José de la Riva Agüero como presidente de la República.

Para el Ejército Real del Perú, la campaña fue no solo una gran victoria militar, sino también moral, que fortaleció al partido realista. Sus soldados en los días siguientes a la batalla entonaban una copla que se hizo famosa: «Congresito ¿Cómo estamos con el tris-tras de Moquegua? De aquí a Lima hay una legua ¿Te vas?, ¿Te vienes?, ¿Nos vamos?» Y, efectivamente, tras el Motín de Balconcillo, el Congreso Constituyente “se fue”. Lima fue reconquistada, tras ser abandonada por los independentistas, el 18 de junio y las tropas entrarían ante los “vivas” de la población que simpatizaba con la causa realista. Por sus distinguidas acciones, fueron ascendidos al grado superior los oficiales Gerónimo Valdés y José de Canterac, entre otros.

Para el ejército unido chileno-argentino que cruzara los Andes, liberara Chile y a cuya cabeza proclamara José de San Martín la independencia peruana el 28 de julio de 1821; en adelante dejaría de existir como una fuerza operativa de combate; tras la sublevación de El Callao únicamente 80 granaderos de los Andes continuarían combatiendo en el bando republicano hasta la batalla de Ayacucho.

Segunda campaña de los puertos intermedios (mayo-octubre de 1823)

Preparación de la expedición

Desde el 28 de febrero de 1823 gobernaba en el Perú el presidente José de la Riva Agüero, nombrado por el Congreso Constituyente tras la disolución de la Suprema Junta Gubernativa del Perú. La tarea primordial del nuevo gobierno era poner fin a la guerra de la Independencia, pues los españoles dominaban todavía el centro y el sur del Perú.

Riva Agüero desplegó una prodigiosa actividad, logrando antes de dos meses organizar un ejército nacional de más de 5.000 hombres, listos para entrar en campaña. Por primera vez, el Perú contaba con un ejército formado casi íntegramente por jefes y soldados peruanos. Riva Agüero se propuso llevar adelante el plan de ataque desde los puertos intermedios del sur, ya que consideraba que era bueno, y que el fracaso de la anterior campaña se debió a la lentitud con que se desarrollaron las operaciones y a las equivocadas decisiones. Deseaba también culminar la guerra de independencia sin el concurso de fuerzas extranjeras, es decir, de Simón Bolívar y los grancolombianos.

La expedición fue colocada bajo el mando del general Andrés de Santa Cruz, teniendo como JEM al general Agustín Gamarra y como jefe de escuadra al contralmirante Martín Guise. Se embarcó en El Callao entre el 14 y el 25 de mayo de 1823 y zarpó hacia el sur.

Bolívar había apoyado encarecidamente la expedición.​ En dos cartas para Santander y Salom, fechadas el 14 y 21 de mayo de 1823, respectivamente, escribía que mientras José de Canterac estaba en Jauja con 6.000 hombres, quedaban 2.000 realistas guarneciendo los puertos. Los republicanos podían enviar a Santa Cruz con 5.000 soldados mientras 6.000 podían quedar protegiendo Lima.​ Bolívar esperaba que Gerónimo Valdés y Pedro Antonio Olañeta pudieran reunir un máximo de 3.000 realistas para enfrentarlos en el río Desaguadero.

El ejército realista peruano fluctuaba entre 15.000 y 16.000 soldados y milicianos a tiempo parcial después de las batallas de Torata y de Moquegua. Olañeta tenía 1.500 hombres en el Alto Perú, José Carratalá 1.500 en Arequipa y Puno, Canterac 9.000 en Huancayo y Jauja; se esperaba que Valdés ocupara Lima con los batallones de Burgos, de Gerona y del Centro y el escuadrón de granaderos a caballo, en total 3.000 soldados. Las guarniciones de la costa alcanzaban apenas 1.000 efectivos.​ Durante la expedición republicana, específicamente en julio, el virrey La Serna se vería obligado a pedir a Canterac que ordenara a Valdés volver con 2.500 soldados,​ algo no esperado por Antonio José de Sucre al idear la campaña. El venezolano organizó una división de 3.215 veteranos, incluidos los auxiliares chilenos traídos por Pinto, para reforzar a Santa Cruz.

Las fuerzas independentistas al mando del general Andrés de Santa Cruz estaba compuesta de unos 5.200 efectivos en 7 BIs y 5 Escóns:

  • Infantería: BI-I de la Legión peruana del coronel Cerdeña, BI-I del coronel Eléspuru, BI-II del Tcol Garcón, BI-IV del coronel Pardo de Zela, BI-V del coronel José María de la Fuente y Mesía, marqués de San Miguel de Híjar.
  • Caballería: RH de la Legión Peruana del coronel Federico de Brandsen, EC de lanceros del coronel Placencia.
  • Artillería: 8 piezas del Tcol Morla.
Húsar de la Legión Peruana en 1821.

El comienzo de la expedición se atrasó, pues se esperaba aumentar la tropa a 7.000 soldados con los refuerzos chilenos, pero como estos no llegaron, finalmente se decidió lanzarla con los efectivos que tenían.

Inicio de la campaña

Las fuerzas expedicionarias emprendieron el viaje a los puertos intermedios del 1 al 14 de mayo, desembarcaron en Iquique y Pacocha; el 15 de junio la escuadra naval al mando de Martin Guisse y 400 hombres al mando del coronel Elespuru ocuparon Arica. Poco después se ocupó Tacna y Moquegua, puntos donde permanecieron mucho tiempo, con lo que se perdió el factor sorpresa. Recién en julio, los independentistas, divididos en dos grupos, avanzaron al Alto Perú: el 8 de agosto Santa Cruz ocupó La Paz y el 9 de agosto Gamarra hacía lo mismo con Oruro.

Alarmado por el avance independentista, el virrey La Serna llamó de urgencia al general Gerónimo Valdés, que se hallaba entonces cerca de Lima, ciudad que había sido ocupada por los realistas durante el lapso de un mes, entre junio y julio de 1823. Valdés, que se caracterizaba por la rapidez de sus desplazamientos («Valdés tiene alas en los pies», se decía), llegó en menos de un mes al Alto Perú y se reunió con las fuerzas del virrey; a ellas se sumaron otras fuerzas realistas provenientes de Puno y Arequipa.

Segunda campaña de los puertos intermedios (mayo-octubre de 1823).

Situación de Lima

Mientras que se desarrollaba esta campaña, importantes acontecimientos sucedían en el resto del Perú. Como consecuencia de la casi nula defensa militar de Lima, 9.000 realistas al mando del general José de Canterac tomaron la capital el 18 de junio de 1823, lo que desencadenó un reacomodo social a la nueva situación que devino en una crisis política. Parte del Congreso se pasó al bando realista, al igual que la élite criolla que no había tenido participación directa en la firma del acta de independencia, mientras que unas 10.000 personas dejaban la ciudad temerosas de las represalias del bando realista.

El presidente Riva Agüero trasladó la sede de su gobierno al Callao; ya por entonces dicho mandatario se hallaba en abierta disputa con el Congreso. Ante la crítica situación, los parlamentarios dispusieron el traslado a Trujillo de los dos poderes del Estado, es decir, el Ejecutivo y el Legislativo; crearon además un Poder Militar que confiaron al general venezolano Antonio José de Sucre (que había llegado al Perú en mayo de dicho año al frente de tropas auxiliares grancolombianas), y acreditaron una delegación para solicitar la colaboración personal de Simón Bolívar en la guerra contra los españoles el 19 de junio de 1823. Enseguida, el mismo Congreso concedió a Sucre facultades iguales a las de Presidente de la República mientras durara la crisis, y el día 23 de junio dispuso que Riva Agüero quedaba exonerado del mando supremo.

Riva Agüero no acató tal disposición y se embarcó a Trujillo con parte de las autoridades. Mantuvo su investidura de presidente, decretó la disolución del Congreso y creó un Senado integrado por diez diputados. Mientras tanto, el 16 de julio, Canterac se retiraba de Lima, siendo inmediatamente ocupada la capital por los independientes. El Congreso se reunió nuevamente en Lima y nombró como presidente de la República a José Bernardo de Tagle, el 16 de agosto.

Expedición de Sucre

Antonio José de Sucre vio conveniente ayudar lo más rápido posible a la campaña de Santa Cruz, por lo que al mando de 3.000 colombianos y acompañado de William Miller salió de Lima el 20 de julio, ocupando Arequipa el 31 de agosto. Luego intentó unirse con la división de Santa Cruz, pero no pudo.

Batalla de Zepita o de Chua Chua (25 de agosto de 1823)

Santa Cruz cometió el error estratégico de dividir a sus tropas mandándolas a ocupar territorios marginales a la situación bélica. En agosto de ese mismo año, la columna del ejército independentista peruano que mandaba el general en jefe cruzó el Desaguadero con la intención de sorprender a las fuerzas del general Gerónimo Valdés que, ignorante de esta situación, avanzaba en dirección al mismo punto encontrándose ambos ejércitos el 25 de agosto. Sorprendido Valdés en marcha se retiró ordenadamente hasta los altos de la llanura de Zepita, siendo perseguido por Santa Cruz e iniciándose la batalla al caer la tarde.

Las fuerzas realistas de Valdés eran 1.600 efectivos encuadrados en:

  • Infantería: BI Victoria (ex-Talavera) del coronel Martín Ruiz de Somocurcio, BIL de cazadores del coronel Vicente Pacheco, BI de Partidarios (Real de Lima).
  • Caballería: RC de cazadores-dragones del coronel Gaspar Fernández de Bobadilla, ED americanos, EC Guardia del Virrey (piquete).
  • Artillería: 2 piezas del capitán Valentín García.

Las fuerzas independentistas de Santacruz eran 1.800 efectivos encuadrados en:

  • Infantería: BI-I de la Legión Peruana del coronel Blas Cerdeña, BIL de cazadores del comandante Ventura Alegre, BI-II del Perú (Trujillo), BI-IV del Perú (Piura).
  • Caballería: RH de la Legión Peruana del coronel Federico Brandsen.
  • Artillería. 2 piezas del capitán Francisco Méndez.

Tras algunos intercambios de disparos entre la artillería y las guerrillas de ambos ejércitos, sobre las 17:00 horas, la infantería peruana desplegada en la llanura inició un ataque frontal sobre las posiciones realistas en los altos de Zepita. El BI-I de la Legión Peruana, al mando del coronel Blas Cerdeña, avanzó sobre la izquierda realista, donde fue resistido y rechazado por el BI de Vitoria y dos mitades de caballería al mando del brigadier José Carratalá, siendo herido y hecho prisionero durante la acción el coronel Cerdeña.

Tras perder a su jefe, el BI-I de la Legión Peruana empezó a ceder el terreno, siendo imitado por el resto de la infantería peruana, aunque en su parte Santa Cruz afirma que se debió a una estratagema suya para sacar al enemigo de sus favorables posiciones defensivas. Percibiendo que la infantería enemiga se retiraba en desorden, el general Valdés ordenó una carga general de su caballería con la esperanza de quebrar las líneas republicanas y decidir la batalla a su favor.

Santa Cruz, por su parte, dispuso también que los húsares de la Legión, mandados por el coronel francés Federico de Brandsen y los jefes de escuadrón Soulanges y Aramburu, cargasen a la caballería de Valdés. El choque en la llanura fue favorable a los húsares independentistas, que obligaron a volver grupas a los realistas a los que sablearon en su retirada, tomando además 184 prisioneros hasta ser contenidos por los fuegos de la infantería realista.​

Al caer la noche, ambas fuerzas se retiraron, asegurando mutuamente haber quedado dueñas del campo y conseguido una victoria. Las bajas admitidas por Santa Cruz fueron 28 muertos y 84 heridos, teniendo además 30 prisioneros, pero capturando un considerable botín de 240 fusiles, 52 caballos ensillados, 240 lanzas, 63 sables y algunos otros despojos de guerra. Las bajas realistas fueron 100 soldados muertos y 184 prisioneros.

Aunque Santa Cruz infligió mayores bajas a sus contrarios y desmoralizó a su caballería, militarmente se trató de una batalla indecisa donde ningún bando logró obtener una ventaja decisiva; aun así, Santa Cruz fue nombrado Mariscal de Zepita por el gobierno peruano al tratarse del primer encuentro bélico favorable a las armas de la república tras las desastrosas derrotas de Torata y Moquegua los meses anteriores.

Retirada a la costa

Santa Cruz continuó su marcha en busca de Gamarra, con el que por fin se reunió en Panduro; en total, el ejército republicano sumaba 7000 efectivos. Mientras tanto, La Serna se unió con las fuerzas del general Pedro Antonio Olañeta y persiguió a Santa Cruz. Las caballerías de ambos bandos se enfrentaron en Sicasica y Ayo Ayo, pero Santa Cruz, pese a la insistencia de los suyos, no quiso presentar una batalla decisiva y ordenó el repliegue de sus tropas; se dice que tomó tal decisión al verse en desventaja.

Santa Cruz inició así una larga y penosa retirada hacia la costa, a la espera de una expedición de refuerzo proveniente de Chile que inclinaría la balanza nuevamente en su favor; sin embargo, esta expedición llegaría demasiado tarde y volvería a Chile sin desembarcar en territorio peruano.

En esta serie de marchas y contramarchas, los independentistas perdieron gran cantidad de hombres y equipos, tan así que al llegar al puerto de Ilo, Santa Cruz disponía tan solo de 800 infantes y 300 jinetes. Para empeorar la situación, la caballería peruana, que tanto se había distinguido en Zepita, fue capturada en alta mar por un buque realista. Entre los prisioneros se encontraban el coronel José María de la Fuente y Mesía, noble criollo que se había unido a San Martín tan pronto como este desembarcó en Paracas; el comandante de húsares Luis Soulanges, destacado oficial francés al servicio de la causa independentista, y muchos jóvenes oficiales peruanos de la aristocracia limeña, quienes perecieron trágicamente al naufragar el buque en el que eran remitidos prisioneros a las islas de Chiloé, entonces bajo control realista.

Combate de Arequipa (8 de octubre de 1823)

La expedición al mando de Sucre se componía de unos 3.000 efectivos, en su mayoría colombianos, a excepción de la caballería, encuadrados en:

  • Fuerzas grancolombianas: BI de Pichincha, BI Vencedores de Bocayá, BI de Voltígeros, ED de Colombia (50).
  • Fuerzas chilenas: BI-IV (en esqueleto tras la batalla de Moquegua), Bía de artillería, ED de Chile (180).
  • Fuerzas peruanas: EC de Guías (120) de Riva Agüero.

Por órdenes de Bolívar, los húsares de Riva Agüero (posteriormente húsares del Perú) fueron relevados por los dragones de Chile (cuerpo de refuerzo que había llegado al Callao en noviembre de 1822), pues era voluntad del Libertador que todas las unidades chilenas fueran desplazadas al sur,​ donde se esperaba que prontamente arribara de Chile una numerosa expedición de refuerzo.

Tras zarpar del Callao el 4 de julio, la caballería al mando de Miller desembarcó en Chala, en la costa del departamento de Arequipa, el 21 del mismo mes. El 7 de agosto, el Tcol Pedro Benigno Raulet, que mandaba la caballería peruana, sostuvo una escaramuza con la retaguardia del general Valdés que se dirigía al Alto Perú a batir a Santa Cruz, pero pese a la distracción, este no detuvo su marcha.

Continuando con su travesía por tierra, Miller llegó al valle de Siguas el 26 de agosto, donde encontró a Sucre, que había desembarcado su infantería en la caleta de Quilca. Tras avanzar por el valle de Vitor, la vanguardia del ejército libertador ocupó Arequipa el 30 de agosto después de que la guarnición realista de 800 hombres al mando del coronel Mateo Ramírez evacuara la ciudad. A su entrada a Arequipa, con el grueso del ejército el 31 de agosto, Sucre fue recibido con júbilo por la parte de la población partidaria de la independencia, mientras que los civiles realistas mantenían una notable distancia.

Por aquel entonces, las tropas peruanas de Santa Cruz ocupaban parte significativa del Alto Perú y, tras una favorable, aunque estratégicamente indecisa, batalla en Zepita, se retiraron a Oruro a reunirse con el resto del ejército mandado por Agustín Gamarra. Los realistas, sin embargo, habían agrupado también sus fuerzas, uniéndose los ejércitos del general Canterac, el virrey La Serna y el general Olañeta proveniente de Potosí. Entonces, en situación desventajosa, el ejército de Santa Cruz se retiró a la costa, siendo perseguido muy de cerca por el del virrey, perdiendo en la marcha muchos hombres y equipos; los realistas la llamaron la campaña del Talón.

Cuando el general Sucre, cuyas avanzadas habían ocupado Puno, tuvo conocimiento de estas noticias, contramarchó también primero a Cangallo en la ruta de Moquegua, donde se entrevistó con Gamarra y Santa Cruz, quienes se retiraban al puerto de Ilo, y luego a Arequipa, ciudad a la que regresó el 29 de septiembre.

Mientras tanto, los realistas, después de lograr el desbande de Santa Cruz, dirigieron sus miradas a la división de Sucre estacionada en Arequipa. En los días siguientes, el ejército real avanzó a marchas forzadas con intención de batir a Sucre, llegando a Apo, punto ubicado a pocas leguas de la ciudad.

El 7 de octubre, Ferraz tuvo conocimiento de que ya la infantería enemiga había salido para la caleta de Quilca, donde esperaban sus buques; pero que su caballería, a excepción del RD colombiano compuesto por 320 soldados en 3 EDs a las órdenes del general Miller y del mismo Sucre, aún permanecía en la urbe.

Confirmadas estas noticias y tras dar un descanso a sus tropas, el virrey ordenó que el brigadier Valentín Ferraz atacara y batiera a los independentistas que aún ocupaban Arequipa. Para ello dispuso la salida de tropas escogidas compuestas por 150 soldados de caballería divididos en tres mitades de granaderos de la Guardia, una de la escolta del virrey y otra de cazadores-dragones, y dragones americanos; más 250 infantes de los batallones de Gerona, Victoria, Cazadores, Centro y Cantabria al mando del brigadier Antonio Tur.

A las primeras horas del 8 de octubre, las avanzadas independentistas divisaron en Cangallo a la fuerza realista en movimiento, dando la alarma a Sucre y al resto de sus tropas. Al llegar Ferraz a las inmediaciones de la ciudad, divisó a la caballería independentista convenientemente formada, por lo que mandó entonces una columna a atacar por la calle que conduce al puente sobre el río Chili, mientras que él con el resto de la fuerza atacaría de frente atravesando la ciudad. Al desembocar en la plaza y antes de que pudiera desplegarse convenientemente la columna que avanzaba sobre el puente, fue atacada por el escuadrón Guías que mandaba Raulet, quien antes de recibir órdenes se lanzó sobre la caballería realista. Logró arrollarla y obligarla a retroceder, pero al ser reforzada por dos compañías al mando del mismo Ferraz, fue luego superado y su escuadrón destrozado, siendo rechazado hacia el puente de la ciudad con muchas bajas.

Diezmado el escuadrón peruano y mientras Ferraz con el grueso de la caballería realista avanzaba combatiendo por las calles San José y del Comercio (actual Mercaderes), Miller se reunió con Sucre en la plaza de armas, quien le confió entonces el mando de la retaguardia que entonces, según Miller, había sido reducida a 140 jinetes tras los primeros combates.

Paralelamente a los combates que tenían lugar en la ciudad, los civiles realistas aprovecharon la oportunidad para manifestar su apoyo a las fuerzas realistas.

Con estos restos de su caballería, Miller evacuó la ciudad con dirección a Uchumayo, siendo perseguido en todo momento por los granaderos de la guardia al mando de Ferraz, cuya infantería había quedado en la ciudad. Tras cruzar el puente de Uchumayo, Miller divisó que solo 100 jinetes realistas le seguían de los que solo 39 se encontraban debidamente formados, por lo que, a favor de esta superioridad numérica, ordenó cargar a los dragones de Chile mandados por el comandante Castañón. Según las crónicas del viajero inglés Robert Proctor, este cuerpo estaba formado por malos elementos de la sociedad chilena y no se caracterizaba por su disciplina, siendo que era conocido irónicamente como «los inocentes» debido a las tropelías que cometía en campaña. Para empeorar las cosas, los soldados chilenos no sabían manejar las lanzas con las que estaban armados. Cargados a su vez por los granaderos realistas, fueron completamente derrotados y puestos en fuga.

Miller diría después que «sus hombres habían sido abatidos por acontecimientos, que en la otra mano, habían arrojado a los realistas con más valor de lo habitual». Durante la persecución, el mismo Miller estuvo a punto de ser capturado por los granaderos realistas; incluso algunos de ellos, que probablemente habían servido en el ejército independentista, le reconocieron en su huida y, tras saludarlo, le solicitaron que se rindiera, pero Miller, que iba bien montando, logró evadir todos sus intentos para cercarlo, rechazando además sus propuestas de rendición. Finalmente, los realistas detuvieron la persecución por el cansancio de sus caballos, a los que incluso habían relevado con los tomados a los muertos y prisioneros enemigos. Miller, tras referir estos últimos sucesos, señalaría, en sus memorias, que sus perseguidores no realizaron ningún tiro de carabina contra su persona a pesar de hallarse relativamente a corta distancia de ellos.

Las bajas independentistas ascendieron a 52 muertos y 166 heridos y prisioneros; entre estos últimos, el comandante Castañón del ED de Chile y 5 oficiales. Castañón era un oficial español que había desertado del ejército realista en Costa Firme; según el historiador chileno Gonzalo Bulnes, era un «oficial muy distinguido que murió en la prisión».

Los realistas capturaron como botín 142 caballos ensillados, 98 carabinas, 120 cartucheras, más de 100 sables, 60 lanzas y 3 clarines.

Acompañado de un reducido grupo de oficiales y soldados, Miller llegó a Quilca, de donde marchó a Lima vía Camaná, en donde, según él, conoció a la bella musa del poeta peruano y prócer de la independencia Mariano Melgar, a quien fusilaran los realistas tras la batalla de Umachiri.

Los generales Sucre, Lara y Alvarado se embarcaron en Quilca con el resto de la infantería. El grueso ejército real al mando del virrey ocupó Arequipa el 10 de octubre. El 16 del mismo mes, el general Olañeta destruyó la montonera independentista del comandante José Miguel Lanza en el Alto Perú, tomándole además 500 hombres de tropa y 31 oficiales junto con gran cantidad de equipos y armas. Al concluir el año de 1823, las tropas realistas se encontraban nuevamente en situación victoriosa.

Secuelas de la campaña

Estacampaña,a al igual que su antecesora, tuvo grandes repercusionespolíticas; cundió la anarquía en el Perú al existir al mismo tiempo dos gobiernos: Riva Agüero en Trujillo y Torre Tagle en Lima. Sumado a ello, el fracaso de la Segunda Campaña a Intermedios creaba el ambiente perfecto para que, por pedido unánime de la población, se produjera la intervención de Bolívar y su ejército grancolombiano, visto como el único que podía salvar al Perú.

Al año siguiente se produciría la sublevación de El Callao y Lima sería de nuevo ocupada por los realistas el 29 de febrero de 1824. Así mismo, después de la campaña, las fuerzas realistas se reorganizaron en los llamados «Ejercito del Norte» al mando de Canterac y el «Ejercito del Sur» al mando de Gerónimo Valdez; en este último ejército se encontraba subordinado Pedro Antonio de Olañeta, alimentando su separación el virrey de la Serna. El 22 de enero de 1824 Olañeta realizaría una rebelión en el Alto Perú.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-06. Última modificacion 2025-11-06.
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