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Bolívar es invitado a consolidar la independencia del Perú
Perú vivía en aquellos momentos un absoluto caos. La renuncia de San Martín había dejado el país en un completo desorden, pese al triunvirato que el Congreso formó para llevar el gobierno. Los tres recelaban unos de otros y estaban resueltos a oponerse decididamente a la Gran Colombia. De ahí que la oferta de Bolívar de prestar ayuda fuera rechazada de inmediato.
Bolívar dudaba, llegó incluso a pensar que sería mejor abandonar Perú a su suerte, vista la recepción de su oferta. No obstante, estaba totalmente convencido de que él se hallaba obligado a dirigir la liberación del territorio.
El Congreso de Bogotá concedió el permiso para que Bolívar asumiese el mando en Lima. Este ya había enviado una carta a Santander anticipando que iría a Perú sin aguardar más. Había esperado mucho tiempo antes de decidirse a ir al Perú, pero entonces lo hacía en muy buenas condiciones, con el requerimiento de las autoridades del país.
Sucre, que había sido enviado por Bolívar para pacificar la zona, había sido nombrado comandante en jefe del Perú.
El Congreso peruano, acatando las recomendaciones del general Sucre, invitó a Bolívar a trasladarse al Perú “para consolidar la independencia”. Bolívar se embarcó en el bergantín Chimborazo en Guayaquil, el 7 de agosto de 1823, llegando a El Callao el 1 de septiembre del mismo año.
El mayor peligro en aquellos momentos no eran los realistas, sino la división interna de los propios suramericanos. En ese momento coexistían 5 ejércitos distintos: argentino, peruano de Rivas Agüero, peruano de Torre Tagle, chileno y grancolombiano, cada uno de los cuales obedecía a un jefe distinto.
El día 10 de septiembre el Congreso de Lima le otorgó la suprema autoridad militar en toda la República. Seguía siendo Torre Tagle presidente, pero debía ponerse de acuerdo en todo con Bolívar. El único obstáculo para Bolívar era el expresidente Riva Agüero, que unos meses antes había suplicado a Bolívar salvar al país del caos, y que dominaba el norte del Perú, con capital en Trujillo. Riva Agüero no dio señal de querer llegar a un acuerdo que posibilitara la unificación de todas las fuerzas independentistas bajo el mando del Libertador del Norte, y más bien quiso entenderse con los realistas, en un intento de reunir los ejércitos realistas y peruanos contra Bolívar.
Rebelión de Riva Agüero
Cuando el jefe realista José de Canterac amenazó Lima, José de la Riva Agüero ordenó entonces el traslado de los organismos del gobierno y las tropas de la joven República Peruana a la fortaleza del Real Felipe en El Callao, el 16 de junio de 1823. El día 18 las fuerzas realistas ocupaban Lima.
En El Callao estalló la discordia entre el Congreso y Riva Agüero. El Congreso resolvió que se trasladasen a Trujillo los poderes Ejecutivo y Legislativo; creó además un poder militar que confió al general venezolano Antonio José de Sucre, y acreditó una delegación para solicitar la colaboración personal de Simón Bolívar en la guerra contra los realistas el 19 de junio de 1823. Enseguida, el mismo Congreso concedió a Sucre facultades iguales a las de presidente de la república mientras durara la crisis, y el día 23 de junio dispuso que Riva Agüero quedara exonerado del mando supremo.
Riva Agüero no acató tal disposición congresal y se embarcó a Trujillo con parte de las autoridades. Mantuvo su investidura de presidente y decretó la disolución del Congreso el 19 de julio de 1823. Creó un Senado integrado por diez diputados. Formó tropas e intentó reforzarlas con los restos de la Segunda Campaña de Intermedios. Mientras que en Lima, el Congreso fue nuevamente convocado por el presidente provisorio Torre Tagle, el 6 de agosto del mismo año. Este Congreso reconoció a Tagle como presidente de la República, siendo este el segundo ciudadano en adoptar dicho título, después de Riva Agüero. Cundió, pues, la anarquía en el Perú, al existir al mismo tiempo dos gobiernos.
A principios de septiembre, los independentistas sumaban 15.000 efectivos, distribuidos: 6.000 con Santa Cruz en La Paz, 3.000 con Sucre en Arequipa, 4.000 en los alrededores de Lima y 2.000 siguiendo a Riva Agüero en Trujillo; además, se esperaban 2.000 refuerzos de Chile. Las fuerzas realistas eran 18.000 efectivos: 8.000 con Canterac en Jauja, 3.000 con Valdés entre Puno y Arequipa, 4.000 con Olañeta en Charcas, 1.000 con el virrey en Cuzco y 2.000 en otras zonas. Pero la necesidad de hacer frente a Santa Cruz obligó a debilitar las fuerzas del norte, quedando 3.000 en Jauja e Ica, concentrando 4.000 en Arequipa. Sucre estaba obligado a evitar enfrentarse a fuerzas superiores; debía retroceder hacia Lima o a unirse a Santa Cruz.
Con las tropas grancolombianas, unos 3.000 efectivos, Bolívar ascendió desde la costa hacia la Cordillera Negra, siguiendo por los valles de Pativilca y las fortalezas; atravesando la Cumbre, descendió al callejón de Huaylas. El grueso del ejército marchó hacia Huaraz, en donde se incorporó Sucre y su división. A Sucre se le encargó cruzar la cordillera con algunos cuerpos selectos y dirigirse al sur para enfrentar a los españoles que se hallaban en las regiones de Huánuco y Pasco; mientras tanto, Bolívar se dirigía al norte directamente contra Riva Agüero, quien se había retirado a Trujillo. Mientras en la sierra se desarrollaba la campaña, en la costa el almirante Guisse se pronunció a favor de Riva Agüero, y estableció el bloqueo de toda la costa peruana desde Cobija hasta Guayaquil.
Bolívar nombró una comisión compuesta por el diputado José María Galdeano y el general de brigada Luis Urdaneta para tratar con Riva Agüero. El 11 de septiembre llegaron al cuartel general en Huaraz sin lograr un acuerdo aceptable con el disidente, pues este esperaba noticias favorables del ejército de Santa Cruz y de las negociaciones que llevaba con los españoles.
Bolívar invitó varias veces a Riva Agüero a sumar los 3.000 hombres que este disponía con el fin de abrir la campaña que él conduciría contra los realistas. Mientras tanto, Sucre buscaba acercar a Santa Cruz y así cortar el apoyo de este a Riva Agüero. Bolívar se enteró entonces de la disolución del ejército de Santa Cruz junto con las alarmantes noticias de que Riva Agüero buscaba un acuerdo con el virrey La Serna. Agotados los recursos diplomáticos, Bolívar inició los preparativos para reducir a Riva Agüero por la fuerza. El mismo Bolívar abrió campaña contra Riva Agüero, marchando al norte con 4.000 efectivos.
Riva Agüero evitó el combate con las tropas grancolombianas, y antes de que se desatara el enfrentamiento armado, Riva Agüero fue apresado en Trujillo por sus propios oficiales encabezados por el coronel Antonio Gutiérrez de la Fuente el 25 de noviembre de 1823; mientras que en Santa hizo lo mismo el coronel Ramón Castilla, prendiendo al general Ramón Herrera, segundo de Agüero. Bolívar permaneció en la cordillera occidental persiguiendo a los subalternos de Riva Agüero, que se habían retirado al Marañón y se iban rindiendo por donde pasaba Bolívar.
Gutierrez desobedeciendo la orden de fusilarlos, los envió al destierro a Guayaquil, desde donde Agüero pasó a Europa. En julio de 1826 se casó con la princesa belga Carolina Arnoldina Irene de Looz Corswarem.
Después de la derrota de los partidarios de Riva Agüero, las fuerzas del ejército unificado tenían posesión de la costa central y norte, y de la sierra norte (actuales departamentos de Piura, La Libertad, Áncash, Lima y Cajamarca). Ante ello, siendo factible la posibilidad de que Lima fuera invadida por fuerzas realistas (como en efecto lo fue tras el motín del Callao), Bolívar decidió mudar su cuartel general al pueblo de Pativilca, 200 kilómetros al norte de Lima.
Al finalizar la campaña, el ejército de Bolívar se encontraba desgastado, cansado de marchar por las altas cordilleras y con su equipo gastado y sin posibilidades de reponerlo. Bolívar pidió refuerzos a la Gran Colombia, pero el presidente Santander se retrasaba en atender las peticiones de Bolívar, escudándose en el texto de la Constitución. El envío de recursos empobrecía a la Gran Colombia, y Santander argumentaba que defendía los intereses de la República; mientras que Bolívar defendía los de la independencia americana. Los refuerzos solo empezarían a llegar cuando la guerra ya estaba prácticamente acabada.
Bolívar instruyó a Torre Tagle para que se acercase a los mandos españoles acantonados en Jauja para lograr una negociación con la finalidad de ganar tiempo para lograr aumentar su ejército y ser capaz de vencer a los realistas. Torre Tagle cumplió ese encargo, pero, paralelamente, fue acusado por Bolívar de negociar con el virrey La Serna la expulsión de Bolívar y obtener así la plenitud de su mandato.
Motín de El Callao (5 de febrero de 1824)
Los fuertes del Callao se hallaban en poder de los independentistas desde el 21 de septiembre de 1821. Después de la incursión de Lima llevada a cabo desde Jauja por el ejército realista de José de Canterac, el 18 de junio de 1823, las fuerzas que entraron en la ciudad se replegaron a los fuertes de El Callao, en donde permanecieron sitiadas hasta el 16 de julio de 1823. Tras la retirada realista, el gobierno peruano con sus fuerzas militares abandonaron el Callao, quedando en la guarnición al mando del coronel Valdivieso; esta estaba compuesta por el BI Vargas de la Gran Colombia y unos 100 artilleros chilenos al mando del coronel Juan Nepomuceno Morla. Para combatir a las guerrillas del Norte al mando de José de la Riva Agüero, el 19 de diciembre de 1823 Simón Bolívar mandó salir del Callao al BI Vargas con destino a Cajamarca y lo hizo reemplazar por las fuerzas argentinas del RI del Río de la Plata. Estas entraron en los fuertes después de que desertaran muchos soldados en los 6 días que debieron acampar al aire libre hasta la llegada a El Callao de la orden de Bolívar. El general Rudecindo Alvarado pasó a ser el gobernador de la plaza.
El Callao permaneció custodiado por unos 2.000 hombres pertenecientes al RI de Infantería del Río de la Plata (al mando del coronel Ramón Estomba), al BI-XI de los Andes, al BI-IV de Chile, a la brigada de artillería de Chile y a la brigada de artillería volante del Perú. Eran las unidades remanentes de la División de los Andes, entonces al mando del general Enrique Martínez, que habían sobrevivido a la batalla de Moquegua. Los 300 soldados chilenos llegados con el coronel José Santiago Aldunate al puerto de Santa se hallaban en el vecino pueblo de Bellavista. La División de los Andes constaba en total el 14 de enero de 1824 de 1.338 efectivos.
El presidente de Perú, José Bernardo de Tagle, había iniciado negociaciones con los realistas, enviando a Jauja a su ministro de guerra Juan de Berindoaga; públicamente se informó que esas negociaciones buscaban un armisticio, pero en secreto se trató de la entrega del sur peruano al virrey José de la Serna.
Tras el sometimiento de Riva Agüero en el norte, con Bolívar designado dictador, Tagle y Berindoaga iniciaron intrigas para lograr la entrega del ejército del Sur a los realistas. Para ello ordenaron que el RC de granaderos se dirigiera desde Cañete a Lima y que el coronel Nobajas, jefe del RI Peruano, una vez estallada la sublevación, llevara su regimiento desde Chancay y Supe a Lima.
Entre los 30 prisioneros realistas del Callao se hallaba el coronel José María Casariego, en contacto con los jefes conspiradores; este logró influir al sargento 1° Dámaso Moyano, un mulato mendocino, hijo de esclavos, perteneciente al RC de granaderos, y al sargento Francisco Oliva, del BI-XI. Estos sargentos instaron a otros sargentos y cabos de la guarnición a sublevarse con el objeto de reclamar la paga de un año que se les debía, unos 400.000 pesos, y que se les mejorara el suministro de alimentos, que consistía en arroz con charqui (una especie de cecina), que a veces se encontraba en mal estado.
Facilitó la disconformidad de la tropa el hecho de que el día anterior a la sublevación se le abonó la paga a jefes y oficiales sin nada para ellos, junto con el conocimiento de que las unidades serían trasladadas al norte del Perú para ponerse a disposición de Bolívar, contrariando su deseo de regresar a Chile y al Río de la Plata. Moyano y Oliva se cuidaron de no revelarles la verdadera intención de la sublevación: la entrega del Callao a los realistas.
El día fijado para la sublevación, el 5 de febrero, los sargentos Moyano y Oliva montaron las guardias en lugares estratégicos y por la mañana arrestaron a los oficiales que había en la guarnición y a los demás a medida que iban llegando a El Callao desde el pueblo cercano; entre ellos al gobernador del Callao, general Rudecindo Alvarado, y el comandante general de Marina, general Pascual Bibero. El Estado Mayor de la División de Los Andes se hallaba establecido en Lima, por lo que los principales jefes pudieron evitar ser apresados por los sublevados. Moyano se autonombró “coronel jefe del regimiento y de la Plaza de El Callao”.
El 10 de febrero, asustados de la reacción independentista que los llevaría al cadalso y sin poder asegurar su autoridad, Oliva y Moyano liberaron y pasaron el mando a Casariego, consumando la traición. Casariego liberó a los prisioneros realistas de los calabozos del Callao y llevó a ellas a los oficiales arrestados custodiados por Oliva, a quien nombró coronel, con dos cañones de metralla y 100 hombres, y órdenes de ametrallar a los prisioneros si intentaban algo. Casariego había logrado convencer a Moyano (a quien nombró brigadier) de que serían ejecutados si caían en manos independentistas; en cambio, si se pasaban a los realistas, recibirían premios.
Después, ordenó el izamiento de la bandera española en los torreones de la fortaleza del Real Felipe, el 18 de febrero, y el saludo correspondiente con salvas de artillería. Al constatar el engaño, algunos de los sublevados intentaron reaccionar, pero fueron apresados y fusilados inmediatamente por Moyano, a quien Casariego había nombrado brigadier y conde de los Castillos. Más tarde se le daría su nombre a una de las fortalezas de la plaza y a un buque corsario. Según la versión de Bartolomé Mitre, entre los fusilados que se negaron a gritar, “¡Viva el Rey!” se hallaba Antonio Ruiz, alias el Negro Falucho, un esclavo liberto del RI del Río de la Plata; quien tampoco quiso arriar la bandera argentina para ser reemplazada por la española, con estas palabras: «Malo será ser revolucionario, pero es peor ser traidor», siendo sus últimas palabras «¡Viva Buenos Aires!». La veracidad de esta anécdota es muy discutida y puesta en duda por algunos historiadores.
Desde Lima se enviaron varios emisarios con promesas de indulto; entre ellos, estaba el general Mariano Necochea, que fue recibido por Moyano sin conseguir que depusiera su actitud.
Sublevación del RC de granaderos de los Andes (marzo de 1824)
Producida la sublevación de El Callao, el general Simón Bolívar consideró perdida esa guarnición y la ciudad de Lima, por lo que ordenó desde Pativilca al general Enrique Martínez que sacara de la ciudad el parque y todo lo que fuera útil al ejército. Para auxiliar en esa tarea, ordenó al RC de granaderos, que con una fuerza de casi 200 plazas se hallaba en Cañete observando a la división realista del brigadier José Ramón Rodil situada en Ica, que se replegara a Lima.
Cuando el 14 de febrero una columna del regimiento al mando del teniente coronel José Félix Bogado se hallaba en marcha por la pampa de Lurín, se produjo el apresamiento de los oficiales por parte de un grupo de sublevados del propio regimiento. El sargento Orellano tomó el mando de la unidad, nombrando oficiales de entre los cabos y sargentos sublevados, continuando su marcha hacia el Callao.
Al observar Orellano la bandera española en El Callao, se dirigió a sus compañeros diciendo que el que quisiera le siguiera. Unos 100 hombres le siguieron a El Callao, atacando a algunos soldados en Buenavista para abrirse paso y romper el cerco; mientras el resto, unos 120 granaderos, siguieron a Bogado a Lima, en donde se encontraban las fuerzas al mando de Necochea, continuando a sus órdenes hasta la batalla de Ayacucho.
Junto con otras unidades, entre ellas las chilenas de Aldunate, el resto de los granaderos a caballo marchó a reunirse con las fuerzas de Simón Bolívar, quien los puso bajo las órdenes de Necochea, llegando a Huacho el 3 de marzo. El día 8, se hallaban en Supe esperando ser embarcados hacia Trujillo, pero el 14 de marzo, pasaron a Huarmey. El día 18 Necochea embarcó hacia Trujillo a 40 granaderos, siguiendo por tierra los otros 70 hacia Casma al mando del comandante Bogado.
El 23 de marzo Bolívar designó a Necochea como comandante general de caballería del Ejército Unido Libertador del Perú.
El 26 de marzo, el piquete de Bogado llegó a Huarás, en donde el general Sucre los destinó a Yungay, marchando el día 30. El piquete embarcado hacia Trujillo quedó al mando del comandante Alejo Bruix; el 11 de abril, Bolívar lo nombró coronel, ad referéndum del gobierno argentino, marchando el día 30 a Huamachuco.
Evacuación de Lima y ocupación realista
El vicealmirante Roberto Bisset con una falúa y tres botes logró incendiar y destruir la escuadra independentista que quedaba en manos realistas, compuesta por las fragatas Huayas y Rosa y 6 barcos más.
Todo lo que pudo rescatar Necochea de los almacenes de Lima fue embarcado hacia Trujillo en el puerto de Chorrillo bajo la dirección del Tcol fray Luis Beltrán.
Necochea abandonó Lima el 27 de febrero con menos de 500 hombres, dirigiéndose al norte con fuerzas de caballería: los granaderos a caballo remanentes de la sublevación, un escuadrón de lanceros del Perú (al mando del montevideano Casto José Navajas) y varios piquetes húsares y otros cuerpos. La fuerza siguió por Chancay, Huacho y Huaurá, alcanzando Supe 4 o 5 días después.
El 16 de marzo en Supe se sublevaron los lanceros del RC peruano de la Guardia, al mando del coronel Navajas, siendo su segundo el comandante Juan Ezeta. Los 89 soldados y 11 oficiales regresaron a Lima para unirse a los realistas, actuando de acuerdo a las órdenes que tenía encomendadas por Tagle, quien para entonces ya se había pasado abiertamente al bando realista. En la cuesta de Pasamayo, el sargento Yepes y 26 hombres lograron separarse de la columna y unirse con los independentistas. Después de otras deserciones en Ancón, Navajas llegó al Callao con 60 hombres. Gamarra reunió a los dispersos y los remitió por mar a Huacho.
El comandante de Chancay José Caparroz, exrealista, se pronunció contra los republicanos el 6 de abril, siendo derrotado por el coronel Velazco el 11 de julio. Pero fuerzas realistas de Lima enviadas en auxilio de Caparroz derrotaron a Velazco en Copacabana al día siguiente.
Otros pronunciamientos y deserciones ocurrieron en favor de los realistas; el 21 de abril el comandante Aldao desertó con su guerrilla y en Pataz fue reprimida una sublevación.
El general Bolívar encomendó al coronel argentino Félix Olazábal la misión de parlamentar con los sublevados, pero estos lo tomaron prisionero y posteriormente lo liberaron.
Una vez que triunfó la sublevación, el brigadier realista José Ramón Rodil envió desde Pisco al comandante Isidro Alaix, quien a bordo de una lancha logró burlar el bloqueo de la escuadra republicana y desembarcar en El Callao para hacerse cargo de la plaza. Al tener conocimiento de los hechos, el mariscal José de Canterac envió desde Jauja una fuerte división de su ejército al mando del general Juan Antonio Monet; estaba compuesta por el BI de Cantabria, BI-I y BI-II del Real Infante Don Carlos, BI-I del Imperial Alejandro, el RD de la Unión y tres piezas de artillería con sus respectivos servidores.
El 27 de febrero, esta fuerza se reunió en Lurín con el BI Arequipa y los dragones de San Carlos que mandaba el brigadier Rodil y, sumando juntas unos 3.500 efectivos, convergieron a la capital. Después de vencer la resistencia de las montoneras del coronel Alejandro Huavique en Condevilla, entraron en El Callao el día 29 de febrero. Dejó allí al mando al brigadier Rodil desde el 1 de marzo y al brigadier Mateo Ramírez al mando de Lima, ciudad que mantuvieron hasta el 5 de diciembre. El virrey nombró a Rodil gobernador de los Castillos y comandante general de la provincia de Lima.
El 8 de marzo la división de Monet abandonó Lima llevando consigo a 160 oficiales independentistas prisioneros tomados en El Callao; los cuales fueron posteriormente despachados a la isla de Los Prisioneros en el lago Titicaca, fusilando Monet el 21 de marzo a los oficiales Juan Antonio Prudán y Domingo Millán, sorteados para morir después de un intento de fuga en Matucana. Los soldados pasados del Regimiento de Granaderos a Caballo fueron incorporados a la caballería realista que mandaba el brigadier Ramón Gómez de Bedoya.
La guarnición al mando de Rodil, formada por el BI de Arequipa, BI-II del Real Infante y BI del Río de la Plata; este último marchó hacia Arequipa, mientras la guarnición se sostuvo en las fortalezas hasta la capitulación del 23 de enero de 1826. De los 2.800 hombres con los que contaba al inicio, solamente le quedaban 376 en estado de manejar un arma.
Los sublevados que fueron apresados durante el resto de la guerra fueron fusilados a medida en que se los capturaba.
Rebelión de Olañeta (22 de enero-17 de agosto de 1824)
Antecedentes
Pedro Antonio de Olañeta era natural de los caseríos de Olañeta, jurisdicción de Vergara, Guipúzcoa, donde nació en alrededor de 1770. Hijo de una familia humilde de Vizcaya, emigró a América con sus padres hacia 1787. Dedicado el comercio y afincado en las provincias de Jujuy, Salta y Potosí, logró en breve espacio de tiempo hacerse con un buen capital y crearse amistades y relaciones, de forma que en poco tiempo se convirtió en una de las personas de más arraigo en la comarca.
Con motivo de su profesión fue apodado como el contrabandista por sus adversarios. Alcanzó una gran fortuna con sus actividades mercantiles, sobre todo entre el Perú y el virreinato del Río de la Plata. En Jujuy se casó con una bella criolla de apellido Mariaquegui, también de origen guipuzcoano, y llegó a poseer una estancia (mansión). Al producirse la Revolución de Mayo en 1810, la actitud de este terrateniente fue de apoyo a la causa realista al notar que las nuevas autoridades ponían en riesgo su poder, autoridad e influencia. De este modo, participó como comandante en las campañas contra las incursiones de los independentistas argentinos contra el Alto Perú, estando entonces Olañeta a las órdenes del general José Manuel de Goyeneche. Destacó en sus acciones contra los insurgentes en la provincia de Jujuy, zona que atacó en repetidas ocasiones y cuya capital consiguió ocupar en 1817, hasta que fue rechazado por Martín Miguel de Güemes, al que finalmente dio muerte.
El Virrey le nombró Tcol de Milicias Voluntarias, y cuando más tarde la rebelión del Alto Perú incrementó su actividad, Olañeta ofreció sus servicios al general Joaquín de la Pezuela quien, en premio a su decisiva cooperación en la batalla de Vilcapugio, le ascendió a coronel con efectividad en el empleo. Más tarde, tomó parte activa al frente de su división, compuesta por dos batallones, un escuadrón y dos piezas de artillería, en la batalla de Sipesipe o Viluma, y otras, mereciendo por estos hechos el empleo de brigadier. Ascendido a general de brigada, favoreció el ascenso a virrey de José de la Serna e Hinojosa en 1821.
Olañeta no pasó mucho tiempo en el empleo de brigadier, y cuando se le ascendió a mariscal de campo también lo fue el brigadier Jerónimo Valdés, que había ascendido a este empleo mucho más tarde. Pero lo que colmó los celos de Olañeta fue el nombramiento de Valdés como general en jefe del Ejército del Sur, quedando Olañeta a sus órdenes. Olañeta no carecía de razón en sus quejas, pues cuando el virrey La Serna se hizo cargo del ejército de campaña comenzó a distinguir a generales y jefes de tendencia constitucional, postergando a los de adscripción absolutista. De este modo, el general Rafael Maroto fue nombrado presidente de la Real Audiencia de Charcas, Jose Santos Las Heras quedó como gobernador intendente de Potosí y el mariscal Valdés general en jefe, a pesar de que Olañeta era el general más antiguo de los tres.
Para Pedro Antonio Olañeta, su condición de partidario del viejo régimen absolutista del monarca Fernando VII, enemigo de la revolución liberal de España; añadido a su distanciamiento de la cúpula militar del ejército realista del Perú y la influencia desleal de unos consejeros adictos a la independencia, como su sobrino Casimiro Olañeta; terminó por enfrentarle fatalmente con el virrey del Perú José de la Serna.
En enero de 1823, Olañeta recibió dos cartas procedentes de España vía Montevideo, ambas remitidas por miembros del Consejo de Regencia instalado en Urgel, con fecha de agosto de 1822. En una de estas cartas se instaba a Olañeta a proclamarse defensor de la monarquía absoluta, prometiéndosele al cargo de virrey del Río de la Plata y asegurándole que la Santa Alianza invadiría España con tropas francesas. En la otra carta se le daba aviso del traslado del Consejo de Regencia a territorio francés ante el avance del general Francisco Javier Mina. Olañeta abrazó con entusiasmo la causa absolutista.
Posteriormente, recibió el aviso de que el duque de Angulema había invadido España en abril de 1823. El 22 de enero de 1824 recibió Olañeta en Potosí una gaceta española que informaba que el Rey había sido liberado por el duque de Angulema el 1 de octubre de 1823, anulando el rey todo lo hecho por los liberales, llevando las cosas al estado en que estaban en 1819.
Los absolutistas del Cuzco habían convencido a Olañeta de que el virrey de la Serna pensaba establecer un estado independiente en el Perú para acoger a los liberales escapados de España y el mismo día 22 de enero inició la rebelión en contra del Virrey, aprovechando que este se encontraba en Cuzco y el mariscal Valdés en su residencia de Arequipa.
Comenzó intimando al gobernador intendente de Potosí, José Santos La Hera, para que la guarnición de 300 hombres a su mando quedaran a órdenes directas suyas. Esto lo hacía argumentando que él era el jefe de las provincias del Río de la Plata hasta el río Desaguadero y que no reconocía otra autoridad que la del rey absoluto. La Hera resistió refugiándose con sus fuerzas en la Casa de Moneda de Potosí, pero luego evitó el enfrentamiento, entregando las tropas a Olañeta y partiendo hacia el Perú con los oficiales.
Después, Olañeta se dirigió a Chuquisaca para intimidar al presidente de la Real Audiencia de Charcas, Rafael Maroto. Este abandonó la guarnición y la ciudad dirigiéndose a Oruro, por lo que Olañeta entró en Chuquisaca el 8 de febrero.
Por último, el gobernador de Santa Cruz, brigadier Francisco Javier Aguilera, se le unió también, quedando así dueño de casi todo el territorio del Alto Perú. Nombró presidente de la Real Audiencia de Charcas a su cuñado, el coronel Guillermo Marquiegui, y se dio a sí mismo el título de capitán general de las provincias del Río de la Plata y superintendente de la Real Hacienda en todas sus comunicaciones, órdenes y decretos.
Convenio de Tarapaya (9 de marzo de 1824)
Viendo las graves proporciones que iba tomando la sublevación, el virrey La Serna, envió contra él al mariscal Gerónimo Valdés, quien partió de Arequipa, hacia Potosí y le propuso un arreglo pacífico mediante la llamada Convenio de Tarapaya, ocurrida en la población homónima (afueras de Potosí) el 9 de marzo de 1824. Olañeta mostró las comunicaciones que había recibido de España y exigió la restauración del absolutismo y la separación de los gobernadores La Hera y Maroto. Valdés accedió a las exigencias de Olañeta y se convino en que el brigadier Francisco Javier Aguilera (o el coronel Guillermo Marquiegui si aquel no podía) quedara como presidente de Charcas. En Potosí Olañeta podría elegir un gobernador y todo el Alto Perú quedaría bajo su mando con la obligación de enviar mensualmente dinero al Cuzco y asistir con tropas si los revolucionarios desembarcaban en las costas de adyacentes del océano Pacífico entre Iquique y Arequipa.
El objeto del convenio había sido ganar tiempo en espera de los acontecimientos que se esperaban en Lima, en donde José Canterac negociaba secretamente con el gobierno republicano. Valdés, con la excusa de enviar tropas contra la Republiqueta de Ayopaya que comandaba José Miguel Lanza, no desocupó las intendencias de Cochabamba y de La Paz, como había convenido en Tarapaya.
La sublevación de El Callao, ocurrida el 5 de febrero de 1824, permitió la reocupación realista de Lima e hizo pensar al Virrey que la revolución estaba muy disminuida en el Perú, por eso tomó la decisión de suprimir la rebelión de Olañeta. El virrey hizo marchar hacia Oruro al BI de Gerona, los escuadrones de la Guardia y otros cuerpos, poniéndolos al mando de Valdés.
De la Serna, antes incluso de saber del convenio, ya había hecho la abolición del régimen constitucional el 11 de marzo de 1824. Pero Olañeta negó autoridad alguna a de la Serna, y Valdés, quien quedó situado en Cochabamba, recibió la orden del 4 de junio de 1824 para usar la fuerza, lo que dio comienzo a la campaña militar contra la rebelión de Olañeta.
Olañeta no había permanecido estático después de la Entrevista de Tarapaya, pues había enviado a su sobrino Casimiro a Montevideo en busca de fusiles y se dirigió a Chuquisaca en donde alistó un nuevo cuerpo de 1.000 soldados y liberó a revolucionarios (muchos de ellos rioplatenses) que se le unieron.
La totalidad del ejército realista del Alto Perú era más de 5.000 hombres, se repartían con Olañeta que se hallaba en Potosí, con el coronel Marquiegui y con su segundo el comandante José María Valdez (conocido como el Barbarucho) en Chuquisaca, y con el brigadier Aguilera en Cochabamba. En Oruro, Gerónimo Valdés reunió al cuerpo sur del ejército real del Perú que incluía el RI de Gerona (2), el BI-II Imperial Alejandro, el BI-I de Cuzco. Su caballería con el RC de granaderos de la Guardia (3), y el escuadrón de granaderos de Cochabamba y dos piezas de montaña. Le acompañaban los oficiales Carratalá, Valentín Ferraz, Cayetano Ameller, La Hera y Rafael Maroto. Con un grupo con Valdés se dirigió a Chuquisaca, y otro con Carratalá a Potosí.
El 19 de junio llegó a Potosí el coronel Diego Pacheco enviado por Valdez para intimar a Olañeta a que optase entre presentarse ante el Virrey para ser sometido a un consejo de guerra o se dirigiera a España para postrarse ante el trono, en caso contrario sería atacado por las fuerzas que ya estaban en marcha. Le comunicaba también que quedaba anulado el Convenio de Tarapaya.
Desarrollo de la campaña
El 28 de junio, Olañeta salió de Potosí para situarse en Tarija, mientras Gerónimo Valdés entró con 5.000 hombres en Chuquisaca el 8 de julio, ciudad que había sido desocupada unos días antes por Barbarucho Valdez. Dejó de presidente de Charcas al coronel Antonio Vigil y envió de gobernador de Potosí al general José Carratalá con 200 infantes.
El 12 de julio de 1824, se dio la batalla de Tarabuquillo (departamento de Chuquisaca), donde el coronel Barbarucho (barba roja, apodo que él mismo se daba) con el BI-I de la Unión (400) rechazó la carga de 800 caballos de Valdés compuesto RC de granaderos (3) y ED de granaderos de Cochabamba. Barbarucho perdió 80 hombres y sus enemigos unos 500.
El 13 de julio se pasó a las fuerzas de Gerónimo Valdés el comandante de la villa de La Laguna, actual Padilla (Tomina-Chuquisaca), Ignacio Rivas, con el ED-2 de la Frontera. Ese día los comandantes Pedro Arraya, Juan Ortuño y Felipe Marquiegui con 70 dragones de Santa Victoria salieron del pueblo de Puna y al día siguiente entraron por sorpresa en Potosí y se llevaron prisionero al gobernador Carratalá. La guarnición escapó hacia Oruro y el 18 de julio, Barbarucho entró en la ciudad desprotegida.
Valdés continuó en dirección a Tarija vía Pomabamba (actual Azurduy-Chuquisaca). El 26 de julio llegó al pueblo de San Lorenzo (departamento de Tarija), en donde el comandante Bernabé Vaca entregó la guarnición a Carratalá, que allí se encontraba prisionero. Luego entró en Tarija. Valdés dejaba en sus posiciones a los comandantes que desertaban, entre ellos a Vaca, quien salió en persecución del parque retirado días antes de San Lorenzo por orden de Olañeta, tomando 6 piezas de artillería y 300 fusiles al darle alcance.
El 3 de agosto, Olañeta logró engañar a Valdés en Livilivi, desapareciendo en la oscuridad con sus fuerzas, mientras Valdés avanzó hacia Santa Victoria (en la actual Argentina). Olañeta dispersó sus fuerzas en Tojo enviando a Barbarucho hacia Suipacha con el RI de la Unión, al Tcol Carlos Medinaceli a Santiago de Cotagaita con el BIL de cazadores y el BI de Chichas, y al coronel Francisco de Ostria con el RD Americano a Cinti (actual Camargo); mientras Olañeta con dos escuadrones de Tarija avanzó hacia la misma Tarija, entrando en la villa el 5 de agosto, tomando prisionero al comandante Diego Roldán y recuperando el escuadrón de 60 soldados desertado en San Lorenzo y dejados allí días antes por Valdés. Ese día, Valdés llegó a Santa Victoria, en donde tomó prisioneros al coronel Marquiegui (cuñado de Olañeta) y las 31 personas enviadas allí por Olañeta desde Livilivi, las que Valdés había perseguido pensando que eran las tropas del propio Olañeta.
El mismo 5 de agosto, el coronel Francisco López, enviado por Aguilera desde Vallegrande, copó la villa de La Laguna, tomando prisionero a Rivas y recuperando el escuadrón que mandaba. En la noche del 5 de agosto en Salo (Sur Chichas-Potosí), Barbarucho con 250 hombres del BI Unión sorprendió a Carratalá (quien dormía con 700 hombres del RI de Gerona) y lo tomó prisionero junto con 22 soldados y otros 8 oficiales. Capturando además 2 cañones, 236 caballos y mulas, fusiles y otros pertrechos.
El 8 de agosto, el comandante Juan Ortuño apresó 24 soldados que arreaban 120 vacas en Ramadas. El día 10 de agosto el capitán Francisco Zeballos capturó 60 soldados en Cornaca, además del capitán Simon Pax, el ayudante José Lucerna y el subteniente Manuel Lordiera. El día 11 el comandante Francisco Aluñox (destacado por Aguilera) atacó el cuartel de Totora con 60 cazadores y 30 dragones, tomando prisioneros a los capitanes Auñon y Guerra, junto con 40 hombres y 50 caballos.
Como Valdés regresaba de Santa Victoria con el ejército por el camino de Tupiza, Olañeta reagrupó sus divisiones en Cotagaita para hostigarlo en su retirada. El día 13 se produjo el combate de Cazón, logrando Barbarucho tomar 64 prisioneros de la Guardia, 28 infantes y dos oficiales. Rescató además a todos los prisioneros tomados en Santa Victoria, entre ellos a Marquiegui. El general La Hera fue herido cerca del poblado de Cazón, cuando mandaba a 25 granaderos de la Guardia y dos compañías de cazadores del RI Gerona y del BI Imperial.
En los días 14 y 17 de agosto se dieron los combates de Cotagaitilla y La Lava (provincia de José María Linares-Potosí). Valdés había emprendió un penoso viaje de 400 leguas en treinta y tantos días con la pérdida de más de 2.000 hombres y la mayor parte de sus caballos y cañones, siendo alcanzado por Barbarucho con 360 hombres cerca del poblado de La Lava; en este combate murió el jefe del RI de Gerona Cayetano Ameller, pero Valdés consiguió una victoria decisiva. Al amanecer del 17 de agosto, Barbarucho fue hecho prisionero con todo su batallón y Gerónimo Valdés avanzó nuevamente hacia Chuquisaca.
Final de Olañeta
Valdés recibió la noticia de la batalla de Junín y la orden del Virrey de dirigirse al Cuzco abandonando a Olañeta el Alto Perú. Para cumplimentar ello, envió al comandante Vicente Miranda a proponerle a Olañeta el fin del conflicto, utilizando la frase «¡Basta de sangre!». Valdés le ofreció a Olañeta que quedase al mando del Alto Perú hasta el Desagüadero, que ambas partes liberasen a los oficiales prisioneros y que apostara 2.000 infantes y 500 soldados de caballería en Cochabamba o La Paz para ponerlos a disposición del Virrey, pues Simón Bolívar avanzaba sobre Lima desde Huaraz. Accedió Olañeta a las propuestas y dejó en libertad a los oficiales prisioneros, pero Valdés llevó consigo al Perú a sus prisioneros, por lo que Barbarucho y Zeballos debieron fugarse para regresar junto a Olañeta.
El 28 de agosto, Valdés evacuó Chuquisaca, el día 30 Potosí y en la primera semana de septiembre, Cochabamba y La Paz, mandando Olañeta a ocupar sucesivamente esas ciudades. Entre el 10 y el 11 de octubre, Valdés llegó al Cuzco en una rápida marcha. A finales de septiembre de 1824, Olañeta recibió en Oruro comunicación de Bolívar de fecha 21 de mayo, en la que el caudillo venezolano lo elogiaba por sus acciones en contra del Virrey. Durante el mes de octubre, Olañeta ocupó Cochabamba con 2.000 soldados (incluidos los 600 del BI-I de Fernando VII de Aguilera). Ese mes, el líder de la Republiqueta de Ayopaya, general José Miguel Lanza, reconoció la autoridad de Olañeta sobre el Alto Perú, poniéndose a sus órdenes y comisionando para ello a su segundo, el coronel Calorio Velasco. Las negociaciones habían sido realizadas por Casimiro Olañeta, quien viajó al valle de Ayopaya a su regreso de Montevideo para ese efecto.
El 26 de diciembre llegó a Cochabamba la noticia de la batalla de Ayacucho, conducida por un oficial enviado por el general Pío Tristán. Poco después recibió del presidente del Cuzco, general Antonio María Álvarez, la notificación de haber sido nombrado por aquella Audiencia y demás autoridades el general Tristán como nuevo virrey. Este había desconocido la capitulación y asumido el cargo de Virrey. Se le anunciaba que ambos generales se pondrían en camino para unirse a Olañeta y, puestas bajo un mando todas las fuerzas españolas, proseguir la lucha por la restauración de la soberanía española.
Olañeta envió a su lugarteniente Hevia para que avanzara con las fuerzas que guarnecían Chinchas y Potosí en dirección al Desagüadero; y al coronel Valdés que se adelantase desde Cochabamba hasta Puno, situada a orillas del lago Titicaca, con una columna de infantería y caballería para unirse a las fuerzas que enviaba el general Tristán sobre esta ciudad; con el fin de custodiar los prisioneros rebeldes de El Callao y de los que se temía una sublevación. Olañeta se puso a las órdenes de Tristán y el 28 de diciembre destacó un batallón y dos escuadrones hacia Puno, al mando de Barbarucho, saliendo él hacia La Paz el día 31 a reorganizar y engrosar sus huestes, con las que pensaba iniciar una vigorosa campaña contra los independentistas. Al mismo tiempo, envió a Chile al brigadier Echeverría con una suma de dinero que algunos cifran en 100.000 pesos para comprar armas.
A principios de enero de 1825, Barbarucho Valdez ocupó Puno, evitando que el comandante Francisco Anglada avanzara sobre La Paz, pues este se había pasado a los revolucionarios con la guarnición de la ciudad tras liberar a los prisioneros del Callao.
El 24 de diciembre, Gamarra había entrado en Cuzco al mando de una columna de la división de Miller. A los pocos días entraba en la ciudad el general Sucre con todo su ejército, siendo recibido con entusiasmo por sus habitantes. Por ello, comprendiendo lo inútil de sus esfuerzos, el general Tristán y los principales jefes realistas del Perú se acogieron a la Capitulación de Ayacucho y abandonaron la guerra. A principios de 1825 tan solo quedaban defendiendo la causa española el general Olañeta en el Alto Perú y el general Rodil defendiendo El Callao.
El general Sucre, mediante el coronel Antonio Elizalde, le reclamó a Olañeta por la ocupación de Puno y este dio órdenes al coronel Valdés de desocuparla. Llevada también por Elizalde la propuesta a Olañeta de que, si se pasaba al bando revolucionario, quedaría al mando del Alto Perú. Se le ofrecía también que continuara la ocupación de Tarapacá, a cambio de desocupar Apolobamba, comandada por Abeleira.
Olañeta no aceptó la propuesta y se acordó firmar un armisticio de 4 meses que firmó el 12 de enero el intendente de La Paz, coronel José de Mendizabal e Imaz. Sin embargo, Sucre no ratificó el armisticio, al recibir la orden de Bolívar de cruzar el río Desaguadero. El general Sucre detuvo al general Echeverría en su camino hacia Chile y le mandó fusilar. Para acabar de estropearse los planes de Olañeta, las tropas que marchaban hacia el Desagüadero se sublevaron, cediendo a las instigaciones de Arraga, jefe republicano que logró persuadir a los soldados de Hevia de que en vez de acatar las órdenes de Olañeta debían de atacarle a su paso por Oruso.
Con el avance de Sucre en el año 1825, las ciudades del Alto Perú, entre ellas La Paz, cayeron una tras otra sin resistencia. Lo mismo ocurrió con Potosí el 29 de marzo.
Las tropas, al mando del coronel Carlos Medinaceli hasta entonces realistas, se amotinaron y pasaron al bando independentista. El coronel Medinaceli en nota fechada en 29 de marzo de 1825, hizo saber al general Olañeta su resolución de acogerse a la Capitulación de Ayacucho y pasarse a los independentistas; inmediatamente reforzó el BI Chichas que mandaba, con elementos que le proporcionaron los independentistas de Cotagaita (Intendencia de Potosí), donde se efectuó la defección.
El general Olañeta, al saber de la defección del coronel Medinaceli, se puso en movimiento para ir a sofocarla. Retrocedió del punto donde estaba y se dirigió a Cotagaita con 700 hombres. Mientras tanto, Medinaceli había tomado posiciones en el río Tumusla, donde Olañeta lo atacó el 1 de abril de 1825. El combate concluyó a las siete de la tarde. Herido por disparos de fusil el día 1 de abril, Olañeta cayó en tierra, a cuya vista sus soldados se dispersaron, entregándose algunos al jefe vencedor. Olañeta falleció al día siguiente, el 2 de abril. Según algunas versiones, fue asesinado por uno de sus soldados.

Medinaceli tomó 200 prisioneros de tropa y más de 20 oficiales, bagajes, municiones, etc. El combate de Tumusla sería el último enfrentamiento de tropas regulares por la independencia de Bolivia. Días después, el 7 de abril, perseguido por Medinaceli y Burdett O’Connor, José María Valdez al frente de 200 supervivientes, se rindió en Chequelte, ante el general José María Pérez de Urdininea, poniendo fin al dominio español en el Alto Perú.
Tras la desaparición del Trienio liberal y durante la restauración absolutista en España, el rey Fernando VII nombró a Olañeta virrey del Río de la Plata, sin saber que este ya había fallecido.