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Operaciones en Zacualpan y Sultepec
Mientras Iturbide marchaba rápidamente hacia el Bajío, el mariscal de campo Pascual de Liñán, comandante en jefe del ejército realista que se destinaba a operar en el Sur, permanecía en la hacienda de San Antonio sin apresurarse a avanzar hacia el rumbo en que más amenazadora aparecía la revolución. Apodaca dio a Liñán órdenes reiteradas de que avanzase; pero este jefe, pretextando unas veces falta de artillería y pertrechos, de que inmediatamente se le proveía, y otras como la desconfianza de los oficiales y soldados que se hallaban bajo su mando, dejó pasar todo el mes de marzo, sin moverse de las cercanías de la capital.
La noticia de la marcha de Iturbide hacia el interior fue recibida por el gobierno virreinal, y las más graves, referentes al alzamiento de las tropas del Bajío y de Jalapa, obligaron al gobierno a prescindir de la intentada expedición al Sur. Las tropas acampadas en San Antonio volvieron a la capital para ser dirigidas a los puntos que se creyó conveniente cubrir, en vista de los nuevos acontecimientos del interior y del Oriente. Solo Márquez Donallo, al frente de la que fue vanguardia del ejército del Sur, permaneció algunos días en Cuernavaca, y enseguida avanzó hasta Taxco, con el propósito de sorprender a Pedro Ascensio, que se hallaba en Zacualpan.
Dividió para ello sus tropas en dos secciones, poniéndose él al frente de una, y confiando la dirección de la otra al coronel José Gabriel de Armijo, quien había recibido nuevamente el cargo de comandante general del Sur.
Estos jefes salieron de Taxco el 9 de abril con sus sendas divisiones, y marchando rápidamente hacia el norte, llegaron al día siguiente a Zacualpan sin encontrar a Ascensio. Este se había retirado anticipadamente a la vecina serranía de Sultepec, donde se unió con el padre Izquierdo, caudillo otra vez de las partidas que acababan de alzarse en aquella zona. Márquez Donallo y Armijo, después de fatigar inútilmente a sus tropas y de dar muerte a algunos soldados de una avanzada enemiga, volvieron a su acantonamiento de Taxco.
Estéril también fue la expedición que emprendió pocos días después contra Sultepec el comandante realista de Ixtlahuaca, Francisco Salazar. Quien, seguido de 300 hombres de caballería e infantería, avanzó contra los independentistas, pero estos habían abandonado previamente sus posiciones, dejando a los realistas por único trofeo una bandera que había pertenecido al batallón de Santo Domingo, sustituida por este con la bandera tricolor adoptada en Igualada.
Esta fácil conquista fue enviada a la capital, y Apodaca mandó publicar en la orden del día del ejército sus disposiciones relativas a borrar aquel batallón de la lista de los cuerpos, declarando a sus jefes y oficiales rebeldes indignos del nombre español y que debían ser castigados severamente por las tropas que los aprehendiesen. Se exceptuaba a los soldados, que suponía el gobierno habían procedido engañados por sus superiores.
Asedio de Córdoba
Al mismo tiempo que se perseguía en vano a los independentistas en las serranías de Zacualpan y Sultepec, el capitán de urbanos de Lerma, Ignacio Inclán, secundaba la revolución en esa ciudad el 14 de abril. Se retiró enseguida a los montes de la Gavia por haber salido en su persecución fuerzas realistas de México y Toluca; de allí pasó a la hacienda del Salitre, donde fue sorprendido y hecho prisionero con 33 de los suyos por el capitán Jorge Henríquez, quien se apoderó también de los caballos, armas y bagajes.
El Virrey condenó a Inclán a 8 años de obras públicas en el presidio de Acapulco, a los oficiales a 6 años y a los soldados a 4, conmutando en estas penas la de muerte que habían merecido, y que en esta revolución el gobierno se abstuvo de imponer en ningún caso. Inclán permaneció preso por algunos días, hasta que el progreso de la revolución le proporcionó evadirse, y después de la independencia fue coronel del regimiento de Toluca y general de brigada de la República. A Henríquez concedió el Virrey el grado de Tcol, y a la tropa un escudo con el lema: «Por la prisión de los primeros anarquistas del año de 1821», mandando además se les distribuyese el valor de los efectos capturados, a excepción de las armas.
El Tcol José Joaquín de Herrera quedó dueño de Córdoba, después de haber capitulado el comandante realista Alcocer el 1 de abril. Pocos días permaneció en esa villa el jefe independentista, y habiendo regresado a Drizaba, pidió a los vecinos un préstamo de 25.000 pesos, entretanto se vendía una suma equivalente de tabaco, y los vecinos, convocados a junta por el ayuntamiento, entregaron desde 17.000 pesos. Herrera confió el mando de Orizaba a José Martínez, y el 13 de abril salió de la villa con dirección a la provincia de Puebla. El general Ciriaco del Llano, jefe de los realistas en esta provincia, previendo el movimiento de Herrera, había organizado una fuerte sección al mando del Tcol Zarzosa, quien recibió instrucciones de derrotar al jefe insurgente y recobrar las villas; pero al llegar las tropas realistas a la cañada de Ixtapa, desertaron dos terceras partes de la fuerza, y Zarzosa volvió apresuradamente a Puebla con los pocos soldados que se mantuvieron fieles.
Los que le abandonaron se unieron a Herrera; contaban entre ellos el Tcol Minota, el comandante Francisco Ramírez y Sesma, el ayudante del Fijo de México Luis Puyade y Manuel y Antonio Fon, hijos del célebre conde de Cadena, muerto en la batalla de Calderón.
Con las tropas aumentadas, Herrera entró en la provincia de Puebla y desde San Andrés de Chalchicomula escribió a Guerrero participándole su adhesión al Plan de Iguala y ofreciéndole obrar en combinación con sus fuerzas. Enseguida avanzó hasta Tepeaca, adonde llegó el 17 de abril, y envió por el camino de Tepeji 200 caballos a las órdenes del capitán Francisco Miranda Palacios, con la misión de proteger el movimiento de don Nicolás Bravo, quien le había participado que estaba dispuesto a unirse a él con las tropas que acababa de reunir en Izúcar.
Sin embargo, mientras Herrera avanzaba desde Drizaba hasta Tepeaca, el coronel realista Hevia, a la cabeza de una fuerte división, se había dirigido contra Izúcar para batir a Bravo. Quien, saliendo de ese punto, pasó por Atlixco, se reunió con Osorno y otros antiguos insurgentes de los Llanos que se le presentaron al frente de alguna caballería, y se situó en Huejocingo, fingiendo amagar a la misma ciudad de Puebla, lo que obligó a Hevia a regresar de Izúcar para protegerla. Bravo cayó entonces impetuosamente sobre Tlaxcala, donde se apoderó de 12 cañones y de un corto destacamento que los custodiaba, marchando enseguida a Huamantla. Por este rápido movimiento, Bravo quedó situado al norte de Tepeaca, en la dirección opuesta por donde Herrera le esperaba. El capitán Miranda Palacios, sabedor de la marcha de Bravo, le siguió a Huamantla y se incorporó a sus tropas, avisando lo ocurrido a su inmediato superior.
Hevia supo en Puebla la aparición de Herrera en Tepeaca, y de acuerdo con el comandante general Ciriaco del Llano, organizó un fuerte destacamento de 1.400 soldados para marchar a su encuentro. Por su parte, el jefe independiente comunicó a Bravo la noticia de los aprestos militares que se hacían en Puebla, y el insurgente corrió en auxilio de sus compañeros al frente de 400 hombres, llegando a Tepeaca el 21 de abril en la noche. Siempre modesto y grande, rehusó el mando que Herrera le ofrecía, manifestándole que estaba resuelto a servir bajo sus órdenes.
Bravo llegó a tiempo a Tepeaca, pues en la mañana del siguiente día (22 de abril) se presentó a la vista de esa población la tropa de Hevia. Estaba formada por 1.300 infantes de los regimientos de Castilla, de Órdenes Militares, de Fernando VII y de Puebla, y poco más de 100 caballos de los regimientos San Carlos y del Príncipe. Los independentistas situaron su escasa infantería en la parroquia y en el convento de San Francisco, fuertes edificios que forman dos lados de la extensa plaza; y con los 600 de caballería, cubrió las avenidas por donde pudieran ser atacadas aquellas posiciones. Hevia, durante el 22 de abril, reconoció la ciudad y dispuso que sus tropas acampasen en una altura inmediata que la domina, situando su artillería en una iglesia, desde la cual pudo dirigir sus fuegos a la parroquia y San Francisco.
En las primeras horas del 23 de abril, y a pesar del vigoroso cañoneo que sostuvo sobre las posiciones de los independentistas, estos rechazaron briosamente a las guerrillas realistas todas las veces que intentaron aproximarse a la plaza. Dos días más duró el cañoneo de la artillería de Hevia, y el 26 de abril, Herrera decidió atacar las posiciones de los realistas, formó cuatro columnas de 140 hombres cada una, mandadas por Francisco Miranda, Celso de Iruela, Francisco Ramírez y Angel Puyade; y dispuso que mientras la columna, conducida por Miranda, marchaba a ocupar la altura en cuyas laderas se habían situado los enemigos, las otras tres avanzasen contra estos de frente.
El ataque fue impetuoso, y los independentistas embistieron a la bayoneta el campo realista, defendido por todas las tropas de Hevia, muy superiores en número. La resistencia fue también vigorosa y el combate duró largo rato sin que la caballería de Herrera pudiese auxiliar a las columnas en el escabroso terreno que era el campo de batalla. Miranda no logró hacerse dueño de la cumbre que debía ocupar, y la falta de apoyo de las columnas que asaltaron por el frente hizo que tuviera que retirarse a la plaza después de perder muchos muertos y heridos, y de causar sensibles bajas en las filas contrarias.
Herrera dispuso retirarse después de este sangriento combate, y en la noche del mismo 26 de abril salió con sus tropas para Acacingo y el 29 llegó a San Andrés Chalchicomula, habiéndose separado en Rinconada la caballería del general Bravo para sostener la campaña en los Llanos de Apam. Herrera continuó su marcha hasta la villa de Córdoba, donde entró el 12 de mayo seguido muy de cerca por Hevia, cuyas tropas se habían aumentado con el batallón de Guanajuato a las órdenes de Samaniego.
El comandante de Córdoba, Francisco Javier Gómez, apenas supo el descalabro sufrido en Tepeaca por Herrera y que este se retiraba seguido de Hevia, trató de abandonar la villa y de fortificarse en San Juan Coscomatepec. Pero los cordobeses se opusieron, y en una junta popular acordaron tomar las armas, desterrando a tres españoles que rehusaron concurrir a la defensa. Se dedicaron con incansable actividad a fortificar la villa bajo la dirección de Antonio Guardaelmuro y Francisco Calatayud. Habiéndose esparcido el rumor el 10 de mayo de que había aparecido una fuerza enemiga por el camino del Naranjal, se presentaron 250 vecinos a pedir armas, y llegaron otros de Amatlán de los Reyes al mando del capitán García.
Tales eran los preparativos y el aliento de los cordobeses al entrar Herrera en la villa el 12 de mayo, al frente de 300 hombres, pues Bravo se había separado en la Rinconada para extender la revolución en la zona de los Llanos; se apresuraron a la construcción de parapetos y demás obras defensivas, nombrando al Tcol José Durán para que dirigiese las obras. Repartió las armas disponibles entre 80 vecinos, y al resto los dedicó a los trabajos. Ordenó a la caballería que saliese del perímetro fortificado para hostigar al enemigo y envió un correo a Antonio López de Santa Anna mandándole que acudiese en socorro.
Santa Anna, que había sido ascendido a Tcol tras jurar el Plan de Igualada el 29 de marzo, había organizado una fuerza de 600 hombres y una pieza de artillería a primeros de abril, y se dirigió a la costa, en tanto que Herrera marchaba a la provincia de Puebla. Después de amagar durante algunos días Veracruz, Santa Anna avanzó a lo largo de la costa hacia Alvarado, y el 25 de abril se presentaba a la vista de ese puerto, cuya guarnición corrió a unírsele a los gritos de: ¡Viva la independencia!

El comandante Topete no solo había sido abandonado por los suyos, sino que estuvo en peligro de ser muerto por algunos de los soldados que momentos antes obedecían sus órdenes; fue tratado con consideración por Santa Anna, quien le dio un pasaporte y le facilitó los medios para marchar a Veracruz. La alarma en la ciudad fue grande cuando se supo lo ocurrido en Alvarado; se cerraron las puertas, se prohibió la comunicación con ese punto y se dispuso habilitar de cañoneras unas lanchas para dirigir una expedición contra los independentistas. Santa Anna, por su parte, se disponía a marchar sobre Veracruz cuando recibió la orden de Herrera y en el acto se puso en movimiento para socorrerle.