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Batalla de Córdoba (15 al 20 de mayo de 1821)
El 10 de mayo de 1821 comenzaron a propagarse rumores que aseguraban que el ejército realista había llegado al poblado “El Naranjal” con la intención de recuperar la ciudad, por lo cual los insurgentes, al mando de Antonio Guardaelmuro y Francisco Calatayud, comenzaron a organizar la defensa de la plaza en disputa.
No solamente los integrantes del ejército insurgente se prepararon para el combate; también se unieron a la defensa cerca de 250 voluntarios de la localidad y 20 amatlecos dirigidos por el indígena Pascual de los Santos García, quienes llegaron a ofrecer su vida para evitar que la ciudad cayera nuevamente en poder de los realistas.
El 15 de mayo, Félix Luna, integrante de las fuerzas de Joaquín Herrera, al mando de un batallón, fue al encuentro de los realistas en la barranca de Metlac. Se produjo un enfrentamiento en una feroz batalla que duró varias horas, hasta que el coronel Francisco Hevia, líder de los realistas, conocido como el Sanguinario, ordenó la retirada del lugar para dirigir el ataque hacia la ciudad.
Hevia disponía de unos 1.000 infantes y 100 jinetes con 2×8 cañones y un obús. Sus fuerzas estaban compuestas por el RI de Castilla, compañías sueltas del RI de Órdenes Militares, RI de Fernando VII, y RI provincial de Puebla, EC del Príncipe y un piquete de dragones Fieles de Potosí.
Ese mismo día Francisco Hevia, se presentó ante Cordoba, por el Matadero, y desde allí destacó una fuerte columna que ocupó el barrio de San Sebastián y algunas casas inmediatas, se abrió un fuerte cañoneo contra los parapetos 6 y 8, que se sostuvo hasta la entrada la noche. Al día siguiente continuó el fuego de artillería y a las 05:30 de la mañana quedaba abierta una brecha en la casa de Manuel de la Torre, comprendida en el perímetro fortificado.
Hevia dispuso que dos compañías marchasen al asalto, y estas, pasando por la brecha, entraron en la casa, donde se trabó un terrible combate en el que fueron rechazadas con grandes pérdidas. Irritado Hevia con este desastre mandó que continuase el fuego de cañón, y él mismo dirigió la puntería
del obús que disparaba contra la brecha; una bala de fusil disparada por Pascual de los Santos, le alcanzó en la cabeza y cayó muerto en el acto.
La muerte del jefe realista no detuvo el ataque, siendo sucedido por el Tcol San Blas del Castillo y Luna quién continuó el ataque con brío, logrando incendiar la casa de Torre desde la cual se propagaron las llamas a toda la manzana. En medio del incendio entraron los realistas en el recinto fortificado, pero fueron rechazados por los oficiales Francisco de la Llave y José Velázquez, que hicieron prodigios de valor.
Continuó el combate todo el día hasta el día siguiente, los sitiadores pegaron fuego a otra manzana que ardió en su mayor parte, y avivando los fuegos de artillería, se lanzaron a un segundo asalto, siendo nuevamente rechazados con pérdidas sensibles. Al mismo tiempo, la caballería independentista ejecutó repetidas cargas por la retaguardia obligando al Tcol Castillo y Luna a destinar gran parte de su infantería para afrontar estas furiosas embestidas. En la tarde de aquel día y durante la noche intentaron los realistas simultáneos y repetidos asaltos, pero todo fue en vano, pues si grande era la intrepidez de los sitiadores, mayor era el denuedo de los sitiados, resueltos a, caer bajo los escombros de la villa.
A las ocho de la mañana del 18 de mayo, empezaron a aflojar los fuegos de los realistas, y estos perdieron la esperanza de alcanzar el triunfo, pues ni las granadas que con tanto acierto se dirigían sobre la plaza, ni las balas de a 12 que hacían estragos en la torre de la parroquia, ni los repetidos asaltos por las trincheras, ni el empeño de pasar por las brechas, habían conseguido disminuir el ánimo de los defensores.
A las nueve de la mañana, se avistó en el ejido al Tcol Santa Anna, que venía desde Alvarado con 300 infantes del BI Fijo de Veracruz y 250 jinetes del RD de España y RC de granaderos provinciales, provocando que los realistas no quisieran salir de las trincheras, por lo que a las cuatro de la tarde se retiraron a la hacienda de Buenavista, donde acamparon para pasar la noche.
Al día siguiente 19 de mayo, Santa Anna volvió a situarse en el ejido y la loma de los Arierros, donde asentó un cañón, y lo reforzaron 100 dragones mandados por Francisco Miranda. Los sitiadores, sin embargo, no se atrevieron a atacarle y continuaron haciendo fuego sobre la plaza, la cual recibió el 20 de mayo un auxilio de 100 hombres que condujo desde Jalapa el teniente Luciano Velázquez. Entonces Herrera intimó rendición al jefe realista Castillo y Luna, a lo que contestó que convocaría a sus oficiales a una junta de guerra para resolver este punto.
Cesaron los fuegos durante algunas horas, y a las diez de la noche volvieron a disparar los realistas con grandísimo vigor sosteniendo su tiroteo hasta un poco después de las doce y media. Era una estratagema del comandante español, pues mientras algunos de sus soldados dirigían sus fuegos a las fortificaciones, el grueso de sus tropas se retiraba precipitadamente hacia Orizaba, después de arrojar en los pozos que ocupaban las municiones de boca y de guerra que no podían transportar, pero llevándose los heridos y la artillería.
Al cesar por completo el tiroteo de los sitiadores, Herrera sospechó la verdad de lo ocurrido, y habiéndola confirmado las guerrillas que envió a reconocer las posiciones enemigas, dispuso que Santa Anna con 300 infantes y la caballería saliese en persecución de los realistas. Lo hizo así, y en todo el camino que separa Córdoba de Orizaba fueron atacados por la retaguardia y por flancos teniendo muchas bajas entre muertos y heridos. En la última de esas villas se hallaba el coronel Samaniego con una parte de la antigua división de Hevia; tomó el mando de todas las tropas, y no considerando prudente permanecer en Orizaba salió inmediatamente para Puebla.
La vigorosa resistencia de Córdoba fue uno de los más notables episodios en la última época de la guerra de independencia, y del valor de sus vecinos. Las pérdidas materiales fueron grandes por los incendios ocasionados.
Conquista de Jalapa
Después de la defensa tan bravamente sostenida por la Novena División del ejército libertador (que tal fue el número señalado a las tropas de Herrera). Santa Anna marchó contra Jalapa al frente de una sección que fue reforzada el 26 de mayo con los soldados que el capitán Joaquín Leño había sacado de esa villa algunos días antes. El 27 de mayo, los independentistas llegaron a la vista de la población, y desde las primeras horas del siguiente día emprendieron el ataque. Se dividieron en dos grupos; uno a las órdenes de Leño, que marchó por el rumbo del Calvario, y el otro mandado por el mismo Santa Anna, que avanzó por el Oriente asaltando y tomando los parapetos que defendían San José y la calle del Vecindario.

A las cuatro de la mañana, las dianas que mandó tocar Santa Anna en la plazoleta de Techacapa anunciaron que se preparaba a atacar el perímetro interior, situado más allá de ese punto. Por su lado, Leño avanzó intrépidamente hasta la plaza de la Carnicería, asaltando las trincheras que halló en su camino; el combate se prolongó hasta las diez de la mañana, hora en que el jefe de la plaza, Juan Horbegoso, pidió la capitulación, la cual fue ajustada en representación de los realistas por el coronel del regimiento de Tlaxcala, José María Calderón, y en la de Santa Anna, por su secretario don Manuel Fernández Aguado.
Se convino en que los realistas podrían retirarse a Puebla con sus banderas y un escaso número de fusiles, dejando en poder de los independientes toda su artillería, sus municiones, más de 1.000 fusiles y gran parte del vestuario almacenado en los cuarteles de la villa. Con estos elementos y los que distribuyó Santa Anna con prodigiosa actividad, pudo en pocos días organizar una fuerte división, que fue la Undécima del Ejército Trigarante.
Situación a finales de mayo
Después de pasar por Zitácuaro, Iturbide llegó a Acámbaro hacia mediados de abril, habiendo recibido, durante su paso por la provincia de Michoacán, las noticias del levantamiento de Bustamante y Cortazar y de la adhesión de casi todo el Bajío a la causa de la independencia. Debieron estos avisos producirle intensa satisfacción, pues en vez de la campaña difícil y de éxito dudoso que creía emprender en esa importante región, la iba a quedar enteramente decidida a favor del Plan de Iguala. Para tranquilizar los ánimos é infundir confianza en el próximo triunfo de sus armas, el primer jefe del Ejército de las Trigarante ordenó en todos los lugares que iba pasando en su marcha que se derribasen las fortificaciones levantadas para defenderse de los insurgentes; y para captarse mejor el afecto de los pueblos, licenció a los realistas de las milicias, suprimió las contribuciones establecidas para su pago, y redujo las alcabalas a lo que eran antes de la guerra.
Los realistas que quisieron seguir la campaña, y los reclutas que voluntariamente se presentaron en el tránsito del primer jefe por Michoacán completaron los efectivos de sus cuerpos de la Corona, Santo Domingo y Tres Villas, y con las compañías de Murcia y otras de diversos cuerpos formó el BI de Fernando VIl, cuyo mando fue dado al capitán Antonio García Moreno. Al mismo tiempo, admitía bajo su bandera a todos los antiguos defensores de la independencia que corrían a presentarse, siendo uno de ellos el coronel Epitacio Sánchez, que había sido indultado algunos años antes, y que fue destinado a mandar la escolta del primer jefe del ejército libertador. Bustamante, por su parte, acogió en sus filas a los Ortices, Borja, Duran y otros jefes de guerrillas que con tanto valor y constancia habían combatido contra él mismo en las sierras y llanuras del Bajío.
Apenas hubo llegado Iturbide a Acámbaro acudieron a ese punto Bustamante, Cortazar y Parres, y allí recibió aviso del levantamiento de Barragán y Domínguez en el centro de la provincia de Michoacan.
Entretanto, en los lugares sujetos aún a la dominación realista se eligieron los diputados que habían de representar a Nueva España en las Cortes ordinarias de los años de 1822 y 1823. Sin que el espíritu público, atento a los graves acontecimientos y prodigiosos avances de la revolución, se preocupase por el nombramiento de representantes, que favoreció en su mayor parte a los eclesiásticos, libres de temibles concurrentes.
La imprenta a favor de la libertad constitucional, contribuía poderosamente a difundir las noticias favorables a la revolución acaudillada por Iturbide y recibida con inmenso aplauso por la gran mayoría de la sociedad. Muchas publicaciones aparecían todos los días en la capital comentando apasionadamente los movimientos del ejército y burlándose de las disposiciones del gobierno. Antes de que la autoridad las recogiese para someterlas a la Junta de Censura, gran parte de la población había podido leerlas, viéndose obligado Apodaca a disponer que los impresos se vendiesen en las imprentas o en puestos señalados para ello, con el objeto de hacer eficaz la vigilancia de la policía.
Entrevista de Iturbide y José de la Cruz
La revolución se había propagado con rapidez en la provincia de Veracruz, pues aparte de los triunfos que alcanzó en las villas y en la costa de Sotavento, fue secundada en la zona que rodea al puerto, levantándose en armas los habitantes a la voz de José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix conocido como Guadalupe Victoria. Este antiguo independentista, después de vivir errante por más de dos años en el fondo de los bosques, apareció por la zona de Santa Fe, y el 20 de abril dirigió una proclama a los hijos de la costa exhortándoles a la unión y a la constancia para poner feliz término a la empresa comenzada.
Se cubrió de guerrillas toda la costa, y el puerto de Boquilla de Piedras fue entregado a los independentistas por el capitán Oliva con toda la artillería y las municiones que allí había. El fuerte de la Antigua fue abandonado por su guarnición, que se retiró precipitadamente a Veracruz; las formidables posiciones de Puente del Rey, teatro favorito en otro tiempo de la resistencia de Victoria, quedaron en poder del comandante español Ricoy que había proclamado la independencia; y en el Norte, los indios de Coxquihui perseguían sin descanso a Llórente, quien por tanto tiempo había oprimido a los pueblos de la Huasteca.
A fines de mayo, toda la provincia de Veracruz, con excepción de su capital, se había levantado en armas a favor de la independencia. Victoria ofreció desde luego a Santa Anna que serviría a sus órdenes, pero este último le hizo reconocer como jefe superior de la provincia, tanto por su mayor graduación como por los servicios que había hecho en otro tiempo a la causa. Sin embargo, Victoria marchó al interior en los últimos días de mayo con el propósito de tratar con Iturbide la modificación de algunos artículos del Plan de Iguala.
Iturbide se encontraba en Acámbaro rodeado de los principales comandantes que habían proclamado el Plan de Iguala en Guanajuato. La presencia de estos en aquel punto y la de Barragán y Domínguez Zacapo hicieron creer al coronel Quintanar, comandante general de Valladolid, que pronto sería atacado, y en consecuencia se preparó para la defensa, mandando construir fuertes parapetos y abriendo anchos fosos en las principales avenidas de esa ciudad. Pasó revista a sus tropas que eran considerables en número y disciplina, y el 15 de abril les dirigió una proclama excitándoles a la resistencia.
Sin embargo, no era entonces el intento de Iturbide marchar contra Valladolid, pues más le interesaba entrevistarse con el mariscal José de la Cruz, quien no había demostrado hasta entonces una reprobación absoluta del Plan de Iguala. La verdad es que el 17 de marzo publicó una proclama, en la que exhortaba a sus gobernados al cumplimiento de las leyes y a la conservación del orden y la tranquilidad públicos. Pero en ese documento nada decía del nuevo Plan y de su autor, y concebido en términos generales, parecía indicar que el comandante general de Nueva Galicia esperaba la marcha de los acontecimientos para adoptar una actitud resuelta y perfectamente definida. Pocos días después (a primeros de mayo), el brigadier Negrete, a quien comisionó Iturbide para proponer a Cruz que se adhiriese al Plan de Iguala, transmitía al jefe del Ejército Trigarante una carta que le había dirigido el comandante de Nueva Galicia manifestándose conforme en tener una entrevista con Iturbide.
Antes de este importante aviso, Iturbide se había encaminado a León, uniéndose a su paso por Silao el abogado José Domínguez Manso, quien compartió después con Joaquín Parres las crecientes labores de su secretaría. Al llegar el primer jefe del ejército a León el 1 de mayo, publicó una proclama, dirigida a tranquilizar los ánimos de los españoles, entre los cuales se había difundido el rumor de que al terminar la revolución se ordenaría la matanza de todos ellos. Recordaba con este motivo Iturbide que su mismo padre era español, y ofrecía por garantes de sus juramentos y promesas a toda su familia. Allí tuvo noticia de que Cruz había convenido en avistarse con él y escribió a Negrete que fijaba la hacienda de San Antonio, entre Yurécuaro y La Barca, para que en ella se efectuase la entrevista. Pero Cruz no estuvo conforme con esta designación y pretendió a su vez que el lugar de reunión fuera el pueblo de Atequízar.
Esta vacilación indignó grandemente a Iturbide y llegó a creer que fuese un ardid preparado por el jefe realista. Iturbide, avisado de la marcha de Cruz, salió precipitadamente para la hacienda de San Antonio acompañado del coronel Anastasio Bustamante. Allí le esperaban Negrete y Cruz el 8 de mayo. Ambos se saludaron y enseguida trataron el asunto que los convocaba, y Cruz propuso una suspensión de los combates durante dos meses para poder entrar en negociaciones con el virrey Apodaca.
Esta idea había sido presentada algunos días antes a Iturbide por el mismo Negrete, quien creía necesario un armisticio que diese tiempo a organizar la revolución. Pues temía, en vista de la rapidez con que se desarrollaba, que no fuese posible ordenarla convenientemente, y que el populacho entendiese por libertinaje la libertad. Iturbide, receloso de que la proposición de Cruz solo se enderezase a dar tiempo al Virrey para aumentar sus fuerzas y detener los rápidos progresos de la revolución, no la admitió, así como tampoco había accedido a la misma pretensión de Negrete.
A su vez, solicitó de Cruz que interpusiese su mediación con el Virrey para que oyese sus propuestas y se evitase una guerra de funestas consecuencias para Nueva España; en esta mediación debían acompañar a Cruz el obispo de Guadalajara Juan Ruiz de Cabañas y el conde de San Mateo Valparaíso, y habiendo admitido Cruz, quedó convenida allí mismo la carta en que Iturbide lo autorizaba para abrir la negociación con el virrey Apodaca.
Antes de separarse, comieron juntos Cruz e Iturbide, brindando el primero por la paz y la unión, y el segundo porque el comandante general de Nueva Galicia concurriese a la conquista de aquellos tan inestimables bienes; enseguida Cruz volvió a Guadalajara e Iturbide a Yurécuaro, desde cuyo punto escribió a Guerrero participándole el resultado de la entrevista.
Este, aunque no fuese tan provechoso como Iturbide se había prometido, era favorable a sus miras y proyectos ulteriores, pues convencido de que Cruz asumiría por algún tiempo la más completa inacción, podía dedicar sus fuerzas a reducir a Valladolid y enseguida a Querétaro; descansando, para el caso en que el mismo Cruz cambiase de actitud y propósitos, en la resolución de Negrete y de otros jefes del ejército de Nueva Galicia, de la cual no dudaba, y que no vacilarían en declararse abiertamente a su favor. Cruz, en cumplimiento de lo pactado, informó de todo lo ocurrido al virrey Apodaca enviándole copia de la carta que le había dirigido Iturbide.
No hay datos para asegurar que el obispo de Guadalajara aceptase la mediación a que lo invitó el jefe del Ejército Trigarante, y en cuanto al conde de San Mateo Valparaíso, rehusó admitir la comisión, «porque era hombre indiferente a todos los sucesos políticos, ocupado únicamente en el cuidado de sus intereses, y como todos los caracteres débiles necesitaba del influjo de un hombre superior para ponerse en acción; y aunque al principio de la insurrección hizo importantes servicios a la causa del rey, debe atribuirse a la influencia de Calleja que lo impulsó a ello, habiéndose manifestado después enteramente pasivo en todo.» El Tcol Yandiola, enviado por Cruz para entregar a Apodaca las comunicaciones relativas a las proposiciones de Iturbide, fué muy mal recibido y volvió a Guadalajara llevando una áspera respuesta. En cambio, el conde de San Mateo Valparaíso y marqués de Jaral se le nombró comandante general de San Luis Potosí y se le ofreció recomendarlo a la corte para que se le diese el empleo de general, en premio de haber rehusado la comisión que le propuso Iturbide; pero ninguna de esas distinciones fue admitida por el conde.
Rendición de Valladolid
Libre Iturbide de todo temor por el lado de Nueva Galicia después de su entrevista con Cruz, resolvió dirigirse a Valladolid al frente de las tropas que le obedecían en el Bajío y la misma provincia de Michoacán. El 12 de mayo entraba en Huaniqueo seguido de una gran división de caballería, en tanto que el resto de sus tropas avanzaba hasta Chucándiro, a orillas del lago de Cuitzeo y en la dirección noroeste de Valladolid.
Esta importante ciudad, patria de Morelos y del mismo Iturbide, y en la que se educó el ilustre Hidalgo, era el único lugar que había quedado bajo el dominio de las tropas virreinales en la gran provincia de Miclioacan. Sus habitantes ansiaban la llegada del ejército libertador, pero reprimían sus independentistas manifestaciones en presencia de la guarnición, que era de 1.600 hombres con 45 piezas de artillería que había reunido allí el coronel Quintanar. Este jefe desde mediados de abril creía que sería atacado y se dispuso a resistir con vigor. Disipado por lo pronto el peligro con motivo de la marcha de Iturbide a los límites de Nueva Galicia, volvía a presentarse de nuevo; esta vez no dudó ya el jefe realista de que en breve aparecerían al frente de la plaza las tropas del Bajío mandadas por Iturbide.
El día 13 de mayo, toda la división independiente ocupó las haciendas de Guadalupe y del Colegio y el pueblo de Tarímbaro, situados a corta distancia entre sí, y a poco más de dos leguas al norte de Valladolid; en tanto que las secciones del Tcol Barragán y del sargento mayor Parres avanzaban a toda prisa y se situaban respectivamente al sur y al este de esa ciudad. El coronel Quintanar contestó al día siguiente (14 de mayo) la comunicación que Iturbide le escribió desde Huaniqueo invitándolo a adherirse al Plan de Iguala, a cuyo fin agregó las copias de varios documentos que demostraban los rápidos progresos de la revolución: se negaba con tono decidido el comandante realista a admitir la invitación de Iturbide, y le decía que sus obligaciones más sagradas y su honor estaban en contradicción con la propuesta que le había hecho, y que en aquella plaza no se reconocía más que al gobierno legítimo.
Iturbide no se desanimó por esto, y volvió a escribir á Quintanar el 15 de mayo, pidiéndole una entrevista, de la cual no dudaba que resultaría un arreglo conveniente y justo, y le ponía como ejemplo la que acababa de tener con los generales Cruz y Negrete.
También desde Huaniqueo escribió Iturbide a los miembros del ayuntamiento de Valladolid enviándoles la proclama que dirigía a los habitantes de la ciudad, y solicitando de aquella corporación que comisionase a dos o más individuos para que se entrevistasen con él. Pero como el ayuntamiento no contestó, reiteró Iturbide su primera comunicación, protestando que obraría militarmente si no se le mandaba una diputación de ese cuerpo, con la cual pudiera tratar de lo que fuese más conveniente para el bien de la ciudad. El mismo día 15 se presentaron a Iturbide en la hacienda de Guadalupe el regidor Antonio de Haya y el procurador síndico José María Cabrera, quienes pusieron en sus manos una nota del ayuntamiento vallisoletano en que manifestaba que, no estando en sus facultades tratar de asuntos militares, había comisionado a los concejales ya nombrados para que intentasen un concierto que evitase el derramamiento de sangre y las demás calamidades que amenazaban a la ciudad.

No era fácil un arreglo entre el comandante del ejército que pretendía ocupar cuanto antes la capital de Michoacán y los representantes de una corporación que no disponía de las tropas. Así debió comprenderlo Iturbide, y quizás al solicitar con instancia la salida de la diputación no tuvo más propósito que el de captarse la voluntad y estimación de los que la formasen, confiando en el prestigio de su persona y en la persuasión que poseía. Nada acordaron en efecto, pero el hábil primer jefe trató a los comisionados con decoro y atención, les manifestó sus proyectos, procuró desvanecer las imputaciones que el gobierno virreinal se había esforzado en difundir para desprestigiar su plan y sus miras independentistas. Después de detenerlos todo el día en su campamento, los despidió satisfechos y complacidos.
Entretanto, era grande la deserción en las tropas realistas, y los jefes Barragán y Parres (más próximos a la plaza asediada que los demás comandantes del ejército libertador) participaban diariamente a Iturbide que sus respectivas secciones se engrosaban con oficiales y soldados llegados de Valladolid. Esta deserción, el espíritu que dominaba en la ciudad y el respetable número de tropas que la rodeaban, cambiaron notablemente la primera y belicosa resolución de Quintanar, quien escribió a Iturbide una carta. Esta fue entregada por los comisionados de Quintanar a Iturbide que había trasladado su cuartel general a la hacienda de la Soledad muy cercana á la plaza de Valladolid.
En lugar del Tcol Fernández, impedido por enfermedad, acompañaba a Cela el Tcol Juan Isidro Marrón. Las proposiciones de Iturbide se redujeron a que se dejase a la tropa realista en libertad para tomar el partido que quisiese, ofreciendo a los expedicionarios el pago de sus alcances y medios para regresar a la metrópoli; y que los jefes, oficiales y soldados que prefiriesen seguir obedeciendo al gobierno virreinal quedarían en la plaza sin hostigar ni ser hostigados hasta que este último resolviese sobre las propuestas que se le harían por conducto del general Cruz, del obispo de Guadalajara y del marqués del Jaral. Los comisionados de Quintanar volvieron a Valladolid y dieron cuenta de las condiciones propuestas por Iturbide.
Ese mismo 16 de mayo, la caballería, a las órdenes del coronel Bustamante, se trasladó de la hacienda del Colegio a la del Rincón, atravesando parte de la ciudad con permiso del comandante general realista. En la tarde, Iturbide mandó formar en las lomas de Santiaguito a sus mejores batallones, los cuales después de pasar lista contramarcharon a sus campamentos de la Soledad, a la vista de los habitantes de Valladolid entusiasmados con aquel alarde bélico.
La junta de jefes convocada por Quintanar para dar cuenta de las proposiciones de Iturbide, admitió solamente la segunda, siempre que las tropas bloqueadoras levantasen el campo, y así le fue comunicado a este por los comisionados Cela y Marrón. Estos volvieron a plaza llevando un oficio comunicando la vuelta a las hostilidades.
En la tarde de aquel mismo día, Iturbide, seguido de sus mejores batallones, ocupó el convento de San Diego, situado en el extremo oriental de la ciudad, pues los realistas se habían retirado al perímetro interior, abandonando todos los puestos avanzados.
Iturbide estaba muy distante de recurrir a la fuerza de las armas para hacerse dueño de su ciudad natal; veía que la deserción de los soldados realistas aumentaba día a día y que la plaza no podía tardar en entregarse, por falta de defensores armados. Así, durante el 18 de mayo mediaron aún algunas comunicaciones por escrito entre él y Quintanar, dando término a esta correspondencia la resolución adoptada por este último, con la cual creyó dejar a salvo su honor militar.
En la tarde del 19 de mayo, salió del recinto fortificado en compañía de su segundo Rodríguez de Cela; una vez fuera de trincheras, entregó a este jefe una orden escrita en que le prevenía que tomase el mando superior de la guarnición, y enseguida le manifestó que en aquel momento marchaba al cuartel general de Iturbide a incorporarse con los independentistas. Acompañado de seis dragones que quisieron escoltarle, se dirigió, en efecto, al convento de San Diego, donde fue recibido con entusiastas aclamaciones, y el mismo Iturbide salió a su encuentro felicitándole vivamente por la resolución que había adoptado.
El Tcol Rodríguez de Cela, ganado de antemano por el prestigio e influencia que ejercía Iturbide en aquellos que se le acercaban. Estaba al frente de una guarnición reducida por las incesantes deserciones a algo más de 600 hombres; se apresuró a dirigir al comandante en jefe del ejército libertador un oficio proponiéndole la entrega de la plaza.
Conforme Iturbide, con esta invitación envió inmediatamente al interior de la plaza a los sargentos mayores Joaquín Parres y José Antonio Matiauda, quienes ajustaron con Cela una capitulación honrosa. Quedando convenido en ella que las tropas de la guarnición que así lo deseasen podrían retirarse a México, sin tocar en Toluca, con los honores de guerra y llevando sus armas, entregándoseles los auxilios necesarios para el viaje, durante el cual no serían hostigados. Los enfermos que quedasen en la plaza serían atendidos hasta su completo restablecimiento, y a los que deseasen incorporarse con las tropas que se retiraban a la capital se les daría pasaporte; todo ciudadano particular que quisiese seguir a la guarnición podría hacerlo, concediéndosele ocho días para el arreglo de sus asuntos; y los que prefirieran quedarse, así como las familias de los que marchasen, no serían molestados, sino antes bien protegidos por las autoridades. Por último, la artillería, las armas excedentes y las municiones serían entregadas al comisionado del Ejército Trigarante.
La guarnición, reducida a menos de 600 hombres, salió de Valladolid a las ocho de la mañana del 22 de mayo, y de conformidad con el artículo respectivo de la capitulación. Pasó el sargento mayor Francisco Cortazar a recibir la artillería, armas y municiones. 45 cañones de varios calibres, más de 1.000 fusiles y una enorme cantidad de vestuario y de municiones de guerra fueron los trofeos de esta campaña, en la que no se derramó una sola gota de sangre. Se encontraron más de 100.000 pesos en las arcas públicas, procedentes de los ramos de tabaco, alcabalas, pólvora y papel sellado.
El Tcol Miguel Torres fue nombrado comandante militar de la plaza, y con los soldados de la antigua guarnición realista que se pasaron a los independentistas durante el asedio, Iturbide formó un cuerpo que llamó de la Unión, poniéndolo a las órdenes del comandante Juan Domínguez. Pocos días antes de la capitulación se incorporó al Ejército Trigarante Juan José Andrade con el RD de Nueva Galicia que estaba bajo su mando.