Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de México Operaciones en junio de 1821

La derrota realista, la pérdida de Valladolid y las otras posiciones que consiguieron los trigarantes en el actual estado de Hidalgo, como Ixmiquilpan, Huichapan, Nopala y Zimapán, así como las sierras del Doctor en Querétaro, alarmaron al virrey Apodaca, quien el 31 de mayo reunió nuevamente a sus mandos para restructurar su estrategia. En esa junta estuvo presente nuevamente el mariscal Pascual Linán, quien ya se había concentrado en la Ciudad de México; así como Francisco Novella, Manuel Espinosa Tello, Juan Sociats y Antonio Morán. La junta determinó convocar a todos los españoles que pudieran sostenerse y uniformarse, junto con los militares licenciados, para formar cuerpos de infantería y de caballería que fueron denominados “Defensores de la integridad de las Españas”.

La convocatoria no tuvo el impacto esperado, pues únicamente algunos españoles acudieron a la llamada a las armas; por ese motivo, a los pocos días se ordenó el reclutamiento forzoso por medio de leva, así como el acopio de carros de mulas, animales de carga y raciones; el restablecimiento de rondas nocturnas; el uso de pasaportes y la suspensión de la libertad de imprenta. Por su parte, Iturbide también giró disposiciones, ordenó que Santa Anna continuara con las operaciones en Veracruz y que José Joaquín de Herrera se reincorporara a Puebla para que estableciera coordinación con las fuerzas de Nicolás Bravo y avivara las acciones militares en aquella plaza. De este modo, la trigarancia cobró nuevos bríos. Nicolás Bravo sostuvo enfrentamientos con el coronel Manuel de la Concha y logró recuperar Tulancingo a principios de junio; luego aseguró Tlaxcala. Mientras tanto, Herrera consiguió ganar las comunidades cercanas a Tehuacán, donde estableció su comandancia, y enseguida se apoderó de Teotitlán del Camino, población ubicada en la provincia de Oaxaca.

Muerte de Pedro Asensio Alquisirias el 3 de junio de 1821

En los días finales del mes de abril de 1821, el desasosiego de Pedro Ascencio fue mayor. Después de dar cuenta de las dificultades por las que venía atravesando por falta de recursos, de mostrar su desilusión con la política de “urbanidad y comedimiento”, a la cual no estaba acostumbrado, escribió a Iturbide: «Dolor insufrible es ver mi tropa que pasa de 800 plazas, muertos de hambre, desnuda y llena de miserias por guardar decoro y respeto a las posesiones de los Cortines y otros, y luego veo con estos mismos bienes triunfar y reírse de nosotros a las tropas enemigas».

Ascencio quedó esperando respuesta o alguna instrucción de Iturbide sobre este comunicado que nunca llegó. Por el contrario, el líder del Ejército Trigarante le propuso que siguiera conduciéndose bajo la política de urbanidad y mesura como ya se lo había participado. El antiguo insurgente trató de acomodarse a esta política dando muestras de ello en Taxco. Luego de participárselo a Iturbide, recibió de este sus felicitaciones diciéndole que con ello «llenará usted mis deseos, que son de ganar la voluntad de todos, especialmente de aquellos que, o por engañados, o por tímidos con los horrores antiguos, no se deciden como deben a trabajar por la patria».

La invitación de Iturbide a mantenerse por esta senda de cordialidad, aunque fue asumida con una voluntad de soldado leal, marcó en Pedro Ascencio una inevitable contrariedad. Para él, la falta de mayor determinación para sanear sus necesidades financieras había dado ocasión a que muchas tropas no se decidieran por el movimiento trigarante; pese a que mucha gente ansiaba reunirse con él, seguían colaborando con las tropas “del Venadito”. Esto era lamentable y de difícil resolución, ya que era ocasión de dar a conocer que la recomendación que le había hecho Iturbide de solicitar socorros al señor Guerrero no había progresado, ya que dicho comandante “no tuvo a bien remitirme ni un peso”.

Su desaliento se agrandó más todavía cuando empezó a entrever que su presencia dentro del Ejército Trigarante y frente al mismo Iturbide era muchas veces minimizada. Es decir, su esfuerzo no parecía merecer la necesaria atención de su jefe superior y, peor aún, su persona, en el ámbito de las relaciones militares, era prácticamente relegada.

El trato o comunicación personal que el líder del Ejército Trigarante estableció con los principales militares comprometidos con el movimiento distaba mucho de lo que Pedro Ascencio quería. El ámbito de relaciones militares comenzó a ser para Iturbide más amplio y a un nivel más influyente. A través de manifiestos, comunicados y mandatos daba a conocer, al conjunto de los soldados, no solo el progreso del movimiento, sino las directrices políticas que creía le darían sustento.

Comunicaba, por ejemplo, que la proclamación de la independencia de la América Septentrional, después de la experiencia horrorosa de tantos desastres desde el año de 1810, fijó como otro principio la unión general entre americanos, europeos e indios. Por lo que les pedía “seguir con la moderación que os es característica, con el respeto que os distinguís y con la unión y celo que os anima”, para que el mundo “vea aquel Ejército que dio su patria la libertad ha sabido conservarla con bizarría y con prudencia”.

Pedro Ascencio mostró su desencanto por el trato desairado de Iturbide. Sin embargo, conservó la suficiente voluntad para conducirse por esta vertiente política sugerida por su jefe principal.

Como parte de las estrategias del Ejército Trigarante, Pedro Ascencio tuvo que asumir compromisos militares más allá de su zona de dominio. Después de sus andanzas como miembro del Ejército Trigarante en los pueblos cercanos (inclusive resolviendo órdenes de coordinarse y auxiliar al padre José Manuel Izquierdo, que había vuelto a tomar las armas). Fue solicitado adelantar sus tropas hasta los frentes de Mezcala y Apastla con el fin de apoyar los movimientos de Vicente Guerrero, que se dirigiría a Tlapa desde la costa. Se iniciaban operaciones que tenían por objeto dar mayor fuerza a un nuevo avance que ya se intentaba sobre Acapulco.

La angustiosa situación de Acapulco, asediada de cerca por el coronel independentista Juan Álvarez, había obligado al gobierno virreinal a mandar en su auxilio la sección del coronel Márquez Donallo, la cual estaba en Taxco después de su infructuosa excursión a Zacualpan. Por parte de los independientes, la división de Echávarri, después de permanecer todo el mes de abril y principios de mayo en Chilpancingo, había marchado al interior, reuniéndose con el grueso del ejército libertador de Yurécuaro. Guerrero había recibido órdenes terminantes y repetidas de Iturbide para que no impidiese el paso a la sección de Márquez Donallo en el caso favorable de que avanzase en auxilio de los realistas de Acapulco.

Quizás era el propósito de Iturbide facilitar la entrada del enemigo en una zona malsana, y más aún en aquella estación en la que las enfermedades y rigores del clima lo acabasen más completamente que pudieran los enfrentamientos de armas. No es de admirar que Márquez Donallo avanzase sin obstáculo hasta Acapulco y que entrase en esa población el 16 de mayo, habiéndose retirado previamente el coronel Álvarez, que la asediaba.

Márquez Donallo se proponía recorrer la Costa Grande y batir a las numerosas partidas que mantenían vivo en ella el fuego de la revolución, pero apenas llegado a Acapulco, recibió orden de Apodaca para volver rápidamente a la capital, con motivo de los graves sucesos ocurridos en el rumbo del Oriente. Obedeció la superior disposición, dejando a Acapulco expuesto a un nuevo asedio, pues al retirarse debían volver a bloquearlo las tropas del coronel Álvarez. Márquez marchó hacia el Norte con cuanta rapidez le fue posible, y al llegar a Tixtla el 3 de junio, previno a Cristóbal Húber, comandante realista a quien suponía en Huitzuco, que hiciese un movimiento hacia Tenango, para proteger a su sección en el paso del río Mexcala.

Precisamente el mismo día 3 de junio, Húber se hallaba combatiendo en Tetecala y alcanzaba una sangrienta victoria sobre las partidas de Ascensio. Este guerrillero, al saber la marcha de Márquez Donallo hacia Acapulco, resolvió dirigirse al distrito de Cuernavaca, creyendo que era oportuna la ocasión para batir con éxito a los pequeños destacamentos realistas que allí habían quedado. Seguido de la mayor parte de sus fuerzas, marchó contra el pueblo de Tetecala, a cuya vista se presentó el 2 de junio, e inmediatamente intimó rendición al comandante realista. Este era el capitán Dionisio Boneta, quien, habiendo recibido anticipado aviso del movimiento de Ascensio, despachó un correo urgente a Cristóbal Húber llamándolo en su auxilio. Rechazó con altivez la intimación y acto seguido inició el combate, que se prolongó hasta las diez de la noche, hora en que Ascensio se retiró con sus tropas a las haciendas de Miacatlán y del Charco.

Entretanto, Húber había reunido una fuerte sección compuesta de dragones de la Reina Isabel, urbanos de Huitzuco y de Tepecuacuilco, y un centenar de mozos armados de la hacienda de San Gabriel (propiedad de la familia Yermo), llevando a su frente al administrador de esa finca, Juan Bautista de la Torre. Seguido de toda esa gente, Húber marchó con rapidez en dirección a Tetecala, y llegó a los alrededores del pueblo en la mañana del 3 de junio, cuando los independentistas renovaban con mayor ardor el ataque interrumpido la noche anterior.

Ascensio resolvió salir al encuentro de la sección de Húber con una parte de sus tropas; y se empeñó en un rudo combate en el paraje Las Milpillas (Zacatecas), donde se batieron decididamente, pero “al cargar al arma blanca”, Pedro Ascencio fue alcanzado de un machetazo que le proporcionó un tal Francisco Aguirre, dependiente de la hacienda de San Gabriel; el ánimo de su gente se derrumbó y la mayoría se dio a la fuga, decidiendo la victoria a favor de los realistas, que persiguieron con sangrienta saña a los fugitivos.

El propio Vicente Guerrero, que se hallaba en el río Mezcala, se replegó, franqueando el paso de Márquez Donallo, que “no encontró obstáculo en su marcha” rumbo a la capital.

La cabeza de Pedro Ascencio fue cortada del cadáver y enviada a Gabriel Armijo, que se encontraba en Cuernavaca, y fue expuesta en un paraje público.

Muerte de Pedro Asensio Alquisirias el 3 de junio de 1821. Su cabeza fue cortada y expuesta en Cuernavaca.

Muchos de los que participaron en la acción contra el famoso insurgente recibieron ascensos, gratificaciones y un escudo. Era el mes de junio de 1821 y en la Ciudad de México hubo un ambiente casi festivo. El Virrey había recibido a Márquez, dice Lucas Alamán, «con el mayor aplauso, saludando desde su balcón a los oficiales y soldados, y premiando a los primeros con un grado al más antiguo de cada clase, a los segundos con una gratificación de 4 pesos a cada individuo. El padre capellán fue propuesto para que se le diesen los honores de predicador del Rey».

La muerte de Pedro Ascencio fue difundida por el gobierno virreinal para exaltar que tenían el control sobre los rebeldes; sin embargo, esto no logró impedir que otras unidades militares se unieran a la causa trigarante.

Situación en la capital

Mientras Iturbide asediaba Valladolid, la revolución volvía a estallar en la escabrosa zona donde habían imperado los Villagranes. El doctor Magos proclamó el Plan de Igualada en Ixmiquilpam, y a su voz se alzaron en armas los belicosos habitantes de las sierras del Doctor y Zimapán, y también los de Huichapam y Nopala. Para atacar a estos enemigos que tan próximos a la capital se levantaban, dispuso el gobierno virreinal que saliese a combatirlos el coronel José María Novoa con una fuerte sección de caballería, formada con piquetes de los regimientos de la Frontera, Sierra Gorda, Príncipe y Urbanos de San Juan del Río. Este jefe recorrió con empeño las ásperas serranías recogiendo algún botín de guerra. El 23 de mayo de 1821, no lejos de Ixmiquilpam, dio alcance a la partida de Magos, de la que mató 60 hombres y dispersó a los restantes, que fueron tenazmente perseguidos por Julián Juvera, oficial de los dragones de Frontera.

La angustiosa situación de Acapulco, asediada de cerca por el coronel independentista Juan Álvarez, había obligado al gobierno virreinal a mandar en su auxilio la sección del coronel Márquez Donallo, que se encontraba en Taxco después de su infructuosa excursión a Zacualpan. Por parte de los independientes, la división de Echávarri, después de permanecer todo el mes de abril y principios de mayo en Chilpancingo, había marchado al interior, reuniéndose con el grueso del ejército libertador de Yurécuaro. Guerrero había recibido órdenes terminantes y repetidas de Iturbide para que no impidiese el paso a la sección de Márquez Donallo en el caso favorable de que avanzase en auxilio de los realistas de Acapulco.

Bahía de Acapulco en 1839. Autor Carlos Nebel.

Quizás era el propósito de Iturbide facilitar la entrada del enemigo en una zona malsana, y más aún en aquella estación en la que las enfermedades y rigores del clima lo acabasen más completamente que pudieran los enfrentamientos de armas. No es de admirar que Márquez Donallo avanzase sin obstáculo hasta Acapulco y que entrase en esa población el 16 de mayo, habiéndose retirado previamente el coronel Álvarez que la asediaba. Apenas llegado a Acapulco, recibió orden de Apodaca para volver rápidamente a la capital, con motivo de los graves sucesos ocurridos en el rumbo del Oriente.

Las noticias de la fácil rendición de Valladolid y las ventajas que los independentistas alcanzaban diariamente en la región oriental aturdieron a Apodaca en tal grado que la historia de los postreros días de su administración era una serie de graves errores y de providencias desacertadas. Sin la energía de Venegas y de Calleja, dejó crecer el movimiento iniciado en Igualada, creyendo que bastarían para sofocarlo las divisiones internas que estallarían entre los antiguos insurgentes y los nuevos defensores de la independencia. Sin las dotes de un hombre de Estado, no comprendió los ideales ni el sufrimiento de la sociedad entera durante la lucha de emancipación.

Cuando los sucesos que se desarrollaron en el curso de mayo le hicieron comprender la intensidad del mal, Apodaca acudió a medios represivos, que exacerbaron más y más los ánimos y descubrieron la debilidad de un poder que no tardaría en hundirse para siempre. En esa situación se le ofrecían dos caminos: uno era reunir en un cuerpo de ejército todas las tropas que aún le permanecían fieles y librar un decisivo combate, o entrar en negociaciones con el primer jefe independentista a fin de obtener las mayores ventajas para España y los españoles residentes en México.

El Virrey acudió entonces a medios represivos; por bando publicado el 5 de junio de 1821, declaró suspendida la libertad de imprenta, habiendo antes consultado esta grave medida con varias corporaciones. La diputación provincial, el ayuntamiento, la Junta de censura y el Colegio de abogados tuvieron la entereza de aconsejarle que desistiese de ese propósito; pero el Tribunal de justicia (antigua Audiencia), el Consulado, el cabildo eclesiástico y los subinspectores de artillería e ingenieros lo aprobaron con aplauso, ya que en estas corporaciones dominaban casi exclusivamente los españoles, y estos eran los que más se distinguían por su espíritu combativo. Estas medidas lo único que provocaron fue la divulgación de rumores adversos a la causa realista.

En uno de los primeros días de junio, 10 oficiales seguidos de más de 200 soldados abandonaron las guardias de las garitas de San Lázaro, Candelaria y Belem, y marcharon a unirse con los independientes; perseguidos por una partida de dragones, lograron escapar sin ser alcanzados, y la fuerza realista regresó a la ciudad trayendo a cuatro de los desertores que voluntariamente volvieron, arrepentidos de su intento. Este suceso y los apremiantes obstáculos y dificultades que lo rodeaban obligaron al Virrey a constituir en el palacio una junta permanente de guerra presidida por él mismo y formada por los mariscales de campo Pascual de Liñán, subinspector general; Francisco Novella, subinspector de artillería; los brigadieres Álvarez y Espinosa Tello, y el coronel de ingenieros don José Sociats, siendo secretario el coronel José Moran, que ejercía con el carácter interino las funciones de secretario del virreinato. Pocos días más tarde, el 12 de junio, fue nombrado el mariscal Novella gobernador militar de México, dándole por segundo al brigadier Espinosa Tello. Se anunció en la orden del día que el mariscal Liñán quedaba disponible para tomar el mando del ejército de operaciones y salir de la capital, si así lo exigían las exigencias de la guerra.

Para proveer a la defensa de la capital, Apodaca convocó a todos los españoles de ambos hemisferios (que así decía su bando) residentes en la ciudad, y que pudiesen sostenerse y uniformarse a sus expensas; ordenándoles que dentro de las 48 horas siguientes formasen cuerpos de infantería y caballería, con el nombre de «Defensores de la integridad de las Españas,» denominación que pronto fue cambiada por el pueblo en la burlesca de los “íntegros”. Mandó también que los militares con licencia, los inválidos y los retirados que antes hubiesen servido en el ejército real se presentasen, bajo la pena de ser considerados como desertores, a continuar su servicio en sus respectivos cuerpos y clases, o en los que les fueran señalados. Pocos acudieron, sin embargo, a ese llamamiento, y entonces el Virrey declaró en vigor el bando publicado por Calleja el 26 de octubre de 1813, por el que se establecía el alistamiento forzoso, y sin excepción, de todos los varones que tuvieran entre 16 y 50 años, so pena de servir por 6 años en las tropas veteranas.

Para llevar a efecto esa disposición extrema, se erigió una junta presidida por el coronel José Ignacio Ormaechea, alcalde primero, y compuesta por el regidor Cortina Noriega, el deán de la catedral Andrés Fernández Madrid y los condes de Agreda y de Heras Soto.

Siguieron a estas providencias otras de carácter semejante; en los bandos de 16 y 19 de junio se ordenaba la requisición de armas y caballos; y además, daba órdenes terminantes a los comandantes de divisiones para tratar con toda severidad a los prisioneros y pasar por las armas a los oficiales y soldados que se manifestasen vacilantes en su lealtad; aunque habiendo expuesto algunos jefes las funestas consecuencias que el cumplimiento de tales prevenciones podía tener, se les contestó que no las ejecutasen.

Todas esas disposiciones indicaban el aturdimiento del gobierno en aquellos momentos, y el único resultado que produjeron fue el de aumentar la deserción, y muchos vecinos de la capital emigraban para no verse obligados a alistarse en los “íntegros”. En algunos lugares, como en Puebla, el pueblo arrancó los bandos para alistamiento y requisición de caballos de los lugares públicos en que fueron fijados. Todo el mes de junio fue de intensa agitación en la capital y de grande angustia para el gobierno por las noticias funestas que de todas partes recibía.

Conquista de Guadalajara

Al saberse en Guadalajara que el ejército independentista bajo las inmediatas órdenes de Iturbide había entrado en Valladolid, se avivó en sus habitantes el deseo de proclamar el Plan de Iguala. No era menor el deseo que animaba a los oficiales y soldados de la división de Pedro Celestino Negrete y Falla, que se hallaba acantonada en el inmediato pueblo de San Pedro, y repetidas veces instaron los primeros a su general para que apresurase el momento de aclamar la misma causa que en otras provincias defendían abiertamente sus compañeros. Negrete contuvo por algún tiempo a sus briosos subalternos, deseoso de evitar un choque sangriento con las tropas que Cruz tenía dentro de Guadalajara, apoyadas por la división que al mando del coronel Hermenegildo Revuelta se hallaba no muy lejos de aquella ciudad. Pero urgido cada vez más, hubo de señalar el 16 de junio para la proclamación de la independencia.

Sin embargo, la impaciencia de sus oficiales anticipó tres días tan anhelado acontecimiento, y el 13 de junio de 1821, Negrete y su división proclamaron con entusiasmo el Plan de Iguala. Inmediatamente, se difundió la noticia en Guadalajara, y el capitán don Eduardo Laris, que se había concertado de antemano con los de San Pedro y ocupaba el cuartel del Hospicio que contenía las municiones y la artillería, se apercibió a la defensa, en el caso de que el resto de la guarnición lo atacase, y envió un urgente aviso al general Negrete para que avanzase en su auxilio. Los temores de Laris fueron vanos, pues momentos después se presentaron en el cuartel del Hospicio los dragones de Nueva Galicia y los demás piquetes que formaban la guarnición, trayendo a su frente al coronel José Antonio Andrade, quien acababa de adherirse con todos sus soldados al Plan de Igualada.

Cruz recibió al mismo tiempo la noticia de lo ocurrido en San Pedro y del pronunciamiento de la guarnición; se dirigió inmediatamente al cuartel del Hospicio con el propósito de contrariar el movimiento, pero allí Laris le dijo respetuosamente que se retirase, porque no era ya obedecido. Cruz se ocultó por lo pronto, y ese mismo día salió de Guadalajara con el intento de unirse a las tropas de Revuelta que se hallaban a una distancia de diez leguas.

A las cinco de la tarde llegó Negrete con su división a la garita de San Pedro; allí lo esperaba la guarnición con Andrade y Laris, y ambas fuerzas juntas entraron en la populosa Guadalajara al compás de las atronadoras aclamaciones de la multitud que victoreaba a la independencia, a Iturbide, a Negrete, a Andrade y a Laris. Avanzaron las tropas hasta la plaza Mayor, donde el ayuntamiento había mandado colocar una mesa con un Santo Cristo y un misal, y allí hicieron el juramento los jefes, oficiales y soldados. Negrete publicó ese mismo día una entusiasta proclama a los habitantes de Nueva Galicia, en la que los felicitaba por haberse adherido al Plan de Igualada.

Al día siguiente, 14 de junio de 1821, el brigadier Negrete convocó en la casa de gobierno a todas las corporaciones y empleados públicos para que jurasen el plan proclamado por Iturbide. Así lo hicieron la diputación provincial, la audiencia de aquel distrito, el ayuntamiento, el cabildo eclesiástico, la Universidad, el tribunal del Consulado, los jefes y empleados de la Hacienda pública, los demás empleados civiles y los prelados regulares. Acto seguido, Negrete manifestó a la junta la necesidad de nombrar una autoridad superior que sustituyese al mariscal José de la Cruz, oculto o fugitivo desde el día anterior, y en consecuencia, pidió que se designase la persona que debiera recibir el mando: los miembros de la Audiencia dijeron que, según las disposiciones legales, tocaba ejercer las funciones de jefe superior político y comandante general al mismo brigadier Negrete; muchos de los concurrentes emitieron igual opinión, y la junta acordó unánimemente esos nombramientos, disponiendo que, a falta de Negrete por enfermedad o ausencia, lo reemplazase en el mando el coronel José Antonio Andrade.

Toda la Nueva Galicia siguió el ejemplo de su capital, adhiriéndose a la independencia, y solo se mantuvieron fieles al gobierno virreinal, por algún tiempo, los empleados y marinería de San Blas, por lo que Negrete dispuso que marchase a ocupar ese puerto una división al mando de Laris, quien se apoderó de él por capitulación el 25 de julio.

José de la Cruz, después de su ocultación al proclamar la independencia las tropas de Guadalajara, salió fugitivo de esta ciudad hasta unirse con la división de Hermenegildo Revuelta. Se dirigió enseguida a Zacatecas, en cuya ciudad se hallaban de guarnición el batallón Mixto y el de Barcelona (antiguo de Navarra), al mando de su coronel José Ruiz. Temeroso Cruz de que Negrete lo alcanzase, no se detuvo en Zacatecas más que el tiempo preciso para apoderarse de los fondos que estaban depositados en las cajas reales, los cuales ascendían a más de 100.000 pesos. Incorporados a su división los batallones Mixto y de Barcelona, prosiguió inmediatamente su marcha a Durango.

Vista de Zacateas, México en 1839. Autor Carlos Nevel.

Al llegar a Sain Alto, y mientras descansaba la fatigada división realista, un cabo del batallón Mixto de Zacatecas, llamado José María Borrego, arengó a los soldados de ese cuerpo excitándoles a declararse a favor de la independencia; todos respondieron que estaban decididos a proclamarla y formaron inmediatamente en batalla para recibir a los otros cuerpos de la división. Pero Cruz, lejos de intentar la represión del sublevado cuerpo, prosiguió su marcha con mayor urgencia y entró en Durango el 4 de julio, donde fue recibido con grandes agasajos por el obispo de aquella diócesis, marqués de Castañiza, quien siempre había manifestado profunda aversión a la independencia.

El mismo 4 de julio, entró en Zacatecas el batallón Mixto que había proclamado el plan libertador en Sain Alto: los habitantes lo recibieron con inmenso entusiasmo y durante la noche se juró con toda solemnidad la independencia. Aguascalientes había sido abandonada algunos días antes por el comandante realista Miguel Béistegui, quien marchó a incorporarse con Cruz después de consentir el saqueo a que se entregaron sus soldados en aquella villa.

Ciudad de Zacatecas en el siglo XIX con el monasterio de la Merced en la montaña.

Resuelto el brigadier Negrete a perseguir a Cruz, previno a Barragán y al comandante general de Guanajuato que avanzasen, respectivamente, por la Barca y San Pedro Piedragorda, mientras él marchaba en su seguimiento, invistiendo del mando de Guadalajara al coronel José Antonio Andrade. Salió de esta ciudad el 23 de junio, al frente de la división que fue llamada de Reserva. Negrete destacó en la persecución del antiguo jefe militar de Nueva Galicia, al Tcol Correa, con 500 caballos, y el 6 de julio entró en Aguascalientes al estruendo de salvas, repiques y vivas entusiastas de los habitantes. Al llegar el general Negrete a las puertas de la villa, fue recibido por el ayuntamiento y por cuatro niñas que simbolizaban la Libertad, la Religión, la Independencia y la Unión, y cada una de ellas le entregó una cadena de plata, una palma, un ramillete de flores y una banda con los colores adoptados en Iguala, como representación de la soberanía nacional. Allí supo Negrete lo ocurrido en Sain Alto y el pronunciamiento de Zacatecas, todo lo cual comunicó a Andrade, jefe militar de Guadalajara.

Operaciones en el centro

La proclamación de la independencia por las tropas realistas del Bajío y el movimiento de Iturbide contra Valladolid hicieron sentir al gobierno virreinal la necesidad de reforzar a Querétaro para contener allí el desatado torrente que del interior amenazaba correr hasta la capital. Para ello era preciso ante todo conservar a San Juan del Río, que por su situación sobre la carretera que conduce de México a Querétaro, y por su proximidad a esta última población, era un punto importantísimo y del cual dependía la suerte de la misma Querétaro. Así, antes de recibir Apodaca la noticia de la capitulación de Valladolid, ordenó que las tres compañías del batallón de Murcia, con las cuales volvió a la obediencia del gobierno virreinal el Tco Almela y que habían marchado a reforzar la guarnición de Toluca; saliesen de esta ciudad y se dirigiesen rápidamente a San Juan del Río; dispuso también que las secciones destinadas a perseguir a Magos se concentraran en esa población, y nombró comandante de la plaza al coronel José María Novoa en lugar del Tcol Reina a finales de mayo.

Iturbide tuvo aviso de esas disposiciones militares, y con el propósito de impedir la entrada de las compañías de Murcia en San Juan del Río, destacó desde Valladolid al Tcol Parres con el batallón de Celaya y 800 caballos. Este fuerte destacamento marchó rápidamente, pero con mayor rapidez anduvieron las compañías de Murcia, logrando llegar a San Juan del Río cuando los independentistas entraban en la hacienda del Colorado, lugar que se halla entre ese pueblo y Querétaro. Parres continuó su marcha y, al llegar a tiro de fusil, estableció sus posiciones y entregó el mando al coronel Anastasio Bustamante, quien llegó al campo de los independientes con un refuerzo de 200 caballos. La guarnición realista, compuesta de 1.100 hombres, comenzó a desertar desde que se presentaron los independentistas a la vista, y mayor fue el desbandamiento a la llegada del coronel Quintanar al frente de otra división, la cual acabó de rodear por todos los lados al pueblo de San Juan.

Sin haberse realizado un solo disparo, los defensores se vieron reducidos a 400 hombres, y entonces el comandante realista Novoa solicitó una capitulación que le fue concedida inmediatamente, siendo casi igual a la que acababa de ajustarse en Valladolid con Rodríguez de Cela. Novoa se retiró a la ciudad de México con los 400 que habían permanecido fieles, y los independentistas tomaron posesión de San Juan del Río el 7 de junio, donde hallaron varias piezas de artillería, muchos fusiles, un parque abundante y los fondos depositados en las cajas de la Hacienda pública. Entretanto, había salido de México una división de 1.000 hombres al mando del coronel Manuel de la Concha, con el propósito de auxiliar a las guarniciones de Querétaro y San Juan del Río; pero al llegar a Cuiauhtitlán recibió aviso de la capitulación de este último punto y de que el coronel Bustamante marchaba a su encuentro con un gran destacamento de caballería, por lo que volvió rápidamente a la capital.

Iturbide, al frente del grueso del ejército, se había movido de Valladolid en dirección a San Juan del Río, y el mismo 7 de junio, día en que capituló la guarnición realista de esa plaza, pasaba a corta distancia de Querétaro. El comandante militar, brigadier Luaces, advertido de ese movimiento, ordenó al teniente coronel Froilán Bocinos que con 400 soldados de infantería y caballería hiciese un reconocimiento del ejército enemigo a su paso por la barranca de Arroyo-Hondo. Precisamente al llegar Bocinos a este punto acababa de desfilar la primera columna de las dos en que venía dividido el ejército, e Iturbide marchaba con una pequeña escolta de infantes y dragones, y a considerable distancia seguía la segunda columna.

El Tcol español creyó poder destrozar una fuerza tan pequeña antes de que llegase la segunda división, y en consecuencia cargó rápidamente con todos sus soldados. La escolta de Iturbide mandada por el capitán de cazadores del Fijo de México, Mariano Paredes, a pesar de no tener más que 30 hombres, incluido el antiguo guerrillero Epitacio Sánchez, se sostuvo con heroico valor, puso fuera de combate a 4 oficiales y 42 soldados realistas, hizo prisioneros a otros 2 oficiales y a 3 soldados y dio tiempo a la llegada de la segunda columna en su auxilio. Bocinos se retiró rápidamente a Querétaro, perseguido de cerca por los independentistas. Tal fue la acción de “treinta contra cuatrocientos” que fue el lema del escudo con que Iturbide premió el heroico valor de Paredes y sus 29 compañeros.

Combate de treinta contra cuatrocientos el 7 de junio de 1821, en el que Iturbide estuvo a punto de ser capturado. Colección La Consumación de la Independencia de México.

Según el parte que rindió el coronel realista, no fueron 400, sino solo 260 los hombres que llevaba consigo: 100 infantes del BI-II de Zaragoza, 50 del BIL de Querétaro, 70 dragones del RD del Príncipe y 40 más del RD de Sierra Gorda.

El comandante en jefe siguió su camino a San Juan del Río, donde tomó el mando del sitio de Querétaro. Primeramente, Agustín de Iturbide estrechó la comunicación con sus lugartenientes Echávarri, Herrera, Bravo, Bustamante y Filísola, a quienes les dio instrucciones precisas para que cada uno desde sus posiciones impidiera que los contingentes fieles al gobierno se incorporaran a la Ciudad de México o enviaran refuerzos a Querétaro.

En San Juan del Río se le presentó el general Guadalupe Victoria. Que pretendía que el gobernante fuera un antiguo insurgente, que fuera soltero y no hubiera aceptado el indulto real (características que él reunía). Este hombre se casaría con una mujer indígena de Guatemala para unir ambos territorios en una sola nación; se recomendó a sí mismo, pues cumplía las tres condiciones. Iturbide rechazó la proposición y Victoria aceptó el Plan de Iguala en su búsqueda por la independencia. Este apoyo no eliminó la desconfianza mutua.

Querétaro se hallaba en un gran apuro una vez ocupado San Juan por los independentistas, y así lo comprendió el comandante militar Luaces, quien escribió al Virrey con fecha 10 de junio, manifestándole que solo tenía 650 soldados para defender aquella plaza; la cual sería atacada en breve por todo el ejército independiente. La carta fue interceptada por Iturbide, quien la devolvió a Luaces para indicarle que quedaba instruido de los pocos elementos de defensa que este contaba dentro de Querétaro.

Para auxiliar a esta plaza había dispuesto el gobierno que saliesen de San Luis Potosí con 800 hombres de los batallones de Zamora, Zaragoza y regimiento de San Luis, el coronel Bracho y el Tcol Pedro Pérez de San Julián, quienes venían escoltando desde Durango un convoy de barras de plata. Esta fuerza se movió, en efecto, de San Luis el 15 de junio, dirigiéndose hacia el sur con aparente intento de pasar por San Luis de la Paz.

Bien anticipadamente informado Iturbide de la marcha de esta fuerza realista, dispuso destruirlo antes de que llegase al territorio de la comandancia de Querétaro. En consecuencia, ordenó desde el 10 de junio al coronel José Antonio Echávarri que con toda su división, aumentada con más de 600 hombres que debían unírsele y que a la sazón se hallaban en la hacienda de Chichimequillas, se situase en el punto que creyese más conveniente para atacar al enemigo, sin que le preocupase que este pudiera recibir auxilio ninguno de Querétaro, escribía el primer jefe, «porque desde mañana, haré que aparezca una fuerza respetable a la vista de esa ciudad para dejarla sin movimiento libre, y si lo llegara a verificar sobre aquel rumbo, más tardará en salir, por pronto que lo verifique, que en tener 1.500 o 2.000 hombres por su retaguardia. Cuente V. S. con esa seguridad para sus providencias».

Para dirigir mejor las operaciones, Iturbide trasladó ese mismo día su cuartel general de San Juan del Río a la hacienda del Colorado, lugar poco distante de Querétaro.

Echávarri avanzó con su división hasta el pueblo de San José Casas Viejas, donde llegó el 13 de junio; en su tránsito le habían alcanzado las tropas estacionadas en Chichimequillas, al mando del Tcol Arlegui, y de San Miguel el Grande salieron a aumentar su división los Tcols Gaspar López y Zenón Fernández con 700 hombres de infantería y caballería. Además, Iturbide dispuso que partiese de su campamento, para reforzarle, el comandante Juan José Codallos con el BI-II Fijo de México, 50 dragones de Frontera y dos piezas de artillería.

El jefe de la división independiente, no seguro del camino que seguiría el enemigo a través de la provincia de Guanajuato, repartió sus numerosas tropas en diversos puntos; pero al saber que aquel había llegado a la hacienda de Villela, comprendió que continuaría su marcha por San Luis de la Paz, y en el acto ordenó que todas sus fuerzas se concentrasen en ese pueblo, y él mismo los siguió, llegando allí a las diez de la noche del 18 de junio. Quedó de reserva en San José Casas Viejas el batallón de la Unión al mando del Tcol Oviedo, quien recibió instrucciones de cortar la comunicación con Querétaro y de estorbar la retirada del enemigo por el lado de la Sierra de Xichú.

Al día siguiente, 19 de junio, Echávarri supo que el enemigo proseguía su marcha hacia San Luis de la Paz, aunque mermada su fuerza por haber desertado toda la caballería al llegar a la hacienda de Villela, y desde luego dispuso salir a su encuentro. Al llegar al llano de San Rafael, distante media legua de aquel pueblo, formó su línea de batalla poniendo la infantería a las órdenes del Tcol Codallos y la caballería a las del Tcol Luis Cortazar, con instrucciones a este último de dividir sus cuerpos en grupos de 50 hombres que hostigasen la marcha del enemigo y se apoyasen en el BI-I del Imperio, que antes se había llamado de Cuaunhtitlán. La tropa realista avanzaba, en efecto, procedente de la Sauceda, pero al percibir en el llano de San Rafael a los independentistas formados en línea de batalla, su jefe superior, el coronel Bracho, mandó que hiciese alto y pidió tener una entrevista con Cortazar; este avisó lo que ocurría al coronel Echávarri, quien avanzó al encuentro de Bracho y San Julián, los cuales manifestaron que sus tropas venían sedientas y rendidas de fatiga, por lo cual se podrían señalar los campos y aplazar para esa misma noche el convenio que se creyese más justo.

Dijo en su informe oficial: «Accedí a ello por no separarme un momento de la generosidad de nuestra empresa y, de común acuerdo, pasaron los mayores de órdenes a señalar los campos en los lugares adecuados: operaciones, Iturbide trasladó el del señor Bracho al norte, sobre el costado derecho del pueblo; y el mío dentro de este, sirviendo de línea divisoria el arroyo de San Luis. El señor Bracho tomó posición en la loma del Huisache y situó sus avanzadas sobre el arroyo, y por mi parte se hizo lo mismo

A las ocho de la noche, Echávarri, seguido de dos oficiales y del padre Gaspar de Tembleque, capellán de su división, se dirigió a una casa situada entre los dos campos, a la que concurrieron los jefes realistas Bracho y San Julián. En la conferencia que allí celebraron quedó ajustado que se enviase a Iturbide un oficial por cada parte y se esperase su resolución, alojándose entretanto las tropas virreinales en la hacienda de San Isidro, distante dos leguas de San Luis de la Paz. En consecuencia de lo convenido, al día siguiente (20 de junio), salieron rumbo al campamento de Iturbide el teniente de granaderos de Zamora, Cayetano Valenzuela, con pliegos de Bracho, y el capitán de Moncada, Juan Tovar, con los de Echávarri.

Mientras que estos oficiales marchaban a cumplir la comisión que se les había conferido, llegó a San Luis de la Paz el Tcol Moctezuma con 250 caballos, lo cual motivó una reclamación de Bracho, manifestando que no debía hacerse cambio ninguno en el estado de las cosas entretanto se recibía la resolución de Iturbide; pero Echávarri le contestó que la tropa de Moctezuma estaba en marcha, antes del convenio, con destino a San Luis Potosí. Pocas horas después se incorporó a la división independiente el coronel Anastasio Bustamante a la cabeza de 400 caballos y del batallón de la Unión, mandado por el Tcol Juan Domínguez.

La respuesta de Iturbide fue recibida por Echávarri en la mañana del día 22 (junio), y ella era la de no admitir más que una rendición incondicional. Los comisionados eran portadores de cartas del primer jefe del ejército libertador para los comandantes de las sendas divisiones de Echávarri y de Bracho.

Echávarri se apresuró a obedecer las órdenes que acababa de recibir, y después de mandar al Tcol Amador que con 300 caballos se situase a la retaguardia del enemigo, y al Tcol Luis Cortazar que con 200 hombres de la misma arma se colocase en uno de los flancos; él mismo con 1.000 infantes y 1.000 caballos marchó de frente a la hacienda de San Isidro para intimar la rendición a los realistas en los términos que se le habían prevenido. Bracho, acompañado de un solo ayudante, avanzó al encuentro de Echávarri y le manifestó que estaba dispuesto a rendirse, con la única condición de que se permitiese a sus soldados marchar con sus armas y municiones hasta San Luis de la Paz, en donde serían entregadas unas y otras. Accedió el jefe independiente a esta petición, y continuando su marcha llegó a la hacienda de San Isidro, en la que recibió cuatro piezas de artillería, el armamento sobrante, vestuario, la plata del convoy y 56.000 pesos en moneda provisional. Enseguida, colocados en el centro los batallones de Zamora y de Zaragoza con sus fusiles y municiones, la división regresó a San Luis de la Paz. Al siguiente día (23 de junio), los soldados realistas entregaron sus municiones y 504 fusiles.

El jefe de la división independiente propuso a los rendidos alistarse bajo las banderas del ejército mexicano, en el que conservarían sus grados y antigüedad; quedar en libertad para dedicarse a la ocupación que cada uno adoptase, o seguir la suerte de prisioneros de guerra, en cuyo caso se les destinaría a las poblaciones que indicase Iturbide. Pocos más de cien hombres admitieron la primera opción; mayor número optó por la segunda y los restantes prefirieron quedar en calidad de prisioneros, siendo confinados en varios pueblos del Bajío: Bracho fue destinado a la ciudad de Guanajuato y San Julián a la de Valladolid; y las barras de plata del convoy se entregaron a sus dueños.

Iturbide, antes de que se efectuase la rendición de Bracho y San Julián, había avanzado hasta San José Casas Viejas para proteger a Echávarri en caso necesario. Al saber el término feliz de la empresa confiada a este jefe, regresó a la hacienda del Colorado con el propósito de estrechar el sitio de Querétaro. Deseando demostrar su satisfacción a Echávarri, lo nombró comandante general de la provincia de San Luis de Potosí, en la cual se había proclamado sin obstáculo la independencia, pues las pocas tropas que obedecían al brigadier realista Torres Valdivia le abandonaron desde el momento en que el Tcol Zenón Fernández y el Tcol Gaspar López entraron en algunos pueblos de aquella provincia.

La rendición de Brancho y San Julián, al frustrar la última esperanza de auxilio que alentaba a la guarnición de Querétaro, dejó también libre a Iturbide de todo otro cuidado que no fuese el asedio estrecho de esa importante ciudad. Al frente de un ejército que ascendía a 10.000 hombres, no creyó ardua tarea apoderarse de una plaza defendida por 650 soldados, según aviso que daba al gobierno el brigadier Luaces y que fue interceptado por los sitiadores. Este jefe realista, obligado por el corto número de sus tropas, y más aún por la actitud hostil de los queretanos, a concentrar la defensa en un solo punto, abandonó la línea fortificada que comprendía gran parte de la ciudad y se atrincheró en el fuerte convento de la Cruz, posición dominante, y que, sin embargo, quedó muy pronto rodeada de artillados parapetos, levantados por el ejército independiente.

Apenas se formalizó el sitio comenzó la deserción en las filas realistas, porque se difundió entre ellas el rumor de que Luaces estaba resuelto a defenderse a todo trance. Viéndose obligado a decir en su orden del día (del 26 al 27 de junio, 1821), que era infundado el terror esparcido entre sus tropas, respecto de la obstinación que en él se suponía; que si bien todo soldado debe sacrificarse en defensa del gobierno cuyas banderas ha jurado, ese justo deber tiene sus límites, compatibles con el honor militar; y por último, que perdida que fuese la esperanza de socorro y comenzando a escasear los recursos, propondría él mismo la capitulación al jefe de los independentistas; si esta fuese con los honores de la guerra, y solo en el caso de que no se admitiese en tales términos, perecería a la cabeza de los que quisieran seguirle. Todos estos alardes de pundonor militar repitió Luaces en una carta que escribió a Iturbide el 27 de junio.

Entretanto, Iturbide había ocupado con sus tropas la ciudad, y hábil en ganarse las voluntades, pasó a visitar a la esposa de Luaces, refugiada en el convento de las Teresas, atención que el jefe realista agradeció vivamente, apresurando quizás su resolución de capitular.

En efecto, los defensores del convento de la Cruz propusieron rendirse ese mismo día (27 de junio), nombrando comisionados para ajustar la capitulación a los coroneles Arana y Bocinos. Iturbide designó por su parte al coronel Anastasio Bustamante y al mayor Joaquín Parres, quienes, unidos con los oficiales realistas, convinieron en que las tropas virreinales saldrían de su posición con los honores de la guerra, en el término de 24 horas; que no harían armas contra la independencia, comprometiéndose el primer jefe del ejército a facilitar su embarque para La Habana, y finalmente, que permanecerían en Celaya, entretanto se disponía su marcha para el exterior.

Luaces se hallaba postrado en cama por grave dolencia de la que falleció algún tiempo después, e informado de ello Iturbide, se dirigió al convento de la Cruz aquella misma noche, acompañado de su secretario José Domínguez Manso. Al llegar a la puerta de aquel edificio, destinado a presenciar importantes acontecimientos de la historia, fue detenido por el ¡quién vive! de los centinelas, al que contestó: Iturbide, con voz entera y bajándose el embozo de su capa. Le rodearon entonces los soldados españoles, deseosos de conocerlo, y le acompañaron respetuosamente hasta el aposento en donde estaba el brigadier Luaces, a quien permitió permanecer en Querétaro en consideración a su enfermedad.

El convento de la Cruz fue entregado a los independentistas el 28 de junio; las tropas realistas que lo habían guarnecido se retiraron a Celaya, según lo estipulado en la capitulación; y el mando militar de la ciudad fue confiado al Tcol Miguel Torres, que había ejercido antes el de la capital de Michoacán.

Dos días después de la capitulación de Luaces, Iturbide publicó un bando el 30 de junio, en el que decretaba las contribuciones que habían de pagarse para sostenimiento del ejército que luchaba por la independencia. Después de increpar al gobierno virreinal por las muchas gabelas que durante la guerra había establecido. Que, hallándose librado casi todo el suelo mexicano, era ya tiempo de que sus habitantes comenzasen a sentir la diferencia que hay entre el goce de la libertad y la opresión de un yugo extranjero. En consecuencia, y mientras las Cortes nacionales que debían reunirse establecían el sistema permanente de Hacienda, declaraba abolidos los impuestos de subvención temporal, contribución directa de guerra, de convoy, del 10 por ciento de alquileres de casas, de sisa y en general todas las contribuciones extraordinarias que habían pesado en el país durante los diez últimos años.

Dejaba como subsistente la alcabala, cuyo pago debería exigirse por aforo y no por tarifa, y la reducía al 6 por 100, que era lo que se cobraba antes de la guerra; extendía este impuesto al aguardiente de caña y al mezcal, y en cambio, suprimía las pensiones de 4 pesos y 2,5 reales, impuestas sobre estos productos industriales para beneficiar a los aguardientes españoles.

El bando de Iturbide prescribía que se cesase la franquicia de alcabalas concedidas a los indios, que debían pagar como los demás habitantes, y disponía que también se cobrase a los artículos destinados a la minería, libres hasta entonces de esa contribución.

Para reemplazar todos esos impuestos y proveer a los ejecutivos gastos del ejército, se formó un reglamento de una contribución general voluntaria, prometiéndose Iturbide que, en atención a la inversión que había de dársele, que era asegurar el éxito final de la empresa de que dependía la felicidad pública, nadie desconocería la obligación de pagarla; pero, sin embargo, estuvo muy lejos de producir lo que se esperaba.

Batalla de la hacienda de la Huerta (19 de junio de 1821)

Al aproximarse a San Juan del Río el grueso del ejército independiente, Iturbide destacó a Vicente Filísola hacia el valle de Toluca con instrucciones de ocupar la ciudad de este nombre y de levantar tropas en los pueblos de aquellos contornos. Filísola, que ya tenía el grado de coronel, se unió con el batallón de Fernando VII, que había sido enviado a ese rumbo después de la rendición de Valladolid. En pocos días logró aumentar su fuerza con varias compañías realistas que proclamaron la independencia y entrar en Toluca, cuyos habitantes le aclamaron con patriótico entusiasmo, después de que se hubo retirado a Lerma el coronel Ángel Díaz del Castillo, que la guarnecía. Este jefe solo contaba con un batallón, también denominado de Fernando VII, pero a poco de haberse replegado a Lerma recibió de la capital considerables refuerzos en hombres y cañones. Filísolalo supo y lo participó inmediatamente al primer jefe del ejército, quien le previno que no se empeñase, sino que procurase atraer a Castillo, separándole de México para que no pudiese recibir los recursos que de la capital, y que si el jefe realista se dirigía a auxiliar a Querétaro, se redujese a seguirlo, observando sus movimientos.

Díaz del Castillo no tardó mucho en moverse contra Toluca, de donde salió previamente Vicente Filísola dirigiéndose a la cercana hacienda de la Huerta, con el propósito de situarse en un punto favorable a las maniobras de su caballería, y de unirse con 200 infantes que al mando del padre Izquierdo acababan de aparecer en ese lugar. El coronel realista entró en Toluca la noche del 18 de junio, y a la mañana siguiente marchó con su división de 600 hombres y 2 piezas de artillería contra las posiciones de hacienda La Huerta, muy cerca de Tuluca. Filísola destacó al Tcol Calvo con un escuadrón, ordenándole que procurase atraer al enemigo a la llanura que se extiende al pie de una loma donde tenía a sus infantes formados en línea de batalla. Calvo ejecutó con valor y habilidad el movimiento que se le previno, y la división realista avanzó en columna de ataque cañoneando a la cercana hacienda de la Huerta, con el propósito de dispersar a la caballería de los independentistas.

Hacienda La Huerta, México en el siglo XIX. Autor Johann Moritz Rugendas.

Se dirigió enseguida contra la derecha y luego hacia el centro, movimiento previsto por Filísola, quien, maniobrando hábilmente y auxiliado en los momentos más críticos por la gente que había sido de Pedro Ascensio, mandada por Felipe Martínez, logró envolver al enemigo y dio orden de cargar a la bayoneta. Se trabó entonces una sangrienta refriega, que terminó con la derrota de los realistas, quienes dejaron en el campo su artillería, parque y cerca de 300 hombres, muertos, heridos o prisioneros, hallándose entre los muertos el mayor Ramón Puig. Las pérdidas de los independentistas fueron también considerables, ascendiendo a 15 muertos y 22 heridos; su jefe, el coronel Filísola, permitió al enemigo que llevase sus heridos a Toluca, “conducta tanto más loable, cuando hacía pocos días antes Húher acababa de fusilar a 27 soldados de la división de Pedro Ascensio, de cuyo cadáver mandó cortar la cabeza”. De Toluca marchó Díaz del Castillo a Lerma, y no recibiendo los refuerzos que había pedido, se replegó a la capital con su destrozada división.

El Virrey, al saber la derrota de sus tropas en la batalla de la hacienda de la Huerta, había ordenado que saliesen en apoyo de Díaz del Castillo 100 hombres de los que formaron la expedición de Márquez Donayo a Acapulco; pero se negaron a marchar con el pretexto de que se les debían algunas pagas. Apodaca se presentó en persona a persuadirles que obedeciesen, y persistiendo aquéllos en su resistencia, fue preciso reducirlos a prisión y enseguida se condenó a los cabecillas de aquel motín militar a 10 años de presidio; los demás, rendidos ante tan severa pena, marcharon dos días más tarde y volvieron incorporados con los vencidos en la Huerta. No escaseó el gobierno virreinal premios ni condecoraciones a los oficiales y soldados que allí lucharon con valor, aunque con adversa fortuna, y respecto del mayor Puig, que cayó al frente de su columna, se mandó hacer de él mención honorífica en el libro de órdenes de todos los cuerpos del ejército.

Rendición de Querétaro

Iturbide se dirigió el 22 de junio a San José Casas Viejas para verificar la rendición en San Luis de la Paz de la división realista al mando del coronel Rafael Bracho y el Tcol Pedro Pérez de San Julián ante las tropas del Ejército Trigarante, dirigidas por el coronel José Antonio de Echávarri. Permaneció en San José hasta el día 25, en que regresó para estrechar el sitio de la ciudad de Querétaro.

Una vez conseguida la capitulación de San Juan del Río y la rendición de los realistas en San Luis de la Paz, “fue fácil cosa emprender el sitio de Querétaro con buen suceso, porque el ejército independiente no tenía otro objeto que los distrajese”. Al mismo tiempo, desde su cuartel general ubicado en la hacienda de El Colorado, en los días previos Iturbide puso en marcha el plan para sitiar y lograr la capitulación de la ciudad de Querétaro.

El 18 de junio, se empezaron a acercar a la ciudad la división trigarante del coronel Luis Quintanar, a quien se unieron varias compañías del BI de Zaragoza que habían desertado; se instalaron en la hacienda de Casa Blanca, propiedad del coronel Pedro de Acevedo y Calderón, quien también era dueño de El Colorado y otras fincas ubicadas al sur de Querétaro, en el distrito de El Pueblito. De igual forma, se enviaron batallones al barrio de San Francisquito.

Con la deserción de soldados realistas, la guarnición se había reducido a 350 infantes y 300 hombres de caballería, según el comunicado que el 10 de junio envió el brigadier Domingo Luaces al virrey Juan Ruiz de Apodaca. Pese a las continuas deserciones, el comandante realista hizo los arreglos necesarios para defender la plaza. El 21 de junio, el batallón de Zaragoza estrenó su vestuario de gala y se gratificó a toda la milicia. También ordenó Luaces que las tropas realistas ocuparan el Santuario de la Virgen del Pueblito, después de que al iniciar el mes fue traída a la ciudad para evitar su profanación.

La madrugada del 24, Luaces mandó retirar las guardias de la línea exterior a la interior y se abandonaron sus parapetos; además, en las esquinas de la ciudad se fijaron rótulos donde se advertía al público que desde la oración de la noche hasta la salida del sol no se aproximara a tiro de fusil a las cortaduras, ya que “de estas se haría fuego a todo bulto”. Los vecinos fieles a la causa del rey vivían momentos de gran tensión, pues veían que la situación era crítica. Querétaro estaba a merced del ejército de Iturbide y en cualquier momento se estrecharía el cerco.

La noche de ese día, Quintanar ejecutó la orden enviada por Iturbide y con la fuerza del recién llegado Codallos penetró hasta la fábrica de cigarros, para lo cual derribó un muro sin oposición alguna. A esas horas llegó un cañón, lo que permitió a los trigarantes adelantar una cuadra hasta la iglesia de San Felipe Neri. Más tarde, Quintanar recibió la respuesta del ayuntamiento sobre la intimación a rendirse, la cual remitió a Iturbide.

Mientras tanto, la comunidad religiosa del convento de la Santa Cruz pasó la tarde del día 26 al claustro del Carmen, para dejar libres las celdas a la tropa realista del regimiento de Zaragoza; lo mismo hicieron los soldados de los regimientos del Príncipe y Sierra Gorda, que habían quedado en la segunda línea de fortificación. Al no poder defender el amplio recinto de la ciudad, Luaces concentró todas sus fuerzas en el convento de misioneros crucíferos, por ser un edificio fuerte que domina la población.

El mismo día, Luaces circuló por los cuarteles de la ciudad una enérgica manifestación, en la que hizo ver su resistencia y determinación para defender la ciudad, al tiempo que dejó abierta la posibilidad de la capitulación ante la “escandalosa deserción que se observa en las tropas de esta guarnición”. Dijo al resto de sus tropas que «un sagrado deber constituye a todo soldado en el de sacrificarse por el gobierno cuyas banderas ha jurado; pero este justo sacrificio de la vida tiene sus límites que fija el honor con arreglo a las circunstancias».

La carta que Luaces dirigió al virrey el 10 de junio fue interceptada por Iturbide, quien se la remitió al comandante realista. Este le pidió Iturbide el 27 de junio que, en caso de no tener respuesta a la petición de auxilio que le hizo al conde del Venadito, se cubra su honor, el de sus oficiales y la tropa en caso de capitular, para evitar el derramamiento de sangre, sin batirse con el ejército trigarante.

La mañana de ese día, entró en la ciudad Agustín de Iturbide, procedente de San José Casas Viejas; lo salió a recibir su oficialidad y multitud del pueblo; se alojó en la Real Fábrica de Tabaco. En el asalto a la trinchera de la factoría participó un antiguo insurgente queretano: Luis Mendoza, de oficio peluquero, uno de los agentes más activos de Epigmenio González, quien fuera detenido el 14 de septiembre de 1810 al ser descubierta la conspiración que se gestó en Querétaro, dirigida por el capitán Ignacio Allende y el cura Miguel Hidalgo.

La víspera de su arribo a la ciudad, Iturbide ordenó a las tropas que se hallaban en el cuartel de la hacienda de El Colorado avanzar sobre Querétaro. Antes del mediodía del 27 de junio, aparecieron por la Cuesta China. Al llegar a la hacienda de Carretas tomaron por el camino de Callejas y entraron a la ciudad por las calles del Rastro (actual Juárez Sur, entre Zaragoza y Reforma) y Jaime. Igual hicieron las que desde el día 18 se instalaron en la hacienda de Casa Blanca al mando de Quintanar. Para entonces, el Ejército Trigarante sumaba una fuerza de 10 000 hombres, conforme a la estimación de Lucas Alamán.

Al mediodía inició el tiroteo de fusiles desde la cortadura de la Alameda por parte de los independientes contra la guardia de Zaragoza, que estaba en la esquina de la Academia, hoy Juárez e Independencia. Los realistas habían hecho unos parapetos sobre el edificio y, al acercarse los trigarantes, hicieron una descarga vitoreando al rey; estos contestaron de inmediato al grito de ¡Viva la independencia! El pueblo, que vitoreaba a los independientes desde su entrada, se enfureció y, gritando mueras a los gachupines, arrojó piedras al edificio acompañadas de vivas a Iturbide y al Ejército Trigarante.

Los realistas huyeron por las azoteas y los trigarantes siguieron su marcha hacia el centro. Los independientes entraron a la Plaza Mayor por la calle del Hospital Real (actual 5 de Mayo), seguidos por una muchedumbre de esta ciudad y varios lugares del Bajío; la poca tropa realista se replegó al convento de La Cruz. Ante esta circunstancia, el ayuntamiento se vio obligado a parlamentar con Iturbide, a nombre del pueblo; mientras, en lo militar se trató lo relativo a la capitulación con el brigadier Domingo Luaces. Se suspendió el fuego por una y otra parte. A las cinco de la mañana del día siguiente, los realistas colocaron la bandera blanca en la trinchera del fuerte de La Cruz; mientras Quintanar ordenó que se hiciera lo propio en la trinchera independiente.

Una vez que la guarnición realista se redujo al convento de La Cruz, Luaces propuso capitular. Para ello, ambas partes nombraron los respectivos comisionados; por parte de Iturbide fueron el coronel Anastasio Bustamante y el teniente coronel Joaquín Parres, y por los realistas los coroneles Gregorio Arana y Froilán Bocinos. De esta manera, después de casi tres siglos se puso fin al periodo virreinal en la ciudad de Querétaro.

Agustín de Iturbide continuó dos semanas en esta ciudad, donde dictó diversas disposiciones tendientes a organizar el movimiento trigarante y construir el nuevo gobierno. En ese lapso, hizo patente su fervor religioso mediante una manifestación pública de gratitud a la Virgen del Pueblito, al asistir el 3 de julio al templo de San Francisco, acompañado por gran parte de sus oficiales, a una misa solemne y Te Deum en honor a la patrona de los queretanos, para celebrar la entrada de la independencia a Querétaro y la rendición de la ciudad a las armas del Ejército Trigarante sin derramamiento de sangre.

Con este motivo, la víspera repicaron las campanas en todas las torres y la iglesia se adornó hermosamente; asistieron los miembros del ayuntamiento, los prelados del clero secular y los religiosos de las diversas órdenes. Durante la ceremonia se escucharon tres descargas por parte de uno de los regimientos instalados afuera del templo.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-12. Última modificacion 2025-11-12.
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