¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Operaciones de Espóz y Mina
Batalla de Ormáiztegui (3 de enero de 1835)
A comienzos de 1835, Zumalacárregui pasó de Navarra a Gipuzkoa con unos 2.000 hombres con la intención de enfrentarse a los chapelgorris o peseteros de Gaspar Jáuregui el Pastor. Se acercó a Urretxu en busca de estos voluntarios liberales, pero los chapelgorris se encontraban en Bergara protegidos por el ejército del general Carratalá. También hay que destacar la presencia de unos 8.000 soldados liderados por Baldomero Espartero, Lorenzo, Iriarte y Quintana. Al tener noticia de que Zumalacárregui estaba cerca y saber de la superioridad de sus efectivos, el día 2 de enero decidieron atacar cerca de Ormáiztegi.

Los carlistas estaban apostados en el monte entre Mutiloa y Ormáiztegi. El enfrentamiento fue muy duro debido a las incesantes acometidas con bayoneta de los liberales, pero los carlistas lograron mantener su posición hasta el anochecer. Por la noche, los carlistas se replegaron a Segura y los liberales a Ormáiztegi. Ambos bandos habían perdido ya 500 muertos en el campo de batalla. Al día siguiente, los liberales volvieron a cargar. No obstante, lo hicieron con menos fuerza que el día anterior y tuvieron que desistir al mediodía. Jáuregui se batió en retirada a Ordizia. Carratalá y el resto se dirigieron a Bergara con los carlistas pisándoles los talones.
Los liberales intentaron ocultar su derrota. En San Sebastián llegaron a celebrar la victoria con repique de campanas e incluso encarcelaron a un mensajero que les trajo nuevas de la batalla. Al final, tuvieron que aceptar su fracaso.
Mientras se retiraban los cristinos, Eraso derrotó al RI provincial de Granada, al mando del marqués de Campo Verde, cuando se encontraba cruzando el Ebro. Esta acción puso de nuevo de relieve la brutalidad de la guerra. Según las noticias llegadas a las filas carlistas, estas tropas habían participado en la matanza de frailes ocurrida en Madrid el verano anterior, por lo que se puso un especial interés en dar un golpe de efecto. 170 prisioneros fueron fusilados en Mondragón, mientras que Eraso fusiló a varios oficiales en las proximidades de Bilbao: “Los campesinos estaban tan irritados que los colgaron con sus uniformes, y cuando Espartero iba retirándose a Bilbao, lo primero con que tropezó su vanguardia fueron estos cadáveres colgando de los árboles: los descolgaron inmediatamente y los recogieron en una choza para que su horrible visión no desmoralizase al ejército”.
Segunda batalla de Arquijas (5 de febrero de 1835)
El general Manuel Lorenzo Oterino, que había criticado el fracaso de sus camaradas, intentó de nuevo apoderarse del puente con el general Marcelino Oráa. Sin embargo, volvió a ser derrotado por Zumalacárregui.
Esta victoria permitió que el cuartel general de don Carlos, itinerante hasta la fecha, se estableciera un par de meses en Zúñiga, donde permaneció sin ser molestado con la única compañía de los 100 hombres que le servían de guardia.
Un punto constante de la atención de Mina, cuyo delicado estado de salud no le permitía sino dirigir sus tropas de tarde en tarde, fue el control de los valles del Norte de Navarra; pues pretendía cerrar la frontera francesa, a través de la cual y por medio del contrabando, los carlistas recibían unos suministros que les resultaban enormemente útiles. De aquí la vigilancia que mantenía Zumalacárregui sobre esta zona, plasmada en los constantes intentos de Sagastibelza contra Elizondo. Aprovechando la afluencia de tropas liberales hacia el Baztán, Zumalacárregui atacó la guarnición de Los Arcos, pero nada pudo contra ella su incipiente artillería. Considerando el efecto moral que un fracaso podía tener sobre sus tropas, optó por disponerlas de forma que los cristinos no tuviesen problema en poder escapar durante la noche.
Así lo hicieron, siendo esta la primera vez en que los carlistas fueron capaces de tomar uno de los puntos fortificados por sus enemigos. Un intento similar realizado sobre Maestu tuvo como consecuencia la llegada de una columna de refuerzo del general Oráa, que levantó una guarnición cuya proximidad a las Amescoas acosaba a los realistas.
El 12 de marzo se encontraron por primera vez Mina y Zumalacárregui. Pasaba el primero a socorrer a Elizondo, de nuevo acometido por Sagastibelza, cuando fue sorprendido en el monte Larremiar. Hostigado por todas partes, Mina se libró de caer prisionero por la falta de concertación entre las diversas columnas carlistas, a lo que tal vez ayudó el antiguo guerrillero, pues hay quien sostiene que falsificó una carta de Zumalacárregui para que Elio, cuyas tropas le impedían la huida, se situasen en otro lugar. El 19 de marzo, Zumalacárregui se apoderaba de Echarri-Aranaz (Navarra), cuya guarnición se integró en sus filas, consiguiendo así sus primeros artilleros profesionales.
Exasperado ante estos reveses, y deseando descubrir a cualquier precio varios cañones que los carlistas habían ocultado en las proximidades de Lecaroz, Mina fusiló a varios vecinos que se negaron a facilitar datos sobre su emplazamiento. Acto seguido mandó prender fuego al pueblo, del que tan solo se salvaron la iglesia y tres edificios. Pocos días más tarde, el 8 de abril, presentó su dimisión, siendo esta misma la fecha en que el gobierno de Madrid disponía que fuese relevado por uno de sus antecesores, el general Jerónimo Valdés, en aquel momento ministro de la guerra.

Campaña de Valdés
Batalla de Amescoas (19 al 24 de abril de 1835)
El general Jerónimo Valdés llegó desde Madrid a Logroño el 14 de abril, marchando seguidamente a Vitoria, donde había ordenado reunirse las fuerzas disponibles en la zona.
Tal y como solía acontecer, el nombramiento de un nuevo general vino acompañado por el envío de tropas de refuerzo y un indulto a los carlistas que depusieran las armas: «pero si no se someten en el término de quince días, declaró en este momento, y de la manera más positiva, que entregaré a las llamas sin miramiento todas las poblaciones de ciertos valles que sirven ordinariamente de refugio a los rebeldes, en donde hallan una acogida criminal y nuevos recursos».
Dispuesto a cumplir sus amenazas, Valdés marchó de inmediato al valle de las Amescoas al frente de 32 batallones (22.000 efectivos), aunque la propia magnitud de su ejército no sirvió sino para dificultar enormemente sus movimientos. 24 batallones fueron organizados en 3 divisiones al mando de los generales cristinos Luís Fernández de Córdova y Valcárcel, Francisco Antonio Aldama y Antonio Seoane Hoyos, y una brigada compuesta por 600 soldados de caballería a las órdenes de Ramón Gómez de Bedoya. El 28 de abril Valdés partió hacia Estella a través del puerto de Artaza.
Tan pronto como Zumalacárregui fue informado del rumbo tomado por el enemigo, ordenó a los jefes de los batallones acantonados en los cercanos valles de Ega y Berrueza que se pusiesen inmediatamente en marcha hacia las Amescoas. Durante la noche fueron llegando a Eulate, en la Amescoa Alta, formando una tropa compuesta por los BIs II, III, IV, VI y X de Navarra, el de Guías de Navarra, el BI-I de Castilla, el BI-I de Álava y el único escuadrón de lanceros que habían conseguido crear. Eran unos 4.000 efectivos.
En realidad, Zumalacárregui en ningún momento sopesó enfrentarse a Valdés en las Amescoas. Pensaba que este únicamente quería manifestarle la potencia de la tropa de la que disponía, proponiéndole una vez más que entregase las armas, y en el caso de que Zumalacárregui no se aviniese a ello, mientras marcharía pausadamente por el valle a Estella, se limitaría a arrasar y saquear lo poco que había dejado indemne Luis Fernández de Córdoba unas semanas antes.
Por la tarde llegó el ejército cristino a Contrasta, asomándose a lo más alto del valle de las Amescoas. El jefe carlista Bruno Villarreal, que con dos batallones vigilaba este terreno, se retiró, uniéndose al grueso de la tropa carlista en Eulate, quedando la tropa carlista compuesta por 5.000 hombres.
A mediodía llegaron las avanzadillas de Valdés a Eulate y fue entonces cuando el jefe cristino tomó una de las decisiones más incomprensibles: apoyó su izquierda en Eulate e hizo que las tropas subieran el puerto, subiendo a continuación su izquierda.
Viendo Zumalacárregui que el enemigo abandonaba el valle y volvía a subir a la sierra de Andía por el pasillo abierto en las rocas de Eulate, pensó que Valdés, que hasta poco antes desconocía el terreno en el que se había introducido con su enorme ejército, la dificultad de moverlo por él y la ausencia de intención carlista de ofrecerse a combatir, había decidido abandonar su objetivo, volviendo a Álava.

Tres horas tardó en subir a la sierra el ejército cristino y tras ellos envió Zumalacárregui una partida para que observase su movimiento. Cuando poco después desde las alturas le llegaron los correos, informándole que Valdés no se dirigía por el lomo de la sierra hacia Álava, sino que marchaba hacia el este, el jefe carlista quedó desconcertado sobre lo que se proponía hacer Valdés, ya que marchando en esa dirección, tras una penosa travesía por la sierra, solo podría llegar al cabo de dos días y dando un gran rodeo a Estella, o en tres a Pamplona.
El ejército acampó al aire libre, se prohibió hacer fuego y fumar y las cacerolas del rancho que se preparó estaban prácticamente vacías. El ejército cristino, provisto siempre de muy escasas raciones, había salido de Vitoria con raciones para tres días. La primera la consumió en Salvatierra, pero en Contrasta, el hambre por un lado, y en la creencia de que al día siguiente llegarían lo más tarde al anochecer a Estella, les animó a consumir las dos raciones que les quedaban. Por ello, en la venta de Urbasa ya no les quedaba nada para comer y apenas había agua y la poca que se encontró se repartió de mala manera. Y también hacía mucho frío. Incluso los diez batallones carlistas cobijados en las aldeas en el valle sufrieron la dureza de la noche.
Zumalacárregui envió unos pocos de sus hombres disparasen sobre sus acantonamientos, no dejando dormir a los que lo ocupaban, restándoles fuerzas para el siguiente día, era una de tantas tácticas que empleaba el genial general carlista para desmoralizar al enemigo.
Acción de Artaza (22 de abril de 1835)
Valdés tomo una extraña decisión: ni bajó a las Amescoas por el relativamente cómodo puerto de Zudaire, ni atravesó el lomo de la sierra de Urbasa hacia el sureste para bajar por sus suaves pendientes al valle en el que se encuentra Abárzuza y seguir desde allí a Estella, sino que optó por continuar hacia el sur, caminando sobre la abrupta cresta de la sierra que se encumbra sobre la Amescoa Baja.

Zumalacárregui dejó el grueso de tropa en Zudaire y se llevó a Artaza tres batallones: el de Guías y los BI-IV y BI-VI de Navarra y el escuadrón de lanceros de Navarra, fuerza que consideraba suficiente para cerrar el paso a los cristinos en el puerto durante largo tiempo.
Lo que hicieron los carlistas fue tomar posiciones a la salida del puerto, entre los árboles, con el batallón de Guías y el BI-IV de Navarra, mientras que el BI-VI quedaba algo más abajo, ya a la entrada del pueblo, donde acaba el arbolado y comienzan las praderas y las tierras de labor, como reserva junto con el escuadrón de caballería.
El BI-II de voluntarios de Aragón fue el primero en tratar de abrirse paso en la brecha de Artaza y, a medida que los soldados llegaban a tiro de los carlistas ocultos en la masa forestal, eran recibidos con descargas de fusilería, no pudiendo ponerse a cubierto, ya que los que venían detrás y que no sabían lo que ocurría delante de ellos, los empujaban.
Durante cuatro horas contuvieron los dos batallones carlistas a los cristinos. El BI-IV de Navarra, exhausto, ya casi sin municiones, fue relevado por el BI-VI, pero este, al ser su comandante herido de muerte nada más entrar en combate, se desmoralizó, cediendo sus posiciones, desbandándose cuesta abajo.
Tomado por los cristinos el campo alrededor del pueblo, continuaron descendiendo hacia el fondo del valle nuevamente por una fuerte pendiente, también densamente poblada de árboles y arbustos, encontrándose tras ellos parapetados con los tres batallones mandados por Zumalacárregui. La caballería había sido enviada poco antes a bajar al fondo del valle y marchar desde allí en dirección de Zudaire.
La oposición que pudo realizar Zumalacárregui con fuerzas tan mermadas duró poco, quedando separado de su retaguardia al lograr el grueso de las tropas de Valdés llegar al fondo del valle, interponiéndose entre él y las tropas que estaban en Zudaire. Allí, en la retaguardia carlista, ignoraban lo que estaba ocurriendo en Artaza, por lo que Zaratiegui, con dos batallones, subió por el puerto de Zudaire a la sierra. Una vez arriba vio que allí abajo todo el ejército cristino se dirigía hacia Estella.
Mientras que la retaguardia cristina continuaba en la sierra, conteniendo a Zaratiegui. La marcha por el valle continuó siendo muy penosa, puesto que la noche había llegado, el camino era estrecho y eran muchos los heridos que había que transportar, convirtiéndose la formación en una prolongada línea. El desastre era inevitable, ya que, por un lado, Zumalacárregui fue con su gente por la ladera este con mayor rapidez que la columna enemiga, consiguiendo así emboscarse nuevamente en el paso de las Peñas de San Fausto, lugar en el que el valle queda muy encajonado. Allí aguantó a las tropas de Valdés hasta que se le acabó la munición, cediendo finalmente el paso.
Desde Zudaire se habían puesto en movimiento los dos batallones alaveses de Villarreal, acosando a la retaguardia isabelina que huía por el valle. La caballería carlista participó en esta persecución.
En la sierra, cerrada la noche, las dos retaguardias dejaron de enfrentarse, volviendo la carlista a Zudaire y la cristina, cruzando el lomo de la sierra en dirección sureste, llegó a Abárzuza.
Tras el desastre de Artaza, Valdés se retiró con sus tropas a la orilla sur del Ebro y ordenó que prácticamente todas las guarniciones cristinas mantenidas en el triángulo Logroño-Vitoria-Pamplona, así como las que existían entre Pamplona y la frontera francesa, fuesen evacuadas, ya que no era posible mantener contacto con ellas. Este hecho y la desaparición de tropas isabelinas importantes en Navarra, abrió el camino a Zumalacárregui para conquistar el País Vasco.
Pocos días más tarde, y merced a la mediación inglesa, Valdés y Zumalacárregui firmaban el denominado Convenio Elliot, por el que se ponía fin a los fusilamientos indiscriminados de prisioneros y se establecía su canje periódico. La medida suponía de manera implícita el reconocimiento por parte del gobierno de que en España había una guerra civil (si bien el convenio solo comprendía al Norte), y motivó una airada reacción de la oposición parlamentaria, que estuvo a punto de derrocar el ministerio.

Conquista del norte
La derrota en Guernica de la columna mandada por Iriarte no mejoró precisamente la posición de Valdés, que necesitado de tropas para sus operaciones empezó a pensar en la posibilidad de evacuar el Baztán, como ya había hecho con algunas poblaciones, entre las que se encontraba Estella. Oráa, que había combatido en la zona durante varios meses, no era partidario de esta medida, y trató de proveer el armamento de Santesteban, pero los resultados no pudieron ser más desalentadores, pues tan solo 18 hombres se decidieron a tomar las armas, y con la condición de no salir del pueblo.
Valdés, que el 11 de mayo había asistido impasible a la toma de Treviño por los carlistas, decidió presentar batalla a Zumalacarregui cuando este se hallaba sitiando Salvatierra, concentrando cuantas tropas tenía disponibles. Al tratar de cumplir estas órdenes Oráa fue batido por Sagastibelza en Larrainzar, e igual suerte corrió el 2 de junio la columna que al mando de Espartero había salido de Vitoria. La guarnición de Salvatierra, consciente de que no podría ya ser socorrida, capituló el día 3, mientras que en Tolosa, abandonada por Jáuregui, los carlistas locales se hicieron con el poder y obtuvieron un rápido socorro de sus correligionarios.
En días sucesivos cayeron Vergara, Éibar, Durango y Ochandiano, quedando así en poder de los carlistas gran cantidad de armas y municiones, al tiempo que sus filas se engrosaban con buena parte de los soldados que las defendían. De forma paralela, y conforme a las instrucciones recibidas anteriormente, Oráa evacuaba el Baztan, y recogía a su paso las guarniciones de Santesteban, Oyeregui, Elizondo y Urdax.
No podía ser más positivo el balance del último mes de campaña, pues los carlistas habían ganado el control militar del Norte, y los liberales, que tan solo mantenían muy escasas guarniciones, replegaron a Miranda de Ebro el grueso de sus tropas. Pero lo más difícil estaba aún por hacer. Hasta entonces, Zumalacárregui no había seguido un sistema determinado de guerra, y sus operaciones se habían subordinado constantemente a las de sus enemigos. No tenía interés en conquistar ni mantener posiciones, pues su único fin era producir el mayor número de bajas al ejército gubernamental, y una vez aniquilado, emprender el camino de la capital. Cumplido en buena medida el primero de sus designios, estaba por ver hasta que punto era capaz de llevar a buen término el segundo.

Primer Sitio de Bilbao (10 de junio al 1 de julio de 1835)
En principio, los ojos de Zumalacárregui se volvieron hacia Vitoria, pues contaba con la complicidad del jefe de uno de los fuertes que la defendían, dispuesto a entregarlo tan pronto como se acercasen sus tropas. Su conquista, habría supuesto una extensión del área geográfica controlada por los carlistas abriendo también las puertas a una posible incursión por Castilla. Pero los ministros de don Carlos consideraron sería más importante apoderarse de Bilbao, de cuya posesión se pensaban conseguir grandes resultados diplomáticos y financieros.
Después de la entrada de los carlistas en Durango, los cristinos evacuaron Salvatierra de Álava y, libre de los enemigos de Eibar, el general Eraso estrechó el bloqueo de Bilbao, que comenzó el 10 de junio.
No era este el parecer de Zumalacárregui, pero ni se opuso excesivamente, ni pensó que fuera una tarea imposible. Así, el 10 de junio escribía al barón de los Valles que contaba con “estar en Bilbao antes de tres días, y antes de doce en Vitoria”.


No obstante, Zumalacárregui obedeció e inició las operaciones militares el 10 de junio de 1835, rodearon la ciudad Eraso, por el oriente y Andéchaga por el occidente, con sus batallones, tomando diversas poblaciones cercanas como Abando, Banderas y Deusto sin apenas oposición. Tras tomar las zonas altas que rodeaban la ciudad, se cerraron las salidas y dio comienzo el sitio el 13 de junio, tras la negativa de la ciudad a rendirse.
Estaban anclados entonces en Olaveaga, cerca del monasterio de Sen Memés, 4 o 5 barcos mercantes franceses e ingleses; el vapor francés Le Meteore, una goleta francesa y el buque británico Saracen. Los oficiales que mandaban estos barcos tuvieron una entrevista con Zumalacárregui, quien, según la referencia del capitán que mandaba en la ría, procedió con mucha cortesía y pidió un pase al cónsul británico que sirviera para comunicarse con toda libertad con el Saracen.
Había tomado el mando de la plaza el 7 de aquel mismo mes en el conde de Mirasol, quien se había aprestado para la defensa, convencido de que el peligro era inminente. Organizó las fuerzas de Bilbao, poniéndolas a las órdenes del coronel del RI provincial de Compostela José Ozores; hizo trasladar las municiones a la iglesia de San Nicolas, como lugar más seguro; pidió a la marina cristina algunas piezas de artillería y una batería de cohetes. Del comodoro inglés John Hay solicitó 20 quintales de pólvora de cañón, estopines y municiones de a 18. En orden a la defesa mandó que fueran derribadas algunas casas que, situadas a tiro de fusil de los baterías, podían ser aprovechadas por los carlistas para atacar a las mismas. Conviniéndole que estuviese libre el paso de la ría, se puso de acuerdo con el comodoro John Hay, jefe de la estación inglesa en Vizcaya, y merced e su ayuda recibió víveres de Santander, municiones de Sen Sebastián y mandó refuerzos a la guarnición cristina de Bermeo.
Desde el 12 de junio, los cuatro batallones del general Eraso cerraban todas ,las salidas de Bilbao. Comenzaba en realidad el sitio y las intimaciones a la plaza pare que se rindieran, eran la prueba de ello. El día siguiente, llegó el general Zumalacárregui con 10 batallones además, la mísera artillería para una plaza que tenía de 40 a 50 cañones, muchos de ellos de gran alcance. El tren carlista se componía de 2×12, 1×6 y 2×4 cañones, 2 obuses y dos morteros. Suplía su escasez la abnegación de sus servidores y la pericia de su jefe artillero Vicente Reina.
Al día siguiente comenzaron los bombardeos de la artillería, pero la defensa cristina de la ciudad tenía más baterías que la artillería carlista, y, paradójicamente, las líneas carlistas tuvieron más bajas que las que sus bombardeos causaban a los cristinos sitiados en Bilbao. Los carlistas se percataron de que su artillería no daba el rendimiento que era necesario para poder derruir las fortificaciones enemigas.
El día 14, la batería carlista situada en Begoña consiguió abrir tres brechas practicables en la fortaleza del Circo y destruir la batería cristina del Emparrado, quedando abierto el asalto del fuerte a las 5 de la tarde. Las compañías de guías de Navarra se prepararon y ocuparon posiciones, pero la orden de ataque no llegó y se suspendió. Algunos autores liberales reconocen que “si en aquel momento se hubiera ejecutado el ataque, los defensores no hubieran podido contener el rudo choque de aquellos furriosos”.
Quizás obedeciera a que dos de los mejores cañones de las baterías carlistas se habían recalentado tanto con el vivo fuego a que les habían sometido los sitiadores, que acabaron por reventar.

Muerte de Zumalacárregui
El 15 de junio, el fuerte Larrinaga destruyó un mortero carlista en Miravilla, mientras que el fuerte de Mellona acallaba la batería carlista de Begoña y el fuerte de Soloeche silencia la principal batería carlista.
Ese mismo día, el jefe carlista en su empeño de reconocer personalmente las fortificaciones enemigas y posiciones de sus hombres, Zumalacárregui se asomó a un balcón del palacio de Begoña, junto a la iglesia de Nuestra Señora de Begoña para observar las operaciones. Tenía a su lado a Zarategui, al intendente Domingo Zabala y al auditor Jorge Lázaro, se asomó al balcón que da al barrio de Achuri, echado de pecho sobre la balaustrada, se puso a dirigir el emplazamiento de una batería. Una bala perdida del ejército cristino probablemente proveniente del fuerte Larrinaga, le alcanzó en la pierna derecha por debajo de la rodilla. Zumalacárregui se llevó la mano a la herida y sin dar tiempo a reaccionar a sus ayudantes, cayó inconsciente. Zarategui corrió en busca del cirujano mayor, Vicente González de Grediaga, que acudió enseguida.
Rápidamente, fue trasladado a una de las dependencias del edificio y se le echó agua sobre la cabeza, volviendo en sí. Al examinarle, vio que la bala se había situado unos centímetros por debajo de la rótula y le había astillado la tibia. La herida no parecía correr un gran peligro, pero se decidió trasladarlo a Durango, cuartel general carlista; allí fue visitado por don Carlos, y prefirió ser trasladado a Cegama, a casa de su hermana. El traslado corrió a cargo de los granaderos del ejército carlista, que lo transportaron en un diván cubierto con un toldo de lona blanca para protegerlo del sol. El traslado duró ocho días y los granaderos se turnaron.


En casa de su hermana fue atendido por un curandero de confianza llamado Petriquillo. Finalmente, el 23 de junio Petriquillo, siguiendo las órdenes de Zumalacárregui y contra la opinión de los médicos, le extrajo la bala. Al día siguiente, 24 de junio, su salud empeoró notablemente y horas más tarde falleció presa de la fiebre y los delirios, posiblemente de septicemia.

Final del asedio
El mando de las fuerzas carlistas pasó al general Francisco Benito Eraso y Azpilicueta, que continuó con el asedio.
Zumalacárregui se había negado al bombardeo contra zonas civiles de la ciudad, pero el 16 de junio a las 10:30 horas, comenzaron a caer proyectiles sobre la ciudad. Don Carlos ordenó el bombardeo del centro urbano, con el objeto de aumentar la presión sobre los cristinos de Bilbao; se voló el almacén de pólvora y 130 obuses cayeron sobre Bilbao. Mientras tanto, los defensores de Bilbao esperaban el envío de tropas isabelinas desde Santander y San Sebastián para ayudar a romper el asedio.
El 17 de junio por la mañana, supo el conde de Mirasol que habían llegado a Portugalete 2 batallones procedentes de San Sebastián, con municiones y artillería para la plaza. Entonces dispuso que el coronel Araoz, jefe de la Plana Mayor, verificara una salida, la que realizó por la puerta de San Agustín. Los cristinos pudieron avanzar hasta Olaveaga, pero allí fueron contraatacados por fuerzas carlistas, y se vieron obligados a emprender el camino de la plaza, hostigados por los carlistas hasta llegar a la puerta. Aquella mañana, había sido menos agitada, y el bombardeo casi nulo, pero a las cinco de la tarde, se reemprendió por los carlistas el fuego de artillería, consiguiéndose que fuera destruido el almacén de pólvora situado junto al fuerte del Circo. Hasta Las diez de la noche duró el bombardeo, cayendo sobre la villa 120 proyectiles.
El día 18 por la mañana, el conde de Mirasol, para ponerse en contacto con las fuerzas que estaban en Portugalete, dispuso una segunda salida que él dirigiría personalmente y que serviría para ocultar el fracaso del día anterior, esperando, como, siempre, que los cristinos remontarían el río con el material esperado. Las fuerzas que mandaba el conde de Mirasol eran de mayor importancia que el día anterior; las compañías de preferencia del RI-4 de voluntarios de Valencia y del RI-3 de voluntarios de Gerona, los 100 hombres del RI Provincial de Compostela, que el día anterior habían tomado parte en el combate, y en lugar de la 4ª compañía de milicia urbana de Bilbao, iban los cazadores de Mondoñedo, 3 oficiales y 15 hombres ingleses del vapor Reina Gobernadora y la compañía de Salvaguardias. La víspera, la vanguardia estuvo mandada por el coronel Mallol, pero habiendo sido herido, el 18 la mandaba el comandante Capuso.
Además, previó la protección que se podía dar a los infantes por medio de dos obuses montados en las trincaduras Infanta y Veloz mandadas por los alféreces de navío Carvajal y Ariz. La operación parecía que iba a dar cierto resultado; no hubo gran resistencia por los carlistas. La razón fue que los cristinos fingieron una retirada para hacer salir a los carlistas; pero viendo que eran demasiado astutos, se precipitaron sobre ellos y los empujaron hacia la plaza. Un capitán de marina, irlandés, al servicio de la Reina, James Patrick Filtzpatick se dio cuenta de que el río, a la altura de Olaveaga, estaba cortado con tres hileras de embarcaciones cargadas de piedras y sujetas con cadenas. Las dos trincaduras sufrieron fuego de los carlistas, y sus obuses fueron desmontados, siendo heridos varios de sus tripulantes, por lo que Mirasol ordenó que se retiraran.
Los de Portugalete intentaron socorrer Bilbao; allí el BI-I del RI de San Fernando y el RI provincial de Jaén habían llegado procedentes de San Sebastián en el vapor Reina Gobernadora. El 16 de junio por la tarde, embarcaron en el lugre Vigilante, la balandra Atalaya y el pailebot Arequibo, además de artillería gruesa, municiones y harina. A las cinco de la tarde adelantó el convoy de Portugalete, pero fue hostigado casi enseguida por los carlistas que estaban apostados en la orilla y que pertenecían a las fuerzas que mandaba Gulbelalde. Al llegar a Olaveaga, se encontraron con las embarcaciones cargadas de piedras; ante la imposibilidad de mantenerse en ese lugar por el fuego de los carlistas, regresaron a Portugalete; la infantería lo haría a las dos de la madrugada.
El asedio se mantuvo igual, como también los bombardeos sobre el casco urbano, cuya actividad se iba endureciendo cada vez más. Los días 22 y 23 de junio hubo una tregua. El día 24 de junio, una columna cristina de auxilio fue derrotada en el puente de Castrejana, sobre el río Salacedon. Eraso con tres batallones de carlistas se dirigió al río Salacedon, que desemboca en Ibaizabal, sabía que cualquier columna procedente de Portugalete tenía que cruzar este río. Toda la orilla sur fue ocupada por los carlistas y las casas frente al puente de piedra fueron aspilleradas. Espartero marchó hacía Bilbao, la vanguardia compuesta por el RI de Betanzos, una compañía paso el puente y llegó a las casas fortificadas, casi todos fueron heridos o muertos, el coronel Menacho que marchaba detrás fue herido en el puente y allí quedaron varios heridos sin poder ser atendidos. Espartero decidió regresar a Portugalete. Las pérdidas cristinas fueron de un oficial y 30 de tropa muertos, y 1 jejefe, 11 oficiales y 145 de tropas heridos.
Los carlistas mantuvieron el sitio endureciendo los bombardeos, que ya habían alcanzado casas, iglesias y hospitales. Don Carlos se acercó al lugar el 26 de junio con el fin de analizar la situación; estuvo a punto de ser alcanzado por proyectiles cristinos mientras estaba en el frente haciendo una inspección. Ese mismo día, los carlistas habían adelantado sus posiciones hacia el fuerte de Larrinaga. Ese mismo día los carlistas adelantaron sus trabajos en la línea de Bilbao, contra la batería de Larrinaga, y durante la noche hicieron un foso en el punto llamado del Perú, desde el cual los tiradores carlistas tuvieron la población en una continua alarma.
El 27 de junio, los combates y bombardeos fueron especialmente intensos. 31 granadas cayeron sobre el fuerte de Larrinaga, quedando deshecha su casa cuartel; aun así, ese fuerte y el de Solocoeche consiguieron acallar las baterías carlistas. Este mismo día los carlistas enviaron una oferta de rendición.
El día 28, el conde de Mirasol, aunque no pretendía rendirse, decidió ganar tiempo invitando a los carlistas a que mandasen una delegación. Durante la mañana acudieron a Bilbao Zaratiegui y Arjona, reuniéndose con los defensores, pero sin llegar a un acuerdo. A las 15:30 horas, los carlistas presentaron un ultimátum; la respuesta de Mirasol fue inmediata: “Ustedes pueden abrir fuego cuando quieran” y a las 16:00 horas, se reinició el bombardeo, cayendo sobre la ciudad y las fortificaciones 27 bombas y 78 granadas.
El bombardeo de Bilbao continuó tres días más, hasta que, el 1 de julio, cuando los carlistas se vieron obligados a levantar el sitio. Las tropas de los generales Latre, Espartero y La Hera, más numerosas que las de don Carlos, lograron entrar en Bilbao sin realizar un solo disparo, los carlistas se habían retirado antes.
El Primer Sitio de Bilbao finalizó con 31 muertos, 130 heridos y 11 presos de la ciudad; sobre la ciudad habían caído 1.580 proyectiles. Se desconocen las bajas sufridas por los carlistas, pero la pérdida de Zumalacárregui resultó un duro revés para el ejército carlista en el norte.