Guerras Carlistas Primera Guerra Carlista en el Norte Final de la guerra en el norte

Convenio de Vergara (31 de agosto de 1839)

Observando que a nada llegaba en sus conversaciones con Espartero, y menos desde que por su tortuosa forma de llevar la guerra aquel iba de victoria en victoria, Maroto optó por recurrir a la mediación francesa. El 22 de mayo de 1839 envió a su ayudante Duffau-Pauillac para conseguir el apoyo de aquel gobierno.

El 29 del mes Duffau tuvo su primera entrevista con el mariscal Soult, duque de Dalmacia, que por aquel entonces desempeñaba el puesto de jefe del gabinete francés. En las reuniones que se mantuvieron hasta el día 18 de junio, en que Duffau inició el camino de vuelta. Soult esbozó unas bases que no dejaban de ser bastante favorables a la causa carlista (sobre todo si se tiene en cuenta que era el representante de una de las potencias que habían firmado el Tratado de la Cuadruple Alianza), y que contemplaban la abdicación y salida de España de don Carlos y María Cristina; el matrimonio del príncipe de Asturias con Isabel II, “como rey y reina, gobernando en nombre colectivo si fuese necesario para no irritar a ningún partido”; el establecimiento de un gobierno “raisonnable”, y la conservación de los fueros vascongados y los grados y distinciones adquiridos durante la lucha.

Pero el proyecto no era tan fácil de llevar a cabo como podía parecer a simple vista, pues el gabinete francés ponía una serie de requisitos que eran prácticamente imposibles, como eran que Espartero aceptase su mediación e hiciese una declaración pública en este sentido, y que don Carlos y la princesa de Beira abdicasen. Si bien la renuncia de don Carlos podía sustituirse por el consentimiento de Cabrera y el conde de España.

Mientras, constante en su política de no ofrecer batalla, Maroto permitía que Espartero se internase en las provincias, causando de esta forma el descontento de sus propios partidarios, que no sabían si hacía sus movimientos de acuerdo con Espartero, o deseaba desalentar a sus tropas mediante derrotas parciales que le facilitasen después dominar su voluntad para poder someterlas a un convenio.

Si hay algo que caracteriza la figura de Maroto, aparte de su indudable manía persecutoria, es la extremada habilidad con que siempre sabía encubrir sus propósitos y así, en la junta de generales celebrada en Zornoza a finales de mayo, consiguió que se le dejase en libertad de abandonar la plaza de Balmaseda, que poco después era ocupada por el general Espartero junto con Orduña, Amurrio y Arciniega, mientras Maroto se dedicaba a fortificar el fuerte y línea de Areta.

Tal y como era de suponer, los sucesivos triunfos de Espartero hacían que estuviese cada vez más reacio a entablar unas negociaciones en términos de igualdad, por lo que buscó también Maroto la mediación inglesa, entrando en contacto con el almirante John Hay, jefe de las fuerzas navales británicas destacadas en la costa española. A la primera entrevista, celebrada en Miravalles el 27 de julio de 1839, con el pretexto de hacer algunas reclamaciones sobre el cumplimiento del Convenio Elliot, asistieron numerosos jefes y oficiales carlistas, si bien los temas confidenciales se tocaron en una reunión a la que solo asistieron Maroto, Hay y su ayudante Satrustegui.

Las condiciones propuestas por el general carlista eran las siguientes: reconocimiento de Isabel II por el ejército a su mando, conservación de los fueros, salida de España de don Carlos y María Cristina, amnistía general por delitos políticos, conservación de los grados de “los jefes y oficiales que habían pertenecido antes al ejército de la Reina o al de Fernando VII… Así como algunos otros oficiales carlistas de reconocido mérito y talento”, gobierno de la Península a cargo de una Regencia o consejo de Regencia, “y una constitución moderada sobre las bases del Estatuto Real, concediéndose gradualmente mayores libertades al pueblo según sus progresos prácticos en gobierno y descentralización”. Por último, la reina Isabel tenía que contraer matrimonio, cuando tuviese edad, con uno de los hijos de don Carlos.

Aunque Hay manifestó que pensaba que habría dificultades para que el gobierno de Madrid admitiese alguna de estas condiciones, Maroto contestó que estaba dispuesto a ceder si se le hacía una oferta digna.

Tras una breve estancia en Bilbao, el almirante Hay se dirigió hacia el cuartel general de Espartero, a fin de comunicarle las propuestas carlistas. La ocasión fue aprovechada por Maroto para mantener una entrevista, donde “manifestó que era de mucha importancia el quedar acordes en alguna cosa antes de que ocurriese alguna acción, porque si los carlistas obtenían alguna ventaja en el campo, tal vez le sería imposible persuadirles a entrar en ningún arreglo amistoso mientras estuviesen poseídos de la exaltación de la victoria; y que si, por el contrario, los cristinos ganasen la batalla, también se negarían estos a entrar en condiciones”. Lo que sin duda explica las causas por las que el general carlista había hecho cuanto estaba en su mano para evitar encuentros de importancia.

Los días 29 y 30 de julio, Hay habló con Espartero, si bien este manifestó que veía serias dificultades para aceptar varias de las condiciones, ratificándose en sus anteriores propuestas. Pero en las filas carlistas se había extendido ya la voz de estas negociaciones, y en todo el país se hablaba de la próxima consecución de una paz basada en el matrimonio del primogénito de don Carlos con Isabel II y la celebración de cortes por estamentos, “lo cual excitaba sensaciones que no podían comprimirse, y que todos viesen el próximo fin de tantos sacrificios y calamidades, causando en las tropas una retracción de todo peligro, porque manifestaban los soldados: “Si esto está ya compuesto y arreglado, ¿para qué exponernos a morir?”.

El día 20 de agosto, cuando volvía de su misión pacificadora, don Carlos coincidió en Villarreal de Zumarraga con Maroto, que al frente de varios batallones marchaba a combatir contra los insurrectos. Pese a las repetidas afirmaciones que hizo en su vindicación de que el Pretendiente había promovido todos los movimientos en su contra, y que tenía la intención de fusilarle, lo cierto es que cuando fue a visitar a don Carlos con el propósito de presentar su renuncia, no solo no le fue admitida, “sino que también me dijo que tenía en mí la mayor confianza, y aún me reconvino porque quisiera abandonarle”.

El 22 de agosto, el general La Torre abandonaba la línea de Areta, convertida por Maroto en el eje defensivo de las provincias, y Negri se retiraba de Urquiola, con lo que Espartero penetraba hasta Durango. El día 23, al tiempo que daba una proclama donde anunciaba a sus tropas que había llegado el momento de la lucha, y que solo cabía vencer o morir, Maroto consultaba a los jefes de las diversas divisiones si creían oportuno presentar batalla al enemigo, siendo el general Alzáa, comandante de los alaveses, el que se mostró más belicoso. Tal vez por este motivo los batallones navarros y alaveses fueron alejados de la división de operaciones y enviados a sus respectivas provincias. En el mismo día, y tras haber explorado los deseos de sus hombres, La Torre escribió a Espartero desde Guernica, afirmando que los vizcaínos querían “paz y fueros”.

El 25 de agosto, y sin duda con el propósito de predisponer el espíritu del país, Maroto mandó pliegos abiertos a don Carlos, y a todos los comandantes generales y diputaciones, dándoles a conocer las proposiciones de paz que suponía le había hecho Espartero, y según las cuales don Carlos sería reconocido como infante de España, conservándose los fueros de las provincias y conservándose los grados adquiridos a lo largo de la contienda.

Con gran sorpresa por su parte, don Carlos compareció de inmediato en Elgueta, donde se hallaba el cuartel general, y pidió le informase sobre los proyectos de transacción. Acto seguido reunió un Consejo de Ministros y generales para estudiar el tema, y se acordó que pasase a revistar las tropas a fin de comprobar su ánimo. Como recogen los numerosos testimonios de esta parada, los batallones le recibieron al grito de “Viva el Rey”, pero la pronta reacción de los jefes comprometidos hizo que algunas fuerzas la acompañaran con esta otra: ¡Viva el general Maroto!

No tuvo entonces don Carlos, si es que tal había sido su intención, la presencia de ánimo necesaria para tratar de dar un golpe de fuerza que restableciese su autoridad en el ejército, y dando la vuelta a su caballo se dirigió a Villafranca. Poco después, aprovechando que Maroto y los jefes más comprometidos habían marchado a entrevistarse con Espartero, don Carlos ordenó al conde de Negri, que junto con el general Silvestre había quedado en Elgueta, que tomase el mando del ejército, aceptando así la dimisión que en numerosas ocasiones le había presentado el jefe del Estado Mayor. Pero esta situación no duró mucho tiempo, pues apenas había empezado a dar las primeras providencias cuando fue hecho prisionero.

Superada la crisis, y tras haber manifestado a los jefes del ejército que no pensaba seguir sirviendo a don Carlos, Maroto se dirigió a Elorrio para continuar las negociaciones con Espartero; pero a poco de comenzar estas quedaron los jefes carlistas desagradablemente sorprendidos, pues en vez de las condiciones que Maroto había hecho circular, solo se ofrecía la conservación de los grados militares.

Hizo entonces presente Urbiztondo la necesidad de volver a preguntar la opinión de los cuerpos del ejército, pues no eran estos los términos en que se había autorizado a Maroto para concertar la paz, y marchó a consultar con los jefes de la división castellana si considerarían suficiente el siguiente artículo: “Se confirmarán los fueros en cuanto sean conciliables con las instituciones y leyes de la nación”. No siendo este el parecer de sus oficiales, Urbiztondo pasó a Elgueta, donde conferenció con Iturbe y le aconsejó se dirigiese al lugar de la reunión para oponerse en nombre de los batallones guipuzcoanos.

Allí permanecía cuando a las cuatro de la tarde supo la aproximación de Maroto, que le manifestó que se habían roto las negociaciones y había escrito a don Carlos pidiéndole disculpas y manifestando su voluntad de defenderle. “La desesperación llegó a su extremo en casi todos los jefes. Los más comprometidos se inclinaban a que se le escarmentase severamente, para cubrirse con don Carlos, a quien de nuevo reconocía; y con el país, que, concebida la esperanza de una paz honrosa, veíase abandonado, permitiéndose al duque que lo ocupara sin la más leve oposición”.

Poco después de que Maroto abandonara las negociaciones, La Torre, que no había podido llegar a tiempo, se presentaba a Espartero en Durango. No hizo el duque de la Victoria ninguna concesión a lo ya expuesto, pues el reconocer los fueros de las provincias no estaba en su mano, sino en las de las cortes. Pero ambos quedaron en hacer cuanto fuese posible para lograr la paz.

Maroto, que tan pronto tomaba una decisión como la contraria, hizo prisioneros al general Cabañas y al coronel Reina, enviados por don Carlos para hacerse cargo del ejército, y arrastrado sin duda por la postura de Urbiztondo y sus tropas, empezó a tomar disposiciones para hacer frente al enemigo en los altos de Descarga. Pero tampoco perseveró mucho en esta postura, pues La Torre se negó a ocupar los puntos que le fueron indicados, y le hizo saber que estaba dispuesto a transigir.

El 28 de agosto, fue el conde de Negri quien se presentó en Villarreal a tomar el mando, pero sin mejor éxito que sus antecesores. En una nueva reunión de generales, La Torre transmitió los ofrecimientos hechos por el gobierno cristino, a través de Espartero, de sostener en las cortes la confirmación de los fueros en lo esencial, y se decidió mandar una comisión para dialogar con el duque de la Victoria y redactar el tratado de paz.

Así, mientras se colocaban tropas para vigilar los movimientos de las acantonadas en el cuartel real e impedir la llegada de nuevos comisionados que pudieran soliviantar al ejército, se esperó la llegada de Linage y Zabala con la contestación de Espartero a las nuevas ofertas, y el día 29 de agosto, pasaron a Oñate Latorre, Urbiztondo, Iturbe, el coronel Toledo y el auditor Lafuente.

Conferencia de Oñate (29 de agosto de 1839). Espartero firmando el convenio.

No fueron tan fáciles las negociaciones como se habían previsto, pues Linaje insistió en que solo se reconocieran los grados de aquellos militares que contasen con despacho de don Carlos, mientras que los carlistas, viendo que esta iba a ser la única compensación que obtendrían, manifestaron que debían también admitirse los concedidos por el general en jefe. El tema, aparentemente trivial, llegó al punto de que los oficiales carlistas se negaron a convenirse, y sin la oportuna mediación del general Rivero es difícil saber qué habría sucedido.

No debió considerar Maroto muy presentables estas condiciones, por lo que el 30 de agosto, se presentó en Vergara y manifestó a Espartero “que ni uno solo de los batallones… había obedecido su orden de marchar a Vergara”.

La Torre, que había acudido a Vergara acompañando a Maroto, pues este era el camino más corto para reintegrarse a su división, se comprometió a presentarse con ella, y el 31 se presentó en Elgoibar. Una vez allí leyó el convenio a los jefes y oficiales, que parecieron quedar conformes, pero cuando mandó formar las tropas, el cura de Ibarzabal, comandante del tercer batallón, trató de sublevarse, e iguales intentos se produjeron a la altura de Plasencia, al presentarse en la retaguardia el brigadier Iturriza, que puso a La Torre en un duro conflicto, pues estuvo a punto de ser asesinado por sus propias fuerzas.

Lectura del Convenio de Vergara por Simón de la Torre a su plana mayor el 31 de agosto de 1839.

Abandonado por Maroto, Urbiztondo tenía que hacer frente a las continuas preguntas de los jefes de su brigada, recelosos de haber sido comprendidos en un arreglo cuyas estipulaciones no conocían. No tardaron en llegar órdenes de Maroto, acompañadas de un ejemplar del Convenio. Habían quedado también a cargo de Urbiztondo los batallones guipuzcoanos de la división de operaciones, cada vez más recelosos de la permanencia de Maroto en el cuartel de Espartero, por lo que Iturbe pidió permiso para colocarse en una posición susceptible de ser defendida.

A las tres de la mañana emprendieron estos batallones la marcha hacia Tolosa, pues el comandante general de Guipúzcoa, Iturriaga (que, pese a haber sido uno de los colaboradores de Maroto, había cambiado de opinión al conocer las condiciones de paz), había dado orden de que se reunieran al grueso de sus fuerzas. No atreviéndose por el momento Iturbe a oponerse a los deseos de sus tropas, donde se habían propagado rápidamente los rumores de traición, decidió continuar con las mismas en busca de una oportunidad favorable a sus designios, y una vez llegado a Ormaiztegui, emprendió un audaz contragolpe que, no sin muchas dificultades, consiguió que sus tropas cambiaran el rumbo y marchasen a Vergara.

Mientras tanto, la situación se había complicado en la brigada castellana, pues Urbiztondo pasó a Vergara para informar a Maroto de estos hechos, dejando al mando de la misma a los brigadieres Fulgosio, Cabañas y Cuevillas, no sin prevenirles que ocupasen todos los extremos del campamento e impidiesen cualquier comunicación con las restantes tropas. Fueran quienes fuesen los promotores de este movimiento, que el P. Risco atribuye al brigadier Cabañas, el coronel Toledo y el comandante Romero Palomeque, lo cierto es que la estancia de Urbiztondo en Vergara dio lugar a que la división marchase tras la huella de los guipuzcoanos y tomase posiciones en Descarga.

No tardó Urbiztondo en enterarse de estos sucesos, y a pesar de las prevenciones que se le hicieron sobre el espíritu de sus tropas, marchó de inmediato a recuperar el control de las mismas. Reasumido el mando sin excesivas dificultades, se emprendió de nuevo el camino de Vergara.

El 31 de agosto de 1839, se produjo el famoso Abrazo de Vergara, entre Espartero y Maroto.

Abrazo de Vergara el 31 de agosto de 1839. Entre el general Maroto y el general Espartero. Autor Pablo Antonio Béjar Novella.
Abrazo de Vergara el 31 de agosto de 1839 (I). Entre el general Maroto y el general Espartero.

Secuelas del armisticio

Días más tarde, y tras la más espantosa de las confusiones, pues en sus filas abundaban los oficiales que deseaban mantenerse fieles a don Carlos, pero también los agentes de Maroto (reforzados por el brigadier Lardizabal), y los de Aviraneta, se presentaban en Vergara las tropas guipuzcoanas destinadas en la línea de Andoain.

El 26 de agosto, consciente ya de la traición de Maroto, don Carlos celebró un consejo en Villafranca cuyos asistentes le indicaron la conveniencia de marchar a Lecumberrí, por si era necesario retirarse a Navarra. Sus proclamas de 30 y 31 de agosto, donde se oponía a la transacción y declaraba traidor a Maroto, apenas obtuvieron el menor eco (era ya demasiado tarde), y aunque en un primer momento el general Elio consideró posible atravesar las líneas enemigas y dirigirse a Aragón, no tardó en retractarse de sus afirmaciones.

Entretanto, la efervescencia crecía entre los batallones sublevados en Vera, a los que el día 23 se había unido don Basilio. El 30 de septiembre, los batallones pidieron ser conducidos hasta el cuartel real, con el propósito de pasar por las armas a todos los marotistas, y a pesar de los esfuerzos que se hicieron para contenerlos, el 6 de septiembre emprendieron la marcha hacia Lecumberri, a cuyas cercanías se llegaba un día más tarde.

Una acertada gestión de don Basilio, que envió a un ayudante de Uranga para conferenciar con el jefe de una unidad castellana, permitió que los sublevados incrementasen sus filas. Velasco, que había sido presidente de la junta de Santander hasta que fuera disuelta por Maroto, pasó a ver a don Carlos, manifestándole que los batallones tan solo deseaban que les pasara revista y se tomaran medidas enérgicas contra los traidores, y aunque este parecía estar de acuerdo, no tardó en dar marcha atrás ante las presiones de la princesa de Beyra, a quien se había hecho creer que los navarros querían fusilarla. Por fin, tras muchas discusiones, don Carlos se avino a recibirlos cuando recibiese un escrito de sumisión.

A todo, las luchas en el seno del cuartel real eran intensas. Militares moderados, como Villarreal y Eguía, tomaban numerosas medidas de precaución, destituyendo al jefe de la guardia de honor de don Carlos, en quien no confiaban, y rechazando a los jefes y oficiales que, habiendo sido separados por Maroto y enviados a los depósitos, se presentaban para tomar las armas. En Aldaz, pueblo situado a media legua de Lecumberri, se reunió Velasco con los batallones navarros, y allí permanecía redactando la misiva pedida por don Carlos cuando el general Villarreal se acercó en actitud hostil. No deseaban los emigrados propiciar un encuentro entre las pocas fuerzas que seguían leales a don Carlos, por lo que iniciaron la retirada.

Apenas comenzada, se unieron a sus filas las tropas alavesas que marchaban en vanguardia, incitándoles a que marchasen contra Lecumberri, por lo que a duras penas se pudo reprimir el deseo de los batallones. Los jefes enviados para hablar con don Carlos fueron recibidos en presencia de Eguía, Villarreal y Elio, que les insultaron y apenas dejaron que se explicasen, por lo que se reintegraron rápidamente a sus unidades.

A partir de allí la situación se hizo insostenible, y tanto las tropas de Echeverría como las de don Carlos se dirigieron a cruzar la frontera. El 14 de septiembre, el Pretendiente entraba en Francia por Urdax, y el 25 capitulaba el castillo de Guevara, último punto que defendió en el Norte la bandera de don Carlos.

Don Carlos, su familia y su ejército pasan a Francia por Urdax el 14 de septiembre de 1839.

En total, fueron alrededor de 8.000 hombres los que marcharon al exilio como consecuencia del hundimiento del ejército carlista de Navarra y las provincias vascongadas.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-27. Última modificacion 2025-11-27.
Valora esta entrada
[Reduce texto]
[Aumenta texto]
[Ir arriba]
[Modo dia]
[Modo noche]

Deja tu comentario

Tu comentario será visible en cuanto sea aprobado.

Tu email no se hará público.