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Biografía de Zarategui
Juan Antonio Zaratiegui y Celigüeta (1804-73) nació en Olite (Navarra) el 27 de enero de 1804.
Durante el Trienio Liberal se incorporó a la división realista de Navarra, en circunstancias que conocemos gracias a una certificación expedida por el general Santos Ladrón.
Sus servicios durante aquella campaña, que acabó de teniente, pueden seguirse en su hoja de servicios: «1822: tomó las armas el 30 de junio; se halló en la sorpresa de Boleas el 9 de septiembre, en la acción de Benavarre el 18 de id.; en la de Fons el 14 de octubre, en la de Barbastro el mismo día, en la de Casbas el 15 y en la de Nazar el 27. 1823: En la acción de Muniain el 7 de enero; en la de Estella el 19 de id.; en la retirada de Sangüesa el 20; en la de Ayerbe el 15 de febrero; desde el 16 al 22 en el bloqueo de Huesca; en la acción de Larrasaoña el 26 de marzo; desde el 27 hasta el 22 de abril en el bloqueo de Pamplona; desde el 14 al 26 de mayo en el de Mozón; en la acción de Tamarite el 17 de junio por la que fue recomendado y recibió las gracias; desde el 1.º hasta el 12 de octubre en la línea del Cinca y persecución de Barber y San Miguel, desde dicho día hasta el 30 en el bloqueo de Lérida.” “Por su disposición y demás prendas” Ladrón le destinó al Estado Mayor, y durante el tiempo de su mando actuó como secretario de la Comandancia General, encontrándose entre sus tareas la redacción del Diario del Ejército, lo que no le privó de hallarse en todas las acciones mencionadas “portándose con la mayor bizarría”, como lo prueba el hecho de que le fuese concedida la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase».
En 1824 acompañó a Ladrón a Madrid, siendo destinado a la inspección de infantería, de donde el 1 de marzo de 1826 pasó al RIL-1 del Rey, por aquel entonces de guarnición en Zaragoza. Alcanzó el grado de capitán el 13 de septiembre de 1826 y el 11 de mayo de 1831 se le destinó al regimiento de voluntarios de Navarra, cuya diputación pidió en septiembre del mismo año que pasase a la oficina que debía ocuparse de la organización de los voluntarios realistas.
En 1832 se reincorporó a su regimiento en León, y permaneció en el ejército de observación sobre la frontera de Portugal. Depurado en marzo de 1833 por sus conocidas simpatías carlistas, pasó algún tiempo en Valladolid, donde se encontraba de cuartel el general Ladrón, hasta que a finales de junio se dirigió a Navarra para encargarse de nuevo de la secretaría de la inspección de Voluntarios Realistas.
Enviado por la diputación a Barcelona para completar su equipo, no tardó en ser llamado por Llauder, en aquellos momentos capitán general del Principado, que, viendo en su misión objetivos políticos, ordenó que se le vigilase. El 3 de octubre de 1833, al tener noticia de la muerte de Fernando VII, se presentó ante Llauder para que le otorgase pasaporte para volver a Navarra. Se ignora cuál hubiera sido el resultado de la entrevista, pues acababa de comenzar cuando hizo acto de presencia el obispo de Barcelona, circunstancia que Zaratiegui aprovechó para salir del despacho, dirigirse a la secretaría y pedir el pasaporte que necesitaba, alegando que así lo había ordenado Llauder.
El 11 de octubre de 1833 hizo su entrada en Tudela, y el 12 mantuvo contactos con un sargento de la columna del conde de Castejón, que se encontraba en Catarroso, con el propósito de sublevar las tropas a favor de don Carlos; pero las fuerzas cristinas continuaron su camino antes de que hubiera habido tiempo de ultimar los detalles.
Camino de Pamplona tuvo noticia del fusilamiento del general Ladrón tras la acción de los Arcos. Nada más saber su llegada, Zumalacárregui le envió un billete requiriéndole para una entrevista que ha sido descrita por Pirala y en la que ambos se comprometieron a tomar las armas en defensa de la legitimidad.
El 8 de noviembre Zaratiegui se incorporaba a las filas carlistas. Las dificultades para el alzamiento se vieron agravadas por la falta de armas; pues, como señala el propio Zaratiegui, “los voluntarios realistas no tuvieron jamás en Navarra, como en las otras provincias de España, una organización regular, efecto de la indiferencia con que las autoridades locales miraron esta institución, considerando como innecesario y aún pernicioso tener fuerza armada en un país donde andaban tan uniformes las opiniones políticas”.
Secretario de Zumalacárregui, con quien hizo toda la campaña, Zaratiegui se significó en la reunión de oficiales celebrada en Lumbier el 8 de marzo de 1834, cuando el general carlista reunió a todos sus oficiales para preguntarles qué pensaban de las propuestas de paz hechas por Quesada. Zaratiegui fue el primero en tomar la palabra, oponiéndose de forma tajante a cualquier componenda, postura imitada de manera unánime por el resto de los presentes. En aquella época ya había sido ascendido a coronel (1 de enero de 1834).
Tras la muerte de Zumalacárregui, Zaratiegui apareció entre los jefes que desde el primer momento se muestran contrarios a su sucesor, el teniente general González Moreno, y según nos cuenta uno de los implicados, asistió en Zúñiga a una reunión en la que estuvieron presentes Maroto, Simón de la Torre, Bellenjero, Arjona y Arizaga, en la que se criticaron duramente las operaciones de Moreno. Pese a tales comentarios, Moreno propuso su nombramiento como brigadier y JEM de la división de Castilla el 6 de octubre de 1835.
Poco más tarde, colocado al frente del ejército el teniente general Nazario Eguía, Zaratiegui fue nombrado comandante general de la división de Navarra el 4 de febrero de 1836. Villarreal le nombró comandante general de la derecha del Arga el 29 de junio de 1836 y comandante general de Navarra y general en jefe del cuerpo de operaciones de dicha provincia el 29 de diciembre de 1836. El 21 de marzo de 1837 fue ascendido a mariscal de campo como recompensa a la conquista de Larraga y es de suponer que también a los encuentros que mantuvo en Sarsfield en los alrededores de Pamplona.
Desarrollo de la expedición
Oscurecida por la espectacularidad de la expedición de Gómez, y por la significación de la Expedición Real encabezada por don Carlos, la expedición del general Juan Antonio Zaratiegui fue sin duda la más afortunada de cuantas emprendieron los carlistas. Con el fin de atraer sobre sí cuantas fuerzas isabelinas fuese posible y dejar lo más libre de enemigos posible a la expedición de don Carlos, la columna de Zaratiegui se concentró en Zúñiga (Navarra).
La expedición contaba con 43.700 infantes y 220 caballos, que incluía la BRI de Navarra al mando del coronel Ateiza con el BI-I y el BI-VII de Navarra; la BRI de Guipúzcoa al mando del brigadier José Ignacio Iturbe con el BI-II y el BI-VI de Guipúzcoa; la BRI de Castilla al mando del coronel Novoa con el BI-VI y el BI-VII de Castilla, el BI-I de Valencia y cuadro de mandos del BI-II de Aragón; la caballería al mando del coronel Francisco Ortigosa con el EC-1 y el EC-3 de Aragón, el cuadro de mandos del EC de Legitimidad.
El 18 de julio de 1837 fue nombrado comandante general de la división exploratoria sobre las Castillas por el capitán general carlista José Ignacio de Uranga. Era una operación auxiliar y contaba con Joaquín Elío como segundo jefe y JEM.
También se formó otra expedición que, mandada por el brigadier Juan Antonio Goiri Olavarrieta, debía unírsele en ruta. La formaban los batallones: el BI-IV y el BI-VI de Vizcaya y el BI-V de Castilla, con un EC de Cantabria.

Salida de la expedición
El 19 de julio partió la expedición, su salida trató de ser obstaculizada por la División Auxiliar Portuguesa, apoyada por un pequeño destacamento al mando de Zurbano, a la que derrotó en el combate de Zambrana (Álava), formando una compañía con los soldados que se le pasaron, y que se añadió a los 3.700 infantes y 220 caballos que componían la expedición. Cruzó el río Ebro por el vado de Iricio (Burgos).
Decidido Zaratiegui a conseguir la preponderancia de las armas carlistas en Castilla, destacó una gran partida a la sierra de los Pinares al mando de Silvestre Navazo, oficial del país. A cuyo amparo dejó también los cuadros de un par de batallones castellanos fuertes de 400 hombres y, bajo la autoridad directa del coronel José Barradas, quedaron con estas fuerzas el ingeniero arquitecto Pedro Anseoleaga, encargado de elegir y fortificar una base de operaciones, y Victoriano Vinuesa, comprometido en la tarea de levantar nuevas partidas.
El día 22, prosiguió su marcha a Casalarreina (Logroño), y de allí a Leiva y Tormantos (Logroño), donde pernoctó el 24.
El 25 de julio, las fuerzas cristinas que mandaba Méndez Vigo, a pesar de ser mayores que las de Zaratiegui, se replegaron prudentemente a Burgos. Tampoco demostró gran interés en librar combate la división de Ceballos Esadera, que había salido del Norte tras las huellas de la expedición.
El día 26, la expedición carlista llegaba a Santa Cruz de Juarros (Burgos), y al día siguiente pasaban a Covarrubias y Retuerta, donde los expedicionarios descansaron tranquilamente, pues los cristinos se mantenían a distancia respetable. En Covarrubias se unieron a los expedicionarios los que mandaba el brigadier Goiri con dos batallones y un escuadrón, quien había pasado el Ebro por Cillaperlata (Burgos) el mismo día que Zaratiegui; de donde había marchado a Pradoluengo y seguido el camino de la expedición principal, pero sin agregarse todavía a ella, como lo hizo definitivamente allí.
Partió la fuerza de Zaratiegui para Pinilla de Trasmonte (Burgos), donde acampó el 29 de julio. Trató desde allí de obligar a Méndez Vigo a aceptar combate, destacando patrullas de caballería para provocarle, pero no lo consiguió.
La expedición siguió al día siguiente hasta pernoctar en Gumiel del Mercado, La Aguilera y La Horra, destacando fuerzas de observación en Oquillas (Burgos). Prosiguió a Roa, cuya guarnición cristina, después de destruir las fortificaciones, se había retirado.
Toma de Segovia (4 de agosto de 1837)
Ocupó luego Peñafiel (Valladolid), después de haber seguido por las dos orillas del Duero; la ciudad había sido abandonada por los cristinos.
Destacó fuerzas para ocupar Pesquera de Duero y Curiel de Duero (Valladolid), desconcertando al enemigo de tal forma que Pedro Méndez Vigo creyó que Zaratiegui pensaba dirigirse sobre Valladolid y se dispuso a cubrir dicha ciudad; pero Zaratiegui, con la columna, marchó el día 1 de agosto por el camino de Rábano (Valladolid), siguiendo el día por Sacramenta, Calabazas y Fuentidueña, en la provincia de Segovia, a las orillas del Durantón. El día 3, siguió por Cantalejo y Fuentepelayo, a Encinillas, de donde salió la misma noche para presentarse, en la madrugada del 4, ante Segovia.
Inmediatamente, se tomaron disposiciones para el ataque a la plaza. Gran parte de cuyos milicianos nacionales se negaron a participar en la defensa, llegándose a extremos como el de la 4ª compañía de fusileros que lo hizo en pleno y con su capitán a la cabeza. En total, de los más de 600 nacionales, solo 350 se aprestaron para el combate, y al resto se les recogió las armas para evitar “que hicieran mal uso de ellas”.
La brigada de Castilla, mandada por el coronel Novoa, estaba destinada a conquistar la torre de la muralla, enfrente de la columna, mientras los batallones vizcaínos y guipuzcoanos, a las órdenes de Goiri e Iturbe, escalarían los muros a derecha e izquierda de la línea carlista. Los batallones navarros, con la caballería, quedaron de reserva. El ataque se hizo simultáneo: el BI-I de Valencia llegó hasta la puerta, que en vano intentó volar; los otros, a falta de escaleras, construyeron andamios con mesas, sillas y puertas, a fin de salvar el muro.
Los defensores rechazaron este ataque, replegándose los batallones carlistas. Zaratiegui ordenó un nuevo asalto. Por fin, el BI-I de Valencia incendió la puerta, mientras los vizcaínos, después de levantado un andamio, trepaban a la muralla; los defensores empezaban a ceder cuando el BI-I de Valencia, por la puerta incendiada, entraba en la ciudad, al mismo tiempo que los batallones vizcaínos y guipuzcoanos conseguían su objetivo. Los cristinos entonces se refugiaron en el Alcázar. Desgraciadamente, los que habían entrado en Segovia se entregaron al saqueo. Zaratiegui intentó oponerse; incluso llegó a romper su espada golpeando a los voluntarios. Solamente en casa de Julián Tomé de la Infanta, uno de los más destacados carlistas, las pérdidas ascendieron a 500.000 reales.
Al día siguiente, 5 de agosto, capituló el grueso de las fuerzas liberales, que se habían refugiado en el Alcázar, sede del Colegio General Militar. Unos 300 cadetes salieron con sus armas y a tambor batiente; la guarnición, con equipo y sin armas, todos para Madrid. El material quedó en poder de los carlistas, quienes en total perdieron unos 200 hombres.
Algunos profesores y alumnos se unieron a las filas carlistas. Conquistada Segovia, entre los trofeos de la victoria se contaron siete cañones y las armas del batallón de milicianos nacionales, así como las de tres compañías de infantería, una de artillería de plaza y otra de la maestranza; con el paño de los almacenes se uniformaron los soldados de toda la división.
Como dato curioso, merece la pena reseñar que en Segovia había una Casa de la Moneda y que los legitimistas recurrieron a su exgrabador principal, Nicolás Bartolomé, muy afecto a su causa, para que hiciese troqueles para batir moneda a nombre de don Carlos: «Se acuñaron así cerca de 10.000 reales de a 8 maravedís, en cobre, y algunas monedas de plata de a peseta; la única moneda carlista que se acuñó en el curso de la guerra». Aunque por un accidente muchas de ellas llevaron simplemente la efigie de Fernando VII con bigote.
Zaratiegui en La Granja (6 de agosto de 1837)
El 6 de agosto, Zaratiegui, quien había mandado destacamentos por la provincia, emprendió su marcha a La Granja y ocupó el Real Sitio de San Ildefonso. En Segovia quedó el comandante Raimundo Márquez para reclutar voluntarios a fin de nutrir el BI-III de Aragón. En La Granja, el brigadier Zaratiegui inspeccionó el Palacio, sin que ocurriera el menor desmán, lo hizo cerrar y anunció que sería reo de muerte quien cometiera el menor daño. Para recreo de sus voluntarios, ordenó que funcionaran toda la tarde los juegos de aguas de los jardines.
Dejando un destacamento en La Granja, el cuerpo expedicionario prosiguió su marcha, subiendo la sierra de Guadarrama, que fue cruzada por el Alto del León. Ante el avance carlista seguía retirándose la división de Méndez Vigo. Zaratiegui entró en la provincia de Madrid y llegó a Las Rozas, donde los cristinos tenían apostada su artillería (18 cañones) en apoyo de la división de Méndez Vigo. Después del combate en Las Rozas el 12 de agosto, Zaratiegui ordenó la retirada sobre la carretera de Villacastín (Segovia), mientras los batallones vizcaínos de Goiri ocuparon San Lorenzo de El Escorial (Madrid).
Acción de Villacastín
Habían pasado el puerto de Guadarrama cuando se divisó una pequeña columna que salía, en retirada, de Villacastín. El general Zaratiegui ordenó al brigadier Ortigosa el avance contra la misma; se destacó entonces el coronel Osma con el escuadrón BI-III de Navarra. Componían la columna, mandada por el comandante Aguirre, gobernador militar de Villacastín, una compañía del Provincial de Plasencia y el escuadrón de voluntarios de caballería. Cargados por el coronel Osma, se desbandaron; el brigadier Ortigosa, con el EC-4 de Navarra, acabó de dispersarlos, recogiéndose 117 prisioneros y 65 caballos. El comandante Aguirre no gozaba de muchas simpatías, puesto que a los carlistas les costó librarle de la ira del vecindario.
Zaratiegui, además, dispuso que la brigada de Guipúzcoa marchara sobre Ávila, pero la presencia de tropas cristinas hizo que Iturbe retrocediera. Se alcanzaban ya los frutos de la expedición: Espartero había entrado en ella la tarde anterior; llamado para proteger la corte, acudía con sus 20.000 hombres, desde Guadalajara, sin descansar. Al mismo tiempo los perseguía Méndez Vigo, unido al general Aspiroz; la división de Puig Samper llegaba a marchas forzadas desde la provincia de Cuenca, operaba en el flanco izquierdo; la Expedición Real quedaba libre de una parte de las fuerzas que se habían unido contra ella.
Zaratiegui, desde Villacastín, emprendió la marcha a Segovia: los guipuzcoanos demostraban fatiga y la columna marchaba lentamente. De ello intentó aprovecharse la caballería cristina acortando las distancias; cinco escuadrones cristinos entraron en contacto con la retaguardia carlista, compuesta del BI-VII de Navarra, los escuadrones navarros y el de Cantabria, mandados por el brigadier Elio. La acción tuvo efecto el 13 de agosto en Abades (Segovia), siendo rechazados los cristinos.
Evacuación carlista de Segovia
El 14 de agosto, a mediodía, los expedicionarios regresaron a Segovia. En la ciudad se había establecido la Junta Gubernativa de Castilla, que había dado un decreto el día 10 de agosto, por el que se ordenaba el alistamiento de los mozos de 17 a 40 años, porque, como en el mismo se lee, «la Religión, próxima a emigrar de nuestro suelo, os manda tomar las armas. El que no esté con los defensores del Rey está contra el Rey; el que no esté en la nave de la salvación, perecerá en tiempo del naufragio». El día 11, dio otro decreto, en que se restablecía el diezmo, diciendo que su supresión era uno de los atrevidos golpes con que el Gobierno intruso de Madrid y el jansenismo más osado intentaron minar los cimientos de la religión.
Por su parte, el comandante Márquez había cumplido su cometido, y no solo había completado el BI-III de Aragón, sino que había formado el BI-I de Segovia con 700 plazas. Zaratiegui reunió una junta de jefes para tratar de la conveniencia de defender Segovia o evacuarla ante la proximidad de las tropas cristinas. El acuerdo fue que debía abandonarse la ciudad. No se habían tomado las disposiciones oportunas, y gran parte del botín de guerra tuvo que abandonarse por falta de transportes, incluso fusiles y municiones, y no digamos los cañones, que fueron destruidos, menos uno y un obús.
Los heridos que no podían ser transportados quedaron en el hospital. En estas condiciones, Zaratiegui abandonó la ciudad de Segovia, formando dos columnas: una, con los batallones vizcaínos y los escuadrones de la Legitimidad y Cantabria, por la carretera, y otra, con el grueso de la división, por la derecha. Durante la marcha, la caballería cristina intentó atacar la retaguardia; pero el brigadier Elio, con el BI de Navarra y los dos escuadrones navarros, la rechazó, con pérdida para los cristinos de hombres, caballos y armas.
La fuerza carlista se encaminó hacia la provincia de Burgos. Llegaron el 16 a Cantalejo, y prosiguió su marcha el día siguiente, pasando el río Durantón por San Miguel de Bernúy (Segovia); siguió luego por Honrubia (Segovia) y Fresnillo de las Dueñas (Burgos), pasó el río Duero por Vadoconde y quedó establecida en Peñaranda de Duero y Coruña del Conde.
El general Méndez Vigo pretendía una maniobra que pusiera en situación difícil a los expedicionarios; pero, por su parte, Zaratiegui replicó con un movimiento por el que se situó en Espeja de San Marcelino (Soria) y Huerta del Rey (Burgos) el 19 de agosto. Ante la eventualidad de que el Cristino Mir, que aparecía por Quintanar de la Sierra (Burgos), pudiera molestar a los destacados con el coronel Barradas, Goiri, con los batallones vizcaínos, marchó para reforzarle. Es verdad que Barradas había reclutado voluntarios burgaleses, sorianos y vallisoletanos; pero, en cambio, no había ejecutado los trabajos de fortificación que tenía encomendados. Con los nuevos reclutas formó el BI-I de Burgos, pero había gran dificultad en armarlos por falta de fusiles.
Mientras llegaban las fuerzas de Goiri, se anunció la proximidad de otra fuerza carlista; era el coronel Balmaseda, quien, procedente de Navarra, llegaba con el BI-VIII de Castilla, cuatro compañías alavesas y cuatro navarras, que conducían un importante convoy de municiones que el general Uranga mandaba a la Expedición Real. El batallón castellano quedó con la de Zaratiegui, mientras el coronel Balmaseda continuaba su ruta con una escolta de caballería, que le seguía desde Navarra; las compañías alavesas y navarras regresaron al Norte sin dificultad alguna.
Mir, de quien se temió pudiera acosar a los expedicionarios, había salido de Canales (Logroño) el 19 de agosto, obligando a los carlistas a evacuar Quintanar de la Sierra y Vilviestre del Pinar (Burgos); pero al llegar en su avance a Canicosa de la Sierra, le atacaron los carlistas, llevándole en retirada hasta Móncalvillo (Burgos), de donde, al fin, pudo salir para refugiarse en el mismo Canales (Logroño), de donde había partido.
Operaciones en Burgos
Acto seguido, se dedicó a organizar la guerra en Castilla la Vieja, estableciendo un hospital en Santo Domingo de Silos, al que se agregó un depósito de prisioneros, ocupando diversas poblaciones. Inmediatamente, comunicó al general Méndez Vigo que debía respetarse, conforme al Convenio Eliot. Méndez Vigo no contestó, pero respetó el hospital y el depósito de prisioneros.
Las operaciones propiamente dichas comenzaron con la toma de Salas de los Infantes y el intento de sorprender a Méndez Vigo en Nebreda.
El general Méndez Vigo seguía con su propósito de castigar a la fuerza expedicionaria, por lo que, después de un largo descanso en Aranda de Duero, salió con una fuerte columna para el teatro de operaciones, situándose en Nebreda (Burgos). Zaratiegui se propuso sorprenderle, combinando el ataque, que efectuaría el coronel Novoa, con la ocupación por la brigada de Navarra de un bosquecillo donde debían refugiarse los cristinos al replegarse. La precipitación de Novoa al atacar al frente del BI-V de Castilla, antes que los navarros hubieran llegado a la posición, permitió a Méndez Vigo salir de Nebreda, hostigado por los castellanos, y llegar al bosquecilio. Casi coincidió con la llegada de los navarros, que atacaron a la bayoneta; entonces comenzó la desbandada de los cristinos, que se dispersaron en la huida; aunque Méndez Vigo, con la fuerza de reserva, quiso restablecer el orden, fue arrollado por los carlistas. Algunos cristinos pudieron salvarse gracias a que los nacionales de Castrillo de Solarana y Solarana los recogieron para ampararlos.
En conjunto, las tropas desbandadas llegaron a Aranda, donde, insubordinadas contra Méndez Vigo, le depusieron del mando. Zaratiegui aprovechó la ocasión para atacar el fuerte de Salas de los Infantes, cuya rendición se efectuó el día siguiente, 28 de agosto.
Si dejamos un ligero combate en Palacios de la Sierra (Burgos) el día 20, en que intervinieron fuerzas de Zaratiegui, a partir de entonces actuó en completa impunidad.
Destacó al brigadier Goiri, con los batallones vizcaínos, sobre Burgo de Osma. Llegaron los atacantes el día 4 de septiembre; aunque el fuerte ofreció resistencia, fue batido por una pieza de artillería, y capituló, permitiéndose a la guarnición (dos compañías) que saliera desarmada para Madrid.
Inmediatamente, avanzaron las fuerzas carlistas, a las órdenes de Zaratiegui, sobre Lerma (Burgos). Defendida por un batallón del RI de Cantabria, opuso una fuerte resistencia; la lucha fue encarnizada, y al final el gobernador militar capituló a condición de salir desarmados para Madrid. Entonces la fuerza expedicionaria marchó a Aranda de Duero (Burgos), que había sido evacuada por el general Puig Samper. El vecindario acogió a los carlistas con grandes muestras de alegría.
En aquel momento, Zaratiegui se había enseñoreado del centro de Castilla. De todas partes acudían voluntarios a ingresar en las filas carlistas. La disciplina mantenida en el Ejército hacía que los pueblos se confiasen a la generosidad e hidalguía del general, reinando el mayor orden.
En la sierra seguían instruyéndose los batallones que se habían formado recientemente, el BI-I, el BI-II y el BI-III de Burgos, y en Roa estaba el comandante Márquez, como gobernador militar, con el BI de Segovia. La creación por Zaratiegui de una compañía disciplinaria, después de los desmanes de Segovia, tuvo un efecto saludable; sin embargo, se castigaba duramente toda extralimitación.
En la entrada de Aranda de Duero, un cadete y un sargento convictos y confesos de haber exigido, en nombre de Zaratiegui, fuertes cantidades, fueron condenados a muerte por un consejo de guerra; pero se concedió el indulto a petición del mismo Ayuntamiento de Aranda, cuando ya estaban arrodillados ante el piquete de ejecución; degradados, pasaron a la compañía disciplinaria.
Goiri quedó en Lerma con los batallones castellanos y el BI-IV de Vizcaya. Allí se formaba entonces un nuevo batallón castellano. Zaratiegui, con el resto de las fuerzas (9 BIs), salió sobre Boceguillas (Segovia) para encontrarse con la división del general Lorenzo, la antigua de Méndez Vigo. Pero no consiguió hallarle, pues dicho jefe se retiró a la provincia de Madrid, acantonando sus tropas en Buitrago de Lozoya.
Operaciones en Valladolid
Zaratiegui, quien desconocía la situación de la Expedición Real, quería extender el dominio carlista en Castilla y atraer fuerzas sobre su división; dueño ya de gran parte de la provincia de Burgos, decidió extender las operaciones sobre su derecha. Nombró al brigadier Goiri comandante general de la provincia de Burgos: destacó una fuerza para el bloqueo del castillo de Peñafiel (Valladolid), único punto en donde había resistencia, y decidió marchar sobre la ciudad de Valladolid.
El 15 de septiembre por la tarde, los carlistas estaban en Tudela de Duero. El general Espinosa, jefe de las fuerzas cristinas de la región, abandonó la ciudad durante la noche, dejando en el fuerte de San Benito, de la misma, 1.200 hombres de tropas escogidas al mando del coronel Alba, con 14 cañones, para proteger los almacenes allí establecidos y a las personas más comprometidas de la causa liberal. Los carlistas pernoctaron en Tudela.
La situación de la provincia era de plena insurrección, pues según su jefe político, en Nava del Rey se quemó el retrato de Isabel II; en Tordesillas «se quedaron casi todos los nacionales, sabiendo que aquella [la expedición] se aproximaba, entregando uniformes y armamento, incorporándose en una gran parte a las filas enemigas, y pasado a ellas de consiguiente sus caballos y monturas». Y no era mejor la situación del resto de la provincia; pues, como recoge Pirala: «los pueblos se consideraban dueños de manifestar libremente su adhesión y no temían apresurarse a demostrarla».
El 18 de septiembre entraban en Valladolid las tropas expedicionarias, sin que en esta ocasión se produjera ningún desgraciado incidente parecido a los de Segovia. Siendo inexpugnable el fuerte de San Benito por carecer de la pólvora. Tras llegar a un acuerdo de no agresión con los defensores del fuerte de San Benito (los carlistas no tenían la pólvora necesaria para hacer una mina, y los isabelinos eran muy inferiores en número), unos y otros quedaron en posesión pacífica de sus dominios. Con los mozos presentados se formó el BI-I de Valladolid, que se armó con parte de los 3.000 fusiles entregados por los nacionales. Nuevas unidades de caballería dieron el oportuno complemento a estas fuerzas, y numerosas columnas volantes afianzaron la preponderancia carlista en toda la zona.
El general Espinosa, después de abandonar Valladolid, se dirigió a Toro, adonde llegó el 19 de septiembre, marchando luego a Zamora, y se hubiera trasladado a Ciudad Rodrigo si las autoridades zamoranas no lo hubieran impedido.

Apenas entraron los carlistas en Valladolid, el coronel Gago, con los escuadrones castellanos, se lanzó por la carretera de Simancas para reconocer el país, y en esta incursión encontró un destacamento de infantería, que a la vista de los jinetes carlistas se rindió. El brigadier Iturbe, por su parte, con fuerzas de caballería, salió de la ciudad, recorriendo Tordesillas y Medina del Campo, donde recogió armamentos y se los entregaron a los voluntarios; otra correría del coronel Gago por la parte de Medina de Ríoseco dio idénticos resultados. Con los voluntarios se formaron los batallones de Valladolid, armados con el material recogido. El entusiasmo carlista se manifestó en aquellos pueblos, proclamando la causa carlista por Tordesillas, Rueda, La Seca, Pozáldez, Rodilana, Olmedo, Medina del Campo, Nava del Rey, Alaejos, Madrigal del Monte, Villanueva de las Torres, Torrecilla de la Orden y tantos otros.
Dice un escritor liberal: «En ninguno de los pueblos abandonados por las fuerzas que debían protegerlos se notó la menor señal de oposición. En muchos, al contrario, precipitó el entusiasmo de la mayoría a demostraciones de júbilo, que, evacuados luego, debían atraer sobre ellos venganzas terribles».
Pequeños destacamentos fueron enviados a las provincias de León, Palencia, Zamora y Salamanca; el brigadier Iturbe ocupó Toro y la brigada de Goiri había desalojado a Espinosa de la ciudad de Toro. Estaba preparándose la salida de la brigada del coronel Novoa para Palencia cuando se supo que una fuerza cristina de importancia avanzaba a las órdenes del general Barón de Garandolet, procedente de Burgos.
El 22 de septiembre, Zaratiegui recibió una orden firmada el día 12, indicándole la situación de la Expedición Real en aquella fecha. Al día siguiente, recibió otra orden del ministro de la Guerra, fechada en Mondéjar; le mandaba situarse sobre Almazán para colaborar con don Carlos.
El 24 de septiembre, el barón de Carondelet, al frente de 7.000 hombres, se presentó ante la ciudad. El BI de Valencia y el BI-VII de Navarra hicieron frente a las vanguardias cristinas. Aprovechando un momento de confusión del BI-VII navarro cuando acababa de rechazar a las tropas cristinas, un escuadrón de estas se lanzó a la carga sobre el BI-VII; pero la llegada del brigadier Elio, a la cabeza EC-1 de Navarra, restableció el combate en favor de los carlistas; llegaron también los batallones vizcaínos y castellanos. El BI-I de Navarra se mantuvo en Valladolid para impedir cualquier salida de los que estaban en el fuerte de San Benito.
Fuera de la ciudad, los 3 BIs de Valladolid se habían formado con la impedimenta. La brigada de Guipúzcoa estaba en Toro. La acción se mantenía favorable; pero los oficiales veteranos agregados a la expedición en Valladolid aconsejaron a Zaratiegui que se retirara, puesto que detrás de sus líneas había un río, que en caso de derrota podría ser fatal. Comenzó la retirada, que fue cubierta por el BI de Valencia. Carandolet, que no había podido hasta entonces utilizar la artillería, la puso en juego, causando buen número de daños y pérdidas al batallón valenciano. Esta acción costó a los carlistas 235 hombres, entre muertos y heridos; en cambio, hicieron prisioneros 32 hombres y capturaron 40 caballos en el choque de la caballería.
Al retirarse a Tudela de Duero, se les unieron el BI-I de Navarra, que había dejado Valladolid, y la brigada de Guipúzcoa, procedente de Toro; siguieron la marcha sin ser perseguidos por el enemigo. En Pesquera de Duero, fue informado por Batanero, por aquel entonces vocal de la junta de Castilla, de la dirección tomada por la Expedición Real, y en consecuencia continuó su marcha sobre Roa.
Al pasar por Peñafiel, se les unió el batallón que, a las órdenes del coronel Durán, bloqueaba el castillo y que había rechazado una salida de la guarnición. Después de descansar en Pesquera de Duero, y al saber que la Expedición Real estaba ya en la provincia de Soria, emprendió la marcha; pero en Roa supo que el general cristino Lorenzo avanzaba sobre Aranda de Duero.
Acción del puente de Aranda
Zaratiegui, en su marcha, había ordenado al coronel Novoa que ocupara el puente de Aranda, sobre el Duero, para impedir el paso del general Lorenzo. El BI-V de Castilla pasaba el puente cuando los cristinos le atacaron; los carlistas retrocedieron y se apostaron en las casas que a poca distancia del puente hacían semicírculo, impidiendo, a su vez, que Lorenzo pasara; dos veces lo intentó y ambas fue rechazado. En esto llegó el resto de la fuerza expedicionaria, ordenando Zaratiegui el ataque general. El BI-I de Valencia debía vadear el río, mientras las brigadas de Castilla y Guipúzcoa avanzarían por el puente. Bajo el fuego del enemigo y con agua hasta el pecho, los voluntarios del BI-I de Valencia consiguieron su objetivo; pero la brigada de Castilla fue rechazada, y al retirarse arrastró a la de Guipúzcoa.
El BI-I de Valencia quedó aislado; pero Zaratiegui ordenó un ataque, los carlistas se lanzaron al puente y arrollaron a los cristinos, que se desbandaron. La abnegación de dos artilleros impidió que dos piezas de artillería emplazadas por Lorenzo cayeran en manos de los carlistas; entre una “lluvia de balas y casi al alcance de las bayonetas, cargaron las piezas sobre los mulos.
La retirada cristina hasta Milagros (Burgos) se hizo perseguida por la caballería de la expedición de Zaratiegui, a la que se había unido un escuadrón recién llegado de la Expedición Real.
Al día siguiente de este combate, Carlos Von Goeben (un oficial prusiano que pidió la excedencia y se alistó con los carlistas) recibió la orden de partir para el Norte, al frente de un convoy de heridos y enfermos, inútiles para seguir las operaciones de las divisiones expedicionarias. Una escolta de 20 soldados de infantería, naturales de las comarcas por las que debía pasar, serviría de guías. Unos 200 soldados inútiles formaban el convoy, al que se unieron 17 acémilas cargadas para entregar al general Uranga. Goeben estaba herido, y consiguió llegar el 7 de octubre al famoso puerto llamado de la Peña de Orduña.
Reunión con la Expedición Real
Más de 10.000 hombres y 700 caballos constituían entonces la fuerza disponible de Zaratiegui, dato digno de destacar, pues demuestra que, pese a las bajas tenidas en diversos combates, los efectivos de la expedición habían aumentado en cerca de 6.000 soldados. Por el contrario, la columna de don Carlos había perdido la mitad de sus efectivos, pues según Rahden contaba con 6.000 infantes y 500 caballos, e incluso estas cifras nos parecen altas. No obstante, parecía abrirse una nueva época de esperanza para los cerca de 17.000 carlistas situados en la línea del Duero, y que poco antes de la acción de Retuerta habían aumentado hasta 19.000.
Reanimado el espíritu de las tropas expedicionarias con el refuerzo recibido, pues las fuerzas de Zaratiegui se hallaban en el más brillante estado, don Carlos decidió tratar de mantenerse en Castilla.
Después de la reunión de los dos cuerpos expedicionarios, las tropas marcharon a Gumiel de Hizán (Burgos), donde quedó la Expedición Real, prosiguiendo las tropas de Zaratiegui hasta Silos. En Gumiel supieron que Espartero, desde Peñaranda de Duero, donde se hallaba la víspera, había pasado a unirse a Carondelet y Lorenzo, reuniendo un ejército mucho más fuerte que el carlista.
El 30 de septiembre, a las tres de la mañana, las tropas del Rey reemprendieron la marcha; pasando por Pinillas, Trasmonte y Cebrecos, llegaron a Covarrubias; allí pasaron unos días de tranquilidad y descanso.
Guiri, que ocupaba Lerma, ante la proximidad de Espartero, evacuó la población el 30 de septiembre, retirándose a la sierra para unirse a la expedición.
Durante la estancia de la Expedición Real en Covarrubias, se separaron del cuerpo expedicionario los mozos que se le habían ido agregando en sus marchas, pues no estaban en disposición de afrontar las penalidades de la campaña por bisoños y faltos de la instrucción militar necesaria. La sierra les ofrecía el amparo necesario para dedicarse a su función de guerrilleros, para la que estaban mejor preparados. También se atendió con preferente interés a la cuestión de los heridos, transportados al monasterio de Santo Domingo de Silos, bajo el amparo del Convenio Eliot. Cuando la Expedición Real abandonó aquellos lugares, los pactos no fueron cumplidos por los cristinos, que hicieron prisioneros a los heridos, escapando a esta suerte tan solo algunos convalecientes.
Batalla de Retuerta (5 de octubre de 1838)
La concentración de fuerzas enemigas obligó a los carlistas a marchar a Retuerta (Burgos) el día 3 de octubre. El día siguiente se unieron a la Expedición las fuerzas navarras que, al mando del general Zabala, se habían separado durante el combate de Alanzueque. Amenazando Espartero desde Covarrubias, que había ocupado, los carlistas se retiran a Santibáñez del Val y Santo Domingo de Silos el 4 de octubre, mientras el cuartel real se situaba en Carazo, pasando por Contreras. Al día siguiente se libró la batalla de Retuerta.
El ejército cristino ocupaba el 5 de octubre por la mañana Covarrubias, Quintanilla del Agua y Retuerta; enfrente de ellos, los carlistas se desplegaban entre Santibáñez del Val y Santo Domingo de Silos.
A las siete de la mañana, los cristinos avanzaron, mandados por Lorenzo; los carlistas, mandados por Zaratiegui, envolvieron su derecha, causando grandes pérdidas a un escuadrón de Borbón y otro de Albuera; acudió Espartero, obligando a los carlistas a replegar su ala izquierda. Se ordenó entonces la retirada sobre Santo Domingo de Silos, y los cristinos, a su vez, se retiraron a Retuerta y Covarrubias. Las mayores pérdidas de los cristinos las tuvo la división del general Lorenzo, pues alcanzaban a 1.000 hombres y 100 caballos. Los carlistas también tuvieron bastantes, particularmente en el BI-II de Aragón, y entre los jefes resultaron heridos el general conde de Madeira y el coronel Reina. El cuartel real, durante este combate, estaba en Mamolar.
El general González Moreno mandó el parte del combate por conducto del brigadier Príncipe Lichnowski; prometía atacar de nuevo al enemigo al día siguiente, señalaba las faltas cometidas en el combate y se pedía una sumaria para depurarla. El grueso del ejército marchó entonces a Peñacoba, y de allí, por la noche, a Contreras. Dos batallones y un escuadrón se destacaron a Retuerta para desorientar al enemigo; pero cuando Espartero, al despuntar el día, se dio cuenta de que las alturas de Retuerta estaban ocupadas por los carlistas, retiró sus tropas, concentrándolas en Covarrubias y las llevó a Barbadillo del Mercado, abandonando, por tanto, las posiciones que había defendido la víspera. La batalla de Retuerta ha sido contada como victoria de Espartero y como victoria carlista.
En realidad, fue una acción indecisa en el combate, pero que, al fin, resultó favorable a los carlistas, por cuanto los cristinos, al ver ocupadas las posiciones en que se luchó, se retiraron, dejando el campo a las tropas carlistas. Ante este hecho, los carlistas marcharon por Ahedo de la Sierra (Burgos) hasta Villanueva de Carazo (Burgos). En este pueblo los cristinos los atacaron, pero la caballería cristina fue rechazada. Siguieron los carlistas hasta Gete. El Infante se estableció en Pinilla de los Barruecos. El Rey, desde Mamolar, marchó por Carazo a Hontoria del Pinar (Burgos).
El 7 de octubre por la mañana, emprendieron su marcha las tropas por Peñacoba, Mamolar y Santo Domingo de Silos, siguiendo luego por Santibáñez del Val hasta Castroceniza. El Infante estableció su cuartel real en Quintanilla del Coco el día 9, mientras que don Carlos, por Espinosa de Cervera (Burgos), pasaba a Castroceniza.
Separación de las divisiones del Rey y del Infante
Pese a no haber experimentado ningún revés, el fracasado intento de batir a Espartero volvió a dejar de manifiesto el enfrentamiento, cada vez más fuerte, que había entre los jefes de las columnas expedicionarias, y la deserción tomó aún mayores proporciones, contagiándose a las tropas de Zaratiegui.
En Castroceniza se tomó una importante decisión sobre el cuerpo expedicionario. Se dividiría en dos divisiones: una al mando del propio Rey, llevando al general González Moreno; y la otra a las órdenes del infante don Sebastián Gabriel, con el general Zaratiegui, tratando así de evitar las crecientes rivalidades. Con don Sebastián marchaban los generales Villarreal, conde de Madeira y Sanz, y los brigadieres Elio y el príncipe Lichnowski.
El 10 de octubre, las tropas del Rey salieron de Castroceniza para fijarse en Ciruelos de Cervera, mientras el Infante permanecía en Quintanilla de Coco. El día 11, por Espinosa de Cervera y Arauzo de Miel, siguió el Rey hasta Huerta del Rey, sin que el Infante hiciera ningún movimiento, y los cristinos abandonaban sus acantonamientos para replegarse a Santa Inés y Lerma. El 12, las tropas que seguían a don Carlos continuaban acantonadas en Huerta del Rey y en Coruña del Conde. Y el 13 pasaron por Espejón (Soria) para marchar a Hontoria del Pinar (Burgos). El Infante había marchado de Quintanilla de Coco a Peñacoba (Burgos), el 12, y el 13 siguió a Arauzo de Miel (Burgos).
El 14 de octubre, la división de don Carlos fue atacada por la caballería carlista mandada por Diego de León en Huerta del Rey, dispersando la retaguardia carlista. Siguieron su ruta por Rabanera del Pinar, Cabezón de la Sierra, Palacios de la Sierra, Vilviestre del Pinar y Canicosa de la Sierra, hasta llegar a Quintanar de la Sierra (Burgos).
Retirada de la columna del Infante y Zaratiegui al Ebro
Por su parte, la columna del Infante había tenido también un pequeño combate ese día en Arauzo de Miel, por lo que se retiró luego a Doña Santo y de allí a Peñacoba. Al llegar a este punto, dice Lichnowski: «Hasta entonces estuvimos en comunicación con la Columna Real; pero a partir de este día cesaron las noticias oficiales, y las que recibíamos, por medio de espías y de aldeanos, eran contradictorias».
El Rey pudo dar descanso a sus tropas los días 15 y 16 de octubre en Quintanar de la Sierra, mientras el Infante, el día 15, había salido de Peñacoba, y por Carazo y Contreras pasó a pernoctar a Covarrubias. Los cristinos habían dividido sus fuerzas, y mientras Espartero operaba contra la columna del Rey, Lorenzo lo hacía contra la del Infante. Habiéndose colocado Espartero sobre Covarrubias, el Infante adelantó sus tropas hasta Cascajares de la Sierra. Sin embargo, los cristinos habían ocupado Salas de los Infantes y las comunicaciones seguían interrumpidas entre los dos cuerpos expedicionarios.
En Cascajares de la Sierra se recibió la orden de que la columna se dirigiera hacia el Ebro para unirse a la Expedición Real, puesto que se había dado orden de que fueran a reunirse a los expedicionarios un refuerzo de hombres de Navarra y un convoy de efectos militares. El Infante, entonces, emprendió la marcha, atravesando por Hortigüela, Villaespasa y Rupelo hasta Palazuelos de la Sierra (Burgos), adonde se llegó a las tres de la madrugada del 17 de octubre; después de dos horas de descanso, siguió por Santa Cruz de Juarros y Villasur de los Herreros a Villafranca de Montes de Oca, donde hizo alto. Por la tarde del mismo día siguió por Espinosa del Camino, Villambistía y Tosantos hasta Belorado (Burgos), donde pasaron la noche.
Mientras la columna del Infante y Zaratiegui realizaba esta marcha tan dura y forzada, el Rey, el 17, había salido de Quintanar de la Sierra y, entrando en la provincia de Soria por Doruelo de la Sierra, Covaleda y Salduero, marchó a pernoctar en Molinos de Duero, en donde pasó el día 18. Carlos V había sabido ya que los refuerzos pedidos a Navarra no habían cruzado el Ebro, por lo que mandó un mensajero con orden al Infante de que regresara.
Pero el Infante había continuado su ruta, pasando por Tormantos, Leiva, Cuzcurrita-Río Tirón y Tirgo hasta Casalarreina, pueblos todos de la provincia de Logroño.
Hasta el final de esta etapa, el 18, no llegó la orden del Rey de regreso del cuerpo. Pero el Infante consideró que no era posible cumplirla, puesto que las tropas de Lorenzo se habían colocado entre la división y Los Pinares de Soria. Mientras tanto, decidió continuar en Casalarreina (Logroño), a pesar de la proximidad del puesto fortificado de Haro. El brigadier Arjona fue el designado para dar la contestación al Cuartel Real, lo que pudo hacer el día 20 de octubre.
El 19 de octubre, la Expedición Real salió de Molinos de Duero (Soria), y por Salduero y Covaleda pernoctó de nuevo en Duruelo de la Sierra (Soria). De allí siguió el 20 para Quintanar de la Sierra, donde pernoctó y conoció Carlos V la contestación al mensaje dada por el Infante y enviada por el brigadier Arjona.
Quedaba abandonado don Carlos en la sierra, rodeado por columnas muy superiores a la suya. En estas circunstancias, no veía que el Infante procurara aliviarle en su situación. El desaliento en los carlistas de la comarca debía de reflejarse forzosamente en las tropas, que se sentían, como su Rey, abandonadas a sus propias fuerzas (unos 5.500 efectivos). Tuvieron que hacer una espléndida retirada para librarse de Espartero, que le doblaba en efectivos, y de Lorenzo, que le separaba del Infante.
La columna del Infante había quedado en Casalarreina. Inactiva, tuvo que ocurrir lo que luego pasó, es decir, que sus tropas se le desbandaran para regresar a Navarra. Hay que fijarse en el hecho de que cuando se dan insubordinaciones y deserciones, no es en las tropas del Rey, sino en las del Infante. Es verdad que mandó a Navarra al general Sanz y a los brigadieres marqués de Bóveda de Limia y príncipe Lichnowski, con el BI de Segovia y BI-II de Valladolid, para que fueran sustituidos por otras fuerzas del Norte; pero nada llegó a concretarse, puesto que unos días después llegó el ayudante del Infante, capitán Merry, a Estella, con la noticia de que las tropas del Infante, que nada habían hecho, ni siquiera intentado, para auxiliar en su difícil posición al Rey, sujetas a la vigilancia de los liberales desde Haro, que podían seguir cualquier movimiento que intentaran, ya libres de la vecindad de Lorenzo, habían pasado el vado de Incio (Burgos), frente a Zambrana (Álava), y acampaban en Peñacerrada (Álava), de donde por Salinillas llegaron a Santa Cruz de Campezo (Álava).
Consecuencias de la expedición
Aunque se han visto sus graves repercusiones políticas, hay que señalar que, desde el punto de vista militar, las expediciones de 1837 no supusieron un grave revés para las armas de don Carlos; pues si consideramos el número de soldados que salieron de las provincias y el de los que volvieron, veremos que las bajas experimentadas no pasaron de 2.500 hombres, saldo muy inferior a las causadas al enemigo y debido al gran número de voluntarios unidos a Zaratiegui.
Según la versión que normalmente suele ofrecerse de esta guerra, comenzaría entonces una progresiva decadencia de las armas carlistas cuya consecuencia lógica sería el Convenio de Vergara, firmado por un ejército que se sentía derrotado; pero desde el punto de vista militar, es evidente que esta visión no es correcta, pues en diciembre de 1837 se había formado una división de Castilla, compuesta de doce batallones y cinco escuadrones cuyos componentes: «espléndidamente equipados, como jamás estuvieron los carlistas, saludaban al Rey con vivas entusiastas y recibían jubilosos la noticia de que saldrían otra vez a buscar al odiado enemigo y a intentar la liberación de las regiones patrias que aún gemían bajo su yugo».
No faltó quien se opusiera con vehemencia a la salida de otras expediciones, viendo el resultado que habían tenido finalmente las celebradas hasta la fecha. Así, el 7 de diciembre de 1837, el general Mazarrasa elevaba a don Carlos una exposición donde acusaba de “muy ignorantes cuando no sean traidores a la causa de Dios, de V. M. y de la Nación española en general, a cuantos promuevan en el día la salida de nuevas expediciones, cualquiera que sea su fuerza y objeto que se proponga”.
La misma opinión fue manifestada por la Junta de Santander, que hizo presente cuán útil sería tratar de extender el dominio de las armas realistas en sus provincias, pero todo fue inútil, continuándose los preparativos para que salieran las expediciones de Negri y don Basilio. En opinión del general prusiano Goeben, que entonces servía como oficial en las filas carlistas, tres fueron los errores cometidos por Guergue al enviar estas tropas al sur de Ebro: «envió expediciones en la estación que tenía que amontonar toda suerte de inconvenientes, las envió aisladas, sin darles por esto los necesarios efectivos para poder sostenerse con fuerza por sí mismas; y las puso al frente de jefes que eran poco apropiados para orillar tales desventajas».