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Nombramiento de Maroto
Biografía de Maroto
El general Rafael Maroto Yserns había nacido en la ciudad de Lorca (Murcia) el 18 de octubre de 1793; era hijo de un oficial del ejército, Rafael Maroto, natural de Zamora, y de doña Margarita Yserns, nacida en Barcelona. Sus primeros estudios los hizo en Cartagena, ya cadete del RI de Asturias desde 1794, por merced del Rey. A los quince años era segundo subteniente en dicho regimiento, y tomó parte en la defensa del departamento del Ferrol, cuando desembarcaron los ingleses en las alturas de Grana, asistiendo a las acciones del 25 y 26 de agosto de 1800 contra los invasores.
Al estallar la Guerra de la Independencia, Maroto era teniente, y tomó parte en la misma, asistiendo a la defensa de la batería de Santa Catalina y Torres de Cuartel, al ser atacada Valencia, y luego combatió en la batalla de Tudela el 23 de noviembre de 1808, habiendo ascendido a capitán. Formaba parte de la guarnición de Zaragoza en 1809, y al capitular la heroica ciudad, quedó como prisionero de guerra, pero pudo fugarse uniéndose a las fuerzas españolas que luchaban en el Reino de Valencia. En 1812, siendo ya sargento mayor, Maroto asistió a la defensa de la ciudad de Valencia, pero al capitular la plaza consiguió fugarse de nuevo e incorporarse a las fuerzas españolas, siendo entonces destinado al mando del depósito general de tropas con destino a ultramar. En 1813 se le concedió el mando del RI de Talavera, que fue destinado al Perú; por lo que el 25 de diciembre de dicho año embarcó en Cádiz en el navío de guerra Asia, llegando el 25 de abril siguiente al puerto del Callao, para socorrer al virrey José Fernando de Abascal y Sousa, que trabajaba arduamente para mantener bajo control español su virreinato y los territorios aledaños.
Habiendo ascendido al empleo de coronel, se le destinó a la recuperación de Chile, hallándose en la batalla de Raccagua, tomando parte en la toma de la ciudad de Santiago en 1814, lo que motivó su ascenso a brigadier. Continuó en América dirigiendo la lucha contra su emancipación, fracasando en la batalla de Chacabuco, lo que llevó a la independencia de Chile en 1817.
Maroto fue entonces nombrado por La Serna jefe de una de las tres divisiones que, al mando del general Canterac, debía hacer frente a la invasión de Sucre. Tras la batalla de Junín Maroto el 6 de agosto de 1824, mantuvo fuertes disensiones con Canterac y acabó dimitiendo, pues consideraba que la retirada de las fuerzas realistas se estaba llevando a cabo de forma inadecuada. Nombrado gobernador de Puno, allí le sorprendió la capitulación de Ayacucho, en la que quedó comprendido. En compañía de La Serna y otros oficiales, Maroto y su familia embarcaron en la fragata francesa Hernestine, que arribó a Burdeos a mediados de 1825.
Ese mismo año, se le nombró comandante general del Principado de Asturias, con el encargo de organizar los cuerpos de voluntarios realistas. Puesto en el que cesó en 1828, destinándosele el 21 de junio de cuartel a Pamplona, cuartel del que un año más tarde fue trasladado a Madrid, donde en 1832 ejercía como presidente de la Comisión Militar Ejecutiva. En 1830, su mujer falleció en un naufragio cuando se dirigía a hacerse cargo de sus propiedades en Chile.
Nombrado comandante general de la provincia de Toledo el 15 de marzo de 1832, Maroto renunció al cargo el 31 de octubre; según él, porque habiéndose solicitado por el conde de Negri que participase en una sublevación al frente de sus tropas para apoyar a don Carlos, con cuya causa se había comprometido, consideró que antes de actuar contra el Gobierno debía comenzar por romper todos sus vínculos con el mismo.
Propuso entonces Maroto a don Carlos que se intentase un pronunciamiento para proclamarle regente durante la enfermedad de su hermano, pero el infante se opuso a la idea “y los que la propusieron no fueron creídos leales servidores, porque no vestían hábitos o sotana, ya que decían que en las cosas de la tierra era menester hacer algo para que el cielo ayudase”.
Nombrado en enero de 1833 para la comandancia general de las Provincias Vascongadas, la oferta tan solo sirvió para que quedara mal con todo el mundo, pues el entorno de don Carlos le miró con desconfianza y el Gobierno empezó a verle como enemigo al rechazarla. Su nombre salió entonces a relucir en la causa formada al coronel Campos, y aunque fue puesto en libertad por falta de pruebas, permaneció antes varios meses en prisión. Salió de ella Maroto muy desengañado con la causa que había abrazado, pues ningún auxilio obtuvo entonces de don Carlos, y él mismo cuenta que si el Gobierno no le hubiera perseguido, posteriormente hubiera podido atraerle a sus filas. Confinado a Sevilla, de donde obtuvo permiso para pasar a Granada, había decidido retirarse de la vida política cuando tuvo noticia de que iba a ser nuevamente encarcelado, por lo que decidió fugarse y unirse al Pretendiente en Portugal, lo que consiguió a principios de 1834.
Son muchas las quejas que ya en esta época albergó Maroto contra don Carlos, tal y como puede verse en su Vindicación, y aunque pensó regresar a Chile, no faltaron amigos que le hicieron desistir de aquel plan, por lo que le siguió a Inglaterra. Trató, después, de seguirle a España, pero se retrasó algún tiempo, pues un primer intento fue abortado por las autoridades francesas.
Bien recibido por don Carlos, que le sentó a su mesa, no consiguió que Zumalacárregui le diese ningún mando. Herido este, don Carlos le pidió que se hiciera cargo del ejército, pero su disposición inicial fue pronto modificada, y tras un mando interino de Eraso, se encargó del mando el teniente general González Moreno, quedando Maroto como comandante general de Vizcaya. Su animadversión hacia Moreno llegó a tales extremos que, según cuenta Arizaga, en una reunión celebrada en Zúñiga, sus críticas al general en jefe y al pretendiente llegaron a puntos tales que “indicó la necesidad que había de promover actos parecidos a los que más adelante practicó en Estella”.
Por aquella época propuso un plan de operaciones consistente en centrar los esfuerzos del ejército sobre Bilbao, que fue preterido a favor del de Moreno, que quería batir al ejército enemigo y cosechó la derrota de Mendigorría. El 11 de septiembre de 1835 las tropas de Maroto consiguieron un destacado éxito sobre Espartero en Arrigorriaga, aunque, según la versión que se consulte, Maroto tuvo que ver mucho o nada con el resultado de la jornada. Al final, don Carlos optó por cesar a ambos, sustituyendo a Moreno por Eguía y negando a Maroto el permiso que solicitó para pasar al extranjero, pues consideraba que podía necesitar de sus servicios. Maroto no vio con buenos ojos al nuevo general en jefe, contra quien intrigó cuanto pudo, lo que tal vez fue una de las causas de que se le nombrara comandante general de Cataluña, donde se presentó el 31 de agosto de 1836.
Maroto nombrado capitán general de Cataluña
Meses después fue enviado el general Rafael Maroto Yserns; su destino como jefe de las fuerzas carlistas del Principado probablemente fuera consecuencia de sus maniobras contra el teniente general Nazario Eguía, que había sustituido a González Moreno al frente del Ejército Carlista del Norte. El viaje hasta llegar a Cataluña fue arduo y costoso. En Bayona tuvo algunas dificultades con el general Harispe y con el prefecto francés y, después de algunas discusiones con las autoridades francesas, marchó a Marsella, hospedándose en casa de un pariente del conde de Custine.
Maroto pudo franquear los Pirineos, después de burlar la vigilancia de la policía francesa, entrando el 30 de agosto por uno de los puertos de las montañas de Nuria en la misma frontera. Había seguido para ello el camino que Francia pasa por el Coll de las Nou Fonts y conduce al valle donde está situado el Santuario de Nuestra Señora de Nuria.
En el límite de España con Francia, en el paso dels Landres, Ma roto fue recibido por dos compañías de cazadores de Cataluña. Descendió al Santuario de Nuria, y luego a Caraps, en donde se le reunieron otras fuerzas. Al llegar al Principado el 31 de agosto de 1836, llegaba acompañado por el intendente Pedro de Alcántara Díaz de Labandero, el brigadier Blas María Royo y el coronel José Pérez Dávila.
Al día siguiente lo fue a ver Ignacio Brujó, comandante en jefe interino, que entregó un estado de fuerzas deplorable: las fuerzas carlistas en el Principado se habían reducido a 10.600 infantes y 210 jinetes, bien armados, pero mal equipados y pagados, cuya instrucción, si de tal puede hablarse, dejaba mucho que desear. No contaba con artillería, y solo poseían una fábrica de pólvora, que explotaba Pablo Ribas y Velar. Contó con la colaboración del brigadier barón de Ortafá.
El 1 de septiembre, siguió la marcha por San Jaime de Frontanyá a Borredá (Barcelona), donde permaneció hasta el 6, y allí se le presentaron Sobrevías, Castells, este con 600 hombres, Galcerán con 250, Puigoriol y Altímira con 520 y Zorrilla con 250. Había aprobado la distribución dada por el brigadier Brujó, cuya división de Gerona seguía mandando este jefe con las dos brigadas confiadas a los coroneles Zorrilla y Gráu. La división de Lérida estaba confiada al coronel Porredón, la del centro al brigadier Tristany y la de Tarragona al coronel Masgoret.
Maroto, con las compañías de preferencia de ocho batallones, formó dos de nuevos, uno de cazadores y otro de granaderos, que quedaron a sus inmediatas órdenes.
El 7 de septiembre, Maroto dio comienzo al asedio de Prats de Llusanés, que se vio obligado a abandonar ante la derrota de las fuerzas que trataron de impedir la llegada de una columna de socorro. Sin desanimarse por ello, dedicó los días siguientes a instruir los batallones que estaban a sus inmediatas órdenes.
Después de su derrota, el general Maroto se retiró por Santa Eulalia a Puigoriol y Alpens, donde pernoctó el 10, y prosiguió la mañana siguiente a Borredá, donde se detuvo dos días para reorganizar su fuerza. Conseguido esto, se dirigió hacia Berga el 13, cruzando el río Llobregat, pero dejando a su izquierda aquella entonces villa; marchó hacia las alturas de Rasos de Peguera y por Linás, junto al límite de las provincias de Barcelona y Lérida, entrando en esta última para acantonarse en San Lorenzo de Moruys el 15 de septiembre, en donde permaneció Maroto cuatro días descansando hasta el día 20.
En ese mismo día, pasando por las inmediaciones de Solsona, fue a San Clemente, donde pernoctó, y al día siguiente, después de larga y penosa jornada, llegó a Cubells (Lérida). Mientras esto ocurría, se luchaba en el resto del Principado. El 10 de septiembre, en Valldosera (Tarragona), se luchaba por el coronel Masgoret contra Gurrea; el 18 del mismo septiembre se combatía a la columna de Iriarte en Perelló; el 21 una columna volante, mandada por el teniente cristino Francisco Cadenas, hacía prisionero al sargento primero carlista Domingo Marcet. El mismo día los carlistas, mandados por Prats, atacaron a Torá, defendido por un destacamento mandado por el comandante de armas Baudillo Jorba; los carlistas realizaron un reconocimiento y se retiraron por la mañana.
El 24 por la tarde se presentó el brigadier Tristany, aunque ya hostigaba desde la mañana Prats. Tristany intimó a la rendición, a lo que contestó Jorba izando una bandera en la torre de la iglesia. El brigadier carlista preparó sus fuerzas para atacarla, pero fracasó su intento al introducirse la población en una mina que desembocaba en un arroyo. Tristany prosiguió el sitio durante 58 horas, pero se retiró cuando llegaba una columna cristina al mando del coronel Niubó.
El 28 de septiembre, unas pequeñas partidas carlistas, que estaban en Vandellors (Tarragona), mandadas por Derna y Antonio del Molí, fueron atacadas por la columna cristina del Tcol José Biosca, cayendo prisioneros 4 carlistas que fueron pasados por las armas.
El general Maroto partió de Cubells el 21 de septiembre, en dirección a La Cerdeña. En su marcha pasó por Alós de Balaguer, atravesó la sierra de Montsec de Rubiens hasta Conques, siguió por Isona y, después de atravesar la sierra de San Cornelio, por las estribaciones de la sierra de Boumort, fue a Tahús pasando por Castellbó, cruzando el río Segre. Siguió por Arfá, uniéndose otras fuerzas que procedían de Aliña y descendieron de las alturas de la sierra de Cadí. Ya en el llano siguió por las inmediaciones de Montellá, hizo una pequeña desviación para evitar Bellver, acampando el 28 de septiembre en las inmediaciones de Alp (Gerona) al anochecer.
El brigadier cristino Gurrea, que seguía a Maroto, supo en Martinet que Maroto estaba en Alp, por lo que marchó inmediatamente en su busca. Maroto seguía por el llano en dirección a La Molina; al ver una fuerza cristina mandada por el brigadier Nicolás Sanz, presentó combate entre La Molina y el Coll de Tosas, pero al ver la columna de Gurrea, decidió emprender la retirada hacia Castellar de Nuc, subiendo para la sierra de Puigllansada. El día 29 por la noche, descansaron en esa población, prosiguiendo la marcha el 30 por la Pobla de Lillet, donde al pasar tuvieron un encuentro, y de allí por San Jaime de Frontayá a Borredá (Barcelona), que era su cuartel general, a donde llegaron el mismo día. Allí dispersó Maroto sus fuerzas, quedándose con dos batallones de preferencia, y con sus ayudantes y su escolta pasó la noche en una casa de campo.
El 1 de octubre, Maroto se trasladó a Alpens, donde permaneció hasta el día 4.
Mientras que el barón de Ortafá y el brigadier Royo se habían situado en San Quirico de Besora, instruyendo y organizando algunos batallones carlistas. Estos jefes recibieron aviso de la aproximación de las fuerzas liberales y Maroto previno al barón de Ortafá para que se replegase sobre Alpens para operar juntos. Ortafá no quiso acceder a cumplir la orden de Maroto y se propuso esperar al enemigo, que se presentó el 4 de octubre al mando del brigadier Ayerbe. Ortafá dispuso lo conveniente para replegarse sobre las alturas que dominan Montesquiu; en el combate murió Ortafá por las fuerzas del capitán Nicolás Vallés, de los francos de Cataluña. Los carlistas, habiendo perdido a su jefe, se replegaron acosados por la caballería cristina, y no fueron auxiliados por Maroto, que se había adelantado entre Alpus y Montesquiu.
Maroto, recogiendo una parte de las fuerzas que mandara en vida Ortafá, el mismo 4 de septiembre marchó desde Sora (Barcelona) a Gombreny (Gerona), donde dejó el mando, llamado a los jefes que le acompañaban para comunicarles su intención de ir al cuartel real.
El resultado de la derrota fue atribuido por los catalanes a no haber sido socorrido a tiempo por Maroto. Pero no fue la oposición de los jefes catalanes lo que motivó la salida de Maroto de Cataluña, sino el hecho de considerarse traicionado por no haber recibido los recursos con que esperaba poder contar cuando salió Navarra. Así, tras efectuar al intendente Díaz de Labandero peticiones de armamento y uniformes totalmente imposibles de cumplir, Maroto abandonó Cataluña el 5 de octubre con el pretexto de marchar a ver a don Carlos para notificarle la verdadera situación de la guerra. Quedó como jefe interino el brigadier Blas María Royo, que ya conocía a los catalanes por haber participado en la expedición de Guergué.
Maroto cruzó la frontera con Francia y, al llegar al pueblo de Eyna, fueron detenidos por la gendarmería y soldados del RIL-21 francés tanto Maroto como sus acompañantes. Fueron conducidos a Montlouis y, después de ser interrogados, fueron llevados a Perpiñán, donde quedaron en prisión a la espera de la decisión del gobierno francés. Maroto fue destinado a Tours.
Situación en el ejército cristino
Las esperanzas se pusieron entonces en el nuevo capitán general, el legendario guerrillero Francisco Espoz y Mina, pensando en su triunfo de 1823 y no en su reciente fracaso en el teatro del Norte. Mina, como se le conocía, organizó enseguida una campaña que tenía como fin político reforzar su imagen y como objetivo militar la toma de los enclaves carlistas de San Lorenzo de Morunys y el cercano santuario de Hort, que se usaba como depósito de prisioneros. El primero cayó el 23 de diciembre, pero el segundo resistió. Irritado, Mina difundió el 26 de diciembre un parte alarmista en el que se hablaba del fusilamiento por parte de los carlistas de 40 cristinos, con el resultado de un tumulto (una bullanga, en el lenguaje de la época) en Barcelona en el que una turba dirigida por milicianos asaltó la Ciudadela y asesinó in situ a los prisioneros carlistas, entre ellos el coronel Juan José O’Donnell (hermano de Leopoldo), cuyo cadáver fue lanzado desde la muralla y arrastrado según un ritual codificado el año anterior. Después, los amotinados prosiguieron con los asesinatos en el fuerte de Atarazanas y en el hospital militar.

En los últimos días de 1835, las operaciones se centraron en torno al santuario de Nuestra Señora del Hort, donde Samsó había establecido un hospital y depósito de prisioneros varios meses atrás, y al amparo de cuyas formidables posiciones los carlistas podían organizar sus fuerzas. Pero aparte de su significación militar, el sitio de Nuestra Señora del Hort daría lugar a nuevas algaradas en Barcelona, pues el 29 de diciembre El Guardia Nacional publicaba una comunicación de Mina donde hacía saber que «uno de nuestros prisioneros se fugó de los enemigos la noche anterior, tirándose por los derrumbaderos, y por su declaración resulta que aquellos, atropellando todas las leyes de la guerra, fusilaron a 33 de los prisioneros que tenían en su poder, incluyendo en este número a todos los oficiales; de consiguiente, si esto es así, las medidas sucesivas que pienso dictar, los contendrán para en adelante».
La cuanto menos pusilánime actuación del segundo cabo (jefe), Antonio María Alvarez, y la decisión de los comandantes de la guardia nacional de contener los excesos, menos el de ser fusilados los prisioneros facciosos, pues esta era la voluntad general, dio como resultado el asesinato de más de cien prisioneros carlistas que se hallaban repartidos entre la Ciudadela, Atarazanas, Canaletas y el Santo Hospital.
Si los radicales barceloneses creían que el nuevo capitán general les favorecería, los encarcelamientos a raíz de una nueva bullanga, esta constitucionalista, el 5 de enero les enseñaron lo equivocados que estaban. La segunda bullanga se produjo en 1836: las noticias llegadas a la ciudad de los excesos cometidos por los carlistas con el asesinato de 33 prisioneros liberales en Sant Lorenzo de Morunys condujeron a la multitud a asaltar la cárcel de la Ciudadela (4 de enero) y matar a entre 100 y 150 prisioneros de guerra carlistas. Al día siguiente, algunos rebeldes y miembros de la Milicia Nacional proclamaron desde el palacio de la Lonja la Constitución de 1812; pero fueron disueltos por el ejército, con el resultado de 21 bullangosos deportados.

Tras esta limpieza doméstica y la toma de Hort a finales de mes, Mina y sus subalternos pusieron en práctica un nuevo plan de guerra.
El 28 de enero de 1836 marca la fecha de un cambio total de estrategia cristina en Cataluña, de la estática que había planteado Llauder a la móvil de Mina; quien, en vez de estacionar tropas en las zonas más conflictivas, las dispersó por ellas. El ejército gubernamental del Principado fue dividido en siete brigadas que debían perseguir sin tregua y exterminar a los facciosos en las zonas a su cargo, que, sin embargo, no cubrían todo el territorio. A los cuerpos francos, que habían demostrado su gran valía, se les apartó de las operaciones y se les destinó a tareas de guarnición.
Por su parte, las partidas carlistas atacaron convoyes gubernamentales y saquearon en las zonas no defendidas, que se convirtieron en zonas de doble contribución, cristina y carlista. También organizaron razias y se atrevieron a choques directos, donde los cristinos no resultaron bien parados. Mina salió de campaña con fines propagandísticos, esta vez hacia el sur, pero la cosa no pasó de revista.
En represalia por la muerte de dos alcaldes cristinos de la comarca de Alcañiz, el general Nogueras fusiló a la madre de Cabrera, Ana María Griñó, el 16 de febrero de 1836 en Tortosa, con la autorización de Espóz y Mina.

El capitán general ya estaba mortalmente enfermo y muy afectado por las reacciones internacionales adversas que había suscitado la ejecución de la madre de Cabrera a fines de febrero, así que el primero de abril presentó una dimisión que la regente no le admitió. Hubo que esperar hasta mayo para que las armas isabelinas exhibieran algún progreso, como la recuperación de Torá.
De todos los jefes cristinos en Cataluña, el que dio más que hablar fue el brigadier Manuel Gurrea, nombrado jefe de operaciones. Exguerrillero como Mina y amigo personal suyo, carecía de los conocimientos militares para semejante mando, y además creía tanto o más que su jefe que la guerra se ganaría aterrorizando a los campesinos. Eso hizo el 22 de mayo, cuando incendió Navés. No obstante, arrasar bosques, quemar cosechas y multar a los payeses no ayudaría a las armas gubernamentales, como tampoco extenuar a las tropas en larguísimas marchas para ganar en un sitio lo que se perdía en otros. Hubiera sido más productivo imponer el orden en el seno del ejército y la milicia, algunos de cuyos miembros asesinaron el 11 de julio al gobernador militar de Figueras, Manuel de Tena.
A todo esto, el suministro al ejército de Cataluña, contratado en Madrid, se había convertido en un pingüe negocio para los proveedores que giraban en la órbita de Mendizábal, como los hermanos Safont, así como para los subarrendadores locales. Mina quiso hacer frente a la quiebra que provocaban esa corrupción, las exigencias fiscales del Gobierno y la excesiva movilidad de las tropas con un triple expediente, idéntico al que había adoptado Llauder antes y muy similar al que emplearía de Meer después: centralización, arbitrios extraordinarios y desobediencia al Gobierno, desde el 15 de junio de 1836 presidido por Istúriz.
No lo logró: la Diputación de Lérida se negó a unirse a las otras tres bajo la presidencia del capitán general y el Gobierno desautorizó la fusión.
El 5 de noviembre de 1836, se cumplió un año de estado de sitio y las partidas perseveraban. Pese a la captura de algunos cabecillas y de una cierta reducción de los efectivos guerrilleros, el plan bélico de Mina había fracasado. Los gubernamentales apuraron los medios económicos y humanos a su alcance sin obtener mejores resultados. La estrategia era errónea per se, pero la deficiencia principal radicaba más bien en la falta de comprensión del conflicto por parte de los gubernamentales, de la que se derivaban la corrupción en los suministros, la falsedad sistemática en los partes, la provisión de responsabilidades con criterios partidistas y, sobre todo, el ataque a las vidas, la seguridad y los intereses de los habitantes de la Cataluña rural, puestos bajo sospecha.
Mina murió la Nochebuena de 1836, y tras la inevitable interinidad, fue sustituido por Ramón de Meer y Kindelán el 12 de marzo de 1837.
