Guerras Carlistas Primera Guerra Carlista en Cataluña Final del conde de España

Inactividad del conde de España

Pero la verdadera víctima de la toma de Ripoll fue el barón de Meer. Como que este general figuraba entre los moderados, los liberales más exaltados lo miraban mal. Ante este descalabro, ya que no hizo nada para socorrer a los defensores de la población, que resistieron varios días, su relevo se impuso. No tenía tampoco grandes simpatías entre sus mismos correligionarios, aparte de que era belga, aunque en realidad había nacido en Barcelona, y nos quedará siempre que Meer en Cataluña obraba arbitrariamente. Se pensó en sustituirlo por el tan fracasado marqués de Rodil, pero este tuvo el acierto de rehusar aquel mando, por lo que fue nombrado capitán general de Cataluña el general Jerónimo Valdés de Noriega y como segundo cabo el general Seoane.

Después de la toma de Ripoll, el ejército carlista y el conde de España se retiraron a Berga, alojándose la división en las poblaciones de los alrededores de la plaza donde el conde instaló su cuartel general. El terror causado por la toma de la villa de Ripoll fue tal, que desde Sampedor, Moyá y Balsereny, comunicaron por medio de mensajeros que, en cuanto se moviera la artillería contra dichas plazas, se entregarían inmediatamente, ya que estaban dispuestos a hacerlo los habitantes y las guarniciones. En Vich, Manresa y otras poblaciones de importancia, se celebraron reuniones para tratar de lo que harían si fuesen atacadas, prevaleciendo el criterio de someterse a las armas carlistas.

Si el conde de España hubiese aprovechado la desmoralización de los liberales y el desánimo general por la conquista de Ripoll, hubiera conseguido dominar casi totalmente Cataluña, y entonces sí que quedaría justificada la extrema severidad con que había obrado. Pero desaprovechó las circunstancias y el conde de España y los carlistas quedaron descansando, cuando aquella guerra no permitía hacerlo, con grande daño para la causa que se defendía.

En este periodo de calma, es cuando sobrevino la correspondencia del ministro de Hacienda Mareó del Pont con el conde de España, acerca de la conveniencia de mandar a Cataluña al príncipe de Asturias. Era cuando en el Norte, los acontecimientos presagiaban males infinitos. El conde habló de ello al intendente Díaz de Labandero. Es indudable que, si se hubiese realizado este proyecto, la situación de los carlistas después del Convenio de Vergara hubiera sido muy distinta, ya que el golpe mortal que dio al ejército real en el Norte el general Maroto perdía mucho de haberse encontrado el Príncipe entre voluntarios tan leales como eran los carlistas de Cataluña.

Es indudable que el carácter del conde de España llevó a este a cometer arbitrariedades y severidades que no pueden nunca justificarse, por muchas que fuesen las razones que se dieran. Tal fue el caso de la prisión de doce niños que en Barcelona estaban en un colegio que tenía José Figueras. Un día, acompañados del profesor ayudante José Riera, habían salido a dar un paseo por los alrededores de la ciudad. Sorprendidos por una patrulla carlista, fueron llevados presos a Berga. El barón de Meer escribió al conde de España pidiéndole que pusiera en libertad a los niños y que fuera castigado el autor de aquellas prisiones, pero no obtuvo contestación del conde. De nuevo Meer le escribió, diciendo que en vista de su silencio había ordenado la detención en Mallorca de los dos hijos del conde, así como de la hija del brigadier Segarra, que quedaban como rehenes.

El conde de España todavía se mantuvo en silencio y solo dio unas disposiciones para que a los niños no les faltaran profesores para que continuaran sus estudios. El general Valdés, cuando reemplazó al barón de Meer, hizo una nueva gestión en favor de los niños presos, contestándole el conde de España, denunciándole los atropellos cometidos por las tropas cristinas, señalando particularmente el asesinato que el 9 de julio se había cometido en la persona del controlador de hospitales Esteban Espinet, en La Llacuna, después de haber sido hecho prisionero por las tropas del brigadier Trillo. Entrelazado con la cuestión de los niños presos, hubo otro canje y otra negociación sobre la humanización de la guerra en Cataluña.

Así fue pasando el verano de 1839, sin grandes acontecimientos, y en el mes de agosto, nada vale la pena destacar, salvo el 12 de agosto, Castelí protagonizó una sorpresa sobre la guarnición de Benavarri. Desde el día 2 al 22 hubo combates en las comarcas de Bisbal de Falset, Pobla de Granadella y Pobla de Ciérvoles, en las provincias de Tarragona y Lérida, y el combate un poco serio que tuvo efecto el día 22 en Fontlionga (Lérida).

Los acontecimientos de Vergara no fueron conocidos hasta algo más tarde y hubo entonces una noble reacción de los carlistas catalanes ante tan repugnante traición. Las ocurrencias en Cataluña desde el mes de septiembre hasta la muerte violenta del conde de España corresponden en realidad al periodo posterior al Convenio de Vergara.

Fallido ataque carlista a Campodrón (21 a 26 de septiembre de 1839)

El día 8 de septiembre, fue aniquilada la guarnición de Villafranca de Panadés, que dejó más de 200 hombres en el campo, y poco más tarde tomó al asalto Sarral y destruyó sus fortificaciones. En contrapartida, el 2 de agosto había sido sorprendida la plaza carlista de Ager por los francos de Ugarte, que no tardaron mucho en abandonar su conquista.

El brigadier Brujó solicitó y obtuvo del conde de España permiso para atacar Camprodón (Gerona), villa fortificada, y el 21 de septiembre, al frente de seis batallones, se presentó en las inmediaciones de la población. El 22, después de haber emplazado dos baterías y media, abrió fuego contra la población, no tardando en causar grandes estragos. A las tres de la mañana del 23 se dio el asalto, apoderándose los carlistas de la parte alta de la población, retirándose a las cinco los defensores a la segunda línea. Brujó, después de haber intimado la rendición, dispuso un segundo asalto, siendo rechazados los carlistas, incendiándose entonces parte de las casas que tenían los realistas. Por la tarde, emplazaron una batería, muy cerca de la puerta de Olot, disparando toda la noche; pero no habiendo obtenido éxito, el 24 se replegaron. El general Valdés, que se hallaba en Vallfogona (Gerona), se dirigió el 26 a Camprodón, obligando al brigadier Brujó a retirarse de las inmediaciones de la población.

Mientras esto ocurría, las fuerzas carlistas mandadas por Arbonés tuvieron un combate con la columna móvil de Tarragona de Salvador Desunvila, en Mora la Nueva (Tarragona), el 22 de septiembre, muriendo entre los cristinos, que tuvieron grandes pérdidas, el ayudante Pedro Velasco. El brigadier Ibáñez, ante la agitación que notaba en las fuerzas que mandaba por las noticias del Convenio de Vergara, emprendió el 23 una incursión, recorriendo los alrededores de Vendrell, Arbós, Villafranca del Panadés y San Sadurní de Noya, recogiendo importante botín. El 26, una fuerza carlista se presentó ante el pueblo de Serós (Lérida), que fue abandonado por los milicianos, que se fortificaron en el convento de Avingaña, donde fueron socorridos por fuerzas mandadas por el comandante de armas de Fraga, José Maria Ugarte. Una pequeña partida compuesta de siete hombres detuvo el 27 de septiembre, a la salida de Esparraguera (Barcelona), unas galeras, apoderándose de lo que llevaban. Los milicianos de Masquefa (Barcelona) levantaron un somatén para perseguir a los que habían cometido el hecho, consiguiendo apoderarse de dos carlistas, a los que fusilaron inmediatamente, pero sin recuperar lo que llevaban de las galeras.

Conquista carlista de Moya (9 de octubre de 1839)

El conde de España se retiró a Alpens el 27 de septiembre, pero el 3 de octubre movió sus fuerzas hacia la parte de Vich, donde estaba el capitán general Valdés. El general cristino salió de la plaza, maniobró delante de sus enemigos y volvió a entrar en Vich, mientras que el conde de España hacía ocupar las alturas más próximas a la ciudad.

El 7 de octubre, supo el conde que Valdés había hecho movimiento y que la columna de Carbó se dirigía desde Vich a Tona, subiendo parte de ella por Collsuspina. El Conde dio órdenes para que sus tropas marcharan a Collsuspina, pero antes de que desde Olost y pueblos de sus inmediaciones llegaran a su destino, Carbó había regresado a Vich, y Valdés había pasado a Granollers. Los carlistas llegaron hasta el Estany, enterándose del fracaso de su proyecto, pues la pequeña columna que había pasado por Collsuspina había llegado a Manresa.

El conde de España decidió entonces marchar sobre Moyá, a donde llegó el 8 de octubre, quedando sitiada la plaza en el mismo día. Al llegar la noche, se dio la orden de asalto, entrando los carlistas en la población y refugiándose los nacionales en la iglesia parroquial y en la de los Escolapios. Se intimó su rendición y los de la iglesia parroquial enviaron comisionados para tratar de la capitulación y el conde de España arbitrariamente los hizo prisioneros. A las doce del 9 de octubre, los defensores de los Escolapios rechazaron a tiros a un parlamentario carlista, por lo que el conde de España dispuso apoderarse de aquel fuerte a toda costa. La iglesia parroquial fue tomada al asalto con escaleras y abriendo un agujero en la bóveda, desde donde hicieron fuego matando a las personas que había en el interior, muriendo 103 personas, incluidos mujeres y niños, y los escolapios se rindieron a Grijó.

El conde de España no respetó el convenio y ordenó el fusilamiento de 140 defensores y el incendio de la población. Presos del pánico, los habitantes de Castelltersol entregaron la villa a los carlistas al día siguiente, sin saber que el conde ya no perseguía victorias. Aunque el 11 de octubre declaró Áger (Lérida) en estado de bloqueo, el 23 se retiró a su cuartel general de Caserras (Barcelona), de donde no volvería a salir más.

Acción de Viella (finales de octubre)

A finales de noviembre llegó a conocimiento de España la algarada promovida por la guarnición de Viella, que tras haber asesinado a su gobernador se negaba a dar cabida dentro de sus muros a las tropas enviadas para restablecer el orden. Borges y Bartolomé Porredón (Ros de Eroles), al frente de sus respectivas columnas, marcharon de inmediato hacia el valle de Arán, siendo secundados por el grueso del ejército, dispuesto a proteger sus operaciones. Tras una intimación a los sublevados para que entregasen la plaza a los defensores de don Carlos, las tropas de Porredón bloquearon Viella sin decidirse a emprender el asalto, por lo que España envió en su ayuda al brigadier Lichnowsky con fuerzas de infantería, artillería y zapadores.

No tardaron los carlistas en hacerse con el control del pueblo, refugiándose la guarnición tras el primer asalto en el fuerte que lo dominaba. La negativa de Porredón a emprender un ataque valiéndose de escalas y la incapacidad de la artillería carlista de abrir una brecha practicable, no serían de utilidad y se perderían demasiados hombres. Por lo cual la bloqueó, estableciendo el cuartel general en Betrén. La espera dio lugar a que convergieran sobre ellos las columnas de Meer y el comandante general de Lérida, viéndose obligado España a ordenar una difícil retirada, por pasos intransitables, en la que perdió parte de su artillería. Al reencontrarse el conde de España con Porredón, le dijo: «Hijo mío, si todos los oficiales fueran como tú, no teníamos que temer al enemigo y antes de seis meses estaríamos en Barcelona».

Defensa de Solsona

A finales de octubre, y en vista de los repetidos éxitos de Cabrera, el conde de España le propuso estrechar la cooperación entre sus fuerzas para hacerse entre ambos con el control de los territorios situados al norte del Ebro, pero estos planes no llegaron a efectuarse, pues Cabrera dirigía sus movimientos hacia el interior de la Península y, más específicamente, hacia su capital. Sin embargo, la comunicación entre ambos ejércitos ya estaba abierta, pues Cabrera controlaba un par de posiciones sobre el Ebro, y había enviado anteriormente un par de escuadrones a fin de que colaborasen en la defensa de Solsona.

Situada en medio de territorio carlista, el deseo de mantener esta plaza obligaba a los envíos periódicos de convoyes de suministros, cuya protección y ataque se convirtió a partir de su conquista en la operación más importante y sangrienta de una guerra que a lo largo de estos meses va a estar caracterizada por su aparente inactividad.

Tras hostigar a los liberales en su marcha hacia Solsona, el conde de España dispuso la demolición de las casas situadas en los alrededores de Berga, a fin de facilitar la defensa de la plaza en caso de un posible ataque. Esta medida, cuyos afectados eran en su gran mayoría ardientes defensores del carlismo, no pudo menos de levantar numerosas quejas, hasta el punto de que la Junta decidió abrir un expediente sobre los daños y pagar las oportunas indemnizaciones.

Destitución del conde de España

El 31 de agosto de 1839 habían culminado cinco meses de negociaciones entre Espartero y Maroto, que tuvieron como resultado el célebre Convenio de Vergara. Una de sus consecuencias fue que los carlistas catalanes empezaron a recibir el refuerzo de combatientes del Norte que no acataron el acuerdo, que atravesaban Francia por centenares sin que nadie los viera. En parte por este auxilio tardío, en parte por el empecinamiento de la Junta de Berga, la población catalana sufrió entre octubre de 1839 y en abril de 1840 la fase más cruenta de la guerra.

Al círculo de Torrabadella le estorbaba el conde de España, odiado por nuevas razones. Después de la derrota del Norte, don Carlos les había concedido a él y a Cabrera plenos poderes, que Cabrera había usado para disolver la Junta de Aragón, así que la de Cataluña temió que el conde lo imitara. Por otra parte, después de los incendios preventivos de las ciudades de Olvan y Gironella con sus molinos y harina incluidos, y de la ejecución de un amigo de los universitarios, las maniobras del conde ya no provocaban terror, sino ira. Además, se rumoreaba que mantenía conversaciones de transacción.

Por esa época recibió Labandero una carta del ministro de Hacienda, Marcó del Pont, pidiéndole que lograra del conde de España la respuesta a una proposición anterior sobre la conveniencia o no de que el príncipe de Asturias pasase a Cataluña. Esta posibilidad, que no llegó a traslucirse en el Principado, tuvo en el intendente un firme defensor, pero aunque España estaba de acuerdo en las ventajas que de tal suceso podrían derivarse, temía aún más los inconvenientes de una llegada masiva de cortesanos e intrigantes: «¿No ha visto usted lo que ha sucedido y está sucediendo en Navarra?».

Fue así que nada se decidió al respecto, perdiendo así una posibilidad de oro para el carlismo catalán, donde, aunque el conde no lo supiera, las disensiones eran por lo menos iguales a las del Norte. Tras el triunfo del partido universitario en el mes de febrero, España había permanecido en buenas relaciones con la Junta, pero a partir de mayo comenzó una serie de disputas ocasionadas por sus disposiciones sobre el comercio y quintas, que no solo contrariaban lo anteriormente dispuesto, sino que en algunas ocasiones eran opuestas a medidas aprobadas por el rey.

Harta de no obtener satisfacción a sus demandas, y teniendo en cuenta el descontento existente en las filas de los realistas catalanes contra su comandante general, la Junta inició en agosto sus gestiones para lograr que España fuera destituido por don Carlos, pero su primer mensajero se entretuvo excesivamente en Francia y detuvo momentáneamente la marcha del proyecto.

La Junta de Berga había enviado a Bourges al vocal Antonio Espar, con los encargos de comunicar a don Carlos la voluntad de resistir de los carlistas catalanes y de pedirle la destitución del conde de España y del intendente Labandero.

Asesinato del conde de España

La carta de destitución llegó la noche del día 25 de octubre de 1839 a manos de la Junta. A la mañana siguiente (26), la Junta celebró sesión extraordinaria en la rectoría de Avía y el conde de España fue detenido, al tiempo que se le comunicaba su destitución como comandante general del Principado por orden del Rey.

El temor que el conde les inspiraba y el miedo a que no aceptase la destitución impulsó a los vocales más osados de la Junta a un procedimiento que se apartó de lo que era la orden superior y hubiera sido el procedimiento normal de proceder al relevo.

No hubo resistencia ni oposición alguna por parte del conde de España, pero sí parece que no se mostró muy favorable a que se emprendiera aquella misma noche la marcha. Pero en fin, arregladas las cosas, emprendieron su ruta para la frontera el conde de España, acompañado de los vocales de la Junta, Ferrer, Torrabadella, Sampons y Vilella, el estudiante Masiá y el cirujano Ferrer. Al pasar por la iglesia, desde la rectoría, en el coro, se arrodilló el conde, y una vez salido, montó en una mula del brigadier Orteu. Custodiado además por los mozos de escuadra de la compañía de la Junta Gubernativa, a las órdenes del cabo Llavot, llegaron a las cuatro de la madrugada del 27 a la rectoría de Sisquer (Lérida). Mucho antes de llegar a la misma, regresó a Aviá el vocal Torrabadella, siendo entonces puesto en libertad el ayudante del conde, Adell, y los cabos de los mozos de escuadra de la escolta del general Miguel Sardá y Pedro Pallarés, un cosaco (jinete) y un criado del conde, que habían quedado arrestados.

En la mañana del 27 de octubre, los vocales Sampons y Vilella regresaron de Sisquer a Aviá, dejando al conde de España bajo la custodia del vocal Ferrer, al que no dejaban de acompañar su hermano José y Masiá. El asistente Ramón Tirmas fue mandado a San Lorenzo de Murúnys para recoger en casa de José Corominas un traje de paisano para vestir al general. José Ferrer, cuando lo hubo recibido por el cabo Llavot, lo subió a la habitación donde se hospedaba el conde, pero este se opuso a despojarse de su uniforme militar, por lo que el cirujano Ferrer ordenó a los mozos que subieran para quitarle el uniforme aunque fuera a viva fuerza. Estos hallaron al conde con los calzones encarnados caídos sobre los pies, la casaca de general puesta y los brazos cruzados, pero no hubo necesidad de violencia, puesto que cedió a las indicaciones de los mozos.

A media tarde salió para la casa Riu de Vall, donde esperó a su hermano que cuidaba del conde de España. Al anochecer salieron el conde con sus acompañantes de Sisquer, por el camino de Can Llauden, y al cabo de mucho rato de llevar su ruta, se les unió don Narciso, que esperaba en la citada casa Riu de Vall, llegando al amanecer a Can Llauden. En esta casa llegó por la noche el mozo de escuadra Juan Capellá, procedente de Aviá, con un oficio de Torrabadella y, además, una bata, un cajón de cigarros, tres libras de chocolate y dos maletas con ropa propiedad del conde.

Además, el 29 de octubre, la Junta acordó reforzar la escolta del Conde, por lo que el cabo Juan Casanovas, con quince mozos, llegó a las diez de la mañana de dicho día a Can Llauden. La salida se efectuó el 29 a la una de la tarde, marchando el Conde con José Ferrer y el cabo Llavot y los mozos, por Cambrils, a la casa de Pujol, en el término de Coll de Nargó, mientras que Narciso Ferrer, con Masiá y algunos mozos, fueron a Orgañá, donde llegaron a la caída de la tarde. Narciso visitó en su casa al brigadier Porredón, que era el comandante del depósito de oficiales carlistas y jefe superior del corregimiento de la Seu de Urgel y Puigcerdá.

Después de haber dado cuenta de su misión al brigadier Porredón, se ordenó al subteniente Manuel Solana que fuera a buscar al alcalde mayor Francisco Riu, que era vocal de la Junta Corregimental. Solana también fue a buscar al sacerdote Perles, que formaba parte de la misma Junta, celebrando una reunión Porredón, Ferrer, Riu y Perles, teniéndose en comunicación por medio del subteniente Solana con el canónigo Armengol, presidente de la Junta corregimental, que no podía asistir por estar enfermo. Según Porredón, Narciso le comunicó que se llevaba arrestado al conde a la frontera por orden del rey.

El 30 de octubre, el Conde fue llevado a última hora de la tarde a la casa Casellas, en el término de Orgañá. El 1 de noviembre, se tuvo que retrasar la salida para Andorra, porque se puso enfermo el cabo Llavot.

Por fin, quedaron acordes el capitán Baltá y los subtenientes Antonio Morera y Manuel Solana con Ferrer, para consumar el crimen. En estas condiciones se llegó al día 2 de noviembre.

El capitán Baltá y el subteniente Morera salieron de Orgañá para esperar al conde, debiéndolo conducir al sitio donde tenía preparado el crimen el subteniente Solana. Ferrer mandó a casa Casellas al estudiante Masiá, diciéndole que al anochecer emprenderían la marcha para Andorra, y cuando llegara el guía, podían emprender el camino.

Entre ocho y nueve de la noche salió el conde de España de su habitación acompañado de José Ferrer, de Masiá y del brigadero Sala, alumbrándole el mozo Plá. En el portal subió el conde en la caballería que Torrabadella había mandado; el equipaje. Enseguida salieron de casa Casellas el Conde, José Ferrer, Masiá, el brigadero Sala y el asistente Ribas, abriendo la puerta de la cocina el mozo Piquer y cerrando la de la calle el mozo Plá. Cuando llegaron al camino real que va a los Tres Ponts del río Segre, cerca de la bajada de una ermita, el guía tomó el ronza y siguió andando con el conde, quedándose parado Sala, al que se reunieron Ferrer y Masiá.

Situados en el sitio convenido, estaban Baltá y Morera y, viendo que no llegaba el conde, cansados de esperar, iban a regresar a Orgañá cuando oyeron llegar al viajero al puente de Espía. Fue asesinado por su propia escolta y de acuerdo con las instrucciones de los principales jefes carlistas en Cataluña, arrojando su cuerpo al río Segre atado con una soga que sujetaba una piedra.

Asesinato del conde de España en septiembre de 1839, siendo arrojado por un puente con una piedra atada a la cabeza.

La responsabilidad del asesinato del conde de España recaía en los miembros de la Junta que formaban parte del llamado sector universitario, con su presidente y vicepresidente a la cabeza.
El intendente Labandero fue destituido y fue a reunirse con Cabrera, así como el canónigo Mateo Sampons. Ambos relataron lo sucedido al conde de Morella, incluidas las amenazas de muerte que habían recibido por pedir que se aclararan las circunstancias del crimen, y que los había llevado a abandonar el Principado.

Nombramiento del general Segarra

Mientras la Junta de Berga cesaba a los cargos y jefes militares próximos al Conde, se producía una deserción masiva que dejó en la mitad los cerca de 13.000 soldados que tenía el ejército carlista del Principado en octubre de 1839. Como el sustituto del barón de Meer, Jerónimo Valdés de Noriega, seguía limitándose al auxilio a Solsona, el cónsul Hernández y el general Seoane aprovecharon la desbandada de carlistas y la nula combatividad de su jefe, otra vez el coronel Segarra, para negociar un nuevo acuerdo, con el visto bueno del Gobierno.

En una entrevista secreta en Bourg-Madame el 3 de diciembre de 1839 entre un agente secreto cristino y un delegado de Segarra, se supo que los combatientes carlistas catalanes se conformaban con un lugar en el ejército, como en el Convenio de Vergara. A Valdés le pareció razonable, pero poco después presentó su renuncia a la capitanía. Espartero impuso en su lugar a Antonio Van-Halen, el hombre que había negociado su afiliación al progresismo, y que no pretendía acabar la contienda en Cataluña, sino cumplir los designios del general en jefe. En cuanto llegó, a mediados de marzo de 1840, dio por liquidadas las negociaciones organizadas por Miraflores y Hernández, y entró en tratos con Segarra en sus propios términos.

El general Segarra dictó disposiciones. Se supone que hubo una persecución de castellanos que servían en el Ejército Real de Cataluña. Es indudable que muchos pasaron la frontera después del asesinato del conde y otros marcharon al ejército de Cabrera.

Primera batalla de Peracamps. Ataque de Brujó a un convoy (14 de noviembre de 1839)

El general cristino Valdés había reunido las fuerzas que mandaban los jefes divisionarios Buerens, Borso di Carminati, Azpiroz, Clemente y Carbó, a fin de introducir el convoy de refuerzo y víveres en la plaza de Solsona, que resultaba en realidad pesada carga para los cristinos, ya que debían inmovilizar cada tres meses sus fuerzas en Cataluña, con tal de poder hacer llegar el aprovisionamiento de Solsona. Esta población, sin utilidad alguna para los cristinos, era causa de las constantes batallas que debían librarse para llegar a ella.

El primer propósito de Ignacio Brujó era impedir a toda costa el abastecimiento de Solsona, ya que sus alrededores se prestaban mucho a una enérgica defensa. Contaba con las fuerzas del brigadier Ibáñez, del brigadier Porredón y la caballería del brigadier Balmaseda (sustituto del coronel Camps), para aprovechar la primera oportunidad de un ataque por el flanco; en total disponía de 14 batallones.

El 14 de noviembre, los carlistas estaban situados en las alturas de San Pedro de Padullers hasta Peracamps; supieron que los cristinos habían emprendido la marcha. La caballería mandada por Balmaseda pasó a situarse al otro lado del camino entre el hostal del Boix y las Birlotas, apoyada por el BI-II de Cataluña.

Los liberales que habían salido de Biosca, mandados por el general Valdés, protegidos por una densa niebla que también ocultaba las posiciones carlistas. La vanguardia liberal mandada por Clemente llegó hasta junto a los primeros atrincheramientos de las tropas de Brujó, emprendiendo el combate, intentando apoderarse de las posiciones carlistas con un ataque a la bayoneta, pero fue rechazado por los carlistas. Entró entonces en juego la artillería cristina y poco a poco consiguió la fuerza de Clemente apoderarse de aquellas posiciones que los carlistas iban defendiendo, pero sin tampoco agotar la resistencia. Al terminar la mañana, las primeras posiciones carlistas estaban en poder de los cristinos y los batallones se habían retirado a las alturas, cerca de San Clemente. Allí llegó como refuerzo, a las tres de la tarde, procedente de Oliana, el BI-IV de Cataluña del Príncipe de Asturias, que era, sin duda, el más brillante y aguerrido del ejército carlista, reuniendo en total unos 3.000 carlistas.

El brigadier Brujó decidió entonces emprender un contraataque ordenando al BI-IV y al BI-XIV de Cataluña que en dos columnas paralelas avanzaran apoyadas por los demás cuerpos. Enfrente se encontraron con que llegaba el BI-II/8 de Zamora, protegido por otro del RIL-5 de Bailén. El BI-II/8 de Zamora atacó a los carlistas arrojándoles de su posición, pero los bravos carlistas con un contraataque la volvieron a tomar. El BI-II/8 de Zamora entonces se rehizo y atacó nuevamente, apoderándose por segunda vez de la posición carlista, pero el BI-IV de Cataluña, en un brioso e incontenible ataque, rechazó definitivamente a los cristinos, quedando en su poder la posición tan vivamente disputada.

Mientras en la vanguardia el general Buerens, que era el jefe superior de Clemente, sufría este descalabro, en la retaguardia también se libraba una enconada acción. La caballería carlista mandada por Balmaseda apareció cerca de las Birlotas, cargando a algunas fuerzas de infantería, que se vieron obligadas a refugiarse en un bosque contiguo, haciéndolo luego contra dos escuadrones del RC-4 Infante, que, abrumados por el choque carlista, se retiraron. Pero acudió el RCL-7, que atacó a los húsares de Ontoria, que tuvieron que retroceder, pero entonces, el BI-II de Cataluña de la Reina contuvo a los cristinos.

El general Valdés envió, por fin, tropas de refuerzo para que rechazaran a los carlistas de las posiciones que habían arrebatado a su vanguardia. Se afianzó el combate, a pesar de haberse cerrado la noche, logrando que permaneciera todo el campo por el ejército cristino. Fuertes estos en las alturas de Peracamps, el convoy prosiguió, al amanecer del 15, la marcha hacia Solsona, donde todo el ejército desfiló por la tarde. Cuando se fue al día siguiente a Biosca, fue hostilizado por el enemigo con gran ensañamiento.

En la mañana del 16 de noviembre, debía regresar Valdés de Solsona y los carlistas, a la expectativa, ocuparon la montaña de Paracamps, desde su falda hasta su cúspide, formando como en un anfiteatro. Suerte tuvo el general Valdés, porque cuando estaban ya prontos a comenzar la batalla, “de repente se arrojó entre unos y otros la niebla, que impulsada por una energía providencial, y carlistas y liberales desaparecieron recíprocamente de la vista”.

Esto impidió el combate y, mientras los carlistas procuraban cerrar el paso al Santuario del Milagro, los cristinos pudieron desfilar tranquilamente al amparo del tupido velo de la niebla y, cuando esta se abrió y quedó la atmósfera limpia, Valdés y el grueso de su ejército marchaban apresuradamente hacia las Birlotas. La retaguardia cristina fue atacada por el BI-IV, BI-X, BI-XIII y BI-XIV de Cataluña, pero consiguieron rechazar el ataque y recuperar las posiciones de que se habían hecho dueños los carlistas, pero no pudieron proseguir contra ellos porque se encontraron con las líneas realistas que les cerraron el paso. El combate tomó en San Pedro de Padullers fuerte intensidad, y hasta el atardecer la acción fue continuada. Por la noche, los cristinos emprendieron la retirada acosados por las guerrillas carlistas y pudieron llegar a Biosca. Había terminado esta dura acción de tres días. Brujó se retiró con sus fuerzas a Sanahuja.

Por esta victoria, Ignacio Brujó fue promovido a mariscal de campo

Segunda batalla de Peracaps, ataque del Ros de Eroles (1 y 4 de febrero de 1840)

En enero de 1840 se confió al general Buerens la misión de conducir un convoy a Solsona. Llevaba a sus órdenes las divisiones de Azpiroz, Clemente, Emilio Borso y Salcedo, en total unos 9.000 infantes, 1.000 caballos y unas piezas de montaña.

El 31 de enero se concentró en Biosca y acantonó a las tropas hasta Massoteres, mientras los carlistas tomaban posiciones en Peracamps. Buerens decidió dividir su fuerza, y marchando el convoy por otra ruta paralela a la de la columna que debía operar contra los carlistas entre San Pedro de Padullers y Perecamps.

Al llegar la división del general Aspiroz frente a las posiciones de Perecamps, empezó el combate y, cuando este se había formalizado, la brigada Castillón, que marchaba a la retaguardia, fue atacada por los carlistas. La acción entonces se hizo general. El brigadier Porredón, con seis batallones y tres piezas de artillería, junto con toda la caballería del RC de lanceros de Carlos V, era el que estaba al acecho de las fuerzas cristinas de retaguardia. El combate iniciado por Aspiroz alcanzaba ya toda la línea. El BI-XII de Cataluña luchaba denodadamente para apoderarse de la posición cristina, mientras que el brigadier Pons, con tres batallones, castigaba duramente la retaguardia de los cristinos. La llegada del escuadrón de húsares de Ontoria, a las órdenes del brigadier Balmaseda, produjo un momento de confusión entre las líneas cristinas, pues cargó dicha caballería valerosamente, causando pérdidas al enemigo y rescatando unos 30 prisioneros que había conseguido hacer el coronel de Martínez con la caballería del RCL-4 de Vitoria, mandada por los capitanes Casanova y Caro. En las Birlotas puede decirse que se centra esta acción del 1 de febrero, ya que si bien hubo un nuevo combate antes de despegarse los cristinos, la acción estaba ya terminada.

Húsar de Ontoria en 1840 con boina azul. Autor José Ferre Clauzel.

Fustigados continuamente por el flanco izquierdo y retaguardia, los liberales llegaron a Solsona en medio de una desordenada marcha.

Buerens salió de Solsona, con un convoy de heridos, el 3 de febrero, y cerca de Peracamps tuvo que parar y prepararse para luchar porque los carlistas habían colocado unos 16 batallones en las acostumbradas posiciones desde el pueblo citado en Sant Pere de Padullers; la División de Vanguardia constituía la izquierda, la Primera el centro y la Segunda la derecha; en retaguardia, y en puntos convenientes, la caballería (unos 300 caballos) y una batería de montaña.

El general Buerens dispuso sus fuerzas en dos columnas, protegiendo siempre el convoy de heridos, y al llegar cerca de Peracamps, los carlistas comenzaron a hostilizar sus fuerzas del ala derecha; el combate, sin embargo, se deslizaba en simple tiroteo, en que intervenían algunas compañías de tiradores carlistas, apoyados por su artillería, situada en lo alto de la montaña.

El convoy apresuró el paso, protegido por la brigada de Castillón, hasta la Quadra de Peracamps, que debía servirles de apoyo para facilitar la marcha. Entonces los carlistas emprendieron un fuerte ataque contra la división del general don Antonio Aspiróz, constantemente atacada por el fuego de la infantería, que recibía el apoyo de la artillería. Bajo este constante fuego, la división de Aspiróz pudo alcanzar la Quadra de Peracamps, siguiéndoles los carlistas con su vivo y constante tiroteo.

Reunidas las fuerzas cristinas, emprendieron su marcha, pero al llegar a las posiciones de San Pedro de Padullers, la intensidad de la acción de los carlistas obliga a los cristinos a luchar desesperadamente para evitar ser copados, combate en el que se les causó las mayores bajas de esta acción. El brigadier Durana, el coronel Prim, el comandante Orozco recibieron allí sus heridas. Los cristinos, sin embargo, pudieron continuar, siguiendo con dificultades su marcha, y al anochecer del mismo día, todavía tuvieron que aguantar el ímpetu de un batallón carlista que, con 50 caballos en su apoyo, les atacó la vanguardia del convoy, en la casa del Estany de Lloberola, siendo este ataque el que señala el fin de esta acción, ya que los cristinos consiguieron entrar en Biosca, y los carlistas se replegaron.

Las pérdidas cristinas en el combate del día 4 de febrero fueron durísimas, pues tuvieron 2 oficiales y 36 hombres de tropa muertos; 2 jefes, 24 oficiales y 413 soldados heridos; 17 oficiales y 16 soldados contusos y 4 soldados prisioneros. La caballería cristina tuvo en este día 6 muertos, 32 heridos y 3 prisioneros. Con las bajas del combate del día 1, resultaban las pérdidas cristinas desproporcionadas para reclamar la victoria. Sin embargo, hay que considerar que los cristinos no confesaron la muerte del brigadier Gregorio Durana.

En el resto del mes de febrero, el hecho más importante de los carlistas catalanes fue la incursión por el Alto Aragón hasta Benabarre. Los demás combates no pueden darse como acciones de importancia, siendo de destacar el de Claverol (Lérida) y el de Montagut (Lérida).

El general cristino Carbó tenía el propósito de sorprender las oficinas civiles y militares que los carlistas tenían establecidas en el pueblo de Alpens (Barcelona). Con todas sus fuerzas se situó, el 10 de marzo, en San Hipólito de Voltregá (Barcelona), donde dejó la brigada de Salcedo. A las nueve de la noche emprendió su marcha sobre Alpens con 4 compañías de cazadores y 20 caballos del RCL-7 de Navarra. Al mismo tiempo, dos compañías del RI-5 de Bailén con francos de San Quirico de Besora y de Vich se dirigieron sobre Vidrá (Barcelona). Con todo el resto de la división menos la brigada Salcedo, el general Carbó se situó, para acudir en ayuda a los que habían efectuado la sorpresa. Efectivamente, a primera hora de la madrugada del 11 de marzo, los cristinos irrumpieron en Alpens, y aunque la pequeña guarnición intentó resistir, tuvo que ceder, cayendo prisionera, quedando así destruidas las oficinas de la Intendencia, el Juzgado, Gobierno Militar y factoría establecidas en aquel pueblo. Tampoco fueron más afortunados los carlistas de Vidrá, donde cayeron 30 prisioneros.

Combate en las alturas de Peracamps, cerca de Solsona, en 1840.

Tercera batalla de Peracaps, victoria de Van-Halen en abril de 1840

En abril de 1840, de nuevo fue Peracamps, y por última vez en aquella guerra, teatro de sangrientas operaciones. Los carlistas habían fortificado el pueblo y 17 casas cercanas, construyeron algunos reductos y tres líneas de trincheras que hacían casi inaccesible el collado de Peracamps, efectuaron grandes cortes en la carretera de Igualada a Cervera por donde debía llevar al general jefe de Cataluña, Antonio van Halen y Sarti, con un ejército compuesto de 18 batallones, 700 caballos, una batería de 12 y varias de montaña que iban protegiendo un convoy de 900 mulas que llegó a Biosca el 23 de abril.

Los carlistas reunieron todas las fuerzas disponibles de Cataluña, y esta vez el general José Segarra tomó el mando de las tropas.

El general Van-Halen dejó toda la impedimenta en ese pueblo y esa misma noche acampó a la vista de Peracamps. El general carlista Segarra se había emboscado a la derecha del camino que tenía que seguir el convoy para caer, según costumbre, sobre las mulas cuando las fuerzas liberales atacaran las posiciones de Peracamps. Enterado Van-Halen de esto, dispuso que Azpiroz con nueve batallones y toda la caballería se marchara al lugar por donde debía sorprenderle Segarra, mientras él se ponía al frente de las otras tropas y se hacía dueño de la posición anterior a la de Peracamps y aun de las del mismo collado.

Segarra, que en vez de sorprender, se encontró sorprendido por las fuerzas de Azpiroz, desesperado al ver a Van-Halen dueño de la posición que tenía por inexpugnable, concentró todas sus fuerzas sobre los reductos y sierras de Peracamps que permanecían a su derecha.

Van-Halen abrió fuego de cañón contra las casas y trincheras y, viendo que los carlistas no las abandonaban, se puso en el frente de un batallón del RI-6 Saboya, escucha y guías y, atacando en columna, bajo un nutrido fuego, se fue apoderando en poco tiempo de las fuertes posiciones del pueblo. Los tiradores de caballería a mitad de la siguiente elevación en la que estaba la casa de Secanella y el reducto de Casa-Serra, defendidas de manera valiente por los carlistas.

Van-Halen, con la Primera División, atacó la casa, consiguiendo ahuyentar de ella al enemigo, y Azpiroz, con la segunda brigada de su división, se apoderó por la izquierda de las posiciones intermedias entre Secanella y el reducto Casa-Serra, consiguiendo apoderarse de este. Como el reducto de Casa-Bacons había sido abandonado, marchó Azpiroz a reconocer los alrededores de Casa del Boix y, llevado por su valentía, atacó al enemigo que la ocupaba, tomó otra casa y capturó un cañón de a 4 fuera a Berga, recibiendo en aquel momento una herida que le produciría la muerte un mes más tarde.

Decidida completamente la batalla con este último ataque, el ejército cristino acampó sobre Peracamps, Casa Secanella y la de los Cuadros, sin observar carlistas por ninguna parte, a pesar de las grandes esperanzas que habían tenido en sus triunfos, justificados en parte, pues habían reunido 11.000 infantes, 740 caballos; una serie no interrumpida de trincheras a media salva de fusil unas de otras, dos reductos en dos elevaciones casi inaccesibles, todo ello cruzado de grandes barrancos y en medio de bosques muy espesos.

El 25 de abril, al amanecer, Van-Halen envió la artillería rodada y los heridos a Biosca, acampando en Sant Pere de Padullers, pasando también a Biosca la caballería y la BRI-I/2 para racionarse y conducir el convoy que se había quedado allí.

A las 5 de la mañana del 26, avanzaron los cristinos en seis columnas, por divisiones, siendo la del centro la auxiliar del Norte, encargada de la custodia del convoy, que se dirigió a Solsona. Encontraron a los carlistas ocupando las posiciones de la izquierda y desplegando algunas fuerzas para hacer creer al enemigo que iba a reproducir el ataque de los días anteriores; hizo cambiar a la derecha el grueso de las tropas y tomar el camino de Torredenegó. Allí hizo una detención, presentando batalla al enemigo que no fue aceptada, continuando después su marcha, llevando la caballería al flanco izquierdo por donde podían presentarse los carlistas, y entrando en Solsona después de un ligero enfrentamiento de la vanguardia para apoderarse del reducto de la casa de Molins.

El 27 de abril, se abasteció de leña la plaza y el castillo, cortándola a la mirada de los carlistas, que conversaban con los oficiales y tropas cristinas, sin que por ningún lado se hiciese uso de las armas, quedando al lado unos de otros, lo cual no fue obstáculo para que al día siguiente, al emprender Van-Halen el regreso, fuesen las prisas de los liberales, impidiendo el terreno tan irregular todo tipo de acoso.

En este primer ataque fue herido en una mano Van-Halen, lo que le impidió dirigir el combate en primera línea, si bien no se retiró del campo. Las tropas cristinas se replegaron en escalones sobre San Pedro de Padullers, haciendo parada cubriendo el estanque; los carlistas acometieron con gran ímpetu, y aunque llegaron a las colinas que coronaban las casas de San Pedro, fueron rechazados con pérdidas.

El último escalón del ejército cristino llegó de noche a Biosca, y los heridos fueron evacuados a Guisona. Los cristinos sufrieron más de 500 bajas en la jornada del 28, y las de los carlistas fueron mucho más numerosas. Por estas acciones se concedió al general Van-Halen el título de “conde de Peracamps”.

En total se produjeron unas 2.200 bajas cristinas, entre muertos y heridos.

Llegó el mes de mayo y Segarra no salía de sus apuros. Se le ocurrió darse de baja por enfermedad el 8 de mayo y pasar el mando a Manuel Ibáñez, conocido como Llarg de Copons, pero tres días más tarde el cabecilla sufrió un “disparo accidental” en la cabeza mientras limpiaba su pistola (muerte accidental sin causa aparente, como se dice en los partes actualmente). El 11 de mayo volvía a ejercer el mando el general Segarra.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-04. Última modificacion 2025-12-04.
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