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Convenio de Segura-Lécera
El Convenio de Segura o Convenio de Lécera fue un tratado firmado en abril de 1839 entre Antonio van Halen y Sarti (que lo firmó en Lécera el 1 de abril) y el general carlista Ramón Cabrera y Griñó (que lo firmó en Segura de los Baños el 3 de abril) para establecer las condiciones del trato a los prisioneros de guerra y regularizar los intercambios de estos en el frente del Maestrazgo durante la primera guerra carlista de forma análoga al convenio de Elliot en el frente norte. Según Román Oyarzun Oyarzun, Cabrera excluyó del acuerdo a Agustín Nogueras y a sí mismo debido a la vendetta que ambos arrastraban por el fusilamiento de la madre de Cabrera ordenado por el segundo.
Después de la firma del convenio se produjo un importante intercambio de prisioneros en Onda.

Llegada de Cabrera a cataluña
A la Junta le urgía salir del trance, porque venía Cabrera que, desalojado de sus dominios por la ofensiva final isabelina, se dirigía a Cataluña. Segarra entregó a Brujó aquel mando que le quemaba, e hizo bien, porque el Tigre del Maestrazgo impuso enseguida su poder valiéndose del nombramiento como jefe de Cataluña emitido por don Carlos el 9 de enero anterior.
Pese a todas las dificultades, el jefe carlista consiguió alcanzar el Ebro, que cruzó con su ejército en la noche del 1 al 2 de junio de 1840, siendo Cabrera el último en atravesarlo. Mientras esto se realizaba, ordenó arrojar al río a los cristinos capturados dos años antes en Calanda y que todavía no habían sido fusilados.
Después se dirigió a Berga (Barcelona), capital carlista en Cataluña, al frente del BI-II y BI-III de Tortosa y del BI-I de Valencia. Cabrera inició la marcha pasando por Granadella, Pobla de Granadella, Albi, Vinaixa, Maldá y Rocafort de Vallbona, todos en la provincia de Lérida; entrando en la de Tarragona, pasó por Vallfogona de Riucorp. Y volvió a la provincia de Lérida, cruzando la carretera general, por Hostalets de Cervera, para llegar a Castellfollit de Riubregós (Barcelona), y luego al Santuario de Pinós, para presentarse ante Berga el 8 de junio, siendo recibido con el mayor entusiasmo.
Allí inició investigaciones para castigar a los culpables del asesinato del conde de España, antiguo jefe carlista en el principado. Aunque Segarra, uno de los principales responsables, consiguió escapar, el tortosino hizo prender a varios individuos de la junta carlista catalana, por su presunta implicación en dicho crimen. Además, descubrió que varios jefes y oficiales estaban en tratos con el enemigo, por lo que ordenó fusilar a tres de ellos.
Por orden del general Cabrera, el día 12 de junio fueron presos y conducidos al castillo de Queralt los miembros de la Junta, Bartolomé Torrebadella, el brigadier Jacinto de Orteu, Ignacio Andreu y Sans y José Dalmau de Baguer; así como el brigadier Matias del Vall, el comandante Grau y el hijo del brigadier Orteu, Mariano; este había sido ayudante del conde de España.
Confió el mando de la plaza de Berga, como gobernador de la misma, al brigadier O’Callaghan. Mandó que se reforzara la fuerza del Santuario de Nuestra Señora del Hort, con diez piezas de artillería, al mismo tiempo que se trasladaban junto a dicho fuerte los molinos de pólvora que estaban instalados cerca de Berga.
Cabrera ya veía la guerra perdida, por lo que poco después de llegar a Berga envió a sus hermanos Juana, Teresa y Felipe a cruzar la frontera, confiándoselos al francés Picola, que actuaba como agente carlista, para que lo llevaran a cabo con más seguridad. Esto lo hicieron disfrazados y bajo nombre supuesto, pero acabaron siendo detenidos en Perpiñán y enviados posteriormente al departamento de Ain. Antes de esto entregaron a la mujer de Picola 60.000 francos en oro y una vajilla de plata, que según Cabrera había heredado de su madre, para que se la devolviera en Francia y evitar así que fueran confiscadas por los gendarmes. En cuanto a su salud, el jefe carlista ya estaba restablecido aparentemente, pero no podía permanecer tumbado sin toser y necesitaba apoyo para levantarse.
Mientras tanto, Cabrera intentaba convencer a los catalanes de que no eran las victorias de sus enemigos lo que le había obligado a entrar en Cataluña, sino el deseo de vengar la muerte del conde de España y evitar así una nueva traición. También afirmó que había cruzado el Ebro con solo una parte de sus fuerzas, para que no se supiera que había abandonado la lucha en el Maestrazgo. Pero todo ello fue en vano, ya que todos veían cercano el fin de la guerra y el ejército carlista empezaba a desintegrarse por la deserción. Por otra parte, el propio Cabrera tampoco estaba a gusto en Cataluña, por no estar de acuerdo con la guerra de pillaje que practicaban allí los carlistas.
En pos de Cabrera llegó Espartero, a la cabeza del mayor ejército cristino reunido hasta entonces. Llegó a Lérida el 10 de junio y reorganizó el ejército para operar contra las últimas fuerzas carlistas en España. Contaba con 42 batallones, 18 escuadrones, 4 compañías de caballería, 5 baterías de artillería de montaña, además de la artillería de sitio y la rodada, y 9 compañías de ingenieros. Quedando constituido por:
- Cuartel general con una compañía de ingenieros y las baterías rodadas
- BRI de Vanguardia, compuesta de 4 batallones y un escuadrón con media batería de artillería, quedaba a cargo del brigadier Miguel Osset.
- DI-1 al mando del general Diego León, con tres de tres brigadas:
- BRI-I/1 con 4 batallones al mando del general Francisco Javier Ezpeleta.
- BRI-II/1 con tres batallones del brigadier José María Puig.
- BRI-III/1 con 4 batallones y 5 escuadrones (uno de lanceros ingleses), una batería y una compañía de ingenieros.
- DI-2 al mando del general Castañeda, con 3 brigadas:
- BRI-I/2 con 3 batallones.
- BRI-II/2 con 3 batallones.
- BRI-III/2 con 3 batallones, 4 escuadrones, una batería y una compañía de ingenieros a las órdenes del brigadier italiano Durando.
- DI-3 al mando del general Ayerbe con 3 brigadas:
- BRI-I/3 con 3 batallones al mando del brigadier Roncali.
- BRI-II/3 con 3 batallones al mando del brigadier Aleson.
- BRI-III/3 con 3 batallones, 3 escuadrones, una batería y una compañía de ingenieros.
- DI-4 al mando del general Santiago de Otero con 3 brigadas:
- BRI-I/4 con 3 batallones al mando del brigadier Manuel Crespo.
- BRI-II/4 con 3 batallones.
- BRI-III/4 con tres batallones, 2 escuadrones, una batería y una compañía de ingenieros
- BRM independiente del brigadier Zurbano con 4 batallones, 2 escuadrones y media batería.
- BRCL del coronel Lemery, compuesta de 4 compañías y un escuadrón de caballería.
- Tren de batir con 4 compañías de ingenieros
A esto hay que añadir el ejército que tenía en Cataluña el general Van-Halen, con los cual había una abrumadora diferencia que tenían las fuerzas cristinas sobre las que en aquel momento disponía Cabrera. Además, todas las embarcaciones que habían estado haciendo crucero en las costas valencianas, se orientaron sobre las catalanas, reuniéndose, de esta forma, todos los buques de guerra cristinos, ingleses y franceses para bloquear la costa de Cataluña y evitar socorros a los carlistas.
Cabrera decidió preparar la defensa de Berga, que en un principio quería plantear como la de Morella, dos años atrás. Pero acabó desistiendo de este plan y decidió llamar a las fuerzas que había enviado a hacer correrías, para plantear batalla en los alrededores de la ciudad.
Batalla de Berga (4 de julio de 1840)
Espartero se dirigió a Manresa, donde llegó el 1 de julio. Inmediatamente, comenzaron las operaciones en dirección a Berga, y el día 2, ya estaban las primeras fuerzas de la DI-1 de León por la parte de Caserras, mientras que las fuerzas principales de los cristinos se dirigían sobre Berga. Cabrera dispuso que el BI-II de Mora, a la orden del coronel Domingo Gomballl, ocupara la noche del 3 de julio, el punto avanzado de Sierra de Noet, frente al cual estaban acampados los cristinos.
Al amanecer el día 4, el coronel Domingo Gombau advirtió al JEM de Cabrera, brigadier Domingo y Arnau, de que las tropas de Espartero iban a emprender el avance sobre Berga por lo que se ordenó de que el BI-II de Tortosa avanzara en apoyo de la posición de Noet llevando en reserva el BI-I de Mora. Mientras tanto el coronel de EM Ramón María Pons con el BI-I de Valencia, el BI-III de Tortosa y el BI-III de Mora ocupaban los reductos situados entre las Forcas y sierra de Fullaraca.
Establecida la línea carlista quedó mandando la derecha y el centro el coronel Hermenegildo Díaz de Cevallos y Ia izquierda el coronel Juan Huerta quedando la reserva a las órdenes del coronel Francisco Ramírez. El RC de lanceros de Tortosa estaba en la retaguardia.

Espartero presentó batalla disponiendo dos divisiones en el flanco derecho, dos en el izquierdo y el resto avanzando por el centro en el que los carlistas resistieron tan firmemente que llegaron a matar dos veces al caballo que montaba Espartero.
El ataque cristino llevado a cabo por toda la DI-1 mandada por el general Diego León se produjo con violencia contra la posición de Noet. Los voluntarios del BI-II de Mora a pesar de que una escuadra de Marina que le estaba agregada se pasó al enemigo, se opuso briosamente y hubiera perecido hasta el último hombre de no intervenir 5 compañías del BI-II de Tortosa que protegió su retirada cuando fue ordenada por el general Cabrera quien había estado en el combate haciendo prodigios de valor a pesar de su salud precaria.
El sacrificio de los voluntarios carlistas en Noet había permitido la evacuación absoluta de Berga por los carlistas y esto explica el por qué cuando comenzó el ataque en el ala izquierda carlista solo entraron en fuego 3 compañías del BI-III de Tortosa a las órdenes del comandante Rafael Sabater, puesto que se había decidido que el ejército carlista se replegara. Ordenó Cabrera que 2 compañías del BI-III de Tortosa quedaron en Berga para contener al enemigo a fin de que no atacaran la retaguardia. Estas 2 compañías, cuando quedaron solas salieron a las afueras manteniendo el vivo fuego contra los cristinos que avanzaban.
Su tesón en la lucha lo cuenta un escritor cristino con las siguientes palabras: “No bien escarmentados los carlistas en la anterior en que además de muchos muertos y heridos habían perdido dos de sus mejores compañías, continuaron haciendo fuego con las de preferencia y sostuvieron la retirada con tal calor que al sentir de algunos parecía que trataban de reconquistar el baluarte perdido. En vano los cornetas dieron algunas veces el toque de retirada que empeñados aquellos cazadores no escucharon señal alguna hasta que el mismo Cabrera se puso al trente de ellos y dirigiéndose a los de Tortosa les dijo: ¡Eh! muchachos, retirarse. Con lo cual lo verificaron al anochecer”.
Con la caída de la villa, el castillo y las fortificaciones, se perdieron 17 piezas.

En la noche del 4, el ejército de Cabrera estaba en Castellar de Nuch. Serradilla, desde el Santuario de Falgás, que había visto el movimiento de retirada de los carlistas de Berga, mandó a Castellar de Nuch a su secretario de causas Fernando Piñol, para recibir órdenes del conde de Morena. Este dispuso que Serradilla con sus prisioneros y la escolta de mozos de escuadra quedaran en la ermita, pero el brigadier carlista, habiendo quedado a la retaguardia, tuvo, como dice él mismo, que constituirse en jefe de Gran Guardia, tomando las medidas de seguridad para evitar cualquier sorpresa.
En la mañana del 5 de julio recibió Serradilla orden de retirarse a Castellar de Nuch y allí se le dio para reforzar su tuerza el BI-XX de Cataluña con el cual pudo cubrir la retaguardia carlista.
Tras este revés la resistencia en Cataluña era imposible, con un ejército que carecía de municiones y de víveres, con un jefe enfermo y con una tropa desmoralizada. Por ello los carlistas emprendieron el camino hacia Francia, mientras se entregaban al saqueo por los pueblos por los que pasaban, cometiendo numerosos excesos, que Cabrera solo pudo evitar en los batallones de Móra y Tortosa, pues estos dependían directamente de él.
Cabrera cruza la frontera
Dadas las órdenes para que todas las fuerzas carlistas se replegaran a la frontera francesa, las distintas columnas y divisiones emprendieron el repliegue general, marchando los batallones aragoneses que a las órdenes del general Llangostera y del brigadier Polo habían quedado en la comarca al Este del río Segre, para unirse a su general en jefe. Partieron de Tiurana (Lérida) y tuvieron la defección del coronel Bosque que con dos compañías del RI de tiradores de Aragón se presentaron al enemigo acogiéndose al indulto, pero permaneció fiel la primera compañía de este regimiento que acompañó hasta la frontera la división aragonesa hasta unirse a as fuerzas carlistas en el campamento de Cabrera.
Convocó una reunión de jefes para comunicarles su intención de cruzar la frontera, ofreciendo el mando a cualquiera que pensara que era posible continuar con éxito la contienda. Pero sus subordinados le contestaron con vivas y aguantando las lágrimas, sin reprocharle nadie su decisión, por lo que continuó al mando. Después de acampar en Castellar de Nuch, se dirigió hacia la Cerdaña, pasando por el famoso Collado de Tosas, y acampando el 6 de julio ante la frontera francesa cerca de Aja (Gerona) y enfrente de Palau (Pirineos orientales, Francia). El brigadier Serradilla en esta marcha no olvidó sus deberes militares, manteniendo constante vigilancia con las fuerzas del BI-II de Cataluña que le habían confiado y con los que se tiroteaba con las descubiertas cristinas, ni tampoco con sus obligaciones de fiscal militar.
Reunidos ya los elementos que mandaba el general Cabrera en la frontera francesa pasaron al territorio del país vecino el coronel Francisco Pineda y el ayudante de órdenes de la División de Tortosa Luis Adell para que se presentaran a la autoridad francesa de la frontera estipulando las condiciones bajo las cuales entrarían los carlistas en Francia. Los comisionados regresaron acompañados de un capitán del RI-36 de línea francés que llevaba las garantías que el Gobierno de Luis Felipe concedía a los carlistas:
- Primero: los generales, jefes, oficiales y soldados serían destinados a los depósitos que señalasen el gobierno de Francia, y recibirían los mismos subsidios que otros emigrados por causas políticas.
- Segundo, que serían recibidos, tratados y respetados como refugiados.
- Tercero, que todos tendrían derecho a residir en Francia o pasar a otro país según les conviniese.
- Cuarto, que se entregarían las armas y caballos, exceptuándose los de los generales, jefes y oficiales por ser de su propiedad particular, así como las acémilas y equipajes.
Como se ve, el general Castellane, que era el que mandaba las fuerzas francesas, no había tenido necesidad de consultar a su Gobierno; pues dadas las condiciones en que se desarrollaba la guerra, era de esperar que un acontecimiento tal como el de la presentación del ejército carlista en Francia estuviera ya previsto. Así era, puesto que además, como veremos, había instrucciones particulares para el trato que debía darse a Cabrera.
En la frontera se habían ido reuniendo, además de las fuerzas de Cabrera, los batallones catalanes que operaban en las provincias de Gerona y de Barcelona, así como a la izquierda del Segre en la de Lérida. Entre los jefes que allí reunidos y que entraron en Francia con Cabrera estaban los generales Forcadell, Llangostera y Brujó, el intendente general Díaz de Labandero, los brigadieres Añón, Domingo y Arnau, Franco, Vall, Rujeros y Polo y otros. Entre el numeroso personal civil pasaron la raya de Francia las beneméritas religiosas dirigidas por la venerable Madre Joaquina de Vedruna, que habían asistido a enfermos y heridos en el hospital de Berga.
En total se reunieron 4.600 infantes y 300 caballos. Allí puso en libertad a los encausados por el asesinato del conde de España, ya que la causa se había alargado mucho y todavía no habían podido ser condenados. Además, envió mensajeros a las autoridades galas, para saber bajo qué condiciones serían admitidos en el país vecino.

A las dos de la madrugada del 6 de julio de 1840, las tropas carlistas empezaron a entrar en territorio francés. Fue el BI-II de Tortosa el primero que formó pabellones de armas, pasando al pueblo de Palau, sobre la ruta de Oseja; después lo hizo el BI-III de Tortosa; luego el BI-I de Valencia y, por último, la brigada de Mora y dos secciones de artillería. Pasó seguidamente el regimiento de caballería de Tortosa, echando pie a tierra sus jinetes. La infantería despejó los pabellones, dejando en ellos las cananas; y los de caballería ataron los caballos. Momentos después de quedar desarmados los batallones de Mora, llegaron los de Aragón.
Cabrera entró en Palau sobre las tres de la madrugada, y allí estaba un comisionado de Policía con un destacamento de gendarmes a caballo. Se presentó el comisario a Cabrera y enseguida fue conducido a la fonda del pueblo, donde quedó guardado por un piquete del RI-36 y unos gendarmes.
Desde el primer momento fue violada la estipulación hecha por los franceses, pues a los oficiales, jefes y generales les quitaron los caballos y bagajes, a pesar de las reclamaciones de Cabrera y Forcadell.
Los batallones internados en Francia que siguieron a Cabrera marcharon, siendo mal recibidos en general por el pueblo francés, hasta Prades. Unas fuerzas que pasaron por Fontpédrouse (Pirineos Orientales) fueron objeto del más despiadado trato de aquel vecindario. El encargado por las autoridades francesas de recibir las tropas los trató con mucho rigor. Hechas las relaciones de los que formaban los cuerpos, cada batallón carlista desarmado recibía la escolta de su oficial y 30 soldados franceses. La marcha hasta Perpiñán fue penosa; no se permitía a nadie salir de entre filas, y las poblaciones de la frontera estaban tan prevenidas en contra, que prodigaron a los soldados todo género de insultos, vendían los comestibles a un precio exorbitante. Algunas personas carlistas y caritativas proporcionaban víveres a la tropa, sin los cuales no hubiesen podido continuar su ruta. Por la noche acampaban en las inmediaciones de algún pueblo.
En Perpiñán los hicieron acampar en el Campo de Marte, y solo los jefes y oficiales podían entrar en la ciudad. Se formaron pelotones de mil hombres a cargo de un capitán, y cada uno de los pelotones tenía su sitio señalado. El prefecto de Perpiñán, para conseguir que los carlistas se alistaran en la Legión Extranjera, se valió de medios y procedimientos crueles. Los mantuvo en una especie de arenal, sin resguardo, en lo fuerte del verano. La comida era escasísima, pues se reducía, diariamente, a una libra de pan y la cuarta parte de un cuartillo de vino por hombre.
Esta falta de alimentación ocasionó una verdadera epidemia, falleciendo muchos de los allí presos, hasta que, advertido el general Castellane de lo que ocurría, facilitó las casamatas de las fortificaciones para establecer un hospital a cargo del cirujano del BI-III de Tortosa, Cisneros, y de un religioso capuchino para cuidarlos. Conocida la miseria de los deportados, el obispo de Perpiñán, monseñor Juan Francisco de Saunhac Bielcastel, ordenó que diariamente fuera al campamento un carro de alimentos que él facilitaba; las beneméritas hermanas de la Caridad de Perpiñán mandaban cuatro calderas de sopa para los inválidos que allí estaban; los carlistas de Perpiñán se desvivían para atender a aquellos desgraciados defensores de la legitimidad española, contrarrestando en lo posible la inhumana presión del prefecto de los Pirineos Orientales.
Calcula Cabrera que solo 7 u 8 oficiales y unos 500 soldados se alistaron bajo las banderas de Francia. Es verdad que se había ofrecido a todos los oficiales carlistas del grado de capitán al que se presentaran con 130 hombres. Ante el fracaso en el reclutamiento, el gobierno francés dispuso que los generales y jefes del ejército de Cabrera pasaran al depósito de Bourg (Ain); los capitanes y subalternos al depósito de Le Puy (Alto-Loira) y 10 clérigos y capellanes a Besanzón (Doubs), mientras que los soldados y clases de tropas quedaban distribuidos en los distintos depósitos del interior.
Fin de la guerra en Cataluña
La retirada a la frontera se hizo general en toda Cataluña, habiéndose iniciado en realidad antes de la caída de Berga. Las fuerzas carlistas que operaban en la montaña, entre el río Noguera Pallaresa y el Noguera Ribargozana, se replegaron por el Valle de Arán y entraron en Francia por Puente del Rey, considerándose en unos 1.200 los que así lo hicieron. Los que estaban entre el río Segre y el Noguera Pallaresa, mandados por el brigadier Porredón, entraron en la república de Andorra, y unos 1.500, aproximadamente la mitad de los que habían pasado aquella frontera, permanecieron reunidos, disciplinados y armados, en la expectativa de volver a entrar en España, y solo la intervención de las autoridades cristinas y francesas pudo obtener del Gobierno de aquella República el que fueran desarmados, a lo que se prestaron sin dificultades cuando lo ordenaron sus jefes.
En cuanto a la división de Tarragona, a las órdenes del brigadier Masgoret, cumplió su cometido replegándose a través de un territorio totalmente ocupado por los cristinos, llegando por las montañas de la izquierda del Segre hasta la Cerdaña, para entrar en Francia por la misma región o comarca de Oseja (Francia), y como que al llegar al fin de su expedición los cristinos pretendieron cerrarles el paso, los carlistas de Masgoret los batieron entre Aja y Vilallovent, el 14 de julio, siendo esta, en realidad, la última acción de guerra de aquella campaña librada en España y que, por amarga ironía, fueron los carlistas los que vencían a los liberales, abriéndose paso para entrar en el reino de Francia.
De todos los jefes carlistas catalanes, el general Tristany fue el único que, habiendo conducido a sus batallones hasta la frontera para dejarles a su entrada en Francia, no siguió a sus voluntarios, sino que después de ello tuvo el gesto magnífico de girar su caballo hacia la tierra de España, y volver al antiguo campo de sus proezas, no para pedir un indulto, ni optar para ser un jefe del ejército liberal, ni siquiera para gozar de la intimidad del hogar, sino para permanecer en España a fin de estar atento a las órdenes de su rey y levantar de nuevo su bandera cuando se le ordenara.
Por todos los pasos del Pirineo entraron en Francia los batallones y los destacamentos catalanes. Con sus jefes a la cabeza, disciplinados y organizados, desmentían lo que habían dicho sus enemigos de ellos. Espartero, después de la toma de Berga y sabiendo la entrada de Cabrera en Francia, anunció, en una rimbombante proclama, la terminación de la guerra que acababa de ensangrentar a España.
El exilio francés de Cabrera
Cabrera salió en la tarde del mismo 6 de julio, de Palau, en dirección a Prades, acompañado del subprefecto de esta, del comisario de Policía y escoltado por un piquete de gendarmes. Por el camino encontró a sus batallones desarmados, quienes, al verle, a pesar de su tristeza, le aclamaron. En Prades fue alojado en la fonda, pero tanto el subprefecto como la esposa de este estuvieron llenos de atenciones para el conde de Morella.
En Prades, Cabrera se despidió de sus generales, a muchos de los cuales abrazó allí por última vez. Al día siguiente, continuó el viaje hasta Perpiñán, donde fue insultado por las gentes que se habían congregado para verlo. Una vez allí, se le alojó en una posada, en la que recibió al prefecto, a un general francés y al cónsul español. El jefe carlista conversó con ellos y les confesó que desde que Maroto rindió sus tropas dio la guerra por perdida. También les dijo que después de eso escribió varias veces a don Carlos para pedir que se le relevase del mando y se le permitiera pasar a Francia, pero sin conseguirlo. Además, se mostró disgustado porque Picola no hubiera entregado a sus hermanas el dinero que se le había confiado.
En este momento, Cabrera aún llevaba consigo una cantidad importante de dinero, aunque se la gastó toda en comprar un carruaje para viajar con más comodidad a París, donde le requería el Gobierno francés. En el viaje le acompañaron José Domingo Arnau (el jefe de la división de Tortosa) y un criado, escoltándole dos gendarmes y siendo bien recibido en los pueblos por los que pasaba.
Una vez en la capital francesa, fue interrogado por el ministro del Interior, quien se interesó por su salud, por sus hombres y por su conducta durante la guerra. También tuvo una conversación con el embajador español, el marqués de Miraflores, aunque sin saber con quién estaba hablando. Acabados estos trámites, se le mandó preso a la ciudadela de Ham (Somme), donde ocupó la estancia que antes había utilizado Polignac, el último primer ministro de Carlos X. Poco después acudieron a dicha localidad sus hermanas y su cuñado, el brigadier Polo, para tratar de verlo o, al menos, estar más cerca de él. Sin embargo, no estuvieron allí mucho tiempo, ya que fue trasladado enseguida a Lille, adonde llegó el 10 de agosto de 1840.
El clima frío y húmedo del norte de Francia no era el más adecuado para el enfermo, que tenía una neumonía crónica parcial, con el pulmón derecho fuertemente dañado. De hecho, las malas condiciones del cautiverio habían empeorado su salud, poniéndolo al borde de la muerte. Por ello Cabrera permaneció en la cama durante la mayor parte de su estancia en dicha localidad. A esto se añadió el aislamiento al que fue sometido, ya que se le prohibió leer la prensa y solo podía ser visitado por su familia. Además, aunque en la misma fortaleza estaban presos los generales carlistas Alzaa, Elío y Balmaseda, solo se le permitió ver al primero.
Viaje al sur de Francia
En vista de la mala salud del prisionero, las autoridades francesas decidieron trasladarlo al Sur, en busca de un clima más benigno. Así pues, el 24 de septiembre dejó nuestro personaje la prisión de Lille, camino de Hyères (Var), población situada junto al Mediterráneo. De camino pasó por París, donde permaneció varios días, recibiendo allí numerosas visitas. En vista de su buen comportamiento, se le permitió visitar Versalles y la capital francesa, acompañado en todo momento por el jefe de la policía. Aprovechó también para ir al teatro, donde fue el centro de atención, siendo además obsequiado por la alta sociedad del país vecino.
Por fin, el 1 de octubre salió Cabrera de París, siendo bien recibido durante el camino, tanto por los exiliados españoles como por los legitimistas franceses. La única excepción se produjo poco después, cuando algunos estudiantes españoles trataron de manifestarse contra él durante su estancia en Montpellier, que duró veinte días. Estuvo allí tanto tiempo porque aprovechó para hacerse ver por los profesores del Colegio de Medicina de dicha ciudad. Mientras tanto, tuvo ocasión de ver desde la ventana de su fonda a la antigua regente María Cristina, que acababa de ser expulsada de España por Espartero.
El 26 de octubre Cabrera reanudó su viaje y poco después llegó a Hyères, donde quedó en libertad vigilada y en compañía de sus hermanas y de su cuñado Polo, que le habían acompañado. En esta población permaneció hasta el verano siguiente, cuando pasó a Lyon, pues allí las temperaturas no eran tan elevadas. De camino se detuvo durante 20 días en Marsella, donde fue bien recibido por los absolutistas galos. Por esas fechas Cabrera estaba completamente restablecido, aunque quedó con una cojera en una pierna, fruto de sus heridas de guerra. Además, tuvo que hacer frente a otros problemas, como la retirada de la pensión a los refugiados carlistas, que el Gobierno francés aprobó en mayo de 1841.
Esto llevó a Cabrera a redactar varios escritos de protesta, consiguiendo así, al cabo de unos meses, que las autoridades galas le dieran una ayuda extraordinaria a él y a sus cuñados. Por otra parte, sus hermanas recibieron permiso para pasar a Lyon con sus maridos, aunque lo hicieron sin dinero, pues Picola y su mujer aún no les habían entregado nada. Por esa razón el matrimonio se encontraba en la cárcel acusado de robo, en espera de celebrarse el juicio. Este se produjo poco después y el 15 de julio el tribunal de Perpiñán condenó a la pareja a dos años de cárcel, aunque no pudo encontrarse ni el oro ni la plata. Picola apeló entonces, pero su condena fue ratificada por el tribunal de Carcasona, el 5 de junio de 1842, aunque la pena de su mujer fue rebajada a un año.
Cabrera, que ya estaba en libertad, quedó entonces sin recursos propios y en un país extraño. Su suerte podría haber mejorado si hubiera podido marchar al Piamonte, ya que el soberano de dicho país lo invitó a pasar a su territorio, donde probablemente le hubiera dado un buen nivel de vida. Sin embargo, el Gobierno francés negó el pasaporte al caudillo carlista, que tuvo entonces que permanecer en Lyon. Entonces, el rey Carlos Félix, deseoso de obsequiarle, decidió pagar dos plazas en el Colegio Real de Chambery (Saboya) para Felipe Calderó y Rafael Homedes, que eran, respectivamente, medio hermano y sobrino de Cabrera.
Mientras tanto, Cabrera tuvo que buscarse una forma de ganarse la vida. Entre lo que le quedaba y lo que le facilitaron algunos amigos legitimistas, reunió 7.640 francos, con los que abrió en Lyon un almacén de vinos, chocolate y productos de España, con la colaboración de Francisco Martínez, antiguo comisario de guerra del cuartel general carlista. Pero empezó a fiar a muchos conocidos que al final no le pagaron, lo que obligó a cerrar el negocio al cabo de un año.
Después de esto, y habiéndose deshecho del carruaje, Cabrera solo disponía del subsidio de 80 francos mensuales que le daba el Gobierno francés. No obstante, podía contar con la hospitalidad de varios aristócratas galos, que lo recibían generosamente cuando iba a visitarlos. La primera vez que tenemos constancia de ello fue en diciembre de 1841, cuando el jefe carlista dejó Lyon para ir al castillo de La Batie (en Montceaux, Ain), acompañado por el coronel Adell, por su secretario y por un criado. Había sido invitado por el conde de Chabannes, que residía allí y que lo acogió durante varias semanas, durante las cuales el tortosino hizo frecuentes excursiones y recibió a muchos carlistas exiliados que querían visitarle.
En marzo de 1842, Cabrera regresó a Lyon, pero un mes después volvió al castillo de La Batie, acompañado esta vez por su hermana Juana y por Juan de Dios Polo, además de por un criado. En dicho castillo, permaneció hasta junio, aprovechando para pasar brevemente a Chalamont (Ain), a fin de visitar al señor Cognet, un rico absolutista francés. Tres meses más tarde, el caudillo carlista regresó a casa del conde de Chabannes para pasar un tiempo allí. De nuevo estuvo invitado durante varias semanas, en compañía de su hermana Juana y su marido, haciendo algunas escapadas para visitar al conde de Fleurieux y a los señores Reneins y Darceval, adinerados legitimistas franceses que residían en los alrededores. En octubre pasó a Bourg, la capital del departamento, donde fue invitado por la condesa de la Martineu y donde recibió a numerosos carlistas exiliados que estaban deseosos de verle. Durante su estancia en Ain todos sus movimientos fueron vigilados de cerca por las autoridades francesas, que temían que estuviera planeando pasar clandestinamente a París.
Por otra parte, Cabrera aprovechó su presencia en Bourg para visitar al prefecto de Ain, al que comunicó que pensaba pedir permiso para trasladarse a Aviñón o a Marsella, debido a que el invierno de Lyon era muy malo para su salud. También hablaron de otros temas y el francés se llevó una buena impresión del jefe carlista, tanto por sus maneras como por su forma de expresarse. El prefecto escribió poco después a su ministro del Interior comunicándole que “me ha parecido muy cansado de su posición. Creo que no está contento con don Carlos y que no es propio de su carácter y de su energía una admiración fanática y ciega”.
El 15 de octubre Cabrera regresó a Lyon, tardando más de un año en emprender otra excursión. Así pues, en noviembre de 1843 pasó a Trevoux (Ain) para visitar al conde de Fleurieux en el castillo de Laye. También en esta ocasión fue recibido por familias legitimistas de la zona y visitado por muchos carlistas españoles, que estaban internados allí y en los municipios vecinos. Después de esta corta visita volvió a su residencia en la ciudad del Ródano donde, como no tenía que trabajar, disponía de mucho tiempo libre que dedicaba a la lectura, a pasear, a contestar la correspondencia y a visitar a sus amistades. Podía moverse libremente por Lyon, pero para salir de la población tenía que pedir permiso al prefecto.