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Ascenso de Ramón Cabrera
En Morella, Rafael Ram de Víu y Pueyo, barón de Hervés, proclamó rey a Carlos V el 13 de noviembre, pero ante la dificultad de defender la localidad frente al gobernador de Tortosa Manuel Bretón, que se dirigía allí con 600 hombres y artillería.
El 6 de diciembre de 1833, al ver a los cristinos, los carlistas de Ram de Víu que ocupaban la ermita de Santa Bárbara abrieron fuego y se retiraron a las trincheras montadas en Calanda. Fue en esta acción cuando Cabrera entró por primera vez en combate y, aunque tuvo miedo a los primeros disparos, después se comportó con valor y logró el ascenso a cabo. No obstante, los carlistas perdieron la batalla y se retiraron desordenadamente hacia la ciudad. Posteriormente, Cabrera se quedó allí algunos días, haciéndose amigo de Juan Marcoval, un jefe de las tropas carlistas en la plaza.
Los carlistas tuvieron que abandonar la población en la noche del 9 al 10 de diciembre, ante la noticia de la llegada del coronel Linares, que se dirigía a la plaza con 800 hombres y 27 jinetes. Cabrera abandonó la ciudad con la columna que mandaban Cosme Covarsí y Juan Marcoval. Cuando esta fuerza llegó al Boixar (Castellón), fue nombrado sargento, reuniéndose después en Chodos (Castellón) con los supervivientes de la batalla de Calanda (Teruel) el 6 de diciembre de 1833, en la que la fuerza cristina del coronel Linera (800 infantes y 27 jinetes) luchó contra las fuerzas carlistas de Ram de Viú, que disponía de unos 1.200 seguidores.
El 6 de diciembre de 1833, al ver a los liberales, los carlistas que ocupaban la ermita de Santa Bárbara abrieron fuego y se retiraron a las trincheras montadas en Calanda. Esa fue la posición del grueso de las tropas carlistas, que recibieron un ataque frontal hasta que salieron en desbandada y fueron capturados por los liberales. Los carlistas tuvieron 10 muertos y 18 prisioneros.

Ram de Víu escapó, dejando mujer e hijos en manos de los cristinos, pero fue reconocido y capturado el 27 de diciembre en Manzanera. Fue juzgado y fusilado en Teruel el 12 de enero de 1834.
Para nombrar un sucesor a Ram de Víu, se celebró en Vistabella del Maestrazgo (Castellón) una votación secreta llevada a cabo entre los jefes carlistas, en la que el sargento Cabrera ofició de secretario para el escrutinio, elevó a comandante general de los carlistas del Maestrazgo a Juan Marcoval. En realidad, comandante de los carlistas valencianos, ya que la sucesión efectiva del barón de Hervés la tenía Carnicer.
Algunos cabecillas no quisieron aceptarlo y se marcharon con sus tropas. Fue entonces cuando Cabrera acudió en su persecución y convenció a los soldados para que regresaran, lo que le valió el ascenso a subteniente.
A últimos de diciembre de 1833, solo quedaban de los sublevados de Morella pequeños grupos de seis o siete hombres y jefes, ocultos en las cuevas o en las masías del país, acosados por las patrullas del ejército cristino e indefensos ante los rigores del invierno.
El año 1834 no empezaba con mejores augurios que el que concluía, produciéndose nuevas bajas en cada choque con las columnas cristinas.
Poco después, Cabrera realizó su primer ataque independiente, al derrotar con un puñado de hombres a la retaguardia de una columna cristina. Pero la fuerza conjunta, minada por las desavenencias, se dirigió a una masía de Rossell (Castellón), donde los diferentes jefes decidieron separarse. Cabrera siguió a Marcoval para refugiarse en la masía de Sires, en el barranco de Vallibona (cerca de Morella). Allí permanecieron durante dos semanas, ocultos de la persecución cristina, pero no podía soportar la inacción y marchó a Tortosa disfrazado el 11 de enero de 1834. Se reunió entonces con su familia, que le instó a que se acogiese al indulto y dejase aquella vida llena de peligros, a lo que Cabrera se negó. Fue entonces la última vez que vio a su madre, de la que no se despidió por no afligirla todavía más. Cinco días después estaba de vuelta en Vallivana, entregando a Marcoval el dinero que había reunido en su incursión, por lo que este decidió promoverlo a teniente.
Juan Marcoval y sus hombres, entre los que se encontraba Cabrera, ascendido ya a teniente, permanecieron en el barranco de Vallibona durante el mes de enero. Cabrera recorría los pueblos al frente de una pequeña partida de nueve hombres en busca de reclutas para organizar un batallón con el que pudiera operar la primavera siguiente, así como para recaudar dinero y alimentos. A las dos semanas, Cabrera había conseguido reclutar 135 hombres, muchos de ellos procedentes de la dispersión tras la batalla de Calanda. La mayor parte carecía de armas. Cabrera empezaba entonces a sonar como el Estudiante de Tortosa.

Como dicho cabecilla estaba delicado de salud, encargó a Cabrera el mando de las operaciones, dándole una pequeña fuerza formada por 9 guerrilleros, armados con 4 fusiles, 2 escopetas y 3 palos. Empezó así a recorrer los pueblos, recogiendo dispersos, haciendo acopio de víveres y prometiendo cuatro reales diarios a todo aquel que se uniera a la facción. Al mismo tiempo, el entusiasmo y la decisión que mostraba infundieron una gran confianza a numerosos jóvenes, que no dudaron en incorporarse a sus filas. De esta manera, el 23 de enero Cabrera ya mandaba 135 hombres, lo que llevó a Marcoval a ascenderle a capitán.
Su jefe le ordenó entonces reunirse con él en la ermita de Santo Domingo de Vallivana (a 22 km de Morella), pero alguien informó a los cristinos, que intentaron tender una emboscada a los carlistas. A consecuencia de esto, varios jefes rebeldes fueron capturados y fusilados, pero Cabrera fue advertido por un confidente y consiguió escapar, abriéndose camino a golpes de palo. Con las fuerzas supervivientes marchó a la ermita de San Miguel de Valderrobres (Teruel), donde se unió con José Miralles, alias el Serrador, y otros grupos de dispersos. Después marchó a Fredes (Castellón), enterándose allí del fusilamiento de Marcoval, lo que hizo cundir el desánimo entre sus hombres, que empezaron a desertar. Entonces Cabrera decidió pasar a Aragón, donde se unió a Vallés y a Bardaviu, aumentando sus fuerzas hasta los 140 combatientes.
Poco después se unió a Carnicer en Herbés (Castellón) y, aunque su partida era más numerosa, quedó como segundo, dada la graduación superior del aragonés. Fue entonces cuando Cabrera empezó a estudiar la táctica y la ordenanza militar, teniendo como profesor a Joaquín Mezquita, antiguo oficial del Ejército. Además, algunos autores afirman que empezó a leer las hazañas de los guerrilleros que habían luchado contra los franceses, para familiarizarse con este tipo de guerra.
Sea como fuere, pronto tuvo ocasión de aprovechar estas enseñanzas, ya que a los pocos días acompañó a Carnicer a atrapar al nuevo gobernador de Morella, que se dirigía escoltado hacia dicha plaza. Aunque no lograron capturarlo, Cabrera dio muestras de gran valor, lo que le ganó el respeto y la admiración de sus hombres.
Tenía además un gran ingenio, como lo demostró al disfrazar a sus soldados con uniformes capturados al enemigo en esta acción, para tomar así Villafranca del Cid (Castellón). De esta manera, llegó a la localidad sin ser molestado, convocó a los milicianos cristinos y, una vez los tuvo enfrente, les hizo entregar las armas sin disparar un solo tiro. Esto le sirvió para apoderarse de las contribuciones del pueblo, así como de 60 fusiles, con los que pudo equipar a sus hombres, uniéndose después a Carnicer.
Incorporado a dicha fuerza, Cabrera tomó parte en la conquista de Daroca (Zaragoza) y en la derrota del gobernador de Calatayud. En esta acción mató a cuatro hombres a golpes de palo (su arma preferida), entre ellos al alcalde de Ateca (Zaragoza). A continuación hizo fusilar a 11 prisioneros por haberle disparado después de haber ofrecido rendirse. No obstante, se negó a hacer lo mismo con los demás, a los que liberó poco después.
Posteriormente, acompañó a Manuel Carnicer en su incursión a Castilla, mostrándose favorable a liberar a los prisioneros, en contra de otros jefes que pretendían ejecutarlos. A su regreso a Aragón, fueron alcanzados por el enemigo en Calamocha (Teruel), pero gracias a una estratagema de Cabrera lograron engañarle y ganar tiempo para poder escaparse a marchas forzadas, una vez llegó la noche. Este ardid le valió el ascenso a comandante, concedido por Carnicer el 31 de marzo de 1834.
Días después se encargó de proteger el paso del Ebro, derrotando a una columna cristina que acudía a atacarles. Una vez en Cataluña, hizo una correría pasando por los pueblos de Tarragona de Batea, Gandesa, Mora de Ebro y Falset, reuniendo más de 2.000 hombres, muchos de ellos antiguos voluntarios realistas, con los que formó un batallón.
Los liberales bloquearon los pasos del Ebro en Fayón, Mequinenza, Ribarroja de Ebro y Flix, y dispusieron las tropas entre Mayals y Ribaroja, rodeando a los carlistas, que no pudieron retirarse ni atravesar el río. Carnicer no aceptó su sugerencia de atacar por separado a las columnas de Manuel Bretón y José Carratalá, que pudieron unirse y plantar batalla a los carlistas en Mayals (Lérida), el 10 de abril. En dicha acción, Cabrera mandaba la vanguardia y combatió con gran valor, llegando a agarrarse a la brida de los caballos enemigos y a atacar a sus jinetes a culatazos. Llegó incluso a disparar dos veces al jefe enemigo, el general Bretón, aunque sin éxito. Pero la retirada de Quílez y de Carnicer le obligó a abandonar el campo de batalla para no morir a manos del enemigo.

Los carlistas fueron derrotados, con 300 muertos y 600 prisioneros. Manuel Carnicer pudo escapar y Ramón Cabrera se distinguió al intentar reagrupar las fuerzas desbandadas después de la derrota, que se reagruparon en los Puertos de Beceite.
Tras este revés, las fuerzas rebeldes tuvieron que regresar a marchas forzadas, para evitar ser alcanzadas por los cristinos. Pero al llegar al Ebro no había barcas para todos, por lo que Cabrera tuvo que pasar el río a nado, junto con muchos de sus hombres. Una vez en Aragón, se dispuso a reagrupar a los numerosos carlistas que se habían separado de la partida durante la accidentada retirada. Para ello, recorrió los barrancos de la zona, tanto de día como de noche, eludiendo la intensa persecución de las tropas de la reina.
Poco después acudió a Benasal (Castellón), donde se reunió con otras partidas, aunque al poco tiempo aparecieron fuerzas cristinas que derrotaron a los rebeldes y les obligaron a retirarse. Los diferentes jefes se enzarzaron entonces en reproches y, al no haber nadie con suficiente autoridad, cada uno cogió su partida y se marchó adonde quiso. Cabrera pasó entonces a las comarcas del Ebro, donde operó durante un tiempo.
La dispersión de las partidas carlistas
Cabrera trató de emboscar a la guarnición de Horta (Tarragona), pero no lo consiguió. Lo que sí hizo fue entrar en el pueblo, donde sus hombres cometieron excesos. Algo parecido hizo en Peñarroya de Tastavins (Teruel), donde el 26 de mayo apresó al Ayuntamiento, al que dejó en unas peñas toda la noche bajo una lluvia intensa, además de apalear a un diputado y pedir dinero y raciones. Diez días después estaba en Monroyo (Teruel), en donde, al no obtener lo que había exigido, se llevó preso al alcalde y profirió muchas amenazas contra el pueblo. Por esas fechas, Carnicer, acosado por la persecución liberal, le ordenó que se le reuniera, lo que tuvo lugar en el pueblo de Herbés (Castellón). Posteriormente, marcharon a Ariño (Teruel), derrotando allí el 3 de julio a una fuerza liberal y matando Cabrera a palos al jefe de la columna. A continuación, el tortosino combatió, entre Zorita y La Pobleta de Morella (Castellón), a los 200 hombres del brigadier Santa Cruz. En un principio los rechazó, pero al final tuvo que acabar retirándose, perdiendo más de cien hombres.
La salud de Cabrera se vio afectada por tales esfuerzos, por lo que tuvo que buscar asilo en los montes de Horta. Para entonces Cabrera ya era un conocido cabecilla, por lo que las autoridades intentaron averiguar su paradero. Al final lo consiguieron y, el 2 de agosto, cercaron la masía de Barrina, donde había estado descansando durante varias semanas. Sin embargo, el jefe rebelde se había marchado la noche anterior y los liberales solo encontraron a dos carlistas enfermos. Cabrera aún estaba convaleciente, pero se unió a la partida de Vallés y, con su ayuda, pudo capturar la guarnición de Alfara (Tarragona). Más tarde intentó canjearlos por sus compañeros presos, pero el enemigo los fusiló igualmente, siendo detenida la madre del joven caudillo, a fin de que este no tomara represalias con los soldados cristinos, a los que tuvo que liberar.
Acosado por las tropas gubernamentales, Cabrera consiguió escapar a marchas forzadas, llegando a Montalbán (Teruel) con sus tropas muertas de hambre y de fatiga, y en la desnudez más completa. Allí se unió de nuevo a la partida de Carnicer, con quien siguió huyendo de la persecución enemiga. Posteriormente, asumió el mando de la fuerza, al caer enfermo el caudillo aragonés, encargándose entonces de reunir a los dispersos y a las partidas sueltas que se dedicaban a saquear los pueblos, sin someterse a ningún tipo de disciplina. Una vez recuperado su jefe, combatió a su lado entre Alloza y Berge, en un encuentro en el que hubo muchas bajas por ambos bandos. Luego le acompañó en el ataque a Beceite (Teruel), en el que se encargó de la vanguardia. En dicho combate estuvo cerca de la muerte, pero se libró por la oportuna ayuda que le dio Carnicer.
Ya en octubre, Cabrera fue enviado al Bajo Aragón para obtener recursos, eludiendo a varias columnas enemigas y volviendo al Maestrazgo tras trece días de expedición, habiendo logrado reunir hasta 140 voluntarios. Luego tenía orden de reunirse con Carnicer en Herbés, pero no pudo hacerlo debido a la persecución de las tropas de la reina. Sin embargo, pasado un tiempo sí que lo logró, poniéndose al frente de los cazadores, que iban en vanguardia recogiendo raciones. Esto le llevó a entrar en Abejuela (Teruel) con unos pocos guerrilleros, siendo sorprendido por las tropas de Valdés, que estuvieron a punto de cogerle prisionero. Sus hombres se desbandaron y él, tras zafarse de un soldado que lo perseguía, cayó por un precipicio, por lo que quedó inconsciente durante bastante tiempo. Pero al ser de noche no fue encontrado por el enemigo, por lo que, cuando volvió en sí, reanudó la marcha hasta dar de nuevo con su jefe.
El 25 de noviembre de 1834, Carnicer lo ascendió a coronel, pero esto no alivió la dramática situación de los carlistas, acosados por los cristinos y por la deserción. Para escapar del enemigo tuvieron que dividirse en grupos más pequeños, dirigiéndose Cabrera hacia Prat de Comte (Tarragona) con 200 hombres (en su mayoría desarmados), mientras Carnicer marchaba al Bajo Aragón. Poco después tuvo un encuentro en Pauls (Tarragona) con la columna cristina del coronel Azpiroz, que acabó prácticamente en tablas, aunque los carlistas se retiraron al saber de la llegada de refuerzos cristinos.
Cuatro días después se reunió de nuevo con Carnicer, pero sus tropas estaban agotadas ante las continuas persecuciones que sufrían, por lo que fueron de nuevo derrotadas en Ariño (Teruel), el 5 de diciembre. Después de este encuentro, ambos cabecillas se separaron de nuevo, para eludir el incesante acoso enemigo. Entonces Cabrera, al frente de una pequeña fuerza, pasó al Bajo Aragón e intentó entrar en Alcorisa, pero fue rechazado por una compañía de urbanos de Zaragoza. El 3 de enero de 1835, se aproximó de nuevo a dicha población, pero al ver la decisión de los defensores, se contentó con realizar una descarga, sin realizar un ataque en serio.
Por esas fechas la situación de Cabrera era muy grave, pues todas las columnas de la zona iban en su persecución, mientras que su gente estaba cansada y desanimada por los continuos reveses. Además, ignoraba el paradero de Carnicer y de otros jefes carlistas, al tiempo que se veía sin recursos en un país yermo y desolado, acosado por las columnas isabelinas. A esto se añadió una trama para asesinarle, que descubrió en Ejulve (Teruel), y en la que estaban implicados un sargento y seis soldados. No obstante, el jefe rebelde los perdonó, ya que tenía en mente disolver la partida en grupos todavía más pequeños.
Así pues, su partida se dividió en grupos de 8 o 10 hombres, sin que indicara su jefe ningún punto de reunión, ya que el caudillo catalán decidió marchar a Navarra para entrevistarse con don Carlos. Según Buenaventura de Córdoba, el objetivo de este viaje era comunicar al pretendiente la triste situación del carlismo en Aragón y pedir que se le enviara ayuda. Pero esto es poco probable, ya que para ello bastaba con mandar un mensajero y no era necesario que Cabrera asumiera tal riesgo en persona, abandonando sus fuerzas durante tanto tiempo. Además, poca ayuda le podrían enviar cuando los carlistas aún no controlaban las provincias del Norte y hubieran tenido que recorrer varios cientos de kilómetros de territorio enemigo para llegar hasta Aragón.
Es más probable, a juzgar por la actuación posterior de Cabrera con Gómez y el Serrador, que el objetivo del tortosino fuera intrigar contra Carnicer para conseguir así el mando de las tropas, echándole la culpa de las continuas derrotas. Para ello no se podía enviar a nadie, ya que entonces se corría el riesgo de que se hicieran públicas sus intenciones. Sea como fuere, Cabrera se puso en marcha hacia Alloza (Teruel) el 20 de enero, acompañado por el comandante Francisco García y con solo 7 reales, cantidad insuficiente para tan largo viaje.
Por suerte para Cabrera, vivía en dicho pueblo un rico labrador que le había ayudado en otras ocasiones y que también esta vez le proporcionó víveres y dinero. De esta manera, tras una semana de descanso, salieron rumbo a Navarra, montados en mulos. Les acompañaba Ana María Galindo la Albeitaresa, mujer viuda, de entre 36 y 40 años, y fervorosa carlista. Para pasar desapercibidos, iban disfrazados de arrieros y con pasaportes falsos, que les había entregado el hacendado de Alloza. En Híjar (Teruel), cargaron las caballerías de jabón, mercancía que se suponía iban a vender, pasando sin problemas el río Ebro y entrando el 9 de febrero en Zúñiga (Navarra), donde se encontraba el cuartel real.
El 10 de febrero, Cabrera y el comandante García fueron recibidos por el conde de la Penne Villemur, ministro de la guerra del Pretendiente, que se encontraba en Zúñiga (Navarra). Al día siguiente, Cabrera y su acompañante García fueron recibidos por el rey, al que pusieron puntualmente al corriente de la situación de sus partidarios levantinos. Al reemprender la marcha el 18 de febrero, habían logrado que la situación en el Maestrazgo y el Bajo Aragón fuera conocida en el cuartel real, por el Rey, por Villemur y, probablemente, por el propio Zumalacárregui, en su calidad de jefe del Estado Mayor General de Carlos V.
El 15 de febrero había emprendido su regreso de Navarra a Aragón el coronel Cabrera. Le acompañaba la intrépida María la Albeitaresa y el capitán García. Después de un viaje bastante fácil, Cabrera penetró, disfrazado siempre de arriero, en la ciudad de Zaragoza, para depositar en manos seguras unos pliegos que le confió el Ministro de la Guerra, el conde de Villemur. Era paso atrevido el que daba Cabrera, pues al peligro de ser reconocido bajo el disfraz, había que añadir el que fuera sorprendido con los papeles del ministro de la Guerra de don Carlos.
Cabrera marchó de la Venta de Belchite, próxima a la villa, y luego a Lécera (Zaragoza), donde se encontró que entraba en el pueblo la partida carlista que mandaba Josepón. Marchó Cabrera a Ejulbe (Teruel), que es donde creía, por lo que le había dicho Josepón, saber el paradero de Carnicer; pero tampoco lo encontró, y marchó a Villarluengo y a las Cuevas de Cañart, donde solo pudo conocer que Carnicer se mantenía con un corto número de voluntarios por aquellos alrededores. Por fin supo el 7 de marzo en Ladriñán que Carnicer se dirigía a aquel punto.
No quiso esperarle Cabrera, sino que, impaciente de finalizar su cometido, el día 8 por la madrugada salió a su encuentro. Entre Ladriñán y Villerluengo halló a Carnicer con 22 infantes y 7 u 8 caballos. Carnicer quería que Cabrera le explicara las vicisitudes de su viaje, pero Cabrera le hizo notar que convenía leer los pliegos que traía del cuartel real. En los documentos se nombraba a Carnicer como jefe accidental de todas las fuerzas que operaban en el Bajo Aragón y confines de Valencia y Cataluña, y se le ordenaba presentarse en Navarra a recibir sus soberanas instrucciones.
El día siguiente, 9 de marzo, se verificó el reconocimiento de Cabrera como jefe interino de todas las fuerzas que operan en el Bajo Aragón y confines de Valencia y Cataluña.
Cabrera, al frente de los 20 voluntarios y 7 jinetes que le dejó Carnicer, se dirigió hacia los puertos de Beceite, y al mismo tiempo, enviaba comunicaciones a Quílez, Forcadell, Miralles y Torner para que se le reunieran en la ermita de San Cristóbal de Hervés (Castellón).
Carnicer emprendió su viaje a Navarra atravesando territorio enemigo disfrazado de arriero y acompañado de otros dos compañeros. Al pasar por el puente de Miranda de Ebro, Carnicer fue reconocido por un soldado que había servido a sus órdenes en la Guardia Real, y hecho prisionero. Cuatro días después, el 6 de abril de 1835, fue fusilado por la espalda en el propio Miranda de Ebro. La pérdida del que hasta entonces era el principal jefe de los carlistas de Aragón y Valencia, juntamente con la eliminación de otros jefes de partida a manos de las tropas cristinas; marcaría el ascenso de Cabrera hasta convertirle, como se haría patente en los meses siguientes, en el caudillo indiscutible del carlismo levantino.
Poco a poco, la guerra que empezó por una cuestión dinástica se enardeció por los principios políticos y tomó después el carácter de religiosa por los desmanes del populacho. Y por la condescendencia de los que dirigían el timón del Estado, cuando no su declarada complicidad con la Revolución en curso.
Los avances de la Revolución favorecían paradójicamente los avances del carlismo. Las partidas carlistas aumentaron considerablemente por los desaciertos del partido liberal, que no respetaba lo más sagrado que tenía la nación. Como gráficamente dice un historiador liberal, «la lava del volcán se había derramado desde las alturas que enciman la Plana de Castellón por el llano de Villarreal y Torreblanca y sobre el propio camino real, había entrado en la huerta de Valencia, y cruzando el río Júcar había llegado hasta Albaida, en la provincia de Alicante».