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Declaración de la mayoría de edad de Isabel II
En septiembre de 1843 se celebraron elecciones a Cortes en las que progresistas y moderados se presentaron en coalición en lo que se llamó “partido parlamentario”, pero los moderados obtuvieron más escaños que los progresistas, que además seguían divididos en “templados” y “radicales”, por lo que carecían de un único liderazgo. Las Cortes aprobaron que Isabel II sería proclamada mayor de edad anticipadamente en cuanto cumpliera al mes siguiente los 13 años de edad, contraviniendo las normas fijadas por la Constitución entonces vigente, la de 1837, que estipulaba la mayoría de edad a los 14 años. El 10 de noviembre de 1843 juró la Constitución de 1837 y a continuación, siguiendo los usos parlamentarios, el gobierno de José María López dimitió. El encargo de formar gobierno lo recibió Salustiano de Olózaga, el líder del sector “templado” del progresismo. Este fue escogido por la reina porque había pactado con María Cristina su regreso del exilio.

Su reinado se divide en tres periodos conocidos como Década Moderada (1844-54), Bienio Progresista (1854-56) y Crisis del Moderantismo (1856-68).
La Década Moderada (1844-54) se divide en el gobierno de López Bravo (1843-44), primer gobierno de Narváez (1844-46), el gobierno de Isturiz (5 de 1846 al 4 de octubre de 1847), segundo gobierno de Narváez (1847-51) y el gobierno de Bravo Murillo (1851-54).
Gobierno de Luis González Bravo (1843-44)
Fue nombrado el 1 de diciembre de 1843 presidente del Consejo de Ministros y ministro de Estado, estableciendo una dictadura ministerial: suspendió las sesiones de Cortes, declaró el estado de sitio, y legisló por reales decretos. Fue un gobierno transitorio, encargado de tomar las más drásticas e impopulares decisiones como, por ejemplo, la disolución de la Milicia Nacional, la persecución y encarcelamiento de todo tipo de progresistas por el mero hecho de serlo, incluyendo a sus propios compañeros de la Comisión de Códigos Pascual Madoz y Manuel Cortina, la implantación de la censura en la prensa. Incluso, llegó a solicitar el regreso de la reina madre, a la que tan duramente había criticado y a cuya caída tanto había contribuido.
Durante su mandato se creó la Guardia Civil por Real Decreto de 23 de marzo de 1844, con el duque de Ahumada como gran impulsor.
Sus tiránicas medidas le obligaron a presentar su dimisión, pero el objetivo se había cumplido. Narváez llegaba al poder tras haber hecho desaparecer del plano político a los progresistas, pero sin llegar a manchar sus manos con su sangre. Todo se lo debía a un González Bravo no del todo consciente de que había sido utilizado para hacer el trabajo sucio. Sin embargo, Narváez sabía lo poderosa que podía ser la pluma de González Bravo y de su talento para la intriga política. Quería tenerle contento, pero lejos, por lo que en la primavera de 1844 decidió enviarle a Lisboa como ministro plenipotenciario, a pesar de su nueva elección como diputado por Jaén, otorgándole a la vez la Gran Cruz de Carlos III por sus valiosos servicios. En la capital portuguesa permaneció hasta 1847, donde reforzó las relaciones entre España y Portugal.
Jamancia o bullanga de 1843
Antecedentes
Juan Prim y Prats regresó a España y volvió a ocupar su escaño en el Congreso de los Diputados, pero el 30 de mayo de 1843 encabezó un levantamiento en Reus contra el regente junto con Lorenzo Milans del Bosch que fue secundado en Barcelona. Sin embargo, las tropas leales a Espartero encabezadas por el general Martín Zurbano tomaron Reus y Prim huyó con 500 hombres leales a Manresa, donde se formó la “Junta Central“. Mientras tanto, los acontecimientos se precipitaron en el resto de España: el general Serrano desembarcó en Barcelona y el general Narváez en Valencia, confluyendo ambos en Madrid entre el 22 y el 24 de julio, y el regente Espartero se vio obligado a abandonar el país. La intervención de Prim en la caída de Espartero le valió los títulos de conde de Reus y vizconde del Bruch.
Tras la salida de Espartero de España, la Junta Central formada en Cataluña no se contentó con un simple cambio en la Jefatura del Estado, sino que reclamó el respeto a los objetivos democráticos y de reforma social que habían motivado su insurrección contra el regente. La respuesta del gobierno de Madrid, formado por una coalición de moderados y progresistas, fue nombrar al general Prim gobernador de Barcelona para que acabara con la revuelta “radical” conocida como la Jamancia.
La Jamancia o revuelta centralista fue una revuelta progresista que tuvo lugar en Barcelona entre septiembre y noviembre de 1843, contra el gobierno de Joaquín María López, quien había incumplido los acuerdos con la Junta Central para el derrocamiento del gobierno de Espartero producido unas semanas antes y había cometido violación de varias disposiciones en la Constitución de 1837.
El nombre de camància (del romaní khamar, comer) aludía despectivamente a los miembros de los batallones de voluntarios (batallones de la blusa) que probablemente se habían apuntado para comer gratis y cobrar la paga de cinco reales. Fue el último de los disturbios producidos en Barcelona entre 1836 y 1843, conocidos como bullangas.
El capitán general interino de Cataluña, Jaime Arbuthnot, se había refugiado en la Ciudadela, abandonando la ciudad y el fuerte de las Atarazanas, lleno de armamento. La junta popular había armado el primer batallón de voluntarios de Barcelona, llamado el batallón de la blusa, bajo las órdenes de Juan Castells, vocal de la junta, quien había ocupado el fuerte de las Atarazanas, nombrando gobernador a Francisco Torras y Riera.
La llegada del general Prim parecía que pondría fin a las tensiones crecientes.
Estallido de la violencia
La noche del 1 al 2 de septiembre entró por una brecha de la muralla en la ciudad el BI-III de voluntarios de Catalunya, mandado por Francisco Riera, declarándose la rebelión. Atrincherándose durante la noche y la madrugada en la plaza de San Jaime. El día 3, Barcelona estaba pronunciada; muchos disconformes callaban o se marchaban de la ciudad. Los sublevados de la junta siguieron fortificándose en el centro de la ciudad, armándose con artillería sacada del fuerte de las Atarazanas.
La junta decidió que era la representante popular, constituyéndose como la Junta Suprema Provisional de la Provincia de Barcelona; la formaban el coronel Antoni Baiges, José María Bosch, Vicente Soler, Rafael Degollada, José Vergés, José Massanet, Juan Castells, Agustín Reverter y José María Montañá. Dirigieron un discurso en la plaza San Jaime en el que decían que pronto el resto de provincias de España les seguirían en la revuelta y que cada uno de los distritos judiciales enviaría dos comisionados para representarlos en la junta.
Las fuerzas legítimas de la ciudad no hicieron oír su voz: El jefe superior político Joaquín Maximiliano Gibert se reunió con el capitán general Jaime Arbuthnot. El gobernador de la Ciudadela, Juan Prim, se refugió allí la misma noche que el batallón de voluntarios entró en la ciudad. La Diputación Provincial no daba señales de actividad. El Ayuntamiento reunió muy pocos de sus individuos que manifestaron mantenerse neutrales. El capitán general Jacobo Gil de Aballe permanecía encerrado en la Ciudadela, donde apenas disponía de tropas para su defensa.
Ese día llegaron 2 BIs del RI de la Constitución a la villa de Grácia y el vapor Mallorquín llegaba de Tarragona. La llegada de este buque al Puerto de Barcelona desató los primeros enfrentamientos. Los sublevados, alertados de su llegada, se determinaron a impedir el desembarco de las tropas ocupando el muelle. Las tropas de la Ciudadela hicieron una salida por el fuerte de San Carlos, que tomaron el fuerte de la Linterna. Sin embargo, los sublevados protegidos por el fuego cruzado de las Aterazanas y las murallas retuvieron el poder del muelle e hicieron retroceder el desembarco. El vapor salió del puerto y procedió al desembarco en las playas de la Barceloneta, alejado del puerto, al abrigo del fuerte de San Carlos. La metralla de la Ciudadela provocó una veintena de bajas entre los sublevados que se refugiaron en el baluarte de Migdia, frente a la Ciudadela. Aprovecharon la ocasión las tropas regulares para ocupar la Barceloneta parapetándose para consolidar el control sobre el puerto.
El 4 de septiembre la Junta publicó un decreto para consolidar su autoridad, proclamando la ejecución por todo aquel pillado “in fraganti” en la comisión de un robo u otros daños a la seguridad de las personas. El coronel Antonio Baiges, presidente de la Junta y jefe principal de las fuerzas sublevadas, fue muerto por un disparo en el pecho frente a la muralla de Mar. Su cadáver fue expuesto en el Palacio de la Diputación durante 24 horas.
Rafael Degollada sustituyó a Antonio Baiges como presidente de la Junta. Creyendo mucha gente que Degollada no estaba en la ciudad, este dio un paseo a caballo por las murallas arengando a los miembros de la Milicia Nacional y otros combatientes. El diario El Imparcial tenía que editar un panfleto dictado por Juan Prim; sabiéndolo los centralistas, les conminaron a no hacerlo, y sus propietarios trataron de trasladar la imprenta fuera de la ciudad. Los cuatro carros donde estaban cargándolas fueron enviados a las Atarazanas y las imprentas requisadas. El gobernador Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch salieron por la tarde hacia Gracia, instalándose con un batallón de voluntarios al vapor de Francisco Puigmartí, con una escaramuza con los sublevados.
Ese día 4 se contaron tres muertos y seis heridos. Los miembros del Ayuntamiento solicitaron al capitán general en la Ciudadela que cesase los ataques a la ciudad; este respondió que cuando cesase el fuego proveniente de Barcelona, haría él lo mismo con la fortaleza. Por causa de los proyectiles de artillería ardió un almacén de cordería que había fuera de la muralla, entre la Puerta del Mar y la Ciudadela.
El 5 de septiembre, se contaron 2 muertos y 12 heridos, diez de los cuales fueron conducidos al hospital de la Santa Cruz de Barcelona. La noche del día 5, los sublevados, una cincuentena de hombres armados, hicieron una salida hasta Sarriá para hacer prisioneros a gente contraria a los centralistas, siendo rechazados por sus vecinos y dejando dos víctimas mortales. El castillo de Montjuich estaba a cargo del gobernador Bernardo Echalecu, que fue relevado por el coronel Fernando Sayas del RI-14 de América.

Montjuich entra en acción
Se habían instalado baterías en las Aterazanas, en el punto de la muralla de Hostallers (calle Tallers), otra en Canaletas y otra entre Junqueras y la Porta Nova. El día 7 el castillo de Montjuich rompió su silencio, efectuando dos disparos de fogueo a las ocho de la mañana, deteniéndose a continuación el bombardeo procedente de la Ciudadela. De cuatro a siete de la tarde los cañones de Montjuich iniciaron un intenso bombardeo contra las Atarazanas. Disparando 102 balas, 52 de las cuales fueron recogidas dentro del mismo fuerte. El capitán general dio la orden al gobernador de Montjuich que suspendiera el bombardeo. Inicialmente, ante aquel bombardeo, Francisco Torras y Riera, gobernador de las Aterazanas, ató su corbata negra en la punta de un trapo, enarbolando esta enseña la resolución de luchar a muerte. Sin embargo, poco después huyó de la ciudad.
El 8 de septiembre, un repique de campanas iniciado a las once de la mañana anunciaba que en Gerona se había formado una junta de pronunciamiento compuesta por Ramon Cabrera, Francesc Maranges, Martin Parelols y Lorenzo Autet. Esta nombró a Francisco Ballera comandante general de la provincia. Figueras secundó también el movimiento realizado por el batallón de Milicia Nacional y la compañía de zapadores. Temiendo una incursión desde la Ciudadela a la ciudad, los sublevados ocuparon el Paseo de San Juan (espacio que separaba las casas de la Ciudadela), que, tras el hostigamiento de fusilería efectuado desde la Ciudadela, tuvieron que abandonar después de la muerte de un sargento y 4 heridos. Aquella noche los pronunciados hicieron una salida por la Puerta de San Antonio, intentando de nuevo un golpe de mano sobre Sarriá o Grácia, pero batidos por las granadas lanzadas desde Montjuich y el tiroteo de las avanzadas leales al gobierno, junto con un chaparrón intenso, regresaron de nuevo a la ciudad.
A la una de la tarde del 9 de septiembre, el coronel Juan Martell entró en la ciudad acompañado de sus “edecanes” y caballería; a galope se dirigieron hacia la plaza de Santiago, con el sable en la mano y gritando «Viva la unión y la libertad». Después de reunirse con la junta, fue a la fonda de las Cuatro Naciones de la Rambla, donde hubo un banquete con brindis, y saliendo a continuación al balcón para pronunciar un discurso a la concurrencia dando vivas a la Junta Central, a la independencia nacional, a la reina y al pueblo soberano, ante una multitud. Después del almuerzo, Martillo, acompañado de algunos miembros de la junta y una veintena de hombres del escuadrón de Milicia Nacional, fueron hasta el pueblo de Sants, donde reunió a unos ochenta hombres que le acompañaron de nuevo dentro de la ciudad.
El 10 de septiembre, Victoriano Ametller llegó a Sants mandando una división. En ese momento reveló a sus comandantes la intención de ponerse del lado de los sublevados y estos no estuvieron de acuerdo, abandonándolo y llevándose los respectivos batallones. Así pues, Ametller, solo le acompañaron dos batallones de francos y unos 200 hombres del ejército (entre 1.000 y 1.500 efectivos) al interior de Barcelona. Ametller fue a la plaza de la Constitución, donde junta en el palacio de la diputación, sede de la Junta Central, salió al balcón acompañado de Martell y otros cabecillas revolucionarios. Rafael Degollada hizo un discurso justificativo del alzamiento contra el centralismo, que Hostalrich se había pronunciado; en su nombre, el coronel Juan Pablo Par. Ametller afirmó que «no había más que dos partidos: el liberal y el servil», que los centralistas pertenecían al primero y que antes de consentir el triunfo de los serviles prefería sepultarse con sus camaradas entre los escombros de la ciudad, concluyendo con los gritos de «muera Cristina, mueran los Narváez». La Junta Central decretó ese mismo día que Juan Prim era traidor y nombró a Victoriano Ametller mariscal de campo y capitán general de Cataluña.
Durante aquellos días se seguía publicando en Barcelona El Constitucional (periódico pro revolucionario que a veces exageraba las posibilidades de la revuelta); también estaba activo el Diario de avisos. La tropa que se había separado de Ametller, el BI-I/8 de Zamora, se dirigió al Castillo de Montjuich. El gobernador del castillo no permitió que estos entraran en el castillo y al anochecer se dirigió a Grácia, pasando después a la Ciudadela. Aquel día se embarcaron súbditos franceses por intercesión del cónsul francés, que les proporcionó los buques. Por órdenes de la junta se abrió la mesa de comunes depósitos, extrayéndose 26.819 reales de bellón.

Combate de San Andrés
La noche del 11 al 12 de septiembre, en medio de una fuerte tormenta, salió de Barcelona una columna de entre 2.000 y 2.500 hombres, entre francos, milicia y unos 200 de tropa, con Ametller a su frente. Atravesando entre Gracia y el Clot, donde la tropa se replegaba de noche, pasaron inadvertidos rodeando San Andrés del Palomar, pueblo a una hora de Barcelona. Allí había restos de oficiales y soldados sobrantes de la Ciudadela que, trasladados allí, no habían establecido guardias. Sorprendidos, muchos fueron capturados: unos 80 oficiales y otros tantos soldados fueron sorprendidos y desarmados. Obligados los primeros por su palabra de honor, fueron conminados a ir hasta Mataró, ciudad que se había alzado del lado de Barcelona. En esta maniobra fue fusilado el capitán Juan Cadena, por tener actitud contraria al pronunciamiento, y otro fue muerto por querer robar algunos caudales cuando las tropas de Ametller las cargaban para llevarlos a Mataró. Después de tres días en San Andrés, Ametller partió hacia Mataró, dejando a Martell con un destacamento de unos mil hombres en San Andrés. A su paso iba pronunciando los pueblos por donde pasaba. Entre el 11 y el 23 solo hubo 5 bajas entre muertos y heridos en Barcelona.
El capitán general Miguel de Araoz relevó al capitán general el 16 de septiembre, y afirmó que disponía de fuerzas suficientes para ahogar la rebelión. El día 18 se decidió tomar la ofensiva. Al día siguiente, una columna de 3.000 hombres dirigida por Juan Prim se dirigió a atacar a las fuerzas de San Andrés. En cuanto Ametller conoció los movimientos de Prim, cruzó el río Besós improvisando un puente con carros. A las fuerzas de Almendro, que había llegado a Mataró, se le habían unido 800 hombres comandados por Francisco Ballera procedentes de la provincia de Gerona. Del lado sur del Besós se estableció un combate entre las fuerzas de Victoriano Ametller y de Prim, pero falto de caballería y artillería el primero e impedido por un terreno embarrado y el ataque de artillería de Prim, tuvo que volver a cruzar el Besós. Las fuerzas de Prim también trataron de atacar a San Andrés, siendo rechazadas, con 80 bajas entre muertos y heridos y 21 prisioneros entre las tropas del gobierno de Madrid y 20 bajas entre las filas de los pronunciados.
El brigadier Juan Prim volvió a atacar a San Andrés el día 22, que tras un asalto de tres horas expulsó a los 1.500 hombres mandados por Martillo, haciendo 200 prisioneros, habiendo dejado 6 muertos (entre ellos el comandante de Guías Juan Siscle). En esta acción Ametller no intervino directamente, sino que auxilió a la huida de las tropas sublevadas de San Andrés. Asimismo, desde Barcelona una salida de 400 hombres propició una maniobra de distracción para auxiliar a los combates de San Andrés. Sin embargo, fueron contrarrestados por el bombardeo y tiroteo desde la Ciudadela y por un batallón del RI de la Constitución que salió de esta.
Después de esta acción se dirigieron tres columnas: una hacia Gerona al cargo de Ametller con 1.000 hombres, otra de 700 hombres mandada por Martell se dirigía hacia el Campo de Tarragona y otra al cargo de Riera que intentó progresar hacia Barcelona por San Cugat del Vallés. Esta columna fue rechazada por un destacamento avanzado de las tropas fieles estacadas en Grácia. Al cargo de José Maria Montañá y Romá, secretario de la Junta, había salido una columna de unos 150 hombres que se dirigieron a Martorell a propagar el movimiento, regresando el día 18.
El 21 de septiembre, habiéndose organizado el somatén con vecinos de Martorell y de los pueblos de alrededor, una fuerza dirigida por Antonio Baixeras, que mandaba unos 70 hombres, les obligó a huir, capturando el mismo Martorell y una cincuentena de hombres. En cuanto a la columna de Martell, quedó desamparada de la ayuda de la ciudad de Reus, que, estando en poder de los pronunciados, había caído en un golpe de mano llevado a cabo por el comandante general de la provincia de Tarragona, Cristóbal Linares, con dos batallones y seis piezas de artillería. Martell, carente de fuerzas de apoyo, su columna sufrió la deserción de 50 hombres que huyeron a Tarragona y, en último término, se entregó toda la columna, huyendo Martell con ocho de los cabecillas.
El 24 de septiembre, llegaron, además del pronunciamiento de Zaragoza, los de Huesca, Barbastro, tres provincias de Galicia y Cádiz y Granada. Ese día también se hizo público que Ametller se dirigía desde la provincia de Gerona con fuerzas del Ampurdán con artillería y dos columnas, una dirigida por Francisco Fort y la otra por Martell. También se produjo el desalojo de Sabadell de los centralistas por parte de las tropas encabezadas por Prim, siendo capturado Francisco Riera, que había entrado en Barcelona el 1 de septiembre. Los centralistas también fueron desalojados de San Baudilio de Llobregat. Por orden del gobierno fue relevado Araoz y sustituido por el teniente general Laureano Sanz, quien recibió el mando el día 25, dirigiendo un discurso a los catalanes manifestando sus deseos de paz y reconciliación, que la Constitución de 1837 sería observada con toda exactitud.
El 26 de septiembre, las fuerzas de Prim tomaron Mataró, donde Ametller, en su huida hacia Gerona, había dejado un destacamento de un batallón de la milicia de Barcelona. El tiroteo se prolongó desde la madrugada hasta las 6 de la tarde, cuando se rindió el último reducto atrincherado en un convento de monjas, donde estaba el gobernador Ramón Herbella con más de 200 hombres. En total se hicieron unos 500 prisioneros y más de 150 muertos. Por esta acción Prim fue galardonado con la Gran Cruz de San Fernando.
El día 26, la junta excarceló a los presidiarios con delitos de portar armas ilegales y deserción con la promesa de redimir sus penas si se incluían en la Compañía de Salvaguardias de la libertad a cargo del capitán Ildefonso Vargas, que llegó a los 150 hombres armados y uniformados. En esa fecha la Junta comenzó a repartir sopa y pan a los pobres.
La noche del 27 al 28 de septiembre, huyeron de la ciudad Francisco Torres y Riera, gobernador de las Aterazanas; su hermano José, presidente de la junta de armamento y defensa y comandante del BI-VII de Milicia Nacional, y Juan Nogués, secretario privado de la Junta Suprema. El día 29 la Junta Suprema ordenó la adscripción a la Milicia Nacional a todos los solteros y viudos sin hijos entre 17 y 40 años. Del 23 al 30 de septiembre se produjeron 4 muertos y seis heridos y el tiroteo había continuado.
Bloqueo de Barcelona y represión de los pronunciamientos
El 1 de octubre el general Sanz publicó un bando prohibiendo la entrada de personas en el interior de la ciudad, bajo pena de muerte a aquel que se encontrara en la línea intentando entrar víveres. Esto provocó un encarecimiento de los alimentos perecederos. El amanecer del 4 de octubre, entró el somatén en Olot desalojando a los centralistas que se habían pronunciado en esa ciudad el 9 de septiembre anterior, sometiéndose al gobierno provisional de Madrid. Penetraron las tropas en Almería, que se había adherido al pronunciamiento el anterior 29 de septiembre. En Granada fracasó también ese día el intento de pronunciamiento que fue sofocado por las tropas gubernamentales. Gerona comenzó a ser atacada por la columna de Prim. Empezaron a escasear en Barcelona la mayoría de los productos de consumo: carne, arroz, leña, legumbres, sal, etc.
El día 6 de octubre los pronunciados proyectaron asaltar la Ciudadela. El plan involucraba una fuerza de asalto formada por unos 400 hombres de la compañía de presidiarios, la compañía de Milicia Nacional voluntaria y la otra del pueblo de San Martín de Provensals, dejándose una fuerza de 1.000 hombres en reserva en la plana de Palau para apoyar el ataque. Prevenida la tropa durante toda la noche, este asalto se intentó a las cuatro de la madrugada del 7 de octubre, avanzando sin ningún problema hasta los fosos, colocando escaleras y asaltando uno de sus baluartes. Al llegar arriba el primer hombre, empezaron a disparar desde las troneras de la Ciudadela. El batallón de América y las baterías del Príncipe y de Don Fernando causaron la desbandada del intento de asalto, dejando más de un centenar de muertos asaltantes, entre ellos al vicepresidente de la junta José María Bosch, y apenas dos soldados y un oficial heridos en la guarnición del fuerte. El mismo día 7 también resultó herido mortalmente José Lugar, gobernador del baluarte de Mediodía, contra el que había disparado fuertemente la Ciudadela. El baluarte de Migdia quedó derruido y las balas disparadas desde la Ciudadela impactaban contra los edificios de primera línea, entre ellos el edificio de la Lonja.

El 8 de octubre a las nueve de la noche, después de un día sin disparos de artillería, la Ciudadela empezó a disparar balas y granadas contra las barricadas delante de ella y la plaza de San Jaime; por su parte, desde el Castillo de Montjuich se dispararon dos granadas en la plaza de San Jaime con una separación de un cuarto de hora entre ellas. De 11 a 12 cesó el fuego de artillería de la Ciudadela y desde esa hora hasta el amanecer realizaron algunos disparos esporádicos. El coronel Francisco Palmés de las Escuadras de Cataluña desarmó a la Milicia Nacional de Hospitalet de Llobregat, llevando las armas a la Ciudadela.
El 9 de octubre, se recibieron las noticias de Almendro y Bellera, diciendo que Prim había intentado tomar el castillo de San Ferran con dos batallones, una batería de montaña y sesenta caballos, pero que la guarnición formada por 800 nacionales (paisanos) no había querido rendirse. Prim se retiró hacia Gerona, que gozaba de una guarnición de 2.500 a 2.800 hombres y debía ser protegida por columnas estacionadas cerca de Torroella (1.400 hombres) y otros puntos (200 hombres). Por la tarde Montjuich hizo algunos disparos y a las diez de la noche la Ciudadela volvió a disparar balas y granadas.
El día 10, aniversario de la reina Isabel II de España, hicieron los fuertes salvas de honor, aprovechándolas, sin embargo, para hacerlo la mayoría con balas. En respuesta a esto, la junta también hizo una salva de honor desde las baterías de la ciudad también cargadas. Ese día llegó la noticia del pronunciamiento de Almería, lo que fue celebrado con repiques de campanas. Sin embargo, ya hacía cinco días que esa revuelta había sido sofocada.
El 11 de octubre, los guardias con algunos nacionales hicieron una salida seguida de una escaramuza cerca de la calle Creu Coberta, con dos bajas y varias deserciones entre los centralistas. La Ciudadela y Montjuich apenas disparan doce o quince disparos en ese día.
El día 12, se produjo un intercambio de disparos entre la guarnición de la muralla contra una partida de francos que defendían el bloqueo en la falda de Montjuich. Para apoyarlos, hizo fuego con dos o tres disparos la batería instalada en la puerta de San Antonio, a lo que respondió Montjuich contra la batería que se generalizó en el resto de la ciudad. Cayeron unos 400 proyectiles sobre la ciudad, entre ellos una granada que explotó en el hospital militar de Junqueras.
Se ocuparon y expropiaron por parte de la Junta Suprema un almacén propiedad de José Lines, con varios quintales de lingotes de cobre que fueron usados para acuñar moneda pequeña que ascendió a un valor de 20.000 reales en piezas de tres y seis cuartos.
El 13 de octubre, fue depuesta y desarmada la Milicia Nacional de San Andrés. La noche de ese día hubo una escaramuza iniciada por una salida de centralistas frente a la Ciudadela en los jardines de la Esplanada. En respuesta a esta aproximación, se realizó una salida de soldados de la Ciudadela para repeler esta avanzada. Ambos bandos recibieron el apoyo de sus baterías de artillería. Todo ello se contagió en todas partes, especialmente a los sectores de la Puerta de San Antonio y la Ciudadela, terminando el alboroto a las ocho de la mañana del día siguiente. El día 14, debido a la escasez de pólvora, la Junta ordenó que no se efectuaran disparos excepto en caso de ataque.

En la madrugada del domingo 15 de octubre, José Buxó, capitán de los nacionales, hizo una salida hacia una avanzada de la línea de bloqueo con 30 hombres y capturaron algunas mochilas y útiles militares cerca del puente de Les Bigues. A las dos y media el fuerte Pius disparó tres balas contra el baluarte de San Pedro, a las tres la Ciudadela realizó un disparo de bala y sobre las siete una veintena de disparos contra el baluarte de Migdia y la batería de San Sebastián.
El 18 de octubre, se disparan 91 balas y 43 granadas desde Montjuich, 4 granadas y 5 balas desde la Ciudadela, una granada desde el fuerte Pius, hechos que se prolongaron entre las nueve y media de la mañana a lo largo de todo el día. La Junta Suprema se apropió de la caja del Colegio de Medicina y Cirugía con un contenido de 250.000 reales de bellón; al día siguiente hizo lo mismo con la del Colegio de Farmacéuticos, apoderándose de unos 130.000 reales.
El día 20 llovió e hizo frío; la Ciudadela disparó 372 balas y 14 granadas contra Barcelona, Montjuich solo disparó 4 balas y 3 granadas y el fuerte Pius tres balas y dos granadas.
En la madrugada del día 22, hubo una salida de Barcelona para hostigar a los somatenes de Berga y Sarriá instalados al pie de Montjuich. Intervinieron los Salvaguardias y una nueva compañía llamada de los “Vigilantes del Llano”, formada de nuevo bajo el mando de Gregorio de Alba. La salida no fue demasiado fructífera, ya que la pólvora fabricada en Barcelona era de mala calidad. Murieron 3 salvaguardias y cinco desertaron al bando gubernamental.
Entre los días 22 y 24, hubo un fuerte bombardeo de artillería sobre Barcelona desde todas las posiciones artilleras gubernamentales: Montjuich, la Ciudadela, el fuerte Pius y el fuerte San Carlos. Se lanzaron 1.351 proyectiles el primer día, 644 el segundo y 2.830 el tercero, provocando una matanza considerable, ya que entre los proyectiles se contaron unos 829 proyectiles huecos (granadas y bombas) solo el martes 24. Muchos de los comercios estaban cerrados. Ese día la Junta Suprema ordenó que se abrieran en todo momento las puertas de los comercios. Durante el mes de octubre hubo una treintena de muertos y más de un centenar de heridos, solamente entre el personal armado de Barcelona.
Rendición de Barcelona
A principios de noviembre se calculaba que la población de Barcelona era de unos 50.000 habitantes, una cuarta parte de su población normal. Además, en los diversos hospitales, presidios y casas de caridad había prácticamente 3.600 personas, y cada día 17.000 personas recibían la sopa de los pobres.
El 8 de noviembre, las Cortes Españolas declararon mayor de edad a la reina Isabel II por 193 votos a favor y 16 en contra. El día 9 de noviembre, Montjuich disparó 32 balas y 39 granadas, la Ciudadela 50 balas y 24 granadas y el fuerte de San Carlos 11 balas y 8 granadas. Aquel día en Gerona se decidió enviar a comisionados José Soler y Matas y José Oriol Ronquillo, que al día siguiente se reunieron con Prim en Grácia. Durante estos días se llevaron a cabo diversas reuniones para pactar las condiciones de la rendición. A pesar de las negociaciones, Montjuich lanzó 15 granadas y 10 balas contra las Atarazanas el día 15, y 6 balas y 8 granadas el día 16.
El día 17 de noviembre, la junta resolvió enviar a 5 comisionados a la Ciudadela a negociar la capitulación de la ciudad: estos fueron Caralt, Prats, Parreño, Montoto y Balzo. Estos al día siguiente pasaron a la Ciudadela por la mañana, saliendo a las tres de la tarde, dejando acordado un convenio de paz. El día 19, harto de reuniones infructuosas con los sublevados, el capitán general comunicó un ultimátum para las 12 de la noche de ese día, por el que, si no confirmaban el convenio, no aceptaría ningún otro acuerdo que la rendición incondicional y que por la mañana reiniciaría los ataques en Barcelona.
A las diez de la noche salieron los comisionados hacia la Ciudadela confirmando la capitulación. A las doce del mediodía entró un regimiento en la ciudad, relevando todos los puntos de la plaza. A la una entró el general con unos 6.000 hombres, que hizo un discurso en la Rambla que exhortó a la unión. Las pérdidas por parte de los pronunciados en noviembre fueron 5 muertos y 20 heridos. El número total de proyectiles arrojados sobre Barcelona fue de 12.000. Por orden del capitán general se entregaron pasaportes hacia Portvendres para los miembros de la Junta Suprema que se embarcan a las once de la noche del día 20 al vapor de guerra francés Papin.
En los meses siguientes fue tomando una a una las ciudades sublevadas: Gerona; Figueras, que no capituló hasta principios de 1844, y la ciudad de Reus.
Gobierno de Narváez (1844-46)
El general Ramón María Narváez y Campos el 27 de junio de 1843 desembarcó en Valencia, para ponerse al frente de una revolución en la que también estaban implicados militares de relieve como Francisco Serrano y Juan Prim y que contaba con el respaldo del progresista disidente Salustiano Olózaga. El 23 de julio de ese año derrotaría a las tropas esparteristas de Seoane en la batalla Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid, que precipitaría la caída del régimen de Espartero. Por esta victoria sería ascendido a teniente general. El 6 de noviembre de 1843, fue víctima de un atentado en la calle Desengaño de Madrid, al que logró sobrevivir. Falleció, sin embargo, su ayudante, José Basetti.
La reputación alcanzada por su papel director en el movimiento revolucionario de 1843 promocionó a Narváez como nuevo hombre fuerte del Partido Moderado. Así, en 1844, cuando Isabel II, que ya había sido declarada mayor de edad, decidió entregar la función de gobierno a los moderados, Narváez fue designado por primera vez presidente del gobierno. Este primer gabinete tuvo como tarea principal la reforma de la Constitución, una labor en la que a Narváez le tocó ejercer de árbitro entre el marqués de Viluma, ministro de Estado, partidario de una carta otorgada, y los ministros de Gobernación y Hacienda, el marqués de Pidal y Alejandro Mon, respectivamente, partidarios de reformar a través de las Cortes la Constitución de 1837. Finalmente, se inclinó del lado de estos últimos, convirtiéndose en uno de los impulsores de la Constitución de 1845. El 18 de noviembre de 1845, Isabel II premia su lealtad concediéndole el Ducado de Valencia con Grandeza de España.
Aparte de la reforma constitucional, el Primer Gobierno de Narváez se sumió en una ingente labor legislativa, entre cuyas principales medidas se encuentran:
- Reforma fiscal, llevada a cabo por Alejandro Mon, que unió la constelación de impuestos heredada del Antiguo Régimen en solo cuatro.
- Guardia Civil: Creada por Francisco Javier Girón, duque de Ahumada, en 1844.
- Instrucción Pública: Reorganización dirigida por Pedro José Pidal y por la cual el Estado asume las competencias de la instrucción pública como propias.
- Desamortización: Cese de la venta de bienes del clero y devolución de los bienes enajenados a la Iglesia que no hubiesen sido aún vendidos, lo que favoreció un desbloqueo de las relaciones con la Santa Sede.
- Centralización administrativa: Ley de 8 de enero de 1845.
- Delitos de imprenta: Decreto del 6 de julio de 1845, por el cual se ponía fin a la competencia exclusiva de los juicios por jurados.
- Sufragio censitario: Ley electoral de 1846.
- Reforma militar de 1844 que se enfocó en consolidar el poder central y fortalecer el ejército real, eliminando la Milicia Nacional, una institución de tradición progresista. Se buscaba reducir el riesgo de pronunciamientos militares. Se reorganizó en regimientos: 35 de infantería de línea, 20 de caballería y 51 de reserva.

Levantamiento del general Martín Zurbano en 1845
En 1844 una sublevación esparterista se fraguó en diversos puntos de la Península. Varios oficiales prometen unirse a la rebelión de la que el general Martín Zurbano era la principal cabeza. De este modo, Zurbano, unido a unos pocos incondicionales, entre los que están su fiel Cayo Muro y sus dos hijos, inició la rebelión dando el grito de sublevación tras ocupar Hormilla. Mientras iban pasando las horas, los sublevados acabaron por apercibirse de que las diferentes promesas de rebelión no tenían lugar, en especial la fallida llegada de los que esperaba que se sublevarían en Santo Domingo de la Calzada. Se refugió en los montes de Cameros, pasando antes por Nájera, realizando allí el fusilamiento del alguacil, último que ordenaría realizar durante su áspera carrera militar. Su último refugio fue en Ortigosa de Cameros, siendo allí apresado; en ello difieren las fuentes: en la casa de un amigo, en un corral alejado del pueblo o en una pequeña cueva que se encuentra entre este lugar y El Rasillo de Cameros.
Trasladado a Logroño, fue juzgado sumariamente y condenado a morir fusilado. La ejecución se realizó el día 21 de enero de 1845 junto a sus dos hijos, Benito y Feliciano, en un muro del antiguo Monasterio de Valbuena, situado cercano a la ciudad. Sus restos se encuentran enterrados en el cementerio de Logroño.
Caída de Narváez
La caída de Narváez el 11 de febrero de 1846 se debió, fundamentalmente, a las desavenencias surgidas dentro del gobierno por la cuestión de la boda de la reina. Fue sustituido por el marqués de Miraflores. El 16 de marzo la reina volvió a llamar a Narváez, que formó un gobierno en el que, además de la presidencia, se reservó para sí los ministerios de Estado y Guerra. Una serie de medidas autoritarias y las diferencias con la Corona en asuntos como la boda de Isabel II y la posible intervención de España en México privaron al Ejecutivo de apoyos y, solo 19 días después, Narváez presentaba su dimisión, siendo sustituido por Istúriz el 5 de abril. Para evitar su presencia cerca de la Corte, el nuevo Gobierno le designó embajador en Nápoles, cargo que rechazó, y posteriormente en París.
Retorno al poder de Narváez (1847-51)
Narváez volvió a ocupar la presidencia del Consejo de Ministros desde el 4 de octubre de 1847 hasta enero de 1851, siendo solo interrumpido por el “gobierno relámpago” del conde de Clonard (19 de octubre de 1849).
Durante este mandato, destacó el papel activo de Narváez para sofocar con eficacia y prontitud los motines callejeros y pronunciamientos militares, como reflejo extremista español a los acontecimientos europeos de la Revolución de 1848, que se dieron a lo largo de ese año, en algún caso, alentados por el infante don Enrique, marqués de Albaida. En marzo estallaron las revoluciones de Madrid el día 26 y en Barcelona y Valencia el 28 y 29. En Sevilla se produjo el 13 de mayo y de nuevo en Barcelona el 30 de septiembre.
Su éxito en mantener a España ajena a los movimientos revolucionarios que sacudían Europa le valió un enorme prestigio a nivel internacional, donde sería reconocido como “uno de los más fuertes adalides del orden público y de la tranquilidad general”, según consideraciones del Gobierno francés. No obstante, fue durante este periodo, en el que se tomaron importantes medidas autoritarias para contener la revolución, cuando se fue extendiendo en la política española la crítica a las actitudes dictatoriales de Narváez.
A lo largo de este Gobierno, Narváez tuvo que lidiar también con los problemas derivados de la situación de la Corona, donde las infidelidades de Isabel II alentaban los intentos desestabilizadores del rey consorte, Francisco de Asís. Los principales logros de este segundo gobierno fueron la neutralización de los movimientos revolucionarios de 1848, el asiento de las bases para la posterior firma del Concordato con la Santa Sede y la promulgación del nuevo Código Penal (22 de septiembre de 1848).
También fue durante este mandato cuando se decidió la toma de las islas Chafarinas, con el fin de desterrar a los piratas que las tomaban como base para hostilizar las plazas españolas en el Norte de África. Y en clave interna, tuvo que hacer frente a un rebrote del movimiento carlista en tierras catalanas, en la conocida como Segunda Guerra Carlista o Guerra de los Matiners.
El 14 de enero de 1851 presentó su dimisión, siendo sustituido en la presidencia por Juan Bravo Murillo.