Guerras Carlistas Situación en España entre la Segunda y Tercera Guerras Carlistas Alzamiento carlista de 1869

Carlos VII pretendiente a la corona de España

Al morir en 1861 su tío Carlos Luis de Borbón y Braganza, conde de Montemolín, su padre reconoció a Isabel II como reina de España. Pero su abuela, María Teresa de Braganza, conocida como la princesa de Beira, protestó por este acto y publicó en 1864 su célebre Carta a los españoles, en la cual proclamaba a su nieto, Carlos de Borbón y Austria-Este, llamado por sus partidarios Carlos VII, como legítimo heredero de los derechos de Carlos Luis. Únicamente su madre se negaba a patrocinar semejante idea, pero cedió finalmente ante los decididos propósitos de don Carlos,​ quien empezó a recibir la visita de los personajes carlistas más significados (Marichalar, Algarra, Tristany, Mergeliza, etc.), publicándose poco después un manifiesto suyo en el periódico La Esperanza. En una conferencia con el periodista Vicente de la Hoz, se estudiaron los medios de reorganizar el partido carlista.

En 1866 escribió a su padre declarándose jefe de los carlistas y en 1868 presidió en Londres un Consejo con las principales figuras del carlismo para relanzar el movimiento, aprovechando la crisis del régimen isabelino. En dicha junta se trazó un plan político y administrativo, se fijó la línea de conducta a seguir, se preparó el manifiesto que el siguiente año dirigiría a los españoles y tomó el título de duque de Madrid.

En diciembre de 1867, Prim y Sagasta, en nombre de los liberales progresistas (que poco después destronarían a Isabel II), se reunieron con Ramón Cabrera en Wentworth. Estaban dispuestos a reconocer a Carlos VII como rey de España, a condición de que fuese un monarca constitucional y que su legitimidad fuese ratificada por el sufragio universal. Don Carlos, a través de Cabrera, su representante, rechazó el ofrecimiento, pues no estaba dispuesto a ser rey a cualquier precio y a renunciar a las ideas tradicionales de su familia.

Algunos meses antes, el mismo don Carlos había rechazado también en su residencia de Graz una proposición del sacerdote Miguel Sánchez Pinillos, enviado del presidente del gobierno Luis González Bravo, la cual consistía en que jurase lealtad a Isabel II y que, después de su caída, que se preveía inminente, el partido moderado lo apoyaría para que ocupase su lugar. Indignado ante la posibilidad de reconocer a Isabel como su reina (lo que no estaba dispuesto a hacer) para luego traicionarla, dijo al padre Sánchez que si seguía haciéndole ofertas tan miserables e indignas de un sacerdote, se vería en el caso de llamar a los criados para hacerlo “rodar por las escaleras” a patadas.

Tras la revolución de septiembre, se dirigió a París, donde el 3 de octubre de 1868 su padre abdicó en su favor, aunque la mayoría de los carlistas ya lo tenían como su rey desde 1864, cuando la princesa de Beira así lo proclamó, como el rey legítimo, en la citada Carta a los españoles. Inmediatamente, don Carlos dirigió cartas al Papa Pío IX y a todos los soberanos de Europa, y empezó los trabajos de reorganización de su partido.

Disfrazado, don Carlos se adentró en España a través de los Pirineos, acompañado de Rafael Tristany, el marqués de Vallecerrato y el marqués de Benavent.​ Hospedándose el 11 de junio de 1869 en la rectoría de Montalbá, pueblo en el que oyeron misa. Poco después, el pretendiente entraba, por primera vez en su vida, en territorio español. Llevaba puesto un gorro catalán, que arrojó con gran alborozo al aire al grito de ¡Viva España! Comieron y brindaron en el campo y sobre una roca que servía de mesa; se levantó acta de aquel suceso, e hizo nombramientos de comandante para su hermano Alfonso, que servía en Roma, de ayudantes de campo y de órdenes para Tristany, Vallecerrato y Benavent, y de mariscal de campo para Plandoli. Por la noche regresó a París.

Organización del partido carlista

Bajo la dirección del general Díaz de Cevallos comenzaron los trabajos de reorganización del partido carlista. Fue designado el general Mergeliza de Vera para que pasara a Madrid, a fin de iniciarlos, siendo mandado el general López Caracuel a Andalucía con el mismo objeto, encargándose del mismo fin en Aragón Luis Vives, comisario regio de Aragón, y a Navarra fue el coronel Iparraguirre. La tarea no era fácil, pues si era verdad que con la revolución entraban en el partido nuevos elementos, no todos llevaban la misma alteza de miras, ya que los había que solo buscaban cobijarse bajo la bandera carlista para que les amparara, y no para servirla, y pocos se prestaban a trabajos de conspiración. Hay que añadir a esto que el Gobierno de Madrid comenzó a estar alerta y se iniciaron persecuciones que terminaron con el exilio. En consecuencia de ello, muchas provincias quedaron desamparadas de sus jefes más prestigiosos y sustituidos por subalternos que, ascendidos precipitadamente, no tenían la misma fuerza moral que los anteriores.

También había dificultades en las finanzas. En este punto, los apuros de los carlistas eran casi insuperables. No es de extrañar que un partido que había hecho dos guerras civiles en 35 años, innumerables conspiraciones y algunos alzamientos, tuviera escasez de recursos, porque muchos se habían arruinado al servicio de la causa. Por su parte, los franceses poco podían ayudar, hasta el extremo de que el presidente del Comité legitimista de Francia, duque de la Ferté, manifestara que sus correligionarios, a los que había reunido, no podían prestar los auxilios necesarios. Se proyectaron diversos recursos para conseguir el dinero, y fue un rasgo de la reina Margarita, que permitió un alivio, al disponer que se vendieran los diamantes de su joyero para ponerlo al servicio de la Causa. Al conocer esta decisión de la Reina, unos cuantos legitimistas ofrecieron la cantidad de 100.000 francos, con la garantía de dichas joyas que fueron depositadas.

Por otra parte, Francisco V, duque de Módena, que consideraba que no podía soportar solo los dispendios de la restauración legítima, en España, entregaba como regalo a don Carlos 200.000 francos para los gastos. El conde de Pozzo di Borgo entregaba por su parte 50.000, y otros legitimistas conseguían reunir una suma de unos 100.000 francos.

Mientras tanto, seguían llegando a París nuevos adheridos a la causa carlista, debiéndose citar al brigadier Vicente Díaz de Cevallos, acompañado de sus dos hijos, que eran capitanes graduados del ejército nacional. Díaz de Cevallos fue incorporado a su Consejo Privado. También le acompañaba el coronel Antonio Dorregaray, que tanto iba a señalarse en la guerra que seguiría; asimismo se presentaron a don Carlos, en París, muchos jefes y oficiales, entre ellos los coroneles Antonio Alcalá del Olmo y Ramón Ibarrola.

Díaz de Cevallos era opuesto por principio a conceder gracias y honores antes de tornar las armas, pero la penuria de mando que tenían los carlistas, ya que el EMG (Estado Mayor General) del Ejército se componía de dos tenientes generales, seis mariscales de campo, de los cuales tres de ellos pasaban de 75 años, y unos 20 brigadieres, obligaba a suplir tal escasez. Y así, aprovechando la festividad de San Carlos, el día 4 de noviembre de 1868 se dictó un real decreto por el que se concedían dos empleos desde la clase de sargentos hasta la de coronel inclusive, a todos aquellos que, habiéndose mantenido fieles a su juramento de fidelidad, no hubiesen obtenido gracia alguna desde 1840; un empleo a todos los de las mismas clases que tampoco hubiesen obtenido otro desde aquella época por gracia o por acción de guerra; otro para las mismas clases a todos aquellos que, habiendo abandonado sus posesiones en España, se habían presentado en Francia, o los que adhiriéndose en España prestasen algún servicio. Desde la clase de coronel inclusive, se reservaba el Rey las recompensas a las que se hicieran acreedores.

En consecuencia, se corrió la escala del EMG, ascendiendo un capitán general, cinco tenientes generales, 14 mariscales de campo y unos 20 brigadieres. Al conocerse el real decreto, hubo una lluvia de solicitudes y reclamaciones, presentándose muchos sin comprobante, por decir que los habían perdido, y otros los presentaron falsos, por lo que se decidió, a propuesta de Díaz de Cevallos, una Junta de clasificación que presidió el general Elio, y en la que algunas veces consiguieron los intrigantes engañar la buena fe de sus componentes.

Para utilizar la presentación de bastantes hijos de familias aristocráticas que empezaron a prestar servicio sin tener medios para recompensarlos y no querían seguir la carrera militar, se creó entonces una escolta de don Carlos, asimilada con los guardias de Corps, lo que les concedía, después de la campaña, el derecho para ingresar en la carrera consular u otras.

Asimismo, el 4 de noviembre concedió don Carlos algunos títulos de Castilla, Grandes Cruces y Bandas de María, Luisa, en recompensa a servicios prestados.

Algunos desaprensivos que consiguieron revalidar, al amparo del R. D. de 4 de noviembre, empleos o grados que en realidad no poseyeron nunca, pero esto no justifica los ataques que dirige a don Carlos por su real decisión el antiguo tránsfuga de 1860 José Indalecio Caso, convertido entonces en el portapluma de Cabrera, quien, como siempre, procuraba en lo político no dar la cara, hasta que sus manejos fueron tan evidentes que don Carlos lo puso en conocimiento de todos los afiliados al partido. Caso llega a escribir que, como todos los barberos querían ser coroneles, no recordando quizás que Cabrera había sido un simple seminarista, y que si tenía entonces una gran fortuna, era por su casamiento con una dama inglesa de distinta religión que él.

Claro está que don Carlos se había percatado de cómo se había desviado del carlismo el conde de Morella. En realidad, don Carlos había perdido absolutamente la fe en Cabrera, pero se daba el hecho, poco comprensible, de que los recién llegados al partido, una gran masa de veteranos y de hijos de estos que todavía sentían la grandeza de la epopeya de la Guerra de los Siete Años.

Encuentro de Carlos VII con Isabel II

En diciembre llegó a París doña Isabel de Borbón. Habiendo manifestado su deseo de conocer y hablar con Carlos VII, se prestó el conde de Galve, que había pertenecido al Cuerpo diplomático en tiempos de la monarquía constitucional y que estaba adherido al partido carlista, formando parte del Consejo Privado de don Carlos, a hablar con el duque de Madrid. Don Carlos no opuso dificultad, acordándose que se encontrarían, como si fuera por azar, en la Avenue de la Grande Armée, que conduce al Bosque de Bolonia, en la capital francesa. Allí se encontraron los dos matrimonios. Doña Isabel acompañada de Francisco de Asís y don Carlos por doña Margarita. Formaron dos parejas, don Carlos del brazo de Isabel y don Francisco de Asís del de doña Margarita. Fue doña Isabel la que propuso un acuerdo, basándose en que don Carlos la reconociera por reina. Y que aconsejara al mismo tiempo a los carlistas que fusionaran con los isabelinos, y ella reconocería a don Carlos y su hermano don Alfonso como infantes de España y capitanes generales del Ejército. Don Carlos no aceptó.

Después de esta negativa, al separarse, afectuosamente, acordaron una segunda entrevista, que tuvo efecto pocos días después en el Bosque de Bolonia. En esta segunda conversación, insistió en sus proposiciones doña Isabel, y en vista de la repugnancia de don Carlos de aceptarlas, indicó que se podría hacer de otra forma, que era el que don Carlos reconociera como rey al hijo de doña Isabel, don Alfonso, oponiendo don Carlos los mismos reparos. Doña Isabel pidió entonces que fuese don Carlos el que propusiera una idea. El duque de Madrid le contestó invirtiendo los términos: que fuese él reconocido como rey, y que mandara a sus partidarios que le reconocieran como a tal, y que le entregara su hijo Alfonso para que lo educara como si fuera suyo, comprometiéndose a que al alcanzar la mayor edad lo dejaría en libertad de escoger en seguir con él o de hacerle la guerra si quisiera. Doña Isabel le contestó que si no tuviera hijos, voluntariamente le cedería aunque fuesen diez coronas, pero que su hijo era menor; su hija doña Isabel no se conformaría, tampoco el duque de Montpensier y menos su madre doña María Cristina. En estos términos, la conversación política era inútil y, por lo tanto, prosiguieron hablando de cosas familiares y personales.

No por esto cedió todavía doña Isabel. Al día siguiente mandó a Manuel Beltrán de Lis, que había sido su ministro y la acompañaba en el destierro, a que tuviera una conversación con don Carlos, proponiéndole un arreglo que permitiera la fusión dinástica de una manera decorosa entre ambas familias, insinuando que podría ser reconociendo a don Carlos como rey, y que este, a su vez, reconociera a don Alfonso, el hijo de doña Isabel, como inmediato sucesor suyo, casándolo con la hija de don Carlos, la infanta doña Blanca. Aunque la diferencia de edad era notable, pues don Alfonso tenía ya 11 años y doña Blanca solo unos meses.

Don Carlos decidió que conversara con Beltrán de Lis, y en su nombre, el eminente juriscónsulto Aparisi y Guijarro, quedando pronto convencidos ambos de que no había nada que hacer en ese orden, pues era imposible llegar a un acuerdo.

Actividades carlistas

El trabajo que pesaba sobre el general Díaz de Cevallos obligó a una distribución de los consejeros del rey en varias comisiones. Una estaba encargada de la parte política y civil, bajo la dirección de Bienvenido Comín; otra era referente a la prensa y estaba compuesta del general Algarra, el marqués de Valdegamas, el conde de Pinar, Valentín Gómez y el conde de Caltavuturo. La de Hacienda estaba confiada en Díaz de Labandero; estaba formada por el conde de Orgaz, el conde de Fuentes y Gabino Tejado. La comisión militar era la que llevaba propiamente Díaz de Cevallos, encargándose particularmente de Navarra y las Vascongadas el general Elio, y formando una comisión de armamentos y municiones los señores Alcalá del Olmo y Urquiola.

Entre los carlistas había gran agitación, como se demuestra con los incidentes que se producían en la Península. En Cañada (Ciudad Real) hubo desórdenes, siendo procesados los vecinos Hilario y Mariano Val por haber dado gritos de ¡Mueran los liberales! En Cañaveras (Cuenca) los sucesos tuvieron mayor importancia, pues hubo un tumulto en la plaza pública, siendo procesados Celedonio Guijarro y otros vecinos, pues en aquellos sucesos se dieron gritos subversivos. También hubo algún desorden en El Hito (Cuenca) porque el vecino Vicente García Parra dio gritos contra los revolucionarios y vivas a Carlos V y a su nieto.

Las elecciones de 1869

Antes de estallar la revolución de septiembre, don Carlos, dirigiéndose a Vildósola, le expuso que su criterio era que el partido carlista, de sobrevenir la revolución, aprovechara la legalidad para tomar parte en las elecciones municipales, provinciales y para diputados. Al amparo del estallido revolucionario, como era de prever, se decretó el sufragio universal en España al convocarse las elecciones municipales y luego para las Constituyentes. El Decreto del Gobierno sobre sufragio universal, a pesar de ser en un periodo de ebullición política, debía favorecer a los carlistas, y por lo tanto, estos acogieron el Decreto de noviembre de 1868 y las aclaraciones de 6 de enero de 1869 con satisfacción, tratando de aprovecharse de las circunstancias. No era que los carlistas creyeran por un momento que las Constituyentes declararan rey a Carlos VII, pero es innegable que se dieron cuenta de la ventaja que les prestaban aquellas circunstancias. Tampoco puede decirse que el carlismo se presentara con todas sus banderas desplegadas, si exceptuamos las candidaturas de Navarra y de Madrid, pero las que se formaron, aunque parecían de unión de católicos, llevaban el signo de carlismo.

Ni católicos ni carlistas tenían organizaciones políticas para aprovechar las elecciones, pero confiaban además en la opinión pública, de la que no debía faltarles su asistencia. Pero como que la lucha en las Cortes no debía establecerse más que alrededor de la cuestión religiosa, es natural que los carlistas se confundieran con los católicos, que, al fin y al cabo, estaban ya incorporándose a la legitimidad.

Circularon por las circunscripciones manifiestos electorales firmados por los candidatos, y también por personalidades que les apoyaban. Algunos de ellos bien merecerían ser recogidos, porque hay definiciones políticas que hoy forman parte del acervo del carlismo.

Por Madrid hubo dos candidaturas, una compuesta por los nombres de Antonio Aparisi y Guijarro, Federico de Salido, Vicente de la Hoz, Francisco Navarro Vildosólada, Antonio Juan de Vildósola, Ángel Morales Herrero y Romualdo Brea; y otra que, además de dichos nombres, incluía el de Silvestre Rongier. Se publicó un manifiesto electoral de carácter carlista, pero esta candidatura se retiró antes de las elecciones, al renunciar algunos de sus componentes, para evitar conflictos.

También en Castilla la Nueva se formó una candidatura: en la provincia de Toledo, que la componían el obispo de Jaén, Antolín Monescillo; Cándido Nocedal, el conde Cedillo, Antonio Aparisi y Guijarro, Francisco José Garvia y León Carbonero y Sol, director de La Cruz. Hubo incidentes en Toledo, degenerando en desórdenes, pues un grupo numeroso de liberales agredió a los asistentes a una reunión electoral de los católicos, por lo que los candidatos se retiraron.

En Cataluña se formó una candidatura para las circunscripciones de Falset, Gandesa y Tortosa, componiendo la misma Antonio Alparisi y Guijarro, Cándido Nocedal y Antonio Juan de Vildósola. En Manresa presentaron la suya el marqués de Palmerola, Eduardo María Vilarrasa, Ramón Vinader, Domingo de Miquel y Bassols, y don Antonio Gali. En Vich se presentó la compuesta por Ramón Vinader, Luis María Llauder, el marqués de Ciutadilla, Francisco de A. Aguilar, conocido sacerdote, y Tomás Isern.

En el Reino de Valencia se formó una candidatura para Castellón compuesta del obispo de Oviedo Benito Sanz y Forés, que estaba asistiendo en sus últimos instantes al general Ortega en 1860, Antonio Aparisi y Guijarro, el conde de Samitier, Francisco Cardona y Vives, Ramón Gaeta y Polo, y Pascual Cucala. Por la circunscripción de Játiva se presentaban Antonio Aparisi y Guijarro, Silvestre Rongier, Pascual Garrigués, Joeé Renart, don Juan Bautista Ferrandis y Pla, el barón de Casa Ferrandis y el conde de Canga Argüelles.

En el Reino de León se luchaba, por Palencia, con Francisco de la Pisa Pajares, el conde de Vigo, Matías Barrio y Mier y Nicolás María Serrano; por León, Antonio Aparisi y Guijarro, José Vicente Lázaro, Vicente Santiago Sánchez de Castro y Pablo Balanzátegui y Altuna; y por Salamanca, el cardenal-arzobispo de Santiago, Miguel García Cuesta, Antonio Aparisi y Guijarro, León Carbonero y Sol, Gaspar Escudero, Juan Lamamiél de Clairac y Nicolás Gallego Sevillano.

Por Castilla la Vieja se hizo candidatura por Soria, siendo los presentados Antonio Aparisi y Guijarro, Manuel González Riaño y Silverio Martínez. También hubo candidaturas en Andalucía, siendo la de Granada compuesta por Antonio Sánchez, Arce Peñuela, Antonio Aiparisi y Guijarro, Ramón Nocedal, Mariano Dorado y José Toledo y Muñoz. Y la de Motril por Ramón Parejas, Joaquín de Riquelme, Ramón Nocedal, Antonio Nieto Pacheco y José Sánchez de Molina.

En las provincias Vascongadas los carlistas se aprestaron a la lucha, formando la candidatura de Álava Francisco Juan de Ayala y Ramón Ortíz de Zárate, que tantas veces la había representado en las Cortes de Isabel II; en Guipúzcoa formaba la candidatura Vicente Manterola, Ignacio Alcibar, Tirso de Olazábal y Manuel Unceta, y en Vizcaya José Miguel de Arrieta Mascarúa, Antonio de Arguinzóniz, Pascual de Isasi Isasmendi y la del eminente Antonio Aparisi y Guijarro, y que fue en el único sitio donde pudo ser elegido.

Navarra estaba dividida en dos circunscripciones: la de Pamplona, donde formaron candidatura Cruz Ochoa de Zabalegui, Joaquín Ochoa de Olza, Nicasio Zabalza y Manuel Echevarría; y el distrito de Estella, compuesto por Mauricio de Bobadilla, Pascual García Falces y Joaquín María Muzquiz.

Estas candidaturas no fueron todas las que se presentaron, pues sueltos lo hicieron; por la provincia de Ciudad Real luchó el obispo de Jaén, Antolín Monescillo; por el distrito de Olot (Cuenca), Joaquín de Cors y Joaquín Olivas; y por Teruel, José María de Soto; por Valladolid, Santiago Lirio; por Oviedo, Domingo Díaz Caneja y Guillermo Estrada, y así otros muchos en el resto de la Península.

Los nombres señeros de estas candidaturas eran los de Aparisi y Guijarro, ya adherido al carlismo desde estallar la revolución, y el de Nocedal, que si bien conservaba una actitud de reserva, no tardó mucho en incorporarse al bando carlista.

La lucha electoral se hizo despiadadamente, y la propaganda en hojas y periódicos hizo vibrar a los carlistas a lanzarse a un ensayo electoral que ni respondía a su tradición guerrera ni para el cual estaban preparados. Los disturbios en Toledo obligaron a retirar la candidatura que se había presentado. También tuvieron que desistir los candidatos por Madrid. El gobernador civil de Navarra, de acuerdo con la autoridad militar, que ejercía el general Moriones, hizo encarcelar a los candidatos Muzquiz y Cruz Ochoa bajo pretexto de conspiración. En Ciudad Real llegaron a lanzar las hojitas contra el doctor Monescillo, insultantes para este y para el clero en general.

El Gobierno trató de impedir el triunfo de los candidatos carlistas; como en Navarra no solamente estuvieron encarcelados Muzquiz y Ochoa, sino que tuvieron que marcharse al extranjero la mayoría de los candidatos carlistas, pues allí los disturbios con carácter carlista fueron organizados y ejecutados por los liberales. Esto también ocurrió en muchísimos sitios, quejándose el periódico de Burgos El Castellano Viejo de los encarcelamientos de carlistas. En Aranda del Duero hubo una verdadera batida con el objeto de retraer a los carlistas, haciéndose circular rumores alarmantes de supuestos disturbios en dicha ciudad, diciéndose que los carlistas se habían levantado en armas. Nada de eso era cierto, pero Aranda del Duero fue ocupada militarmente por las fuerzas del ejército.

Los diputados navarros recién elegidos se hallaban expatriados al celebrarse las elecciones. Triunfantes, no podían entrar, porque los liberales les esperaban en la frontera para detenerlos. Se dirigieron entonces al diputado republicano Figueras, exponiéndole que, a pesar de estar investidos en su cargo por sufragio popular, no podían acudir a cumplir con su misión por estar expuestos por la amenaza de las tropas. Figueras intervino cerca del ministro de la Gobernación, Sagasta, y, no sin que este y su prensa hicieran una chabacana chirigota sobre el miedo de los carlistas, pudieron llegar a Madrid los diputados navarros.

La agitación carlista antes de la Insurrección (enero-julio 1869)

Agitación en las dos Castillas

Castilla la Vieja fue atravesando, hasta la insurrección de julio, las diversas épocas de la agitación carlista. Tordesillas (Valladolid) y Astudillo (Palencia) fueron teatro de continuos incidentes en que los motines menudeaban, hasta que fueron ocupados ambos pueblos militarmente. La provincia de Burgos también conocía estos malestares, muy particularmente por la parte de Aranda del Duero, y tampoco faltaba la agitación en la provincia de Soria, donde se decía que en Burgo de Osma se había concentrado una fuerza conspiradora que amenazaba no solo la provincia de Soria, sino que también la de Segovia. En julio ya ocurrieron algunos incidentes en Burgo de Osma, donde los paisanos lanzaron vivas a Carlos VII, haciendo necesaria la intervención de la Guardia Civil.

Castilla la Nueva, que debía ser teatro en julio y agosto de la insurrección de 1869, hacía tiempo que estaba agitada. En Aranjuez (Madrid), las cuestiones entre carlistas y voluntarios de la libertad dieron origen a incidentes, en los que murieron un carlista y un liberal. En Horcajada de la Torre (Cuenca) hubo desórdenes en los que resultaron heridos. En Brihuega (Guadalajara) los carlistas se amotinaron, repeliendo la agresión de los liberales. En la noche del 15 al 16 de enero, en Miguelturra (Ciudad Real), hubo desórdenes, haciéndose disparos de armas de fuego en varios puntos de aquel pueblo.

Ya más tarde, el 12 de abril, en Huete (Cuenca), algunos grupos de paisanos tocados con boinas, dieron gritos subversivos, y esto obligó a reconcentrar la Guardia Civil y tomar grandes precauciones, pues se temía la labor de los carlistas en los 600 trabajadores que se ocupaban en la construcción de la carretera de Huete a Sacedón. Claro que en esto también debía haber algo de fantasía y el temor de los liberales, como era fantástica una supuesta insurrección carlista que se decía iba a estallar el día 18 de abril en Alcacer (Guadalajara) y pueblos inmediatos.

En mayo los temores de las autoridades se centraban en Puertollano (Ciudad Real), donde se creía estallaría el alzamiento. No se calmaban los temores, sino que los acrecentaba la aparición el 17 de mayo en Piedrabuena (Ciudad Real) de dos pasquines que contenían amenazas a las autoridades revolucionarias y se vitoreaba a Carlos VII. Hay que añadir a esto el revuelo que produjo en Almodóvar del Campo el que cantaran en público, con acompañamiento de guitarra, unas coplas carlistas alusivas a don Carlos y a doña Margarita, vitoreándose a ambos, siendo preso el cantador José Calero y Moral. En Belmonte (Cuenca), por haber dado gritos de viva a Carlos VII, fue preso Severiano Moya, y como seguía la prensa anunciando nuevas conspiraciones en Miguelturra (Ciudad Real), fueron presos Rafael Estrada del Olmo y Gregorio Lozano por vagancia, acusados de recibir subsidios de los carlistas y servir de agentes de los conspiradores.

Todavía en Carrión de Calatrava (Ciudad Real) fueron presos, acusándoles del delito de tentativa, Antonio León Donaire, Antonio Monroy Espinar, Faustino Imedio y los hermanos Francisco y Nicolás Coello.

Mayor importancia tuvieron unos trabajos de conspiración carlista que se venían realizando en Castilla y que fueron descubiertos en Sigüenza (Guadalajara), por lo que se llegó a saber de ramificaciones en Madrid, Alcalá de Henares y Toledo. Sigüenza fue ocupada militarmente, y en Madrid presos doce sargentos del RI-39 de Cantabria; en Alcalá de Henares corrieron igual suerte algunos oficiales y sargentos del regimiento de caballería cazadores de Tetuán, y en Toledo fueron arrestados varios sargentos y cabos de la Escuela Central de Tiro, todos los cuales fueron sometidos a consejo de guerra.

La primera partida carlista de la insurrección de 1869 en Castilla la Nueva hay que situarla el 18 de de julio, en que un grupo de paisanos armados se presentó en los Baños de los Hervideros de Fuensanta (Ciudad Real), librándose un tiroteo con la guardia civil y algunos bañistas que tomaron las armas contra los carlistas, resultando muerto uno de estos últimos, así como un guardia civil, y quedando herido otro. El 21 de junio otra partida detuvo las sillas de posta cerca de Valmojado (Toledo), después de que había sorprendido a una pareja de la guardia civil.

Otro hecho de importancia tuvo lugar en Navarra, el 30 de abril en Tafalla; estando las fuerzas del entonces coronel Lagunero en el pueblo, hubo unos incidentes de los que resultó, según parece, muerto un soldado liberal y herido el agresor, que, además, fue aprehendido. Lagunero dio disposiciones muy fuertes contra los paisanos del pueblo, por lo que huyeron los individuos del Ayuntamiento. El día siguiente, 1 de mayo, los voluntarios liberales persiguieron a dos paisanos, que decían los habían insultado, y sin más ni más, abrieron fuego contra ellos, matando a uno. Entonces se siguieron los desórdenes y hasta se dijo que dispararon contra Lagunero y le hirieron ligeramente; los voluntarios liberales allanaron varias casas bajo el pretexto de que se había hecho fuego desde ellas, y hasta en una mataron al dueño de la misma. Lagunero ordenó la detención de los individuos del Ayuntamiento que regresaron y algunos vecinos. Los relatos liberales trataron de estos hechos como si fuera una encerrona de los carlistas contra Lagunero, aunque también habían dicho que era insignificante cuando se ha querido justificar a Lagunero, pero tuvieron mucha resonancia y la verdad fue expuesta en las Cortes por los diputados carlistas, sin que hallaran los gobernantes medio alguno de desvirtuar dichos sucesos.

Agitación en las provincias vasco-navarras

Todo se iba en sospecha de entradas de partidas carlistas por la frontera francesa, y tales fueron los rumores que sobre los mismos circularon, que el comandante general de Navarra, Moriones, anunció al general Prim, ministro de la Guerra, en telegrama del 20 de junio, que los carlistas se lanzarían a las armas muy pronto, por lo que Prim contestó con la orden: «No dar cuartel a los carlistas, fusilar a todo el que sea cogido con las armas en la mano haciendo fuego». Esta orden tan dura resultaría muy suave al lado de la que se dio, y desgraciadamente se cumplió, en Cataluña.

En la noche del 29 de junio, fue muerto el alcalde de Santa Cruz de Campezo (Álava) por individuos que daban gritos de vivas a Carlos VII y a Cabrera. Se supone que eran carlistas los que cometieron este desmán, pero se desconocen las causas del motín. Se sabe, sin embargo, que anduvieron por las vascongadas elementos provocadores, pues en Bilbao el diario carlista El Euskalduna tuvo que prevenir a sus correligionarios sobre una proyectada manifestación que, con boinas, estaba anunciada con el solo fin de que desarrollaran incidentes para poder perseguir a los carlistas. El 1 de julio, hubo alteración de orden en Azipeitia (Guipúzcoa), donde se dieron gritos en favor de Carlos VII, y lo mismo ocurrió el día 4 en Rentería (Guipúzcoa), donde, además, se dieron mueras a los liberales. El fracaso de la conspiración de Pamplona, donde hubo numerosas detenciones y fue herido el marqués de las Hormazas al ser conducido a la prisión, puso un punto final a los hechos en Navarra antes de la insurrección de julio. Solamente hay que citar la alteración del orden público en La Bastida (Álava), en el mes de julio.

Agitación en Levante

En esta zona se incluye la comarca de Tarragona al sur del Ebro; las inquietudes liberales habían comenzado en el mismo 1868, cuando creían que el 30 de noviembre los carlistas se lanzarían a un movimiento cuyo centro era Miravet (Tarragona), conspiración fantástica, pero que fue causa de que las autoridades militares y civiles tomaran grandes precauciones, creyéndose que en realidad estaban en vísperas de un alzamiento carlista. Tampoco tenían mayor fundamento los rumores que en febrero circularon de un levantamiento carlista en Flix (Tarragona) y no hay nada de cierto en unas partidas que se anunciaban como formándose en la región comprendida entre Ludiente, Artesa y Onda (Castellón), ni la que se anunció en febrero que había aparecido en las cercanías de Segorbe.

Si en febrero se dieron a circular estos rumores, en marzo no fue mucho más cierto el aviso del alcalde de Suárez (Castellón), de que se había visto cerca del pueblo a una partida de 13 hombres armados, que las autoridades superiores no pudieron llegar a conocer si fue una fantasía o un hecho real. Tampoco se pudo averiguar si la partida carlista avizorada en el término de Caudiel (Castellón) el 14 de abril existió o no, pues las tropas mandadas inmediatamente nada hallaron, por lo que suponen unos autores que probablemente se tomó por una partida carlista a “una cuadrilla de trabajadores que cruzó la carretera de Aragón”.

Tampoco puede hacerse mucho caso del parte del alcalde de Ulldecona, que el 31 de julio comunicaba que en el Monte Montsiá estaban reunidos unos 30 hombres con unos 500 fusiles, para lanzarse al campo al día siguiente al grito de “destrucción completa de los liberales de la guarnición”. Los reconocimientos hechos por las tropas demostraron que todo eran imaginaciones del alcalde, pero “todos estos falsos movimientos tenían su origen en el sistema establecido por los carlistas” con el fin de hacer palpable “que existía el propósito deliberado de envolver el país en los horrores de la guerra civil”.

Probablemente que más de un alcalde liberal, en pleno terror de ver asomar a los carlistas, era en realidad el nerviosismo de unos y el miedo de otros, que hacían surgir fantasmas en todas partes, fantasmas con boina y trabuco, que turbaban el sueño no solo de los aldeanos y autoridades de los pueblos pequeños, sino de los mismos mandos militares.

Sin embargo, dos fueron las partidas que se señalan como reales en esas fechas de julio cuando va a iniciarse el alzamiento carlista. Las levantadas en Beniopa (Valencia) contra la que operaban fuerzas salidas de Alcoy y de Valencia, y la que se presentó en campaña el día 2 en Alcolecha (Alicante), aunque esta no tardó en disolverse.

Las demás ocurrencias en el Reino de Valencia y que tuvieron mayor importancia, no comenzaron hasta el mes de agosto. También hubo la correspondiente agitación carlista y los consiguientes temores liberales en el Reino de Murcia.

En la iglesia del convento de la Madre de Dios, de Murcia, había predicado el sacerdote José Costa, y se le acusó de haber proferido ataques a los liberales e incitar a la rebelión de los carlistas, por lo que fue procesado. Aunque fue designado el general Marconell, esta región no tomó parte en los sucesos de ese año.

Agitación en Cataluña

El Principado era de gran abolengo carlista; venía siendo objeto de la preferente atención de los emigrados, puesto que, además de contar con masas legitimistas, su posición fronteriza le daba una situación especial. Desde el primer momento se comprendió que Cataluña debía jugar, en la lucha contra la revolución, un papel principal que, como se verá en 1871, cumplió admirablemente haciendo posible la tercera guerra. De momento Cataluña conspiraba, y en primer lugar actuaba el infatigable Antonio Ríu, que supo, siempre a costa de los mayores peligros, ser alma, de la resistencia carlista.

En Barcelona actuaba el coronel Sagarra desde los comienzos de la revolución. Gracias a la indicación del capitán de EM Luís de Miquel y Bassols, hermano del político carlista del mismo apellido, y de Fernando Adelantado, se constituyó un pequeño grupo conspirador, al que prestaban apoyo los oficiales del EM del ejército liberal. Para recaudar fondos se pensó que el más a propósito seria el doctor Ríu, quien había visitado a Carlos VII, que por su carácter religioso pasaría más desapercibido.

Se hicieron gestiones con el marqués de Alfarrás, el conde de Peñalver, el excandidato Ignacio de Despujol y el barón de Monclar, sin que se encontraran las asistencias esperadas, diciendo Despujol: “Si el Rey me escribía, veríamos…”. Todos estos trabajos llegaron a ser conocidos por las autoridades liberales, y a fines de marzo se practicaron varias prisiones, entre ellas la del coronel Sagarra, tres sargentos del RI-9 de Soria, el coronel Gorri y su hijo, dos capitanes y dos o tres oficiales, el hijo del brigadier carlista Ruiz de Larramendi, el teniente coronel Goicoechea, José Guiu y sus hermanos; en total, unos 56, entre los que no faltaba el administrador del conde de Morena y antiguo oficial carlista León de San Germán, y el brigadier de las dos guerras anteriores Juan Castells. También fue preso en Tortosa Juan de Suelves, así como un sobrino suyo, y en Tarragona Narciso de Castellví.

A pesar de que parecía encontrarse asistencia en algunos oficiales del ejército, la conspiración no progresaba, pero tampoco se debe creer que las prisiones fueron tan eficaces para prevenir un alzamiento, puesto que la plaza de Figueras estuvo a punto de ser entregada a los carlistas, y solo un rápido relevo de la guarnición, frustró el plan.

En el mes de abril se dijo que había aparecido en la frontera de Francia una partida, mandada al parecer por un exalcalde de Pobla de Segur, pero fuera un vano temor de los liberales o que los carlistas no se decidieron a pasar la frontera, lo cierto es que nada ocurrió. Lo mismo se puede decir de las noticias que circulaban de que los emigrados en Perpiñán pretendían entrar en Cataluña para levantar bandera, lo que tampoco se verificó. No muy claro fue lo ocurrido en la Seo de Urgel, en cuyos alrededores una partida de 30 o 40 hombres, sin precisar si eran carlistas o contrabandistas, se tirotearon con los centinelas de la ciudadela de aquella plaza.

Se había ido extendiendo en el partido carlista la costumbre de llevar la boina como símbolo del partido. Es, por lo tanto, desde estas fechas cuando la boina pasó a ser, de tocado militar, a ser llevada con carácter político. Sin embargo, se daba preferencia a la boina azul, aunque en Guipúzcoa y en Álava fue más corriente la boina blanca. El uso de la boina roja era más de uso militar que para simbolizar unas ideas políticas; sería, por lo tanto, posterior a la Tercera Guerra. También entonces se usaba, en recuerdo de doña Margarita, unas flores artificiales del tipo de margaritas, que se prendían en el pecho, pendientes de una cinta verde. Boinas y margaritas eran, por lo tanto, la exteriorización de las ideas de los carlistas.

Puede decirse que fue la cuestión de las boinas la que produjo los sucesos ocurridos en Anglés (Gerona) el 19 de julio. Según el relato oficial, con motivo de la entrada en el pueblo de una compañía de voluntarios francos de Cataluña, hubo un alboroto, siendo dicha fuerza rechazada a tiros por los vecinos del pueblo, muriendo un cabo de los voluntarios, y cuatro soldados de su compañía fueron heridos, restableciéndose el orden a la llegada de la guardia civil. En realidad, lo que ocurrió fue que los mozos del pueblo, ostentando las boinas, y las muchachas, prendidas del pecho las margaritas, estaban bailando en la plaza Mayor cuando llegaron los voluntarios liberales; los que comenzaron a arrancar boinas y margaritas, por lo que se entabló la refriega de que tan mal librados salieron los agresores. Pocos días después fracasaba el intento de Figueras y la conspiración de Cataluña se podía dar por terminada.

Agitación en Aragón

También los temores de un alzamiento los tuvieron las autoridades militares y civiles de Aragón.Asegurándose que se estaban haciendo gestiones para levantar una partida en Alcañiz, que trataba de reclutar voluntarios, lo que se trató de evitar mandando a dicho pueblo un batallón del RI-5 del Infante, que quedó estacionado en dicha localidad. En marzo el alcalde de Cretas (Teruel) dio el parte falso de haberse amotinado el pueblo en sentido carlista, por lo que fue a Cretas una compañía del RI-35 de Toledo para restablecer el orden. Pero como que nada había ocurrido, fue el alcalde preso y entregado a disposición de los tribunales.

En abril se hablaba también de trabajos de conspiración por la parte de Calatayud, por lo que se mandaron fuerzas a esta ciudad, y más tarde circulaba el rumor de que la plaza de Mequinenza estaba vendida a los carlistas. Cuando ya había empezado el alzamiento en La Mancha, el 28 de julio se anunció que se estaba formando en Munebrega una partida carlista, pero acudieron las fuerzas del ejército y nada ocurrió.

También se dijo en la misma fecha que alrededor de Sariñena (Huesca) se había visto una pequeña partida de unos 14 hombres. En Aragón la insurrección de ese año tuvo poca importancia.

La insurrección carlista de 1869 (julio-agosto)

La tentativa de Figueras

A principios de julio de 1869, recibió don Carlos una comunicación del marqués de Benavent anunciándole que los trabajos de conspiración que se venían realizando habían conseguido el resultado de que les sería entregada la plaza fuerte de Figueras a los carlistas, coincidiendo con su pronunciamiento que tendría efecto en Cataluña, Valencia y hasta en Madrid.

Se exigía por los militares comprometidos en Figueras que don Carlos acudiera inmediatamente una vez la plaza sublevada. Aunque el general Elío, el doctor Vicente y Ternero se mostraron contrarios a que Carlos VII fuera a la frontera. En previsión de los acontecimientos, don Carlos, sin advertir a Cabrera, pues estaba seguro de que desaprobaría la idea. Temeroso de que si faltaba en acudir a Cataluña se pudiera atribuir a cobardía suya, y que si se malograra el hecho fuese acusado de que era por su culpa, se decidió a lanzarse a aquella aventura.

Tampoco advirtió a Díaz de Cevallos, sabiendo que este sería hostil al viaje. Carlos VII partió el 5 de julio, acompañado de Tristany, y llegando así a Perpiñán, las noticias que recibió de Cataluña eran decepcionantes. Se supo que la conspiración de Figueras había sido descubierta por las autoridades revolucionarias, y que se habían practicado varias detenciones y arrestos. Don Carlos fue a una casa llamada Lallan, en el monte Canigó, permaneciendo en la misma tres días, estando con el Rey, además de Tristany, el marqués de Benavent, el doctor Vicente, que se le agregó, y el marqués de Vallecerrato.

Visita de Carlos VII a España (11 de julio de 1869)

Como ya no se podía esperar la insurrección de Cataluña por el fracaso de lo de Figueras, don Carlos les dijo que tenía el proyecto de pisar por primera vez en su vida el territorio de España. La verdad es que una rápida incursión tenía sus posibilidades de éxito, pero también tenía los riesgos correspondientes. Aceptada la idea, se dirigieron a Amelie les Bains, de donde partieron todos, menos el doctor Vicente, que había quedado en la casa Lallan, en el pueblo de Montalbá, que también pertenecía a Francia, y después de oír misa, acompañados del párroco del pueblo, que no sabía a quiénes iba a acompañar, marcharon a la frontera española, que atravesaron por senderos de montañas el 11 de julio de 1869.

Al pisar el territorio español, los allí presentes aclamaron a Carlos VII, besándole su real mano en homenaje de haber entrado en el país que legítimamente debiera reinar. Don Carlos, al entrar en España, hizo unos disparos de revólver, como si fuesen salvas por el feliz éxito de haber pisado territorio catalán. Esta fue la primera vez que Carlos VII vio la tierra de sus mayores, sin que en realidad tuviera otra trascendencia que su entrada simbólica en España. Parece ser que los viajeros llegaron hasta los alrededores de Masanet de Cabrenys (Gerona), donde comieron, aunque no queda bien definido este hecho, siendo seguro que el regreso se hizo el mismo día a Amelle les Bains, de donde don Carlos partió para París.

En Perpiñán encontró a Díaz de Cevallos y Diaz de Labandero, que habiendo conocido lo ocurrido en Figueras y la partida de don Carlos para España, fueron para comunicarle que suspendiera su proyectada excursión. Ya en Perpiñán, don Carlos, que le convenía que su viaje tuviera otro carácter que no fuese el político, se paseó en coche con madame Villanova, entusiasta legitimista francesa, que mucho ayudó a la causa carlista en aquellos tiempos.

El 13 de julio, llegó Carlos VII a París, y para tener mayor libertad de movimientos, se instaló en Fontainebleau, dejando en la capital francesa su secretaria militar, que desempeñaba el general Elio. Pensaba asi estar lo suficiente aislado para regresar a la frontera española sin llamar la atención de nadie.

La conspiración de Pamplona

Había también otros trabajos de conspiración de suma importancia en Navarra. Se trataba nada menos de conseguir la entrega a los carlistas de la ciudadela de Pamplona, cuya labor venia realizando el comisario regio de Guadalajara Ternero, que tenía muy adelantadas las gestiones, por lo que era opuesto a la marcha del Rey a Cataluña para lo de Figueras, temiendo, como era lógico, que el fracaso no echara a perder el proyecto de Pamplona. Le ayudaban, como es natural, varios oficiales del ejército y personas adictas de Navarra.

El 16 de julio, tres días después de instalarse don Carlos en Fontainebleau, mandaba Ternero un aviso al Rey comunicándole que el golpe de mano se daría la noche del 23 a 24 de julio y que una vez en su poder la ciudadela, los 6.000 fusiles que en ella se guardaban se distribuirían rápidamente entre los carlistas navarros ya comprometidos. La toma de la ciudadela de Pamplona debía ser la señal de levantamiento general de los carlistas de España. Al recibir esta noticia, Carlos VII salió de Fontainebleau con su gentilhombre Vives, y en Burdeos se le reunieron Ternero y el marqués de Lalande, legitimista francés que tantos servicios prestó siempre a la causa carlista, pero después de haber cambiado impresiones, Ternero y Vives siguieron viaje a San Juan de Luz, y el marqués de Lalande se trasladó a Bayona.

Mientras tanto, Carlos VII había llamado al general Díaz de Cevallos, quien acudió con el intento de disuadir a don Carlos de entrar en España inmediatamente que se consiguiera lo de Pamplona; pero todas sus recomendaciones fueron vanas. Don Carlos no podía faltar donde los suyos levantaran la bandera. Ambos fueron al castillo de L’Hermitage, propiedad del legitimista francés monsieur de Morance, y se dirigieron a Bayona; pero antes de llegar a esa población encontraron un carruaje que les esperaba, con el párroco de San Juan de Luz y el médico de dicha localidad junto con Ternero, subiendo en el mismo y dirigiéndose al pueblo de Azcain, junto a la frontera española.

Una vez llegados a este pueblo, pasaron a hospedarse en la posada que tenía M. Jardiet, pero para mayor seguridad de don Carlos y librarse de las investigaciones policíacas, el maire (alcalde) de Azcain y el párroco del pueblo le proporcionaron alojamiento en la casa de un pobre labrador llamado Gelos, pasando más desapercibida la presencia del duque de Madrid. En Azcain se le unió el general Elío, llamado rápidamente desde París. Se dictaron las disposiciones, a fin de que, una vez pronunciada la ciudad de Pamplona, entrara en España, organizando los servicios militares el general Elío, mientras que Vives, con una escolta de hombres seguros, marcharía a la frontera para recibir al Rey.

Al mismo tiempo partían órdenes para las distintas provincias, para que el ejemplo de Pamplona fuese secundado por el movimiento general de los carlistas. En Cataluña, Estartús mantenía organizado, para presentarse en operaciones, el batallón Católico y Real de voluntarios de Gerona, constituido para asistir a los pronunciados de Figueras y que, ahora, podría también operar en la frontera franco-catalana.

Acudió a Azcain el diputado Olazábal, que acababa de adquirir 5.000 fusiles que se distribuirían en Navarra y Vascongadas cuando se iniciase el movimiento, pero que todavía no habían llegado.

También acudió a Azcain el comisario regio de Madrid, conde de la Patilla, quien participó, al Rey que ya habían circulado las órdenes oportunas para que en Madrid y en ambas Castillas se secundara el movimiento.

Desgraciadamente, también este proyecto fracasó, pues se descubrieron al tratar de ponerse en contacto con el comandante general de Navarra, general Moriones, y este dio a conocer el proyecto de los carlistas al Gobierno, al mismo tiempo que tomaba precauciones para impedir una sorpresa. Fue el que llevó a cabo esta gestión con Moriones, el conde de Barraute, por mediación de Vicente Grados. Cogidos los hilos de la trama, fue advertido el cónsul de España en Bayona, Antonio García Gutiérrez, quien desde entonces extremó la vigilancia sobre carlistas y legitimistas franceses, consiguiendo estar al día de los proyectos carlistas. Informando de ello al general Moriones, al gobernador de Navarra Serafín Larrainzar y al secretario de aquel gobierno Claudio Arbizu.

Pero principalmente se debió a que un capitán de artillería, nombrado para ponerse al frente de las dos compañías de artillería ciegamente adictas a la causa, con dos de sus oficiales y cinco de los seis sargentos con que contaban. Entre los que más actuaron en Pamplona, junto con el capitán Félix Díaz Aguado, deben citarse al marqués de las Hormazas y el oficial de infantería en situación de reemplazo José Aperregui. Una vez sublevada la ciudad y pronunciada Pamplona, debería tomar el mando de toda la fuerza el brigadier Larumbe.

Fracasado el movimiento horas antes de la fijada, ya que el brigadier José Lagunero, que sustituía momentáneamente a Moriones, había tomado las precauciones necesarias, fueron practicadas varias detenciones entre las personas afectas al carlismo, y al intentar huir el marqués de las Hormazas, fue herido y consiguientemente preso. Un consejo de guerra condenó a muerte al brigadier Larumbe, al marqués de las Hormazas, Díaz Aguado y Aperregui, pero la pena fue conmutada por indulto y confinados a las islas Marianas. En Cádiz pudo fugarse el marqués de las Hormazas gracias a la decisión del cabo de la guardia civil Guillermo Gómez de Escobar, que estaba encargado de su custodia, y que, siendo carlista, huyó con su preso, prestándoles los medios para hacerlo el médico Feliciano de Ocaña, y habiendo preparado a tiempo su embarque, el comandante general carlista de Cádiz, brigadier Ramón María San Juan.

Carlos VII ante el alzamiento carlista

Fracasado el movimiento de Pamplona, se supo que el brigadier Polo se había levantado en armas en la Mancha, por lo que dio órdenes de que se secundara el movimiento, después de una conferencia que celebraron el general Elío y el conde de la Patilla. Lo más importante era que Navarra secundara, pero sin las armas que guardaban en la ciudadela de Pamplona, el armamento resultaba escaso. Carlos VII, en previsión de lo que ocurriera con el maire (alcalde) de Azcain, se trasladó a una casa de campo muy cerca de la raya fronteriza, llamada Urrague, donde residía un anciano veterano carlista de la primera guerra, llamado Mugica. Allí se le reunieron el 2 de agosto el marqués de Valde-Espina y Tirso de Olazábal.

Llegaron nuevos invitados, y el día 3 se celebró en aquella casa, bajo la presidencia del Rey, una reunión a la que asistieron los generales Elío, Díaz de Cevallos y el marqués de Valde-Espina, así como los destacados carlistas Tirso de Olazábal, Mauricio de Bobadilla, Nicasio Zabalza, el conde de la Patilla, Isidoro Ternero, Gaspar Díaz de Labandero, Francisco Navarro Villoslada y Gabino Tejado. Por unanimidad se convino que se secundaría el movimiento comenzado en la Mancha, escribiendo al general Cabrera para que tomara el mando de las fuerzas carlistas en armas, y en el caso de que su contestación fuera negativa, sería hecha pública. Para el mando de Castilla la Vieja se encargaba al teniente general Martínez Tenequero, que debía ser auxiliado en el orden civil por el conde de la Patilla.

Carlos VII se disponía a dirigirse hacia la parte de Tolosa de Francia para ponerse al frente de los catalanes si Cabrera no acudía a aquel puesto, o regresar a la frontera para entrar en Navarra si el conde de Morella tomaba el mando. Cabrera conocía los acontecimientos y el fracaso de lo ocurrido en Pamplona por una carta que el 28 de julio le había dirigido el Rey, por mediación del conde de Orgaz. A esta carta, por el mismo conducto, Cabrera contestaba el 3 de agosto, diciendo que se retirara don Carlos a Alemania para comenzar los trabajos de conspiración. Habiendo expuesto antes al conde de Orgaz que, a su entender, don Carlos había obrado imprudentemente, por lo que la responsabilidad de los acontecimientos no le incumbía, afirmaba que debían continuar los preparativos militares, cuyo centro correspondía a una persona que lo dirigiera, y esta era el general Elío.

Como consecuencia de la reunión de Azcain, don Carlos mandó una carta a Cabrera para que tomara el mando de los carlistas del Principado, pero no pudiendo ser portador de la misma Ternero, don Carlos confió que doña Margarita encontraría el mensajero, y esta dispuso que se trasladase a Inglaterra el conde de Florez. La respuesta de Cabrera, fechada el 17 de agosto, era declinando la orden recibida, alegando que su estado de salud le impedía hacer lo que se le ordenaba, y dimitiendo del mando en jefe de las fuerzas carlistas. Hasta el 16 de agosto no recibió don Carlos la carta de Cabrera, limitándose a contestarle que, sintiéndolo mucho, se veía en la obligación de aceptarle la dimisión.

Carlos VII había marchado el 4 de agosto a Tolosa (Toulouse) de Francia, pero era ya evidente el mal éxito del alzamiento, por lo que el día 6 pasó con Díaz de Cevallos a una posada de Issor (Bajos Pirineos) en Francia. Pero al día siguiente pasó al castillo de Armendáriz, cerca de Pau, siendo huésped de los señores de Antillón. Por orden de don Carlos, Díaz de Labandero convirtió en oro español 20.000 francos destinados a ayudar a los sublevados.

A la residencia de los señores de Antillón llegó el vizconde de Barraute, quien condujo a don Carlos a su castillo de Rives-Hautes, donde permanecieron hasta el 11 de agosto, marchando por la noche de dicho día a Monein (Bajos Pirineos, Francia), donde cambiaron de carruaje, pero ya pasado Navarreux, supieron que los gendarmes visaban la documentación de los viajeros, hasta de los que iban en carruajes particulares. Carlos VII regresó a Navarreux con el conde de Barraute, mientras que se le separaba Díaz de Cevallos, que tomaba el tren en la estación de Lacq para marchar a Tolosa, donde estaba Marichalar, con los cometidos que se le habian encargado.

El 13 de agosto, llegaron a Tolosa don Carlos, acompañado de su gentilhombre Vives y de los legitimistas franceses M. de Puymerol y Audinet. Pero para mayor seguridad, don Carlos fue alojado en una casita extramuros, dependiente de un convento de religiosas. Don Carlos allí dio de nuevo disposiciones, por lo que Vives salió para San Juan de Luz, comunicando la respuesta negativa de Cabrera y la dimisión de este, a fin de que la transmitiera a Elio y Navarro Villoslada.

El 15 de agosto, Marichalar salió para París, mientras que Riu lo hacía para Perpiñán. Tanto de París como de San Juan de Luz, la opinión fue de que no se publicara la dimisión de Cabrera, siendo portadores de esta noticia Marichalar, que regresó el 18, y Vives el día 20. Don Carlos dispuso además que el general Díaz de Cevallos fuera a Perpiñán con otra orden, para que entraran en Cataluña los comprometidos que estaban en la frontera y que laboraban bajo una comisión o junta compuesta de Masanés, Riu, Mas y Carulla, mientras Vives regresaba de nuevo a San Juan de Luz.

El fracaso de Cataluña, siguiendo al fracaso de Navarra, daba como acabada aquella insurrección, pero no sin que se produjeran graves disgustos, ya que en Bayona un grupo culpaba a Díaz de Cevallos de lo ocurrido, y reclamaban la intervención total y terminante de Cabrera. Este grupo cabrerista, que pudo cambiar en las personas, pero no en su objetivo, persistió hasta que siguieron a Cabrera la mayoría de sus componentes en su reconocimiento a Alfonso XII.

Don Carlos recibió en Tolosa la visita de su esposa, la reina Margarita, que aconsejó a su esposo de que fuese a Bayona para exponer lo que había ocurrido a los cabreristas que allí estaban, coincidiendo con el consejo q,ue le daba Diaz de Cevallos. En vista de ello y asistido ya don Carlos por la presencia de Vives y Díaz de Labandero, pues Marichalar regresó a París con doña Margarita, escribiendo a Elio para que indicase qué personas debían reunirse con el Rey y al mismo tiempo eligiese el punto más conveniente para la reunión.

El 11 de septiembre, don Carlos se trasladó a las cercanías de Bayona, hospedándose en el castillo del barón de Olze, y allí recibió el día 13 a Aparisi y Guijarro, quien, coincidiendo con Díaz de Labandero, le aconsejó que no asistiera a ninguna reunión, pues podrían producirse incidentes que causarían gravísimo daño. Mientras Aiparisi hacía gestiones con Cabrera para que se reconciliara con don Carlos, quedando al frente del partido, y que si hallaba resistencia, se encargaría el propio Aparisi de acabar con el conde de Morella como mito ante la opinión. Al mismo tiempo, reconociendo que Díaz de Cevallos había obrado con toda lealtad y correctamente, le aconsejaba que prestara un nuevo servicio separándose.

A don Carlos le parecieron muy justas las observaciones de Aparisi y Guijarro, y tanto fue así que deseó seguirlas; por lo que marchó en la mañana del 14 de septiembre para Tolosa y Carcasona. El día 15 siguió por Cette y Lyon hasta Ginebra, donde llegó el 16, hospedándose en el hotel Metrópoli, y allí poco después se le unieron su esposa e hija, acompañando a la Reina Navarro Villoslada, que iba a encargarse del puesto de secretario regio en sustitución de Díaz de Cevallos.

Alzamiento en Castilla la Nueva

La insurrección carlista contra e1 Gobierno provisional presidido por el general Serrano, tuvo su principal teatro de operaciones en la Mancha, la provincia de, León y el Reino de Valencia. En las otras regiones como Cataluña y Castilla la Vieja, hubo tentativas de organizar el alzamiento y en otras muchas, la inhibición fue casi absoluta. Obedeció ello a diversas causas, de las que no fueron las menores los fracasos de las conspiraciones de Figueras, Pamplona y Sigüenza. La figura más destacada en este alzamiento fue el general Juan de Dios Polo, cuñado de Cabrera.

El fracaso de la conspiración de Pamplona, cuyo éxito hubiera sido la señal de un levantamiento general carlista, que hubiera ahogado al Gobierno de Madrid, dejó sueltas las ramas diversas de la conspiración. El conde de la Patilla, comisario regio de Madrid, comunicó al general Polo la orden de levantamiento en la fecha fijada para el pronunciamiento de Pamplona, pero quizás no hubo en aquel momento la previsión natural de saber si había o no comenzado el alzamiento navarro. Había preparado el levantamiento manchego el comisario regio José Maldonado y Morales, asistido por Manuel Jiménez y Mendaña, residente en Herencia. El mando militar se había confiado al mariscal de campo Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco con el título de comandante general de Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Albacete y Extremadura. La comandancia general de Ciudad Real correspondía al brigadier Vicente Sabariegos y Sánchez, y como coronel de los tercios del Campo de Calatrava fue designado el veterano Joaquín Tercero.

El 18 de julio, una partida carlista se había presentado en Baños de la Fuensanta (Ciudad Real) tiroteándose con la guardia civil, y que tres días después otra había hecho acto de presencia en Valmojado (Toledo); pero la insurrección propiamente dicha no comenzó hasta la noche del 23 al 24 de julio, en que Sabariegos y Tercero se levantaron en armas en los alrededores de Ciudad Real. La partida de Sabariegos, compuesta de 102 hombres, marchó directamente sobre Picón (Ciudad Real), sorprendiendo a la guardia civil, cuyo destacamento, compuesto de un sargento, un cabo y cuatro guardias, quedó prisionero, prosiguiendo su marcha a Piedrabuena.

Contra las fuerzas del brigadier Sabariegos salió una columna liberal mandada por el comandante Salvador Tomasetti, y en las cercanías de la población se libró combate. Durante el mismo, los guardias civiles que eran prisioneros de los carlistas, se revolvieron contra estos, por lo que el combate se presentó desfavorable a los sublevados. Murieron de los carlistas el coronel Agapito Crespo, y por la parte de los liberales el jefe de la sección de húsares de Pavía, que formaba parte de la columna de Tomasetti, el teniente Núñez, del que se dijo llevaba en su bolsillo, al morir, nombramiento de capitán de caballería carlista.

En esa misma fecha; Tercero, que se había separado al partir de Ciudad Real de las fuerzas de Sabariegos, marchó en busca del general Polo al que se le había unido ya la partida levantada en Miguelturra (Ciudad Real) por Antonio Almagro. El coronel Tercero se dirigió a Cabezarados (Ciudad Real) para operar desde aquel centro. También se levantaron en Moral de Calatrava Bruno García de la Parra; en Almodóvar del Campo el coronel Ramón Infantes; en Ballesteros Julián Díaz, que se dirigió hacia Pozuelo de Calatrava y Abenójar. También se presentó en Daimiel Nicolás Camacho, con la partida que había sido organizada en Fuente el Fresno.

Una vez tomado el mando por el general Polo, este designó para segundo jefe de sus fuerzas al coronel Tercero y nombró secretario suyo a Vicente Camacho y Majolero. En Bolaños, mientras tanto, se formaba otra partida, mandada por Juan Menchero, que no tardó en unirse con los voluntarios que habían salido de Moral de Calatrava, Granátula, Valenzuela y Calzada de Calatrava.

Esta agitación carlista se reflejaba hasta Horcajo de Santiago y Tarancón, donde los pequeños núcleos que salieron, tuvieron tiroteos con la guardia civil, de los que resultaron algunos muertos y heridos. El alcalde de Manzanares comunicaba también que una partida había detenido un tren de viajeros entre las estaciones de Miguelturra y Almagro,pero dejándolo marchar, sin incidentes, después de haber sido reconocido. La detención del tren obedeció al deseo carlista de cerciorarse de que no conducía fuerzas armadas.

El 24 de julio, se presentó una partida carlista en el apeadero de La Cañada (Ciudad Real), situado en la línea férrea de Ciudad Real a Badajoz, cortando la vía. Una columna liberal que había salido en persecución de los carlistas y que iba en el ferrocarril, descendió para alcanzar a los realistas, sin lograrlo, consiguiendo solo rescatar dos soldados del RI-21 de Aragón, que eran prisioneros de los carlistas, lograron escapar. El día 26, una fuerza carlista entró en Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Infantes, por su parte, entraba el mismo día en Almodóvar del Campo. El coronel Tercero, antes de reunirse con Polo, pasó por Caracuel (Ciudad Real), donde puso en libertad a los carlistas presos Aquilino Cavanilles Rubio, Carlos Rubio Cabello y Benito Acedo López, que se unieron a sus tuerzas.

Otra fuerza carlista mandada por el coronel Leandro García López se presentó en campaña, entrando en Luciana (Ciudad Real) el 27 de julio, pero esta partida tuvo poca vida, ya que a los pocos días se acogió a indulto, disolviendo la fuerza. También una pequeña partida compuesta de unos diez hombres se presentó en Viso del Marqués. El día 22, reunidas las fuerzas mandadas por Tercero y Díaz estuvieron en los alrededores de Cabezarados, siendo perseguida por una columna mandada por el comandante José Pastor. Sabariegos, después de la acción de Piedrabuena, había intentado pasar a los Montes de Toledo, pero no siéndole posible penetrar en ellos, retrocedió a Malagón, donde tuvo un encuentro con la columna del teniente coronel Guerra, marchando luego hasta Porzuna.

Una partida que estaba recorriendo el valle de la Alcudia, fue perseguida por la columna del Tcol Bernardo del Amo, pero el jefe de la misma, Escobar, reuniendo el mayor número de sus hombres, un total de unos 200, intentó dirigirse a Extremadura, pero al llegar a Saceruela (Ciudad Real), encontró cerrado el camino en los alrededores de Agudo, por lo que retrocedió a Puebla de Don Rodrigo y de allí a Villarta de los Montes (Badajoz). Escobar, viéndose con la retirada cortada por las fuerzas que ocupaban Horcajo de los Montes y ante la persecución de que era objeto, diseminó a sus hombres, reuniéndoles luego en los alrededores de Navalpino y Alcoba.

Contra las fuerzas mandadas por Tercero salió la columna del Tcol García Reina (230). Tercero ocupaba Solana del Pino y, cuando se vio amenazado por García Reina, pasando por Solanilla del Tamaral, fue a buscar el cobijo de Hoyo, lugar muy adecuado por estar en las fragosidades de la sierra. Sin embargo, García Reina llegó hasta el Hoyo, donde libró combate contra las fuerzas mandadas por Tercero. Para buscar y recoger a los grupos dispersos de lo que fue la fuerza de Tercero, acudieron Infantes y Castell, librando combate en Aldea del Rey.

Otra fuerza, carlista mandada por García de la Parra se había aproximado a Villanueva de San Carlos y luego emprendía la ruta de Puertollano, y en la Casa de la Gallega fue atacada la columna por Bastos, librándose un pequeño combate. A pesar de la voluntad de los carlistas en armas, no se traducía en resultados favorables para su causa, y el número de presentados, acogiéndose a indulto, iba en aumento. Sabariegos se presentó el 31 de julio en el término de Urda, mientras que Polo era visto en los montes inmediatos a Arroba, donde pudo reunir consigo a los dispersos de la partida de Escobar. Sabariegos entonces volvió al centro de la provincia de Ciudad Real, y se mantuvo medio oculto en los alrededores de Piedrabuena.

Nuevas partidas habían aparecido mientras tanto. Lucio Dueñas, más conocido por el Cura de Alcabón, que se ha levantado en armas el día 1 de agosto en Maqueda (Toledo), entró por un momento en la provincia de Ávila y luego regresó a la provincia de Toledo, donde fue perseguido por una fuerza mandada por el teniente de la guardia civil Cristóbal Sales Carsi, que había salido en persecución de pequeños núcleos que, se decía, corrían los términos de Pelahustán, Fresnedilla y la Iglesuela. En ese lugar se enfrentó con la partida mandada por Dueñas, librándose un pequeño combate, que puso en dispersión a los carlistas. Dueñas, con unos 12 hombres; intentó con marchas y contramarchas rehacer sus fuerzas, pero tuvo la mala suerte de que en vez de ello fuera hecho prisionero por un grupo de Casa de Escalona, hecho que ocurrió el día 4 de agosto.

El día 1 de agosto, se levantó en Urda (Toledo) una partida mandada por Moreno Barragán, que se componía de unos 20 hombres. También sufrió esta partida una encarnizada persecución, y el día 19 libró un combate en los alrededores de Consuegra (Toledo), desfavorable para los carlistas. La partida de Moreno Barragán no se dispersó, sino que duró hasta después de terminar el alzamiento general. Otra partida se levantó el 4 de agosto en la Dehesa del Castañar, en el término de Mazarambroz (Toledo), mandada por Manuel Briones, y al día siguiente se la vio en el término de Marjaliza (Toledo), habiendo reunido sobre sus 10 hombres con que se lanzó al campo, con un total de 50 voluntarios. Esta partida no tardó mucho en quedar unida a las fuerzas que mandaba el general Polo.

Se desconoce la entidad y quién la mandaba, la partida que tuvo un encuentro el día 9 de agosto, en Horcajo de los Montes (Ciudad Real), de cuya victoria se laureaba el comandante liberal Pastor. También en ruta para Argamasilla de Calatrava tuvo un combate sin importancia la columna del coronel Bastos. En Chillarón del Rey (Guadalajara) se levantó en armas, al frente de 40 hombres, Victoriano Puertas, que intentó dirigirse hacia la provincia de Cuenca, pero la persecución de que fue objeto motivó que Puertas disolviera la partida, presentándose a indulto con seis de los suyos al alcalde de La Puerta (Guadalajara) el 14 de agosto. Sin embargo, seguían circulando rumores de que en Sigüenza (Guadalajara), Mondéjar (Guadalajara), Robledo de Chavela (Madrid) y San Clemente (Cuenca), los carlistas pretendían lanzarse al campo. De todos estos rumores, el único que había tenido una iniciación fue el presentarse Lucio Dueñas en Maqueda.

El 1 de agosto, el general Polo estaba en Fontanalejo (Ciudad Real), y de allí se dirigió a los Montes de Toledo, y el 7 se dirigió a Las Ventas con Peña Aguilera (Toledo), donde llegó a entrar, pasando a pernoctar en la Casa de Castañar (Toledo), siguiendo luego por las Casas Rojas hasta Pulgar (Toledo), donde permaneció Polo amenazando la ciudad de Toledo, que, por estar poco guarnecida, pasó por el temor de ser atacada por los carlistas. Polo permaneció allí hasta el día 11 de agosto. Las autoridades liberales dispusieron que se socorriera Toledo, y Polo se retiró de nuevo a los Montes de Toledo, para después dirigirse a Los Cortijos (Toledo), donde estuvo el día 13.

Al marchar Polo hacia la provincia de Ciudad Real, tuvo un encuentro en las faldas de la sierra, entre el Puerto de Albaida y el de Naciente, por lo que los carlistas se replegaron hacia la Sierra de San Salvador. Esta pequeña acción del 14 de agosto, fue seguida por otra, en que Polo tuvo que combatir en la Sierra del Témpano; consiguiendo, sin embargo, entrar en la provincia de Ciudad Real por el camino de Alcoba. Según los liberales, “la facción escapó a la desbandada por el camino de Alcoba”, lo que mal se compagina con la entrada de Polo en esa localidad, donde pidió al Ayuntamiento 10.000 reales, caballos y armas, aunque se vio obligado a retirarse cuando llegó la columna mandada por el comandante Ventero. Polo, entonces, se dirigió a Villar del Pozo y de allí a Ballesteros, siguiendo después hasta Argamasilla de Calatrava, perseguido siempre por las columnas liberales.

Si Polo hubiese podido alcanzar los Montes de Toledo, hubiera podido esquivar tal persecución. Pero sea porque las precauciones tomadas por los liberales le cerraban el camino como se pretende, sea porque Polo prefiriera adentrarse en La Mancha, lo cierto es que se vio obligado a pasar por los territorios circunvecinos a Daimiel y Almagro. En la madrugada del 17 de agosto fue atacado en la Casa de los Palacios por los liberales, siendo totalmente batido. Al día siguiente, los voluntarios de la Libertad de Daimiel y Almagro hicieron batidas para recoger a los dispersos, siendo preso en una dehesa de Torralba de Calatrava el general Polo, al que acompañaban su secretario Vicente Camacho, el oficial Felipe Ballesteros y el guardia civil del segundo tercio Dionisio Vedos, que se había unido a sus fuerzas. Así terminó el 18 de agosto el alzamiento de la Mancha.

El brigadier Saberiegos estaba en la provincia de Toledo a finales de agosto, pasando luego al término de Piedrabuena, desde donde hacía incursiones a varios lugares, entrando en los pueblos y exigiendo contribuciones, siendo Piedrabuena una de las poblaciones en las que entró. Otra partida se había levantado en la Majada de Eleuterio Hernández, en el término de Viso del Marqués (Ciudad Real), pero se componía solo de 12 hombres y tuvo corta vida. En la provincia de Cuenca, donde las autoridades temieron la entrada de los carlistas valencianos por la parte de Cañete y Salvacañete, también se levantó una partida en Cañaveras sin que alcanzara importancia.

Sabariegos viendo que no era posible proseguir la campaña, trató de correrse a los términos de Fernáncaballero y Picón, con la esperanza de entrar en los Montes de Toledo, pero no pudiendo hacerlo, se dirigió al Campo de Calatrava, y todavía, el 2 y 3 de septiembre se tiroteaba con los liberales en las cercanías de Piedrabuena, quedando prisioneros Francisco Arévalo (de Miguelturra) y Cipriano Arrilbas (de Daimiel). Comprendiendo que el alzamiento había terminado en toda España y que era imposible permanecer en campaña, el brigadier Sabariegos, con algunos acompañantes suyos, atravesó Extremadura, entrando en Portugal, donde recibió el derecho de asilo que pedía.

Puede decirse que a primeros de septiembre la insurrección en la Mancha y Toledo estaba totalmente terminada, aunque quedaron algunas pequeñas bandas que fueron poco a poco cediendo ante la persecución de la guardia civil, siendo la más destacada la partida mandada por Moreno Barragán, que refugiada en los montes, entre Urda y Orgaz, tuvo varios encuentros con la guardia civil, hasta que también desapareció.

Alzamiento en Extremadura

Extremadura no participó en el alzamiento de julio-agosto de ese año. Bien es verdad que en el mes de abril se dijo que había manejos carlistas en la raya de Portugal con el auxilio de los legitimistas portugueses, pero nada demostró esta actividad y hasta una partida que se decía que la componían 50 hombres y que se rumoreaba había sido vista en Alburquerque (Badajoz), motivó unas operaciones del ejército, no llegó a comprobarse su existencia. Estallado el alzamiento en la Mancha, se tomaron providencias para impedir que se corrieran a Extremadura los carlistas manchegos, consiguiendo impedir el paso por Agudo de la partida mandada por Escobar, que, sin embargo, llegó a ocupar Villarta de los Montes (Badajoz), para luego regresar a la provincia de Ciudad Real. También intentó entrar en Extremadura, procedente de la provincia de Toledo, el general Polo, sin conseguirlo por la ocupación de las avenidas que debía seguir el jefe carlista.

Cuando ya la insurrección había tomado casi fin en la Mancha, una partida montada de 16 hombres llegó el 21 de agosto a Castilblanco (Badajoz), de donde partieron con dirección al Portillo de Cijarra. Pero en la dehesa del mismo nombre se enfrentaron con la guardia civil, por lo que tuvieron que regresar a la provincia de Ciudad Real. Tal fue cuanto dio de sí Extremadura, que hubiera podido ser teatro de importantes operaciones si los carlistas manchegos hubiesen llegado a organizarse y mantenerse en campaña.

Alzamiento en la provincia de León

En la provincia leonesa también dio en esta ocasión prueba de su fervor carlista. Desde e1 24, de julio se temía por las autoridades liberales, que el alzamiento se iniciara en aquella provincia. La primera partida que se conoce, levantada en Cacabelos (León), tuvo corta vida. Poco después se supo que se había levantado otra partida en Valdeviejas (León), apoderándose del pueblo, donde lanzaron las campanas al vuelo invitando a los pueblos comarcanos para que secundaran el levantamiento. Mandaba esta partida Antonio Milla, pero aunque de momento reunió a los carlistas de aquellos pueblos, había fracasado el intento de pronunciar la ciudad de Astorga, a pesar de haberse reunido muchos comprometidos esperando diera la señal la campana “María».

También se levantaron partidas en San Martín de la Falamosa (León) y en Santa María de Ordas (León), mientras que otra, salida al campo en Rioseco de Tapia, marchaba a la Magdalena (León). Contra esta partida salió el comandante de la guardia civil Pedro Carniago, pero al llegar a Espinosa de la Rivera supo que la partida había aumentado, con lo que se detuvo con el fin de recibir refuerzos del mismo instituto. El coronel Balanzátegui se dirigió hacia el partido de Riaño, llegando a Boñar (León), donde organizó sus fuerzas y contra las que marcharon varías columnas liberales. También se presentó en campaña el sacerdote José Rodríguez Cosgaya, quien atacó Val de san Lorenzo (León), donde los voluntarios liberales ofrecieron resistencia, muriendo en este combate el alcalde del pueblo.

Balanzátegui había llegado a Boñar después de haber levantado una partida de siete hombres en Redipollos (León), y de Boñar había marchado a Prioro, donde se le unió otra pequeña partida que mandaba el capitán Leoncio González de Granda, pero el 6 de agosto tuvo un encuentro en Prioro con las columnas de voluntarios de tiradores de León y de lanceros, que mandaba el diputado Mariano Álvarez Acevedo, autorizado por el ministro de la Guerra. Balanzátegui, después del encuentro, entró en la provincia de Palencia, donde, encontraría la muerte.

Otras pequeñas partidas habían aparecido, mandadas por José Fernández Alonso y el canónigo Juan José Fernández; pero mal armadas y perseguidas por la guardia civil de Ponferrada y Villafranca del Bierzo, poco tiempo pudieron sostenerse en armas. Contra Milla se activaba la persecución, y, sin, poder pasar a Asturias y estrechado contra las montañas del Bierzo, tuvo un encuentro desfavorable, refugiándose al fin en la Sierra de Cabrera, donde el jefe, abandonado por sus soldados, cayó prisionero junto con el cura de Igüeña, siendo Milla condenado a muerte y luego indultado.

La agitación carlista también se tradujo en algunos incidentes y desórdenes en La Bañeza (León) y pueblos vecinos por negarse a pagar la contribución, lo que, según los liberales, fomentaban los agentes carlistas.

Con la desaparición de las partidas de Fernández Alonso, Rodríguez, Cosgaya, Fernández y Milla, no tardó en quedar restablecido el orden en la provincia de León.

Alzamiento en Galicia

En Galicia, donde el jefe militar, brigadier Feliciano Muñiz Costales, había recibido instrucciones que le había traído de París Ramón Losada y Villaspul. El 22 de julio se temía el alzamiento gallego, y tanto fue así, que en Mondoñedo se esperaba de un momento a otro la insurrección, mandándose fuerzas del Ferrol a Lugo y organizándose los voluntarios de la Líbertad. En agosto las columnas liberales recorrieron la frontera, impidiendo que el brigadier Muñiz Costales pudiera pasar para entrar en campaña, y ante las noticias que se recibían, el 19 de agosto se retiraron los jefes carlistas a Braga, desistiendo de alzamiento. El cura de Arca, Andrés Díaz levantó una partida en la parroquia que regía, pero pronto fue disuelta.

Entonces ocurrió el motín de Santiago de Compostela, con motivo de la presencia en dicha ciudad del diputado Manterola, que originó una manifestación de los carlistas, entusiasmados por la estancia en la ciudad del famoso orador, que había contendido triunfalmente con Castelar en las Cortes Constituyentes. Los liberales hicieron una contramanifestación, produciéndose violentos choques, que obligaron al Tcol Cándido Carretero, que operaba recorriendo los pueblos para impedir que se propagara el alzamiento iniciado en España, a que fuera a dicha ciudad para reprimir el motín y restablecer el orden.

Alzamiento en Castilla la Vieja y Asturias

En Castilla la Vieja los primeros hechos de la insurrección fue el levantamiento de una partida carlista en Neila (Burgos), que tuvo poca vida. En Valladolid se había tramado también una conspiración carlista que tenía ramificación en Zamora, pero descubierta, fracasó el intento, siendo preso Díaz de Mogrovejo. En Peñafiel (Valladolid) hubo graves desórdenes por haber tenido lugar una colisión entre liberales y carlistas; en Aranda del Duque (Burgos), los elementos carlistas promovieron desórdenes locales. En la provincia de Logroño también apareció una pequeña partida que duró algunos días, así como otra apareció en Santervás (Soria), que recorrió algunos pueblos, hasta que fue capturada en Santa María de las Hoyas (Soria).

El centro de la conspiración radicaba en Burgo de Osma, y se decía que el 5 de agosto se daría la señal del levantamiento. En efecto, el día 6 se señala, en Ucero (Soria), la presencia de una partida de 84 hombres, mandada por Indalecio Iglesias, así como otra partida en Navaleno (Soria) a las órdenes del cura de Arganza, y por fin una tercera en San Leonardo, a las de Toribio Miguel. Salieron inmediatamente fuerzas de la guardia civil de Burgo de Osma y del ejército de Burgos, pero los carlistas, viendo que el alzamiento no cundía, comenzaron a desanimarse, presentándose a indulto.

Mientras tanto, en la provincia de Avila, procedente de la de Toledo, había estado en Higuera de las Dueñas, la partida mandada por Lucio Dueñas, el 1 de agosto, regresando luego a la provincia de Toledo, después de haber entrado en Fresnadilla (Avila). En Burgo de Osma se levantó una partida mandada por Francisco García Eslava, que el 6 de agosto entró en Catalañazor (Soria), y que se disolvió en Carrascosa de Abajo (Soria).

Balanzátegui, después del ataque de Prioro, había entrado en Castilla la Vieja, pero en el pinar de la Velilla de Guardo (Palencia), tuvo un encuentro con fuerzas de la guardia civil salidas de Cervera del Pisuerga, dispensándose la partida, buscando refugio en la Sierra de Brezo. Balanzátegui se encontró separado de sus compañeros, y en la casa del párroco de Valcovero (Palencia) fue sorprendido al amanecer del día 7 por fuerzas de la guardia civil mandadas por el sargento Centeno. Ante la imposibilidad de entablar combate por el corto número de los que seguían a Balanzátegui, este se entregó prisionero, y el sargento de la guardia civil, aplicando las órdenes del Gobierno, que, sin embargo, no era lo que venía haciéndose en el resto de España, mandó fusilar inmediatamente al coronel Balanzátegui, quien murió heroicamente, entregando un duro a cada uno de los guardias civiles que debían fusilarle, y escribiendo a su esposa una carta sentida. El indulto llegó tarde.

Ya parecía terminar la insurrección, cuando el 7 de septiembre se presentó una partida en los alrededores de Aranda del Duero (Burgos), pero sin que pudiera mantenerse algunos días en campaña. El capitán González de Granda, que intentaba alcanzar Santander para marchar al extranjero; después de la acción de Villar de Guardo, fue preso en La Hermida (Santander), y llevado ante un consejo de guerra que le condenó a muerte, pero fue indultado. En Asturias la agitación también se notó, aunque no se tradujo más que en una partida, presentada en Morcín en el mes de julio. Debía encargarse del mando de esta región el coronel Ángel Rosas, que estaba esperando reunir a los asturianos y leoneses en la Sierra de Cabrera (León), pero sin obtener resultado.

Partida carlista en el siglo XIX. Autor José Passos para la historia de Pi y Margall.

Alzamiento en Cataluña

Cataluña, que tanto venía conspirando, estaba dispuesta al alzamiento, pero por causa del fracaso de la conspiración de Figueras, que debía entregarles la ciudad y el castillo de San Fernando, el movimiento fracasó. Ante los hechos que ocurrían en la Mancha, el general Díaz de Cevallos dio orden a la Junta de Perpiñán de que entraran emigrados a Cataluña enarbolando la bandera de Carlos VII, haciéndolo así al frente de un puñado de hombres el guerrillero Bosch, pero no pudo sostenerse en campaña. Estartús también decidió pasar la frontera, recorriendo la provincia de Gerona, reuniendo los que estaban encuadrados en el Batallón Católico y Real de voluntarios de Gerona; pero sin éxito.

Influyeron notablemente en el fracaso de lo ocurrido en Cataluña los fusilamientos de Montalegre (Barcelona). Se habían reunido allí unos cuantos carlistas para tratar del próximo levantamiento, con el jefe del distrito de Granollers y San Celoní, Tcol José Soler. Estaban además el comandante Andrés Roca, el capitán José Anglada, el teniente Joaquín Sauri y los alféreces José María Freixas, Ramón Queraltó, Vicente Torres e Hipólito Castells, este, hijo del general Juan. Ninguno de ellos iba armado. Una columna mandada por el coronel Casalis había salido de Tiana en dirección a La Cartuja de Montalegre, habiendo recibido la confidencia de que había un grupo de carlistas en aquellos alrededores.

Al pasar por el caserío llamado La Conrería, detuvo y se llevó prisionero a un guardabosque, hombre que todo el mundo sabía era medio imbécil, y que pertenecía a una familia liberal. En el lugar conocido por la Font de los Monjos, halló a los carlistas allí reunidos, que sin armas no podían ofrecer resistencia, haciéndoles prisioneros y ordenando su inmediato fusilamiento, junto con el guardabosque, que se llamaba Juan Vila. Los carlistas, sorprendidos por aquella decisión tan sanguinaria, pidieron que les permitiera, por lo menos, confesar, a lo que se negó el coronel Casalis, quien después de haber ordenado a sus carabineros que fusilaran a los presos, comunicó al alcalde de San Fost de Capcentellas (Barcelona) para que pasara a recoger los cadáveres de aquellos infelices que habían sido víctimas de un verdadero asesinato.

Quizás hubiera cundido la versión oficial de que los carlistas habían formado una partida, mandada por el brigadier Ruiz de Larramendi y esta había sido batida, habiendo muerto los que ofrecieron resistencia. Así lo recogía el relato oficial de la guerra: «El 5, la columna Casalis batió una partida carlista que se acababa de formar en las inmediaciones de Montalegre, haciéndole nueve prisioneros con las armas en la mano, que fueron seguidamente fusilados; cogió también un caballo, boinas y varios efectos a otra partida que hizo fuego aquella misma tarde a la columna. El fusilamiento de los prisioneros de Montalegre fue un acto de rigor, que sirve de pábulo por algún tiempo a comentarios y exageraciones sin cuento, tanto de parte de los carlistas, que calificaron de asesinato estas ejecuciones, como de los republicanos, que censuraron al Gobierno el haber recompensado al teniente coronel Casalis por este poco importante hecho de armas».

En realidad, la exageración está en los autores de dicha obra, puesto que ni tan solo hubo hecho de armas, sino una simple aprehensión, seguida de fusilamiento, de nueve individuos, uno de los cuales ni siquiera, como hemos dicho, era carlista, y, además, ya le habían aprehendido antes de llegar a la Font de los Monjos.

El 9 de agosto, el capitán general de Cataluña anunciaba que cerca de Vich se había levantado una partida carlista mandada por José Vila de Prat, y que el general Baldrich había salido en su persecución, dispersándola en el puente de Buxeda el día 10. Se supone que Buxeda se referiría a Susqueda, por donde se cruza el río Ter, pero no se cree en tal combate, puesto que, como sucedió en Montalegre, se inventaban las victorias. Así anunciaba que en Vilanova de Sau había batido a una pequeña partida carlista, y que el coronel Pieltain había deshecho a otra partida el 17 en los caseríos de Vilar del Rosch, que no se ha podido identificar.

Lo cierto es que Vila de Prat había marchado hacia las Guillerias, pero la movilidad de las fuerzas que operaban contra la misma, no le permitían tener tranquilidad alguna. Así se explicaba que después de aquella corta campaña, en que no hubo nada de importancia, Vila de Prat se presentara el 1 de septiembre, después de disuelta su partida.

Hubo muchos temores de que Cataluña se sublevara, y constantemente se vigilaba la frontera con Francia, pues se temía que entraran carlistas por la provincia de Gerona o la de Lérida. Una pequeña partida de 25 hombres había aparecido en Piera (Barcelona), mandada por el antiguo guerrillero montemolinista Borrás; otras de poca importancia a primeros de septiembre en la provincia de Gerona, y Estartús se mantenía en campaña al frente de 30 hombres por las inmediaciones de Santa Pau, librando un combate en los alrededores de Susqueda (Barcelona), con la columna del brigadier Romualdo Crespo.

También entró un grupo carlista por la parte de Berga, que fue perseguida por la columna del coronel Mola Martínez, y por último, otra partida que recorría la provincia de Gerona; el 13 de septiembre tuvo el encuentro con la columna del Tcol Fernando Guzmá en Rocabruna (Gerona). Esta partida parece que estaba mandada por Parrot de Berga. Todavía el 23 de septiembre, en la inmediación de Olot, hubo un combate contra la columna del Tcol Cecilio Roda. Otra partida mandada por Garrañera, se presentó en el Panadés, pero pronto se disolvió, mientras que Borrás se veía obligado a entrar en Francia el 18 de septiembre.

Insurrección en Barcelona en octubre de 1869 en la plaza del mercado del Padró. Las fuerzas gubernamentales atacan la barricada principal la noche del 25 de octubre. Grabado de Le Monde Illustré.

Alzamiento en Valencia y el Maestrazgo

En julio se había levantado una partida en Baniopa, pero la insurrección en el Reino de Valencia puede decirse que no comenzó hasta el 11 de agosto. En ese día, Silvestre Navarro levantó una partida de 36 hombres en Albalat de la Rivera (Valencia), pero al día siguiente se disolvió, acogiéndose a indulto. En el mismo día, en el sitio conocido por el Pinar del Grao, cerca de Alcira, se levantó otra, que, como la anterior, se disolvió inmediatamente. El día 12, fue en los pueblos de Muro de Alcoy y de Gayan, donde Estanislao Bolinches reunió a 60 hombres y marchó a Guadasequies, y de allí prosiguió su marcha, pero habiendo tenido un encuentro con los voluntarios de la Libertad de Cocentaina, tuvo que refugiarse en los Montes de Bellús. También en esa misma fecha una pequeña partida de 151 hombres se levantó en Agós (Alicante), pero no tardó en ser disuelta.

Una partida de más importancia se había levantado el 11 de agosto en Villar del Arzobispo, mandada por José Cervera, pues se componía de unos 100 hombres. Tuvo un tiroteo con la guardia civil de dicho pueblo, marchando luego a Chelva, en donde entró, después de habérsele presentado los voluntarios carlistas de Domeño y Losa del Obispo y de otros puntos. En esa misma fecha, otra partida era vista en Bétera (Valencia), también de un centenar de hombres. Las fuerzas mandadas por Cervera marcharon de Chelva a Andilla, librándose un pequeño combate el día 14 contra una fuerza de voluntarios de Chulilla. Los carlistas siguieron entonces a Oset (Valencia), de donde tuvieron que salir, porque estaban perseguidos por la columna del Tcol González Escandón.

Las fuerzas de Cervera quedaron entonces a las órdenes de Salvador Pons, que habían acampado en los alrededores de Canales (Castellón) para proseguir a Abejuela (Teruel), donde también hubo un combate, cayendo prisioneros de los liberales Manuel Orero (275), Miguel Cabells y Gil, José Rodríguez Gil y Teodoro Minguet Rosell. Estos hechos dieron pronto fin a la existencia de esta partida.

El día 11 de agosto hubo en Villarreal (Castellón) un motín por la cuestión de riego, por lo que acudieron fuerzas del ejército con el gobernador civil y mandó la prisión de los instigadores de los sucesos, restableciendo el orden. Sin embargo, un grupo de unos 80 hombres salieron del pueblo, mandados por Galindo, recorriendo los pueblos de Rivesalbes, Fanzara y Espadilla, donde se les agregaban otros carlistas procedentes de Zucaína, Cortes de Arenoso y Villahermosa y algunos otros; y todos juntos fueron a la Sierra de Espadán. El día 15, Galindo estaba en Cortes de Arenoso, pero la proximidad de las columnas mandadas por Mondelly, Ustáriz y González Mendoza le obligaron a abandonar el pueblo; pero no le impidió que recorriera Vistabella del Maestrazgo y Benafigos, donde el 17 se le incorporaron las fuerzas mandadas por el capitán Ramón Domingo.

También el 11 de agosto la mayoría de la población de Benlloch (Castellón) se pronuncia por Carlos VII, y salió una partida mandada por Joaquín Climent que se dirigió hacia Useras. También en la misma fecha se situó una fuerza en Alcocéber (Castellón), con el fin de proteger un esperado desembarco de armas, desarmando a los carabineros que encontraron. Pero al día siguiente, al saber que las fuerzas liberales se aproximaban, abandonaron el pueblo internándose en el monte de San Benito. Esta fuerza carlista recibió pronto la incorporación de Francisco Vallés, Vicente Bou y Agustín Pascual, alias Coqueta, que después debían mandar partidas.

Otra partida surgió también el día 11, y estaba mandada por Antonio Borrás, alias Desollerat, en el pueblo de Cálig, de donde marchó a Traiguera, donde desarmó a los guardias y dependientes del Ayuntamiento, prosiguiendo hacia La Jana. El 12 fue en Albocácer, donde se presentaba una partida mandada por don Manuel Montañés con 15 hombres, entrando en el pueblo.

Mucho se esperaba del movimiento carlista en San Mateo, del que se pusieron al frente Ignacio Vilanova, Manuel Muñoz y Pedro Bacher, y a pesar del mal armamento de aquellos 150 hombres, atacaron las fuerzas que guarnecían la población, pero resistieron los liberales en la torre de la iglesia y en el cuartel de la guardia civil, y habiendo acudido fuerzas de Vinaroz, tuvieron que retirarse los carlistas a la sierra de Chert.

El 14 de agosto apareció en Forcall una partida de 50 hombres mandada por Joaquín Mestre, mientras que otra se apoderaba de Cincotorres, huyendo los liberales a refugiarse en Morella.

La insurrección parecía generalizarse, pues había numerosos focos, ya que hasta cerca de Sueca apareció una partida.

Vallés estaba en Triaguera, de donde se dirigía a Albocácer y Cuevas de Vinromá, de donde marchó por varios pueblos, hasta entrar el 19 en Serratella, donde se le unió la partida mandada por Climent, así como las que había acabado de organizar Joaquín Dembilio, alias el Calderero, y José Jimeno, alias el Barbero. Vallés marchó a Tirig, donde pernoctó en unas masías de su término, después de separarse el mismo día 20 de la partida de Dembilio, pero reuniéndosele al día siguiente la mandada por el capitán Domingo, haciendo su entrada juntos en Cati a las nueve y media de la mañana.

Las fuerzas reunidas alcanzaban 380 hombres. Sabiendo el capitán general de Valencia el lugar donde estaban reunidos, dispuso que la columna de Alfaro se situara en San Mateo y fuerzas salidas de Valencia ocuparan Alcalá de Chisvert. También salió la columna mandada por el Tcol José Goicoechea, de Valencia, que debía ocupar Albocácer. Desde Morella salieron dos columnas: una de ellas ocupaba Porten y la otra, mandada por el Tcol Vicente Serrano, fue a colocarse en Ares del Maestre. Serrano, al recorrer los montes, supo que los carlistas estaban confiados en Cati, por lo que atacó la población, y en el encuentro murieron Galindo, Bacher y el sacerdote Ballester, haciendo además siete heridos y seis prisioneros, huyendo los demás hacia Albocácer, siendo perseguidos por Montesinos y González Mendoza. Puede decirse que la derrota de Vallés en Cati fue el fin de aquella campaña de los carlistas valencianos.

Bolinches estaba en los montes de Bellús cuando la columna mandada por Morales había emprendido su persecución. Bolinches marchó hacia Olleria, y en el puerto de este nombre tuvo un encuentro con los liberales, dejando en poder de estos 14 prisioneros. Los seis guardias civiles del puesto de Canals se le habían unido. El 13 de agosto, se supo que dichas fuerzas carlistas habían conseguido alcanzar la Sierra de Balarmá, en el término de Vallada (Valencia), por lo que se reemprendió de nuevo su persecución, muriendo un carlista y quedando otro prisionero, que fue fusilado. Terminó aquí la campaña de Bolinches.

Mestre se había presentado en Forcall, esta partida recorrió luego varios pueblos, entrando en Cincotorres y la Mata de Forcall, y como trataba de unirse a las mandadas por Galindo y Valles, se vio precisado a dirigirse a Chert, de donde marchó a Vallibona, donde tuvo que fraccionar sus fuerzas para impedir ser copada.

Cuando la sublevación de San Mateo, uno de los que salieron de la población fue el jefe de partida, José Ocher, quien había cogido los restos de la partida de Borrás, había estado en Chert, y el 14 de agosto entró en Bel y después marchó a Puebla de Benifasar. El día 15, regresó a Bel para racionarse, y después marchó hacia la provincia de Teruel, regresando el 17, entrando en Corachar para ir a pernoctar en Fredes. El 18 reemprendió el camino de los Puertos de Beceite, y parece que aquel momento fue cuando desapareció. Puede decirse que entonces quedaba muy reducida esta partida, aunque en realidad se mantuvieron los restos hasta el 26, en que se presentaron sus componentes para acogerse a indulto en Calig, San Jorge y La Jana.

En Serratella se había reunido la partida mandada por Joaquín Climent a la de Vallés, pero pronto se separó, marchando aquel jefe el 20 de agosto a Useras, donde estuvo el día 22, de donde partió para Adzaneta, perseguido siempre por las columnas de Mondelly y González Vildósola. También se había separado de Vallés en Sarratella el jefe de partida Jimeno, que el 25 penetró en Aragón, regresando el 26 a Vistabella, siempre perseguido por las columnas liberales. En ese mismo día, después de una batida en los Pinares de Villafranca del Cid, Jimeno, reconociendo que era imposible continuar la campaña y que además el alzamiento menguaba en toda España, se presentó en Useras al frente de 52 hombres para acogerse a indulto. Algunos jefes intentaron huir, y en la estación de Tortosa fueron presos Bou y Pascual el día 26 de agosto, y el 1 de septiembre lo era en Burriana el capitán Domingo.
Este jefe había estado, el 18 de agosto, en Benasal, de donde había marchado a Culla, y de allí, reunido con Vallés, a Cati; luego se habían vuelto a separar para eludir la persecución de las columnas.

Poco quedaba de esta campaña, aparte del pequeño combate librado el 15 de agosto en unas alturas próximas a Benlloch (Castellón), por la partida mandada por Ferrer, así como el combate, también sin importancia, que tuvo efecto en Fanzara el 16. El día 18, se presentó una partida en la Barsella, en el término de Chert, maniobrando los liberales para impedir que, al dirigirse a Vallibona, pudiera unirse a otras fuerzas carlistas que ocupaban Bojar. Todavía debían presentarse algunas nuevas partidas, una de ellas, de 14 hombres, mandada por el Tuerto del Villar, pero que se disolvió rápidamente, después de haber recorrido los alrededores de El Collado de Alpuente (Valencia).

De los dispersos de la acción de Cati surgió la partida mandada por el Rullo de Zucaina, que consistía en unos 20 hombres. Esta partida entró en Culla, y de allí fue a Vistabella, pero ante la persecución de que era objeto, el 24 se disolvió. Quedaba solo por esta parte Jimeno, que seguía en los alrededores de Vistabella, así como la partida de Climent Jimeno que disolvió pronto su partida y así terminó el alzamiento del reino valenciano. Según las estadísticas, la provincia de Valencia aportó a la insurrección 729 hombres, la de Castellón 770 y la de Alicante 59, que unidas hacen un total de 1.548 hombres. Los liberales calcularon las fuerzas carlistas en 2.000. Al terminar esta campaña, el capitán general de Valencia, Rafael Primo de Rivera, dio una proclama en que se atacaba a los vencidos y al partido carlista.

En la ciudad de Valencia, tras el decreto sobre el desarme de los Voluntarios de la Libertad y el reconocimiento de la Monarquía como forma de gobierno, el 8 de octubre diversas formaciones federalistas, republicanas y socialistas se alzaron en armas contra el poder establecido a los gritos de «¡Viva la República!» Los milicianos se concentraron en la plaza de la Lonja y se formó un Directorio Republicano Federal.

Jornada revolucionaria frente a la Lonja de Valencia el 8 de octubre de 1869.

Durante nueve días, la ciudad fue escenario de enfrentamientos armados y violencia. Las fuerzas gubernamentales, dirigidas por el propio alcalde, publicaron un bando que instaba a la rendición de los insurrectos, amenazando con un bombardeo. 

El 16 de octubre, después de varios días de lucha urbana, la ciudad fue bombardeada tras la orden del general Prim, presidente del Gobierno, un golpe de efecto que produjo el fin de la insurrección y la entrada en Valencia de las tropas gubernamentales.

En el bombardeo se empleó el sistema de granadas “Crupp”, que no llevaban, como las antiguas, la espoleta encendida, sino una cápsula con fulminante que, al chocar, producía la explosión.

La población sufrió casi un millar de muertos y numerosos heridos, mientras que en el ejército hubo un centenar de bajas.

Ataque y defensa de la puerta de los Serranos en Valencia en octubre de 1869.

Alzamiento en Aragón

En Aragón los acontecimientos tuvieron poca importancia, puesto que en realidad las precauciones tomadas a tiempo impidieron que el alzamiento se extendiera. Cuando se conoció la insurrección, las autoridades liberales tomaron precauciones mandando fuerzas a Alcañiz. En julio se señaló la partida presentada en los alrededores de Sariñena (Huesca), desapareciendo pronto y cayendo prisionero su jefe Joaquín Nasarre, comandante general carlista de Huesca. El 4 de agosto se señalaba otra partida en Blesa (Teruel), que pronto fue disuelta. Habiendo tomado incremento la insurrección en Valencia, levantó una partida en su pueblo el alcalde de Peñarroya (Teruel), que contaba con unos 25 hombres, pero poco tiempo pudo mantenerse en campaña, y lo mismo le ocurrió a la que el guerrillero Gener levantó en Foz de Calanda (Teruel) por las mismas fechas.

El guerrillero Ocher había entrado en la provincia de Teruel para alcanzar los Puertos de Beceite, de donde había regresado luego a la provincia de Castellón. Las pequeñas partidas aragonesas que se pudieron formar ante aquella agitación no tenían ni la importancia por su número ni por sus jefes que en la región valenciana. El 25 de agosto entraba la partida de Jimeno en la provincia de Teruel, ocupando momentáneamente el pueblo de Mosqueruela, pero ante la persecución que sufría se vio obligado a regresar al territorio valenciano.

Alzamiento en Murcia

El Reino de Murcia también había sido trabajado por los carlistas, e incluso se decidió el nombramiento del general Manuel Marconell de Gasque para que dirigiera el alzamiento. El día 7 de agosto, el general Elío comunicaba la orden a Marconell, para que este tomara el mando e iniciara el alzamiento, participándole que “los jefes de las provincias vayan a ponerse a la cabeza de ellas y los que por cualquier motivo no puedan ir sean reemplazados”. Es indudable que la principal razón para que no acudiera a sus provincias el general Marconell fue la escasez de fondos y por haber sido internado en Francia a petición del Gobierno español.

Hubo, sin embargo, trabajos de conspiración que fueron descubiertos por las autoridades liberales, siendo procesados y presos José de la Canal y del Río, Bartolomé Acosta y la señora Dolores Rosique, contra los que se siguió proceso instruido por el Juzgado del distrito de la Catedral de Murcia. Debía haber, sin embargo, tantas anomalías y abusos por parte del juez, que fue este procesado. Era el tal José Lissón de Lacárcel, sobre cuyo asunto no se dio sentencia hasta 1880.

También fueron procesados en Murcia por otro delito de conspiración José de la Canal y Pareja y Carlos María Barberán, junto con el señor de la Canal y del Río, que ya estaba en el proceso anterior. No queda más que señalar la aparición en Carcelén (Albacete) de una partida mandada por Miguel Vidal, que, perseguida por los liberales, se vio obligada, al día siguiente de su aparición, o sea el 18 de agosto, a refugiarse en la Sierra de Negrete; dispersándose, y nueve carlistas que se refugiaron en el Santuario del Remedio, después de un ligero tiroteo se tuvieron que rendir.

Alzamiento en Andalucía

Tampoco hubo gran cosa en Andalucía, pues las tentativas de los manchegos para recorrer esta región para entrar en el valle de los Pedroches fueron frustradas por las fuerzas liberales concentradas en Pozoblanco (Córdoba). Hubo, sin embargo, conspiraciones, y la aparición en Nerja (Málaga) de una partida que pronto se disolvió. Otra surgió en los alrededores de Linares (Jaén), sin mejor resultado, y la misma suerte les ocurrió a las dos levantadas en Lucena (Córdoba) y Adamus en la misma provincia.

Alzamiento en el norte

Cuando ya terminaba la insurrección, el 31 de agosto en el puesto de Charodi, en Irún (Guipúzcoa), cuatro hombres armados sorprendieron a dos carabineros y, cuando había terminado ya el alzamiento en el resto de España, el 13 de septiembre hubo desórdenes en Santa Cruz de Campezo, donde los paisanos se amotinaron, tratando de desarmar a un soldado liberal. La insurrección de 1869 tuvo su mayor importancia en La Mancha y en Valencia, y donde menos se notó fue en Asturias, Vascongadas, Navarra y Aragón.

Nombramiento de Cabrera

De las conferencias celebradas por Carlos VII en Tolosa de Francia, había surgido el propósito de Aparisi y Guijarro de que se encargara de la dirección total de las cuestiones carlistas, tanto políticas como militares, el conde de Morella. Consecuencia de las mismas fue la retirada de don Carlos a Ginebra, desde donde escribió a su tío el duque de Módena diciéndole que la falta de fusiles había sido uno de los factores del fracaso del alzamiento, y como se disminuían rápidamente las partidas, había dado orden de que se disolvieran totalmente. También desde Ginebra comunicaba el 27 de septiembre al general Díaz de Cevallos, diciéndole que si había consentido que cesara en su cargo de secretaría, no estaba dispuesto a permitir que se fuese de su lado sin darle un testimonio particular de gratitud por los servicios que había prestado a la causa.

Aparisi, por su parte, de acuerdo con lo convenido, había escrito al general Cabrera encareciéndole la conveniencia de asumir la dirección de los negocios públicos del carlismo, pero no fue personalmente a Londres, sino que mandó la carta por mediación del director del diario madrileño La Regeneración, José Alerani. La contestación fue negativa y, además, muy incorrecta, puesto que le decía que cuando el Rey tenía que decirle algo, no tenía necesidad de acudir a los intermediarios.

El padre Maldonado escribió a Cabrera insistiendo, y hasta el pequeño grupo de Bayona actuaba con el mismo fin. Una comisión de estos últimos se presentó a Cabrera en Londres. La componían los generales Martínez Tanquero y Díaz de Rada, el conde de la Patilla y el capitán Calderón, que se entrevistaron con el conde de Morella, y al fin le arrancaron la promesa de que aceptaría el nombramiento. Por lo que marcharon a Ginebra, donde don Carlos les recibió, asegurándoles que estaba dispuesto a entregar la dirección a Cabrera, siempre y cuando en la parte política no se separara el conde de Morella de los principios y doctrinas que había fijado en el documento del 30 de julio último, dirigido a su hermano don Alfonso.

El nombramiento de Cabrera fue del 4 de octubre, según Real Decreto de dicha fecha, expedido en Ginebra, y a este documento oficial le acompañaba una carta, en la que expresaba la satisfacción que había tenido al saber que había recobrado la salud, según le acababan de manifestar el conde de la Patilla, Calderón, Martínez Tanquero y Díaz de Rada.

El 14 de octubre, a pesar de que los médicos ingleses, según dice, calificaban su estado de salud quebrantado y débil, comunicó a don Carlos que no dudaba ponerse al mando del ejército y los negocios militares que le habían confiado. Esta carta fue entregada por Manuel Homedes, sobrino de Cabrera, personaje gris y, sin embargo, influyente con su tío.

Cabrera había empezado a actuar nombrando la Junta Central de Organización Militar, que comprendía los tenientes generales Elio y Martínez Tenaquero, asistidos por los coroneles Alcalá del Olmo y Ortiz de Pinedo. Esta Junta debía dedicarse a la formación de cuadros de jefes y oficiales, y además ganar en el ejército todos los elementos de ventajosa influencia, quedando a las órdenes de las mismas los comandantes generales, sus segundos y demás personas militarmente organizadas. Cabrera comunicó al Rey que estaba trabajando, sin exponerle lo que realizaba ni lo que pretendía realizar, recomendándole paciencia.

En realidad, Cabrera había estado organizando al partido para prepararlo para la lucha legal, ya que quería acudir al sufragio en las primeras elecciones que tuviesen efecto. Con el fin de que esta acción política tuviera una dirección desde el interior de España, reunidos los diputados carlistas y los directores de los periódicos católicos monárquicos, se trató de organizar un comité que asumiera la dirección del partido carlista en todas las cuestiones electorales e intereses civiles y políticos de la gran comunión carlista. Se discutieron nombres y personas, y algunas cuestiones previas, y a los tres días se daban a conocer al pueblo los nombres.

Formaban esta Junta el marqués de Villadarias como presidente y el diputado Joaquín María Muzquiz como secretario. Los vocales lo eran 17: Antonio Altuna, José Luis Antuñano, el marqués de Benameji, José Benítez Caballero, el conde de Canga Arguelles, el marqués de Gramosa, Fernando González Merino, Vicente de la Hoz, Ciriaco Navarro Villoslada, Cruz Ochoa, el conde de Orgaz, Federico de Salido, Luis Trelles de Noguerol, Manuel Unceta, el marqués de Valdegamas, Antonio Juan Vildósola y Ramón Vinader.

Acto seguido se publicaron las bases que anunciaban que la Asociación Católico Monárquica admitía en su seno a todos los españoles que se propusieran trabajar legalmente por el triunfo de los principios simbolizados en Carlos VII. El orden jerárquico de las Juntas era el siguiente: Junta Central, Juntas Provinciales, Juntas de Distrito y Juntas Locales. Este reglamento fue dado el 28 de enero de 1870, e inmediatamente surgieron en España las Juntas Provinciales.

Retrato colectivo del grupo de presos de la sublevación carlista de 1869, integrado por 21 hombres y 4 niños, tomado en el patio de la cárcel de San Francisco en Madrid. En primera fila, en el centro, el general Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco, comandante general carlista de Toledo, La Mancha y Extremadura durante la sublevación.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-14. Última modificacion 2025-12-14.
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