Guerras Carlistas Tercera Guerra carlista en 1872 Operaciones en el Norte en 1872

Antecedentes

La Tercera Guerra Carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 1872 a 1876, entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.

En marzo de 1870, Ramón Cabrera presentó la dimisión como jefe político y militar del carlismo por creer que no se daban las “condiciones razonables de alcanzar el triunfo por las armas” y no querer exponer a España a una nueva guerra civil. El pretendiente, que llevaba meses preparando la insurrección desde el exilio, estableció el 21 de abril de 1872 como la fecha para el comienzo de la sublevación.

En Cataluña y, en menor medida, en Valencia y Aragón. También se alzaron algunas partidas poco activas por Andalucía, así como el resto del territorio peninsular, especialmente en áreas montañosas donde practicaban el bandolerismo ante su marginalidad y escasa eficacia a la hora de establecer un vínculo con el pueblo que facilitara su actividad guerrillera. A pesar del aumento tanto cualitativo como cuantitativo del ejército carlista, estos volvieron a ver sus esfuerzos frustrados.

La guerra provocó entre 7.000 y 50.000 bajas.

Las elecciones de abril de 1872 dieron a los carlistas una oportunidad para rebelarse. El partido de don Carlos había perdido trece escaños en las elecciones en medio de acusaciones de fraude. La indignación de los tradicionalistas fue máxima. El golpe estaba ya preparado; primero se levantarían a favor de Carlos las guarniciones de ciudades catalanas y de Pamplona, para después rebelarse Bilbao. Por último, una insurrección general en Cataluña, en Navarra y en las Provincias Vascongadas daría comienzo a las operaciones militares. El día elegido para comenzar el proceso fue el 21 de abril, una vez que don Carlos hubo logrado convencer a los gobiernos europeos conservadores de la necesidad de la guerra contra una España liberal. Por orden de don Carlos, el levantamiento se haría al grito de «¡Abajo el extranjero!, ¡Viva España!».

El Ejército del Norte

Cuando se inició la guerra el 21 de abril de 1872, las fuerzas liberales desplegadas en las provincias Vascongadas y Navarra estaban formadas por unos 6.500 hombres, con 500 caballos y 22 piezas de artillería, incluyendo no solo militares, sino también guardias civiles, carabineros, miñones, forales y miqueletes. Estas fuerzas estaban bajo el mando del capitán general de las Provincias Vascongadas y Navarra, teniente general José de Allende-Salazar, con sede en Vitoria. En cada provincia había un comandante general que ejercía el mando de todas las unidades acantonadas en su territorio.

La sublevación carlista se extendió con rapidez y en pocos días reunía ya unos 13.000 hombres. Por ello el Gobierno de Madrid decidió enviar refuerzos y organizar el Ejército del Norte, agrupando las Capitanías Generales de Aragón, Burgos y Provincias Vascongadas y Navarra y nombrando como general en jefe al capitán general Francisco Serrano (25/04/72). Autorizó también la creación de batallones de voluntarios con funciones de defensa pasiva.

Serrano dejó en las guarniciones la fuerza indispensable y organizó con el resto un ejército de operaciones, constituido por 3 divisiones de 2 brigadas cada una. Existía además una brigada independiente de caballería, denominada “de la Ribera”, y la columna volante del comandante general de Navarra, primero con fuerza de brigada y luego de división, que se denominó División de Navarra.

A mediados de mayo, el Ejército del Norte contaba con 11.500 hombres en labores de guarnición y otros 15.000 en operaciones, con 1.100 caballos y 24 cañones. Después de la firma del Convenio de Amorebieta, Serrano fue sustituido por los tenientes generales Rafael Echagüe y Domingo Moriones sucesivamente y, una vez acabada la campaña, el Ejército fue disuelto el 21 de septiembre de 1872.

La orden del levantamiento

La orden del alzamiento general se había dado fijándolo para el 21 de abril, pero en realidad comenzó con el levantamiento de la partida mandada por el general Castell, que salió de Gracia (Barcelona), en la noche del 7 al 8 de abril. Castell se había visto obligado a precipitar los acontecimientos ante la noticia de que iba a ser preso por las autoridades. Carlos VII creyó que se había adelantado por una equivocación, “cosa que yo deploraba”, escribía más tarde al duque de Módena. Ante los hechos, no pretendió don Carlos apresurar los acontecimientos, y permaneció en Ginebra hasta el 20 de abril, fecha en que pudo burlar la vigilancia de la policía francesa y llegar a Dax, donde estaban los elementos conspiradores, muy particularmente el general Elío y el canónigo Manterola, quien había asumido la presidencia de una Junta creada en San Juan de Luz.

En Dax decidió don Carlos penetrar en España, fijándola en el día de la conmemoración histórica de la sublevación de Madrid contra los invasores franceses, es decir, el 2 de mayo. Mientras tanto, se había dado una disposición al general Díaz de Rada para que reuniese los fondos necesarios y los elementos de guerra, y en consecuencia, el jefe carlista había nombrado una Real Junta que debía presidir el conde de Santa Coloma, pero en ausencia de este le suplía Roque Heriz, y que estaba compuesta de los condes de Faura y de la Florida, Prudencio Vinuesa, el barón de Uxola, el marqués de Santa Cruz de Inguanzo, Esteban Pérez Tafalla, el barón de la Torre, Tirso de Olazábal y Fermín Urbasa. Esta Junta se ocupaba de la cuestión de armamentos, municiones, vestuario y calzado de los que se levantarían en armas, así como la de hacer propaganda en la prensa extranjera para dar a conocer la finalidad del carlismo en su acción militar.

En la fecha anunciada del 21 de abril, don Carlos dirigió un manifiesto a los soldados y marinos y otro a los españoles. La secretaría del Rey había hecho circular otro documento para dar a conocer a los extranjeros las razones de la decisión tomada por don Carlos. En él probaba que se había agotado por los españoles la paciencia que hasta entonces habían podido mantener. Entre los nombramientos hechos antes de la entrada de don Carlos en España, figuraba el subdirector de Sanidad Militar, Teófilo Rodríguez Sedano, que había formado parte del cuartel real.

En vísperas de la entrada de Carlos VII en España, se había celebrado en Guernica, bajo el árbol foral, un acto de importancia, habiéndose reunido las fuerzas carlistas levantadas en armas a las órdenes del comandante general de Vizcaya, Francisco de Ulibarri, con los jefes de distrito, que eran Ignacio de Sierra por el Arratia, Laureano de Zabala por Munguía, Martín de Garibi por Bilbao, Francisco de Cengotita Bengoa por el de Durango, Estanislao de Ibaceta por el de Marquina, el cura León de Iriarte representando a Pedro Allende Salazar por el de Guernica, el diputado foral Fausto de Urquizu. Ramón de Echevarri, regidor del Señorío de Vizcaya, el síndico Serapio de Pértica, el tesorero José Luis María de Urraburu, el padre de la provincia Antonio Arguinzóniz, José E. de Orúe y otras personalidades.

El general Ulibarri dio cuenta de que el Señorío de Vizcaya se había levantado por su legítimo señor, y a continuación quedó constituida la Diputación a Guerra de Vizcaya, formada por Urquizu y Orúe, como diputados, Arguinzóniz corregidor interino, siendo además consultor primero el doctor Gaspar de Belaustegui y segundo José Ignacio de Arana. Tomaron posesión todos de sus cargos, así como el regidor señor Echevarri, el síndico Pértica y el tesorero Urraburu. El acta fue firmada por el secretario accidental de la Junta, Isidoro Ruiz de Arbulu.

Díaz de Rada en España

La orden de alzamiento dada por Carlos VII había sido fijada para el 21 de abril, pero por circunstancias imprevistas, la guerra había sido iniciada el día 7 en Cataluña, al haberse levantado en armas el general Juan Castells Rosell en el pueblo de Gracia.

Inmediatamente que se dieron cuenta los jefes de la conspiración de que la guerra había sido iniciada antes de la fecha, Eduardo Sáenz de O’Ryan salió para poner en antecedentes al general Díaz de Rada de lo que ocurría en el Principado; el doctor Vendrell solicitaba recursos económicos, mientras que otros jefes pedían a don Carlos que no se demorase más el alzamiento. Es decir, que aparentemente el alzamiento de Cataluña precedió a la orden de don Carlos; la verdad es que el estado de la conspiración y las noticias que se tenían sobre el próximo levantamiento general hicieron que la partida de CasteIls fuera solo una anticipación de fechas.

Carlos VII, que había estado en Ginebra para despedirse de su esposa, marchó a la frontera de los Pirineos el 20 de abril. El general Eustaquio Díaz de Rada había ultimado los preparativos para entrar en España, por lo que el día 21 llegaba a Azcain (Francia), acompañado del JEM Antonio Oliver Rubio, del capitán de la guardia civil Vicente Albalaty Navajas y los hermanos Amador y Mario del Villar y unos quince hombres.

General carlista Eustaquio Díaz Rada (1815-90).

El general Díaz de Rada, ya en la frontera, decidió en la noche del 21 de abril entrar en España, por lo que a las tres y media de la madrugada del 22 llegaba a una borda (edificación) llamada Hartoborieta, situada a tres kilómetros de Vera, habiéndose aumentado su fuerza con 42 hombres más. El 23 decidió Díaz de Rada atravesar el río Bidasoa, lo que hizo a las tres de la mañana, después de haber tenido fuego con el enemigo en el puente de San Miguel, que consiguió tranquear, venciendo la resistencia de los amadeístas.

Obtenido este propósito, siguió por la ruta de Vera a Oyarzun, y a dos kilómetros de la primera de dichas poblaciones se encontraba la casa-fuerte de los carabineros, llamada de San Antonio, que por su posición entorpecía la maniobra de los carlistas, que tendía a unirse con los guipuzcoanos según el plan previsto.

Este obstáculo fue fácilmente vencido atacando la casa-fuerte de San Antonio, que, aunque defendida por los carabineros, fue tomada por asalto, después de un enconado forcejeo. Pero Díaz de Rada, no habiendo hallado a los carlistas guipuzcoanos y navarros que esperaba, decidió dirigirse hacia el corazón de Navarra, esperando que su presencia habría ya hecho levantar a los comprometidos.

Siguiendo este plan, Díaz de Rada y sus compañeros marcharon a, Herrerías de Artienza, donde pernoctó el 23 de abril. Al día siguiente, las fuerzas mandadas por Díaz de Rada fueron a Goizueta, donde dio una circular a los alcaldes participándoles que había entrado en Navarra. De este pueblo pasó a Leiza, para al fin llegar a Lecumberri el 25. En esta población dividió el mando del territorio navarro en dos sectores, confiando el primero al brigadier Juan Bautista Aguirre y el segundo al brigadier Emeterio Iturmendi. Este demostró estar desde el primer momento decidido a cumplir las órdenes de su jefe, pero Aguirre, que era ferviente cabrerista, se mostró ya entonces indisciplinado.

Ante el esperado alzamiento general, pensó Díaz de Rada dirigirse a la Barranca, tratando de penetrar en la sierra de Andía. El 27 de abril, estuvo en Goñi y el 28 siguió por Munárriz, marchando hasta Irurzun, donde cortó la línea férrea, siguiendo luego su camino para llegar el 29 a Larrainzar. En esta población supo que el Rey había decidido entrar en Navarra, y no siendo propicia la ocasión, Díaz de Rada marchó hacia la frontera, pasando por Alrnandoz, para, al fin, llegar a Eehalar.

En esta población Díaz de Rada tuvo una conferencia con el brigadier Aguirre, dándose cuenta de que en este jefe hallaba más dificultades que ayuda. Luego reunió a los jefes principales que le acompañaban, entre ellos los coroneles Moso, Ollo, Azpiazu y Zunzarren, así como los jefes Balda, Miranda y algunos más. Todos ellos estuvieron de acuerdo en que el estado de la insurrección no favorecía la entrada del Rey en España. A fin de comunicarle la verdad de los acontecimientos y disuadirle de que entrara en España, Díaz de Rada pasó a Francia, creyendo que encontraría a don Carlos en un castillo cerca de Cambo, por lo que dejó el mando superior de sus fuerzas al brigadier Aguirre, aunque la dirección del grupo que mandaba él quedaba confiada al coronel Moso.

El viaje de Díaz de Rada fue infructuoso, pues aunque llegó a Cambo el día 2 de mayo, coincidía esto con la entrada de don Carlos en España. No era que en Navarra no se hubiesen levantado partidas. El coronel Ollo estaba en Echalar, pues este jefe se había lanzado al campo en Echauri, para reunirse luego con Díaz de Rada. Al mismo tiempo, el brigadier Carasa salía de Morentín al frente de una importante partida. Miranda, que también se unió a Díaz de Rada, había organizado su partida en Huarte.

Acción de Arizala (24 de abril de 1872)

Cundía la insurrección, pues el 23 se habían reunido las fuerzas mandadas por Carasa e Iturmendi en Abarzuza. Nuevas partidas aparecieron en Larraga, Falces, Ujué y otros puntos, siendo uno de sus jefes el capitán Jerónimo García, del que decían sus mismos enemigos que poseía “excelentes condiciones para la adquisición para los rebeldes”. Según los liberales, pensó Carasa apoderarse de Estella, pero desistió de su propósito al darse cuenta de la fuerza de la guarnición.

El día 24 de abril, se encontraban en Salinas de Oro, con misión de vigilancia del Valle de Goñi, cuatro compañías del RIL-14 de Las Navas y 10 guardias civiles al mando del Tcol del RIL-14 de Las Navas, Antonio Pino. Enterado de este destacamento y de que se dirigían los amadeístas hacia Arizala, Fulgencio Carasa, comandante general de las tropas carlistas de Navarra, ordenó a una fuerza de 1.200 hombres adoptar posiciones de combate. Carasa distribuyó la fuerza en dos columnas, apoyándose en la cercana localidad de Abarzuza. Por su parte, Pino, alertado, colocó las suyas de forma que, conservando en el centro la reserva, avanzara una compañía hacia Abarzuza y el resto cayera sobre el molino que se encuentra en dicho pueblo y Arizala.

Acción de Arizala (24 de abril de 1872). Despliegue de fuerzas. Mapa del Atlas topográfico de la narración militar de la Guerra Carlista de 1869-76.

Los carlistas simularon retirarse, y cuando tuvieron al enemigo a tiro de fusil iniciaron el combate al propio tiempo que descubrían su intento de cortarle la retirada. Media hora duraría el fuego, cuando Carasa ordenó atacar a la bayoneta, conquistando de esta forma todas las posiciones de los gubernamentales, que abandonaron sobre el terreno bagajes, equipos y camillas, viéndose obligados a encerrarse en Arizala. Se pasaron a los carlistas varios soldados; otros cayeron prisioneros, entre ellos un guardia civil, Vicente Abad, con el que envió Carasa un oficio al jefe amadeísta intimándole a la rendición.

Preocupado Pino por su crítica situación, reunió a los capitanes y, previo consejo, dispuso verificar la retirada por el único sitio que habían dejado libre los carlistas. A las ocho de la noche salía en dirección a Pamplona. A causa de la pérdida de las camillas, hubo que dejar en Arizala a diez heridos, entre los que se encontraba el teniente de cazadores de Las Navas Román Garnacho. En Arizala, fueron los carlistas los que, tras la salida de las tropas de Palacios, tomaron bajo su cuidado al teniente Garnacho y a los soldados heridos que cayeron en su poder.

Acción de Arizala (24 de abril de 1872). Vista del combate. Grabado aparecido de la Ilustración Española y Americana de mayo de 1872.

Tras atender al herido de Arizala, se desplazaron a Abarzuza, donde se unieron a la brigada del general Moriones. Habiendo sido informados de que existían heridos carlistas en casas de vecinos, el doctor Landa, acompañado de un miembro del municipio, se personó el día 27 en aquellas en que se encontraban heridos. Eran bastante numerosos y les procuraron todos los socorros posibles. El 29 de abril el doctor Landa dio cuenta personalmente a la comisión de la Cruz Roja de haber atendido a heridos en Arizala en nombre de la Asociación, lo que hacía considerar la guerra en su pleno desarrollo. Esta fue la primera intervención de la Cruz Roja, aunque a título personal.

Formación de partidas

El mismo día 23 de abril, se presentaba una tuerza carlista en Sangüesa (Navarra), donde desarmaban el destacamento de guardias civiles de dicho pueblo, compuesto de 17 individuos, sin que ofrecieran resistencia. Esta fuerza estaba mandada por Férula, quien había intentado antes apoderarse por sorpresa de Tafalla. Luego se había dirigido a Lumbier, cuya villa fue atacada en 25 de abril a las ocho y media de la noche. La lucha se entabló en las calles de la población, y la guarnición resistió en la iglesia y otras casas fortificadas, no consiguiendo su propósito, retirándose sin ser perseguidos, pero habiendo tenido, según los liberales, tres muertos, un herido y cinco prisioneros. En Huarte, el capitán de la guardia civil Aguirre libró combate contra los del brigadier Aguirre.

Vista de Lumbier (Navarra) durante la Tercera Guerra Carlista.

La gravedad de los acontecimientos, que no habían podido contener las jactanciosas proclamas y el bando declarando el estado de guerra por el capitán general Allende Salazar, fue causa de que el Gobierno de Madrid decidiese mandar al Norte al general Francisco Serrano, que salió el 27 en tren especial con JEM general López Dominguez. El 28 ya tenía organizadas sus fuerzas para combatir a los carlistas.

Con el duque de la Torre llegaron refuerzos para las tropas liberales. Después de la acción de Arizala, las fuerzas mandadas por Carasa e Iturmendi se situaron en Riezu. En Zudaire quedaron cercadas por los carlistas cuatro compañías del batallón de Alcolea, a las que intentó socorrer una pequeña columna salida de Estella, que no pudo pasar de Gabarra ante la oposición de los carlistas, pero al fin, el 29, la tropa encerrada en Zudaira pudo ser auxiliada y rescatada por Moriones. Las fuerzas del general Carasa habían pasado el día 29 a Munárriz, de donde siguieron en dirección al Valle de Ergoyena. Carasa estuvo el 30 en Unanua y Torrano, de donde salió el mismo día al anochecer en dirección a Huarte-Araquil, pasando por Goñi, Lizárraga, Arbizu y Arrazu, siguiendo luego el 1 de mayo por Madoz y Oderiz, hasta Yaben, donde estuvieron el 2 de mayo.

En Guipúzcoa el alzamiento no había tomado el incremento deseado, quizás por ciertos dualismos. El marqués de Valde-Espina no fue advertido del movimiento, y cuando lo supo, Hermógenes Plazaola decidió lanzarse al campo, agregándose a las fuerzas que se sublevaron. Tenía el propósito de concentrar voluntarios en Astigarraga, donde recibirían la dirección de Miguel Dorronsoro, pero lo cierto fue que los hechos no respondieron y la concentración que debía hacerse en Zubieta quedó malograda.

El marqués de Valde-Espina levantó una partida que ascendió a unos 60 hombres. En Oñate fue al campo Pascual de Iturbe en Ataún otra partida que mandaba José María Recondo. Otra partida apareció en Villafranca de Guipúzcoa a las órdenes del comandante Prudencio Aryastuy, mientras que el coronel Amilivia formaba otra en el monte Itzarráez. También se anunció la aparición de carlistas armados en Beasain.

El primer encuentro se libró el 22 de abril por la fuerza mandada por Recondo contra un destacamento de carabineros, guardias civiles y miqueletes, que después del combate tuvo que retirarse a Ataún, siendo al fin socorridos por una columna que había salido de Tolosa. El 23, en el Alto de Madariaga hubo una pequeña acción por parte de las partidas que mandaban Amilivia e Iturbe, contra tres compañías del batallón de Luchana que se dirigían de Loyola a Plasencia.

El marqués de Valde-Espina recibió órdenes de Díaz de Rada para que fuese a Arano (Navarra) con todas las fuerzas que pudiera reunir, pero le fue imposible realizar la marcha, y tampoco Díaz de Rada pudo acercarse a la población. El brigadier Ibarrola convocó al marqués de Valde-Espina para que se le uniera en Arrambíbide, no pudiendo hacerlo porque el puesto estaba ocupado por los miqueletes. Entonces Ricardo Goyeneche y Vicente Ramón de Urquijo, que acompañaban al marqués de Valde-Espina, le expresaron su opinión de que debían salir para Vizcaya, pero Valde-Espina prefirió dirigirse a Arano (Navarra), donde supo la enfermedad de Ibarrola, y que la fuerza de este había marchado a Lazo.

La insurrección en Guipúzcoa no progresaba, como ocurría en Vizcaya. En la madrugada del 22, el coronel Florencio Cuevillas, acompañado de 20 hombres, proclamó a Carlos VII en el concejo de Güeñes (Vizcaya); centro del distrito de las Encartaciones, mientras que al mismo tiempo en Baracaldo, Portilla, Santurce y otros puntos cercanos lo hacían sus subordinados, Rosendo Martínez, el sacerdote Pedro García de Salazar, Cecilio del Campo, Gustavo de Cobreros y Mateo Iturriberria.

La fuerza mandada por Cuevillas libró su primer combate el mismo 22 de abril, cuando a las doce del día se presentó en Güeñes, por la carretera, una fuerza de la guardia civil mandada por un teniente. En realidad, la acción era desigual para los carlistas, puesto que el destacamento se componía de 25 guardias civiles y Cuevillas solo tenía 20 hombres a sus órdenes. Ya se había iniciado el fuego cuando llegó Iturriberria con su gente, tomando parte en el combate. Los guardias civiles se encerraron en la casa del Salvador, en unión del juez y fiscal de Valmaseda, que iban en su compañía, y después de una hora de combate, como los guardias civiles se dieron cuenta de que llegaba un refuerzo a los carlistas, que conducía Martínez, fuerza de 150 hombres, pidieron capitular, con honores de guerra. Primeramente, se negaron a ello los carlistas, pero sabiendo que salían de Bilbao fuerzas en socorro de los sitiados, les concedieron dichos honores, quedando en libertad los guardias civiles después de entregar armas y efectos de guerra. El teniente de la guardia civil fue sumariado por sus jefes.

Sobre el campo de acción quedó organizado entonces el batallón de las Encartaciones, que mandaba el coronel Cuevillas y del que fueron sus segundos jefes el Tcol Rosendo Martínez y el comandante Aniceto de Llaguno. Sería el primer batallón carlista que quedó organizado, en cuatro compañías, llevando a su cabeza una sección de 25 hombres armados de trabucos. Ante la posibilidad de que llegaran fuerzas de Bilbao, emprendió Cuevillas su marcha sobre Valmaseda, de donde obtuvo las raciones para su gente, después de darles descanso en la localidad, alto que fue corto, pues prosiguió su marcha a Carranza. Al llegar aquí, supieron que una columna de tropa de línea y guardias civiles, los mismos que habían capitulado el día anterior, marchaban a su encuentro.

Cuevillas ordenó al capitán Pineda que avanzara con dos compañías, quedando las demás fuerzas en reserva. Se entabló el combate, y cuando se estaba haciendo fuego, un capitán del batallón de Alba de Tormes envió al coronel Cuevillas un recado para que pasara a conferenciar con su jefe. Cuevillas se negó a ello, pero el Tcol Martínez se ofreció a bajar al valle para hablar con el jefe de los enemigos. Pero apenas había hecho una tercera parte del camino, cuando la guardia civil abrió un fuego vivo, recomenzando entonces la acción. Terminó esta por la oscuridad de la noche, retirándose los carlistas a Carranza, donde pernoctaron, ya que el combate se había librado junto a la Peña Guinea, entre Villaverde de Trucios y Carranza. Los amadeístas hicieron creer que habían batido y perseguido a los carlistas. La única baja de los carlistas fue la del alférez Langua, que resultó herido.

También se había levantado en armas, en el valle de Arratia, Juan Ignacio de Sierra. Esta fuerza se convirtió luego en el batallón de Arratia, que, mandado por Sierra, tuvo por segundos jefes a Marcos de Orueta y Pedro de Zavala. El batallón fue uniformado con blusa azul rayada, con vivos encarnados, y su armamento lo componían carabinas del sistema Lefaucbeux. Tenía una compañía de guías que mandó José de Gojenuri, y cuando estuvo organizado completamente, contó con una charanga, dirigida por don Manuel de Ansorena.

El 22 de abril, una partida de 70 hombres que mandaba el médico Juan de Basozábal, que acababa de formarse en Ochandiano, tuvo un pequeño encuentro contra un destacamento de 30 guardias civiles, mandado por el alférez Salinas, en el alto del Puerto de Urquiola. En Bilbao, el Ayuntamiento dispuso que se hicieran reclutas extraordinarias para los voluntarios de la Libertad, pues se temía una acción de los carlistas, inquietud que se acrecentó cuando los soldados del batallón de cazadores de Alba de Tormes desertaron para pasarse a los legitimistas, reuniéndose al batallón de Bilbao que se estaba formando en Galdácano y cuyo jefe fue Martín de Garibi, y cuyo segundo jefe fue José de Ugaxte.

Los desertores de Bilbao que salieron posteriormente a los indicados también fueron a engrosar este batallón. Mientras tanto, iban apareciendo nuevos grupos de carlistas. En Ondárroa salió una partida de 30 hombres mandada por el alcalde de la población. Otra apareció entre Fruniz y Fica; otra de 200 hombres en Zollo; y con igual número en Lazabezua y Lezama, que fueron el núcleo principal de las fuerzas que mandó Garibi. En Orduña apareció otra, mandada por Agustín de Aspe, que tenía unos 150 hombres.

También aparecieron grupos carlistas en armas en las inmediaciones de Marquina, Aulestía y Berriatúa. A consecuencia de estos últimos, los guardias civiles y los carabineros abandonaron sus puestos para retirarse a Marquina y Aulestia. Los carlistas cortaron el ferrocarril en Areta (Álava), por lo que el brigadier amadeísta Ramón de Salazar y Mazarredo ordenó que salieran fuerzas para dicho punto, librándose un pequeño combate cerca de Arrigorriaga.

Acción de Zubieta

Durante estos hechos, Cuevillas recorrió varios pueblos del 23 al 30 de abril, presentándose en Orduña, donde sus voluntarios oyeron una misa en el santuario de Nuestra Señora de la Antigua, e inutilizando la vía férrea hacia Izarra, regresaron el 30 por la mañana a Sopuerta, en donde le comunicaron que contra él marchaba una columna desde Valmaseda. El coronel Cuevillas emprendió entonces la marcha a Güeñes, con el intento de atravesar en Sodupe la carretera y tomar el camino de Oquendo para librarse de quedar envuelto entre dicha columna amadeísta y las fuerzas liberales que ocupaban el valle de Carranza. Para conseguir este fin, debían pasar el puente de Zubieta, que también procuraban alcanzar los amadeístas. Apenas pasado Sodupe, se presentaron los enemigos a la retaguardia de Cuevillas, por lo que las fuerzas que la componían, mandadas por el Tcol Martínez, empezaron el combate en San Juan de Arriba, continuando los carlistas su marcha combatiendo, hasta el citado puente, donde ya las demás fuerzas habían tomado excelentes posiciones.

Allí prosiguió con viveza la lucha, pero habiendo sido advertido el coronel Cuevillas de que acudían fuerzas procedentes de Bilbao, emprendió la retirada hacia el valle de Oquendo (Álava), llevándose sus heridos. Las pérdidas carlistas fueron un muerto, dos heridos y un contuso. En cuanto a los amadeístas, tuvieron cinco muertos y quince heridos.

Ya el 25 de abril la insurrección en Vizcaya se podía dar por realizada. Era comandante general de la misma el brigadier Francisco Ulibarri, veterano de la Primera y Segunda Guerras Carlistas. Quedaron formados ya los batallones, que fueron los de Arratia, Bilbao, Munguía, Durango, Guernica, Marquina, Encartaciones y Orduña. El batallón de Munguía lo mandaba Laureano de Zavala, y era segundo jefe José de Urquidi. El batallón de Durango lo mandó Francisco de Cengotita Bengoa, y llevaba una banda de música. El batallón de Guernica, que era el mejor organizado y armado, tuvo por primer jefe a Pedro de Allende Salazar, y de segundo jefe a León de Iriarte. El batallón de Marquina estaba mandado por Estanislao de Ibaceta, y como segundo jefe llevaba a José de Sarasola; el batallón de Orduña tenía por jefe a Agustín de Aspe. La caballería también quedó organizada en un escuadrón mandado por Félix Noriega, y además había una escolta de 15 caballos mandada por el alférez Gerardo Manso, que acompañaba al comandante general y que los voluntarios llamaban Ulanos, porque siempre iban de descubierta. Había unos 3.200 hombres armados, pero otros 2.000 estaban sin armas.

Como secretario del brigadier Ulibarri, estaba don Isidoro Ruiz de Arbulo, y ayudante el alférez Izazu. Médico del cuartel general era el citado Basozábal, y comisario general Pedro de Olaortúa. Tal era la organización que se consiguió en Vizcaya en el mismo mes de abril.

Las fuerzas guipuzcoanas mandadas por Recondo y Ayastuy cortaron la vía férrea y un puente entre Beasain y Tolosa, e inutilizaron la línea telegráfica. Interesaba a los carlistas que los trenes no pudieran circular. En Navarra también Carasa había cortado el ferrocarril en Irurzun y los vizcaínos habían hecho lo mismo destrozando la vía férrea y los puentes de Areta, Luyando y Miravalles, por lo que la comunicación de Miranda de Ebro con Bilbao estaba interceptada.

Sabotaje carlista al ferrocarril en durante la Tercera Guerra Carlista.

A Guernica llegaron los batallones mandados por Ulibarri después de recorrer triunfalmente Durango, Marquina y Lequeitio, entre el entusiasmo de los vizcaínos. La Diputación siguió luego con el comandante general, hasta que, después de la acción de Arrigorriaga, quedó establecida en Dima. Pocas fueron las disposiciones de la misma, si dejamos aparte el llamamiento de los solteros de 18 a 40 años para que empuñaran las armas, pero como que estas escaseaban, los mayores de 30 años quedaban en sus casas, pero alistados. No hubo alteraciones en el régimen municipal de los municipios vizcaínos sin reintegrarlos a su antigua legislación. Debió parecerles aleatoria su autoridad y no hubo innovaciones.

El entusiasmo de los vizcaínos hizo que, de las cuatro provincias vasco-navarras, la que quedara mejor y más rápidamente constituida fuera la de Vizcaya, siendo allí la insurrección, a la par que general, la más pródiga en incidentes con las tropas del Gobierno. El general Ulibarri era activo e inteligente y tenía la máxima autoridad por gozar de grandes simpatías. Fue lástima que su muerte cortara rápidamente los progresos que hacía por la causa carlista.

El general Díaz Rada había marchado hacia la frontera para prevenir a don Carlos de la conveniencia de que aplazara su entrada en el territorio navarro, por no considerar propicia la ocasión, pero que coincidió con la entrada del Rey en España. Los amadeístas no supieron el propósito de don Carlos; Fernando Primo de Rivera suponía que Díaz de Rada huía hacia el valle del Baztán a una jornada de él, cuando en realidad marchaba a la frontera para prevenir a don Carlos.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-15. Última modificacion 2025-12-15.
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