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Biografía del barón de Meer
Ramón de Meer y Kindelán era de origen flamenco, era hijo de José de Meer, capitán de Reales Guardias Valonas y mariscal de campo, y de Vicenta Kindelán Barnevall. En 1792 comenzó a cursar estudios de Matemáticas en la Academia de Nobles Artes de San Fernando de Madrid y en 1799 ingresó como cadete en el Cuerpo de Reales Guardias Walonas, tomando parte dos años después en la campaña de Portugal.
Al producirse el levantamiento de España contra Napoleón, se encontraba en Barcelona como alférez supernumerario, siendo hecho prisionero y conducido a Francia, de donde regresó en julio de 1814, incorporándose seguidamente a su RI de la Guardia Real, en el que recibió los ascensos a segundo teniente, primer teniente y capitán.
Entre 1817 y 1822 permaneció de guarnición en Madrid, y al ser disuelta la Guardia Real en este último, como consecuencia del levantamiento de la misma en el mes de julio, solicitó y obtuvo el retiro, fijando su residencia en Alicante y más tarde en Leganés.
En 1826 fue purificado y destinado a Cataluña, donde consiguió el empleo de primer comandante de la Guardia Real, luchando al año siguiente a las órdenes del conde de España para sofocar el levantamiento de los agraviados (malcontents).
Obtuvo en 1828 el empleo de teniente coronel y en 1833 el de coronel del RI-4 de la Guardia Real, con el que intervino enseguida en operaciones contra las fuerzas carlistas en las provincias del norte.
En 1834, siendo ya brigadier, fue nombrado por Quesada jefe de la brigada de reserva, con la que concurrió en la provincia de Navarra a las acciones de Alsasua y Muez; en el mes de julio, al mando de la BRI-II/1, en las acciones de Olazagoitia y Artaza; el 22 de febrero en la acción de Bermeo (Vizcaya), donde ganó la Cruz Laureada de San Fernando de 4.ª Clase, y, por último, a las acciones de Orbiso (Álava), Zúñiga, Mendaza y Arquijas (Navarra).

Al año siguiente le confió Espóz y Mina la comandancia general de Tudela, hasta que Valdés le dio el mando de la DI-2, con la que concurrió al levantamiento del primer sitio de Bilbao. Nombrado virrey de Navarra por Córdoba, combatió en la batalla de Mendigorría (Navarra), siendo recompensado con el ascenso a mariscal de campo. En el mes de octubre resultó herido de gravedad en la cabeza durante la destrucción del puente de Ibero (Navarra).
Por Real Cédula de 8 de julio de 1836 fue recompensado con la Gran Cruz de San Fernando por su destacada actuación en las acciones de Zuriain y Larrasoaña (Navarra), y tomó parte a continuación en el levantamiento del segundo sitio de Bilbao y en la acción de Castrejana, ganando en estas últimas acciones la Cruz Laureada de San Fernando de 3ª clase y el empleo de teniente general.
Se hizo cargo de la capitanía general de Cataluña el 12 de marzo de 1837 y prorrogó el estado de sitio.
Situación del ejército gubernamental
El ejército gubernamental en el Principado era insuficiente para tomar la iniciativa y aun para conservar las 9 plazas, los 255 puntos fortificados y las 120 casas fuertes. Las tropas cristinas solo abandonaban esos refugios para buscar víveres o proteger los trabajos agrícolas. Tampoco había dinero: los 25.000 duros aportados por los pudientes de Barcelona y los 12.000 en calderilla que se guardaban en la ceca solamente servían para salir del paso.
El aprovisionamiento de víveres, las comunicaciones, los viajes, debían hacerse con una fuerte protección militar, absorbiendo así buena parte de las fuerzas del ejército cristino. Además, los movimientos de estas columnas estaban perennemente controlados por los carlistas, que las hostigaban a placer. Para hacer frente a esta situación, la comisión de guerra de la junta de armamento trató de potenciar la adopción de un nuevo plan de operaciones, que se publicó bajo el nombre de Proyecto de pacificación de la montaña. Donde se observaba cómo los carlistas se apoyaban con preferencia en el trozo comprendido entre los distritos de Manresa, Berga, Seo de Urgell y Solsona; al igual que había ocurrido en 1640 y durante la Guerra de Sucesión, lo que se atribuía tanto a las características de un terreno lleno de bosques, quebradas y montañas, como al “ciego y obcecado fanatismo de los habitantes”.
El remedio propuesto consistía en establecer una junta de pacificación en cada distrito, garantizar las comunicaciones y establecer una serie de guarniciones compuestas a partes iguales por soldados y nacionales del país, y donde se obligaría a residir a los campesinos de cierta posición. Los molinos que no pudieran ser protegidos debían ser inutilizados, y batidos los bosques que servían de refugio a los carlistas, formando padrones con los nombres de los que se hubiesen unido a la facción.
El fin que se pretendía con todo esto era imposibilitar la existencia de grandes partidas, obligándolas a subdividirse para hallar la subsistencia. Los labradores recibirían armas para hacerles frente, y en caso contrario serían duramente castigados, mientras que se esperaba que los actos de desesperación que pudieran cometer los carlistas fueran suficientes para que el campesino no les “mirara ya como soldados carlistas, sino como verdaderos salteadores de camino y asesinos dedicados solamente a retardarle el dulce y ansiado goce de la paz, y el renacimiento de su antigua y perdida libertad”.
El barón de Meer diseñó una estrategia acorde con la guerra académica y con la sedentarización de sus enemigos. En resumen, su plan consistió en asfixiar a los carlistas catalanes en la zona pobre y montañosa que a duras penas les sostenía; mientras tanto, les restaría efectivos gracias a una combinación de represión e indultos y se plantearía operaciones de reconquista solamente cuando el éxito estuviese garantizado. El coronel Segarra, comandante en jefe de los carlistas catalanes, pudo comprobar pronto lo efectivo de tales criterios, puesto que en marzo de 1838 los carlistas perdieron Ripoll y el castillo de Orís y durante la primera mitad de ese año el número de sus combatientes se redujo de 13.000 a 7.000 hombres, así que se limitó a poner orden en sus tropas y a decretar una quinta, eso sí, con sustitución o redención a metálico de 2.000 reales.
El cerco a los carlistas se concretó en una red de puntos fortificados, situados a lo largo de la costa y del camino real de Aragón y reforzados por las fortalezas cristinas del Principado, en los que se podían reunir hasta cuatro columnas, de unos 2.500 o 3.000 hombres cada una. La población próxima a los puntos tenía que refugiarse en ellos para no ser víctima de las contribuciones carlistas, con lo cual la trama cumplía una función económica. La Junta de Berga quiso contrarrestarla declarando los puntos en estado de bloqueo permanente, pero no consiguió más que contrabloqueos.
Tercera bullanga (el 13 de enero de 1837)
La tercera bullanga empezó cuando algunos batallones de la Milicia Nacional se sublevaron de nuevo a favor de la Constitución de 1812. La insurrección fue sofocada por otros cuerpos de la misma milicia, que tomó el control de la ciudad y favoreció la llegada al poder municipal del sector moderado, que se vio apoyado por el nuevo capitán general, el barón de Meer.
Los moderados purgaron la Milicia Nacional, implantaron el estado de sitio, desarticularon al partido progresista y prohibieron la prensa radical. Todo ello provocó un nuevo estallido social el 4 de mayo, en que sectores progresistas ocuparon la plaza de San Jaime y se enfrentaron al ejército. Una junta presidida por el dirigente radical Ramon Xaudaró negoció la paz con las autoridades, pero, tras deponer las armas, los moderados iniciaron una dura represión que se saldó con diversas detenciones y deportaciones, así como la ejecución del propio Xaudaró.

Liberación de Solsona en abril de 1837
Cuando llegó el barón de Meer y se hizo cargo de la capitanía de Cataluña, a fin de socorrer a Solsona, que había sido ocupada por sorpresa por el infatigable Benito Tristany y Feixas. Ayudado por un miliciano excarlista que estaba de turno de guardia en la sede episcopal, penetró en la villa la noche del 21 al 22 de abril, consiguiendo acorralar la guarnición en el convento fortificado y algunas casas de alrededor.
El barón de Meer, enterado del asalto, partió de Barcelona el 25 de abril al frente de una columna y llegó a Solsona el primero de mayo. Hizo que la segunda división marchara rápidamente a Cardona, y que la tercera, que estaba en Agramunt, se le uniera a Torá. La mañana del 30 de abril, la vanguardia mandada por el coronel Clemente atacó a los carlistas que ocupaban posiciones en las casas de Vallferosa, de donde los desalojó, a la vez que en Peracamps.
El ejército liberal siguió avanzando. La retaguardia y el flanco izquierdo fueron atacados constantemente y se vieron obligados a acampar en la cima de Llobera, donde llegó caída ya la noche. La situación de Meer era extremadamente crítica, carente de víveres y municiones; la columna del coronel Antonio Niubó fue deshecha, cerca de la villa de Estany de Puigdollers, dejando 400 muertos y 600 heridos. Y el general Francisco Javier Azpiroz, jefe de la tercera división, recibía el comunicado, enviado desde Calaf, citándolo a Torá, y aunque al oír el fuego se acercó al lugar del combate, al cesar este volvió atrás, pernoctando en Cardona.

A las tres de la madrugada el barón de Meer emprendió el movimiento con el propósito de abrirse paso a la bayoneta. Los carlistas continuaron hostigándolos, sacando provecho del terreno arisco. Su caballería llegó a atacar la retaguardia, y fue contenida por el batallón de Oporto, que tuvo que formar el cuadro. De esta forma favoreció que la artillería se pusiera en situación de batería. No cesaron los ataques carlistas a pesar del fuego de cañón, y solo retrocedieron ante una carga de la caballería, llevada por el coronel Pavía. Tristán se vio entonces obligado a evacuar a Solsona y el barón de Meer la ocupó a las siete de la mañana. Las pérdidas por una y otra parte fueron considerables.
Falto de efectivos y recursos para mantener la posición, ordenó el derribo de las fortificaciones, evacuó a los habitantes y se fue. Los carlistas entraron tres días más tarde e instalaron su Junta el 14 de mayo de 1837.
Reformas militares y ecónomicas
De Meer sabía que su sistema de guerra solo tendría éxito si contaba con los medios necesarios para retener a la población en los puntos fortificados. Además, la disciplina no volvería a las tropas gubernamentales si no se calculaban bien las soldadas y estas no se pagaban con regularidad. En consecuencia, la disponibilidad de dinero sin trabas burocráticas se convirtió en la clave de bóveda del sistema. Todas las medidas administrativas de la dictadura se encaminaron hacia ese objetivo, tanto las dictadas a través de un Consejo Central como, desde el 6 de octubre de 1837, por una Junta de Administración y Revisión de Cuentas.
Para acabar con el déficit crónico del presupuesto militar del Principado, había que ahorrar todo lo posible y aumentar los ingresos. Se simplificó la administración y se estableció una escrupulosa contabilidad sobre los impuestos indirectos, lo cual trajo un leve crecimiento de las entradas. En el capítulo de las economías, la medida más importante, y la que más indispuso a Meer con las tramas de intereses en Madrid, fue el cambio de sistema de adjudicación del suministro al ejército de Cataluña, algo que la Diputación de Barcelona progresista llevaba meses pidiendo.
A partir de octubre de 1837, el suministro fue adjudicado en Cataluña por el capitán general, y además se obligó a los proveedores a establecer factorías y a disponer de un remanente de emergencia. Así se añadieron unos 3,3 millones de reales al mes al presupuesto militar y civil del Principado, pero el déficit alcanzaba los 4 millones. De Meer tuvo que ordenar en febrero de 1839 los típicos recargos de aduanas, derechos de puertas y papel sellado, el no menos clásico descuento de los sueldos de los funcionarios y una contribución extraordinaria de guerra. Sin embargo, ya contaba con pocos valedores en Madrid, y las medidas fueron anuladas por real orden.
En cuanto a resultados sobre el terreno, desde comienzos de 1838 hasta julio de aquel año, los hechos de armas más destacados fueron el abandono de Ripoll por parte de los carlistas, el 16 de marzo de 1838, y el asedio y posterior toma del castillo de Orís por los cristinos.
El barón de Meer fue sustituido por Rodil a partir de la toma de Ripoll el 31 de mayo de 1839, y reemplazado este cinco días más tarde por el general Jerónimo Valdés y Sierra, nombrado capitán general de Cataluña el 5 de junio de 1839. Meer pasó a Francia a restablecer su decaída salud; volvería a ser nombrado capitán general de Cataluña entre 1843 y 1845.
Valdés decidió este hacer un reconocimiento sobre la capital carlista; el 1 de septiembre de 1839 se presentaba en las proximidades de Berga. La táctica de tierra quemada adoptada por el conde de España, en cuyas instrucciones se recordaba la retirada del ejército ruso en 1812, hubiera sido más o menos disculpada si el ataque hubiese tenido lugar, pero tras hacer un pequeño amago, Valdés volvió a refugiarse en sus bases, y el descontento aumentó hasta límites inimaginables en los mismos momentos en que se hundía definitivamente el ejército carlista del Norte.
Situación en el bando carlista
Nombramiento interino de Royo
Tras la marcha del general Maroto en octubre de 1836, la capitanía general de Cataluña recayó en Blas María Royo de León, que era el jefe de Estado Mayor.
Comenzó la reestructuración de las fuerzas carlistas que contaban con 23 batallones; estaban compuestos por las diversas partidas formadas desde el principio de la guerra, y fueron organizados en cuatro divisiones, cada una de las cuales actuaba en una zona concreta. Dichas fuerzas no salían de sus distritos, en los que operaban con entera independencia, a no ser en los casos en que se requería una combinación para atacar alguna columna enemiga, y una vez realizada, volvían a ellos. También bajo la supervisión de Tristany, se fundieron las tres primeras piezas de artillería del ejército, tan sumamente defectuosas que se inutilizaron en la primera ocasión que se trató de utilizarlas.
En opinión de Labandero, «Royo conoció perfectamente este género de guerra, que fue adoptado por los jefes de las primeras fuerzas sublevadas, y se seguía con general aceptación de todos sus subordinados; razón por la que disfrutó de un concepto y prestigio extraordinario entre los catalanes; mayor que el que obtuvo ninguno de los jefes que mandaron posteriormente».
La acción más importante realizada por los carlistas fue la incursión en el valle de Arán por las fuerzas de Porredón y Borges, que el 26 de octubre habían entrado en Estaña (Lérida), y, después de haber pasado los desfiladeros que comunican con el valle, atacaron y pusieron sitio a Viella; pero el 11 de noviembre, tuvieron que levantarlo, regresando por la parte montañosa que lo separa de la provincia de Huesca, hasta llegar a Vilaller, de donde pasaron a Pont de Suert para descansar, al fin, en Malpás y Víu de Llebata. El paso del macizo montañoso había costado a los carlistas, según los partes cristinos, la muerte de hombres por el frío.
El día 11 de noviembre, el coronel Ibáñez atacaba a Bráfim (Tarragona), sin poder rendir los fuertes. En Agramunt (Lérida), atacado por los carlistas mandados por Porredón, fue socorrido a tiempo por Gurrea. Pons, en una emboscada, derrotó a las fuerzas de Artesa de Segre, muriendo el comandante militar cristino. El capitán Ferrer atacó al frente de una compañía a un convoy cristino en los alrededores de San Sadurní de Noya (Barcelona). Dos columnas, una salida de Lérida y otra mandada por Iriarte, tuvieron un fuerte encuentro con las fuerzas carlistas mandadas por Arbonés en Granadella, el día 16. Como de costumbre, se exageró mucho la importancia de este combate, ya que con frecuencia se leen partes que un jefe carlista había sido derrotado y se había quedado con una exigua partida, y a los pocos días vuelve a combatir con mayores fuerzas que en la acción anterior.
En Pobla de Montornés (Tarragona) hubo un combate el 23 de noviembre; Iriarte conseguía sorprender a los carlistas en San Lorenzo de Bagá, y el día anterior los carlistas mandados por Zorrilla combatían en Bergus (Barcelona). Antes, el día 6, había librado un combate cerca de Cardona al sorprender Tristany a cristinos que iban por Salt. Ibáñez, quien sitiaba el fuerte de Montmaneu, entró con sus voluntarios por una ventana, y se apoderó de 93 cristinos que lo guardaban, se lleva el depósito que tenían los liberales y prendió fuego a la casa. Pujol recorrió tranquilamente los alrededores de San Felíu de Guixols.
El 1 de diciembre, Grau se presentó cerca de Vich y se tiroteó con los liberales que la guarnecían. Pons, al frente de su batallón, se apoderaba del fuerte y guarnición de Puigcercós (Lérida). Nuevos combates en La Llacuna (Barcelona) y Pobla de Bellvell (Lérida). Sebastián anunciaba pomposamente la derrota y dispersión de las fuerzas de Arbonés en Mayáis (Lérida) el 2 de diciembre, lo que no impedía que Arbonés luchase el día 5 en Juncosa (Lérida) contra Gurrea. Forner recorrió, en la provincia de Lérida, los pueblos de Espluga Calva, Senant, Omells de Nagaya y Lloréns. En Espluga Calva tuvo un fuerte combate contra Iriarte el día 13 de diciembre. En ese mismo día alcanzaba señalada victoria sobre los cristinos el coronel Caballería, en Avinyonet (Gerona), contra el gobernador de Puigcerdá, Manuel Aguirre. Los cristinos dejaron 40 muertos y numerosos heridos en el campo del combate, así como fusiles, cajas de guerra, mulos, un caballo y hasta la bocina de los Cerdanes. Muchos objetos de culto, y también de propiedad de particulares, que llevaban los cristinos, producto de sus saqueos, quedaron en poder de los carlistas, quienes advirtieron oficialmente a los dueños para que los reclamaran.
El 19 de diciembre, era en Vilallonga (Tarragona) donde se combatía, pues los francos, mandados por Bergadá y Sauronia, atacaron un destacamento mandado por el capitán Masoret, pero corrió en socorro de este una compañía de cazadores de Guías de Tarragona, a las órdenes del teniente Grau, que rechazó a los cristinos, quienes, entre los muertos, dejaron en manos de los carlistas a su jefe Sauronia.
Antes, el día 11, se había librado un combate en Juncosa (Lérida) entre las fuerzas carlistas del brigadier Masgoret y el cristino Iriarte. El 20 fue la columna cristina de Domingo Ortiz la que combatió en Paláu (Lérida) contra los liberales, mandados por el teniente Molíns; libró combate en Romañá de la Selva (Gerona) al coronel Zorrilla. Otra lucha, aunque parece de menor importancia, fue en Fornols (Lérida). Los cristinos incendiaron el pueblo de Obiols (Barcelona) por ser “abrigo frecuente de los rebeldes”; también fue víctima de este furor incendiario de los cristinos el pueblo de Monreal (Tarragona).
El 9 de enero de 1837, Benito Tristany y Feixas se apoderó de Suria (Barcelona) e hizo prisionera a toda la guarnición (70 del RI-8 de Zamora), que quedaron prisioneros de los carlistas. Ante esta noticia, salió de Manresa una columna, formada por el BI-II de Manresa, al mando de Novella; pero Tristany lo esperó en Fonollosa, le derrotó completamente, haciendo muchos prisioneros y dispersando a los que de ello se libraron. Un destacamento de los que pudieron escapar, mandado por el teniente Gasset, pudo refugiarse en la casa rectoral del pueblo de Fals (Barcelona), donde se aprestaron a la defensa contra los que los perseguían. El coronel Azpiroz, con cuatro compañías de preferencias del RI-8 de Zamora, nacionales de Barcelona, Manresa y Sampedor, más un batallón franco, acudió en socorro de los sitiados en Fals, a los que libertó el 12 de enero.
Por su parte, el coronel Castells combatió en Vallcebre y Fumanya el día 14, con ventaja cristina que le obligó a ceder sus posiciones; pero cuando la columna liberal regresaba a Berga, siguió hostigándola constantemente hasta Pont de Reventí. El 16 hubo un encuentro en Vilanova de Meyá (Lérida); el 22 fue en Montroig (Lérida), y el mismo día fue atacado Tora (Lérida).
El día 2 de febrero, las fuerzas del coronel Castells, que constantemente bloqueaban la plaza de Berga, hicieron una demostración de ataque contra la misma. No tuvo éxito el brigadier Tristany al presentarse frente a Cardona, cañoneando las fortificaciones con una mala pieza de artillería, pues el ataque resultó infructuoso. El día 6, hubo un encuentro en La Ametlla del Vallés (Barcelona).
Más importante fue la correría que por la región levantina hizo el coronel Zorrilla: se presentó primeramente por la parte de La Bisbal (Gerona), luego tiroteó el fuerte de Hostalrich con un cañón y marchó sobre Pineda y Malgrat (Barcelona). Su caballería recorrió los pueblos del litoral. Unido entonces con Galcerán y Pujolo. Zorrilla se dirigió entonces hasta Pineda, con la misión, que cumplió, de proteger un desembarque de armas destinado al ejército carlista de Cataluña. Realizado con éxito este propósito y recogido el armamento, su caballería se aproximó a Calella; una fuerza nacional que se acercaba a Malgrat fue batida por sus fuerzas. Al fin regresó al interior de la provincia, pasó no lejos de Caldas de Montbuy y cayó rápidamente sobre San Pedro de Torelló el 12, donde batió completamente a nacionales de Mataró, Vilasar de Dalt y Premiá, muriendo en este combate 36 cristinos. Sin embargo, Zorrilla tuvo un encuentro desgraciado en Hostalets el 21 de febrero.
Tristany se presentó el día 15 en Sanahuja (Lérida), emboscándose durante la noche y sorprendiendo a la población cuando por la mañana abrieron las puertas de la villa. Se libró entonces un fuerte combate en las calles de la misma, pero al final se retiró Tristany, quien no había pensado nunca quedarse en la localidad, por lo que los cristinos se apuntaron una victoria.
Otra operación arriesgada se llevó a cabo en la provincia de Gerona. Después de ocupar los pueblos de Alp y Ger, marcharon a Llivia; pero al regresar por el camino neutral, un grueso destacamento de tropas francesas, salido de Bourg-Madame, los rodeó, haciéndolos prisioneros después de obligarlos a rendirse, siendo conducidos presos a los carlistas al pueblo de Sallagouse (Francia).
El 17 de febrero, Tristany juntó sus fuerzas a las de Ibáñez y Matías de Vall y esperó en la carretera de Barcelona a Lérida, cerca de Cervera, el paso de la columna del coronel Francisco Antonio de Oliver, compuesta por unos 1.000 efectivos del RI-25 provincial de Málaga y un batallón de francos. Al día siguiente 18, se produjo el combate en el que la columna quedó completamente destruida; quedaron en poder de los carlistas 900 fusiles, 12 cajas de guerra y un convoy entero, unos 300 muertos y unos 600 prisioneros, de los que 200 prisioneros fueron fusilados, posiblemente de los francos. El hecho tuvo una gran repercusión y Tristany se ganó tanto la gloria del éxito como la censura por el fusilamiento. Al día siguiente, el comandante general Royo reorganizó sus fuerzas y dio a Tristany el mando de la segunda división.
Ese mismo día, se produjo un notable avance político con el establecimiento en Borredá de una Junta estable, liderada por Bartolomé Torrabadella, excancelario de la Universidad de Cervera y subdelegado apostólico para Cataluña. En efecto, la Junta comenzó a dictar las disposiciones propias de un gobierno provincial, a la que dispuso de un medio de difusión, que fue el periódico El Joven Observador, dirigido por el clérigo Vicente Pou. En sus páginas aparecieron órdenes referidas al aprovisionamiento y raciones de las tropas por parte de los pueblos, a los sueldos y haberes de los soldados de don Carlos en el Principado o al papel sellado, pero su materia preferida fueron siempre las contribuciones, ya que en ese momento las rentas se reducían a las de catastro y anejas, subsidio eclesiástico, algunas aduanas en la frontera con Francia, secuestros de bienes de liberales y permisos de tránsito por las zonas que las partidas controlaban.
El 25 de febrero, la vanguardia de un convoy cristino que se dirigía de Manresa a Berga, escoltado por la columna del coronel Aspiroz, fue atacada por el coronel Castells; arrollada, debió su salvación, evitándose un desastre, a la llegada del grueso de la columna. Tristany atacó Calaf el 8 de marzo, entrando en la población y batiéndose por las calles; los cristinos fueron socorridos por el general Serrano con la columna de Aspiroz. Mientras estas victorias se obtenían, Gurrea se dedicaba a recorrer los pueblos carlistas e incendiaba Fonollosa, Vallmanya, Prades, Ardevol, Castelltallat y Aguilar de Segarra.
Otros combates del mes de marzo se señalan en Hostalets (Barcelona), contra la columna de Ignacio Aguilar; el 9 fue en La Ametlla del Vallés, donde se combatió. El 13 de marzo, en Ríudecols (Tarragona), también hubo una lucha, y otra acción de importancia el 23 y 24 de marzo en Pont de Reventí (Barcelona). Tristany recorría los pueblos del llano de Urgel, restableciendo los ayuntamientos que existían en 1833, antes de la muerte de Fernando VII, e imponía una contribución mensual para la hacienda carlista.
Se inició el mes de abril con la derrota del coronel Niubó el día 1 en la sierra de Monsech. Las fuerzas carlistas que mandaba Marcó tuvieron un combate el 7 de abril en Maslloréns (Tarragona) contra la columna de francos mandada por el comandante Francisco Ballera. El 15 y 16 de abril se combatía en Orís, San Quirico de Besora y Montesquíu contra los cristinos mandados por Federico Luller.
Gracias a esos progresos, los carlistas catalanes se propusieron la toma de Solsona, una ciudad pequeña que a cambio equidistaba entre las zonas de actuación de las partidas y era la única sede episcopal al alcance de una junta dominada por eclesiásticos. Benito Tristany con una columna carlista consiguió entrar en Solsona por sorpresa la noche del 20 al 21 de abril de 1837. Un miliciano nacional, que había pertenecido a las fuerzas carlistas y estaba de centinela en el fuerte establecido en el palacio episcopal, facilitó la entrada a las fuerzas de Tristany. Estas procuraron sorprender al cuerpo de guardia; pero algunos de quienes lo componían pudieron huir, alarmando a sus compañeros. El fuerte del palacio episcopal quedó en manos de los carlistas, y el comandante Roca, de la milicia, al mismo tiempo que dirigía la defensa, procuró reducir la posición ocupada por Tristany, bloqueándola, al mismo tiempo que se fortificaba un convento de religiosas y se destruían las casas inmediatas al palacio.
Siete horas duró la acción de los cristinos contra los carlistas dueños del fuerte, hasta que estos, emprendiendo una acción ofensiva, consiguieron apoderarse de una de las puertas de la ciudad, entrando entonces los carlistas que estaban esperando junto a las murallas. El capitán de milicias Coll murió al intentar resistir. Por fin, los últimos defensores de Solsona se refugiaron en el convento de monjas, formando un conjunto de 130 soldados del RI-8 de Zamora y unos 100 milicianos nacionales. Tristany los sitió y consiguió rendir el hospital, donde también se habían hecho fuertes 30 soldados del RI-8 de Zamora y servía de antemural del convento.
Al tener noticias de lo que ocurría en Solsona, el barón de Meer partió de Barcelona el 25 de abril, avanzó y el 28 llegó a Calaf con una columna de 2.400 hombres y media batería de montaña; otra división cristina, a marchas forzadas, llegó el 26 a Cardona, mientras la mandada por el coronel Niubó, quien se hallaba en Agramunt, recibía la orden de unirse a Meer en Torá. Esta fuerza no pudo ponerse en contacto con la de Meer. El 30 de abril, desde Torá, el Barón emprendió su marcha sobre Solsona, mandando la vanguardia el coronel Clemente, quien a las once de la mañana encontró la primera resistencia carlista en Vallferosa, que fue vencida por los cristinos. De nuevo su ruta fue interceptada en Peracamps, cuya posición fue conquistada por el batallón de granaderos de Oporto. Al mismo tiempo, la retaguardia cristina era atacada reiteradamente cinco veces por los carlistas.
De noche llegaron a las posiciones de Llovera, donde de nuevo los carlistas atacaron por vanguardia y retaguardia, pero fueron rechazados, y el barón de Meer queda a la vista de Solsona. A las tres de la madrugada del día 1 de mayo reemprenden la marcha para socorrer a los sitiados en Solsona, marcha penosa, en que los cristinos tuvieron que formar varias veces en cuadro para defenderse. La lucha seguía porfiada; la caballería cristina, mandada por el coronel Manuel Pavía, tuvo que abrirse paso con reiteradas cargas, y por fin entraron los cristinos en Solsona, salvando a los defensores a las órdenes del comandante Juan Bautista Roca, que se habían mantenido en el convento durante doce días. Pero Tristany, al retirarse, tomó su desquite. Falto de efectivos y recursos para mantener la posición, ordenó el derribo de las fortificaciones, evacuó a los habitantes y se fue. Los carlistas entraron tres días más tarde e instalaron su Junta el 14 de mayo de 1837.
La tercera división cristina, mandada por el coronel Niubó, no había podido unirse a las tropas del barón de Meer. En las inmediaciones de Guisona, fue sorprendida su columna por el brigadier Tristany, el 2 de mayo; en un fuerte enfrentamiento, cayeron en el combate cerca de 400 soldados muertos y 100 heridos; 26 oficiales, entre ellos el coronel Niubó, sucumbieron en esta acción. Los cristinos culparon de la derrota al capitán Ramón Salviá, jefe de Estado Mayor de Niubó. Todos los fusiles y el material de campaña quedaron para los carlistas. El resto de la columna se refugió en Sanahuja.
El 15 de mayo de 1837, la Expedición Real al frente del infante don Carlos salió de Estella con 12.000 soldados y 1.600 lanceros. Tras un primer revés en Huesca y un paso del Cinca tan mal concebido que el río arrastró a batallones enteros, la expedición penetró el 7 de junio de 1837 en Cataluña por Tragó de Noguera. Cuando se les unieron 4 batallones y 2 escuadrones mandados por el Ros de Eroles, el Estado Mayor carlista pensó que llegaban refuerzos, pero pronto descubrió que se trataba de una horda semibandolera que ni siquiera tenía munición.
El 12 de junio, se produjo la batalla de Gra o de Guisona, en la que los expedicionarios derrotaron al capitán general del Principado Ramón de Meer. Tras la batalla siguieron hacia Solsona, que era la capital carlista.
Royo había conseguido cierto prestigio entre las partidas dejándolas hacer la guerra a su aire y había sido el conquistador de Solsona, pero la Junta y el clero carlista catalán, con los obispos de Lérida y Solsona al frente, aconsejaron a don Carlos que le diera el mando a Benito Tristany, que al fin y al cabo era canónigo por méritos de guerra y que había sido ascendido a mariscal de campo. Royo fue depuesto el 13 de junio de 1837, dos días antes de que don Carlos entrara en Solsona (15 de junio) y se montara en la ciudad en ruinas una parodia de ceremonial regio. Pero, para sorpresa de los religiosos, no lo reemplazó Tristany, sino Antonio de Urbiztondo, uno de los militares profesionales incluidos en la Expedición Real.
Nombramiento de Urbiztondo
El mariscal Juan Antonio de Urbiztondo fue nombrado como comandante general del Principado. Conocido su nombramiento, marchó de Ginestar el 29 de junio, dirigiéndose a Solsona para tomar el mando de las fuerzas y conocer el estado económico y militar del ejército de que acababa de hacerse cargo. Según los datos facilitados por el mismo Urbiztondo, el ejército carlista de Cataluña se componía de 12.710 hombres y 295 caballos, con 3 piezas de artillería, fundidas sin las reglas del arte.
Su plan de campaña era apoderarse de toda la alta montaña, asegurándola por medio de una línea de puntos fortificados, y logrando así estabilizar las comunicaciones con Francia.
Con el fin de asegurarse la conquista de Berga, el general Urbiztondo mandó situar al brigadier Tristany en Suria, con dos batallones. La división del brigadier Sobrevías, compuesta del BI-VIII, BI-IX, BI-XX, BI-XXI y BI-XXIII de Cataluña, fue colocada en San Quirico de Besora y San Pedro de Torelló, mientras ordenaba al coronel Ibáñez y al brigadier Porredón que estuvieran en observación de las columnas del barón de Meer y del coronel Vidart. Urbiztondo, entonces, dispuso que la escasa artillería carlista marchara para batir la plaza de Berga, y él, con tropas de reserva, salió de Aviá para comenzar el ataque formal con la fuerza unida a la de Castilla.
A los pocos disparos, las tres piezas quedaron inutilizadas: dos de los cañones reventaron, y el otro saltó de la cureña. Pero Urbiztondo dio la orden de ataque. El coronel Boigues dio el ejemplo arrimando las escalas para asaltar las murallas de la población; en media hora de combate se tomó la primera línea cristina. Siguió todo el resto del día 11 de julio hostigándose al enemigo, y al día siguiente, a las tres de la tarde, capituló la guarnición, cayendo en poder de los carlistas dos piezas de artillería, 600 fusiles y 20.000 cartuchos.

Al conocerse la toma de Berga por los carlistas, la guarnición de Gironella (Barcelona) ofreció capitular, entregándose el 13, dejando en poder de los carlistas 200 fusiles y 6.000 cartuchos. Pensó en apoderarse de Prats de Llusanés, por lo que dejó al brigadier Sobrevías y a los coroneles Ibáñez y Borges a las órdenes del brigadier Tristany, para que estuvieran a la expectativa de Berga. Atacó a Prats el 14 de julio, pero el 15 se supo que avanzaba en socorro de los sitiados la columna del barón de Meer. El brigadier Tristany intentó cortarle el paso con el BI-IV y el BI-XI de Cataluña, pero fue arrollado por los cristinos, así como también el brigadier Sobrevias en San Felíu Saserra (Barcelona).
Urbiztondo, ante la proximidad de Meer, levantó el asedio a Prats de Lusanés, en donde entró el jefe cristino; pero comprendiendo que le sería difícil poder mantenerla en su poder, desmanteló sus fortificaciones, y con las tropas de guarnición y los liberales más comprometidos se retiró a Manresa; el 18 de julio, al pasar Meer por San Felíu Saserra (Barcelona), fue atacado de nuevo por el coronel Castells, librándose un empeñado combate antes que pudieran, al fin, los cristinos entrar en Manresa. Este combate fue muy disputado, pues la vanguardia de Meer, compuesta de un batallón del RI-13 de Mallorca, se desorganizó, lo que dio lugar a que un batallón franco hiciera lo mismo; solo el retorno violento de Meer, al frente del RI-8 de Zamora, pudo librarle de un descalabro.

Mientras esto sucedía, proseguía el bloqueo de Seo de Urgel, defendida por fuerzas del RIL-7 de Albuera y los nacionales de Tuixent. El día 6 de julio, las fuerzas combinadas de Zorrilla y Pujol habían atacado a los cristinos que, mandados por el capitán Francisco Prim y Rafart, defendían Amer (Gerona). Los nacionales de Bagá (Barcelona) se habían refugiado en Puigcerdá, y los de Tuixent, en Seo de Urgel. El día 12, una columna compuesta de 800 hombres y 80 caballos se dirigía hacia Seo de Urgel para forzar el bloqueo; pero atacada por el brigadier Porredón, tuvo que refugiarse en Puigcerdá.
Los inicios no pudieron ser mejores, pues el 12 de julio capitulaba Berga, que al estar mejor protegida que Solsona se transformaría en la nueva capital del carlismo catalán, y el 13 lo hacía Gironella.
El 14 de julio, las tropas de Meer le obligaban a suspender el bloqueo de Prats de Llusanés, que fue abandonada por los cristinos, al igual que Bagá y Tuixén. El 27 de julio, se tomó Ripoll, donde existían importantes fundiciones y talleres de armas, y cuyas fortificaciones fueron demolidas. Pero el 29 de julio, sus subordinados fueron derrotados en Capsa-Costa, viéndose obligado a abandonar el sitio de San Juan de las Abadesas.
Tras este fracaso, Urbiztondo emprendió la reorganización del ejército, creando una brigada de operaciones compuesta por un batallón expedicionario formado con los 300 heridos y rezagados y otro de 350 soldados pasados de las filas liberales durante los últimos encuentros. Un batallón de catalanes fue agregado a esta fuerza a fin de mejorar lo antes posible su instrucción, pero esto no evitó que surgieran recelos en el ejército, que vio cómo daba preferencia a estas tropas sobre las que habían mantenido el peso de la guerra. Esta brigada quedaría deshecha al recibir orden de don Carlos de desprenderse de los soldados expedicionarios, y por si no fuera esta suficiente desgracia, se encontró con que al presentarse la primera oportunidad desertaron buena parte de los pasados. Durante su mandato, el coronel Pascual Real también organizó la caballería carlista.
Un mes más tarde fracasa en un nuevo intento ante San Juan. Sus crecientes disensiones con la junta coincidieron con la resuelta actuación de Meer contra los revolucionarios, a quienes consideraba como verdaderos culpables de los éxitos carlistas. Así, el 14 de octubre, entró en Barcelona, alterada por los progresistas con motivo de las elecciones, y en una versión catalana del pronunciamiento de Aravaca restableció el orden y disolvió a la Milicia Nacional.
Urbiztondo se daba perfecta cuenta de que la voluntad de engrosar a todo trance el tesoro no solo empeoraba el estado de las tropas, sino que carcomía los cimientos mismos de la causa carlista. A pesar de que, una vez regularizada la administración por el intendente Díaz de Labandero, el presupuesto mensual ascendía a más de 2.600.000 reales, este se dio tan buena maña que logró conseguirlos sin recargar excesivamente a los pueblos, pues lograba que cotizaran no solo las localidades que estaban bajo su autoridad, sino prácticamente todas las de Cataluña, gracias a los celadores.
Las conquistas de Urbiztondo le habían granjeado cierto prestigio, así que la Junta sentía recelo por sus éxitos. Cada vez eran más visibles y públicas desavenencias entre Urbiztondo y la Junta, que tuvieron que ser desmentidas en repetidas ocasiones.
La mansedumbre de la Junta era fingida, ya que el 3 de septiembre de 1837, dos días antes de contestar al jefe militar y sin mediar consulta alguna, la Junta designó a Tristany segundo al mando del Principado y le confió la inspección de las unidades de la alta montaña. Urbiztondo debió de pensar que si permanecía en Berga, más temprano que tarde se enfrentaría a la Junta, de manera que dejó que Tristany ocupara el cargo y se marchó a Tarragona, donde actuó por cuenta propia un par de meses.
Al parecer, esta separación le vino bien al general carlista. Cuando menos, le sirvió para montar un par de bases estables en San Quintín de Mediona y Piera, desde donde sus fuerzas atacaron con comodidad el Penedés y el campo de Tarragona. La buena racha le animó a remachar su independencia de la Junta de Berga, cuya autoridad ignoró por primera vez el 12 de octubre de 1837, cuando creó una junta autónoma de jefes militares en San Quintín. Muy alarmada, la Junta envió a los vocales Milla y Fonollar a entrevistarse con Urbiztondo para averiguar sus intenciones, pero antes de que los comisionados llegaran a su destino, el comandante ya había creado un nuevo organismo militar, que administraría el corregimiento de Tarragona sin subordinarse al intendente Labandero.
En octubre, Tristany fue derrotado por Meer entre Vich y Berga. En este mismo mes tomó el mando de una expedición con 3.200 infantes y un escuadrón de lanceros y recorrió el Ampurdán para cobrar impuestos y como una demostración de fuerza, pero la expedición tuvo escasos resultados prácticos. En noviembre Tristany fracasó ante Puigcerdá y en diciembre ante Cardona.
Milla y Fonollar lograron entrevistarse con Urbiztondo el 3 de noviembre de 1837 y los días posteriores, redactando un informe al regresar a Berga muy negativo. El 20 de noviembre los vocales Milla y Fonollar recibieron el encargo de exponer a don Carlos lo que habían visto y pedirle el cese de Urbiztondo.
Urbiztondo continuó su campaña meridional, en la creencia de que iba ganándole el pulso a la Junta, pero en esta ocasión no solo no se anotó victoria alguna, sino que además tuvo un colosal traspiés. El 15 de noviembre sus tropas se encontraban atacando el Pont de Armentera, cerca del monasterio de Santes Creus, cuando fueron sorprendidas por una columna isabelina, y fue tan grande el desconcierto que presidió la retirada de los carlistas que Urbiztondo perdió los papeles, en el sentido literal. Entre los documentos que contenía la cartera que dejó abandonada en el campo de batalla había un par de exposiciones a don Carlos, en las que se quejaba acremente de la Junta y del mal estado de su ejército. Poco tardó Urbiztondo en escribir a De Meer para que se portara como un caballero y le devolviera los papeles de marras, pero el capitán general cristino le entregó los menos importantes. Su ayudante, Manuel Pavía, se encargó de que los “más jugosos” fueran publicados en el periódico El Guardia Nacional de Barcelona de los días 23 y 28 de diciembre de 1837.
Ante los juicios emitidos por Urbiztondo, era ya imposible su continuación en el Principado. La Junta tenía preparada una orden de destitución, pero no fue necesario usarla, porque Urbiztondo puso tierra de por medio. El 1 de enero de 1838, ordenó al guerrillero Pep de l’Oli que resistiera en Rialp el ataque de una columna cristina que se aproximaba y él puso rumbo a Andorra, adonde llegó al día siguiente.
De regreso al norte, Urbiztondo fue dejado de cuartel hasta que, tras los fusilamientos de Estella, se le encargó contener a las tropas que al mando de Maroto marchaban contra el cuartel real. Tras conferenciar con este jefe, Urbiztondo coincidió con él en la necesidad de desterrar a muchos miembros del entorno del Pretendiente, y acto seguido pasó de nuevo al cuartel real para hacérselo saber a don Carlos, que finalmente terminó cediendo.
Maroto premió sus buenos oficios nombrándole comandante general de la división castellana, puesto en el que continuó hasta el Convenio de Vergara, en cuyos preparativos y celebración jugó un importante papel. En virtud del convenio, Urbiztondo obtuvo la revalidación del grado de mariscal de campo y pasó de cuartel a San Sebastián.
Nombramiento del coronel Segarra
El coronel José Segarra, que se había fugado un par de meses antes de la prisión en que le habían mantenido los liberales. Durante su mando interino se decretó la primera quinta carlista de Cataluña. Según la misma, quedaban obligados al servicio de las armas todos los solteros y viudos sin hijos, desde los 17 a los 45 años, si bien se podían eximir de entrar en sorteo mediante el pago de mil reales u ocho fusiles con bayoneta y canana; cantidades que se aumentaban hasta cuatro mil reales, treinta y dos fusiles o dos caballos con sus correspondientes monturas, si la exención se verificaba después de este. De esta forma no solo se consiguió un aumento considerable de los batallones, sino que también se obtuvieron medios para equiparlos.

Puso al completo los celadores de Hacienda (1.200 hombres), ganándose así la amistad del intendente, para el cual, con “un poco más de carácter y no tanta condescendencia con ciertos hombres… hubiera sido el mejor o de los mejores comandantes generales que tuvo Cataluña, por lo menos en la parte de organización”. Creó también el colegio militar de Borradá, al que concurrieron los cadetes y oficiales subalternos jóvenes, hasta el grado de capitán, que lo solicitaron, y los cabos y sargentos que anteriormente habían sido estudiantes o eran conocidos por su disposición a aprender, pudiendo llegar a oficiales después de rigurosos exámenes. Cometió, sin embargo, el error de no darse cuenta del auténtico carácter de sus tropas, lo que le costó diversos reveses, pues “los cuerpos del ejército carlista de Cataluña eran muy buenos como tropas ligeras; pero exponerse a maniobrar con ellos como tropas de línea era hasta locura.
No fueron muchas las acciones que se dieron durante el mando de Segarra, pues tras intentar sorprender al barón de Meer cuando volvía de llevar un convoy a Cardona, quedó convencido de la imposibilidad de conseguir ningún éxito sin instruir debidamente al ejército, labor a la que se dedicó con entusiasmo. El 18 de marzo de 1837, Meer se apodera de Ripoll, cuya guarnición se retiró sin combate, pero el 29 de marzo fueron los carlistas quienes triunfaron en Suria, y el 9 de abril en San Quirce.
A finales de mes, tras una breve defensa, capitularon los realistas que defendían el castillo de Oris, y en junio se abandonaba el fuerte de Ager, sin que por ello pueda decirse que los cristinos lograron mejorar su situación, pues sus tropas cayeron en diversas emboscadas. No recibió la Junta los cuatro o cinco batallones que a mediados de abril había solicitado a don Carlos para remediar la escasez de hombres, mientras se celebraba la primera quinta carlista de Cataluña.
Segarra tenía en su contra ser un jefe de transición, tolerado por la Junta mientras don Carlos no designara uno definitivo, pero las cosas cambiaron mucho el 4 de julio de 1838, cuando el conde de España llegó a Berga. El conde de Fonollar, líder de los aristócratas de la Junta, había obtenido el nombramiento, casi simultáneo al de Maroto en el Norte, de manos de don Carlos en persona, con lo que se impuso momentáneamente al grupo de universitarios de Torrabadella.