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Reorganización de las fuerzas carlistas de Cataluña
El 10 de noviembre de 1838, la Junta del Principado había enviado a Milla y Fonollar a don Carlos para darle cuenta del estado de Cataluña y pedir que se nombrase capitán general al conde de España. Obtenida su aprobación, el conde de Fonollar se trasladó a Lille y convenció al Carlos de España, que no tuvo excesivas dificultades para escapar, pues en previsión de un caso semejante se había hecho pasar por loco, logrando de esta forma reducir notablemente la vigilancia a que era sometido.
El 1 de julio de 1838 penetraba España en Cataluña, y dos días más tarde hacía su entrada oficial en Berga.
El conde de España salió de Berga el 20 de julio con el brigadier Segarra, el intendente Díaz de Labandero y los vocales de la Junta conde de Fonollar y doctor Torrabadella. Se detuvieron para comer en Navés, saliendo para Solsona el brigadier Segarra y Díaz de Labandero, quienes inspeccionaron el estado de las fuerzas que guarnecían la plaza. Pero el avance de Meer había sido muy rápido, ya que llegó tan improvisadamente ante Solsona que el intendente Díaz de Labandero estuvo a punto de caer prisionero y un convoy que, procedente del fuerte de Nuestra Señora del Hort, conducía cañones para el cuartel general, con 30 artilleros, tuvo que refugiarse en Solsona. Ante este hecho imprevisto, el conde de España se retiró a Lladurs sin ofrecer resistencia a los cristinos.
Mientras tanto, el barón de Meer invitaba a la guarnición a rendirse, pero esta se negó. Los cristinos se apoderaron el 23 de julio del hospital situado fuera de los muros y, en la noche del mismo día, los sitiados se vieron obligados a refugiarse en el Palacio Episcopal y en la catedral.

El 25 pidieron auxilio y el 26 el conde de España emprendió un ataque contra las fuerzas sitiadoras. El brigadier Segarra, al frente de la Primera División, mandada por el brigadier Porredón, y parte de la Segunda, arrolló a los cristinos y la suerte de estos hubiera sido catastrófica si la Tercera División, mandada por el coronel Ibáñez, hubiera atacado en el sector. Pero Ibáñez había recibido la orden de mantenerse a la expectativa para vigilar los movimientos que pudieran producirse en los caminos que conducían a Guisona, y, por lo tanto, no intervino en la acción.
Así, aunque los carlistas llegaron casi a Solsona, no pudieron mantenerse en el terreno que habían conquistado. Enardecidos los cristinos por el hecho de no ser atacados por Ibáñez, abrieron brecha en el Palacio y el gobernador Tell de Mondedeu dio muestras de flaqueza entregándose con la guarnición a las dos de la tarde del 27 de junio.
Terminadas estas operaciones, el nuevo jefe de los carlistas catalanes dedicaría todos sus esfuerzos a la reorganización del ejército, que llegaría a poner en el más brillante de los estados, hasta el punto que, según recoge Von Goeben, «a finales del año 1839 confesaban incluso los enemigos que el ejército del conde de España solo podía compararse con la guardia real de Fernando VII».
Convencido de la necesidad de convertir las masas catalanas en auténticos soldados, y de la imposibilidad de emprender ningún combate antes de haberlo conseguido, España prefirió perder varias plazas antes que presentar batallas cuyo resultado no veía claro, dedicándose por completo al entrenamiento de sus fuerzas. Al igual que habían hecho los jefes anteriores, dividió sus 21 batallones en 4 divisiones:
- La primera, mandada por el brigadier Porredón, se componía de cuatro batallones, uno de los cuales estaba destacado en el cuartel general y los otros tres, con su jefe, recorrían la Alta Montaña Catalana y las fronteras del Alto Aragón.
- La Segunda, a las órdenes del coronel Castells, contaba con cinco batallones, uno en el cuartel general, dos estacionados de guarnición en Berga y los otros dos de operaciones.
- La Tercera fue confiada al coronel Ibáñez, y se componía de seis batallones, operando por la provincia de Tarragona y el corregimiento de Villafranca.
- La División de Vanguardia, formada por las dos brigadas de reserva con 6 batallones, al mando del brigadier Brujó, se transformó en la más brillante del ejército, y estaba a las órdenes directas del conde de España.
Dio repetidas órdenes para el servicio interior de los cuerpos y dispuso los ejercicios diarios, señalando la clase de evoluciones a cuya instrucción debía prestarse preferencia. Potenció el colegio militar de Borradá, separó numerosos oficiales del país, algunos de los más antiguos, que reemplazó con otros del colegio o presentados últimamente, y tomó enérgicas medidas contra los desertores.
Las compañías de zapadores, hasta entonces inexistentes, y la completa reorganización de la artillería, que también puede considerarse creada por él, bajo dirección del coronel López Aguado, se componía de ocho piezas móviles, con 2×7 morteros, 4×4 obuses, 2×12 cañones de bronce, agrupadas en dos compañías; que se vio completada con el aumento y mejora de las brigadas de transportes; la creación de cuatro escuadrones de caballería, llamados “cosacos”, destinados a servir de enlaces y obstaculizar las comunicaciones enemigas; y el nombramiento de toda una red de jefes de distritos y comandantes de armas en los pueblos que se hallaban bajo la esfera carlista. Para todas estas iniciativas contaba con la tranquilidad que le daba la marcha de la real hacienda, pues Labandero era capaz de hacer frente a los más de tres millones mensuales que costaba la guerra, sin que se pasaran las privaciones que tenían lugar en otros ejércitos.
Extendió el uso de la boina como prenda militar, procurando que se las mandaran del Norte, e hizo confeccionar capotes, para que la uniformidad se extendiera en el ejército.
Muy alabado por los oficiales alemanes que sirvieron en las filas carlistas (Rahden, Goeben y Lichnowsky), que por lo general no hacían sino encontrar defectos en los generales españoles, España consiguió granjearse el respeto de su ejército, al que sometió a la más dura disciplina, sin reparar para ello en ningún tipo de métodos (había hecho elevar una horca en la plaza de Berga), pero su extremada dureza y sus largos períodos de inactividad dieron pábulo al descontento y las habladurías, especialmente tras el Convenio de Vergara, llegándose a sospechar que quisiese adherirse al mismo. Según Tresserra, esta inactividad se debía a que el conde no quería desperdiciar sus hombres en acciones menores, sino esperar la ocasión adecuada para emprender alguna operación en grande. Si fue así, el conde no pudo recoger el fruto de su esfuerzo, pues destituido por don Carlos a petición de la Junta, fue asesinado cuando era conducido hasta Francia.
Lo que se podía esperar de este ejército quedó de manifiesto en la doble batalla de Peracamps, ya en abril de 1840, cuando a las órdenes de un jefe que tenía todo dispuesto para pasarse al enemigo, los soldados carlistas se batieron en igualdad de condiciones con las tropas de la Guardia Real, “con un valor heroico y tenaz y, como nunca, disciplinados”. A partir de aquí empieza la decadencia, agravada por la deserción de numerosos jefes (Segarra entre ellos), que culminaría cuando las últimas tropas catalanas cruzan la frontera francesa acompañando a su último comandante en jefe, el general Cabrera.
Operaciones del conde de España
Expedición al Valle de Arán
El 26 de noviembre de 1838, supo el conde de España que la guarnición crstina de Vila (Lérida) se había sublevado matando al gobernador Francisco Galli. Según los rumores, los sublevados tenían el propósito de pasarse a los carlistas. Aunque no era cierto, el conde de España se dispuso a mandar fuerzas al Valle de Aran para cerciorarse de los proyectos de los sublevados y conocer lo ocurrido. Ordenó al coronel Borges que con el BI-I y el BI-V de Cataluña saliera para el Valle, lo que hizo partiendo de Gironella el 27, pernoctando el mismo día en San Lorenzo de Morúnys; siguió el 28 a Orgañá, el 29 estaba ya en Sort y el 30 en Esterri de Aneu, penetrando en el Valle de Arán el 1 de diciembre para presentarse delante de Viella a las 3 de la tarde de dicho día.
Cuando vio que la guarnición no pensaba entregarse, y siendo el único objeto de su marcha posesionarse del fuerte de la Libertad, que tenía Viella como defensa, Borges se retiró a Salardú (Lérida) en espera de instrucciones, aunque sus avanzadas se mantenían en Betrén, frente a Viella. El conde de España había seguido este movimiento de Borges llevando consigo 3 batallones de la División de Vanguardia a las órdenes del coronel Pons, la caballería, cinco piezas de artillería y una compañía de zapadores; siguiendo esta fuerza, marchaba la Primera División del brigadier Porredón.
Se vivaqueó el 27 en Navés (Lérida), pasaron el día siguiente el Cardoner por el puente de Olíus y, por su proximidad a Solsona, hizo que la guarnición, creyendo que los carlistas iban contra la plaza, dispararan algunos cañonazos. El conde de España con sus fuerzas no se detuvo ni siquiera para contestar estos saludos cristinos. Marchó hasta llegar al curso de la Ribera Salada, junto a la cual acamparon aquella noche. El 29 se prosiguió por la cuenca del Segre, pasando por Oliana, y pernoctaron las tropas aquella noche en Coll de Nargó; mientras los mozos de escuadra de la escolta del conde lo hacían a la izquierda del Segre en los caseríos, uno de los cuales, el Hostal dels Esplovins, sirvió de alojamiento al general y sus ayudantes.
El 30 de noviembre llegaron las tropas al pueblo de Orgañá, principal centro carlista en esa parte de Cataluña. El conde de España recibió a una Diputación de la República de Andorra que se presentaba para justificarse de haber demostrado en ciertas circunstancias parcialidad por la causa cristina, hasta el extremo de que se había tenido que abandonar la línea de Andorra-Foix para la correspondencia y utilizar la de Perpiñán. Lo que excusaban los andorranos diciendo que la causa era la presión que ejercían las tropas cristinas de la guarnición en Seo de Urgel. El conde de España no dejó de amenazarles con invadir el valle si obstaculizaban el paso de los carlistas y de la correspondencia.
Aquella noche en Orgañá vio la llegada de muchos alcaldes de los pueblos de la montaña catalana que se presentaban ante el conde de España para testimoniar su adhesión, y considerándole con los poderes de virrey, le solicitaban la confirmación de los privilegios municipales. El conde de España como capitán general y presidente de la Audiencia, según el decreto de Nueva Planta, no tenía jurisdicción que le permitiera confirmar privilegios, pero, en cambio, el virrey sí.
El brigadier Porredón había recibido la orden de separarse de las fuerzas que operaban con el conde de España para pasar el Valle de Arán, donde entró el 2 de diciembre. España, con sus tres batallones y demás fuerzas, siguió el primero de diciembre por Cabó hasta Tahús, cuyo pueblo había sido abandonado por los hombres. El 2 se continuó por Freixa y Soriguera entre altas montañas y, siguiendo por Villamur, llegaron por la noche a Sort, siendo recibido el conde de España por el Ayuntamiento y el pueblo, acompañando la entrada del general con antorchas. España había escogido Sort para centro de sus operaciones mientras Porredón estaba en el Valle de Arán. Castells, por su parte, había llegado a la cuenca de Tremp, habiendo obligado a Carbó a que se retirase después de un combate en Talarn el día 29 de noviembre.
Porredón entró en el Valle de Arán para sostener a Borges. Las órdenes dadas por el conde de España eran que, si se ofrecía resistencia en Viella, se incendiara la población. Porredón llegó a Betrén cuando las fuerzas de Borges estaban batiéndose con los cristinos de Viella, que al ver la llegada de los refuerzos se encerraron en la población. Los carlistas entonces formalizaron el sitio y al día siguiente a las 10 de la mañana dieron el asalto, apoderándose de Viella, pero no así del fuerte de la Libertad, donde estaba concentrada la guarnición. Porredón no llevó a cabo la orden recibida del conde de incendiar Villa.
El conde de España se había trasladado con sus tropas el 3 de diciembre a Rialp, dejando un batallón en Sort, que luego había pasado a Llavorsí. Enterado de que Porredón el primer día había quedado en Betrén delante de Viella, dispuso que el brigadier príncipe de Lichnowski saliera con un batallón, una compañía de zapadores, dos pequeños obuses y dos morteros. Esta fuerza marchó por el puente de Escaló, donde pernoctó el primer día, pasó a Esterri de Aneu y de allí a Valencia de Aneu, siguiendo luego por el famoso Coll de la Bonaigua y entrando en el Valle de Arán por Tredós y Salardú, cruzó el río Garona hasta llegar a Betrén, donde estaban cuatro batallones y el cuartel general de Porredón. Este había destacado otros cuatro batallones a Gausach. En la toma de Viella se distinguió particularmente el BI-V de Cataluña, que atacó la cabeza del puente. Una vez tomado Viella, pero no el fuerte, los batallones se retiraron a Betrén y Gausach, quedando solo una unidad en Viella.
El brigadier Porredón no había dispuesto nada para asaltar el fuerte, por lo que quedó bloqueado. Agravó la suspensión de hostilidades el hecho de que hubo algún desorden en Viella por haberse incendiado una calle y a continuación comenzó a nevar. El 7 de diciembre, llegó la noticia de que tropas francesas estaban en la frontera para socorrer a los sitiados, por lo que Lichnowski hizo un reconocimiento hasta Bosost y Lés sin encontrar enemigos, pues los pocos milicianos huyeron al aproximarse los carlistas, cerciorándose de que no había tal amenaza francesa.
Al regresar, encontró más decidido que nunca a Porredón en no asaltar el fuerte, coincidiendo en esto con el comandante Pons, de BI-V de Cataluña. Lichnowski incitó a Porredón para que se procediese al asalto, consiguiendo que este le dijera que si el día 8 no había recibido respuesta del conde de España, se haría el 9. Efectivamente, el 8 se recibió comunicación del conde fechada el 6 en Esterri de Aneu en que se lamentaba de la lentitud con que llevaba Porredón las operaciones.
Se decidió por el asalto, pero se mostraron opuestos los coroneles Pons y Borges. En la noche del 8 se establecieron las baterías para atacar el fuerte, pero en aquel día se recibió una comunicación del conde de Éspaña en la que se decía que los cristinos habían reunido fuerzas muy superiores a las suyas y que era necesario que las que mandaba Porredón emprendieran la retirada con prudencia y serenidad. Porredón retrasó su partida del Valle hasta que hubo recogido, pues no podía ni debía abandonar el batallón disperso en destacamentos por orden superior.
Operaciones en Tirvia
El conde se encontraba en situación difícil, puesto que el barón de Meer había emprendido una operación dirigida contra Sort y se presuponía que trataría de impedir la unión de las tropas de Porredón a las que mandaba el conde de España. Este dispuso que quedaran sus fuerzas formando una línea que, partiendo de Tirvia, pasara por Llavorsí y llegara a Esterri de Aneu. Dejando una fuerte avanzada en Rialp, se dirigió con su cuartel general, por San Romá de Tabernolas a Llavorsí, centro de dicha línea. El barón de Meer hizo avanzar sus fuerzas el 9 de diciembre sobre Sort, defendido por el coronel Pons con el BI-III de Cataluña, pero este, ante la superioridad de las fuerzas enemigas, se replegó a Rialp.
El 10 de diciembre, los cristinos atacaron Rialp, a donde acudió personalmente el conde de España, y después de una acción que duró cinco horas sin resultados decisivos, España volvió a sus posiciones primitivas y los cristinos retrocedieron a sus acantonamientos de partida. El conde reunió entonces sus fuerzas, comunicando al brigadier Segarra y al coronel Ibáñez que acudieran, y a Porredón que apresurara su regreso del Valle de Arán, por lo que dejó un fuerte destacamento que protegiera su marcha en Esterri de Aneu. El conde se retiró a Llavorsí el mismo día 10. Allí supo por mensajeros del brigadier Porredón que su división estaba en el paso del Puerto de Bonaigua. El conde destacó un escuadrón de lanceros de Carlos V para que se situara en Esterri de Aneu, ya que Porredón no llevaba caballería y la podía necesitar si trataba de anticiparse al enemigo ocupando el puente de Escaló sobre el Noguera Pallaresa.
Tanto más interesaba ello, ya que las columnas cristinas de Carbó y Sebastián habían salido de Gerri de la Sal, invadiendo el valle de Capdella, con el fin de situarse en Llasuy. El conde de España se replegó entonces a Tirvia, esperando que las fuerzas destacadas en Esterri de Aneu pudieran impedir que los cristinos consiguieran cortarle el enlace con Porredón, que debía efectuarse por el puente de Escaló.
Regreso de Porredón del Valle de Arán
Por la primera comunicación del día 6 de diciembre, cuyo recibo se retrasó hasta el 7 por el temporal de nieve en la Bonaigua, se ordenaba a Porredón que recogiera todo el ganado y trigo del valle y que, después de una última tentativa contra el fuerte, se retirara al Pallars. Pero el día 8 se le mandó que regresara rápidamente, anunciándole que encontraría fuerzas en el Puerto de la Bonaigua. Esta orden recibida el día 9 no se pudo cumplimentar hasta el 10, por tener los destacamentos recorriendo el valle, pero en la mañana de ese día, a pesar de la nieve, se inició el paso. Esa jornada fue terrible, pues los mulos y las piezas quedaban sepultados por la nieve, despeñándose los voluntarios que no podían asegurar su camino entre aquellos precipicios. Paredón llevaba requisados unos 200 bueyes y un rebaño de carneros, pero apenas hacía 12 horas que habían salido de Tredós cuando la mayor parte de los carneros se habían descarriado y casi todos los bueyes habían caído por los derrumbaderos. 20 mulos cargados de metal de las campanas para la fundición de Berga habían tenido el mismo fin, así como los que conducían la artillería.
En el Hostal de la Bonaigua, donde se llegó tarde de noche, el espectáculo era desolador, pues los batallones estaban completamente desorganizados y los soldados abrumados por la nieve y el frío. Para poderse calentar, se derribaron la granja, las cuadras y el techo del hostal con los que encendieron grandes fogatas. Con ellas se guiaba a los que habían quedado rezagados o perdidos en la ruta. Lo peor era que los soldados, con el temporal de nieve, habían quedado sin calzado.
El día 11 por la mañana, cesó de caer la nieve, reanudándose la marcha, pero muy lentamente, sobre todo por falta de calzado. Por fin llegaron a Valencia de Aneu, donde el Ayuntamiento tenía preparadas las raciones. Desde allí pasaron a Esterri, donde supieron que el conde con tres batallones había luchado la víspera en Rialp contra el grueso de las tropas de Meer. Este ocupaba Rialp y Sant Ramá de Tevernoles y sus avanzadas estaban en Lladorre, cerca de Esterri. Si no se podía ocupar el puente de Escaló, quedarían separados de las tropas del conde.
Fue entonces cuando el brigadier Príncipe de Lichnowski con un escuadrón de lanceros de Carlos V ocupó a la fuerza el puente, siendo herido en el combate el jefe carlista. Porredón, que había quedado en Esterri, donde requisó raciones y 1.000 pares de zapatos, se dispuso a mandar en socorro de los de Escaló, al BI-I que quedó calzado y racionado, y a la media hora llegara al puente el BI-II de Cataluña a paso de carga. Al mismo tiempo, se destacó al coronel Bores para que tratara de salvar la artillería con el BI-IV y el BI-V de Cataiuña.
Al llegar Porredón cerca de Estahón, recibió un aviso de que los cristinos ocupaban las posiciones del día anterior, y Porredón dispuso que el BI-IV de Cataluña contramarchara hacia Escaló. Poco después los cristinos llegaron sobre Estahón y, después de combatir contra ellos, Porredón dispuso que el BI-IV de Cataluña regresara, marchando el jefe carlista a Tirvia, donde encontró al conde de España. Estos hechos fueron mal juzgados por el conde, quien poco después destituyó a Porredón.
El coronel Borges con sus dos batallones fue a reconocer el emplazamiento de la artillería caída en el Puerto de Bonaigua, pero a pesar de los esfuerzos de los voluntarios del BI-V de Cataluña, no le fue posible sacar las piezas de los hondos precipicios y se limitó a enterrarlas en espera de una ocasión más propicia, pero visto por algunos campesinos lo realizado por los carlistas, lo comunicaron a los cristinos que más tarde se apoderaron de ellas. Mientras tanto, Meer había ocupado las posiciones entre Estahón y Tirvia, por lo que Borges con el BI-II y el BI-V no pudo incorporarse al grueso del ejército carlista y se vio obligado por vericuetos y senderos entrar en la República de Andorra.
Todavía esperaba el conde de España librar combate contra Meer en las posiciones de Tirvia. Los preparativos que había realizado le hacían confiar en una victoria sobre los liberales, pero un desgraciado accidente lo impidió. Una compañía de granaderos en el Coll de la Baña no se mantuvo en su puesto al presentarse los cristinos, abandonándolo en dispersión. El conde de España, encolerizado por este hecho, degradó al capitán de la compañía, que fue destinado a servir de soldado raso, y ante el peligro de quedar copado, emprendió la marcha por el Coll de Ares y el Ras de Conques hasta San Juan de l‘Erm, pasando por el Puerto de San Juan hasta llegar por Santa Creu a Castellbó, siguiendo de allí por Avellanet y Andral, llegando al mediodía del 13 de diciembre al pequeño pueblo de Gramós, donde estaban ya fuera de la maniobra del enemigo.
La misma tarde siguieron hasta Novés, donde encontraron la división del coronel Ibáñez con tres batallones, y que al llamamiento del conde, en tres días había pasado del campo de Tarragona a la Alta Montaña de Lérida. El 14 siguieron el camino por el paso de las Tres Pons, habiendo quedado ocupado y con barricadas el puente de Torá, llegando así a Orgañá, donde les esperaba el brigadier Segarra con otros tres batallones procedentes de las orillas del Ebro en la provincia de Lérida y que, como le había ocurrido a Ibáñez, no había encontrado enemigo ni obstáculo en su ruta.
En Orgañá también se presentó el coronel Borges con los dos batallones que habían entrado en Andorra y que, por los montes de Tossa Plana, descendieron hasta buscar la sierra de Cadí, no sin que desde la Seo de Urgel saludaran su paso con varios disparos de cañón. Reunidas todas las fuerzas, siguieron el 16 de diciembre hasta Oliana, donde el conde de España fijó su cuartel de invierno y daba distintas órdenes, siendo la más importante la de que el brigadier Segarra relevara del mando de la Primera División al brigadier Porredón, quien, como castigo, fue nombrado jefe del depósito de oficiales de Orgañá. Ninguna operación de importancia tuvo efecto en este mes de diciembre en 1838.
Conquista cristina de Ager (13 de febrero de 1839)
Después de la expedición al Valle de Arán, a fines de 1838, parece haber un momento de calma en la guerra que se hacía en el Principado de Cataluña. Un pequeño combate en Borredá (Barcelona), el día 2 de enero, y otro en Lladurs (Lérida) el 20, parecen señalar la total actividad carlista de ese mes, primero de 1839, aunque el 22 había sido atacado un convoy que custodiaban los milicianos nacionales de Tarragona. El 29 de enero, un convoy custodiado por fuerzas mandadas por el brigadier Juan Villalonga y el coronel Narciso Ametller fue atacado por fuerzas carlistas mandadas por el coronel Ibáñez, en Vacarizas (Barcelona). Los carlistas hicieron grandes esfuerzos para apoderarse del convoy, pero este consiguió llegar a La Panadella, donde se vio obligado a acampar para defenderse, antes de entrar en Cervera, que era su destino.
El capitán general cristino de Cataluña, barón de Meer, decidió entonces dar un golpe severo a la causa carlista en el Principado, apoderándose de Ager (Lérida), cuya pérdida sería mucho más sensible a los carlistas después de las de Ripoll y Solsona. Ager era el centro de la Junta y en esa población habían tenido establecido un centro hospitalario. Componía la guarnición el BI-XIV de Cataluña y dos compañías de granaderos y cazadores del BI-V. Era gobernador de la plaza el coronel Castells. Los cristinos adelantaron contra Ager un fuerte ejército con bastante caballería y algunas piezas de artillería. El barón de Meer anunció sus propósitos con gran aparato e inició su marcha contra el fuerte carlista el 8 de febrero.
El día 11, los cristinos llegaron delante de la plaza, empezando el ataque el mismo día, que prosiguió al siguiente, y como que la resistencia carlista era grande, las pérdidas de los cristinos fueron de importancia, muriendo entre otros oficiales el ayudante de Meer, Luis Evans. Todos los ataques cristinos fueron sucesivamente rechazados por los defensores, pero las fortificaciones que no tenían mucha importancia habían sufrido muchísimos de los efectos de la artillería cristina. En esas condiciones era difícil continuar la defensa, por lo que dispuso el coronel Castells abandonar la plaza al amparo de la oscuridad, lo que se hizo en la noche del 12 al 13 de febrero, dejando las ruinas de la población en manos de sus enemigos.

Los carlistas admitieron haber tenido 15 muertos, pero dejaron en mano de los cristinos como prisioneros al capitán Pedro Andreu y al teniente Miguel Verdaguer, que con tres o cuatro soldados se habían entretenido demasiado al saltar una tapia.
Mientras que el barón de Meer tomaba Ager, el conde de España a su vez se proponía tomar Balsereny (Barcelona). La guarnición cristina, desde que se presentaron los carlistas el 17 de enero por la tarde, ofreció tenaz resistencia, pero esta hubiera sido inútil de no haber acudido en socorro de los defensores la columna del general Carbó. El conde de España, al saber que la fuerza de socorro había llegado a Sallent, levantó el asedio de Balsereny.
Entrada de los carlistas en Pons (16 de marzo de 1839)
Otra acción no muy afortunada para los carlistas fue la sorpresa que tuvo la partida aragonesa que mandaba el Cura de Viacamp, en Figuerola de Meyá y Baronia de Labansa (Lérida) el 24 de febrero. El 14 de marzo, se señala otra pequeña acción en Navata (Gerona).
El brigadier Pérez Dávila, que había tomado el mando de la Primera División, emprendió el 15 de marzo una acción contra Pons (Lérida), una villa fortificada, en la que entró por sorpresa en la noche del 15 al 16, utilizando una ventana de la casa de un vecino, que facilitó el acceso dentro de la población de algunos voluntarios carlistas. Ante tal sorpresa, los soldados que guarnecían la población se refugiaron en la iglesia para defenderse, mientras los carlistas quedaban dueños de toda la villa. Una columna liberal que supo lo que ocurría acudió en socorro de los soldados cristinos que estaban en la iglesia de Pons, librándose entonces un verdadero combate en las calles de la población, y aunque consiguieron rescatar a los refugiados en la iglesia, estos y sus libertadores tuvieron que abandonar la localidad, perseguidos por los carlistas durante la retirada. Pons quedaba, pues, ocupada, aunque en estos incidentes se incendiaron varias casas.
El 1 de abril, con intervención del cristino Martín García Loygorri, se verificó un canje de prisioneros que alcanzó a 300 de los mismos. Esto significaba una gran dulcificación en los métodos de guerra en Cataluña.
El día 3, se libró combate en la Pobla de Lillet (Barcelona) y el 9 otro en San Quirico de Bésora (Barcelona). Ambas acciones fueron de poca importancia.
Operaciones en Peracamps
Desde principios de marzo, la Segunda División del Ejército Real de Cataluña había estado acampada en las inmediaciones de Sú (Barcelona), en espera de un convoy que debía conducir el barón de Meer a Solsona. Después de los acontecimientos de Pons, fue a acampar en el mismo sitio la Primera División, para que ambas reunidas estuvieran en previsión de los movimientos de las tropas de Meer. Por fin, el 21 de abril se supo que el convoy destinado a Solsana estaba ya reunido en Guisona, por lo que el conde de España salió de Caserras, tomando disposiciones por las que sus fuerzas fueron situadas en las sierras de Peracamps y Llobera, mientras que la Primera y Segunda divisiones avanzaban hasta Biosca y Xuriguera.
En estas posiciones se libró un combate el día 2 de mayo, replegándose los carlistas sobre las de Padullers. Los cristinos fortificaron Biosca, mientras que las dos divisiones carlistas quedaban situadas entre Padullers y Vallforosa, en espera del nuevo avance de los cristinos. Este tardó todavía unos días, pues no comenzó hasta la mañana del 17 de mayo, cuando el barón de Meer, con importantes fuerzas, se dirigió sobre las posiciones carlistas, mientras que el convoy emprendía su ruta por distinto camino. La lucha fue encarnizada aquella mañana, pero las fuerzas carlistas, inferiores en número a los cristinos, se vieron obligadas a replegarse a San Clemente. Entre los muertos en esta jornada debe contarse el comandante del BI-VI de Cataluña, Miguel Borges.
Al día siguiente, 18 de mayo, otra vez se volvió a combatir, pues las divisiones carlistas mandadas por Pérez Dávila y el coronel Ibáñez trataron de impedir el paso del enemigo por Peracamps, sin conseguirlo, ya que el barón de Meer pudo entrar en Solsona, donde había llegado el convoy.
El conde de España, desde que salió de Caserras con la División de Vanguardia reforzada por el BI-IV y el BI-X de Cataluña. El mismo día 2 de mayo, fue a pernoctar al Santuario del Miraglo, mientras que su división, como se ha dicho, acampaba en las sierras de Peracamps y Llobera. Salió el día 3 del Miracle, para pasar la noche en casa de Bacons de Lloberola, y allí permaneció hasta el día 12. En ese día se trasladó a Prades de Pinós, de donde salió el 16 para el Hostal de Grimau, cerca de Castellfullit de Riubregós, de donde marchó el 17 otra vez a Prades del Pinós, habiendo situado sus fuerzas cerca de Llanera. Pero el 18, regresó a Castellfullit de Riubregós. Del 19 al 23, el Conde, con su tropa, estuvo en el citado Castellfullit, Pinós y Amfesta, marchando el 23 a Freixanet, el 25 a Caserras y el 26 a La Quart.
Decidió entonces aprovechar las circunstancias de que el barón de Meer estuviera en la provincia de Lérida y de que Carbó se hallara en la de Gerona, para hacer una demostración por la parte del Ter, donde los cristinos estaban construyendo una torre de defensa para impedir el paso del puente de Manlleu. La división, con el conde de España al frente, marchó con este objeto el 27 a San Hipólito de Voltregá, y el 28, después de celebrada la Santa Misa y habiendo tomado los soldados el rancho, el BI-VII de Cataluña y los lanceros de Carlos V, siguiendo por la orilla izquierda del río, marcharon sobre Manlleu, mientras que por la orilla derecha efectuaban lo mismo las tropas del resto de la división.
No era propósito del conde de España tomar la villa de Manlleu, pues no llevaba escalas ni otros elementos necesarios, pero ocurrió que al hacer el reconocimiento de los alrededores de la villa, fueron los carlistas insultados por los que la guarnecían y muy particularmente los insultos iban dirigidos contra el conde de España, al que llamaban “Cap Blanc”. El general, cuyo carácter violento era proverbial y que no podría soportar esos insultos ni burlas, como ya podían pensar los que lo insultaban, ordenó inmediatamente que se prepararan las fuerzas para el asalto de la población, con el fin de castigarla.
El asalto se emprendió al anochecer del 28, atacando por la parte Norte el batallón del Príncipe de Asturias y por el Sur el del Infante Don Sebastián, mientras que por el puente lo hacían los voluntarios de Tortosa, todos ellos mandados por Pons, Borges y Gómez. El asalto fue tan enérgicamente llevado que los carlistas entraron en la población, por lo que los cristinos se refugiaron en la iglesia y en unas casas colindantes con la misma, también fortificadas. El conde de España, cuyo enojo no se le había pasado, ordenó que fueran incendiadas las casas de la villa, lo que produjo tal terror en los pueblos débilmente fortificados, que decidieron desde entonces no ofrecer resistencia si se presentaba el conde de España. Por este motivo, los habitantes de Roda de Vich comunicaron al general Carbó que si no acudía a la población en caso de que se presentaran los carlistas, les abrirían las puertas. Carbó estaba en Olot, por lo que decidió salir inmediatamente para Roda de Vich.
Batalla de Manlleu (1 de mayo de 1839)
Después de la toma de Manlleu, el conde de España había establecido su campamento en Santa Cecilia de Voltregá, en expectativa de los movimientos del enemigo. Supo que Roda de Vich estaba dispuesta a entregarse si no llegaban en socorro las tropas de Carbó, por lo que decidió marchar sobre ella el 1 de mayo. Cuando los carlistas llegaron cerca de la población, vieron que la columna cristina estaba entrando. Iniciaron entonces los carlistas el ataque, saliendo Carbó en contra de las fuerzas del conde de España.
Lucharon con gran valor ambos contendientes, y los carlistas se apoderaron rápidamente de un cañón y de la cureña de otro, dispersando el ala derecha de los cristinos. Poco tardó en quedar dispersada la fuerza que formaba el ala izquierda, quedando solo en lucha las fuerzas que formaban el centro, que mandaba personalmente Carbó, que supo mantenerse ocupando la posición del castillo de Vilagelans, que defendió con arrojo hasta que un ataque del BI-I, BI-III y BI-IV de Cataluña desalojó a los cristinos, poniéndoles en fuga y teniendo que esconder la vergüenza de su derrota tras los muros de Roda. Hasta donde fueron perseguidos por la caballería carlista, compuesta de lanceros de Carlos V, a las órdenes del coronel Camps. Tal fue la batalla de Manlleu que sembró pánico tal en las filas enemigas, hasta haberse dicho que “el jefe enemigo, Carbó, estaba muerto de espanto dentro de Roda” y que “en la ciudad de Vich, el miedo tenía sobrecogidos a todos sus habitantes, nadie durmió, y todas las calles estaban iluminadas, creyéndose que sin falta, en aquella hora, el conde de España les daba el asalto”.
La victoria de Manlleu proporcionó a los carlistas dos piezas de artillería, habiendo cogido además prisioneros 2 oficiales y 93 soldados. Carbó tuvo, además, 5 oficiales y 129 soldados heridos, que cayeron también prisioneros, así como la caballería del escuadrón del RCL-7 de Navarra y la mitad de los cazadores de montaña.
El día 12 de mayo, se libró un combate en la Llacuna (Barcelona), y el 17 de mayo, los carlistas atacaron sin resultado alguno la villa de Ager (Lérida). Pocos días después, el coronel Ibáñez alcanzaba una franca victoria en Pilas (Tarragona), cerca de Santa Coloma de Queralt, donde cayó prisionero el BI-VII franco de Tarragona. De los prisioneros hechos por los carlistas, 27 eran desertores del ejército real, por lo que fueron fusilados. También hubo un ataque de los carlistas contra la ciudad de Tortosa, pero fue fácilmente rechazado. Hubo además un proyecto para abrir la ciudad de Lérida a las fuerzas carlistas, entrando en esta conspiración varios milicianos nacionales, pero fracasó el intento, por haber sido descubierto el complot por la vigilancia de las autoridades cristinas.
Toma de Ripoll (27 de mayo de 1839)
El conde de España había designado al brigadier Brujó para que intentara tomar Ripoll por sorpresa, pero esta tentativa no había dado resultado alguno, por lo que el conde de España salió de Olvan con la División de Vanguardia en la noche del 19 al 20 de mayo, y el día 22 ya estaba acampando frente a Ripoll, emplazando su artillería.
La plaza que ya había estado en manos de los carlistas, y que además de su importancia estratégica contaba con una fuerte industria metalúrgica y armera. Ripoll tenía cuatro torres exteriores para su defensa, dos llamadas, respectivamente, de San Bartolomé y del Violín, sobre el río Ter; la de la Estrella al norte de la villa y la de Banderas, sobre el río Fraser. La torre San Bartolomé estaba equipada con un telégrafo de espejos que comunicaba con la villa y el castillo de Orís (Osona).

El mismo 22, la artillería rompió el fuego sobre la torre de la Estrella, mientras que el brigadier Brujó colocaba sus fuerzas frente a la de San Bartolomé. Solo una fuerza reducida se situó delante del fuerte de las Banderas. Esa misma noche fue ocupada por los carlistas la casa Masoret, que estaba fortificada, y al día siguiente, por la tarde, se rendían los que defendían la torre de San Bartolomé, a lo que siguió inmediatamente la toma por asalto del fuerte del Violín.
El 24 de mayo, siguió el fuego contra el fuerte de la Estrella, que al fin, cuando empezaba a derrumbarse, abandonaron los cristinos. Entonces se dio orden al BI-XXI de Cataluña que empezara combate contra los defensores del fuerte de Banderas, mientras que el BI-IV y el BI-VII de Cataluña se apoderaban de los arrabales y lo consiguieron prontamente. Ante el ataque constante de los carlistas, el fuerte de Banderas, convertido en un montón de ruinas, fue abandonado por los cristinos, cayendo así el último reducto de las fortificaciones exteriores de Ripoll en manos de los carlistas.
El conde de España ordenó que subieran de Berga los 2×20 cañones, para abrir brecha en las murallas ripollesas.
Todavía no se había entregado el fuerte de Banderas, cuando se conminaba la entrega de la población. Por la noche del 25, hubo un ataque por fuerzas de la División de Vanguardia mandadas por el coronel Borges, que fueron rechazadas. Siguió el bombardeo el 26, recomenzando el 27, por la mañana, hasta que se emprendió el asalto final que inició el coronel Pons, con dos compañías del BI-IX y BI-XII de Cataluña. Vadeando el río, se arrojaron valientes contra la brecha practicada, a la que acababa de llegar una compañía cristina, entablándose un fuerte combate a la bayoneta, del que resultaron vencedores los carlistas, adueñándose de la posición.

Reforzados los asaltantes por el BI-IX de Cataluña, rechazaron a los liberales que pretendían reconquistar aquel puesto fortificado, que los carlistas al mismo tiempo hacían más fuerte, ya que los soldados de zapadores repararon las fortificaciones, mientras que el BI-I y el BI-X de Cataluña se situaban en reserva.
El 28 de mayo, al romper el día, el camino estaba franco para la segunda línea enemiga, pues los zapadores habían preparado todo durante la noche. Cuatro compañías de cazadores y granaderos del BI-IX y del BI-XII de Cataluña marcharon sobre la nueva brecha. El comandante Badila, con dos compañías de preferencia, debía atacar y apoderarse de las casas fortificadas, mientras que el coronel Pons, con el batallón de Nuestra Señora de Montserrat, BI-I de Cataluña, se lanzaría contra el reducto que defendía el Ayuntamiento. Las órdenes fueron perfectamente ejecutadas y el reducto rápidamente cayó en manos de los carlistas. Vencida esta última resistencia, los voluntarios de Carlos V se desparramaron por la población, mientras que los cristinos buscaban el refugio de iglesias y monasterios, ya que las mujeres y niños, como los no combatientes, se hallaban recogidos en la iglesia de San Eudaldo.
Pronto los refugiados en la iglesia de San Pedro y en los monasterios pidieron la rendición; finalmente el capitán Joan Carbón se rindió, quedando en poder de las tropas del conde de España unos 100 prisioneros, que bajo la custodia del comandante Rius y de cuatro compañías, fueron mandados a Berga. El general carlista marchó a Campdevanol, desde donde fechó su parte de victoria.
Ya fuera porque deseaba dar un ejemplo que hiciera desistir a cualquier otro lugar de una defensa semejante, ya fuera como venganza hacia una plaza reputada por liberal, lo cierto es que Ripoll fue entregado a las llamas, la destrucción sistemática de todo el pueblo, con asesinatos indiscriminados entre la población civil y la voladura de los dos puentes del siglo XI de la villa, que franqueaban el río Ter y el río Freser y que habían sobrevivido todas las riadas hasta ese día. No faltando quien afirma que, en la más pura tradición de Mina, el conde colocó sobre las ruinas una pequeña pirámide donde podía leer: “Aquí fue Ripoll”.
