¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Operaciones de Castellón en marzo de 1835
Cabrera había dejado de ser un cabecilla más de la zona para convertirse en el principal jefe carlista del Levante español, una vez detenido Carnicer. Pero como solo tenía 20 infantes y 7 jinetes a sus órdenes directas, lo primero que hizo fue empezar a reunir a las diversas partidas sueltas. Para ello pasó comunicaciones a Joaquín Quílez, Domingo Forcadell, José Miralles el Serrador y Torner, citándoles para el 17 de marzo en la ermita de San Cristóbal de Herbés (Castellón).
Cabrera aumentaba sus fuerzas, y llegado a Corachar (Castellón), el 15 de marzo, se hallaba al frente de 80 voluntarios de infantería y 16 de caballería. Habiendo contestado los jefes carlistas, diciendo que acudirían a la ermita de San Cristóbal de Hervés (Castellón), pero no pudo hacerlo Miralles el Serrador, que quedó en el Maestrazgo valenciano. El 17 de marzo se celebró la reunión de los jefes carlistas, pero Quílez no parecía estar de acuerdo con el nombramiento del tortosino, ya que decía que, como antiguo militar, le correspondía a él el mando.
Cabrera le recriminó su actitud, pero decidió convocar una junta de jefes, que se reunieron y se manifestaron conformes con las palabras de Cabrera, diciendo que mientras no se comunicara alguna disposición declarando que cada partida debía ser mandada por quien la había creado o por el que hubiese sido reconocido por jefe. Ellos estaban dispuestos a mantenerse a las órdenes del coronel Cabrera, aunque no fuera más que por haberlo dispuesto el brigadier Carnicer.
Revestido con estos poderes, Cabrera marchó hacia Miravet (Tarragona), probablemente aconsejado por Torner, ya que esta era su localidad natal. Así pues, atacaron la población, pero no pudieron tomarla por completo ante la resistencia de los urbanos. Esto le hizo ver que su partida seguía siendo reducida, por lo que se dedicó entonces a recorrer los pueblos aragoneses, reclutando soldados y recogiendo suministros. De esta manera pudo aumentar su fuerza hasta 390 infantes y 30 jinetes, aunque escasos de armas y de municiones.
Operaciones en Teruel de marzo a mayo de 1835
El 19 de marzo, cuando estaba en las cercanías de Tronchón (Teruel), Cabrera supo que la columna cristina de Nogueras había entrado en el pueblo. Los carlistas se situaron en las alturas de la Sierra de Palomita, y luego avanzó una parte de la fuerza al pie del monte. Se entabló un tiroteo, pero Nogueras, a pesar de llevar 700 hombres, con lo que triplicaba el número que tenían los carlistas, no se decidía a atacar. Era que conocía el terreno y sabía que las posiciones ocupadas por Cabrera eran inmejorables. También lo sabía el jefe carlista. Cabrera no quería abandonar sus posiciones.
Nogueras esperaba recibir refuerzos, pero como nadie se los presentaba, se retiró por la noche a Cantavieja. Los carlistas, por su parte, marcharon a Mirambel (Teruel), y cuando estaban en las proximidades de ese lugar, al saber que el enemigo había tomado posiciones, contramarcharon a Zorita (Castellón), encontrándose en la ruta, en el sitio conocido por barranco de Pardos, a la columna de Martínez de Junquera el 20 de marzo al amanecer.
Nada ocurrió, porque el jefe cristino se retiró a Aguaviva (Teruel), por lo que Cabrera pudo proseguir su camino, y en la marcha que hizo a Hervés (Castellón), Todolella (Castellón), Mirambel (Teruel), Mosqueruela y Fortanete (Teruel), llegó el 24 a las masías situadas cerca de Villarroya de los Pinares (Teruel). Allí fue donde estalló el conflicto entre Cabrera, designado por Carnicer para el mando interino, y Quilez, que, siendo más antiguo, era el que se creía con mayor derecho para el mando.
Los cristinos poseían escasos conocimientos de lo que ocurría en el campo carlista. Así el capitán general de Valencia comunicaba el 17 de marzo que en oficio del 14, le participa el segundo comandante general Marcelino Junquera, que el diligente y bizarro capitán de Almansa Antonio Buil alcanzó en la noche del 12 al expresado cabecilla Carnicer en la masía de Pitara; habiéndole causado algunos muertos y muchos heridos, y cogiéndole dos caballos, un mulo, todo el equipaje de Carnicer, lanzas, armas, municiones, bridas, víveres, una caja de guerra, varios papeles y todo cuanto llevaba. Por supuesto, el contenido del oficio era falso.
Cabrera, investido con el mando provisional que le había delegado Carnicer durante su ausencia, emprendió con 15 caballos una atrevida incursión hasta las inmediaciones de la Hoz de la Vieja (Teruel). Allí dio prueba personal de serenidad y arrojo en un combate que, en condiciones difíciles para fuerzas de caballería, pues el camino era angosto y desigual, sostuvo contra una partida de carabineros a caballo. En esta acción, Cabrera estuvo a punto de perecer, y solo a su presencia de ánimo debió su vida.
Cabrera con sus jinetes se incorporó a las fuerzas que mandaba y marchó a Miravete de la Sierra (Teruel), y hallándose a poca distancia del pueblo, se dio cuenta de que el enemigo estaba formado a la izquierda del camino. Se aprestó al combate, pero no haciendo ninguna maniobra los cristinos, continuó por Ababuj y Aguilar a Camarillas, continuando por Jarque y Palomar, donde supo del fusilamiento de Carnicer; continuó por Castel de Cabra a Ejulve, donde se reunió con sus fuerzas el coronel Quílez.
Con las fuerzas de Quílez y las suyas, Cabrera marchó, por Cañizar, Estercuel y Crivillén, aumentando el número de soldados, aun cuando la falta de armas era su principal inconveniente. En la provincia de Castellón reunió a los núcleos carlistas Forcadell, quien en la noche del 16 de abril, mientras Cabrera recorría la parte de Aragón, atacaba el fuerte de Canet lo Roig (Castellón), en donde resistieron los defensores; pero no pudieron impedir que los voluntarios carlistas entraran en el pueblo y se proveyeran de víveres.

Acción de Alloza (23 de abril de 1835)
Cabrera se había dirigido a Alloza (Teruel). Según los confidentes, las columnas cristinas que mandaban Nogueras y Zabala se habían reunido. Zabala tomó la entrada del pinar y otra fuerza considerable marchaba sobre el pueblo. Los cristinos tenían 1.500 infantes y 140 caballos; Cabrera no llevaba nada más que 390 infantes y 30 caballos. Eran las once de la mañana, y Cabrera, al divisar al enemigo, comprendió que la inferioridad de su fuerza y la situación del adversario le ponían en un difícil trance, porque, de permanecer en sus posiciones, podía ser batido y entonces derrotado. Pero gracias a las precauciones de Nogueras, la retirada era igualmente peligrosa. Nogueras estaba seguro de acabar con Cabrera ese día. Este no ocultó lo difícil de la situación a los suyos, y les dijo: «el lance es crítico, ya lo veis; pero en la unión consiste la fuerza. Tened ánimo y serenidad. Yo os aseguro que si me obedecéis, saldremos de este conflicto».
Cabrera dividió sus soldados y, para sacarlos de los pinares, apoyaba sus líneas con la caballería en los flancos, mientras que él personalmente mandaba la guerrilla de retaguardia. Nogueras increpaba a los carlistas, creyendo que la victoria la tenía segura, pero Cabrera cruzaba el llano aceleradamente para alcanzar unas colinas próximas. Entonces el jefe cristino ordenó a sus jinetes cargar sobre el débil enemigo. Este formó ordenadamente, después de hacer alto y descargar sus fusiles a quemarropa.
La caballería cristina volvió grupas, dejando heridos y muertos; una segunda carta no dio mejor resultado; en la tercera, que manda personalmente Nogueras, el caballo de este quedó herido, pero no alcanzó a la línea carlista; por último, los restos de la fuerza liberal montada se negaron a combatir. Ni el escuadrón de Borbón ni los lanceros de Isabel II obedecieron a sus mandos. Los carlistas prosiguieron serenamente, y paso a paso la retirada que habían emprendido, llanura adelante. Una vez más, tan pronto como reaccionaron los cristinos, cargaron los de Nogueras, cuando ya los de Cabrera empezaban a alcanzar las posiciones de la sierra de Arcos.
El ataque cristino lo mandó el propio Tcol Vicente Zabala, que dijo que «llegó hasta donde no pudo pisar ninguno de los suyos». La noche se aproximaba; los infantes de Nogueras, con la muerte de Zabala, quedaron todavía más desmoralizados que por el fracaso de la caballería. Nogueras se retiró a Alloza; Cabrera estableció su campamento en el mismo lugar del combate.
Acción de Torrecilla (24 de abril de 1835)
En la madrugada del 24 de abril, Cabrera marchó hacia Torrecilla de Alcañíz y en las cercanías de este pueblo comieron su rancho a las dos de la tarde. Poco después le anunciaron que por el camino de Alcañiz una columna con fuerzas de la guarnición y de carabineros se aproximaba. Llegaron hasta Torrecilla los cristinos después de intentar en vano romper la línea carlista, cuando estos decidieron abandonar sus parapetos, no para huir, sino para arrojarse contra los cristinos en una carga a la bayoneta. Entonces fue la columna cristina la atacada; ya no pretendieron batir a la hueste de Cabrera, sino refugiarse en las casas del pueblo para defenderse. Cabrera los atacó, y cuando ya tenía algunas casas tomadas, le anunciaron la proximidad de una fuerte columna de socorro. Entonces el jefe carlista se retiró a Valdealgorfa.
El 25 de abril, Cabrera, sabedor de que Torrecilla de Alcañíz estaba libre de los soldados del día anterior, regresó a dicho pueblo, pero mientras estaban sus voluntarios tomando el aguardiente, les anunciaron que una columna mucho más fuerte que la de Alcañíz se aproximaba. Cabrera, que en estos dos combates de Alloza y de Torrecilla había gastado sus municiones, andaba escaso de ellas y decidió marchar a Castelserás por un valle inmediato paralelo al camino.
Para evitar que conocieran los cristinos la ruta seguida, se valió de un ingenioso ardid, ordenando que un rebaño de ovejas le siguiera, y así quedaban borradas las huellas de las pisadas de sus soldados. Los cristinos llegaron a Torrecilla y no pudieron saber el camino emprendido por Cabrera. Este siguió hasta cerca de Alcañiz, de donde salió una columna contra el jefe carlista, pero cuando había empezado el tiroteo, supo que otras columnas se aproximaban, y entonces emprendió el coronel carlista su retirada.
La pudo llevar a cabo deslizándose entre las columnas que le cerraban la salida, entrando ya de noche en Valdealgorfa. Allí tampoco gozó de tranquilidad la fuerza de Cabrera. Mientras estaban racionándose, y gracias a su previsión, se pudo evitar que fueran sorprendidos por los cristinos. Mientras se contenía al enemigo por las avanzadas, ya provista de los víveres, la gente de Cebrera emprendió su marcha a los puertos de Beceite, donde se separaba la fuerza catalana de Torner, que marchó a Arnés (Tarragona) y de allí a Prat del Comte (Tarragona).
Cabrera ordenó la dispersión de las partidas. El grupo mayor que había conducido Cabrera en las operaciones desde Alloza hasta Alcañiz se convirtió en un enjambre de pequeñas partidas, de minúsculas guerrillas que, si no podían trabar combate con el enemigo en acciones de importancia, lo fatigaban y lo enervaban, como aguijones de innumerables avispas. Escaramuzas eran todas las acciones que van a seguir hasta mediados de mayo.
Todo esto hizo pensar al Gobierno de Madrid que el carlismo levantino estaba moribundo, lo que le llevó a retirar gran parte de sus fuerzas para llevarlas al Norte, donde Zumalacárregui estaba obteniendo grandes victorias. Esto facilitó mucho las cosas a los rebeldes, que a partir de entonces pudieron campar a sus anchas por el Maestrazgo, Valencia y Aragón, rindiendo pequeñas guarniciones cristinas, equipando a la tropa con sus armas y derrotando así a las columnas enemigas, incapaces de controlar todo el territorio. A esto se sumó la enfermedad del nuevo jefe cristino, Juan Sociats (afectado de asma), quien, por dicha razón, apenas hacía la guerra a los rebeldes, permitiendo así que experimentasen un notable incremento.
La consecuencia fue la pérdida de confianza de los ayuntamientos en que el gobierno fuera capaz de defenderles, lo que hizo que muchos de ellos empezaran a ayudar también a los carlistas. Otro signo del creciente poder carlista fue el incremento de las deserciones procedentes del ejército cristino, que venía a sumarse como síntoma a la escasa capacidad de reclutamiento de la Milicia Nacional en los pueblos afectados por la guerra.
Acción de Mosqueruela (15 de mayo de 1835)
Cabrera comprendió que si la dispersión era necesaria en determinados momentos, el mantenerla como sistema perjudicaría el progreso del cuerpo de ejército que hacía falta lograr para una guerra de envergadura en el Bajo Aragón y Valencia. Convocó en la masía de Cardona, en el término de Pobla de Vallbona (Valencia), para el 11 de mayo a los principales jefes de partida. Allí les aguardaba Cabrera con su pequeño grupo de hombres. Acudieron Quílez con sus aragoneses, Forcadell con sus valencianos, Tomer con los catalanes y Añón con sus intrépidos jinetes. Como siempre, faltaba Miralles, quien procuraba ir solo recorriendo el Maestrazgo con sus valencianos.
Los congregados decidieron emprender conjuntamente una correrla; y el 14 de mayo, llegaron todos juntos a las cercanías de Mosqueruela (Teruel). Estaban en el pueblo el jefe cristino Decref con el capitán Buil. Sus fuerzas se componían de infantería del RI de Ceuta y una compañía de Segorbe, más urbanos de Benasal y elementos de Salcedo. El día 15 por la mañana, estaba prevista la salida de Decref para Villafranca del Cid, para perseguir la facción del Serrador. Los carlistas tomaron posiciones en las alturas inmediatas al pueblo, en cuya circunferencia formó Decref dos líneas, mandadas por él mismo y por el capitán Buil. Cabrera tomó la vanguardia carlista, dejó el centro a las órdenes de Forcadell, Quílez se quedó al mando de la derecha y Torner de la izquierda. Al iniciarse el ataque, los carlistas avanzaron sobre la columna cristina, la que tuvo que retirarse al pueblo para concentrar la fuerza.
El parte cristino dice que los liberales “cargaron a la bayoneta con tal denuedo, que toda la facción se puso en desordenada fuga, y fue perseguida por dos horas”. Cabrera dice que “el enemigo se vio obligado a entrar en el pueblo con pérdida de 21 muertos y que si no atacó la villa fue porque estaba bien fortificada”.
En el mismo día (15 de mayo), se dirigió a Linares (Teruel), y de allí a Aliaga con el proyecto de marchar hacia Maella y Fabara. Los cristinos de Decref marcharon a Villafranca del Cid.
En su marcha hacia los campos de Maella (Zaragoza) y de Fabara (Zaragoza), se le ocurrió la idea de sorprender la importante población de Caspe (Zaragoza).
Operaciones en Aragón en mayo de 1835
Ataque a Caspe (23 de mayo de 1835)
Cabrera marchó hacia Caspe, que con 14.000 habitantes era la principal localidad del Bajo Aragón. A las 5 de la mañana del 23 de mayo, consiguió Cabrera su primer objetivo, obligando a los defensores de un destacamento avanzado a retirarse dentro de la población. Los carlistas se lanzaron entonces intrépidamente contra las dos líneas fortificadas y el reducto principal, que era el convento de San Juan. Consiguiendo sus objetivos, los defensores tuvieron que refugiarse en el antiguo castillo inmediato a dicho convento que se había puesto ya a causa de la guerra en estado de defensa, a pesar de que Cabrera quiso impedirlo, interponiéndose personalmente al frente de una compañía.
Esta maniobra atrevida puso entonces en peligro al jefe carlista, que quedó separado de las demás fuerzas carlistas, salvándose él y los suyos al romper la línea que le envolvía, con una carga a la bayoneta. Aunque intentó acudir con más fuerzas, los defensores de Caspe tuvieron tiempo de entrar en el castillo. Caspe quedó en manos de los carlistas, menos el castillo. Nogueras se había enterado de que Cabrera se dirigía a Caspe, y ordenó a Decref que pasara a Mazaleón o Calaceite.
Efectivamente, Nogueras, que había reforzado su columna, marchaba velozmente sobre Caspe, y cuando supo Cabrera que había pasado de Alcañiz, ordenó la evacuación de Caspe, retirándose hacia los puertos de Beceite (Teruel), hostigado por Nogueras, que consiguió capturar a 6 carlistas.
Tras la toma de Caspe, aumentaron mucho las fuerzas carlistas, debido al entusiasmo que ya provocaba el nombre de Cabrera, pero también a la dureza de las autoridades liberales, que recurrieron a multas, confinamientos y ejecuciones para castigar a los carlistas y a sus simpatizantes. Por ello, todos los días se le presentaban voluntarios y desertores del ejército isabelino, aunque su principal preocupación era conseguir armas y víveres para ellos.
Cabrera es cesado como comandante interino
El 30 de mayo, en los alrededores de Castell de Cabras (Teruel), Cabrera se encontró con una columna cristina a la que atacó violentamente, por lo que estos buscaron refugio en el pueblo y se encerraron en la iglesia del mismo, después de perder 17 hombres, entre ellos dos oficiales. Entre el botín conseguido, había un viejo caballo ridículamente enjaezado. Cabrera, con mucha guasa, se lo regaló a su general enemigo Nogueras, al que, por supuesto, el regalo no le hizo mucha gracia. Por aquellos mismos días, una fuerza destacada de Miralles había estado recorriendo varios pueblos, entre ellos Gúdar y Allepuz, en la provincia de Teruel. De pronto, todo esto cambió. Cabrera cesaría de ser el jefe interino del Maestrazgo.
Ya confirmada la noticia del fusilamiento de Carnicer, en el cuartel real, se planteaba el problema de resolver el jefe que debía sucederle. El decreto real decía que cuando estuvieran reunidos, tomara el mando el más caracterizado, no el de más antigüedad, ni tampoco el que mandaba más fuerzas, sino aquel que fuera el más apto en todos los conceptos.
La real orden enviada por el conde de Villemur autorizaba a Forcadell, Torner, Llorach y Quílez a ponerse al mando de las tropas que desde el principio habían acaudillado, escapando así de la autoridad de Cabrera. Esto hizo que el tortosino, que había repartido sus fuerzas entre sus subordinados, se quedara sin gente a la que mandar. Por suerte para él, los jefes carlistas se dieron cuenta de lo absurdo de la orden y ofrecieron todas sus fuerzas a Cabrera. Este decidió quedarse con Domingo Forcadell, con quien tenía más amistad, dejando libertad a los otros cabecillas para operar por su cuenta.
Cabrera y Forcadell, con sus 797 voluntarios, marcharon a la masía del Bosch, del término de Vallibona (Castellón). Quílez emprendió su marcha a Peñarroya (Teruel) con sus 250 infantes y 14 caballos. Tomer se dirigió con 203 hombres a Arnés y Pauls en las montañas catalanas junto al río Ebro. Llorach, con unos 300 voluntarios, fue a ocupar los puertos de Beceite, que habían sido hasta entonces refugio de Cabrera.
Cabrera y Forcadell en Cataluña
Apenas separados los carlistas en los distintos grupos, se suscitó el primer incidente. Los tortosinos, al llegar a los puertos de Beceite, disconformes con Llorach, le negaron su obediencia y lo expulsaron de sus filas, así como al oficial Tomás y otros que habían tomado el partido del jefe depuesto. Nombraron a otro oficial llamado CasaI, quien comprendió que lo que querían los voluntarios era no venir separados de su paisano Cabrera, por el que habían abandonado sus hogares. Cabrera con sus hombres se encontraba en Ballestar (Pobla de Benifassá, Castellón), y los tortosinos mandados por Casal se presentaron aclamándole como su jefe.
Con las fuerzas reunidas, se organizaron dos batallones, los primeros de verdad que se constituyeron en Aragón y Valencia en la guerra. El primero fue llamado de Tortosa al mando de Luis Llagostera; el segundo se llamó de Valencia al mando del comandante Antonio Tallada. Dos compañías fueron destacadas a la masía del Bosch, donde se agruparían los mozos que se presentasen, se atendería a los enfermos y heridos, se almacenarían los víveres y habría un pequeño taller de reparación de armas. En esos momentos, Cabrera había iniciado el ejército y la administración carlista que tan perfectamente sabría desarrollar.
Cabrera y Forcadell iniciaron la marcha a Cataluña; fueron a buscar a Torner, porque consideraban necesario reunirse con este jefe, para que pudiera facilitar nuevas operaciones. En el camino se les presentó el capitán con grado de Tcol José María de Arévalo, al que nombró su secretario.
A continuación se dirigieron a los montes de Chert (Castellón); allí supieron que una fuerte columna mandada por Iriarte les venía siguiendo. Cuando ya estaba cerca, tomaron posiciones en las alturas que dominan el camino. Después de un breve consejo entre los jefes, se acordó atacar a los carlistas, avanzando simultáneamente en toda la línea y, ante el empuje carlista, los cristinos se retiraron a Chert. Los carlistas tuvieron 17 heridos que fueron enviados al hospital instalado en la masía de Bosch, y para que no les faltase de nada, Cabrera en persona los acompañó, quedando Forcadell esperándole, y mientras tanto supo que Torner se encontraba en Prat del Comte (Tarragona).
El 25 de junio, se celebró una entrevista con Torner, aceptando este el mando de Cabrera. En la reunión les anunciaron que una fuerte columna cristina a las órdenes del coronel Antonio Aspiroz se dirigía a Prat del Comte, por lo que intentaron emboscar a la columna cristina. Un grupo de 100 hombres mandado por el comandante Escardó ocupó un molino harinero contiguo al pueblo, y no debía entrar en acción hasta que oyera el fuego en la retaguardia enemiga. Cabrera se dispuso a acometer por retaguardia con 4 compañías del BI de Tortosa. Torner estaba encargado de cubrir los flancos.
El plan de Cabrera era destruir al enemigo en un barranco profundo, por el que debía pasar. Todo marchaba perfectamente cuando Escardó, contra las órdenes recibidas, abrió fuego antes de tiempo. Fracasado el proyecto tal como estaba concebido, Cabrera y Torner se lanzaron al combate, y los cristinos acometidos por todas partes. Entonces Aspiroz formó en las eras de Prat del Comte, presentando batalla. Le atacaron los carlistas y al jefe cristino no le quedó más remedio que encerrarse en el pueblo, y cuando se esforzaba Cabrera para tomarlo, se presentó una columna cristina; los carlistas se retiraron ante la llegada de los refuerzos. Aspiroz quedó lesionado por una caída. Los cristinos reclamaron la victoria al abandonar los carlistas el campo.
Operaciones de Quílez en Aragón en julio de 1835
Quílez, al separarse de las fuerzas de Cabrera, se dedicó en varias correrías a aumentar sus fuerzas, que alcanzaron a 513 hombres y 40 caballos, con los que formó el batallón Aragón, cuyo mando encomendó a Vicente Bardavio. El 25 de junio, mismo día en que Cabrera se enfrentaba a Aspiroz en Prat del Comte, Quílez obtenía una victoria sobre una columna enemiga de carabineros de costas y fronteras en las proximidades de la Fresneda (Teruel), y después de haber hecho 14 prisioneros, prosiguió su marcha. Siguió las márgenes del río Matarraya, con dirección a Maella; pero cerca de Valcomuna (Teruel), fue alcanzado el 30 de junio por la columna de Nogueras y, aunque el combate no tuvo gran importancia, no dejó de entorpecer el plan de Quílez, que abandonó su proyectado ataque a Maella.
El 5 de julio se presentaba el coronel Quílez con los aragoneses ante Azuara (Zaragoza); pudo entrar en la ciudad, mientras los urbanos se refugiaban en la iglesia para defenderse. El Quílez, queriendo reducir al núcleo de cristinos, ordenó que se hostigase el edificio, y ante la insistencia de no capitular, los carlistas prendieron fuego a las puertas. Se retiraron los urbanos a la torre del campanario, desde donde continuaron en su defensa, mientras imposibilitaban el asalto cortando la escalera. La noticia de la proximidad de una columna de socorro hizo que los carlistas abandonaran su empresa, retirándose hacia Lécera (Zaragoza) y Alacón (Teruel).
Operaciones de Cabrera y Forcadell de julio a septiembre de 1835
Acción de La Yesa (26 de julio de 1837)
Cabrera, por su parte, con las fuerzas de Forcadell, hizo una fructífera correría en tierras del corregimiento de Tortosa, pasando por Pauls, cercanías de Cherta y Aldover en la provincia de Tarragona, y al regreso rodeó los arrabales de Tortosa. Las dos compañías destacadas en la Masía de Bosch para custodia de enfermos y heridos atacaron por orden de Cabrera, aunque ligeramente Chert (Castellón), defendida por el teniente cristino Bonet.
El 10 de julio, Torner se presentó delante de Calaceite (Teruel) y el día 11, se tiroteó con los cristinos de Beceite. Quílez se había dirigido por Ariño (Teruel) hacia los puertos de allí, emprendiendo una audaz correría; pasó por Rafales (Teruel) y Codoñera y entró el 14 de julio en Andorra (Teruel), procedente de Castelserás (Teruel); y se dirigió el mismo día a Crevillén (Teruel). El día 15, atacaba a la columna cristina del comandante Martín cerca de Montalbán (Teruel), que no pudo perseguir al enemigo por el cansancio de sus tropas.
El 13 de julio, Enrique Montañés, después de haber tenido un encuentro con los cristinos, entró en Covas de Cañart (Teruel), y el día 15 otras fuerzas carlistas habían luchado en Fayón (Zaragoza).
Reunidas el 26 de julio las tropas de Cabrera y Forcadell, emprendieron una marcha en dirección a la provincia de Valencia, para procurarse armas, municiones y víveres. A las tres de la tarde de dicho día, cuando se dirigían a La Yesa (Valencia), supieron que el enemigo avanzaba y vieron que las alturas del camino estaban cubiertas de fuerzas cristinas. Un destacamento de caballería carlista mandado por Tomás Monteverde fue enviado en misión de reconocimiento. La fuerza cristina era una columna de caballería mandada por Adrián Jácome. El enfrentamiento fue muy fuerte; Llagostera dirigió con acierto varias cargas a la bayoneta apoyado por la caballería carlista; la columna cristina fue totalmente destrozada. Cabrera se expuso tanto que pareció extraño que escapara a la muerte, ya que se lanzó contra el enemigo con un ordenanza e incluso persiguió con la espada en la mano a los fugitivos, matando a varios oficiales que no quisieron rendirse.
Los cristinos dejaron sobre el terreno 351 cadáveres, perdieron 412 fusiles, así como todos los bagajes (mulas cargadas de suministros) y la munición, según fuentes carlistas, mientras que ellos tuvieron solo 3 muertos y 21 heridos.
Cabrera y su gente acamparon esa noche en las masías cercanas de Alpuente (Valencia), y a la mañana siguiente se hicieron dueños de la localidad, pues su guarnición había abandonado la plaza. Ese día 27 de julio, descansaron los carlistas en Chelva (Valencia), después de haberles recibido con demostraciones de alegría aquel leal vecindario. Todavía el 28 de julio, continuaron los carlistas en Chelva, reuniéndoseles numerosos voluntarios dispuestos a defender la causa de Carlos V, no solo de la población tomada, sino de las demás del contorno y hasta de la misma Valencia, de donde llegó un buen grupo de oficiales con licencia limitada, entre los que figuraban Juan Antonio Font, más tarde capitán de Ordenanzas de Cabrera; José Rota, que en 1836 ya era capitán de infantería; José Esparza y Cayetano López. Con esta brillante incursión, los carlistas, por la provincia de Valencia, se proveyeron de recursos en dinero y víveres, armas, municiones y pertrechos de guerra, sin contar con la importancia moral de la victoria obtenida en La Yesa. El 3 de agosto, las fuerzas de Forcadell y Cabrera llegaban a Puebla de Benifasar (Castellón) para descansar.
Acción de Adzaneta (12 de agosto de 1835)
Cabrera con Forcadell, iniciaron la marcha el día 11 de agosto por la parte de Culla (Castellón), y en esta localidad supieron que la columna cristina de Buil debía pernoctar en Adzaneta. El día 12, de madrugada, Cabrera avanzó hasta Adzaneta (Castellón), presentándose a la vista del pueblo con una pequeña parte de su tropa, aparentando que marchaba en desorden y dispersión, para confiar a Buil, jefe de la guarnición cristina, y hacerle salir del pueblo; pero este jefe comprendió la estratagema del carlista, y se fortificó con su columna en las casas de Adzaneta. Cabrera, con la esperanza de atraer a Buil, atacó el fuerte de Useras, cuyo destacamento resistió en la iglesia, que fue incendiada, refugiándose los defensores en el campanario. Comprendiendo Cabrera que ni los defensores se rendían, ni Buil acudía en su ayuda, marchó por las cercanías de Alcora, Onda y Vall de Amonacid (Castellón) siguiendo a Navajas (Castellón), que ocupó.
Se propuso entrar en Segorbe (Castellón) el 18 de agosto, consiguiendo entrar en la plaza, sin disparar un solo tiro. Allí se reunió con el obispo, recogió caballos y ordenó a las autoridades entregar raciones y dinero. Pero esto último no pudo completarlo, debido a la llegada de la columna de Nogueras, que le obligó a huir precipitadamente. Dio orden a Forcacell para que por Navajas fuera al río Canales. Dejó solo un destacamento de caballería a las órdenes de Pedro Beltrán.
Los carlistas acamparon en las alturas de Gaibiel, y al día siguiente marcharon por Cirat, pasando el río Mijares, y por Sierra Engarcerán fueron a Cuevas de Vinromá (Castellón), donde llegaron el 24 de agosto, a las cuatro de la tarde; reuniéndoseles al día siguiente las partidas mandadas por Torner y Miralles.
Acción de La Jana (26 de agosto de 1835)
Incorporadas las fuerzas de Miralles y Torner a las de Forcadell, salieron el 26 de agosto. Marcharon ordenadamente hacia Salsadella (Castellón), pasando cerca de San Mateo (Castellón), donde estaba la columna del coronel Decreff. Después de tomar el rancho en Cervera del Maestre (Castellón), prosiguieron su marcha confiadamente, llevando a la vanguardia de la columna la caballería de Miralles. Al llegar cerca del pueblo de La Jana (Castellón), fueron atacados violentamente por los cristinos del comandante José Decreff, allí emboscados, en los olivares inmediatos al pueblo. Esta sorpresa desordenó la vanguardia enemiga, pero Cabrera, Forcadell y Torner atacaron a la columna cristina, como si tan inesperado encuentro hubiera sido una señal de acometer, de modo que ningún plan combinado anticipadamente podía producir iguales resultados.
La derrota de la columna de Decreff fue completa, pues además de quedar sobre el campo 350 muertos cristinos, los carlistas hicieron 16 prisioneros que, por pertenecer a los cuerpos francos, fueron pasados por las armas. Las pérdidas carlistas no pasaron de ser mínimas: tres muertos, entre ellos un oficial de caballería, y 21 heridos; entre estos se contaban dos oficiales.
Terminada la acción, se presentó en socorro de la fuerza de Decreff la columna de Nogueras; pero los carlistas ya habían emprendido nueva ruta y no fueron perseguidos.
Acción de Quílez sobre Puebla de Hijar
Mientras tanto, el coronel Quílez no estaba ocioso; marchó sobre Samper de Calanda (Teruel), entrando en la población, pero sin poder reducir a la guarnición, que se refugió en el fuerte. Después de hostigar a los defensores, emprendió la ruta hacia la Puebla de Híjar (Teruel). Fue tal la alarma que ocasionó, que el comandante general interino de la provincia de Zaragoza envió el BI-II de la milicia urbana de Zaragoza con caballería miliciana y del RC Borbón salieran de la capital aragonesa y en el camino se unieran fuerzas del BI de Calatayud y del BI de Daroca, y juntos operasen entre los ríos Martín y Huerva. Pero el coronel Quílez, en vez de pasar por donde le esperaban, pasó por los puertos y se dirigió a la provincia de Tarragona. Donde intentó reducir el fuerte de Batea, pero al encontrarse con una fuerte resistencia, abandonaron el territorio catalán.
Acción de Rubielos de Mora (10 de septiembre de 1835)
El coronel Cabrera, con las fuerzas de Forcadell, compuestas de dos batallones y un escuadrón de caballería, se dirigió sobre Rubielos de Mora (Teruel), población rica, situada entre cerros, que se hallaba fortificada. Era, por lo tanto, un gran obstáculo para las expediciones y correrías por el interior del país. Al llegar a Linares el 9 de septiembre de 1835, indagaron los carlistas el número de soldados y urbanos en Rubielos (RI de Voluntarios de Ciudad Real y la Milicia Urbana, más tarde llamada Guardia Nacional) que guarnecían la fortificación, y los recursos con que contaban para oponer resistencia. Considerando que podían ser batidas, se dirigió sobre la población.
En la madrugada del 10 de septiembre de 1835, Cabrera, puesto a la cabeza de sus tortosinos, llegó a las paredes de la villa que defendieron con empeño los urbanos Guardia Nacional y soldados voluntarios, causando algunas bajas en las filas carlistas. Forcadell tomó posiciones para proteger a Cabrera en caso necesario, y persuadido este de que si retardaba sus operaciones era muy fácil la aproximación de alguna fuerza de auxilio de los sitiados, trató de acelerarlas; para ello mandó a 6 cazadores que fuesen a buscar hachas y astillasen las puertas de la villa. Sufriendo un continuado fuego, se acercó con los tortosinos y logró su objetivo.
Después de luchar por las calles de la villa, los soldados y urbanos tuvieron que guarnecerse dentro de la iglesia del convento de los Carmelitas a modo de fuerte. Fue invitada a que se rindiese y no admitió la propuesta; antes bien, continuó defendiéndose con más ardor y entusiasmo.
Resolvió entonces el jefe carlista romper también las puertas de la iglesia; para conseguirlo con el menor riesgo posible, mandó traer un carro y lo llenó de colchones, dejando el vacío necesario para colocarse los hombres que habían de conducirlo parapetados detrás de otros colchones, a los cuales hicieron dos pequeños agujeros con el objeto de ver la dirección. Cabrera, un capitán llamado Juan Bautista Castells y 3 mozos tortosinos se acercaron con esa especie de ariete ambulante, que empezó a marchar sin tropiezo hasta llegar a 50 pasos del fuerte.
Aunque no era muy divertida aquella situación, Cabrera se reía al verse como enjaulado, y no dejaba de dirigir chanzas a sus compañeros, convirtiendo el peligro en un objeto jocoso o de puro entretenimiento. Pero de repente se paró el carro; una de las varas se había roto, y todos los esfuerzos fueron inútiles para mover otra vez la máquina. Entonces empezaron a llover balas desde el fuerte, y Cabrera y sus cuatro compañeros eran ya un blanco tan seguro, que 2 soldados murieron en el acto: Luis Pamisello del BI-II de Tortosa y Tomás Cachot del BI-I de Tortosa, Castells y el otro fueron heridos y se vieron precisados a abandonar aquel carro funesto, y encomendar la vida a la ligereza de sus pies. Así que lograron salvarse. Cabrera, después de haber encargado la asistencia de los heridos, se ocupó en escoger otro medio para rendir el fuerte.
Las avenidas de la iglesia estaban dominadas por los fuegos de la torre del campanario, y además por un tambor que defendía la entrada. Cabrera creyó que derribando los tabiques interiores de las casas contiguas al punto fortificado sería fácil rendirlo. Para llegar a ellas debían los carlistas sufrir muchas bajas y su jefe trató de evitarlas. Al efecto hizo suspender grandes lienzos de una a otra parte de la calle, logrando impedir que los sitiados viesen las operaciones de sus enemigos. Así pudieron, sin ningún riesgo, conseguir el objetivo y llegar hasta las casas más inmediatas a las troneras del tambor (fuerte).
Se intimó a la rendición, que no fue admitida; antes bien se encarnizó más y más el ataque y la defensa. Aquellos desgraciados aguardaban el auxilio de alguna columna gubernamental, y el auxilio no llegaba ni llegó. Llevando los carlistas adelante su empeño, trataron de abrir brecha por dos puntos distintos, siendo uno de ellos la puerta que daba entrada al pueblo (Portal del Carmen), y se rozaba por detrás con las paredes del fuerte. Su comandante Fernando Gil y Dolz de la milicia urbana, al ver que estaba bastante adelantada esta operación, creyó impedirla colocando combustibles en la parte interior, e hizo una salida para incendiar dicha casa. Pero, por mala suerte, el viento recio que soplaba lo comunicó al convento y en poco rato ardía todo el edificio espantosamente.
Los carlistas se apoderan del primer recinto; siguió la defensa con más obstinación y el ataque con más encarnizamiento; los gritos de los unos se confunden con los clamores de los otros, ni se oyen las voces de cuartel, ni la pelea cede un momento: 72 cadáveres de urbanos y provinciales de Ciudad-Real quedaron al pie de aquellos incendiados muros, entregando unos sus vidas a las bayonetas carlistas, otros a las balas. Cabrera tuvo 10 muertos y se llevó 31 heridos, entre ellos 2 capitanes llamados Magin Solá y Juan Bautista Castells.
Escritas las condiciones de conservar la vida, las firmaron Cabrera y Forcadell, y aquellos se entregaron. Al poco rato los 75 nacionales y soldados puestos entre filas marchaban con la facción hacia Nogueruelas.
Al llegar al campo de la Dehesa, término de este pueblo, Cabrera mandó hacer alto para comer los ranchos, que hizo comer también a los infelices prisioneros. Concluida la comida, formó un cerco de infantes y caballos, dejó a sus víctimas en cueros (pues quería los uniformes de los vencidos para vestir a sus maltrechos soldados después de las corredurías por los montes del Maestrazgo) y las invitó a que se salvaran corriendo. Los 75 nacionales y soldados murieron alanceados, y con ellos el capitán de Ciudad Real Julián Rodríguez de Guzmán y el comandante de nacionales Fernando Gil Dolz. Tanto se cebaron aquellos tigres en su presa que hubo cadáver hallado con 26 heridas de lanza.
Antonio Pirala en su libro escrito 13 años después dice: «Enarbolan un pañuelo blanco en señal de capitulación, y firman Cabrera y Forcadell, la condición aceptada de conservarles la vida. Fiados de este pacto se entregan, y son a seguida fusilados muchos de aquellos esforzados prisioneros. Conducidos los restantes al campo de la Dehesa, término de Nogueruelas, mandó Cabrera hacer alto, y comieron todos el rancho. Concluida esta operación, formó un cerco de infantes y caballos, dejó a los prisioneros en cueros, y los invitó a que se salvaran corriendo. Al ejecutarlo, murieron alanceados aquellos infelices, hallándose algún cadáver con 26 heridas. La humanidad se estremeció y Cabrera conquistó un título sangriento».

Sea como fuere, después de este suceso las fuerzas de Cabrera se apoderaron sin lucha del fuerte de Mora de Rubielos (Teruel), que había sido evacuado por los cristinos. Allí Cabrera cometió un grave error, ya que abandonó poco después el castillo, sin preocuparse por dejar una guarnición y desaprovechando así la oportunidad de tener una plaza fuerte. Posteriormente, los cristinos lo ocuparon de nuevo y nunca más cayó en manos de los carlistas, quienes pasado un tiempo empezaron a fortificar otros puntos.
Tras la acción de Rubielos, Cabrera marchó con su fuerza a Linares y comunicó al comandante militar de Mora de Rubielos (Teruel) que se entregara; si no, correría la misma suerte que los defensores de Rubielos. La guarnición de Mora prefirió retirarse a Teruel, dejando en poder de los carlistas 351 fusiles, igual número de cananas, 4 cargas de cartuchos y otros efectos, entre ellos 13 piezas de paño azul para uniformes. Cabrera, después de ocupar la población, marchó a Alcalá de la Selva (Teruel), y regresó, siguiendo el río Cedrillas, a Puebla de Valverde, de donde marchó a Sarrión, Manzanera y Torrijas, entrando en la provincia de Cuenca, hasta presentarse delante de Requena. En su tránsito por Utiel (Valencia) se le presentó el Tcol José Cubells, al que confirió el mando de su caballería, o, mejor dicho, la fuerza que debía formar más tarde el RC-2 de lanceros de Tortosa.
Acción en Horta (24 de septiembre de 1835)
Los carlistas mandados por Quílez, Miralles y Torner se reunieron y entraron en la provincia de Tarragona, con el propósito de marchar sobre Gandesa. El 24 de septiembre, con el fin de impedirles el paso, la columna de Nogueras, compuesta por el RI-4 provincial de Burgos, el RIL-5 de Bailén, el BI-II franco de Aragón y fuerzas del RI-13 de Mallorca, así como caballería del RC-4 Borbón y del RCL-7 de Navarra. El enfrentamiento fue en Horta, cerca de Barcelona.
Comenzó el ataque con la entrada en fuego del RI-4 provincial de Burgos, la Cía-3 del RIL-5 de Bailén y una Cía de cazadores; los carlistas se vieron obligados a abandonar sus posiciones, dirigiéndose a los puertos para buscar protección en las montañas. Dejaron en el campo de batalla 26 muertos y varios heridos a los que no se dio cuartel. Nogueras, en su parte, dio 84 muertos y un número considerable de heridos, mientras que los gubernamentales tuvieron 4 muertos y 35 heridos. Quílez se retiró a los puertos, separándose de él Miralles y Torner.
Después de su victoria en Horta, el cristino Nogueras quiso no dejar en reposo a las fuerzas del coronel Quílez. En el paso de los puertos cerca de Beicete, hubo una refriega entre las avanzadas de Nogueras y la retaguardia de Quílez. Este se vio obligado a abandonar Valderrobres (Teruel), que ocuparon los cristinos, siendo el 27 de septiembre sorprendido Quílez.
Acción de Manzanera (25 de septiembre de 1835)
Al regresar Cabrera con Forcadell de la incursión en la provincia de Cuenca, después de la pequeña acción en el camino de Buñol, fue a Torrijas (Teruel), de donde partió el 25 de septiembre, a las cuatro de la mañana, para Manzanera (Teruel). Cuando llegó a medio camino, observó que desde la masía de los Cerezos hasta Manzanera, estaba tomado por los cristinos. En un lugar llamado Tosal y en el mismo pueblo, estaban ocupados por las fuerzas del brigadier Amor, quien, además de su columna, tenía las del coronel González y la del comandante Buil. Cabrero ordenó el repliegue de sus tropas hasta tomar posiciones en el camino que le permitieran resistir cualquier ataque cristino.
Los carlistas habían llegado hasta las inmediaciones del convento de San Francisco, extramuros de Manzanera, y fueron atacados por las fuerzas del comandante Buil, que se retiraron y fueron perseguidos por las fuerzas de Amor. En la retirada tuvieron 13 muertos, algunos heridos y 40 fusiles; según Cabrera, tuvo 5 muertos, 17 heridos y bagajes. Amor pernoctó en Manzanera, y los carlistas se retiraron por la parte de Sarrión.
El 27 de septiembre, cuando Cabrera y sus fuerzas se dirigían a Mora de Rubielos (Teruel), a primera hora de la tarde, supieron que Amor avanzaba en dirección al mismo pueblo, por el camino de Alcalá de la Selva (Teruel). Al conocer esto, Cabrera tomó posiciones en los alrededores de Mora de Rubielos, y cuando se presentó la columna de Amor, esta emprendió el ataque de las posiciones carlistas. El jefe carlista ordenó hábil y rápida maniobra sobre el centro y flancos de los enemigos, consiguiendo desordenarlos y obligar a Amor a emprender la retirada.
Cabrera decidió entonces retirarse a los puestos de Beceite, para dar descanso a los voluntarios y hacer curar a los heridos. La campaña de septiembre de Cabrera había sido fructífera para sus armas.
Operaciones de Cabrera en Tarragona
Acción de Alcanar (17 al 19 de octubre de 1835)
El 10 de octubre, fuerzas de caballería carlistas mandadas por Pedro Beltrán tuvieron un combate contra la columna cristina que mandaba el comandante José Decreff, en Rosell (Castellón), colaborando con las fuerzas cristinas el comandante de armas de La Cenia, capitán Domingo Vidal.
Cabrera salió el 17 de octubre de Rossel (Tarragona), con dos batallones y la caballería de Forcadell, con intención de sorprender la villa de Alcanar (Tarragona) y apoderarse del fuerte y de su guarnición. Al amanecer del día 18, llegó la fuerza carlista al monte y ermita de Nuestra Señora del Remedio, situada entre Ulldecona y Alcanar (Tarragona). Un pequeño destacamento cristino que estaba en la ermita se replegó a la ciudad a la llegada de los carlistas. Siguieron la marcha para atacar la ciudad, a fin de apoderarse de las armas y pertrechos que tenía su guarnición. Ocuparon sin problemas la población, aunque los defensores, que eran unos 60 milicianos al mando de Antonio Boria, se refugiaron en un recinto exterior provisional formado por tapias y casas aspilleradas que circundaban la iglesia, también aspillerada. Al anochecer del 18 de octubre, los carlistas se habían apoderado del primer recinto, y los defensores se refugiaron en la iglesia.
Cabrera volvió a repetir el mismo procedimiento de Rubielos de Mora; emplearon un carro con un fuerte toldo sobre el que colocaron colchones para protegerse de las balas, y avanzaron hacia las puertas de la iglesia. Los defensores lanzaron una lluvia de piedras que destruyeron el mantelete e hirieron a uno de los conductores. Fracasado el intento, Cabrera ordenó que se abrieran boquetes en los muros.
En Vinaroz, al conocer el ataque de Alcanar, se formó una columna de unos 500 infantes y 20 caballos, formada por guardias nacionales, francos y carabineros. Al darse cuenta Cabrera de la columna de socorro, dispuso que se dejaran unas fuerzas sitiando el fuerte, y él, con la compañía de tiradores de Tortosa y una mitad de caballería, salió a su encuentro. Las tropas de reserva iban al mando de los coroneles Forcadell y Arévalo. Atacó Cabrera con decisión, y los cristinos, a la llegada de la caballería carlista, se desordenaron, siendo perseguidos en todas direcciones. La derrota fue completa, y entre el botín recogido se contaron 472 fusiles. Los carlistas tuvieron solamente dos muertos y algunos heridos, entre ellos el Tcol Cabells.
Los defensores de la iglesia no se rindieron a pesar de conocer la derrota, y siguieron con la defensa; Cabrera lo siguió intentando. Hasta les arrojaron colmenas, de las que salieron enjambres de abejas, cuyas picaduras produjeron efecto en los defensores. Consiguieron los carlistas pegar fuego a las puertas de la iglesia, pero Boria, con los suyos, para no ser pasto de las llamas, se refugiaron en la torre campanario, donde permanecieron defendiéndose durante toda la noche. En la mañana del 19 de octubre, se presentaron delante de las puertas de la improvisada fortaleza las madres y las esposas de aquellos hombres, llorando su desventura y clamando por la rendición. Finalmente, a las once, se rindieron. Cabrera conservó la vida de los valerosos defensores y se ofreció a acompañarles hasta Vinaróz, para que no tuvieran el menor percance.
Incursiones de Cabrera en los arrabales de Tortosa
El mismo día 19 de octubre, a las tres de la tarde, salieron los carlistas de Alcanar con dirección a San Carlos de la Rápita (Tarragona), en el delta del río Ebro, en cuyo puerto había buques de guerra cristinos e ingleses, que cañonearon a las fuerzas de Cabrera. Marcharon entonces a Mas de Barberans (Tarragona), y de allí, a Rosell (Castellón), donde se detuvo el 21. Córdoba pretendía que de Mas de Barberans marcharía a Cenia (Tarragona), donde llegó el 24 de octubre, al amanecer.
Cabrera marchó a Cenia el 23 de octubre, donde llegó al amanecer del 24, entrando en la población y atacando el fuerte. Ya tenía muy adelantados los trabajos para reducirlo cuando supo que se aproximaban tropas cristinas de socorro desde San Mateo, y no teniendo suficiente fuerza para una doble acción, se retiró al Martinete; pero al marchar la columna con la guarnición, volvió Cabrera y destruyó el fuerte.
El 26 de octubre, Cabrera estaba frente a Roquetas, entonces arrabal de Tortosa (Tarragona), y allí se apodera del fuerte, después de capitular la guarnición. El destacamento cristino se componía de un sargento, un cabo y 15 soldados del RIL-5 de Bailén, que se agregaron a las fuerzas carlistas. Demolió la fortificación y partió a las faldas de los fuertes. En esta operación, Cabrera no llevaba consigo más que el BI-I de Tortosa. De nuevo emprendió otra audaz incursión, y en una marcha forzada se presentó delante de Cherta (Tarragona) al amanecer del 31 de octubre. La población estaba defendida por tambores de mampostería, uno de los cuales, construido en la misma orilla del Ebro, proporcionaba a la guarnición la posibilidad de salvarse por medio de lanchas y estaba unido a la iglesia por un camino cubierto.
Cabrera ordenó el ataque a la población, y a las once de la mañana no quedaba más que la iglesia y el tambor junto al río en poder de los cristinos. Al anochecer fue tomada la iglesia, y cuando se disponía al asalto del tambor, supo Cabrera que la guarnición lo había abandonado, pasando el río en las embarcaciones preparadas al efecto. Ordenó el jefe carlista la destrucción de las fortificaciones y marchó a Pobla de Benifasar, donde el primero de noviembre comunicaba al ministro de la Guerra sus últimas operaciones, “que eran importantes, pues le permitían dominar el bajo corregimiento de Tortosa y los ricos pueblos que encierra el semicírculo de montes que, empezando en Cherta, sobre el Ebro, concluye en la plaza marítima de Peñíscola”.
Ataque de Miralles a Lucena del Cid (1 de noviembre de 1835)
El primero de noviembre, las fuerzas de Miralles el Serrador, unidas a las catalanas de Torner, se presentan delante de Lucena del Cid (Castellón), en la tarde de dicho día. Miralles mandó una intimidación a los ocupantes de la plaza que estos rechazaron. Miralles mandó una segunda intimidación y la respuesta de los defensores fue “que no negociaban con bandidos”. Tras rechazar los ofrecimientos de Miralles y Torner, decidieron emprender el ataque de la población. Ya dos casas extramuros habían sido tomadas por los carlistas y preparan el asalto, “aterrorizando a los guardias nacionales”. Ya ardían algunas masías inmediatas a la población cuando acudió el comandante Buil con su columna. Entonces abandonaron los carlistas, después de algún tiroteo, las posiciones que tenían alrededor de la población. Miralles se marchó con su gente a Benasal (Castellón) y Torner, con la suya, a Fatarella (Tarragona). Perdieron en esta operación 13 hombres, registrando los cristinos varios heridos, entre ellos el capitán Carra, que recibió una bala en el pecho.
Cabrera comandante general interino del Bajo Aragón
Intento de toma de Alcañíz
El 11 de noviembre de 1835 el cuartel real comunicó a Cabrera su nombramiento como comandante general interino del Bajo Aragón y, con la misma fecha, a José Miralles el Serrador el de comandante del Maestrazgo y Valencia. Torner se negó a obedecerle, alegando que dependía de Cataluña y que, mientras no recibiera órdenes de lo contrario, obrando con una cierta autonomía en el corregimiento de Tortosa y derecha del Ebro.
El nombramiento lo recibió Cabrera hallándose en Cantavieja (Teruel) el 23 de noviembre. Designó para jefe de su Estado Mayor al coronel José María Arévalo y para ayudante suyo al capitán de caballería Ramón Ojeda. Su primera acción fue llamar al coronel Quílez para reunir hasta a las partidas más insignificantes para atacar Alcañiz (Teruel), consiguiendo así un ejército de 5.300 hombres, cifra nunca antes alcanzada por los carlistas de la región.
La plaza estaba guarnecida y es de suponer que en sus alrededores hubiera destacamentos avanzados para observar las aproximaciones del enemigo, y, además, en Alcañiz había un castillo con alta atalaya que domina el contorno.
Cabrera tras una marcha de 5 días, llegó a las cercanías de Alcañíz con objeto de sorprender la plaza en el momento de abrir o cerrar las puertas. Agrupó sus fuerzas entre Castellserás y Valdealgorfa, maniobrando como si quisiera asaltar esta última plaza para atraer hacia ella las fuerzas enemigas; entonces se dirigiría hacia Alcañíz, tratando de sorprender la plaza.
Pero este alarde de fuerza fue en vano, ya que la población, defendida por Nogueras, resistió valerosamente y los carlistas no pudieron conquistarla. Fue entonces cuando Cabrera regresó a los puertos de Tortosa, donde va a dedicarse a organizar su ejército y la administración.
Organización administrativa
A partir de ese momento, la suerte de la guerra en Levante sería otra. Cabrera sistematizaría las bases del conflicto y les daría dimensión en un esfuerzo por hacer de las partidas de guerrilleros carlistas un ejército organizado y dotarle de una infraestructura administrativa, de una hacienda y de unos órganos de gobierno.
Cabrera tenía a sus órdenes el BI-I y el BI-II de Tortosa, pero este último incompleto, y lo completó definitivamente. Creó, además, el BI-III de Tortosa, cuyo mando confía al comandante Mariano Félez. La caballería que mandaba el coronel Añón se dividió en dos escuadrones, el EC-1 bajo el mando de Martín Carot y el EC-2 al de Blas Pradells. También organizó dos batallones nuevos, BI-I al mando de Miguel Solá y el BI-II Lucas Domenech, ambos procedentes del ejército realista. Fueron los núcleos de los batallones de Valencia. La partida que mandaba Vicente Herrero pasó a ser el BI-IV de Aragón, y las partidas del Montañés y otras menores quedaron agregadas al Ejército Real.
La administración o hacienda militar fue confiada a un recaudador o depositario de cada división: el Tcol Manuel Grarzón a la división aragonesa y el capitán Ramón Ojeda a la división tortosina.
Resolvió crear en el interior de los Puertos una fábrica de municiones; buscó arrieros para que surtieran de azufre, salitre, plomo y demás ingredientes y materiales. También reforzó el hospital en la masía de Bosch; los jefes de columna y los jefes de partida recibieron especial encargo de recoger vendajes, medicinas y todo lo que era necesario para atender a enfermos y heridos.
Para los uniformes también tuvo disposiciones. Todos los sastres fueron rebajados de servicio, y en los Puertos estableció el taller de vestuario. Faltaba el paño para ello, pues el recogido en Mora de Rubieles no era suficiente. El coronel Cabrera ordenó que se uniformaran al menos las compañías de preferencia, haciendo confeccionar chaquetas y pantalones. Generalmente, como en el Norte, se utilizaban los uniformes cogidos a los cristinos, pero eran muchos los que, no teniéndolo, llevaban el traje típico de las comarcas de procedencia. Los jefes llevaban gorras de cuartel o morriones, y no sería hasta mucho más tarde, en 1836, cuando se introdujeron las boinas en las prendas de vestuario de los carlistas valencianos y aragoneses, que fueron introducidas por Cabrera, Llagostera, Forcadell y Arévalo.
Cabrera estaba en todos los detalles, controlándolo todo personalmente y enfureciendo cuando algo no salía como él lo había previsto. Así, con su experiencia desde el comienzo de la guerra, Cabrera estableció las bases de un ejército regular, con su administración militar y servicios auxiliares, que le permitirían llevar a cabo su plan de acción. La administración civil aún no se inició, y no lo hará hasta que los carlistas no empiecen a dominar, de manera estable, partes crecientes del territorio en el que operaban.

Operaciones en diciembre de 1835
Una vez acabadas las tareas organizativas, nuestro personaje decidió emprender una expedición para apoderarse de Teruel, con ayuda de Joaquín Quílez y del Serrador, que se le unieron por esas fechas. De esta manera pudo reunir un ejército de 6.000 hombres, aunque mal armados, peor vestidos y con escasez de provisiones. Pese a ello, se puso en camino, pero la llegada de Juan Palarea Blanes, el Médico frustró sus planes y le obligó a retirarse el 7 de diciembre, cuando se encontraba a la vista de dicha capital.

Acción de Terrer (13 de diciembre de 1835)
Procedió Cabrera a realizar su proyecto de ir a Castilla la Nueva. Eran las fuerzas principales las divisiones de Tortosa y de Valencia, que mandaba Forcadell, y las aragonesas del coronel Quílez. El resto lo constituían reclutas bisoños de Aragón, y de los que acudieron, en buen número, después de los resonantes triunfos de Chert, Roquetas y Vinaroz, instruidos brevemente en el tiempo en que Cabrera estuvo reorganizando su ejército sobre los puertos de Beceite.
Emprendida la marcha, tuvieron que concentrarse al abrigo del espaldar de la Sierra de San Just, en Aliaga (Teruel), regada por las primeras aguas del río Guadalope. De Aliaga tomaron la línea del Pancrudo hasta Calamocha (Teruel), donde el río Cella pierde su nombre, y lo toma el Jiloca. Desde aquí, en vez de subir al puerto de Daroca, rodean el macizo de Almenara y también la laguna de Gallocanta, para dirigirse a Embid y Tortuera (Guadalajara), entrando de lleno en la depresión ibérica hacia el río Jalón, por la zona de Ateca (Zaragoza). Esta marcha fue muy forzada, para ganarle terreno a las columnas enemigas, según manifiesta Cabrera en su parte, y puede deducirse que su empeño era, después de quebrantarles en la provincia de Zaragoza, penetrar libres de cuidados en la Nueva Castilla.
El 13 de diciembre, a la puesta del sol, se hallaba en las inmediaciones de Terrer, carretera real de Zaragoza a Madrid. Los cazadores del BI-I de Aragón y la caballería componían la vanguardia, y Cabrera dirigía el grueso de la fuerza; de improviso, y sin que ni unos ni otros lo apercibiesen, se encontraron con una columna cristina al mando del coronel Valdés, que se componía de un BI del RI-9 de Soria, caballería y algunas compañías de cazadores. Los cazadores carlistas cargaron, sin darles tiempo a los cristinos para que pudieran reaccionar de la sorpresa, y sembraron confusión en las filas enemigas. El resultado fue de 20 muertos, más de 900 prisioneros, 907 fusiles, un número igual de vestuarios y equipos, cuatro cajas de guerra y otros efectos. El coronel Añón, al frente de su caballería, se distinguió notablemente batiendo a los cristinos, y para él tuvo Cabrera especial mención en el parte. El coronel Valdés, con 30 jinetes, pudo escapar.
Acción de Molina de Aragón (15 de diciembre de 1835)
Por una comunicación del Gobierno de Madrid al jefe de su ejército en Aragón, interceptada por Cabrera, se enteró de los refuerzos que se habían enviado al general Palarea. Cabrera hizo el cómputo de esas fuerzas, comparándolas con las que él tenía a sus órdenes, y al ver que eran numéricamente superiores, pues pasaban de 12.000 hombres, decidió sin más la contramarcha, para ampararse a la defensiva en terreno montañoso. Al amanecer del 14 de diciembre, salieron los carlistas de Terrer, donde habían pernoctado, con dirección a Tortuera (Guadalajara), mientras que la caballería mandada por el coronel Quílez se situaba en Pardos (Guadalajara).
El 15 de diciembre, Cabrera divisó la columna de Palarea, cuando se encontraba en La Yunta, a 9 kilómetros de Tortuera; a pesar de que la caballería cristina era cinco veces más numerosa, consiguió alcanzar las estribaciones del cerro de las Tejeras, donde empezó la batalla con las guerrillas de ambos bandos.
Cabrera cargó sobre su izquierda y logró desordenar la derecha cristina, pero una carga general de los cristinos hizo vacilar el centro de la línea de Cabrera, y hubo un repliegue en desorden; pronto fue corregido, y sirvió para que reemprendieran la marcha formados en columna. En las eras contiguas a Molina se incorporó la caballería de Quílez. Emprendieron los cristinos otra carga general, con una densa formación de caballería. El centro y la izquierda de Cabrera aguantaron bien la impetuosa acometida, pero los aragoneses del BI-II de nueva creación no pudieron aguantar y se replegaron sobre el BI-IV y ambos desordenadamente sobre el BI-I, propagándose el desorden a los tortosinos y valencianos, produciéndose la dispersión.
Pasaron así el río Gallo, gracias a un gesto valiente de Cabrera que quiso atraer la atención de los cristinos gritando: «Yo soy Cabrera, venid a por mí». Y hacia él se dirigieron y los hizo frente mientras sus soldados cruzaban el río, siendo herido en el brazo.
Los carlistas consiguieron replegarse hacia la Sierra de Albarracín, y desde allí tomaron el camino de los puertos. El 21 de diciembre redactó allí Cabrera los partes de ambas acciones, y dio 15 días de permiso a sus soldados. La retirada la hizo Cabrera a pie, destinando sus tres caballos para el transporte de heridos.
Los carlistas perdieron 1.100 de sus 4.400 hombres, además de 1.500 o 2.000 fusiles y muchos de los prisioneros capturados en Terrer.

Fraccionamiento en partidas
Después de este revés, los rebeldes tuvieron que hacer frente a la persecución liberal, a la crudeza del invierno y a la falta de alimentos, por lo que Cabrera decidió fragmentar su ejército en pequeños grupos, a fin de poder hacer frente a estos problemas. Pero las tropas estaban desmoralizadas y la división provocó la deserción de 800 hombres, por lo que al poco tiempo tuvo que volver a reagrupar las partidas.
Una vez hecho esto, intentó sorprender a Palarea, en enero de 1836. Pero sus confidentes fueron capturados por el enemigo, que pudo así frustrar el plan, estando a punto de rodear a la partida de Quílez. Cabrera decidió dispersar de nuevo sus fuerzas, haciendo creer a sus adversarios que los carlistas estaban ya acabados, lo que les llevó a debilitar el frente del Maestrazgo y mandar parte de las tropas a Navarra y Cataluña. También intentó tomar Peñíscola (Castellón) a traición, pero sus planes fueron descubiertos y tuvo que retirarse a Cenia (Tarragona), donde volvió a reunir a todos sus hombres.
Poco después sorprendió a una columna isabelina en el puente del Alcance (Tarragona), persiguiéndola hasta las puertas de Tortosa y capturándole 92 fusiles, así como todos los bagajes. Dos semanas más tarde puso en fuga a otra fuerza liberal, esta vez en Torrecilla de Alcañiz. Pero el éxito habría sido mayor si los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa (Teruel) no hubieran dado a los cristinos parte de sus movimientos, por lo que los hizo fusilar en La Fresneda (Teruel), el día 6 de febrero de 1836. Estos castigos y una circular muy severa que Cabrera pasó a los pueblos le hicieron tener desde entonces un conocimiento exacto de la posición y número del enemigo, que por su parte dejó de recibir avisos de los alcaldes. Al mismo tiempo, se dispuso a imponer la disciplina en su ejército, bastante relajada por las continuas dispersiones, pasando por las armas a varios de sus hombres por desertores y ladrones.