Guerras Carlistas Primera Guerra Carlista en el Maestrazgo Cabrera en la expedición de Gómez

Cabrera en la expedición de Gómez

Reunión en Utiel (12 de septiembre de 1836)

A principios de septiembre, llegaron a Cabrera dos importantes despachos. Por uno de ellos, remitido por el Pretendiente, se le ascendía a mariscal de campo como recompensa por su victoria de Ulldecona. El otro se lo enviaba el también mariscal Miguel Gómez, que comandaba una expedición carlista procedente del País Vasco, y que le animaba a unirse a él, para marchar juntos hacia Madrid.

Acompañado por su Estado Mayor y una pequeña escolta, Cabrera marchó rápidamente hacia Utiel (Valencia), adonde llegó el 12 de septiembre, tras recorrer 50 leguas (278 km) en veinte horas. Allí se encontró, además del ejército de Gómez, a las fuerzas de Quílez y de Miralles el Serrador, que también habían sido convocados. Tras reunirse con Gómez, el caudillo catalán decidió acompañarle en sus correrías, dejando a Arévalo al frente de las tropas carlistas en Aragón.

En las conversaciones tenidas en Utiel entre Gómez y Cabrera, a las que asistieron algunos jefes de la división expedicionaria, así como los brigadieres Miralles y Quílez; se llegó a un acuerdo de que la fuerza del general Gómez sería completada con la aportación de los batallones y escuadrones que mandaban Mirallés y Quílez. Es decir, que se constituirían tres brigadas: la primera sería la castellana; la segunda, la aragonesa (Quílez), y la tercera, valenciana (Miralles).

El plan que llevaba Gómez era dirigirse sobre Madrid, operar en sus inmediaciones y, si la ocasión se presentaba, dar un golpe de mano y apoderarse de la capital.

Reconocimiento de Requena (13 de septiembre de 1836)

El 13 de septiembre los generales Gómez y Cabrera. con las divisiones de Castilla y de Aragón, hicieron un reconocimiento por la parte de Requena (Valencia). Ante dicha población se presentaron intimando la rendición. El jefe de la guarnición no aceptó la propuesta de los carlistas de una capitulación honrosa, estos, después de disparar sus piezas de artillería sobre la ciudad, se retiraron de nuevo a Utiel.

Incendio de Casas Ibáñez (15 de septiembre de 1836)

El día 15 de septiembre, se emprendió la marcha desde Utiel, donde se había descansado el 14, haciendo los preparativos para continuar la expedición. Por Venta del Moro (Valencia), y después de pasar el río Cabriel, llegaron a Casas lbáñez (Albacete). Antes de llegar a este pueblo fueron encontrados los cadáveres de varios desgraciados voluntarios carlistas, que reconocieron por sus capotes con la letra “C”. Al llegar a Casas Ibáñez, hallaron la población abandonada; solo algunos vecinos· quedaban en ella.

Allí supieron que los cadáveres que habían visto eran de carlistas asesinados por los guardias nacionales de Casas Ibáñez, por lo que, enfurecidos los voluntarios de la expedición, prendieron fuego a varios edificios, a pesar de la vigilancia que para evitar cualquier desmán se había establecido, y como el incendio se propagó a otras casas de la población, todo el cuerpo expedicionario tuvo que acampar a medianoche a la salida del pueblo.

Los carlistas en Albacete (16 de septiembre de 1836)

Al amanecer siguió la expedición carlista por Serradiel, Mariminguez y Jorquera; se pasó el río Júcar y se llegó a la ciudad de Albacete. Durante esta marcha parece que había entre los carlistas expedicionarios cierta extrañeza de que no se hubiera tomado directamente la ruta hacia Madrid. En Albacete ya se dieron cuenta de que la dirección era la que conducía a la capita, por lo que el entusiasmo de los carlistas se acrecentó. En Albacete se entró el 16 de septiembre por la tarde, con gran alegría de los carlistas de la población. Los liberales más comprometidos la habían abandonado, así como las autoridades cristinas y la guarnición, retirándose a Peñas de San Pedro.

No hubo que registrar desmán ni violencia de los expedicionarios, que bien probada tenía Gómez su firmeza en la disciplina. En Albacete se descansó todo el día 17. Se reemprendió la marcha el día 18, y pasando por La Gineta se fueron a descansar a La Roda; al día siguiente 19 de septiembre, por Minaya pasaron a pernoctar en Villarrobledo (Albacete), donde se llegó a media tarde.

Batalla de Villarobledo (20 de septiembre de 1836)

Sin ser detectado por Gómez, el general cristino Isidro Alaix se acercó a las cercanías de esta localidad a las dos de la madrugada del día 20 de septiembre; había avanzado más de lo que contaba Gómez, que le creía a una jornada de distancia. Había sido reforzado por los húsares de la Princesa de Diego de León.

Húsar de la Princesa (1833-40). Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Alaix organizó sus tropas, que eran unos 5.000 efectivos, las arengó y al amanecer atacó al enemigo acuartelado. En el momento del ataque, Gómez estaba ya en pie y personalmente había reconocido la posición por la que podía avanzar el enemigo.

Mientras las fuerzas que debían cubrir la retirada de los carlistas de Villarrobledo se tiroteaban con los cristinos, la infantería y la caballería salían del pueblo para ocupar las posiciones fijadas de antemano en dirección a Mota del Cuervo, unas sobre el camino y las otras más a la izquierda. Entretanto, el tiroteo aumentaba y pronto se oyeron los disparos en el interior de la población, lo que demostraba que las fuerzas destacadas para la resistencia estaban cediendo terreno.

Rechazados los carlistas que habían quedado en la población, Alaix, al frente de cuatro batallones y con la caballería mandada por Diego de León, salió del pueblo para atacar a las fuerzas carlistas que formaban la derecha de la línea del cuerpo expedicionario.

Los carlistas contraatacaron en el paraje llamado Vega de San Cristóbal, contiguo a la ermita homónima, retrocediendo las guerrillas cristinas, así como los batallones que los apoyaban; entonces la caballería de Gómez dio una carga sobre la infantería; pero habiendo reaccionado la caballería de Diego de León, los jinetes carlistas debieron retroceder, cayendo entonces sobre los mismos batallones que apoyaban, arrollándolos y sembrando el desorden en sus filas. La caballería cristina se aprovechó a su vez para aumentar la confusión que se había iniciado. Todo esto se desenvolvió dentro de la tupida niebla.

A pesar de este desgraciado revés, las demás fuerzas de la derecha de la línea y todos los que estaban en la izquierda prosiguieron su marchasen columna cerrada por batallones en la dirección de Ossa de Montiel (Albacete). Alaix no quiso continuar la acción y la retaguardia carlista rechazó las maniobras de la caballería liberal.

Las bajas carlistas fueron de unos 200 muertos y heridos, y 500 prisioneros, a lo que hay que sumar 2.000 fusiles y abundante munición.

El jefe carlista se vio obligado por el desastre sufrido en Villarrobledo a desistir de su intención de marchar hacia Madrid. El 21 de septiembre, después de salir de Ossa de Montiel (Albacete), los cuerpos expedicionarios entraron en la provincia de Ciudad Real, pasando por Villahermosa y Fuenllana, yendo a pernoctar en Villanueva de los Infantes. A la mañana siguiente del 22, los expedicionarios, pasando por Villamanrique (Ciudad Real), entraron en Andalucía por la provincia de Jaén.

Gómez amaga La Mancha

El día 7 de octubre, Gómez entró en la provincia de Ciudad Real. La fuerza expedicionaria del general Gómez, procedente de la provincia de Córdoba, y por Fuencaliente marchó con dirección a Almodóvar del Campo. Había hecho esta marcha porque hasta él habían llegado exageradas informaciones de que el gobierno cristino estaba preparándose para salir de Madrid ante la noticia de que el general Villarreal había franqueado el río Ebro en dirección a la Corte. Estas noticias, completamente falsas, fueron origen de algunos movimientos realizados por Gómez, que no tendrían explicación alguna; teniéndolos en cuenta, se comprende por qué abandonó la provincia de Córdoba para entrar en Castilla la Nueva.

Juzgó que, de ser cierta la noticia, el Gobierno solo tenía dos caminos para su fuga: el de Extremadura o el de Peñarroya. Así que procuró situarse en Sierra Morena, para seguir a los Montes de Toledo, donde tendría en observación los dos caminos posibles del Gobierno. En Fuencaliente (Ciudad Real), Gómez se enteró de que no había nada cierto del propósito del Gobierno de marcharse de Madrid, ni tampoco se le confirmó el cruce del Ebro por el general Villarreal.

Lo que sí supo es que una fuerte división, mandada por el general Rodil, estaba en Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Pero habiéndose asegurado por la confidencia de que dos unidades de las que formaban la división de Rodil esperaban la proximidad de Gómez para pronunciarse en favor de Carlos V, avanzó el cuerpo expedicionario vivaqueando en el sitio conocido por Las Navas, en plena Sierra Morena, a poca distancia de donde estaban los regimientos a los que se atribuían el propósito de pasarse. Las avanzadas carlistas llegaron hasta Ventillas (Ciudad Real). Allí supieron que los regimientos habían cambiado de acantonamiento.

Al día siguiente, 18 de octubre, la expedición retrocedió a Fuencaliente, donde pernoctó y se reunió además con las fuerzas destacadas, que habían llegado a Solana de Río (Ciudad Real) para conocer la situación del enemigo. El 19 por la mañana se reemprendió la marcha hacia Andalucía, entrando en la provincia de Córdoba.

Toma de Almadén

Habiendo rehusado definitivamente los carlistas operar en la provincia de Córdoba, volvieron a entrar en la de Ciudad Real el 23 de octubre y descansaron en el pueblo de Alamillo. La idea de atacar a Almadén fue por el deseo que tuvo Gómez de demostrar que eran capaces de tomar una población, y porque tenía especial interés en quitar el principal nido de Sierra Morena, en donde se guarecía el inglés Flinter, comandante general que se titulaba de la columna de Extremadura, al que temían extraordinariamente todos aquellos pueblos por sus crueldades y tropelías.

El gobernador militar y superintendente de las minas, brigadier de artillería Manuel de la Puente Aranguren, había organizado un batallón de voluntarios, reparado el caserón llamado la Enfermería, rehabilitado el fuerte establecido por los franceses en la Guerra de la Independencia, dándole el nombre de María Cristina, y construyó 13 tambores y barricadas para asegurar las entradas de la población, sin olvidarse de reparar todos los corrales que daban al campo. De hecho, el brigadier Puente Aranguren había convertido en población fortificada la villa de Almadén.

Cuando la vecindad de las fuerzas de Gómez en la provincia de Córdoba y comarcas limítrofes de Ciudad Real advirtió el peligro, procuró obtener, como obtuvo, que acudiera a Almadén con su columna de movilizados de Extremadura. También obtuvo del marqués de Rodil la seguridad de que el cuartel general de este no se desviaría mucho de aquel punto, para acudir con prontitud a donde fuera necesario.

Todavía no había pasado el límite de la provincia el cuerpo expedicionario carlista, cuando Aranguren comunicaba al general Rodil su propósito de defenderse; engañado quizá por lo ocurrido anteriormente, cuando Gómez había entrado en la provincia sin internarse hasta Almodóvar del Campo (Ciudad Real). El día 22 de octubre, había recibido una comunicación pidiendo raciones para la fuerza expedicionaria. La contestación dada no por el alcalde, sino por el propio brigadier, fue arrogante: «Almadén no se dan raciones si no se conquistan con plomo».

El guante había sido arrojado, y Gómez debía recogerlo; así, el 24 de octubre, sobre las ocho de la mañana, las fuerzas carlistas llegaron delante de Almadén, comenzando inmediatamente el fuego por los batallones, que se habían situado alrededor del pueblo. Por la tarde, los batallones valencianos y aragoneses lograron entrar por la parte sur y este, mientras otros batallones llamaban la atención de los defensores por el norte y el oeste. La artillería carlista disparó, apoyando el ataque, y en medio del más violento fuego, la población fue tomada por los carlistas al asalto.

Dice un autor liberal: «Al son de corneta se retiraron los liberales a los fuertes, ya entrada la noche, y desde ellos presenciaron los horrores de su situación; allí supieron que los carlistas se habían entregado al saqueo y vieron que las llamas devoraban sus hogares incendiados por los rebeldes».

Al parecer, el incendio se debió a que, al encerrarse los defensores en una de las casonas que tenían preparada, la prendieron fuego para obligarles a salir, pero el fuego se propagó a las casas contiguas. En cuanto al saqueo, sí pudo haber algún desmán, por ser plaza tomada al asalto.

En la misma noche, cuando ya se había refugiado la guarnición en los fuertes y caserones para su defensa, el general Gómez dirigió, por medio del alcalde de Almadén, Manuel del Alamo, una intimación para que se rindieran; la contestación del brigadier Puente fue: «Diga usted a Gómez que aún no he llenado los deberes que el honor me impone, y a los vecinos, que no es mía la culpa de su infortunio».

Insistió el alcalde para que se llegara pronto a la capitulación; pero el general cristino se negó rotundamente, y cuando Manuel del Alamo volvió al cuartel de Gómez, este le pidió que volviera a donde estaba el gobernador militar para que diera la respuesta por escrito. Así lo hizo, pero Puente comunicó a Alamo que no debía volver como mensajero.

En la misma noche, la iglesia contigua a la enfermería cayó en poder de los carlistas, prosiguiendo la lucha, horadándose varias casas para pasar de unas a otras y desalojar a los cristinos. Desde las bóvedas de la iglesia se podía atacar el fuerte donde residía Flinter, mandando abrir algunas troneras que daban sobre la posición del brigadier inglés. A las once de la mañana del 24 de octubre, ya estaba en poder de los carlistas la mayor parte de la posición defensiva de los cristinos, que quedaba reducida al fuerte de María Cristina: Aun así, sea que Puente Aranguren tuviera esperanza de que llegara la división de Rodil para socorrer a los defensores, continuó manteniéndose, hasta que, por fin, a las cuatro de la tarde, los carlistas consiguieron la capitulación de los últimos que resistían.

La lección fue dura, y arrastrando el descrédito de Rodil, la estrella de Gómez se elevaba. Puede decirse que de todo el resto de la campaña de Gómez, en que no encontrara resistencia ya en ninguna población. Si Requena envalentonó a las guarniciones, Almadén las desanimó.

Los carlistas tuvieron unas 200 bajas. El número de prisioneros que se entregaron fue de 1.767, comprendiendo los brigadieres Puente y Flinter. Sobre el campo de batalla fue ascendido a capitán el teniente de cazadores del RI de Valencia Manuel Porice de León, por haber sido el primero que entró en las ocho o diez casas de la población. Después de la conquista de Almadén, la fuerza expedicionaria marchó a Chillón (Ciudad Real), donde descansó. La proximidad de Rodil y la posibilidad de que operara combinado con Alaix aconsejaron a Gómez que saliera de Chillón antes de amanecer el día 26; emprendió la ruta para Extremadura.

Regreso de Cabrera

Regreso de Cabrera por Castilla la Vieja

El 31 de octubre, Gómez efectuó la entrada en Cáceres, enviando partidas por toda la zona para reclutar dinero, hombres y caballos.

Cabrera abandonó la expedición el 9 de noviembre, al frente de un pequeño contingente de caballería mandado por el general Miralles, con el que se dirigió a marchas forzadas hacia el Maestrazgo al haber tenido noticia de que Cantavieja se hallaba sitiada por el general Evaristo San Miguel.

Ese mismo día, llegar a Abenójar (Ciudad Real), la guarnición cristina se refugió en las fortificaciones y se rindió. Allí se le presentó Llorens, jefe de los valencianos, que le propuso rebelar a las tropas valencianas y aragonesas que se habían marchado con Gómez, para regresar con Cabrera a Aragón. Pero este rechazó la oferta, diciéndole que debían obedecer a sus superiores. No obstante, dicha actitud no le impidió enviar una exposición a don Carlos diciéndole que Gómez, si no era traidor a la causa, le faltaba poco para serlo.

El día 10 de noviembre, se unió a Cabrera la caballería manchega, mandada por el brigadier Jara, reforzada también por parte de los que habían rendido sus armas en Abenójar.

El 11 de noviembre, llegó a Almodóvar del Campo (Ciudad Real), cuya guarnición también deponía las armas y parte de ella se agregaba a las fuerzas carlistas. El día 13, continuó la marcha, pasando para Calzada de Calatrava (Ciudad Real), y de allí a Almagro (Ciudad Real); se siguió luego por Valdepeñas, encaminándose después a Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Ya formaba una verdadera columna, puesto que también el brigadier García de la Parra se le había agregado con sus tropas de caballería, hasta reunir una fuerza de 900 infantes y 400 jinetes.

El Bonillo (Albacete), se enteró de que la plaza fuerte había caído en manos de los cristinos, por lo que decidió marchar al Norte, ya que consideró más importante marchar a Navarra para entrevistarse con Carlos V y ofrecerle la magnífica caballería manchega que mandaban el brigadier Jara y el coronel Rodríguez Cano.

Probablemente, su intención fuera poner al Rey en contra de Gómez y recuperar así los batallones que este le había arrebatado. Sea cual fuera la razón, se desvió hacia el Norte, entrando en Tarazona de la Mancha (Albacete), donde ejecutó al alcalde, al cura, al escribano y al boticario del pueblo.

Se dirigió a la ciudad de Albacete, en la que entró, derrotando antes a la caballería cristina, que protegía la retirada de las autoridades y la guarnición al castillo de las Peñas de San Pedro. Desde Albacete marchó de nuevo a La Gineta, donde estuvo poco después que los generales cristinos Palarea y Sanjuanena, quienes salieron huyendo al saber que llegaban las avanzadas de la caballería carlista. De allí marchó Cabrera a Quintanar de la Orden (Toledo), adonde llegó el 19 de noviembre, habiendo pasado antes El Provencio (Cuenca) y El Pedernoso (Cuenca), en el amanecer del mismo día.

Cabrera dispuso en la mañana del 20 de noviembre, atacar Quintanar de la Orden (Toledo), defendido por el coronel Edmundo Shelly de O’Ryan. El tiroteo duró hasta cerca del mediodía, retirándose los carlistas, que prosiguieron su marcha hacia Villanueva de Alcardete (Toledo), donde parece fue asistido de una herida de poca importancia el brigadier Jara por el médico de dicha población.

Siguió entonces Cabrera a Tarancón (Cuenca), en donde entró sembrando la alarma hasta en Madrid, pues en la capital del Reino, al anuncio de la proximidad de Cabrera, se concentraron fuerzas del Ejército.

Cabrera a lo más llevaba 600 jinetes y 400 infantes según las cifras dadas por el coronel Shelly; 550 caballos y de 150 a 250 de infantería según el alcalde de Quintanar de la Orden, Francisco Fernández de Oliva.

Cabrera, para cubrir las necesidades de su expedición, pidió raciones hasta en las puertas de Madrid, ya que el 21 de noviembre se vio una avanzada carlista en Chinchón (Madrid). El 23 de noviembre, llegó a Buendía (Cuenca), donde con las fuerzas presentadas, organizó un batallón, al que armó con los fusiles que había recogido en los pueblos a su paso. De allí penetró en la provincia de Guadalajara, pasando por Illana (Guadalajara), y siguiendo por esta provincia llegó a Cifuentes. Al día siguiente 24, llegaba ante Sigüenza (Guadalajara), población que ocupó durante 22 horas, mientras los defensores se refugiaban en el fuerte. Cabrera intimó su rendición y trató de recaudar allí 200.000 reales, pero solo consiguió una pequeña parte, pues pronto tuvo que dejar el pueblo, al enterarse de que se acercaban tropas enemigas. De allí entró en la provincia de Soria. Antes de salir de la Mancha se le había separado el brigadier García de la Parra con su caballería para volver a la provincia de Ciudad Real.

Regreso de Cabrera por Castilla la Vieja

El 24 de noviembre, en la provincia de Soria, pasando por Medinaceli, de donde siguió a Almazán. En Arganza (Soria), sorprendió y dispersó a una compañía de carabineros que llevaba consigo al obispo de Pamplona, Severo Andriani, que iba a Madrid reclamado por el Gobierno para responder a cargos que se le hacían. Había pasado a la provincia de Logroño con el fin de atravesar el Ebro para entrar en Navarra. Llegó al vado del Rincón del Soto, a cuyo pueblo llegó el 1 de diciembre; el río estaba crecido y creyó conveniente avisar al cuartel real para que se dispusiera a movilizar fuerzas que, distrayendo al enemigo, le permitieran salvar aquel obstáculo.

La columna del general cristino Iribarren, superior a la de Cabrera, estaba a la vista del pueblo. El jefe carlista ordenó que se evacuara la población, y al salir al campo se encontraron cortados por una gran acequia, por cuyo puente solo cabían dos caballos a la par. Cabrera con Miralles, seguidos por sus ordenanzas y un escuadrón, se lanzaron sobre el puente, el que atravesaron a galope, llamando la atención de las fuerzas de Iribarren, dando tiempo a que lo realizara el resto de la fuerza.

Continuaron de frente, ganando terreno a los cristinos sobre su derecha, hasta incorporarse con la infantería, y Cabrera, temeroso de ser envuelto por los cristinos que le seguían, atacó a los cristinos, poniendo en desorden a sus perseguidores; pero contraatacados por los cristinos, fue a su vez obligado a retroceder. La infantería carlista, que no estaba curtida todavía en fuertes combates, pues se había reclutado en la provincia de Cuenca, se dispersó, mientras que el general Cabrera con el brigadier Miralles, al frente de la caballería, se replegaba a Arévalo de la Sierra (Soria), pasando por Yanguas y San Pedro Manrique.

Miralles pernoctó en Torre Arévalo (Soria), mientras Cabrera lo hacía en el citado Arévalo de la Sierra (Soria). Cabrera, hallándose enfermo, había entregado aquella noche el mando de los restos de la fuerza expedicionaria al brigadier Miralles. Aquella noche, apenas transcurrida media hora desde la separación de ambos jefes carlistas, cuando la brigada de Santiago Albuín llegó a Arévalo de la Sierra, ignorando que Cabrera estuviese allí. Dos tiros de los centinelas alertaron a los carlistas; las tropas cristinas se dispersaron por la ciudad, los carlistas tomaron las armas y salieron.

Cabrera conoció el inminente peligro de aquella situación y regresó a su alojamiento a tomar los caballos, pero estaba ya ocupado por los soldados cristinos, que se habían hecho dueños del pueblo. Retrocedió entonces con unos cuantos ordenanzas en busca de los voluntarios que se hubiesen salvado. Los reunidos arremetieron brusca, desesperada y temerariamente, franqueando la salida del pueblo, recibiendo un bayonetazo en la pierna y una cuchillada en la espalda. Al atravesar una calzada que se elevaba unos 3 metros sobre el suelo, un soldado carlista le dio un culatazo que le hizo rodar por el suelo. Por suerte para él, fue recogido por el coronel Rodríguez Cano, quien lo montó a la grupa de su caballo y lo salvó de ser capturado por las tropas cristinas.

Sin embargo, no pudieron encontrar al resto de la fuerza carlista, por lo que quedaron solos los tres (Cabrera, Rodríguez Cano y su asistente), perdidos en medio del territorio enemigo, con las heridas sin curar y sin haber comido en 35 horas. Se disfrazaron entonces con ropas de la zona y marcharon a Almazán (Soria), donde el párroco Manuel Morón, a quien ya conocían, les ofreció hospitalidad. Cabrera se quedó oculto en su casa, recuperándose de sus heridas, mientras sus dos acompañantes proseguían la marcha hacia Aragón. Mientras tanto, el resto de los carlistas no sabían nada de él y empezó a rumorearse que había muerto o que se había refugiado en un convento de monjas.

Las fuerzas carlistas de Miralles y de Cabrera eran unos 1.600 efectivos; los prisioneros no pasaron de los 200 y los muertos, unos 80; eso quiere decir que unos 1.300 carlistas escaparon.

El día 3 de diciembre, el grupo, mandado por Miralles, a quien acompañaba el jefe manchego Jara, pasó por Aliud (Soria), donde seguramente debieron de reorganizarse. Su marcha a través de la provincia de Soria fue por Gómara, Ledesma, Abión y Serón, donde el brigadier cristino Rute dice haberles causado 47 muertos. Desde esta población los carlistas entraron en la provincia de Zaragoza, pasando por Torrijos de la Cañada, Villarroya de la Sierra y entrando en Ateca.

Cuando estuvo recuperado, Cabrera envió una carta a Forcadell, para que mandara tropas a recogerle. De esta manera, el jefe rebelde pudo volver a Aragón, escoltado por 50 jinetes de Beltrán y por dos compañías de Cabañero. Así pues, el 8 de enero de 1837, llegó a Aliaga (Teruel), donde se encontró con Arévalo, quien le hizo entrega del mando. Su regreso subió enormemente la moral de la tropa, ya que, en palabras de un historiador liberal, «bastaba el nombre de Cabrera, tanto en Aragón como en otras provincias en que se había hecho la guerra para dilatarla, haciendo que los desertores regresasen a sus filas, y que los que hasta entonces no habían sido filiados en ellas se inscribiesen, llevados por el prestigio del célebre caudillo».

Reconquista cristina de Cantavieja

Conspiración de Morella

El coronel José María Arévalo procedía, al ingresar en las filas carlistas, del RI provincial de Lorca. En ese tiempo, el citado RI guarnecía la plaza de Morella, constantemente bloqueada por los carlistas. Arévalo inició contactos con sus antiguos subordinados para la conspiración de Morella, por la que, al sublevarse las fuerzas del castillo y de la plaza proclamando, entrarían los carlistas en ella y sería la señal, de que Peñíscola y algunas otras plazas se levantaran a favor de los carlistas.

El plan estaba fijado para el día 19 de octubre; pero la imprudencia del capitán Espina y del subteniente Argüelles, al confiarse al capitán Orozco, lo hizo fracasar la víspera. Inmediatamente fueron arrestados los oficiales denunciados; el gobernador Fernando Alcocer nombró un fiscal y como consecuencia de ello fueron fusilados, por fallo pronunciado por el brigadier Borso di Carminati, el día 29 de noviembre por la tarde, el presbítero Manuel Doménech; el administrador del conde de Creixel, Manuel Conesa; Salvador Llopis alias Cabrer, médico cirujano; Ramón Guimerá alias Currutaco, pelaire; Juan Ferreres, carpintero; José Martí alias Conesa, pelaire (encargado de preparar la lana); Manuel Segura, masovero (agricultor) de la Mola del término de Morella; Pascual Valles, secretario del ayuntamiento de Castellfort, y su hijo con José, y los carlistas aprehendidos con las armas en la mano, según consta en el comunicado, Pedro Guardiola y Ramón Foldo.

Al día siguiente, 30 de octubre, fueron fusilados por la misma causa don Juan Maza de Maza, capitán de artillería; y los miembros del RI provincial de Lorca: capitán Antonio Espín, el teniente José Meléndez, el subteniente Francisco Argüello, el sargento segundo José Araque; y los soldados Juan Bonillo, Pedro Bemabé y José Antonio Pérez. Con ellos fue fusilada Josefa Molmonéu, esposa de Manuel Conesa.

Conquista cristina de Cantavieja (31 de octubre de 1836)

Cantavieja, en ausencia de Ramón Cabrera, estaba defendida en aquel momento por el gobernador militar carlista, coronel Magín Miquel,​ que contaba solamente con el BI del Cid y 90 hombres del BI de Cuenca a las órdenes de José Millán, una compañía de artillería con 4 o 5 piezas de la plaza. Al frente del depósito de prisioneros estaba el coronel de caballería Isidro Díaz.

José María Arévalo, comandante general de Aragón en ausencia de Cabrera, al saber de los planes liberales de atacar Cantavieja, ordenó a Francisco Cortada y Luis Llangostera atacar la ribera del Turia para conseguir los víveres necesarios para resistir el asedio.

La principal defensa de Cantavieja consistía en el castillo y la ermita de San Blas. Un recinto de paredes flanqueado por torreones cerraba el pueblo, protegido además naturalmente por los peñascos y asperezas del terreno. Rodeaba la ermita de San Blas una pared de cuatro varas de altura y media de espesor, con cuatro torreoncitos para dominar el ancho foso que la circuía. El antiguo castillo se había reparado, y otra pared aspillerada protegía la comunicación entre el fuerte de San Blas y la plaza.

Evaristo San Miguel, general en jefe del Ejército del Centro, salió de Teruel el 14 de octubre,​ uniéndosele el brigadier Agustín Nogueras Pitarque desde Morella. Llegaron el 20 de octubre a Castellón con tres batallones de infantería, un regimiento de caballería y varias piezas de artillería, uniéndoseles el 23 en San Mateo la brigada de Antonio Yoller, que incluía artillería. El 27 de octubre San Miguel llegó a La Iglesuela (Teruel), donde esperaba la Legión Portuguesa al mando de Emilio Borso di Carminati, quien también venía de operar en los alrededores de Morella. En dicha población recibió San Miguel un nuevo comunicado sobre la situación de los prisioneros en Cantavieja. A partir de La Iglesuela no había camino alguno practicable, y el 28 se presentó frente a Cantavieja.

Allí se le presentaron parlamentarios de la plaza enviados por el coronel Magín Miquel reclamando a los atacantes que no atacaran la villa dado que era un depósito de prisioneros, pero San Miguel hizo caso omiso.​ En el interior de la población, los carlistas se enfrentaban entre sí, por considerar claudicante la actitud del gobernador Magín Miquel, de forma que los disparos realizados por las cuatro o cinco piezas de artillería y la débil defensa se debieron sobre todo a la actitud de resistir del arcipreste de Moya, jefe carlista que poco antes había llegado a Cantavieja con 90 hombres, que se habían integrado en el BI del Cid.

El día 28 de octubre, se puso el tiempo tan intensamente frío que los soldados no podían resistir a la intemperie, pues tuvieron todos que acampar delante de la plaza.

José María Arévalo se dirigió a Cantavieja con Llangostera y una fuerza de socorro, quedando el 31 de octubre en Fontanete, apenas a un barranco de la villa.​ A pesar de ello, Cantavieja fue tomada el mismo 31 de octubre de 1836. Los 200 defensores, en clara inferioridad numérica, se refugiaron en el fuerte de San Blas cuando empezó el fuego de artillería intentaron huir por los barrancos para reunirse con la fuerza de socorro. Fueron abatidos por las tropas cristinas que no dieron cuartel a nadie.

Conquista cristina de Cantavieja (31 de octubre de 1836) por el general Evaristo San Miguel.

Los prisioneros abrieron las puertas de la ciudad a sus liberadores. Liberaron a los cerca de 900 prisioneros que había en Cantavieja al tiempo que fueron asesinados cuantos enfermos realistas había en el hospital, arrojadas las cabezas por el muro, saqueada la población, profanado el templo y robados los vasos sagrados. Los enfermos de la división navarra de Gómez, que estaban hospitalizados en Cantavieja, no sufrieron daño alguno al formar parte del ejército carlista vasco-navarro y serles aplicado el Convenio de Elliot, que los cristinos no consideraban vigente para los combatientes del Maestrazgo.

Privados los carlistas del Maestrazgo de su capital y fábrica de artillería, Arévalo se enfrentó a numerosas deserciones hasta que el 9 de enero de 1837 Ramón Cabrera, todavía recuperándose de las heridas, se presentó en Rubielos de Mora; recompuso la moral de las tropas​ y atacó Torreblanca​ y Llangostera, derrotando a los liberales en febrero en Buñol​ y en marzo en Burjassot.​ Llegó en una incursión hasta Orihuela y causó la sustitución de San Miguel por Marcelino de Oraá Lecumberri al mando del ejército del Centro.

Destrucción de los fuertes de Beceite

El general San Miguel quería, una vez tomada Cantavieja, caer sobre los dos fuertes que Cabrera había hecho construir cerca de Beceite (Teruel). El coronel Arévalo reunió en una junta a los jefes principales para tratar de la conveniencia de defenderlos o abandonarlos. A esta junta asistieron los coroneles Llagostera y Cubells, los comandantes Pellicer, Persivá, Solá, Lázaro, Pertagáz y Rocher, actuando de secretario el capitán Pons. El coronel Arévalo expuso la deficiencia de víveres y municiones, lo que hacía que, de conseguir su propósito San Miguel, habría un mayor desaliento entre los voluntarios, teniendo en cuenta lo ocurrido en Cantavieja. El acuerdo fue destruir los dos fuertes, dándose la orden al gobernador de los mismos, Benito Luis, quien cumplió la disposición el 3 de diciembre.

El brigadier Miralles, después de la sorpresa de Arévalo del Rey, reunió un millar entre caballería e infantería valenciana y caballería manchega. A través de la provincia de Soria marchó con dirección a la de Zaragoza, en la que se internó por Torrijo de la Cañada y Villarroya de la Sierra, entrando en Ateca (Zaragoza) el 8 de diciembre. Esta misma fuerza carlista prosiguió su marcha a la provincia de Teruel; entre Camarillas y Miravete tuvo un combate con las fuerzas del brigadier liberal Nogueras.

A pesar de la disminución de las fuerzas carlistas en Aragón y Valencia, la guerra se había mantenido con decoro. El 23 de diciembre fue relevado el general San Miguel por el general Quiroga.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-05. Última modificacion 2025-12-05.
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