Guerras Carlistas Primera Guerra Carlista en el Maestrazgo Convenio de Vergara y pérdida del Maestrazgo

Cabrera conoce el Convenio de Vergara

Después pasó por Beteta (Cuenca), desde donde emprendió una expedición por la provincia de Guadalajara, al frente de 12 batallones, 9 escuadrones y 6 piezas de artillería. Pero cerca de Brihuega (Guadalajara) le llegó la noticia del Convenio de Vergara, por el que Maroto había rendido sus fuerzas a los liberales, lo que acabó rápidamente con la guerra en el norte de España. La furia de Cabrera al leer el texto del convenio fue realmente enorme; sin terminar de leer el mismo, lo arrojó al suelo pisoteándolo y, tras mirar a sus oficiales, les dijo: ¡Yo no me rindo ni me vendo!

Acusó a Maroto de traidor y se negó a aceptar el convenio, ordenando la retirada media hora después. Posteriormente, convocó a una reunión a sus jefes, comunicándoles su intención de continuar la guerra y de permitir a quien quisiera abandonar sus filas, a fin de no tener más traidores en el ejército. Sin embargo, ninguno de sus colaboradores quiso unirse a los liberales y todos ellos permanecieron fieles al caudillo tortosino. Hizo entonces publicar un bando condenando a muerte a todos aquellos que hablasen de cualquier tipo de acuerdo con el enemigo.

Pocos días después se presentaron ante Cabrera dos coroneles británicos que querían proponer al jefe carlista que se adhiriera al Convenio de Vergara. Este los invitó a comer y, en cuanto empezaron a hablar del fin de la guerra, les interrumpió, diciéndoles que si deseaban venderle fusiles, les pagaría con dinero contante y sonante. Después de esto, los emisarios se retiraron tras la comida sin tocar más el tema, por lo que los mandos liberales buscaron nuevas formas de deshacerse del Tigre del Maestrazgo. Para ello recurrieron de nuevo a asesinos, pero los dos primeros sicarios (a los que se había ofrecido 80.000 reales por cometer dicho crimen) fueron descubiertos y ejecutados el 11 de octubre por los carlistas. Un tercero salió de Valencia para envenenar a Cabrera, pero se arrepintió y descubrió sus planes nada más llegar a Morella, así como los nombres de las personas que le enviaban y las precauciones que debía tomar el jefe rebelde para no morir asesinado. Esto, y su corta edad, decidieron a nuestro personaje a perdonarle, permitiéndole regresar a su casa.

Llegada de Espartero

El 4 de octubre de 1839, el general Baldomero Espartero entraba en Zaragoza con 5 divisiones que se añadirían al Ejército del Centro, sumando entre ambos 80.000 infantes, 6.000 jinetes y 100 piezas de artillería. Cabrera contaba con 19.300 infantes en 4 divisiones y 2.000 jinetes en 17 escuadrones y 6 piezas de artillería de campaña y 71 de sitio. Los cristinos pasaron el invierno planificando el asalto, intentando primero la negociación y luego la represión para rendir a los carlistas, los cuales se prepararon para el acto final.

El 14 de octubre los generales Espartero y O’Donnell, primer y segundo jefe respectivamente del ejército conjunto, mantuvieron una reunión para coordinar las operaciones de pinza sobre el territorio controlado por los carlistas.

Así las cosas, en el Maestrazgo los hechos empezarían a imponerse con la aplastante superioridad del ejército enemigo. El formidable ejército de Espartero empezó entonces su ofensiva con el ataque a los fuertes carlistas de la izquierda del Turia, empezando por los de Chelva y Alpuente. Mientras el primero cayó sin resistencia, el segundo dio muestras del heroísmo de los defensores, que tantas veces se repetiría a lo largo de los siguientes meses.

El jefe carlista hizo recoger todos los alimentos que había en sus dominios para que Espartero no encontrara suministros y frenar así su avance. No obstante, el general cristino consiguió capturar en Gargallo (Teruel) un depósito de víveres de los rebeldes, lo que llevó a su contrincante a ordenar retirar a las plazas fuertes los almacenes con más peligro de caer en manos enemigas. Al poco tiempo tuvo que acudir a Cantavieja, donde estaba en marcha una conspiración para entregar la plaza al enemigo. Una vez allí, fusiló a seis oficiales e hizo huir a Cabañero, antiguo jefe carlista que entonces luchaba con los liberales. Cuando lo perseguía, Cabrera recibió un disparo que le dio en su gorra blanca y que procedía de un francotirador, que resultó ser uno de sus confidentes. Este fue condenado a muerte mediante 500 bastonazos.

Sin desanimarse por todo ello, el 9 de noviembre, Cabrera atacó a O’Donnell en La Cañada (Teruel), pero no consiguió sus objetivos y fue rechazado. Entonces marchó contra Espartero, al que combatió en Bordón (Teruel) e hizo varios cientos de prisioneros. No obstante, el enemigo le capturó 8.000 quintos desarmados y el jefe carlista tuvo que pedir ayuda a don Carlos por primera vez, para frenar la marea liberal. Sus soldados llevaban diez meses sin cobrar y muchos de ellos estaban descalzos y hambrientos. Además, las tropas de la reina eran muy superiores en número y, si no atacaban ya todas las fortalezas carlistas, se debía a la falta de alimentos que padecían.

El día 13 de diciembre, Cabrera entró en Cataluña, acompañado solamente de 40 jinetes, con el ánimo de tomar algunas disposiciones que le había confiado el rey en el Principado, pero la situación en el Maestrazgo le obligó a retornar de inmediato.

El 14 de diciembre cayó el fuerte de Manzanera, y poco después los de Chulilla y Ejulve, que escribieron páginas de heroísmo.

Para frenar el avance enemigo, Cabrera decidió enviar 54.000 reales a un legitimista francés, a fin de que organizara con ello un nuevo alzamiento en el País Vasco. Pero esta cantidad era tan pequeña (y la población vasca estaba tan cansada de la guerra), que no se consiguió nada. Posteriormente, el tortosino mandó a dos emisarios a Francia para que comprasen fusiles y se entrevistaran con el Pretendiente, pero solo consiguieron esto último.

Por otra parte, mandó apresar a varios miembros de la junta, al enterarse de que estaban negociando la paz con el enemigo. Asumió entonces la presidencia de la misma y nombró nuevos vocales, la mayoría de los cuales eran militares de su confianza. Al mismo tiempo, separó de sus mandos a los jefes que le inspiraban la menor sospecha e hizo relevar a la guarnición de Cantavieja y de otros puntos fortificados, para frustrar cualquier posible traición que se estuviera preparando. Además, en vista de la gravedad de la situación, se dejó de pagar el salario a los jefes y oficiales, los únicos que hasta entonces seguían cobrando.

Poco después hizo fusilar a dos de los sujetos más importantes de Villahermosa del Río (Castellón), en cuyas casas se alojaba cuando pasaba por dicha localidad. Según el coronel británico Alderson, que conoció estos hechos personalmente, uno de los ejecutados era un tal Monferrer, amigo de Cabrera y capitán de realistas, cuyo único delito había sido enviar lejos a su hija, que estaba siendo cortejada por el caudillo carlista y que era reacia a tener relaciones con él.

Enfermedad de Cabrera

Por esas fechas, Cabrera dormía muy pocas horas al día y tenía tantas cosas que hacer que apenas tenía descanso. Dos malas noticias le afectaron bastante y le llevaron a ponerse en marcha de noche y bajo una intensa lluvia. Todo esto le hizo enfermar dos o tres días después, teniendo como síntomas inapetencia, angustia, dolores, escalofrío, cansancio, dolor de cabeza, tos, lagrimeo y estornudos. Así estuvo cuatro días, hasta que el 16 de diciembre se vio obligado a guardar cama en La Fresneda (Teruel), al agravarse su enfermedad. Allí le atendió el médico del pueblo y otro de los alrededores, siendo trasladado poco después a Ráfales (Teruel). En dicha localidad lo visitaron por primera vez los médicos carlistas Juan Sevilla y Simeón González, que se sumaron a los dos anteriores en los cuidados del enfermo.

Al día siguiente, mejoró un poco y se decidió trasladarlo a Morella, donde estaría más seguro. Pero pronto empeoró su estado y sufrió tanto por el camino que tuvo que quedarse en Herbés, donde permanecería bastante tiempo. En este pueblo recibió la visita de sus principales generales, lo que aprovechó para encomendar a Forcadell el mando de las tropas durante su enfermedad. Para combatirla, se le aplicaron varias sanguijuelas y lavativas, lo que contribuyó a agravar sus dolencias, al tiempo que se añadían dos médicos más al equipo sanitario que lo atendía. Su estado de salud era tan delicado que el 24 de diciembre se confesó, viendo cercana la muerte, al tiempo que se le administraba la extremaunción.

Sufría entonces de hipo, saltos de tendones, sacudidas convulsivas de las extremidades, terribles calambres, delirio y balbuceos. Dos días después se le administraron veinticuatro sanguijuelas en las orejas, sienes, ano y tobillos, lo que hizo empeorar su estado durante la noche. Para entonces tenía la lengua seca y sufría desmayos, así como sudores en la cara y en el pecho. Los facultativos que lo atendían, asustados por la evolución del paciente, decidieron retirar las sanguijuelas y entablar un plan antiespasmódico y revulsivo.

Cuatro médicos se quedaron desde entonces a cargo de Cabrera, quien, al cuidado también de sus dos hermanas menores, se fue recuperando poco a poco de las fiebres tifoideas que padecía. De hecho, el 9 de enero de 1840 había mejorado bastante, por lo que fue trasladado en camilla a Morella. Allí permaneció durante tres semanas sin abandonar su alojamiento, hasta que el 30 de enero salió por primera vez a misa, acompañado por su Estado Mayor. Después de esto continuó con su convalecencia, que fue muy larga y que le impidió ponerse al frente de las operaciones militares, que seguían a cargo de Forcadell.

El líder carlista siguió preocupándose desde la cama por la marcha de la guerra, aunque se quejaba de no recibir partes ni confidencias, ya que la contienda iba mal para los carlistas y sus familiares, amigos y subordinados procuraban ocultar todo aquello que pudiera empeorar su estado de salud. Lo que sí le llegó fue el nombramiento de comandante general del Ejército de Cataluña, dado por don Carlos el 9 de enero, que lo convertía en el jefe de casi todas las tropas carlistas en España.

A principios de febrero, Cabrera había mejorado mucho, por lo que el día 1 salió de Morella con Forcadell (que había estado a su lado durante todo el mes de enero), algunos ayudantes, su médico de cabecera (el doctor Sevilla) y su secretario, Agustín Caire. Poco después llegó a San Mateo (Castellón), donde se hicieron en su honor corridas de toros, fiestas, fuegos artificiales y bailes públicos. Sin embargo, pronto sufrió una recaída, por lo que se decidió su traslado a Ulldeona (Tarragona), donde fue recibido con gran alegría, celebrándose también fiestas en su honor. Al final se le llevó a Mora de Ebro (Tarragona) por consejo de los médicos, ya que allí el clima era más saludable.

La estancia en esta localidad debió beneficiar al tortosino, ya que al poco tiempo pudo desplazarse a Flix (Tarragona) para entrevistarse con los jefes carlistas catalanes y acordar una expedición de Balmaseda por la provincia de Huesca. Pero Cabrera, que volvió pronto a Mora, no se recuperaba del todo y seguía sin ponerse al frente de su ejército, mientras sus fortalezas iban cayendo una tras otra ante un enemigo muy superior en número. Además, poco después se agravaron sus dolencias, algo que le ocurrió varias veces en esa época, ya que en cuanto se encontraba mejor, intentaba volver a su actividad habitual, lo que acababa empeorando su salud. En esta ocasión la recaída fue tan fuerte que creyó de nuevo que iba a morir, por lo que pidió que le administraran los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la extremaunción. Por otra parte, como hacía mucho que no se mostraba en público, empezó a rumorearse que estaba muerto, por lo que dos batallones de Móra se amotinaron, exigiendo ver a su general para comprobar que seguía vivo.

Aunque este se asomó al balcón de su alojamiento, esto no pareció bastarles, por lo que algunos voluntarios obtuvieron permiso para subir a verle. Después de esto la situación se calmó, aunque entonces el problema era otro. Las tropas de León y de Zurbano avanzaban hacia Mora y amenazaban con capturar al jefe carlista, por lo que se hizo necesario trasladarlo a Cenia (Tarragona). El trayecto lo hizo a ratos cabalgando, pero necesitaba la ayuda de dos personas, que iban continuamente a su lado y que le ayudaban a montar. Cuando se cansaba, se le pasaba a una tartana en la que se tumbaba, pero su movimiento le ocasionaba dolores, toses y náuseas.

El 1 de mayo llegó Cabrera a Cenia, donde le disminuyó la tos, recobró el apetito y las fuerzas. Fue entonces cuando su padrastro, Felipe Calderó, le contó muchas cosas sobre la marcha de la guerra, que todos le habían estado ocultando desde diciembre. Al saberlo, Cabrera se desmayó, pero cuando volvió en sí exigió explicaciones de por qué no se le había informado de lo que estaba pasando. Preocupado por la evolución de la contienda, y ya algo recuperado, marchó poco después hacia Morella para volver a tomar el mando de las tropas.

Iba hacia allí cuando, al llegar a Chert (Castellón), se le unieron varios batallones, al tiempo que pasaba revista a la tropa para desmentir los rumores de que había fallecido. Poco después, hizo fusilar al hijo de Juan Cabañero, en venganza por haberse pasado su padre al enemigo. Continuó entonces la marcha hacia Morella, llegando a la ciudad el 4 de mayo, siendo recibido con gran alegría por toda la población. Allí revistó de nuevo a sus hombres, prometió que iban a llegar refuerzos extranjeros e inspeccionó los fuertes y almacenes, pasando luego a Vallibana (Castellón), donde se encontraba Forcadell con el primer batallón de Valencia.

Conquista del castillo de Segura de los Baños (27 de febrero de 1840)

Cabrera, enfermo en aquellos momentos decisivos, confiaba en que resistiera la línea fortificada entre Segura de Baños, Castellote, Aliaga y Alcalá de la Selva (todos en la provincia de Teruel).

El 20 de febrero de 1840, el general Espartero acercó fuerzas a Vivel, Armillas y Cortes para preparar la conquista definitiva de Segura, todavía en poder de Cabrera. La toma del castillo de Segura por las tropas cristinas de Baldomero Espartero se hizo en medio de unas difíciles condiciones meteorológicas. Tras su asalto con el decisivo concurso de la artillería, dejó prácticamente en ruinas el castillo tal y como lo conocemos en la actualidad.

Vista de Segura de Baños y su castillo en el siglo XIX. Fuente historia de Cabrera y la Guerra Civil.

«El sitio, á pesar del temporal de lluvia y nieve; se levantaron cinco baterías bajo los tiros del fuerte; rompieron el fuego y los destrozos que causaron hicieron conocer a los carlistas lo inútil de su temeraria resistencia. Reunió Méndez en la noche del 26 a los jefes y oficiales, y pidieron capitulación en la mañana del 27, San Baldomero: contestó el duque verbalmente que se entregasen a discreción, ofreciéndoles la vida que de otro modo perderían en el asalto; mediaron algunas contestaciones, les permitió generosamente que salvaran sus equipajes; aceptaron, y penetrando en Segura las tropas del duque, cogió este la bandera del primer regimiento de la Guardia, y colocándola en la torre del homenaje, exclamó: «Soldados: el pendón de Castilla vuelve á tremolar sobre los muros que un momento habían servían de asilo á la rebelión. Tan hermoso triunfo solo es debido á vuestro valor y sufrimiento. La reina cuenta de hoy más con un obstáculo menos para la paz. “Valientes camaradas: viva la Constitución; viva la Reina!”

Conquista cristina del castillo de Segura de los Baños (27 de febrero de 1840)

«Una guarnición de cerca de trescientos hombres, seis piezas, ochenta mil cartuchos y una gran cantidad de pólvora, valerío y víveres quedaron con el castillo de Segura en poder de los vencedores, que solemnizaron a la vez el día del santo de su jefe con un banquete. En vano estaba inscrito en las murallas: Segura siempre será Segura, o de Ramón Cabrera la sepultura. Así lo creían, y fué por lo mismo grande la disminución de la fuerza moral de los carlistas.
El jefe vencedor dirigió aquel mismo día a sus soldados una alocución, en la que después de manifestarles lo convencido que estaba de su constancia, de su sufrimiento, de su pericia, valor y disciplina, sin lo cual no se hubiera resuelto en el rigor del invierno y sobre las terribles rocas de la sierra de Segura á desafiar los elementos, ni hubiera conseguido que la bandera de Isabel II y de la Constitución de 1837 tremolase en las almenas de la torre del homenaje, terminaba diciendo: “Soldados, habéis contraído un nuevo mérito que la nación y la reina sabrán premiar debidamente. Yo cada vez estoy más complacido de vuestro bizarro comportamiento: os doy las gracias más expresivas, y me atrevo á predeciros que la presente campaña con la toma de Segura será tan feliz en Aragón, Valencia y Cataluña, como lo fue la anterior en las provincias del Norte, después de la toma de Ramales y Guardamino. Así veremos pronto afianzada la paz general, y satisfechos de no haber omitido ningún sacrificio por conquistarla, disfrutaremos con orgullo de sus beneficios y de la ventura de que es tan digna esta nación magnánima. Tales son los votos y deseos de vuestro general
”».

Tras eso, fue a por Castellote.

Sitio de Castellote (22 al 26 de marzo de 1840)

En principio, Espartero llevaba consigo a la artillería de campaña y 5×16 piezas de sitio. El 12 de marzo, Espartero se situaba en Alcorisa, desde donde partió a reconocer las cercanías de Castellote. De allí se trasladó a Mas de las Matas, pero antes, en las inmediaciones de Seno, su Estado Mayor y la compañía de tiradores del BI-I de Luchana que le escoltaba, sostuvieron “un vivo tiroteo” contra los carlistas. En esta escaramuza dos oficiales isabelinos resultaron heridos.

El 13 de marzo, partió definitivamente el ejército de Alcorisa hacia Andorra, para desde allí bajar por Ejulve hacia Castellote. La artillería llegaría desde Muniesa. En vanguardia iba la división del general Ayerbe.

El 21 de marzo, a las 11 de la mañana, el Ejército de Espartero llegó a Ejulve. Llegada la noche, el ejército acampó a dos horas de Castellote, “con frío tan intenso que hubo nueve helados”.

El 22 de marzo, a las 6 de la mañana, se levantó campamento y se marchó hacia Castellote.

Castellote tenía “un castillo más fuerte que el de Segura, en un monte más empinado, con fortificaciones nuevas más bien entendidas”; era de origen templario, construido en el siglo XII y con posibilidad de ser socorrido desde Cantavieja. Además, tenía varios puntos de defensa:

  • Cerro del Calvario.
  • Reducto en la ermita de San Marcos.
  • Fuerte del Monte de San Cristóbal: consistente en una casa aspillerada y caponera.
  • Caponera aspillerada.
Sitio de Castellote (22 al 26 de marzo de 1840). Vista del pueblo y de las forificaciones.

La tarde del día 22 de marzo, Espartero, con su Estado Mayor y artilleros, reconoció Castellote. Espartero se alejó de la compañía de Guías que le escoltaba, y una partida carlista le atacó, debiendo el Estado Mayor desmontar y quedarse “al abrigo de los caballos” hasta la llegada de una compañía del BI-I de Luchana que los socorrió. Mientras tanto, se efectuaron disparos de obús desde Castellote, muriendo un granadero cristino.

El plan para el día siguiente era tomar el pueblo, el Cerro del Calvario y la Ermita de San Marcos, dejando encerrados en el castillo a los carlistas.

El resto del ejército de Espartero y artillería llegaron a Castellote el día 23 de marzo. El asalto a la población se produjo al amanecer a las 08:00 horas. La brigada de vanguardia, división de la Guardia Real y algunos batallones de la Provincial, avanzó hacia el Cerro del Calvario.

La artillería isabelina abrió fuego y marcharon las compañías de ingenieros y zapadores.

Los carlistas, viendo que podían ser envueltos, abandonaron el cerro y el núcleo urbano.

Una compañía de granaderos del BI-V de Aragón (carlista) resistió en el reducto establecido en la ermita de San Marcos, extramuros. Los batallones cristinos de la Princesa y Luchana les obligaron a retirarse hacia el castillo. El combate duró hasta las 12:00 horas.

Los ingenieros isabelinos construyeron espaldones en las calles del pueblo para evitar el fuego de artillería y fusilería que los carlistas hacían desde castillo, caponera y San Cristóbal, sufriendo muchas bajas.

El día 26 de marzo, enfurecido por la resistencia, Espartero mandó al brigadier Manuel de la Concha, jefe de la vanguardia, que se apoderase del edificio que había “en la parte extrema oriental del castillo y en lo más alto”. Para ello, tenían que pasar los soldados por un estrecho desfiladero. El asalto se dirigió contra las ruinas del castillo, y durante “una hora se trabó un combate, el más horrible”. Los carlistas se defendieron con granadas de mano y hasta a pedradas. Concha consiguió apoderarse del edificio tras luchar sobre los escombros. Las bajas fueron 96 muertos entre los cristinos y 150 bajas entre los carlistas.

Es en esa situación insostenible cuando desde el castillo ondearon bandera blanca. Los defensores apenas tenían munición. Se produjo entonces la rendición. Se respetó la vida de los defensores. Espartero dirigió una proclama alabando la valentía española también de los defensores, la Constitución, la obstinación de una defensa “que fue preciso reducir a escombros la mayor parte del castillo, pues sus defensores eran españoles que, obcecados, demostraron también su bravura, y sensible mi corazón al derramamiento de sangre española, no dudé en hacerles probar vuestra generosidad con los rendidos. Soldados: este glorioso hecho de armas es digno de vosotros, y yo cada vez tengo más orgullo de mandaros”.

Conquista de Aliaga (15 de abril de 1840)

Mientras que Espartero tomaba Segura y Castellote, el general O’Donnell fue a tomar Aliaga y Alcalá de la Selva. O’Donnell tomó Aliaga el 15 de abril y el 30 Alcalá de la Selva.

Siendo el castillo de Aliaga en la localidad turolense del mismo nombre uno de los restantes bastiones de resistencia carlista tras el Acuerdo de Vergara, el general Leopoldo O’Donnell decidió su captura. Salió de Teruel el 3 de abril de 1840 para establecer su cuartel general en Campos, a una legua de la plaza de Aliaga. Las lluvias temporales de aquellos días retrasaron la llegada de la artillería hasta el 11 de abril.

El castillo de Aliaga, como perteneciente a los caballeros de San Juan, estaba muy bien conservado en sus 3 recintos antiguos, añadiéndose obras nuevas, que habían puesto a punto una de las mejores plazas.

Componían el fuerte: la primera defensa, una muralla gruesa con 12 tambores circulares y 1 cuadrado que cruzaba los fuegos; la segunda la formaban otra muralla con torres cuadradas, que se comunicaban; y por fin la tercera defensa era el propio castillo de dos fuertes torres que se levantaban sobre roca para dominar su recinto, los patios delanteros. Era inaccesible por las rocas que lo rodeaban, menos al norte, que cerraba el paso un ancho foso.

Vista del castillo de Aliaga en el siglo XIX ocupado por los carlistas.

Lo defendían 400 hombres bajo el bravo jefe Francisco Mucarulla. Malas noticias llegaban de los descalabros carlistas en su alrededor. Pero el honor y la causa les harían batirse fieramente tres días.

O´Donell, una vez montada la artillería, la mañana del 13 de abril, abrió el fuego, que duró hasta mediodía, derribando las defensas de los primeros recintos aquella tarde, con el sordo y atronador cañoneo, que duró hasta la noche.

El 14 de abril, siguió la destrucción de aquellas murallas. Cuando al llegar O’Donnell intimó la rendición, contestando los bravos carlistas: “victoria o muerte”. Siguió redoblando el fuego. Una batería de obuses de montaña, a caballo de las peñas de la Ombría, arruinó más y más aquellas defensas y batía un torreón cuadrado del extremo derecho del fuerte atacado.

La noche dantesca, no por el fuego de la batería, sino por el olor pestilente de las pieles de reses que servían para abrigar a los heridos. Metidos estos en subterráneos, sin ventilación, hubo que dormir, los vivos junto a los muertos y a los heridos. Los desgarradores gemidos pidiendo confesión te helaban el corazón.

El 15 de abril, encerrados ya en el último reducto del castillo, el fuego de las baterías hacía caer trozos de las torres, mientras facilitaba el acceso por los patios. Es el momento de los minadores e ingenieros. Bajo la lluvia de balas, granadas y piedras de las torres, a sus pies avanzan los minadores con el capitán Clavijo, que intentó abrir una mina. Pese a cubrirles la artillería, que no cesa de vomitar metralla sobre los sitiados, estos, desafiando las balas y proyectiles, recibiendo a balazos a los minadores, que se vieron obligados a retirarse ante la muerte de su jefe Clavijo y 4 compañeros y otros heridos con el teniente Espinosa. Tal era la desesperada defensa que inutilizó los esfuerzos del Tcol de ingenieros Ubiña, que trataba de proteger con más fuerzas los trabajos de su arma.

La situación era crítica e insostenible para los carlistas: unos alcanzados por proyectiles, otros por disparos. Los heridos eran bajados al sótano; algunos, en su desesperación, pedían cuartel. Macarulla llamó a sus oficiales vivos y todos aconsejaron capitular, ante lo inútil de resistir por si lograban que se les perdone la vida. Quedaban solamente 100 hombres disponibles y decidió parlamentar.

Asedio y toma del Castillo de Aliaga por el general O’Donnell (11 al 16 de abril de 1839).

Enmudecieron todas las baterías. Imposibilitado, el jefe ordenó que saliera el mayor de la plaza. El 16 de abril, O’Donell, airado, no lo escuchó, exigiendo al jefe. Apoyado por dos oficiales, se presentó Macarulla, al que increpó su tozudez y terquedad, que había provocado más sangre. Contestó secamente el valiente comandante: “Siento muchísimo no haber podido cumplir con mi deber y como lo exige el honor militar”. Ante su petición de salir con todos los honores con su tropa, solo se le prometió la vida y curar a sus heridos. Sin aceptar, rogó le concedieran un cuarto de hora para consultar con sus oficiales. Concedida esta gracia, volvió al castillo, pero la confusión y el desorden de todos le obligó a sucumbir y entregarse a la generosidad del vencedor. Que fue eficaz, garantizando la vida de los combatientes.

Los defensores sumaron 43 muertos y 67 heridos graves, y con contusiones que les ponían fuera de combate 190, quedando solamente 100 dispuestos. Mientras los cristianos tuvieron cien fuera de combate, entre los heridos graves el valiente comandante Saavedra, jefe de Estado Mayor.

Más de tres mil proyectiles habían caído sobre las defensas de Aliaga.

Se encontraron abundantes provisiones de comida y munición, dos cañones y dos obuses. O’Donnell hizo el reconocimiento del castillo, enarboló en lo más alto la bandera del regimiento del Rey, habló a las fuerzas y vitoreó a la Reina.

O’Donnell permaneció con todo su ejército en Aliaga hasta el fin del mes de abril por nuevas y abundantes nieves y lluvias, que imposibilitaban cualquier operación. Dejó parte de sus fuerzas en Fortanete, y con el resto avanzó por Camarillas, Aguilar y Monteagudo contra Alcalá de la Selva, donde se repitió el asedio.

Alcalá de la Selva fue tomada el 12 de septiembre de 1835, cuando entraron en la villa las tropas carlistas, quienes rehabilitaron el castillo. En 1840, las tropas cristinas mandadas por O’Donnell iniciaron un ataque a la posición, que estaba al mando de Juan Pertegaz. Tras un intenso bombardeo, la fortaleza fue asaltada el 30 de abril de 1840, a las siete de la tarde. Apagados los fuegos de la artillería y destruidas todas las defensas, la guarnición carlista aún continuó su desesperada resistencia arrojando piedras y granadas sobre los sitiadores. La resistencia de los vencidos costó a los gubernamentales la pérdida de 40 hombres entre muertos y heridos.

Toma del castillo de Alpuente (2 de mayo de 1840)

Alpuente está a 95 kilómetros de Valencia, a 8 km de Titaguas, a 150 km de Cantavieja (Teruel), y a 176 km de Morella (Castellón), que eran los núcleos carlistas principales. El castillo de Alpuente es el principal de la zona, y junto con el castillo de El Collado o El Poyo, a 12 kilómetros del anterior y que depende de él, controla toda la Serranía Alta.

El castillo de Alpuente se alza sobre un peñón que domina la población, ocupando una extensión aproximada de 250 metros de largo por 16 de ancho. Esta mole rocosa sobre la que se asienta tiene en su parte oriental un precipicio de paredes verticales que se despeñan 150 metros sobre el estrecho cauce del Reguero, mientras que por el lado de la población la lisa roca se eleva 50 metros por encima de la misma. El acceso solamente podía realizarse por un estrecho sendero labrado en la propia montaña, que atravesaba tres puertas sucesivas, hoy desaparecidas. Aún se observan algunos lienzos de sus murallas con basamentos de torreones y diversas construcciones auxiliares, aljibes, etc. La parte mejor conservada es la meridional, próxima a la iglesia parroquial, donde destaca una gran torre, conocida como “de la Veleta”, de sólida construcción a base de sillares.

Pese a que la parte superior del castillo había sido desmantelada o estaba en ruinas, durante la Primera Guerra Carlista, Alpuente fue ocupado por las tropas carlistas de Cabrera en 1835. La tropa se instaló en los subterráneos y se mejoraron las defensas construyéndose cuatro baterías en la denominada ciudadela.

Vista del castillo de Alpuente en la actualidad.

El 24 de abril de 1840 el general cristino Francisco Javier de Azpiroz y Jalón recibió la orden de tomar Alpuente, reuniéndose en Titaguas la fuerza de operaciones. Esta fuerza estaba formada por tres brigadas en las que se incluían infantería ligera, fusileros, la tropa de élite de los granaderos, caballería y artillería. La noche del 25 de abril dos compañías del RI-6 de Voluntarios de Navarra ocuparon la altura de San Cristóbal, donde se iba a construir la batería de la brecha, y el resto de la tropa salió de Titaguas el 26 de abril a las 8 de la mañana.

Ante la llegada de las fuerzas cristinas, las tropas carlistas se hicieron fuertes en la iglesia y el castillo de Alpuente, abriendo fuego de artillería desde el castillo para cubrir el repliegue del general Manuel Salvador Palacios. A pesar de su clara inferioridad, el general carlista mantuvo sus puestos avanzados en las alturas de los alrededores de Alpuente, preparado para aprovechar la menor oportunidad, mientras concentraba el resto de su fuerza en la aldea de El Collado y el castillo de El Poyo. Por ello, de las tres brigadas cristinas disponibles para el ataque, solo una fue dedicada al asedio, y las otras dos con la caballería fueron destinadas a la protección del propio asedio frente a la amenaza de las fuerzas del general Palacios. La misma noche del 26 de abril se inició la construcción de tres baterías de asedio en los cerros de San Cristóbal, el Abrevadero del Fraile al norte y Laudiel. Al día siguiente, 27 de abril, la obra estaba terminada, subiéndose las piezas artilleras a sus posiciones a brazo esa noche a pesar del fuego de la artillería carlista. A las cuatro de la mañana del día 28 de abril, con el toque de diana, las tres baterías empezaron el bombardeo.

Dibujo del Castillo de Alpuente en el siglo XIX.

El fuego de la artillería se centró sobre la iglesia, contra la torre que defiende la entrada al castillo, contra el camino cubierto y contra un baluarte del segundo recinto del propio castillo. Al llegar la noche, gran parte de la iglesia estaba destruida, y en la oscuridad los defensores carlistas lograron escapar de los escombros y las llamas, uniéndose a los defensores del castillo. Al día siguiente, 29 de abril, el fuego artillero se centró en el segundo recinto del castillo, y un grupo de granaderos provinciales ocupó la iglesia, lo que alarmó a los defensores del castillo, que arrojaron grandes piedras y granadas de mano. Esa noche tres compañías de cazadores penetraron en el pueblo y, a pesar del fuego que hacían los carlistas, se atrincheraron en la iglesia y las casas inmediatas al acceso al castillo.

Una vez ocupado el pueblo, el 30 de abril se cambió de sitio la batería de morteros al cerro de San Cristóbal; la artillería de mayor calibre se dedicó solo a abrir la brecha derribando un sector de la muralla por donde lanzar el asalto de la infantería, mientras se inspeccionaba la base del castillo para hacer una mina. La inspección de los ingenieros dio resultado negativo, que no se podía hacer una mina, pero unos vecinos del pueblo decían que sí era posible debajo de la misma torre. La hicieron ellos mismos bajo la supervisión de los ingenieros, aunque los profesionales tenían poca confianza en el proyecto más allá de lograr una gran explosión que intimidara a los defensores. También se hizo una propuesta de rendición a los sitiados que rechazaron.

Pero a pesar del constante bombardeo, los defensores reparaban por la noche lo que los cañones destruían durante el día, con piedras y sacos terreros, y el 1 de mayo hubo que dedicarlo a destruir las obras de reparación que habían hecho los carlistas. Acto seguido se hizo un amago de asalto para ver cómo respondían los defensores, pero se demostró que la brecha abierta aún no era suficiente y los defensores estaban dispuestos a la lucha. Los protagonistas del día fueron dos cornetas cristinos que se pusieron a escalar el muro y uno de ellos llegó a colgarse de uno de los sacos terreros que coronaba el muro de los carlistas, hasta que uno de ellos le dio una patada, cayendo saco y corneta muralla abajo. Quizá porque los vieron muy jóvenes y desarmados, el caso es que los carlistas no les dispararon y ambos cornetas volvieron a las filas cristinas con varias magulladuras, pero ilesos y entre vítores, ganándose la felicitación personal del general Aspíroz.

A pesar de los cuatro días de bombardeo constante, los defensores no daban muestras de desánimo. Cuando amaneció el día 2 de mayo, la brecha tenía una anchura suficiente, y además los defensores provocaban a gritos a los atacantes, mientras preparaban una barricada detrás de la brecha. La mina estaba preparada y la fuerza de asalto que debía actuar a continuación también dispuesta al mando del comandante Perurena, el mayor Bañuelos y el capitán de Estado Mayor Aumada.

Carlistas defendiendo el castillo de Alpuente en abril de 1840.

De todas formas, para apoyar el asalto, se decidió que desde el amanecer la artillería de asedio se concentrara sobre el torreón y las obras reparadas, mientras la de campaña se asentaba en otra batería más próxima en el cerro de San Cristóbal para apoyar el asalto. A las nueve de la mañana la brecha ya era practicable; la columna de asalto formó a cubierto de unas casas. Entonces se encendió la mecha de la mina y se produjo la explosión, que no derribó ningún elemento del castillo, pero hizo temblar el torreón de tal manera que sus defensores lo abandonaron temiendo su derrumbe.

El general Azpíroz aprovechó el evidente pánico reinante para hacer otra propuesta de rendición, y para su sorpresa se presentó un capitán de los sitiados ofreciendo la entrega del castillo, aunque no aceptó otra condición que respetar la vida de los defensores. Pero parte de la guarnición no estaba dispuesta a la rendición y se sublevó contra sus oficiales, intentando reiniciar el fuego, ante lo cual los tiradores de la guardia provincial tomaron también posiciones, pero los oficiales de ambos bandos lograron calmar la situación y hacer acatar el pacto.

Conquista del collado de Alpuente (2 de mayo de 1840). El general gubernamental Francisco Javier de Azpiroz y Jalón, termina con la resistencia carlista del fuerte de El Collado de Alpuente o Castillo del Poyo. Autor José Cusachs y Cusachs.

Así, a las 11 de la mañana del día 2 de mayo de 1840, el castillo había sido tomado. Se rindieron tres antiguos gobernadores de poblaciones carlistas, 22 oficiales y 22 soldados, en su mayoría heridos, capturándose tres cañones y 250 fusiles: eran compañías de preferencia, de élite, de los batallones del Turia y habían demostrado su valor en este asedio, como demostraron los cuerpos enterrados por los derrumbes encontrados por los ingenieros al reparar el castillo y el precio pagado por las tropas cristinas en su conquista. El castillo era una de las plazas más fuertes de la zona, bien abastecido y con una buena guarnición, así que su pérdida era realmente grave para los carlistas.

Los prisioneros fueron trasladados rápidamente a Valencia, y los tres gobernadores capturados fueron encerrados en prisión. La segunda brigada se quedó en Alpuente como guarnición y la tercera en Valdosar, para proteger a los zapadores que debían desescombrar el castillo, mientras la primera brigada con la artillería, el hospital y el cuartel general se retiraron a Titaguas. Por su parte, el general carlista Palacios, sin haber tenido la menor oportunidad de intervenir, no tuvo más remedio que retirarse a la sierra de Javalambre y la orilla derecha del Turia, abandonando el Collado y el castillo de El Poyo, que consideró sería pronto atacado. Y acertadamente, esa era la idea del general Azpíroz, pero las órdenes recibidas fueron avanzar sobre Bejís y el castillo de El Poyo fue dejado atrás.

Caída de Cantavieja y Morella

El 11 de mayo, Cabrera ordenó la evacuación de Cantavieja, dado el mal estado de las fortificaciones y de la comida que había allí almacenada, lo que hacía casi imposible su defensa. Antes de su partida, los defensores destruyeron las defensas. El abandono de Cantavieja dejó expedita al ejército liberal la toma de los restantes pequeños fuertes que aún desplegaban en el Bajo Maestrazgo y confines de Cataluña, quedando libres los principales ejes de comunicación al ejército cristino.

El 20 de mayo se enfrentó a O’Donnell en la batalla de Cenia y, aunque apenas podía tenerse a caballo, hizo verdaderas temeridades, hasta que perdió el conocimiento y tuvo que ser sacado en camilla del campo de batalla. Sin embargo, el ejército cristino era muy numeroso y los esfuerzos del jefe carlista no pudieron evitar la derrota de sus hombres, viéndose obligados a retirarse a Rossel (Castellón). Tras el enfrentamiento se dirigió a Rosell, donde continuaba postrado a causa de la enfermedad que le abatía. «Era un cadáver, una sombra: ni podía andar, ni montar a caballo, ni dormir. Ya no soy Cabrera, nos decía; yo mismo no me conozco: momentos hay en que deseo la muerte».

Pese a ello, Cabrera no daba la guerra por perdida, por lo que ordenó a Balmaseda, que operaba por la provincia de Cuenca, que marchase con sus hombres al País Vasco, para promover un nuevo levantamiento. Además, tenía la intención de socorrer Morella, que estaba siendo atacada por Espartero, pero la derrota de Forcadell en Boixar (Castellón) frustró sus planes, cayendo poco después la capital rebelde.

El 18 de mayo empezó el formidable ejército mandado por el general Espartero su ofensiva contra la sitiada Morella. La guarnición eran 2.095 defensores del BI-I de Tortosa, BI-V de Aragón, BI-III y BI-V de Valencia, y voluntarios realistas de Morella; con 12 piezas de artillería se dispusieron a resistir el asalto del general cristino. Bien colocadas las divisiones de espartero, la artillería salió el 19 de mayo y, a pesar de las duras condiciones meteorológicas, el 23 de mayo se encontraba frente a Morella. Este comenzó a colocar baterías en sus inmediaciones, en primer lugar, contra el fuerte construido en el cerro del Mas del Pou situado en la ermita de San Pedro. Por la noche se construyó otra más, que abrió fuego rápidamente, dejando ver que no era suficiente para dañar al ejército carlista.

Vista de Morella en el siglo XIX. Autores Dámaso Calbo y Rochina de Castro. Historia de Cabrera.

Sin embargo, poco a poco fueron ganando territorio gracias al BI-II/2 de la Reina Gobernadora, permitiéndole la entrada hasta el foso. Al poco tiempo, el fuerte de San Pedro se rindió, siendo un fuerte golpe, ya que este fuerte dominaba el de la Querola.

Por lo tanto, el bando carlista se quedaba muy dañado, puesto que quedaba solamente el castillo; además, la población morellana también sufría dificultades desde que el día 26 de mayo se colocaron contra ellos 4 baterías, y tras 3 días de fuego deshicieron tanto el pueblo como el peñasco. Finalmente, el golpe que supuso ya casi la rendición del pueblo fue cuando el 29 de mayo voló el almacén de pólvora, además de gran parte de su armamento, dejando a la población de Morella casi sin defensa.

El brigadier Beltrán reunió entonces a los jefes de la guarnición, comandantes de fuerzas y capitanes de compañías, acordándose que franqueasen el camino entre los sitiadores para alcanzar las líneas carlistas, dejando solo en el castillo las compañías de miñones que capitularían después de la resistencia. Uno de los que asistieron al capitán Lorenzo Anglés, jefe de una de las compañías de miñones que debía quedar en el fuerte, desertó y se presentó a los cristinos informándoles del plan y de los detalles que se habían acordado. Al anochecer formaron los batallones en la plaza de los Estudios. A dos compañías del BI-V de Valencia les había tocado permanecer en Morena para guarnecer las murallas, sacrificándose para la salvación de los compañeros.

El brigadier Beltrán con las compañías de preferencia del BI-V de Aragón y del BI-III de Valencia formaban la vanguardia de la columna. El centro de la misma lo formaban los empleados de Hacienda militar con sus respectivas familias, la plana mayor y los artilleros y oficiales agregados.

Los cristinos, que por la traición del capitán Anglés sabían la hora de partida y la ruta que seguirían, se emboscaron en el Hostal Nou, camino de Vallibona. Cuando la columna llegó a aquel lugar, fue atacada, mientras trataban de envolver su retaguardia. Beltrán, al frente de su vanguardia, procuró abrirse camino, pero la retaguardia y el centro de la columna, sintiéndose cortados, buscaron el amparo de Morella. Nuevas fuerzas cristinas les acosaron, pero al llegar a las puertas los carlistas que permanecían en Morella creyeron que se trataba de un asalto del enemigo y desde el castillo y las murallas abrieron fuego.

Muchos fueron a buscar refugio en el puente levadizo del foso para resguardarse del plomo carlista, pero allí la aglomeración fue tan grande que el puente se hundió y cayeron en el foso entre maderos y peñascos. Por fin pudieron darse a conocer y los maltrechos restos de la columna encontraron detrás de los muros de Morella su salvación.

El brigadier Beltrán, por su parte, combatió a los que le atacaban y, aunque con pérdidas, dado a la oscuridad, pues muchos de los soldados se desorientaron y extraviaron, cayendo prisioneros, él con algunos oficiales y parte de las cuatro compañías que llevaba, consiguieron rebasar las líneas cristinas.

El coronel Castilla, que había quedado en el castillo y como gobernador accidental de la plaza, a las cinco de la mañana del 30 de mayo, comunicó a Espartero su intención de capitular. Espartero rechazó las condiciones solicitadas, y al coronel Castilla no le quedaba otro recurso que la rendición incondicional. Los cristinos tomaron la ciudad, que fue saqueada y en la que hicieron 2.731 prisioneros.

Las bajas carlistas fueron de 141 muertos; el resto de la guarnición fue apresada. Las bajas cristinas fueron muy bajas, unos 80 entre muertos y heridos. Espartero recibió el título de duque de Morella por esta victoria.

Ello llevó a Cabrera a convocar un consejo de generales en Cherta (Tarragona), en el que se decidió, viendo la gravedad de la situación, retirarse a la otra orilla del Ebro. Por el camino fue perseguido por la caballería enemiga y se produjo un combate cerca de Mas de Barberans (Tarragona). En esta acción su caballo recibió cinco balazos y cayó encima de él, por lo que el jefe carlista quedó inmovilizado y sin poder moverse. En ese momento estuvo a punto de caer prisionero del enemigo, pero fue salvado por la compañía de granaderos del BI-I de Mora.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-06. Última modificacion 2025-12-06.
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