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Defensa carlista de Segura de Baños (23 de marzo al 7 de abril)
Al comenzar el año 1839, Cabrera contaba unos 25.000 efectivos en 4 divisiones territoriales:
- Cuartel General: Ordenanzas de Cabrera (100 jinetes boina verde) y Miñones de Cabrera (100 infantes boina roja)
- División de Tortosa al mando de Llagostera con 5.240 efectivos con boina blanca:
- BRI-I de Mora con 3 BIs (BI-I, BI-II y BI-III de Mora) con 2.350 infantes.
- BRI-II de Tortosa con 3 BIs (BI-I, BI-II y BI-III de Tortosa) con 2.400 infantes.
- Caballería: RC-2 de lanceros de Tortosa con 4 ECs y 1 Cía de élite con 490 jinetes.
- División de Aragón al mando de Espinace con 9.200 efectivos con boina azul:
- BRI-I Aragón con 3 BIs (BI-V, BI de guías, BI de tiradores) con 2.100 infantes.
- BRI-II de Aragón con 4 BIs (BI-IV, BI-VI, BI-VII, BI-VIII) con 3.400 infantes.
- BRI-III de Aragón con 4 BIs (BI-I, BI-II y BI-III de Aragón) con 3.100 infantes.
- Caballería: RC-1 (3, 250) y RC-3 (3, 350) de lanceros de Aragón.
- División de Valencia al mando de Forcadell con 6.160 efectivos con boina azul:
- BRI-I de Valencia con 3 BIs (BI-I, BI-II y BI-III de Valencia) con 2.400 infantes.
- BRI-II de Valencia con 4 BIs (BI-IV, BI-V, BI-VI y BI-VII de Valencia) con 3.400.
- Caballería: RC-1 de lanceros de Valencia (3, 360) con boina roja.
- División de Murcia al mando de Tallada con 4.280 efectivos:
- BRI-I de Murcia con 2 BIs (BI-I y BI-II del Cid) con 1.600 infantes.
- BRI-II de Murcia con 3 BIs (BI de Guías, BI-III y BI-IV del Cid) con 2.400 infantes.
- Caballería: RC lanceros de Cid con 280 jinetes.
- Compañía de zapadores (390)
- Húsares de Ontoria desde el otoño de 1939 (boina azul).

La artillería se componía de las compañías de tren y zapadores; eran 700 hombres y 40 piezas de artillería. Mientras Antonio van Halen (sustituto de Oráa) contaba con unos efectivos que duplicaban a los carlistas. Estos al comenzar el año acopiaban víveres y recursos desde Sigüenza hasta la ribera de Valencia.
Posteriormente, los isabelinos eran derrotados en Yessa. Mientras Van Halen con enorme precaución atacaba Montán, defendida por 80 voluntarios que repelieron el ataque. Algo parecido sucedió en Collado y Alpuente, todas ellas pequeñas aldeas fortificadas. Y es que el general cristino andaba con algo más que pies de plomo durante el mes de enero de 1839.
El castillo de Segura, en la población de Segura de los Baños (Teruel), se alza sobre un escarpado cerro en la comarca conocida por las Cuencas Mineras, entre los valles de los ríos Aguasvivas y Martín. El castillo era parte de las líneas de fortificaciones fronterizas aragonesas.
Cabrera acudió a Segura de Baños (Teruel) para fortificar dicho punto, lo que hizo en solo cuatro días, dada su incansable actividad. Cabrera le esperó en las alturas sobre el camino entre Cortes de Aragón y Segura, donde había establecido tres líneas de parapetos. Los cristinos salieron de Cortes el 23 de marzo a las once de la mañana, preparando un hospital de sangre en la villa, y dejando el equipaje con un destacamento para defenderlo.

Poco después llegó el general Joaquín Ayerbe Castellón, jefe de la división de reserva del Ejército del Centro, con sus fuerzas, pero entonces las obras ya estaban prácticamente terminadas, por lo que se le pudo oponer una dura resistencia.
Ayerbe contaba con 10 batallones, 8 escuadrones y 8 piezas de artillería, mientras su rival disponía de 7 batallones y dos escuadrones de lanceros.
Los cristinos formaron en dos columnas, intentando flanquear a los carlistas en ambos lados: por la derecha, la brigada de Francisco Velarde, el batallón del RI-5 Infante, dos regimientos de caballería y artillería de montaña, y por la izquierda, la brigada Samaniego, doce compañías de infantería, un regimiento de caballería y una batería de artillería.
Uno a uno cayeron todos los reductos de los defensores y finalmente los carlistas se retiraron, pero dispuestos a mantener la fortificación de Segura. Cabrera dejó el campo de batalla con parte de sus tropas para reunirse con otros contingentes carlistas con los que organizar acciones de diversión que evitaran la caída de ese último fuerte.
El jefe cristino empezó a bombardear el castillo. Pero Cabrera atacó de madrugada las líneas de comunicación del enemigo; el combate se desarrolló hasta las diez de la noche, quedando los carlistas en posesión del campo de batalla, mientras los isabelinos se tenían que replegar tras sufrir entre 200 y 300 muertos. Cabe destacar que en la batalla se destacó al mando de la caballería cristiana un joven oficial, Francisco Serrano, futuro duque de la Torre.
Después de esto hizo incendiar el pueblo de Segura, acusando a su población de estar en connivencia con las tropas cristinas. Y aunque Van Halen llegó con su ejército dos días más tarde, no se decidió a atacar, dada la solidez de las fortificaciones, por lo que ordenó la retirada el 7 de abril.
Convenio de Segura (3 de abril de 1839)
No tardó en llegar la noticia de los fusilamientos de Estella, ordenados por Maroto y que mostraron la división en que se encontraba el carlismo vasco-navarro. El brigadier Balmaseda tuvo que escapar a uña de caballo junto a una escolta de 100 jinetes de los húsares de Ontoria, uniéndose a Cabrera.
Estas ejecuciones de generales carlistas inquietaron a Cabrera, como también lo hicieron otros rumores que llegaban desde el Norte. De hecho, se decía que don Carlos planeaba sustituir al tortosino por el infante don Sebastián, dejando al primero como simple ayudante del segundo, sin ningún poder efectivo. Esto no podía ser tolerado por nuestro biografiado, que decidió oponerse a toda orden que llegase desde Navarra, diciendo que fusilaría a la primera persona que llegase desde las provincias del Norte para inmiscuirse en los asuntos de Aragón. Poco después Cabrera recibió una carta de Maroto, quien, sin manifestarle claramente sus intenciones, le preguntó si estaba dispuesto a secundarle en sus operaciones. El tortosino le contestó también de forma ambigua, diciéndole que cooperaría con él en todo aquello que fuera en beneficio de su rey.
Después de esto volvió a emprender operaciones militares, ya que cruzó el Ebro con 1.000 hombres, saqueando los pueblos aragoneses de la ribera izquierda del río y llevándose suministros y rehenes. A continuación marchó hacia el sur y realizó un ataque a Jérica (Castellón), pero fue derrotado por el general Joaquín Ayerbe Castellón, siendo además herido en un brazo. Por otra parte, durante todo este tiempo continuaron los reproches mutuos con el jefe cristino, Antonio van Halen, sobre el trato dado a los prisioneros, las represalias y los canjes de prisioneros. Por suerte, al final se impuso la cordura y se llegó al Convenio de Segura o de Lucera, el 3 de abril, por el que se humanizaba la guerra, al establecerse las normas de trato a prisioneros y regularizarse los intercambios. Cabrera consiguió así un importante éxito, ya que dejó de ser considerado el jefe de un grupo de bandidos y pasó a ser reconocido como el comandante de un ejército enemigo.
Ese mes se llevaron a cabo varios canjes de prisioneros, acudiendo Cabrera al más importante, que se efectuó en Onda.
Demasiado precavido para el gusto del Gobierno de Madrid, al poco Antonio van Halen fue destituido; su sustituto de forma interina fue un viejo conocido del caudillo carlista, el general Agustín Nogueras, que había ordenado el fusilamiento de la madre de Cabrera.
Intento carlista de tomar Villafamés
Una vez levantada la amenaza sobre Segura, Cabrera se marchó con el grueso del ejército, dejando a Llagostera con tres batallones en observación de los cristinos y protegiendo las obras de ampliación del fuerte. La intención del tortosino era apoderarse de Vilafamés, una de las pocas fortificaciones liberales del interior de la provincia de Castellón, que suponía un obstáculo para las correrías carlistas por la zona. De esta manera, el 15 de abril se presentó ante esa población con 10 piezas de artillería, en lo que supuso el mayor despliegue de cañones que hizo Cabrera en toda la guerra. Habiéndose practicado una brecha, fuerzas del BI-I de Mora se lanzaron al asalto de la misma, consiguiendo apoderarse de ella, pero los cristinos de la guarnición replicaron con un contraataque, reconquistándola.
El 17 de abril, supo Cabrera que los cristinos preparaban una columna en socorro de los defensores de Villafamés, por lo que destacó al BI-I de Mora en el camino que de Borriol conduce a la plaza atacada. El mismo día 17 debía efectuarse el asalto general por el BI-I y el BI-II de Tortosa y el BI-I de Valencia, trabándose un fuerte combate, en el que los carlistas fueron rechazados.
La proximidad del enemigo y la falta de escalas a propósito para el asalto hicieron que la operación no tuviera éxito. En el ataque, el teniente José Plá, del BI-I de Tortosa, murió, y el capitán de granaderos del BI-II de Tortosa Francisco Leonardo quedó tan gravemente herido que falleció a los pocos días.
Sin embargo, esto no le sirvió de mucho, ya que todos sus ataques fueron rechazados y tampoco pudo tomarla en esta ocasión.
Asedio carlista de Montalbán
Por aquel entonces ordenó el jefe carlista la fortificación de nuevas poblaciones, como Tales, Bejís, Sant Mateu, Cálig, Benicarló (Castellón), Alcalá de la Selva, Manzanera, Castellote (Teruel), Chelva, Chulilla (Valencia) y Ulldecona (Tarragona). Además, llegó a un acuerdo con muchos pueblos, algunos fortificados por las tropas de la reina, para que le pagasen las contribuciones, alojasen a los realistas y no les hostilizaran, a cambio de que se dejara a la población seguir dedicándose a sus ocupaciones cotidianas.
Por otra parte, en mayo invadió la Alcarria, llegando a pocas leguas de la corte y retirándose con un inmenso convoy de víveres y armamento, que ocupaba tres horas de camino. Con todo ello pasó por los alrededores de Cuenca, donde se reunió con las fuerzas de Polo y Balmaseda, que operaban por la zona. Además, ordenó fortificar Cañete (Cuenca) y Castielfabib (Valencia), inspeccionando las obras de Alpuente y del Collado (Valencia). De esta manera, pretendía establecer una línea fortificada que uniera el Maestrazgo con Castilla y que le sirviera de base para posteriores incursiones.
Después de esto, Cabrera marchó a Montalbán (Teruel), una ciudad de regias murallas presidida por un majestuoso castillo, que estaba siendo sitiada por Llagostera. Llegó con 11 batallones y ordenó levantar baterías, construir minas y romper el fuego contra la población. Por desgracia, durante los combates se destruyó el hospital enemigo, ocasionando una terrible masacre, sobre la que hay diversas versiones. Pero no se pudo tomar la fortificación, llegando además la columna de Ayerbe, que tras un duro combate consiguió abrirse paso hasta allí el 11 de junio.
El pueblo de Montalbán tuvo que hacer frente a 3.000 balas, 600 granadas y 10 minas, que al final redujeron la villa a escombros.
En vista del ruinoso estado del pueblo y ante la negativa de los defensores a seguir resistiendo, el general cristino ordenó su evacuación, con lo que el jefe carlista consiguió eliminar una base enemiga en medio de su territorio. Además, Cabrera persiguió entonces a la columna cristina y a los antiguos defensores del fuerte, produciéndose una acción en la que ambos bandos reclamaron la victoria.
Asedio de Lucena
Las tropas del Gobierno estaban en una situación crítica en el teatro de operaciones del Maestrazgo y se nombró un nuevo jefe del Ejército del Centro, el general Leopoldo O’Donnell, que había sido jefe de Estado Mayor del general Espartero en el Ejército del Norte. Curiosamente, sus otros tres hermanos militaron en el bando carlista.
Espartero acababa de llegar del Norte con 40.000 infantes y 3.000 jinetes, lo que, sumado al ejército de O’Donnell, ponía a los carlistas del Maestrazgo en una enorme inferioridad numérica. Además, el jefe liberal ordenó expulsar a territorio rebelde a las personas que tuvieran familiares en la facción, lo que aumentó las bocas que alimentar en los dominios carlistas. Por otra parte, los cristinos recurrieron a nuevas argucias, ya que falsificaron una orden de Cabrera para lograr la evacuación de cierto punto fortificado. Descubierto el fraude, el tortosino reaccionó mandando pasar por las armas a todos los cristinos que se capturase, prohibiendo, además, obedecer cualquier orden de abandonar una plaza fuerte si no la comunicaba uno de sus ayudantes en persona.
Cabrera comenzó un nuevo cerco de Lucena del Cid (Castellón) a finales de junio de 1839. Para socorrer a la ciudad salió desde Castellón una columna con 5 batallones, 400 jinetes y una batería, al mando de Aznar. Se trabó combate en el camino a Lucena con las tropas carlistas en la localidad de Alcora. En un primer momento, los realistas se replegaron y Aznar con varios batallones continuó camino a la ciudad asediada; sin embargo, nuevamente el líder tortosino recuperaba sus posiciones y dividía en dos la columna isabelina. No pudiendo romper el cerco, parte de ella tuvo que regresar a Castellón, mientras que Aznar quedó encerrado con sus batallones en Lucena.
O’Donnell salía con sus tropas desde Zaragoza el 15 de julio a socorrer a Lucena. Contaba con unos 12.000 hombres, a los que habría que sumar los 3.000 que resistían en la ciudad. Por su parte, Cabrera contaba con 9 batallones, 3 escuadrones y dos baterías, en total 5.000 soldados. El día 17 de julio se encontraban las dos fuerzas y, tras 12 horas de combates, las tropas cristinas conseguían romper el cerco, replegándose los carlistas al agotar sus municiones.
Posteriormente O’Donnell sería recompensado con el título de “conde de Lucena”.
Continuaron las escaramuzas, sorpresas y golpes de mano, mientras los dos generales se citaban de nuevo en el pueblo de Tales, fortificado por los carlistas. El 1 de agosto de 1839 se volvían a encontrar ambos ejércitos; sobrepasaban las tropas cristinas en número a los carlistas, especialmente en caballería y artillería. O’Donnel tuvo que emplear hasta el 14 de agosto en vencer la resistencia carlista; tomada la localidad, se volaron sus fortificaciones y los cristinos se retiraban a Onda (Castellón).
Mientras tanto, Arévalo derrotaba a los isabelinos en Chulilla (Valencia). Por su parte, Cabrera sitiaba Carboneras y Guadazaón (Teruel), donde las tropas del brigadier Pérez resistieron más allá de lo humanamente posible. La lucha fue dura y encarnizada; finalmente los sitiados enviaron unas condiciones de capitulación que aceptó el líder carlista, permitiendo incluso que los oficiales cristinos conservasen sus espadas; hizo más de 2.000 prisioneros. Quince días después de la toma de Tales (Castellón), los realistas conseguían una clara victoria; la situación continuaba como mínimo en tablas.
Intento de asesinato de Cabrera
Mientras tanto, seguían llegando noticias preocupantes desde el Norte. En junio apareció en el cuartel general de Navarra el exministro de don Carlos, José Arias Tejeiro, quien habló a Cabrera de los enfrentamientos entre Maroto y el Pretendiente. Esto llevó al tortosino a escribir a su rey para reiterarle su lealtad y la de sus tropas, pero esta carta fue interceptada por las tropas cristinas y publicada en los periódicos constitucionales.
Además, por aquel entonces corrieron rumores de que los cristinos trataban de asesinar a Cabrera, ya que no podían vencerlo en el campo de batalla. En cuanto este se enteró, mandó redoblar la vigilancia y tomar numerosas precauciones con todos aquellos que se unieran al bando carlista o que fueran admitidos a presencia del jefe rebelde. Para evitar ser envenenado, Cabrera se abstuvo de comer alimentos que no hubieran sido preparados por su cocinero, al que, por otra parte, vigilaban los miñones en la cocina, a fin de controlar todo lo que hacía.
Lo que se decía resultó ser cierto, ya que desde Madrid se envió a un individuo con la finalidad de asesinar a Cabrera. Pero este se enteró, gracias a sus confidentes en la corte, y lo hizo detener en cuanto llegó al campamento de Forcadell. Fue entonces juzgado por un consejo de guerra y decapitado, al igual que un sargento y tres voluntarios de Tortosa, acusados de sedición.
Batalla de Tales (7 de agosto de 1839)
Mientras tanto, el Cabrera continuaba con sus planes de fortificación, al levantar nuevos fuertes en Flix, Mora de Ebro (Tarragona), Castielfabib, Torre de Castro (Calles, Valencia), Villarluengo (Teruel), Beteta (Cuenca), Culla y Ares del Maestre (Castellón). Inspeccionó poco después las fortificaciones Tales (Castellón), donde había un viejo castillo, de la que no quedó muy satisfecho, aunque su comandante, Pedro Villanueva, le aseguró que defendería la plaza a todo trance.
Pronto tuvo ocasión de cumplir con su promesa, ya que O’Donnell se presentó el 1 de agosto ante dicha plaza con las divisiones de Aspiroz y Hoyos y la caballería de Schely efectuaron el sitio de la plaza. Cabrera acudió en su auxilio con cuatro batallones. Los ataques comenzaron el 1 de agosto de 1839, con seis días de duro fuego artillero durante los cuales el jefe carlista se expuso de forma temeraria y estuvo a punto de ser capturado por el enemigo; lo que evitó el comandante Hermenegildo Díaz de Cevallos, que lo cogió a la fuerza y le obligó a retirarse.
El 7 de agosto, las tropas cristinas lanzaron el asalto. Los combates duraron 16 horas y acabaron cuando Villanueva ordenó el abandono de Tales, lo que motivó que fuera sometido a un consejo de guerra y fusilado seis días más tarde.
Hubo 1.300 muertos, de ellos 900 cristinos, que hubieron de ser quemados en piras por no tener tiempo para enterrarlos. Los carlistas, posteriormente, intentaron recuperar la población infructuosamente.
Batalla de Carboneras (1 y 2 de septiembre de 1839)
Poco después llegaron al cuartel general de Cabrera dos emisarios con un mensaje de destacados carlistas catalanes, muy descontentos con la actuación del conde de España, jefe legitimista en el principado. Los recién llegados proponían al tortosino unificar ambos ejércitos, poniéndolo a él como comandante en jefe y dejando al conde de España como jefe del Estado Mayor. Cabrera aceptó la propuesta y se dirigió con parte de sus tropas al Ebro, para pasarlo por Flix (Tarragona). Pero los movimientos de las tropas de la reina le obligaron a retroceder, frustrando así el proyecto.
Entonces Cabrera se encaminó a Chelva (Valencia) para inspeccionar los fuertes de la zona, artillarlos y abastecerlos. Estando allí, se enteró de que una división cristina al mando del brigadier Santiago Pérez operaba por la provincia de Cuenca, por lo que planeó un ataque por sorpresa. Como no tenía apenas soldados en la zona, ordenó a su ayudante Ramón Ojeda que fuera por refuerzos a Aragón. A los tres días regresó su enviado con cuatro batallones de Polo, a los que se sumaron más tarde las fuerzas de Forcadell y Balmaseda. Con este ejército el jefe carlista pasó a Castilla y sorprendió a la columna enemiga en Carboneras del Guadazaón (Cuenca). Los cristinos quedaron rodeados y, aunque se defendieron tenazmente, tuvieron que rendirse el 2 de septiembre de 1839, dada la escasez de agua que padecían. Esta batalla fue una gran victoria, ya que en ella capturó 2.000 prisioneros, 2.000 fusiles y 150 caballos, destrozando totalmente una división enemiga.
Tras este combate, el pueblo quedó prácticamente destruido; según Von Goeben, «quedaba un montón de escombros donde solo se alzaba la iglesia y cuatro casas. Terriblemente mutilado por el fuego yacía un número de cadáveres que producía horror bajo los escombros empapados en sangre y alrededor columnas de humo y enormes llamas.»
Cabrera hizo reconstruir las viviendas, eximió de contribuciones a sus habitantes y les entregó mucho trigo para la siembra y la alimentación. También trató bastante bien a los militares capturados, a los que dejó conservar sus pertenencias, permitiendo incluso que los oficiales marchasen a caballo hasta el depósito de prisioneros.