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Situación a principios de 1837
A principios de 1837, el Ejército del Norte cristino al mando del general Espartero disponía de 82.319 infantes y 2.784 caballos; de ellos en operaciones: 59.094 infantes y 2.491 caballos: ala derecha 29.869 de infantería y 1.978 caballos, ala izquierda 23.225 soldados y 293 caballos, y con Ribero 6.000 infantes y 230 caballos.
En guarniciones tenía un total de 23.223 soldados y 293 caballos, repartidos en: Navarra 7.518 infantes y 220 caballos; La Rioja 2.751 infantes y 98 caballos; Álava 4.015 soldados; Vizcaya 6.983 hombres; y en Guipúzcoa 1.958 soldados.
El Ejército del Norte carlista, al mando del Infante don Sebastián Gabriel de Borbón y siendo jefe de Estado Mayor el general González Moreno, las expediciones a su regreso habían traído entre 5.000 y 6.000 hombres de diferentes orígenes.
En total disponía de 32.000 infantes organizados en 45 BIs y 1.500 lanzas en 16 ECs (solo 13 montados) organizados en 4 RCs. La artillería organizada en un batallón de 6 compañías, 2 fijas, el tren con 2 compañías de trenes y una de zapadores, y una de maestranza e ingenieros organizados en un batallón y dos compañías fijas.
Los batallones de infantería se agrupaban según el origen de sus tropas; así había: 13 BIs navarros, 8 BIs guipuzcoanos, 8 BIs vizcaínos, 6 BIs alaveses, 2 BIs cántabros, 5 BIs castellanos y 3 BIs de Aragón y Valencia.
Cada batallón contaba con un máximo de 800 soldados y un mínimo de 500 repartidos en 8 compañías, las dos primeras de preferencia (granaderos, carabineros, cazadores o tiradores).
El Infante había tomado una posición central que le permitía acudir a cualquier punto cuyas líneas fueran amenazadas. Desde esta posición intentaba sacar el mayor provecho.
No era de despreciar la amenaza que constituía entonces el nuevo ejército de la derecha que acababan de crear los cristinos a las órdenes del muy entendido pero anciano general Pedro Sarsfield.
El refuerzo que habían recibido los cristinos con las divisiones que habían perseguido a Gómez fortaleció el ejército liberal. La división de Alaix fue destinada a San Sebastián para reforzar las fuerzas que mandaba Lacy Evans. También regresó al Norte la división portuguesa del barón Das Antas, y la auxiliar francesa, más reducida ahora, pasaba del mando del general Bernelle al del brigadier Conrad.
Batalla de Oriamendi (16 de marzo de 1837)
Antecedentes
El plan cristino, del que se pensaba iba a ser la última ofensiva, fue elaborado por el general Pedro Sarsfield, que, aunque permanecía retirado en Pamplona desde principios de la guerra, conservaba su antigua fama de estratega. Sometido al dictamen de la junta auxiliar de Guerra, y tras escuchar el parecer de los generales implicados, el gobierno decidió poner en ejecución el “movimiento convergente”. Consistía este en un ataque simultáneo de las tropas de Pedro Sarsfield, George Lacy Evans y Espartero sobre el corazón del territorio dominado por los carlistas. Sarsfield emprendería el movimiento desde Pamplona, y a través del Baztán se dirigiría a Irún, cerrando así la frontera y encontrándose con las tropas de Lacy Evans, que ocuparían la línea de Hernani. Espartero, al frente de 28 batallones, quedaba encargado de tomar Durango.
Las inclemencias del tiempo y la falta de recursos y provisiones fueron alargando la realización de estos designios, hasta que el 10 de marzo Lacy Evans y Espartero salieron respectivamente de San Sebastián y Bilbao. Espartero, al frente de sus fuerzas, salió de Bilbao y combatió en Zornoza; el 11 luchó en Galdácano y el 12 combatía en Urgoiti. Por su parte, el inglés Lacy Evans atacaba las posiciones carlistas de Antondegui, y después de porfiada lucha terminó el sangriento combate manteniéndose en ellas los carlistas.
Un día más tarde, el 11 de marzo, emprendía Sarsfield la marcha con una columna de 10.000 hombres, 400 caballos y 10 piezas de montaña, con el propósito de llegar a Lecumberri. En Erice dos batallones navarros tirotearon las vanguardias cristinas, pero la columna llegó a Irurzun, acampando en el desfiladero de Dos Hermanas, para penetrar por allí en Guipúzcoa.
Pero tantos preparativos habían hecho que el plan dejara de ser un secreto, por lo que, aprovechando su posición central, don Sebastián se decidió, con el grueso de las tropas disponibles, tratar de hacer frente, una por una, a todas las columnas. Se encaminó primero hacia la mandada por Sarsfield, que volvió a Pamplona sin entablar combate ante lo adverso del clima y de que la tropa llevaba víveres para dos días y estaban solamente en la noche del primero.
Con la increíble movilidad que siempre había caracterizado a sus batallones, el infante volvió sobre sus pasos, y el 16 de marzo se enfrentó en la batalla de Oriamendi a las fuerzas de Lacy Evans, cuyo avance había sido entorpecido por una feroz resistencia. Los liberales fueron completamente derrotados, cebándose los carlistas en la persecución de la legión británica, que no sufrió un desastre aún mayor por la protección que le dispensó la armada inglesa.
Espartero no encontró sentido en realizar esta operación, por lo que salió de Bilbao con poco entusiasmo. Ocupado Durango el 12 de marzo y Elorrio el 16, se encontró aislado dentro del territorio enemigo, y solo con enormes dificultades logró replegarse sobre Bilbao.
Desarrollo de la batalla
Lacy Evans inició su marcha desde San Sebastián el 10 de marzo, ocupando Lezo y Ametzagaña. Al día siguiente, ante la nula resistencia ofrecida por la débil fuerza enemiga, dejó descansar a su tropa.
Del 11 al 14 de marzo, Lacy Evans se empleó en disponer sus tropas para acometer las fortificaciones carlistas de Oriamendi. Estableció la comunicación de Ametzagaña, atravesando el río Urumea por Loyola, donde dejó establecido un puente de barcas. Una batería inglesa se estableció en Ametzagaña. En el caserío de Miramón fueron colocados los chapelgorris con los batallones BI-VI y BI-VI de la Legión Auxiliar Inglesa, a las órdenes del general Godfrey. Más a su izquierda, los batallones BI-I, BI-IV, BI-VIII, BI-IV, BI-X y BI de Rifles, todos de la Legión Inglesa, a las órdenes de los generales Chichester y Eitzgerald. El extremo del ala, la división española del general Rendón, los lanceros, la artillería y la marina anglo-española, en la carretera de Ayete.
El tiempo seguía siendo pésimo, con temporales de nieve y lluvia. Aun cuando esto dificultaba a la artillería en sus movimientos, Lacy Evans ordenó que se atacara el día 15 de marzo; aprovechando una tregua meteorológica, se lanzó al ataque contra las posiciones carlistas. Estas tenían su centro avanzado en Oriamendi, defendido por un fuerte circular, artillado, al que solo se podía acceder mediante escaleras.

Los británicos asentaron su artillería y abrieron fuego contra las posiciones carlistas. El fuego obligó a los defensores a permanecer a cubierto, lo que obligó a los defensores a permanecer a cubierto; pudieron escalar el parapeto, de tres metros de altura, con sus oficiales al frente. Momento en que la artillería británica cesó el fuego. En el asalto participaron el RI de la princesa (2), el BI-IX y BI-X irlandeses.
Los carlistas, hundido todo su frente, se retiraron, casi todos en desorden, hacia Hernani o por el puente de Ergobia (Guipúzcoa). Los británicos no ocuparon la ciudad para evitar un saqueo y las inevitables borracheras, que dejarían al ejército vulnerable a una reacción carlista.
Goiri, que con sus 2 BIs vizcaínos había evacuado Choritoquieta, replegándose sobre Hernani, se encontró allí con su hijo, edecán del infante Sebastián, sobrino del pretendiente y nuevo comandante en jefe del Ejército del Norte carlista, que le anunció la llegada de este con refuerzos al día siguiente. Ante esa noticia, regresó a su posición, que no había sido ocupada aún por los británicos, formándose un nuevo frente, al que se dotó de artillería, desde Astigarraga a Santa Bárbara, pasando por Hernani.
Esa misma noche del día 15 llegaron a Tolosa, tras dura marcha, las tropas carlistas que habían rechazado a Sarsfield en Navarra y, al amanecer el día, sin haber descansado, llegaron a Hernani, iniciando inmediatamente el combate. Sus compañeros habían ganado tiempo para darles ocasión de llegar, mediante un feroz asalto del BI-VI de Guipúzcoa a la altura de Bertizain.
Inmediatamente, el infante Sebastián emprendió el contraataque. El momento era perfecto. Los de Evans han pasado a la intemperie una dura noche, en la que la helada había congelado la lluvia caída el día anterior. Se preparaban para el desayuno y continuar el avance; eran unos 9.300 efectivos, la mitad españoles. La caballería eran unos 100 lanceros del EC-1 de la Legión Auxiliar Británica.
El Infante repartió los ocho batallones que traía de repuesto, junto con los seis de Guibelalde, en tres cuerpos y reservas. A la derecha, el brigadier Quílez, con la brigada aragonesa, y el brigadier Iturriaga, con el BI-I y BI-V de Guipúzcoa, dando frente a Santa Bárbara. En el centro, el general Villarreal, con el BI-I de Álava y el BG, adelantándose hacia Oriamendi. En apoyo de estas fuerzas, el coronel Alzáa, con sus guipuzcoanos, y el brigadier Goiri, con los batallones BI-III y BI-V de Vizcaya. A la derecha, sobre Bertizarán y Ergobia, el brigadier Sopelana, con tres batallones alaveses, y el brigadier Iturriaza, con sus guipuzcoanos. Quedaban de reserva el BI-I de Navarra y el BI-I de Castilla, a las órdenes de Pérez de las Vacas.
La aparición de los carlistas, cuya llegada había sido ocultada por el cerro de Santa Bárbara, desconcertó a los cristinos, que se encontraban todavía maniobrando. Antes de que se recuperen, tres columnas avanzan contra ellos. El BI-IV de Álava pasó el puente de Ergobia, que no había sido ocupado por los cristinos para no ampliar aún más su despliegue, ya demasiado extendido, y, seguido por las demás fuerzas de la columna, atacó la extrema izquierda cristina, que se desplomó.

A su vez, Ituarriaga y Quílez progresaron contra la derecha enemiga, y Villarreal, palo en mano, encabeza una carga a la bayoneta cuesta arriba contra Oriamendi, que se haría legendaria por su audacia. La línea cristina, con un flanco hundido, se tambaleó; su centro, anclado en Oriamendi, aguantó, sin embargo. Indiscutiblemente, el pánico cundió en algunas unidades que se desbandaron; los carlistas, según los cronistas, dejaron escapar a los soldados españoles del ejército cristino y se centraron en exterminar a los ingleses. El soldado José Arteaga, del BI-VI de Guipúzcoa, capturó la bandera del BI-IX irlandés de la Legión.

La acción la describe en su parte el propio Infante: «El combate fue siempre reñido: cada posición era tomada a paso de carga, y los cadáveres ingleses marcaban los puntos que habían defendido. El BI-VI de Guipúzcoa, trepando la altura de Bertizarán, se hizo dueño de ella, dispersó el cuerpo inglés que la defendía, y el intrépido voluntario José Arteaga se apoderó de una bandera, matando al oficial que la llevaba (BI-IX). Este último ataque puso al enemigo en completa retirada, siempre perseguido por Sopelana e Iturriza. Cinco horas de fuego horroroso y mortífero, brillantes cargas de caballería y el asalto de varias casas habían reducido a los enemigos a la sola altura de Oriamendi y sus inmediaciones».
Efectivamente, Oliden, a la cabeza del BI-VI de Guipúzcoa, atacaba Bestizarán, mientras el BI-IV de Álava marchaba sobre el puente de Ergobia. Un batallón cristino con otro inglés, que ocupaba Los Aleguis, se encontró entre dos fuegos. Entonces comenzó el desorden en las filas liberales. Villarreal, por su parte, escalaba la altura de Oriamendi. En la derecha, Quílez e Iturriza arrollaban a los que ofrecían resistencia al pie de Santa Bárbara.
Un destacamento cristino del regimiento de Oviedo intentó mantenerse ante el empuje carlista, pero en vano, en el centro de la cordillera. Contra este reducto convergieron las fuerzas mandadas por Villarreal, Alzáa y Goiri. El desastre liberal era imposible de contener; la mortalidad, extrema. Dice el Padre Apalategui: «En el caserío Arizmendi se conserva una terrible tradición, y es que fue tal el número de muertos en sus cercanías, que por no enterrar a tantos los hacinaron y pegaron fuego».
El Lacy Evans viendo que sus dos alas se habían deshecho, aunque el centro en Oriamendi resistía, y después de recibir una carta de Sarsfield, del 14, comunicándole su retirada desde Irurzun. A la vista de ello, y de que se habían dado órdenes de repliegue a la infantería de marina, decidió retirarse a las seis y media de la tarde, tras destruir la fortificación de Oriamendi y clavar los cañones que en ella estaban.

El ejército cristino se retiró descalabrado, sin orden y con grandes pérdidas a San Sebastián; chapelgorris protegieron valientemente la retirada.
Las bajas carlistas fueron de 88 muertos, 699 heridos y 22 prisioneros, mientras que los cristinos tuvieron 400 muertos, 900 heridos y 137 prisioneros.
Una compañía de infantería regular británica perteneciente a su armada con base en Pasajes salió desde San Sebastián para cubrir la retirada de sus compatriotas.
Durante la batalla destacaron por su bravura en las filas carlistas el BI-IV de Álava, el BI-VI de Guipúzcoa y el BI-I de Castilla.
Fue sin duda uno de los mayores éxitos que los carlistas cosecharon en toda la guerra, hasta el punto de que el barón de Jomini pone esta batalla como un ejemplo del uso de las líneas internas.
Los restos mortales de varios oficiales y combatientes británicos que perecieron en esta batalla descansan en la actualidad en el “cementerio de los ingleses” del parque situado en el monte Urgull de San Sebastián.
Los carlistas encontraron entre su botín de guerra las partituras de unos ingleses. Esta partitura fue adaptada y convertida en el himno oficial del carlismo como la “marcha de Oriamendi”.
A mediados de mayo, carlistas y liberales volvían a concentrar el grueso de sus fuerzas sobre la línea de Hernani, disponiéndose todo para una gran batalla. Sin embargo, el 12 de mayo, cuando el choque parecía inminente, don Sebastián se retiró hacia Estella, dejando tan solo tres batallones. En pocos días quedaron en poder de Espartero Hernani, Oyarzún, Irún y Fuenterrabía, donde además de 17 piezas se ocupó una fundición de cañones y gran número de víveres y municiones.
El 19 de mayo, basándose en estos triunfos, y haciendo alarde de su gran superioridad de fuerzas y material, el conde de Luchana (Espartero) ofreció condiciones de paz muy parecidas a las más tarde contempladas en el Convenio de Vergara. Los militares que se presentasen con las tropas de su mando conservarían sus grados, uno menos si lo hacían solos, y el mismo que tenían anteriormente si procedían del ejército cristino, asegurando además la conservación de los fueros. Más no le fue posible aprovechar la coyuntura, pues los movimientos de don Carlos, que acababa de abandonar las provincias, le obligaron a emprender su persecución.
Batalla de Irún (17 de mayo de 1837)
Aprovechando la salida del grueso del ejército carlista en la Expedición Real, la guarnición liberal de San Sebastián, dirigida por Lacy Evans, inició un ataque para liberar el corredor con la frontera francesa en mayo de 1837. Con el apoyo de tropas embarcadas a Portugalete, unos 20.000 hombres salieron de San Sebastián para conquistar Lezo, Errenteria, Astigarraga y Hernani el 14 y 15 de mayo. Baldomero Espartero se estableció en Hernani para defender el avance de las tropas hacia Oyarzun y la desembocadura del Bidasoa. Los carlistas abandonaron Oyarzun ante el avance de la división de Gaspar de Jáuregui, pero decidieron resistir en Irún, siendo sitiados por Evans.
Evans, como buen caballero inglés, solicitó la evacuación de las mujeres y los niños de la ciudad; se procedió a la descarga de artillería contra la misma, pues negaron su rendición.
Al día siguiente y ante la misma negativa en la entrega de la ciudad, los británicos asaltaron la ciudad. Evans no se lo podía creer; los británicos se lanzaron al saqueo de la ciudad, a cobrarse lo debido. No respetaron ni las iglesias, ni las casas particulares, incluso llegando a matar si alguien se interponía en su camino. Algunos dicen que fue la venganza por Oriamendi.

Al día siguiente, los británicos se dirigieron a Fuenterrabía. El 18 de mayo de 1837, el gobernador de la ciudad de Fuenterrabía Nicasio Otamendi decidió negociar, ya que las fuerzas atacantes eran tan superiores que decidió capitular “ahorrándose así mucho tiempo y muchas vidas”.
La negociación duró horas porque Otamendi, antes de entregar la ciudad, le mareó un poco. Y probablemente lo hizo por dos razones: porque temía los desmanes de la tropa británica, y porque ridiculizar a la Legión Británica se había convertido en una costumbre muy arraigada entre los carlistas. Primero exigió que dos oficiales de la guarnición fueran hasta Irún a comprobar in situ el resultado de la batalla anterior, lo que Evans aceptó. Cuando los oficiales volvieron, exigió que ningún soldado británico pisara la ciudad. Cuando el general inglés aceptó que solo entrara en la ciudad un pequeño contingente de tropas, exigió que los prisioneros de la ciudad tuvieran preferencia en los intercambios posteriores, lo que los británicos también aceptaron. Finalmente, exigió que se le permitiera enviar un emisario a don Carlos, para saber si el Pretendiente estaría de acuerdo o no con la entrega de la ciudad. Y aquí ya Evans se enfadó y le envió un ultimátum: “si en cinco minutos no está aquí firmada la capitulación, y las puertas de la ciudad no están abiertas, comenzará el fuego de nuestras baterías”.
Cuatro minutos después, Otamendi aceptó, finalmente, que medio batallón entrara en representación de toda la Legión. En recuerdo a lo sucedido un año antes, el coronel Ross, que fue gravemente herido en la batalla del Puente de Amute, al mando de lo que quedaba del BI-VI de escoceses, subió por la Calle Mayor hasta la Plaza de Armas, mientras la guarnición de la ciudad entregaba sus armas, formada en el glacis, a Evans y la Legión Auxiliar Británica.
La reina regente Cristina condecoró a Evans y a la Legión por estas victorias en el Bidasoa. El diario La Correspondencia de España respondió a estos honores con dureza: «La risa que han de excitar y burlas que han de sufrir del público cuantos se pongan el tal distintivo, solo podrán soportarlas unas tropas que huyeron vergonzosamente el año pasado de los muros de Fuenterrabía, defendida por un puñado de realistas».
Un mes después de la toma de Hondarribia expiraban los dos años de compromiso de Evans y la Legión Auxiliar Británica con el gobierno de la Regente. Las muertes por enfermedad, las deserciones y las bajas en el campo de batalla habían reducido la Legión a poco más de 4.500 hombres. Y salvo una pequeña parte, que se reenganchó, el grueso de la Legión volvió a Inglaterra “casi todos medio desnudos y sin un solo penique en sus bolsillos”.

Hubo ofertas por parte del gobierno de María Cristina de continuar con la Legión Británica, pero muy pocos ingleses aceptaron esa oferta. El coronel O’Connell sería el que se quedaría al mando de un pequeño grupo (entre 1.500 y 1.700, según las fuentes), a los que llamó la “Nueva Legión”. En septiembre de 1837, más de 100 miembros de la Nueva Legión perdieron la vida en Andoain frente a los carlistas de Uranga. En diciembre, O’Connell decidió la disolución de la Nueva Legión, responsabilizando al gobierno español de su decisión, ya que no les llegaban a tiempo ni las provisiones ni los sueldos; qué iluso fue al haber esperado lo contrario.