Guerras Carlistas Primera Guerra Carlista en el resto de España Primera Guerra Carlista en Aragón

Antecedentes

La primera manifestación de este movimiento fue la aparición de un número considerable de pequeñas partidas que demostraron su efectividad permaneciendo como base de la reacción después de fracasar, una tras otra, las iniciativas fraguadas en las ciudades. Su objetivo principal estaba centrado en la subsistencia, lo que se tradujo en ágiles correrías al sur del Ebro desde el Campo de Cariñena al Bajo Aragón, apoyadas en la aquiescencia de muchos pueblos y violentando la escasa resistencia que algunos oponían a sus abastecimientos.

Durante esta primera fase el componente de rebeldía campesina sobrepasó los límites del planteamiento político que hacían los organizadores afines a don Carlos, lo que repercutió en la indefinición inicial del movimiento. De su actitud sólo se desprende con claridad el enfrentamiento con el poder vigente tras la muerte de Fernando VII, y son menos frecuentes comportamientos nítidos como el del barón de Hervés quien, puesto al mando de un levantamiento carlista en Morella, inició una marcha sobre el Bajo Aragón que terminaría en Calanda con una derrota total. El liderazgo personal es clave en la formación de partidas y así, aunque la figura de Carnicer es reconocida como autoridad en Aragón, su prestigio no impide que Conesa o Quílez desplieguen su actividad con independencia, o que partidas de incidencia local perpetúen aisladamente sus acciones.

Operaciones carlistas en Aragón en 1833-34 y 1835-36.

En marzo de 1835, Carnicer salió hacia Navarra a recibir instrucciones de don Carlos, pero es descubierto en Miranda de Ebro y fusilado unos días después. Cabrera, que había quedado como jefe accidental de los carlistas del Bajo Aragón, vería consolidada su posición a finales de año con el nombramiento de comandante general del Bajo Aragón.

Desde entonces hasta el final de la guerra será, indiscutiblemente, la máxima autoridad carlista en Aragón y Valencia. Los años 1835 y 1836 sirvieron para que Cabrera dotase de cohesión a las partidas aisladas y las integrase en una estructura que cada vez se aproximaba más a la de un ejército. A la vez las acciones se fueron haciendo sistemáticas y, aunque la extensión de estas se redujo, comenzaba a definirse un área de auténtico control carlista ‹zonas altas del Bajo Aragón y Maestrazgo ‹donde circulaban con libertad, obtenían raciones fácilmente y recibían constantes noticias de la posición de las columnas liberales. Signo evidente de que el potencial carlista está en aumento es el ataque a núcleos fortificados de cierta entidad como Alcañiz, Caspe o Montalbán.

Expedición de Guergué en el Alto Aragón (1835)

Marcha de Guergué a Cataluña agosto de 1835

Reunidas fuerzas, el 8 de agosto, después de haber recibido Guergué las últimas instrucciones, dispuso que se emprendiera la marcha, y el 13 de agosto. Después de haber pasado por Castillo Nuevo, último pueblo de Navarra, sobre la sierra de Navascués, divisionaria de aguas de los ríos Salazar y Esca, pernoctó en tierra aragonesa. Las fuerzas expedicionarias se distribuyeron entre Berdún y Villarreal de la Canal, en la provincia de Huesca y Salvatierra de Estar, en la de Zaragoza. Nada turbó la marcha ni el descanso de los expedicionarios, ni nadie puso obstáculos, pues tanto a los cristinos de Aragón como a las fuerzas de Gurrea, que se habían inquietado por los movimientos de Guergué, les pasó desapercibido el propósito de los carlistas de rebasar Navarra, y Gurrea, despistado sobre lo que se intentaba, no había cubierto la frontera aragonesa.

El 14 de agosto, los expedicionarios pasaron el río Aragón por el puente entre Martes y Arres, y siguiendo por Paternoy, al amparo de los riscos de la Sierra de la Peña, fueron a pernoctar en Ena, Osia y Centenera. El día 15, los carlistas hicieron una marcha de once horas, pasando por Javierrelatre, y después cruzaron el río Gállego, dirigiéndose hacia el Tozal del Aguila, y por Arguis, tomando rumbo a Yequeda, sobre el río Insuela, cerca de Huesca.

Durante esta marcha, en que consiguieron hacer algunos prisioneros, interceptaron el correo de Francia, procedente de Jaca, apoderándose de comunicaciones políticas y diplomáticas que el embajador cristino en París, duque de Frías, dirigía al gobierno de Madrid, y en la mañana siguiente, 16, se presentaron delante de los muros de Huesca, cuya guarnición, al conocer la proximidad de los carlistas la noche anterior, la habían abandonado, retirándose a Barbastro.

La entrada de Guergué en Huesca no ofreció, por lo tanto, dificultad alguna. El Cabildo Catedral y el Ayuntamiento salieron de los muros de la ciudad para cumplimentar al jefe de las fuerzas, haciendo su entrada las mismas con todo orden y desfilando entre los oscenses, admirados de ver entrar a los famosos batallones navarros. En la plaza de la Catedral se celebró una misa de campaña, y luego las fuerzas carlistas se retiraron a sus alojamientos para descansar, no sin que el brigadier Guergué tomara las convenientes precauciones para evitar cualquier desagradable sorpresa.

Una de las disposiciones inmediatas fue la recogida de armas de los urbanos y abrir un banderín de enganche para los mozos. En virtud de las disposiciones del gobierno cristino, las alhajas de los conventos y comunidades religiosas de Huesca estaban depositadas en el convento de San Francisco, y por orden del jefe carlista, el canónigo de Huesca, doctor Cebollero, las inventarió, entregándolas con un duplicado a la autoridad eclesiástica.

Guergué nombró también al Tcol Alonso de Santocildes comandante general de la provincia, anunciando en una proclama que «encargado por la piedad de S. M. Don Carlos V de remover cuantos obstáculos se opusieran a hacer resaltar la justicia de su sagrada Causa, y deseando corresponder dignamente a tan honorífica comisión, mando que los alucinados que abandonaron sus hogares y el reposo de sus familias incorporándose a las banderas de la titulada Reina Gobernadora, y emprendiendo una marcha en que el delirio de su fantástica imaginación los precipitase, depongan inmediatamente las armas y se presenten para darles las garantías que se conceptúan necesarias para su seguridad y de cuanto les pertenezca, todo esto en el término de 48 horas, después de las que se contemplen necesarias para que llegue a su noticia esta invitación. En su consecuencia, concedo a los habitantes de aquel reino de Aragón que, habiendo pertenecido a la milicia urbana o a otro cuerpo, y hayan permanecido y sigan pacíficos en sus casas, a los primeros, dos horas de término, y a los segundos, 24, para que en los respectivos ayuntamientos hagan entrega del armamento, municiones y vestuario, y al que después de haber expirado este término se le encontrase alguno de los artículos expresados, será tratado con todo el rigor de las leyes de la guerra; lo mismo que los comprendidos en el párrafo anterior que continuasen en las filas liberales y cayesen prisioneros».

Estas disposiciones, que no pueden negarse estaban inspiradas por un espíritu conciliador, fueron acompañadas de una proclama que el mismo 16 de agosto dirigió Guergué a los aragoneses. Les decía que Carlos V no le había mandado para hacer la guerra a aquel país, sino para ayudarles a sacudir la carga que les oprimía, para lo que se apresurarían a inscribir se en sus filas. Hacía referencia a los sucesos y crímenes de Zaragoza y Barcelona y otros puntos, excitando su piedad al ver la casa de Dios presa de las llamas y sus sacerdotes víctimas del puñal homicida, y añadía: «¿Y sería posible que en medio de tantos males, que tan de cerca os amenazan, permanezcáis por más tiempo en un criminal silencio? No cabe tal pusilanimidad en pechos aragoneses; la nación entera espera salvarse por vuestros esfuerzos; dejad vuestras faenas y corred presurosos a inscribiros en las banderas de nuestro legítimo soberano, donde hallaréis a los heroicos navarros y castellanos, que no dejando enemigo que combatir en aquel país, vienen únicamente a abrazaros y como amigos y ayudaros como vecinos; en sus filas no brilla otra cosa que la virtud, la subordinación militar y el valor, prendas que también os son inherentes, con las cuales quedan en todas partes desvanecidas las diatribas con que nuestros enemigos han tratado de denigrarnos».

Pero como que el objetivo de la expedición no era sólo tomar la ciudad de Huesca, el 17 de agosto prosiguió su marcha el general Guergué, dejando en dicha capital con varias compañías de guías al Tcol Santocildes. Los expedicionarios marcharon por Tierz, Ballestán, Siétamo, Angües y Barbastro, en donde hicieron alto el 18 de agosto. La alarma cundía por Aragón, y el propio capitán general cristino Felipe Montes decidió marchar contra los carlistas. Por su parte, Gurrea, viéndose burlado por Guergué, emprendió rápida marcha, de forma que el 18 había llegado a Ayerbe, al frente de 3.000 hombres y 200 caballos, fuerza, como se ve, muy superior a la que llevaba la división expedicionaria. Tampoco hallaron los carlistas oposición en Barbastro, pues los cristinos la habían abandonado al aproximarse las fuerzas expedicionarias.

En Barbastro quedó el BI-I de Castilla, con su coronel O’Donnell, mientras que Guergué proseguía su marcha el 19. En la ciudad se había formado un batallón, llamado Voluntarios de Barbastro, con reclutas de esta ciudad y de Huesca, habiéndose reunido el que se llamaba BI-I de Aragón, que mandaba don Antonio Mombiola, canónigo de Tortosa. La proximidad de las fuerzas de Montes hizo a O‘Donnell abandonar Barbastro, mientras que Mombiola se encaminó hacia el sur, ocupando San Esteban de Litera, con avanzadas en Tamarite de Litera y Monzón. Montes ocupó Tamarite y Monzón, Mombiola marchó al límite de Cataluña y el jefe cristino entró en Barbastro, desde donde dio una proclama a los aragoneses.

Al amenazar Gurrea la ciudad de Huesca, el Tcol Santocildes, siguiendo las instrucciones que tenía y terminada su misión, emprendió rápida marcha, cruzando el río Cinca y presentándose a Guergué en Benabarre. O’Donnell, cuya salida de Barbastro fue algo más retrasada, pasó también el río Cinca y, pasando por Estadilla, fue a unirse también a Guergué en Benabarre. El grupo principal de los expedicionarios mandados Guergué, había hecho la marcha yendo en cabeza, y tranquila y sosegadamente había cruzado antes el propio río Cinca sin dificultad, y por Estadilla y Graus fue a situarse a Benabarre, donde dio descanso a su fuerza y esperó a que se le unieran Santocildes y O’Donnell.

De estas columnas, la única que había tenido necesidad de combatir fue la de O’Donnell, ya que su retaguardia había sido acometida por el capitán Foxá, con un escuadrón del RCL-6 de Cataluña, aunque el incidente no pasó de un tiroteo de escasa o casi nula importancia.

El brigadier Guergué prosiguió en dirección a Cataluña, pues tenía decidido entrar en el Principado por la Conca de Tremp. Pero al pasar por Roda de Isábena (Huesca), se encontró con una columna liberal que descendía de Benas que, donde se había hecho la concentración de los milicianos urbanos de los valles de Bardají y de Lierp, reunidos antes en Egea (Valle de Lierp), y formando también en esa masa de hombres los milicianos de Tamarite de Litera, Alcampel y otros.

Los carlistas atacaron a la fuerza cristina, a la que derrotaron completamente y dispersaron, cayendo prisioneros los comandantes de las milicias urbanas de Tamarite y Alcampel. La derrota de los cristinos en Roda de Isábena puede decirse que fue la única acción librada por los carlistas en su paso por el Alto Aragón, ya que su excursión había sido fácil, pues ningún obstáculo se oponía a la marcha de la expedición; entraba en capitales como Huesca y Barbastro. El general Montes insistía en la persecución de Guergué; pero a pesar de que se combinaba con las fuerzas de Gurrea, la expedición divisionaria pudo seguir sin entorpecimiento a Cataluña, siendo el último pueblo aragonés que ocuparon los carlistas el de Aren, y junto al llamado Congost de Sopeira, por donde se deslizan las aguas del Noguera y Ribagorzana.

Regreso de Guergué de Cataluña noviembre de 1835

El brigadier Guergué había ordenado que el comandante Cordeu saliera con sus fuerzas de la Ribera para abrirle paso a Navarra. La marcha de esta columna se hizo fácilmente, sin tropiezo alguno, lo que se explica por el carácter mismo de la fuerza que mandaba, acostumbrada a la guerra de sorpresas y emboscadas, correrías rápidas y utilización de senderos ocultos. Pero no podía hacer lo mismo la fuerza principal del cuerpo expedicionario, ya que este llevaba consigo impedimenta que no le permitía la agilidad de la columna volante de Cordeu. Acertado estuvo, pues, Guergué, en dividir de esta forma sus fuerzas, porque sin haber perdido una fuerza eficiente por el desplazamiento de la columna exploradora, ponía al enemigo en la incertidumbre de cuál era la más importante, y solo la aptitud especialmente, maniobrera de Cordeu y de sus hombres podían desconcertar a los cristinos si estos intentaran perseguirle, teniendo en cuenta lo pequeño de las fuerzas de éste. Además, Cordeu mantenía toda su autoridad en los hombres que mandaba, y en Cataluña, en los desagradables actos de insubordinación, jamás estuvieron mezclados los guerrilleros de la Ribera.

La división de Guergué, cruzó el río Noguera-Ribagorzana, que era el límite entre Aragón y Cataluña, posiblemente en el Puente de Orrit llegando a Aren, marchó por la Puebla de Roda, Roda de Isábana, Lascuarre y Laguarres, marchando durante doce horas, sin descanso alguno, el 22 de noviembre. El día 23, a la madrugada, prosiguió su marcha por Graus, cruzó el río Cinca, donde se encontró con una descubierta de nacionales de caballería, mandados por el capitán Plana, la que fue dispersada, después de caer prisionero el citado capitán. Luego entraron los carlistas en Barbastro.

La rápida marcha de Guergué, que fue de doce horas el primer día y de doce el segundo, desconcertó al enemigo de tal forma que apenas tuvo tiempo de huir de Barbastro, refugiándose en Monzón; mientras que ocho soldados navarros del batallón de Guías, de los que habían sido hechos prisioneros en los Pirineos y que se habían prestado a servir en las filas cristinas, se presentaron para servir nuevamente en las filas carlistas. Una vez en Barbastro, el brigadier Guergué ordenó que descansaran las tropas el tiempo suficiente para preparar las nuevas jornadas, reemprendidas en la mañana del 24.

Les acompaña entonces el obispo de Barbastro. Emprendió su ruta en dicho día camino de Peraltilla, Ajara y Lacellas y como interceptó una comunicación del gobernador civil de Huesca al alcalde mayor de Barbastro, en la que se le anunciaba que la columna francesa del coronel Conrad iba a pernoctar ese día en Angües, ordenó que sus fuerzas avanzaran lo más rápidamente posible para llegar a ese pueblo antes de que lo hicieran los legionarios. Al llegar a Angües se dio cuenta de que, a pesar de su marcha rápida, Conrad se les había anticipado.

Conrad atacó a los carlistas, que por la precipitación de su marcha rápida, tardaron en poder ponerse en orden de combate, por lo que al principio resultó un encuentro desfavorable para los expedicionarios, pero la llegada del núcleo principal, así como una violenta carga de la caballería mandada por Lordán, la ventaja se puso del lado de los carlistas, que arrollaron a los legionarios franceses, obligándoles a replegarse. Entonces prosiguieron camino pernoctando eses día en Irieca, a poca distancia de Angües.

En la confusión de la marcha rápida, el obispo de Barbastro pudo quedarse rezagado con sus familiares, regresando a la capital de su diócesis. Las fuerzas de Conrad se componían de españoles y dos batallones de la Legión Francesa. El capitán general atribuyó la victoria al coronel Conrad, no dando a conocer el número de bajas.

El 25 de noviembre, prosiguió la marcha del cuerpo expedicionario, pasando por Coscullado, Loscertales, los Molinos, Barluenga Apiés, hasta Bolea donde descansaron. El coronel Conrad se dirigió a Huesca capital, de allí salió el día 26 siguiendo los pasos de la expedición. De Bolea Guergué prosiguió su marcha hacia Sarsamarcuello y llegando a Anzánigo, donde cruzaron el río Gállego, descansando en Ena. En este pueblo supo que la columna de Cordeu había llegado a Navarra.

El 27 de noviembre, pasó por Paterniy, Bailo y Arres, marchó al río Aragón que atravesó, siguiendo por Berdún y de allí entro en la provincia de Zaragoza a Salvatierra de Escar, marchando por fin a Navarra, en la que entró por el puerto de Ollate.

Operaciones en Aragón en 1836

Expedición del general Gómez en Aragón 1836

Procedente de la provincia de Guadalajara, el cuerpo expedicionario del general Gómez había pernoctado el día 5 en Orihuela del Tremedal (Teruel), con el propósito de dirigirse a Cantavieja, donde pensaba dejar los prisioneros que llevaba, así como los heridos y enfermos del cuerpo expedicionario. Pero habiendo sabido que el general San Miguel, con numerosas fuerzas cristinas, le cerraba el paso para Cantavieja. Decidió el general Gómez marchar a la provincia de Cuenca, por lo que el día 4, el cuerpo expedicionario con prisioneros y hospital, marchó por Bronchales. Torres de Albarracin y Royuela a pernoctar a Terriente. De allí el día 5 pasó por Toril y, dejando la provincia de Teruel, entró de nuevo en la provincia de Cuenca.

Ya no volvió a pisar tierra aragonesa la división del General Gómez, y, sin embargo, su tan breve paso por aquel reino tuvo grandísima importancia, puesto que habiéndose decidido Cabrera a acompañar al general Gómez en su avance sobre Madrid, hubo un cambio, aunque interinamente, en el mando de las fuerzas carlistas y en Aragón y Valencia. También el hecho de que se agregaran al cuerpo expedicionario las brigadas valenciana y aragonesa prestó fuerza combativa en este sector militar, por lo que si bien la guerra no desfalleció, no se mantuvo con la viveza de antes.

Acciones en el segundo semestre de 1836

Poco ofrece la guerra en el Alto Aragón en el segundo semestre de 1836; de cuando en cuando, alguna pequeña fuerza procedente de Navarra o de Cataluña recorrió las comarcas limítrofes, pero sin grandes hechos ni incidencias notables. De estas incursiones, la más destacada fue la de los expedicionarios catalanes al valle de Arán, que regresaron por Pont de Suert. Sin embargo, a finales de noviembre hay que de señalar que el comandante Arbonés, con el BI-IV de Tarragona, entró por Aragón, habiendo pasado por Alcarraz, Villanueva de Alpicat y Alguaire, de la provincia de Lérida, y recorrido Albalate de Cinca, Velver, Osso y Zaidín, en la provincia de Huesca, recogiendo armas y equipos de guerra, librando algunas escaramuzas.

Pero de todo ello, lo más importante fue la sorpresa de Benabarre por las fuerzas del coronel Castells el 22 de diciembre. Los catalanes regresaron en una atrevida marcha de siete horas durante la noche y un frío riguroso, pero consiguieron su objetivo, entrando en la población, defendidos por voluntarios aragoneses, apoderándose de armas y efectos de guerra y libertando a 18 presos que por sus convicciones carlistas estaban en la cárcel.

La sorpresa de Benabarre repercutió tantísimo en Aragón, que los cristinos abanaron las guarniciones de Baldellóu, Camporrells, Tamarite de Litera y otras, que se refugiaron en el castillo de Monzón. Una alocución del brigadier Royo, en que felicita a los que habían conseguido el objetivo asignado por el alto mando de Cataluña, señalaba toda la importancia del atrevido golpe carlista, así como inicial brillante período del mando de dicho jefe en el Ejército Real Cataluña.

Operaciones en Aragón en 1837

En enero de 1837 se señala un combate, el 16, en Alcolca Cinca (Huesca) por fuerzas catalanas contra la columna de Oriol. En este mismo mes el brigadier Royo, con las fuerzas a sus órdenes de Porredón y Castells, llegó hasta Graus el día 26, lo que obligó a los cristinos a sacar fuerzas de Jaca para impedir que siguieran internándose por la provincia. Otra correría del brigadier Royo con tropas catalanas actuó por el Alto Aragón en el mes de marzo, y en Graus (Huesca) libró combate contra una columna cristina mandada por Martínez. En mayo, una pequeña partida aragonesa combatió en Zuera (Zaragoza).

Expedición Real en el Alto Aragón

La actividad carlista del año 1837 gira en torno al paso de la Expedición Real por tierras aragonesas.

El 20 de mayo, al atardecer, los expedicionarios llegaron a Castiliscar (Zaragoza), con las dificultades propias de pobreza del país. Muy de mañana siguió, el 21, por Biota (Zaragoza), donde se comió, y por la noche pernoctaron en Farosdúes (Zaragoza). La marcha del 22 se hizo con cierta facilidad, llegar a Luna, donde los carlistas fueron recibidos con alegría por el vecindario, y la mayor abundancia permitió que tropa estuviera mejor alimentada. Se pasó todo el día en la localidad, siendo el Pretendiente aclamado por los habitantes de la población. Carlos V aprovechó el descanso para visitar el histórico castillo, emprendió la marcha el 23 por la mañana, acampando a medio a orillas del río Gállego, mientras los ingenieros a las órdenes oronel Gordillo construyeron con carretones una especie de puente para la infantería. El Rey, acompañado de su personal lo franqueó en una barca por Marracos (Zaragoza). La caballería vadeó el río. Y se siguió la marcha hasta Lupiñén (Huesca), donde las tropas vivaquearon.

Durante esta etapa se supo que el general cristino Iribarren, quien seguía a la expedición, había pasado el río y estaba en Almudévar (Huesca). Al amanecer se agregó a la expedición un pequeño destacamento carlista de caballería, que se había estacionado en Alcalá de Gurrea (Huesca) con el fin de observar los movimientos de los cristinos. Se siguió la marcha hacia Huesca. A las diez de la mañana llegaron las tropas carlistas a la capital de la provincia, después de haber pasado por Alerre y Chimillas. En este pueblo esperaba el coche que había mandado para el Rey el obispo de Huesca; pero Carlos V no lo aceptó, prefiriendo seguir la marcha a caballo. Tanto en Alerre como en Chimillas, el Rey fue aclamado por el vecindario, que además agasajó a las tropas expedicionarias. Antes de entrar en la ciudad, el Ayuntamiento en corporación salió a recibir al Monarca.

Durante el trayecto de Navarra hasta allí se pusieron ya de manifiesto otras dos carencias del ejército expedicionario: ni eran recibidos con alegría por las poblaciones por las que transitaban, incluso los habitantes masculinos en edad de servir como soldados habían desaparecido, ocultándose en los montes, para evitar ser incorporados a la fuerza al ejército carlista, ni la alimentación que recibía la tropa era suficiente, comenzando los soldados a estar obligados a mendigar. Este mendigar en las jornadas siguientes terminaría por convertirse en robo, pillaje y saqueo. «El Alto Aragón nos era hostil…el país era demasiado pobre y miserable para que pudiera sentir ningún entusiasmo…tuvimos que continuar sufriendo la falta de víveres y de forrajes».

En la mañana del 24 de mayo, la vanguardia de la expedición carlista llegó a Huesca y se produjo la batalla de Huesca, en la que fue derrotado el general carlista Iribarren. Tres días pasaron los victoriosos carlistas en Huesca: el 24, 25 y 26 de mayo.

El 27 de mayo, por la mañana, salió la fuerza expedicionaria. Todos los asnos de la ciudad y de los contornos fueron requisados para el transporte de los heridos y colocados en el centro de la columna, que salieron de la ciudad en dirección a Barbastro.

Pasaron con tranquilidad en Barbastro los días 28, 29, 30, 31 de mayo y el 1 de junio, y parecía que iba a seguir el sosiego cuando, al amanecer del día 2, apareció el general Oráa con 12.500 infantes y 1.200 caballos. En la batalla de Barbastro volvieron a ser derrotadas las fuerzas carlistas.

El 4 de mayo, después de la comida, la expedición salió en su ruta de Cataluña. Llegó a medianoche a orillas del río Cinca a la altura de Estada (Huesca). Las fuerzas catalanas del brigadier Porredón (Ros de Eroles) ocuparon la orilla izquierda, mientras los expedicionarios se situaron a la derecha.

Allí existía una balsa que mediante maroma estaba habilitada para cruzar el río, pero que no soportaba más que a 30 hombres. El nivel del agua permitió a la caballería vadear el río; la corriente era tan impetuosa que varios jinetes y caballos perecieron. Los hombres de los 16 batallones de infantería tuvieron que ser trasladados a la otra orilla mediante la única balsa existente y la operación duró toda la noche. A las dos de la madrugada atravesó el Rey el Cinca y fue a alojarse en Estada.

Era mediodía del siguiente día y quedaba solo el BI-IV de Castilla, que cubría la retaguardia por cruzar el río, cuando aparecieron tropas del general Oráa dotadas con artillería. Usando esta, los cristinos destrozaron la balsa y no permitieron que la caballería carlista volviese a vadear el río y ayudase a los rezagados. El río no era profundo, pero las aguas corrían rápidas. Se formaron grupos de soldados que, agarrándose unos a otros, consiguieron vadear el río, pero la mayor parte del batallón pereció ahogado o bajo el fuego enemigo.

El 5 de mayo, por la mañana, la Expedición Real pasó por Estada, y por la noche se fue a Estadilla. El 6 día, después de pasar por Estaña, se pernoctaron en Estopiñán, y el 7, después de atravesar el río Noguera-Ribagorzana, la división navarra del general Sanz lo hizo el resto de la expedición, entrando en Cataluña por Tragó.

Lanceros carlistas de Aragón. Se distinguen por su cazadora verde sin ribete. Autor Augusto Ferrér Dalmau.

Acciones en 1837 en el Alto Aragón

Poco hay que citar en el Alto Aragón, después del paso de la Expedición Real. La partida mandada por Paracho entró el 12 de junio en Estadilla, y en su correría llegó hasta San Esteban de Litera (Huesca). Otro combate se señala el 16 de junio en Torre del Obispo (Huesca). Una marcha a través de la provincia de Huesca, que siguió por el Alto Aragón hacia la de Zaragoza y llegó a Navarra, fue la realizada por dos batallones y un escuadrón de soldados expedicionarios recuperados. Se encargó el mando de esta fuerza al brigadier Alonso Cuevillas, quien se separó de la Expedición Real en La Iglesuela del Cid, y por Cantavieja marchó a Cataluña, atravesando el Ebro por la provincia de Tarragona al frente de un escuadrón de caballería mandado por el capitán Romero Palomeque. Cuando le fueron confiados los dos batallones y los elementos que componían escasamente un escuadrón, que habían quedado en Cataluña para curar sus heridas o reponerse de la fatiga de la marcha y enfermedades contraídas durante la misma, acompañados del general Urbiztondo, que realizó una campaña por la provincia de Tarragona para atraer la atención del enemigo, llegaron a Estadilla (Huesca) el 29 de septiembre.

Después de atravesar la provincia de Huesca de Este a Oeste, entraron en la de Zaragoza, cruzando el río Ebro, en busca de la de Soria, con el fin de unirse a la Expedición Real, lo que no consiguieron, por lo que tuvieron que buscar el paso del Ebro para llegar a Navarra.

Los últimos hechos en esta comarca pertenecen al mes de noviembre, en el que fuerzas carlistas catalanas cruzaron el Segre por Aytona (Lérida) y avanzaron en dirección a Huesca, por Torrente de Cinca, sorprendiendo en Osso (Huesca) a un destacamento de 20 soldados del BI-III/9 de Soria, y caballos del RCL-4, salvándose solo al jefe del destacamento cristino, dos soldados de infantería y uno de caballería. Desde Osso siguieron su ruta por Belver, Albalate de Cinca, Chalamera y de allí a Zaidín, ya de regreso, sembrando el pánico entre los nacionales de Fraga. Esta fuerza, mandada por Tell de Mondedéu, repasó el río Segre por Aytona. En este mismo mes, la partida aragonesa de el Cura de Viacamp entró en Baldellóu (Huesca). El 29 hacía lo mismo una partida catalana en Bonansa (Huesca).

Última marcha de la Expedición Real por Aragón

Ruta por la provincia de Teruel

La derrota en Villar de los Navarros, trastocó los planes gubernamentales, y se ordenó a Espartero a acudir desde Sigüenza (Guadalajara) para unirse con Oráa y los restos de la división de Buerens. La reunión tuvo lugar en Daroca el 1 de septiembre, asumiendo Espartero el mando de la fuerza. Allí se enteró de que la Expedición Real había partido dos días antes hacia la capital, por una ruta al sur de la que él había traído, por Calamocha (Teruel), Monreal del Campo (Teruel), Salvacañete (Cuenca), Tarancón (Cuenca) y Arganda del Rey (Madrid), «…llevando siempre consigo y delante de sí la asolación más espantosa, los lamentos de los habitantes por cuyos pueblos pasaba y la ruina que era consiguiente al estado de insubordinación en que se hallaba un ejército hambriento, desnudo, que de todo carecía…».

El día 1 de septiembre, la Expedición Real prosiguió su marcha por Valverde y Lechago a Calamocha y estaba pasado el día en la ciudad, cuando llegaron noticias de que avanzaba en dirección al pueblo la columna de Oráa. El día 2, a las cinco de la mañana, se reemprendió la marcha y, pasando por El Poyo, Fuentes Claras, Caminreal y Torrijo del Campo, se llegó a Monreal del Campo (Teruel), donde se descansó. En la tarde del mismo día se siguió por Villafranca del Campo y, cruzando por segunda vez en esta jornada el río Jiloca, se detuvieron en Alba para pernoctar. Por fin, dejando la llanura aragonesa, se emprendió la marcha el día 3, pasando por Pozondón hasta llegar a Orihuela del Tremedal (Teruel). La proximidad de las tropas de Espartero había obligado al general González Moreno a dividir desde Pozondón la columna para reducir su extremada longitud.

Espartero continuó la persecución hasta Orihuela del Tremedal, en la sierra de Albarracín, a donde llegó Oráa el 3 de septiembre, Allí encontró a la Expedición y se dispuso a esperar a Espartero, mientras sus tropas se abastecían de agua, alimentos y leña. Espartero había destacado algunas fuerzas que iniciar reconocimiento, pero fueron rechazadas. La situación de los carlistas no dejaba de ser comprometida. Espartero ocupaba el llano y los carlistas las alturas; las hogueras de ambos campamentos se veían perfectamente. El general González Moreno tomó todas las precauciones para la seguridad esa noche, y al mismo tiempo dispuso la marcha para el día siguiente. A las cuatro de la mañana, los carlistas reemprendieron la marcha en el mayor silencio y sin apagar los fuegos, para que el enemigo no advirtiera la salida de las fuerzas expedicionarias. La retaguardia la formaban la división alavesa del general Sopelana y un escuadrón de caballería, mandado personalmente por el conde de Madeira.

Cuando a la mañana siguiente llegó Espartero, apenas quedaban fuerzas carlistas. Además, González Moreno logró engañar a los cristinos, que se dirigieron hacia Albarracín, mientras que la Expedición llegaba a Hélamo (Cuenca), ganando once horas a sus perseguidores. Este error de los cristinos abrió a los carlistas el camino hacia Madrid. La Expedición siguió por Bronchales (Teruel), Noguera, Tamracastilla y Colomarde, llegando a Frías de Albarracín (Teruel).

Al darse cuenta de ello, Espartero mandó aviso al gobernador de Cuenca para que se preparase para la defensa, al tiempo que él se dirigía a Beteta (Cuenca). No pensaba lo mismo Oráa, que se separó de su jefe y envió a Borso a proteger la Huerta de valencia de un ataque de Cabrera. Pero este tenía otros planes, tras dejar a Llagostera en al mando de parte de sus tropas, continuó con el resto hasta Chelva, y reunió el 1 de septiembre unos 6.000 hombres, después de lo cual entró en la provincia de Cuenca, donde se le unieron 400 jinetes de los hermanos Juan Vicente y Francisco Rugero, naturales de Almagro conocidos como los Palillos.

El 5 de septiembre, después de cruzar el río Cabriel, se llegó a frontera del Reino de Castilla, lo cual se solemnizó en la misma raya fronteriza.

Casi todas las acciones de este año estuvieron vinculadas al abastecimiento de la Expedición y las principales incursiones tuvieron lugar en zonas llanas, de acceso rápido y sin apenas defensa. Cantavieja y los Puertos de Beceite eran ya piezas clave para la infraestructura del carlismo en Aragón.

Operaciones carlistas en Aragón en 1837 y 1838-40.

A partir de 1838 la actividad carlista entra en su fase de mayor extensión, no solo por la acción de las fuerzas radicadas en Aragón, sino también por la incidencia que tienen las incursiones que se producen en la franja fronteriza de Huesca con Navarra y siguiendo el curso del río Jalón. Las principales ciudades al sur del Ebro, Calatayud, Zaragoza, Caspe, Alcañiz y Teruel, tienen los carlistas en sus puertas, y el territorio que media entre ellas está fuera del control de las tropas liberales.

La Cincomarzada

La Cincomarzada fue un enfrentamiento entre zaragozanos isabelinos y carlistas que tuvo lugar el 5 de marzo de 1838, cuando los carlistas intentaron tomar la ciudad por sorpresa.

El general carlista Ramón Cabrera seguía controlando la zona del Maestrazgo y sus opciones tácticas pasaban por ampliar su presencia en las áreas contiguas, bien a zonas de Tarragona, Castellón o Teruel o bien hacia el noroeste, lo que situaba a la ciudad de Zaragoza y sus comarcas próximas dentro de este horizonte. La posición estratégica de la ciudad, además, era muy importante, por estar a medio camino entre el Maestrazgo y el área vasco-navarra y por ser centro administrativo, militar y logístico.

Los carlistas intentar tomar Zaragoza por sorpresa era atraer hacia la ciudad a una parte de las tropas isabelinas y así tratar de aliviar la presión que podían ejercer estas sobre las fuerzas carlistas que en aquellos momentos sitiaban Gandesa. Así pues, Juan Cabañero y Esponera, no está claro si fue por iniciativa propia o bien por orden de Cabrera,​ se dirigió a asaltar la ciudad, que en aquellos momentos se hallaba casi desprotegida, con 2.800 infantes y 300 hombres de caballería.

Las tropas de Juan Cabañero, eran de 2.200 a 3.000 infantes y 300 jinetes al mando del coronel José Lespinaze. Hasta el 24 de febrero de 1838 habían estado en Gandesa, partieron el 3 de marzo desde Alloza, pasaron por Ariño, Lécera, Belchite, Codo y Mediana, y llegaron a las inmediaciones de la ciudad de Zaragoza la noche del 4 de marzo. Durante la madrugada del 5 de marzo, aprovechando la noche, un destacamento asaltó la muralla y destrozó un sector de la misma para facilitar la entrada del resto de las tropas. Después, se repartieron por distintas zonas de la ciudad para controlar una serie de puntos estratégicos. Inicialmente consiguieron sus objetivos, ayudados probablemente por algunos partidarios del carlismo que había dentro de la ciudad, sin apenas derramamiento de sangre, pero cuando fueron descubiertos y se dio la voz de alarma tuvieron que enfrentarse a la resistencia de los milicianos, pero también de civiles de la ciudad, que respondieron al ataque armados con cuchillos, utensilios de cocina y agricultura, armas de caza, así como aceite y agua hirviendo.

Cincomarzada, fallido ataque carlista a Zaragoza el 5 de marzo de 1838. Los carlistas perseguidos por los soldados cristinos y la población civil.

Al amanecer los combates se intensificaron y, dado que no conseguían tomar la ciudad en su totalidad, parte de las tropas carlistas se refugiaron en la iglesia de San Pablo y en el convento de Santa Inés, donde se rindieron, y el resto huyeron y abandonaron la ciudad. Las bajas en el bando carlista se cifraron en 217 muertos y unos 300 heridos, mientras en el bando liberal se contaron 11 muertos y 50 heridos. Tras el fracaso carlista, se añadió al escudo de la ciudad la titulación de “Siempre Heroica”.

Cincomarzada, fallido ataque carlista a Zaragoza el 5 de marzo de 1838 y que pretendió ser una toma fácil de la ciudad debido al escaso número de tropas que la guarnecían. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Asedio de Alcañiz (4 al 7 de mayo de 1838)

A finales de abril 1838 ocupaba el cargo de gobernador militar interino de Alcañíz el capitán Manuel de Peralta, del RI-9 de Soria. Componían la guarnición elementos del RI-4 de Burgos, el BI de la milicia provincial de Alcañíz y el BA-II/2 de artillería, se encontraban además reunidos en la ciudad por diversos motivos elementos del BI-III/7 de África, RI-9 de Soria, la Cía-2 del BIL de cazadores de Teruel, Cía suelta de fusileros de Aragón, milicia nacional de Beceite y Cía de nacionales emigrados.

A las 06:00 de la madrugada del 2 de mayo aparecieron frente a Alcañíz, junto al camino de Valdealgorfa, las avanzadillas del ejército carlista de Cabrera que, trás haber ocupado Calanda el 18 de abril, llegaba dispuesto a sitiar la ciudad. Durante ese día se produjeron únicamente algunos tiroteos, mientras Cabrera iba recibiendo la artillería y municiones.

Vista de Alcañiz y sus alrededores en el siglo XIX. Fuente Biblioteca Virtual de Defensa.

Al amanecer del día siguiente ya estaban asentadas las baterías frente a la ciudad, 4 piezas en la falda del cabezo del Cuervo (1×16, 1×12 y 2×8) y un obús en cabezo del Calvario. A las 06:00 de la madrugada iniciaron el bombardeo que, centrado principalmente en “el ferial” y el fuerte del convento de San Francisco, duró hasta las 19:00 horas, llegando a realizarse más de 400 disparos de cañón y 52 granadas de obús. Los defensores respondieron con fuego de fusilería desde el convento y con algunos disparos desde la batería del castillo, debido a la escasez de municiones que les obligaba a economizar munición.

Al amanecer del 4 de mayo, reanudaron el bombardeo las baterías carlistas, reforzadas por la llegada de 1×12 cañón y un mortero. A las 17:00 horas se interrumpió momentáneamente el fuego y Cabrera envió un parlamentario amenazando con “pasar a cuchillo a la guarnición y vecindario sin distinción de sexos” en el caso de que no se rindiesen en el plazo de un cuarto de hora. La oferta fue rechazada por los defensores, que colocaron sobre la muralla una bandera roja con una calavera, reanudándose inmediatamente el bombardeo que duraría hasta las 21:00 horas, llegándose a contar 562 balas, 30 granadas y 12 cohetes Congrave.

Plano de Alcañiz en 1846. Fuente Biblioteca Virtual de Defensa.

Al cesar el fuego, pudieron comprobar los defensores que se había abierto una brecha en los muros del convento y a las 22:30 horas lanzaron su esperado ataque por tres puntos. En el ataque al puente fueron rechazados por el capitán Manuel Salvador del RI provincial de Burgos; no corrieron mejor suerte en el sector del Carmen, pues, pese a dirigirse contra él con escalas, tuvieron que retirarse a consecuencia del intenso fuego de los defensores. El ataque principal fue dirigido contra el convento, en el que consiguieron entrar, con medio batallón conducido por un fraile que había vivido en él muchos años, y por el igualmente práctico el cabecilla Bosque; pero fueron rechazados por los defensores, dirigidos por el teniente del RI-4 de Burgos, Miguel Antón, que resultaría herido gravemente durante la acción; en la huerta y claustros quedaron muertos 4 carlistas.

Ante el fracaso de los tres ataques, y tras conocer la llegada a Teruel del ejército cristino mandado por el general Oráa, desistieron del ataque, y a las 03:00 horas de 5 de mayo, emprendió la retirada de la artillería carlista por Calanda hacia Valdealgorfa, retirándose a las 09:30 horas la infantería.

Por la tarde del 7 de mayo, entró en Alcañíz, procedentes de Teruel el general Oráa con 7 BIs y 5 ECs, alejando definitivamente el peligro de un nuevo intento carlista. En este sitio los defensores sufrieron la muerte del capitán Juan Mata López del RI de Burgos y 3 soldados, así como 11 heridos. Las bajas carlistas se desconocen, pero debieron ser elevadas. Los defensores fueron condecorados por la reina regente.

Final de las operaciones en Aragón

A finales de 1839, las tropas al mando de Cabrera disponían de siete núcleos fortificados en Aragón respaldados por un control estable del territorio y una estrategia defensiva. Frente a esto, Espartero, con las tropas desocupadas en el norte por la firma del Convenio de Vergara, oponía una línea de fortificaciones desde Alcañiz a Castel de Cabra, tras la que solo queda el fuerte carlista de Segura. Esta estrategia perseguía contener la actividad carlista al sur de la línea fortificada mientras a sus espaldas la incomunicación acababa con toda resistencia. A finales del invierno se inició la ofensiva de los ejércitos liberales que, desde el norte al mando de Espartero, tomaron Segura y poco después Castellote, y desde el sur, mandados por O’Donnell, ocuparon las fortalezas de Aliaga, Alcalá de la Selva y Cantavieja. Con Cabrera enfermo y estos núcleos fortificados rendidos, puede darse por terminada la resistencia carlista en Aragón, aunque todavía será la base del ejército liberal en sus operaciones contra Morella, cuya rendición se consiguió el 30 de mayo de 1840.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-08. Última modificacion 2025-12-08.
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