Guerras Carlistas Primera guerra Carlista. Expediciones carlistas Expedición de Gómez (25 de junio al 20 de diciembre de 1836)

Biografía de Miguel Gómez Damas

Miguel Sancho Gómez Damas (1785-1864) nació en Torredonjimeno (Jaén), el 5 de junio de 1785.. Comenzó a estudiar Derecho en Granada, pero abandonó los estudios tras el alzamiento español contra la ocupación francesa de mayo de 1808. El 9 de junio de 1808 ingresó como subteniente en el ejército y participó en la batalla de Bailén.

Tomó parte en otras acciones bélicas en el empleo de primer ayudante en el RIL de tiradores de Sigüenza hasta que el 21 de julio de 1812 fue capturado por los franceses en Castalla. Fue enviado prisionero a Autun (Francia), pero logró escaparse y volvió a incorporarse a las órdenes de Francisco Javier de Elío, general en jefe del Segundo Ejército. En septiembre de 1812 ya era capitán.

Se casó en Madrid con Vicenta de Parada en 1815. Poco después se retiró del servicio activo el 8 de mayo de 1816.

Una vez licenciado, el 3 de febrero de 1818, el matrimonio se estableció en Jaén, donde Miguel Gómez trabajó como administrador de bulas. Pero, tras el golpe del general liberal Rafael de Riego de 1820, Miguel Gómez, defensor acérrimo de las ideas absolutistas, comenzó a conspirar contra el gobierno liberal. Intenta sublevar al regimiento provincial de Jaén, pero no lo consiguió. Como consecuencia de este acto, tuvo que abandonar Jaén.

Después de la restauración absolutista, propiciada por la intervención militar de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823), Miguel Gómez regresó a Andalucía. En Cádiz logró frenar un levantamiento, servicio que le valió la Cruz Laureada de San Fernando y la comandancia de la plaza de Algeciras, cargo del que sería depuesto durante la regencia de María Cristina de Borbón por sus ideas absolutistas.

Cuando estalló la Primera Guerra Carlista (1833), Miguel Gómez Damas estaba en Madrid. Sin pasaporte, emprendería el camino a Navarra, donde se puso a las órdenes de su amigo el general Tomás de Zumalacárregui. Sirvió a las órdenes de Zumalacárregui, primero en su Estado Mayor; luego tuvo el mando del BI-II de Álava, y al terminar aquella campaña le fue confirmado su empleo, pasando a servir en el RI de Extremadura, donde tuvo por jefe a su antiguo compañero de armas en el Norte, el coronel Zumalacárregui.

Ascendido a coronel, Gómez Damas fue nombrado por Zumalacárregui jefe de su Estado Mayor.

En 1834 acompañó a don Carlos, le confirió en julio la faja de brigadier y en octubre fue nombrado comandante general de Vizcaya, que luego dejó para tomar el mando de la División de Guipúzcoa.

Fue ascendido a mariscal de campo por su intervención en la toma de Tolosa. Durante el mando del general Eguía recibió el de la Tercera División, en la que continuó hasta ser nombrado jefe de las fuerzas expedicionarias a Asturias y Galicia, en junio de 1836.

Por su heroica intervención en Orbaiceta (Navarra), le valió la promoción al título nobiliario de marqués de Orbaiceta que al final no obtuvo debido a la derrota que su bando sufrió tras el largo conflicto.

General carlista Miguel Sancho Gómez Damas, jefe de la expedición carlista de 1836. Autor Isidoro Magués.

Preparación de la expedición

Bruno Villarreal, comandante supremo del ejército carlista en el país vasco-navarro, organizó la expedición para Asturias y Galicia para fijar allí la guerra, llamar la atención de los cristinos por esa zona y aliviar la presión cristina en las Vascongadas y Navarra. Se tenían noticias, aunque no eran ciertas, de que allí existía una importante base para poder realizar un alzamiento carlista y que debería marchar a Galicia tanto si había logrado realizar el objetivo asturiano como si, habiendo fracasado en ello, se refugiase allí, intentando realizar de nuevo un alzamiento.

Junto a la expedición Real, fue la más famosa de las expediciones carlistas, pues no en vano recorrió la Península durante cerca de seis meses, llegando hasta Gibraltar. Su nombre oficial era Ejército Real de la Derecha.

Se componía de cuatro batallones y dos escuadrones castellanos, así como un pelotón de granaderos, con un total de 2.700 infantes: (BIs I, IV, V y VI de Castilla), un pelotón de granaderos de la Guardia Real pasado a los carlistas, 180 jinetes (ECs 2 y 3 provisionales), con 3 piezas de artillería de montaña cargada en mulas. Se trataba de las tropas más instruidas del ejército (los batallones castellanos estaban en su casi totalidad compuestos por desertores de las fuerzas cristinas) y también aquellas que era más difícil que tratasen de desertar para volver al Norte, pues sus hogares se encontraban fuera de la zona controlada por los carlistas.

El mariscal de campo Miguel Gómez tenía como subalternos a José de Pimentel y Lemo de Montenegro, marqués de Bóveda de Limia, como segundo jefe; la jefatura de caballería recayó en Santiago Villalobos hasta su muerte en Córdoba a causa de un balazo en la frente y fue sustituido por Manuel Armijo; la jefatura de infantería recayó en el brigadier José María Arroyo; respecto al jefe de Estado Mayor, fue nombrado el coronel Pedro del Castillo; contaba con la presencia portuguesa a cargo del mariscal de campo Raimundo José Piñeiro.

Expedición a Asturias y Galicia

La expedición partió de Amurrio (Álava) el 25 de junio de 1836 con su ejército en dirección a Reinosa (Cantabria). Por la cornisa norte hasta Oviedo.

La expedición comenzó con los mejores auspicios, pues el 27 de junio derrotó en Baranda (Burgos) al general Tello, que trató de impedirle la salida, haciendo cerca de 700 prisioneros. El 5 de julio penetró en Oviedo, donde se le unieron 320 voluntarios con los que se empezó a formar el BI-I de Asturias, y el día 8 derrotó a su guarnición en las inmediaciones de la ciudad, haciendo más de 500 prisioneros. Cuatrocientos de los prisioneros hechos en Baranda, y algunos de los derrotados cerca de Oviedo, pidieron aquí unirse a la expedición, repartiéndose sus fuerzas entre los diversos batallones en base a sus efectivos. Sin embargo, Gómez no tardó en abandonar la ciudad ante la aproximación de la Tercera División del Ejército del Norte, que le perseguía al mando del general Espartero con fuerzas muy superiores.

El 18 de julio la expedición hizo su entrada en Santiago de Compostela, que hubo de abandonar en la madrugada del día 20 en medio del mayor silencio para evitar ser copado por las diversas columnas cristinas que con un total de cerca de 15.000 hombres se dirigían contra él. El silencio en que se efectuó la salida hizo que quedaran en sus casas muchos de los voluntarios que se habían presentado e incluso algunos soldados de la expedición que al día siguiente fueron hechos prisioneros en sus alojamientos.

Gómez hubiera querido dejar en Galicia a su segundo, el marqués de Bóveda de Limia, de gran arraigo en el país. Pero este pidió para quedarse un batallón de infantería y 40 jinetes, a lo que Gómez se negó, por lo que, aunque equipó y reorganizó a las partidas gallegas, que se aumentaron con los voluntarios que no podían seguir la marcha de la expedición, no se consiguió una unidad de mando que hubiera resultado muy beneficiosa. Ante la imposibilidad de mantenerse en Galicia, Gómez se dirigió a León, dejando en Villablino para hacer la guerra en su tierra al BI-I de Asturias, que a las pocas horas de separarse de la expedición fue sorprendido y dispersado.

Expedición al Maestrazgo

El 1 de agosto la expedición hizo su entrada en León, donde se les unieron 170 voluntarios, incluyendo el cuadro del regimiento provincial. En León organizó un nuevo escuadrón de caballería (EC-5 de Castilla), y al igual que en las ciudades ocupadas anteriormente, se hizo acopio de armas, víveres y cuantos elementos se consideraron necesarios, hasta el punto de que cuando salió la expedición llevaba un convoy de cerca de cien carros.

Desde allí trató de regresar a Asturias, y se dirigió hacia el puerto de Tarna con el propósito de derrotar a Espartero al amparo de sus formidables posiciones. Pero sus tropas fueron sorprendidas cuando se hallaban limpiando los fusiles, y a duras penas pudo retirarse por escalones, quedando la expedición dividida en tres columnas, y anunciando la prensa liberal su completa derrota y dispersión. Pero esto era no conocer el tipo de guerra que acostumbraban a realizar los carlistas, que pocos días después habían reconcentrado sus fuerzas.

No lo consiguió, y el 18 de agosto se celebró una junta de oficiales en Prádanos de Ojeda (Palencia) en que, vista la imposibilidad de establecer la guerra en Asturias y Galicia, se decidió adentrarse en el interior de España, aprovechando la coyuntura creada por la revuelta de los sargentos de la Granja, que habían obligado a María Cristina a jurar la constitución de 1812.

El 20 de agosto, entró en Palencia, donde se formó una junta de agravios presidida por el coronel Fulgosio a fin de fijar las exenciones a la recluta de mozos que se decidió efectuar hasta reunirse con el ejército carlista de Aragón. La idea era evidentemente acertada, pues podía suponer una ayuda a la organización de las numerosas partidas carlistas que ya existían en la zona, y potenciar las mismas era tal vez el mejor método de poner en apuros al gobierno de Madrid. Su paso por Castilla no pudo menos que atraer la atención del gobierno, que destacó numerosas columnas en su contra.

Desde Palencia continuó su marcha por Peñafiel (Valladolid), Turégano (Segovia), Riaza (Segovia).

El 30 de agosto, en Matillas (Guadalajara), preparó una trampa a una columna de la Guardia Real, que había tomado parte en los sucesos de La Granja, encabezada por el brigadier Narciso López, cayendo en su poder con más de 1.500 hombres. La noticia hizo cundir el pánico en la corte, donde el 31 de agosto se publicó un suplemento a la Gaceta de Madrid, desmintiendo el suceso. Además, se tomaron diversas medidas militares, entre las que destaca la decisión de que el general Rodil, ministro de la guerra, marchara en persecución de Gómez.

La necesidad de deshacerse de los prisioneros hizo que Gómez optara por dirigirse hacia el Maestrazgo con el propósito de depositarlos en el territorio controlado por Cabrera. Fue guiado a Brihuega (Guadalajara) por la partida alcarreña carlista de los Cazaporras, donde pernoctó. Pasó a Cifuentes y, tras clavar los cañones capturados, atravesó el río Tajo abandonando la Alcarria y escapándose hasta Utiel, donde llegó el 7 de septiembre. Allí se entrevistó con Cabrera el 11 de septiembre. Aunque a Cabrera le hubiera gustado contar con las tropas de Gómez para operar en Valencia y Murcia, acabó aceptando el parecer de este de marchar sobre Madrid, uniéndose a la expedición con unos 2.500 infantes y 550 jinetes.

El 12 de septiembre en Utiel se le unieron el brigadier Quílez, jefe de la Segunda División de Aragón, con 3 BIs y 4 ECs; José Millares Mart (alias Serrador, por su antigua profesión), comandante general de Valencia, con 2 BIs y 2 ECs, y el comandante general Ramón Cabrera. El BI-VII de Castilla se formó con voluntarios de esta región.

Allí se decidió que estas fuerzas se unirían a las expedicionarias, con el propósito de operar sobre las inmediaciones de Madrid, no descartándose un golpe de mano sobre la capital si la ocasión se presentaba. El 13 tuvo lugar un reconocimiento sobre Requena, a la que se intimó la rendición sin ningún resultado, hecho que los cristinos no dejaron de señalar como una marcada victoria.

Expedición de Gómez en 1836 durante la Primera Guerra Carlista. Itinerario seguido.

Expedición a Andalucia

Vueltos a Utiel, el 15 de septiembre la expedición emprendió la marcha sobre Albacete, donde hizo su entrada al día siguiente. En las cercanías de Casas Ibáñez, los carlistas encontraron los cadáveres quemados y semienterrados de varios voluntarios que llevaban en sus botones el lema de Carlos V. Al llegar a la población, supieron que eran dispersos de la expedición de Batanero, asesinados por los urbanos junto con varios presos locales cuando recibieron la orden de trasladarlos. Pese a que se tomaron cuantas medidas se pudo para evitarlo, algunos soldados incendiaron el pueblo, y según Madoz, más de 80 casas fueron consumidas por las llamas.

Vueltos a Utiel, el 15 de septiembre la expedición emprendió la marcha sobre Albacete, donde hizo su entrada al día siguiente. En las cercanías de Casas Ibáñez, los carlistas encontraron los cadáveres quemados y semienterrados de varios voluntarios que llevaban en sus botones el lema de Carlos V, y al llegar a la población supieron que eran dispersos de la expedición de Batanero, asesinados por los urbanos junto con varios presos locales cuando recibieron la orden de trasladarlos. Pese a que se tomaron cuantas medidas se pudo para evitarlo, algunos soldados incendiaron el pueblo, y según Madoz, más de 80 casas fueron consumidas por las llamas.

Batalla de Villarobledo (Albacete) el 20 de septiembre de 1836. Durante la Expedición de Gómez.

Desconcertados, los carlistas se retiraron como pudieron. En palabras del propio Gómez «esta desgracia nos obligó a cambiar de rumbo y a no pensar por entonces en Madrid». Los carlistas tuvieron en el combate 200 muertos, 1.274 prisioneros (entre ellos 55 jefes y oficiales) y una bandera. Las bajas de León se cifran en 17 hombres y 27 caballos, a los que hay que sumar 48 infantes fuera de combate. El RH de la Princesa recibió la Cruz Laureada de San Fernando, que también fue concedida a su coronel Diego de León junto con el ascenso a brigadier.

La prensa cristina anunció la gran victoria y la completa dispersión de los vencidos, que, para sorpresa de todos, entraron al asalto en Córdoba el 30 de septiembre, al ser una de sus puertas franqueada por sus mismos habitantes; haciendo prisioneros a sus cerca de 3.000 defensores, en su mayor parte miembros de la Milicia Nacional de la provincia que se habían concentrado para defenderla.

La toma de Córdoba dio ocasión a que poblaciones como Baena, Cabra, Lucena, Montilla y Castro del Río se sublevaran a favor de don Carlos. Tras iniciar la organización de un par de batallones cordobeses y dejar al marqués de Bóveda a cargo de la ciudad, Gómez se trasladó a Baena para protegerla de una columna que avanzaba desde Málaga, a la que derrotó el 5 de octubre, haciendo prisioneros a la mayor parte.

Poco después tuvo noticia de que Alaix había entrado en Alcalá la Real (Jaén), por lo que se dirigió a Priego (Córdoba) con la intención de presentar combate. Las tropas permanecieron frente a frente durante tres días, sin que ninguno de los bandos se decidiera a iniciar la batalla. Sin duda, esta fue la mejor ocasión que tuvo la expedición de establecer la guerra en un nuevo punto de la Península, pues en aquellos momentos el ministro de la Guerra, que había abandonado Madrid para perseguirle, se encontraba a más de 200 kilómetros, y las fuerzas que había en la región estaban compuestas en su mayor parte por nacionales movilizados, cuya moral estaba por los suelos.

Aunque sus efectivos eran superiores, Gómez no se decidió a empezar la batalla debido al menor grado de instrucción de sus tropas, entre las que había numerosos voluntarios que acababan de incorporarse, y emprendió el regreso a Córdoba, ciudad que abandonó el 14 de octubre. Ya fuera por la gran cantidad de tropas que marchaban contra él, ya fuera porque había recibido noticias de que una nueva división carlista se había internado en el territorio cristino y se propuso tratar de ayudarla.

El 22 de octubre, tras varias marchas y contramarchas, las tropas de Gómez entraban en Santa Eufemia, desde donde oficiaron a Almadén pidiendo raciones. La respuesta redactada por el gobernador militar de la plaza, el brigadier Manuel de la Puente y Aranguren, es de las que merece la pena reproducir: «En Almadén no se dan raciones si no se conquistan con plomo». Tal fue la decisión adoptada por los carlistas, que al día siguiente (23 de octubre) atacaron las minas de Almadén, defendidas por cerca de 2.000 hombres al mando del brigadier Puente y Aranguren, que había sido ministro de la Guerra al final del Trienio, y que tomó tras un duro combate en cuyo transcurso se pasó a sus filas el capitán Salvador Criado con su compañía del provincial de Córdoba.

Al día siguiente (24 de octubre), Gómez atacó el pueblo en cuyo socorro acudía el brigadier Flinter con 1.300 infantes y 120 caballos. Pese a ello, y a estar rodeado por varias columnas cristinas, los carlistas dieron un asalto que concluyó capturando la población y haciendo cerca de 1.800 prisioneros, quemando la mitad del pueblo después de haberlo saqueado y llevarse las caballerías. La pérdida de Almadén costó el puesto al general Rodil, cuya ineficacia a la hora de perseguir a Gómez había quedado repetidas veces en evidencia.

Las repercusiones fueron sonadas, viéndose en la prensa y en las cortes fuertes ataques contra el general Rodil, del que se afirmó “no podía responder a la nación sino con su cabeza”, y que fue destituido poco más tarde.

Expedición carlista de Gómez. Los carlistas atacando y tomando Almadén el 23 de octubre de 1836. Autor A. Martí, libro de Dámaso Calbo y Rochina de Castro.

Se dirigió hacia el Norte, y en Pozoblanco puso en libertad, previo juramento de no volver a tomar las armas contra don Carlos, a los nacionales que tenía prisioneros, así como a la mayor parte de los oficiales retirados y empleados capturados dentro de las fuertes de Córdoba.

Expedición a Extremadura

Gómez penetró en Extremadura procedente de Andalucía, pasando por Siruela, Talarrubias, Navalvillar de Pela, llegando a Guadalupe el 27 de octubre, donde dispersaron sin necesidad de combatir a los milicianos movilizados de Extremadura, haciendo 267 prisioneros, muchos de los cuales se pasaron al bando carlista. Pasó por Cañamero y Logrosán el 28 de octubre; al día siguiente descansó en Zorita y el día 30 en Trujillo. Allí celebró una junta de jefes en la que determinó que Cabrera, cuando llegase la ocasión propicia, se encaminase con sus fuerzas a Cantavieja (Teruel). Liberó a los prisioneros cogidos en Almadén, tras hacerles jurar no volver en armas contra el pretendiente carlista, a pesar de que los cristinos fusilaban sin piedad a los rezagados carlistas.

Al día siguiente (31 de octubre), Gómez efectuó la entrada en Cáceres, lugar donde Cabrera abandonó la expedición al frente de un pequeño contingente de caballería con el que se dirigió a marchas forzadas hacia el Maestrazgo. Había tenido noticia de que Cantavieja se hallaba sitiada por el general Evaristo San Miguel; se dirigió al Maestrazgo atravesando La Mancha, mientras que Gómez, vadeando el Guadiana, avanzaría en dirección a Villanueva de la Serena (Badajoz).

El 2 de noviembre Gómez escribió a don Carlos comunicándole su decisión de tratar de establecer la guerra en Andalucía y haciéndole ver que, dado el gran número de fuerzas que le perseguían, podía ser un buen momento para que se enviase otra expedición sobre Madrid.

El 7 de noviembre de 1836, entró por tercera vez en Andalucía, por Guadalcanal, que desde hacía tres años, en 1833, se había separado de Extremadura y pertenecía a la provincia de Sevilla y, por tanto, a Andalucía.

El gobierno, en un intento de cortar el apoyo a las partidas realistas, presionaba sobre las autoridades y los habitantes de los pueblos mediante multas para aquellas corporaciones que no se enfrentaran a los grupos carlistas, a los que les permitieran pasar la noche o simplemente a los que no informaban de paso de tropas. Pero, a su vez, existía la obligación por parte de los municipios de alimentar y dar alojamiento a los soldados del ejército liberal que simplemente pasaban o descansaban en praderas o campos.

Ambos ejércitos, especialmente los que acampaban, necesitaban manutención para poder sostener el ritmo de la guerra y exigían a los vecinos y a los ayuntamientos todo tipo de suministros: raciones de pan y carne, mantas para protegerse, cebada para los caballos, etc., bajo la amenaza de medidas de fuerza. Guadalcanal, según el censo, tenía en esa época 1.300 hogares donde vivían 5.446 vecinos. Por fortuna, la columna de Gómez solo permaneció descansando en esta villa un solo día, el día 8 de noviembre.

Fue en Guadalcanal donde informan a Gómez que los cristinos, desorientados sobre su paradero, se habían retrasado deteniéndose hasta saber qué dirección tomaría, que podría ser tanto sobre Sevilla como sobre Córdoba. Es por lo que el 9 de noviembre partió por Alanís (Sevilla) hacia Constantina (Sevilla), Palma del Río (Córdoba), y al no poderse dirigir hacia Córdoba o Sevilla, como era su intención, tomó camino a Écija (Sevilla) y posteriormente hacia la Serranía de Ronda.

Regreso

Trató de establecerse en la Serranía de Ronda, pero pronto vio que era imposible, y decidió iniciar el regreso al Norte, para lo que marchó sobre Algeciras con el fin de despistar a sus enemigos. El brigadier Ordoñez, a cargo del campo de Gibraltar, optó por refugiarse al amparo de las tropas inglesas de Gibraltar, cuyo gobernador tomó las disposiciones oportunas para la defensa.

Acosado por más de 25.000 hombres, Gómez optó por abrirse paso a través de las tropas de Narváez. El 25 de noviembre en Los Arcos, junto al río Majaceite (Cádiz), elementos de cazadores y lanceros de la Guardia Real, con el RC-2 la Reina y el RC-3 Príncipe, junto con milicianos, carabineros y algunos húsares, trabaron combate con la caballería carlista que cubría la retirada carlista. Los carlistas fueron derrotados y dejaron sobre el campo 150 muertos y 200 prisioneros. Los cristinos tuvieron 45 bajas, 7 de ellas del EC de la Reina, incluido su capitán, 5 lanceros y 2 cazadores. Una inopinada sorpresa de la columna de Alaix sobre la expedición, que pudo haber tenido mayores consecuencias si no hubiera sido por sus disensiones con Narváez, no ocasionó grandes pérdidas materiales, pero dejó en evidencia la necesidad de retirarse al Norte.

De regreso hacia el norte por Bailén, llegaron a Alcaudete (Jaén) el 30 de noviembre. Esta vez la vanguardia cristina, formada por el RH-1 Princesa, RCL-2 (Pavía) y RC-1 Rey, realizó un ataque nocturno contra los carlistas, que se desbandaron perdiendo 500 hombres. Después de la derrota, Gómez escribió: «Aquella noche me convencí de que para salvarnos no había otro remedio que volver a esas provincias (Vascongadas)».

Los carlistas continuaron la marcha y llegaron a Huete (Cuenca) el 7 de diciembre, descansando un medio día para herrar los caballos y llegando el 8 a Buendía. Desde allí y siguiendo el camino, fueron el 9 de diciembre a Sacedón (Guadalajara), atraviesan el Tajo y pasan a toda marcha por Tendilla para pernoctar en Horche (Guadalajara). El general Isidro Alaix les perseguía a horas escasas por el mismo camino. Gómez pasó el 10 de noviembre a media legua de Guadalajara en medio de una densa niebla, entablando una escaramuza con tropas salidas de la guarnición; siguió por Torija (Guadalajara), Hita (Guadalajara) y Cogolludo (Guadalajara) hacia Osma (Burgos), Burgos, llegando a Orduña (Vizcaya) el 20 de diciembre de 1836, con casi 5.000 hombres.

La expedición fue seguida con interés por la opinión internacional, que tuvo así ocasión de comprobar la impunidad con que podían moverse los partidarios de don Carlos en el territorio controlado por sus enemigos. La impotencia causó indignación entre los propios cristinos.

Asombrosamente, Gómez fue depuesto, juzgado y encarcelado por sus superiores por no cumplir las órdenes que le habían sido dadas. Tras la rendición de Rafael Maroto (1839), Miguel Gómez decidió exiliarse, junto con su esposa, en Francia. Volvió a España durante la Segunda Guerra Carlista (1846-49), siendo comandante general de Andalucía.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-28. Última modificacion 2025-11-28.
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