Guerras Carlistas Primera guerra Carlista. Expediciones carlistas Expedición Real (14 de mayo al 15 de octubre de 1837)

Antecedentes

En las fuerzas on Carlos la opinión se encontraba muy divida entre los militares que eran partidarios de tratar de extender la guerra a otros puntos de la Península mediante el envío de tropas que pudieran alentar la sublevación y posterior consolidación de los carlistas locales, y los que consideraban mejor irse extendiendo en forma de mancha de aceite a partir de las bases que se ocupaban en el Norte. No se trata esta de una división entre generales pertenecientes a las diversas tendencias del carlismo sino de posturas particulares, pues entre los jefes expedicionarios se encontraban tanto a miembros del sector moderado del realismo (Gómez, Zaratiegui, Negri) como a algunos de los generales fusilados en Estella (Sanz y Guergué).

Tal vez la oposición más frontal a las expediciones, hasta el punto de que es muy probable que fuera la auténtica causa de su dimisión, fue la del general Eguía, que terminaba con un alegato en contra de las mismas la Memoria que de su mando elevó a don Carlos. En su opinión, las tropas disponibles eran apenas suficientes para conseguir alcanzar sus objetivos en las provincias, pues Guipúzcoa requería un ejército para apoderarse de San Sebastián, Vizcaya otro para Bilbao, Álava uno para Vitoria y Navarra las fuerzas necesarias para controlar La Ribera y los valles fronterizos.

A comienzos del año 1837, la penuria económica en el territorio vasco-navarro ocupado por los carlistas era muy preocupante debido a que en 1836 el mando enemigo había establecido una línea de bloqueo que impedía el comercio vasco-navarro con el territorio cristino de mercancías que habitualmente importaban y revendían a la población que vivía al sur del Ebro. Por otro lado, los banqueros europeos habían cortado las líneas de crédito que hasta entonces les habían concedido.

En abril de 1837, las juntas y diputaciones de las provincias habían manifestado a don Carlos la imposibilidad de continuar suministrando. La Diputación de Navarra fijó en una exposición el término de quince días como únicos en que se obligaba a responder del alimento de las tropas y de los demás subsidios que gravitaban sobre el país, ampliando sus razones a demostrar la situación en que estas se hallaban y la necesidad de extender la guerra a otras provincias si la causa realista había de continuar defendiéndose.

El ejército carlista había obtenido poco antes importantes victorias al rechazar los intentos realizados por las fuerzas cristinas de penetrar en su territorio desde Pamplona, San Sebastián y Bilbao, por lo que la moral de los soldados carlistas era muy alta. Dadas todas estas circunstancias, el mando preparó una nueva expedición que resultó ser la más importante que se llegó a realizar y es conocida como Expedición Real debido a que en ella participó el Pretendiente.

La estrategia consistía en marchar por Aragón a Cataluña, reforzar el ejército con las tropas carlistas allí existentes, cruzar el río Ebro y reunirse con la tropa de Cabrera en el Maestrazgo, tras lo cual el ejército tendría fuerza suficiente para enfrentarse a cualquiera de los ejércitos cristinos, teniendo asegurado el camino para apoderarse de Madrid y sentar en el trono al Pretendiente.

Composición del ejército exdicionario

La infantería se componía de 10.780 infantes encuadrados al principio en 3 divisiones:

  • DI-1 mandada por Pablo Sanz y Baeza con 4 BIs: IX, X, XII y de Guías de Navarra.
  • DI-2 mandada por Prudencio Soplena con 6 BIs: III, IV, V y de Guías de Álava; y I y II de Aragón.
  • DI-3 mandada por Ignacio Alonso Cuevillas con 6 BIs: BG del Rey, 4 BIs de Castilla (I Castilla, II Reina, III Infante y IV Princesa), y el BI Argelino de desertores de la División Auxiliar Francesa.

Con el tiempo se modificaría algo esta organización, quedando la DI-2 formada solo por alaveses; la DI-3 agrupó a los granaderos, aragoneses y argelinos, y se creó la DI-4 solo con los castellanos.

La división de caballería estaba mandada por Manuel Antonio de Acuña y Dewitte, 9º conde del Prado; se componía de 1.200 caballos en dos brigadas. La BRC-I al mando del brigadier Luis López Delpán y la BRC-II al mando del brigadier Pascual Real y Reina; en total tenían 12 escuadrones: 1 EC del RC-1 de lanceros de Navarra, 3 ECs del RC-2 de lanceros, 2 ECs del RC de Aragón, EC guardia de Honor, 2 ECs de Ordenanza, EC de escolta del Estandarte, EC del Infante y EC de González Moreno.

La artillería contaba de 40 a 50 piezas de artillería, que tuvieron que ser dejadas atrás, aunque sí llevaron 80 artilleros con algunos tiros para hacer uso de la artillería capturada.

La expedición partió sin acémilas de intendencia, sin armeros, ni fraguas de campaña, ni pontones, con escasez de municiones, sin calzado de repuesto y con solo 2.000 reales.

El mando lo recibió el infante don Sebastián y el TG González Moreno fue nombrado jefe del Estado Mayor. Adscritos a la persona del Infante iban los TGs Villarreal y Conde de Madeira, el mariscal de campo Zabala y el brigadier Príncipe de Lichinowski como ayudante de campo.

En el Estado Mayor de Moreno iba el brigadier Juan Albelda; 11 coroneles: Elías Girón, José Solecio Castelar, Fernando de Medina-Verdes y Cabanas, Gil de la Torre, Craiwinckel, José Gordillo, José Mozo de Rosales, el barón Guillermo von Rahden, Reina, José Sanz Ruiz, Pedro Orúe, Leandro Silva y Eguía; 9 Tcols y 9 capitanes.

Agregados a la expedición iban el TG Merino y el mariscal de campo portugués Pinheiro.

Marcha desde Navarra a Cataluña

El movimiento de la tropa se inició el 15 de mayo de 1837 en Estella. Suponiendo que al mando cristino no le pasarían desapercibidos los preparativos de la expedición, los carlistas acantonaron entre Sesma y Los Arcos, muy cerca del Ebro; las tropas navarras que habían de quedar en el país estaban al mando del general Uranga. Efectivamente, el general Miguel María Iribarren, jefe de las tropas cristinas destacadas en el Sur y Este de Navarra, al tener noticia de ello, pensó que los carlistas podrían tratar de iniciar la expedición cruzando el Ebro entre Logroño y Lodosa, ya que los vados situados más río abajo no eran practicables en aquella época del año. Por ello reforzó la vigilancia de ese tramo con la división de Buerens.

Los expedicionarios abandonaron su territorio cruzando el río Arga a la altura de Echauri. Ocultos en la boscosa orilla derecha del río, habían construido balsas, empleando para ello barcas de pescadores, toneles y tablones. En la noche del 15 al 16 de mayo bajaron las balsas al río y, uniéndolas con maromas, consiguieron construir un puente flotante que llegaba hasta la orilla opuesta.

Por él pasó a la orilla izquierda el ejército expedicionario durante los días 16 y 17 de mayo, poniéndose ya entonces de manifiesto la carencia de organización que había de caracterizar a la expedición. No se habían provisto de barcazas suficientemente robustas para soportar el peso de la artillería, por lo que esta tuvo que quedarse en la orilla derecha, partiendo la tropa sin ella en dirección a Aragón.

El 18 de mayo, tras desfilar a la vista de Pamplona, pernoctaron en Monreal. Al día siguiente doblaron hacia el sureste, llegando al río Aragón en Gallipienzo. La guarnición cristina de la cercana localidad de Cáseda había destruido dos arcos del puente, pero fue reparado por los carlistas, aunque «…remediamos el mal imperfectamente poniendo en su lugar unos tablones. Los caballos tenían que pasar uno a uno por este puente vacilante y la tropa tardó toda la noche en pasarlo. Hubo muchos desórdenes durante el paso y recuerdo que al cura Merino le robaron un par de botas nuevas».

El 19 de mayo por la mañana se marchó a Izco y después a Laeche, donde se comió, siguiendo luego por Isaba y Gallipienzo hasta cruzar el río Aragón. Y como el puente sobre este río tenía dos de los arcos volados, para poder pasarlo se tuvo que reparar poniendo unos tablones. Como es natural, la caballería tuvo que pasar desfilando de uno en uno sobre el vacilante puente, y la infantería tardó toda la noche en franquearlo. Acamparon las fuerzas aquella noche en Cáseda (Navarra), donde había una guarnición de 70 hombres, que se rindió a la presentación de los carlistas.

El 20 de mayo de 1837, don Carlos dio una alocución donde señalaba que su propósito era poner fin a la guerra. Dicha expedición era producto de las negociaciones a través de la corte de Nápoles habidas con la reina María Cristina después de la Revolución de la Granja, y el acuerdo al que se pretendía llegar incluía que María Cristina abandonaría España reconociendo a su cuñado como rey, conservando el estatus fijado para la viuda de un monarca y casando al hijo mayor de este con Isabel II, con lo que la cuestión dinástica quedaba arreglada. Para ello era necesario que fuerzas carlistas se presentaran en las proximidades de Madrid, momento en que María Cristina y su hija se unirían a sus filas para poner fin a la contienda. No terminadas aún las negociaciones en el momento en que la expedición abandonó las provincias vascas, los movimientos militares pudieron en ocasiones deberse a causas políticas que casi nadie conocía, y podían ser absurdos para casi todos los que acompañaban a don Carlos.

El 20 prosiguió la marcha; por la parte de Sangüesa hubo un pequeño tiroteo sin importancia, que no entorpeció en nada el orden del movimiento realizado por los carlistas; después de haber comido en despoblado, franquearon el límite que separa Navarra de Aragón, entraron los expedicionarios en la región aragonesa. Al atardecer, los expedicionarios llegaron a Castiliscar (Zaragoza), con las dificultades propias de pobreza del país.

Muy de mañana siguió, el 21 de mayo, por Biota (Zaragoza), donde se comió, y por la noche pernoctaron en Farasdúes (Zaragoza).

La marcha del 22 se hizo con cierta facilidad, llegar a Luna (Zaragoza), donde los carlistas fueron recibidos con extraordinaria alegría por el vecindario, y la mayor abundancia permitió que la tropa estuviera mejor alimentada. Se pasó todo el día en la localidad, siendo el Rey aclamado por los habitantes de la población. Carlos V aprovechó el descanso para visitar el histórico castillo.

Emprendió la marcha el 23 por la mañana, acampando a mediodía a orillas del río Gállego, mientras los ingenieros a las órdenes del coronel Gordillo construyeron con carretones una especie de puente para la infantería. El Rey, acompañado de su personal, lo franqueó en una barca por Marracos (Zaragoza). La caballería vadeó el río. Y se siguió la marcha hasta Lupiñén (Huesca), donde las tropas vivaquearon.

Emprendió la marcha el 23 por la mañana, acampando a mediodía a orillas del río Gállego, mientras los ingenieros a las órdenes del coronel Gordillo construyeron con carretones una especie de puente para la infantería. El Rey, acompañado de su personal, lo franqueó en una barca por Marracos (Zaragoza). La caballería vadeó el río. Y se siguió la marcha hasta Lupiñén (Huesca), donde las tropas vivaquearon. En este pueblo esperaba el coche que había mandado para el Rey el obispo de Huesca; pero Carlos V no lo aceptó, prefiriendo seguir la marcha a caballo. Tanto en Alerre como en Chimillas, el Rey fue aclamado por el vecindario, que además agasajó a las tropas expedicionarias. Antes de entrar en la ciudad, el Ayuntamiento en corporación salió a recibir al Monarca.

Durante el trayecto de Navarra hasta allí se pusieron ya de manifiesto otras dos carencias del ejército expedicionario: ni eran recibidos con alegría por las poblaciones por las que transitaban; incluso los habitantes masculinos en edad de servir como soldados habían desaparecido, ocultándose en los montes, para evitar ser incorporados a la fuerza al ejército carlista; ni la alimentación que recibía la tropa era suficiente, comenzando los soldados a estar obligados a mendigar. Este mendigar en las jornadas siguientes terminaría por convertirse en robo, pillaje y saqueo. «El Alto Aragón nos era hostil…el país era demasiado pobre y miserable para que pudiera sentir ningún entusiasmo…tuvimos que continuar sufriendo la falta de víveres y de forrajes».

Batalla de Huesca (24 de mayo de 1837)

En la mañana del 24 de mayo, la vanguardia de la expedición carlista llegó a Huesca, ocupando la ciudad y el cerro de la ermita de San Jorge, y dejando cuatro batallones desplegados entre ambos. Los batallones del grueso entraron a mediodía en la ciudad, pero apenas habían ocupado los soldados sus aposentos cuando comenzaron a redoblar con furia los tambores. Lanzándose a la calle los carlistas, creyendo que se anunciaba el reparto de la comida, enseguida oyeron muy cerca el tronar de la artillería de los perseguidores cristinos.

El general Iribarren, virrey de Navarra, había mantenido guarnecidas las orillas del Arga desde Puente la Reina hasta el Ebro y, al ver que los carlistas lo habían cruzado más al norte, se puso inmediatamente en marcha tras ellos. Su fuerza era inferior en 4 batallones a la expedicionaria, pero estaba dotado de mejor caballería y, en especial, disponía de un tren de artillería entre 12 o 15 piezas.

El ejército cristino se encontraba cerca, en Almudévar. El coronel Mendívil se acercó con 20 jinetes a Huesca y vio que los carlistas se encontraban desprevenidos, con sus armas dispuestas en pabellones. Iribarren decidió entonces avanzar, dispuso un plan de ataque en tres columnas:

  • Columna derecha al mando de Joseph Conrad, jefe de la División Auxiliar Francesa, con dos BIs y 2 ECs, 6 piezas de su división y el BIL-1/6 español, 2 ECs de lanceros polacos.
  • Columna centro al mando del brigadier Antonio Van Halen, con 7 BIs: 2 BGs del RG-2 la Guardia Real, RI de Córdoba (2), RI Almansa (1), BI-II del RI África y BI provincial de Ávila, 1 EC de cazadores de la Guardia y 1 EC del RC-5 Borbón y cuatro piezas de artillería de montaña.
  • Columna izquierda al mando del propio Iribarren con 3 BIs (2 del RI de Córdoba y 1 del RI Almansa), 1 EC de la Rivera, 4 piezas de artillería.
  • BRC de Diego de León con 7 ECs: 2 EC de granaderos, 2 ECCs y 1 EC de cazadores de la Guardia Real; 2 ECs del RC-5 Borbón.
Brigadier Diego de León, primera lanza de España. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

El general cristino situó a sus tropas a tiro de cañón de la ciudad y comenzó el bombardeo de las posiciones carlistas sobre las dos de la tarde. Primero, las guerrillas de ambos ejércitos se tirotearon en la llanura frente a Huesca de la tarde.​ Luego comenzó el avance de las tres columnas cristinas, con seis batallones de frente, acometiendo a dos batallones navarros y un escuadrón apostados a las afueras de la ciudad que guarnecían el camino de Navarra.

La resistencia de los carlistas permitió dar la alarma general y que el resto de la caballería e infantería carlista formase y saliese de la ciudad para unirse a la lucha. Diego de León, impaciente o envalentonado por el escaso número de carlistas que se encontraban desplegados, cargó al frente de un escuadrón de coraceros contra los tiradores avanzados carlistas, a los que arrolló, pero la línea tuvo tiempo de formar en cuadro, al tiempo que los lanceros de Navarra contraatacaron.

Batalla de Huesca (24 de mayo de 1837). Jinetes carlistas se enfrentan a coraceros cristinos frente a la ermita de San Jorge. Autor Vallejo Cibera.

El escuadrón fue rechazado, pero volvió a la carga apoyado por 2 escuadrones del Alcántara y 2 ECs de lanceros polacos. La carga fue en parte frenada por el terreno fangoso; las huertas en las que se desarrollaba el combate habían sido regadas el día anterior y se encontraban anegadas, lo que dificultó el avance de la caballería y los caballos se hundieron hasta “los pechos”, y en parte por los carlistas. El propio Diego de León cayó abatido por un disparo y un lanzazo. El escuadrón de Álava abordó a los coraceros batiéndolos, según un oficial francés al servicio de don Carlos «en menos de dos minutos, nuestros lanceros echaron pie a tierra, cogieron las corazas, los sables y los cascos del enemigo y volvieron al campo de batalla no ya equipados como lanceros, sino como coraceros».

Mientras, el grueso carlista había tenido tiempo de desplegar y avanzaba en toda la línea. El propio Iribarren, al frente de un escuadrón, se lanzó contra dos batallones y un escuadrón carlistas que amenazaban a una de las columnas, pero fue derrotado.

Batalla de Huesca (24 de mayo de 1837). Infantería carlista repele a la caballería cristina.

Por su parte, Iribarren, viendo la muerte de su compañero, ordenó el ataque general, pues “solo pensó en vengar la pérdida”. Él mismo se puso al frente de otro escuadrón de caballería, dirigiendo otra carga. Esto privó al ejército cristino del mando y control, es decir, de la coordinación adecuada y de recibir órdenes precisas en el caos de la batalla.

En una de las repetidas cargas, Iribarren recibió una lanzada en los riñones y quedó gravemente herido. Mandó un emisario a Conrad, que en ese momento se encontraba en un combate a la bayoneta, para que se hiciese cargo del mando y le ordenó la retirada hacia Almudévar, donde Iribarren falleció al día siguiente. Conrad quedó al mando de un ejército cristino descabezado, desmoralizado y con numerosas bajas.

La caballería carlista mandada por el propio general Villareal y por el príncipe Lichnowsky amenazó con arrollar el ejército cristino, ante lo que el BI del RI África y el RI-2 de la Guardia formaron en cuadro, resistiendo la embestida de la caballería carlista. Esto permitió la reorganización y retirada del resto de las unidades cristinas y les ganó sendas corbatas de la Orden Militar de San Fernando para sus banderas.

A las mismas calles de la ciudad llegó el combate, y en ellas perecieron algunos bravos, que pretendían llegar al alojamiento de don Carlos para matarle; no lo consiguieron y murieron en el intento.

Al final, los cristinos resultaron derrotados, perdiendo en total ambos bandos unos 2.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros. Las pérdidas cristinas pudieron haber sido mayores si el mando carlista no hubiera ordenado el repliegue de sus fuerzas a la ciudad y hubiera perseguido al enemigo.

Los carlistas pensaron en dotar a uno de sus escuadrones con las corazas recogidas, pero se adoptó, con mucha sensatez, no embarazar a los hombres con equipo tan pesado, de muy discutible utilidad. Al final “sirvieron para cocer el calderete en el vivac”.

Los carlistas celebraron la victoria los tres días siguientes, tras lo cual, el 27 de mayo por la mañana salió la fuerza expedicionaria. Todos los asnos de la ciudad y de los contornos fueron requisados para el transporte de los heridos y colocados en el centro de la columna, que salieron de la ciudad en dirección a Barbastro, no sin antes obtener una contribución monetaria de la ciudad y aprovisionarse de alimentos.

La salida se hizo a las cinco de la mañana, marchando por Quiteña, Siétamo, Angüés, donde se comió, y Torres de Alcanadre. A las nueve de la mañana se había pasado el río Alcanadre, llegándose de noche a Barbastro.

Se produjo un caos provocado por una falsa alarma de ataque, desplegando puestos avanzados para evitar ser sorprendidos como en Huesca. Una vez más hubo requisas y algún saqueo. Tras una deliberación con sus generales, don Carlos tomó la decisión de dirigirse a Cataluña, animado por las tropas de Ros de Eroles que se acercaban a Barbastro.

Cuando la noticia llegó a Zaragoza, cundió el pánico. Nada, solo unas tropas derrotadas, se interponían entre ella y el ejército carlista. La Milicia Nacional fue movilizada y se escribió pidiendo ayuda al capitán general de Aragón, Marcelino Oráa, que se encontraba combatiendo a Cabrera en El Maestrazgo.

Pocos días más tarde se volverían a enfrentar con otro ejército cristino en la batalla de Barbastro.

Batalla de Barbastro (2 de junio de 1837)

Al día siguiente, 28 de mayo, al mediodía, se presentó frente a la casa-palacio del marqués de Artasona una docena de jinetes, seguidos de una fuerza de 30 a 40 hombres a pie, armados con buenos fusiles, pero vestidos de paisano, con grandes mantas, cubiertos con barretinas rojas echadas hacia atrás; los mandaba el brigadier Bartolomé Porredón, alias el Ros de Eroles, quien traía cartas de la Junta Gubernativa de Cataluña.

El 31 de mayo, el Rey concedió un indulto para aquellos que, hallándose en las filas enemigas, decidieran pasarse con armamento a las carlistas.

Las brigadas de Villapadierna y Lebrón, que se encontraban en el Bajo Aragón, se dirigieron rápidamente a Zaragoza. Oraáa, que se encontraba en Andorra (Teruel), se puso en marcha y reunió todos los efectivos disponibles en Zaragoza: los de Conrad, los de Buerens, los que tenía bajo su mando inmediato, y marchó para interceptar la Expedición Real.

Se habían pasado con tranquilidad en Barbastro el 28, 29, 30, 31 de mayo y el 1 de junio, y parecía que iba a seguir el sosiego cuando, al amanecer del día 2, se señaló la proximidad del enemigo en las alturas de Fornillos y Permisán.

Fuerzas entrentadas

El general Oráa contaba con las tropas del Ejército del Norte provenientes de Navarra que se habían enfrentado con la expedición en la batalla de Huesca, y unidades adicionales del Ejército del Norte y del Centro, en total 12.500 infantes y 1.200 caballos:

  • División de Navarra mandada por Joseph Conrad, constaba de:
    • BRI-I mandada por Antonio Van Halen, con 2 BGs del RG-2 de la Guardia Real, el BI-II/7 África.
    • BRI-II con el BIL-I/6 Granada, el BI provincial de Ávila y 2 BIs de legionarios de la División Auxiliar Francesa, estos últimos muy disminuidos, 4 obuses de montaña.
  • Tercera división del Ejército del Norte, bajo el mando del mariscal de campo José Clemente Buerens y compuesta de:
    • BRI-I/3 con el BI-I y BI-II del RI-3 Príncipe y el BI de Guías del General.
    • BRI-II/3, con el BI-I/18 Almansa y BI-I y BI-II del RI-10 Córdoba.
    • BRM de Vanguardia, mandada por el brigadier Carlos Villapadierna, contaba con el BI-III/4 Princesa y BI-III/5 Infante de línea, BI-I/1 del Rey y un BIL del RIL-2 de Voluntarios de Aragón, y 3 ECs: ECL-1/4 Vitoria, ECL-1/6 Cataluña y EC-1/4 Francos de Aragón.
  • División de caballería mandada por el brigadier Diego de León (tío del mismo nombre muerto en la batalla de Huesca). Esta división incluía: 1 EC de granaderos, 1 EC de coraceros y 2 ECs de lanceros de la Guardia Real; 2 ECs del RC-5 Borbón, ECL-1/1 Castilla (antiguo Almansa), 3 EHs de Húsares de la Princesa (del que Diego de León era coronel) y EC-1 de lanceros polacos con los restos de los 2 ECs de la División Auxiliar Francesa, EC-1/4
  • Artillería: dos baterías de artillería, con cuatro piezas de campaña cada una.

A las fuerzas carlistas de la Expedición Real se habían sumado en el Alto Aragón 2 escuadrones. En Barbastro, la infantería de la expedición se organizó en cuatro divisiones:

  • DI-1 o de Navarra con 4 BIs: IV, X, XII y el de Guías de Navarra.
  • DI-2 o de Álava con 4 BIs: III, IV, V y de Guías de Álava.
  • DI-3 o de Aragón con 4 BIS: BIs I y II aragoneses, BI Argelino, y BG del Rey.
  • DI-4 o de Castilla 4 BIs: I, II, III y IV de Castilla.

En total, la expedición contaba con unos 13.000 infantes en 12 BIs y 1.200 caballos en 14 ECs.

Desarrollo de la batalla

El general Oráa todavía no sabía si los carlistas iban a intentar bajar al Ebro para amenazar Zaragoza, o iban a cruzar el Cinca para pasar a Cataluña. El gobierno había ordenado al capitán general de Cataluña, Ramón de Meer y Kindelán, que mandara una fuerza a la orilla izquierda del río Cinca para bloquear el paso de la expedición. Oráa también mandó la destrucción de las barcas que se usaban para cruzar el río en la zona de Barbastro, y había destacado fuerzas locales para vigilar el área al norte de la ciudad, y así evitar que la expedición intentara cruzar el río por allí. El resto de las fuerzas de Oráa, desplegadas entre Berbegal y Castejón, vigilaban la ruta a Zaragoza, pero estaban demasiado lejos de Barbastro como para impedir que la expedición pasara a Cataluña. Es por esto por lo que Oráa decidió aproximarse más a Barbastro, y así poder responder más rápidamente a cualquier movimiento carlista.

Al amanecer del 2 de junio, las tropas isabelinas comenzaron su aproximación a Barbastro, reuniéndose en la confluencia de los caminos de Berbegal y Fornillos. Allí se dividieron en tres columnas en tres líneas precedidas de tiradores en guerrilla:

  • Columna izquierda al mando de Joseph Conrad con DI de Navarra:
    • Primera línea: la BRI-I con 3 BIs (BG-I/2, BG-II/2 y BI-II/7).
    • Segunda línea: la BRI-II con 3 BIs (BIL-I/6, BI provincial de Ávila, BI Argelino).
    • Tercera línea: 6 ECs (EC de granaderos, 2 ECs de lanceros de la Guardia Real y 1 EC de coraceros, 2 ECs del RC-5 de Borbón).
    • Artillería: Bía de montaña y Bía a pie.
  • Columna centro al mando del mariscal de campo José Clemente Buerens con la DI-3 del Ejército del Centro:
    • Primera línea: la BRI-I/3 con 3 BIs: BI-I/3 y BI-II/3 del RI Príncipe y el BI de Guías del General.
    • Segunda línea: la BRI-II/3, con 3 BIs: BI-I/10, BI-II/10 Córdoba y BI-I/18 Almansa.
    • Tercera línea: 5 ECs (ECL-1/1 Castilla, 3 EHs de Húsares de la Princesa, EC-1/1 de lanceros polacos)
    • Artillería: Bía a pie.
  • Columna derecha al mando del brigadier Carlos Villapadierna con la BRM de Vanguardia:
    • Primera línea: 2 BIs: BI-III/4 Princesa y BI-III/5 Infante.
    • Segunda línea: 2 BIs: BI del RI-1 del Rey y un BIL del RIL-2 de fusileros de Aragón.
    • Tercera línea: 3 ECs (EC-1/4 Francos de Aragón, ECL-1/6 y ECL-1/4).
Batalla de Barbastro (2 de junio de 1837). Despliegue de fuerzas.
Batalla de Barbastro (2 de junio de 1837). Mapa actual de la zona.

A las 11 de la mañana, tras comprobar que los batallones de primera línea habían ocupado sus posiciones, Oráa dio la orden de avance. Las vanguardias de las tres columnas tenían la orden de ocupar las alturas inmediatamente al sur de la ciudad. Oráa observó que tropas y bagajes carlistas salían de la ciudad en dirección a Graus y que los carlistas evacuaban sus posiciones en el Pueyo, tras lo que instruyó a Conrad para ocupar el cerro. El francés envió los 3 BIs de vanguardia u ocupó con uno de ellos la ermita de Pueyo. El propio Oráa acompañó a Conrad a esa elevación, mientras la columna centro y derecha avanzaban.

Tras verificar el avance de la columna de la izquierda, Oráa pasó a reconocer el centro del despliegue, descubriendo que las alturas que se le habían asignado estaban ocupadas por el enemigo. Los carlistas empezaron a disparar en contra de BRI-I/3 del centro, haciéndola huir y ocupando las alturas a medio camino entre las dos fuerzas. Los carlistas envalentonados atacaron al centro cristino en retirada y envolvieron la columna derecha.

En la columna derecha mandada por Villapadierna también estaba en problemas; por el ataque de la izquierda carlista, mandó al ECL-1/4 cargar para evitar ser envuelto; no obstante, el escuadrón quedó roto, 4 jinetes muertos y 7 caballos perdidos, teniendo que retirarse a retaguardia del escuadrón del ECL-1/6, que había quedado en su apoyo, arrastrándole también en su desorden por el mortífero fuego carlista y desventajoso terreno, dándose a la fuga.

Oráa se dirigió a la zona y ordenó el avance de la segunda línea y el ataque de la caballería. Las cargas de la caballería, liderada por Diego de León. Esta cambió de aspecto repentinamente. Los escuadrones de granaderos y lanceros de la Guardia, Borbón y Húsares, conducidos por Diego de León, contuvieron a los carlistas con sus repetidas cargas y les obligaron a retroceder a sus primitivas posiciones, permitiendo rechazar el avance carlista, volviendo estos a su punto de partida. Cargas a la bayoneta por el RI-10 Córdoba y el BI-I/18 Almansa no lograron desalojar al enemigo de sus posiciones. Oráa, aunque su caballo fue abatido, consiguió otra montura y se retiró a retaguardia.

En la columna derecha, Villapadierna realizó una desesperada carga para tratar de frenar a los carlistas con el EC-1/4 de francos de Aragón, único escuadrón que le quedaba. La carga dio un breve respiro a sus batallones de vanguardia, que estaban retrocediendo; los batallones en segunda línea avanzaron y restablecieron la línea.

En la columna izquierda, la brigada de Van Halen había ocupado la loma que se le había asignado, quedando por delante del resto de la línea cristina. El enemigo atacó entonces con seis batallones y un escuadrón, forzando a Conrad a empeñar su reserva para impedir resultar separado del resto. Oráa, viendo que no todos los objetivos iniciales se habían alcanzado, a pesar de ya haber empeñado sus reservas, decidió no continuar la batalla y ordenó una retirada general. Conrad mandó que la brigada de Van Halen (BG-I/2, BGII/2 y BI-II/27) simulara un ataque, para hacer retroceder al enemigo y así poder retirarse de manera más segura.​

También envió a sus legionarios para proteger la retirada, haciendo que ocuparan un olivar donde toparon con sus antiguos camaradas del batallón argelino. Tras reconocerse y saludarse mutuamente, las dos partes se enfrascaron en una lucha encarnizada. Los legionarios cristinos perdieron los nervios y empezaron a huir. Los esfuerzos de los comandantes legionarios para detener a sus hombres fueron inútiles, y el mismo Conrad fue muerto por una bala enemiga en la frente mientras conminaba a los legionarios a permanecer a su lado. El RCG-2 de la Guardia Real, como ya había hecho en Huesca, conservó su calma, y junto con el ECL-1/1 Castilla (Almansa) protegieron la retirada del resto de la división.​

Batalla de Barbastro (2 de junio de 1837). La infantería carlista rechazando a la caballería cristina.

Las fuerzas cristinas habían consumido casi toda su munición y carecían de agua y alimentos, con lo que Oráa a las cinco de la tarde decidió que lo más razonable era retroceder y volver a acuartelar las tropas en los lugares que habían ocupado los días anteriores.

Secuelas de la batalla

Las bajas cristinas fueron 77 muertos, 724 heridos o contusos y 16 prisioneros, aunque los carlistas las elevan a 2.000. Las bajas carlistas se estiman en 800.

El mismo día de la batalla llegó a Monzón el barón de Meer con 3.500 infantes y 150 caballos. El día siguiente se reunió con Oráa en Berbegal. Oráa propuso unir las fuerzas y volver a atacar a los carlistas, una vez que hubiera recibido las municiones que había pedido, pero estas nunca llegaron. Meer no creía que tuvieran fuerzas suficientes como para derrotar a los carlistas, ni que sus fuerzas en la ribera oriental del Cinca eran suficientes para impedir el cruce de la expedición.

Cruce del río Cinca

El día 3 de junio, último de la estancia en Barbastro, se celebraron diversas ceremonias religiosas, particularmente para celebrar y dar gracias a la Providencia por el nuevo triunfo de las armas carlistas.

Al día siguiente, 4 de junio, después de la comida, los expedicionarios abandonaron la ciudad en dirección a Cataluña, llevando consigo 12.000 duros recaudados entre la población como contribución de guerra, abandonando de nuevo a los heridos que no podían transportar. Tras una hora de marcha, llegaron al río Cinca a la altura de Estada (Huesca). Las fuerzas catalanas del brigadier Porredón (Ros de Eroles) ocuparon la orilla izquierda, mientras los expedicionarios se situaron a la derecha.

Allí existía una balsa que mediante maroma estaba habilitada para cruzar el río, pero que no soportaba más que a 30 hombres. El nivel del agua permitió a la caballería vadear el río; la corriente era tan impetuosa que varios jinetes y caballos perecieron. Los hombres de los 16 batallones de infantería tuvieron que ser trasladados a la otra orilla mediante la única balsa existente y la operación duró toda la noche. A las dos de la madrugada atravesó el Rey el Cinca y fue a alojarse en Estada.

Era mediodía del siguiente día; quedaba solo el BI-IV de Castilla, que cubría la retaguardia por cruzar el río, cuando aparecieron tropas de Oráa dotadas con artillería. Usando esta, los cristinos destrozaron la balsa y no permitieron que la caballería carlista volviese a vadear el río y ayudase a los rezagados. El río no era profundo, pero las aguas corrían rápidas. Se formaron grupos de soldados que, agarrándose unos a otros, consiguieron vadear el río, pero la mayor parte del batallón pereció ahogado o bajo el fuego enemigo.

Meer, en vez de vigilar la orilla en el lado cercano a Cataluña, decidió que debía establecerse con sus tropas en la orilla opuesta, junto con las de Oráa. En la madrugada del 5 de junio, antes de que Meer pudiera trasladar sus tropas, Oráa recibió noticia de que los carlistas estaban cruzando el río por Estada y Estadilla, al noreste de Barbastro.

La caballería cristina continuó su avance hacia el río Cinca, pero solo pudo evitar que cruzara el último batallón carlista. Los carlistas al otro lado del Cinca inutilizaron las barcas y Oráa tuvo que bajar a Monzón para cruzarlo, tardando un día y medio en pasar sus fuerzas, ya que solo dispusieron de una barca.​ El grueso de la Expedición Real pudo escapar para reunirse con sus partidarios en Cataluña.

Expedición Real en 1837 durante la Primera Guerra Carlista. Itinerario seguido.

Campaña en Cataluña

La Expedición Real continuó su marcha hacia el Este por Estopiñán del Castillo, pasó sin problemas el río Noguera Ribagorzana y alcanzó territorio catalán el día 7 de junio por Tragó de Noguera, junto al río Noguera Ribagorzana, pernoctando en Tartareu (Lérida). Lichnowsky recuerda esta marcha: «…a través de caminos detestables, de veredas estrechas, expuestos a los rayos de un sol canicular y exhaustos siempre de víveres. Los soldados no comían más que habas y, alguna vez, un poco de pescado».

Don Carlos era frugal y también pasaba privaciones. No así la gran cohorte de civiles y eclesiásticos que formaban su corte. Se trataba de carlistas que desde todos los puntos de España, al ser represaliados en sus lugares de residencia, habían conseguido huir y refugiarse en el territorio vasco-navarro carlista. Ahora se habían agregado a la Expedición para volver victoriosos a sus lugares de origen y recuperar sus derechos. Dado que habían tenido dinero para comprar un caballo o una mula al iniciarse la salida de Navarra, iban montados, por lo que marchaban con la vanguardia cuando no había peligro de combate y, llegando así los primeros a las localidades que atravesaba el ejército, se hacían, en un principio pagando, luego robando, con las pocas viandas que se encontraban. Estas personas eran llamadas por los soldados “ojalateros”, y formaban la “ojalatería”.

Al encontrarse el ejército carlista en territorio catalán, dada la organización territorial del ejército cristino, Oráa no debía continuar persiguiéndolo, pasando al general Meer, capitán general de Cataluña, la responsabilidad de hacerlo. El Pretendiente había llegado a la región en la que pensaba imponer su dominio con facilidad, basado en las favorables aunque falsas noticias que sobre ella tenía. Según Chao, en ella existían 25 batallones, formidable fuerza si no hubiese imperado en su mando «su falta absoluta de subordinación». Los mandos, a modo de caciques, se habían repartido el territorio en cantones que celosamente guardaban como si fuesen de su propiedad, siendo nada propensos a colaborar con los caciques vecinos. Cada partida «…tomaba el nombre del jefe, que llamaba a los soldados «mi gente», y la tropa se llamaba «la gente» de tal o cual, como si fuesen criados».

​Los jefes carlistas que dominaban el campo catalán eran Porredón, Margoret, Vall, Ibáñez, Sobrevías, Tristany y Castell, todos ellos, nominalmente, bajo el mando del mariscal de campo Blas Royo. La «…administración tampoco era la más acertada: rara vez tenía el soldado carlista más de cinco cartuchos por plaza; en las oficinas había empleados que apenas sabían leer, y todo su plan económico se reducía a tres pequeñas aduanas fronterizas de escaso rendimiento, a la contribución llamada subsidio eclesiástico, a la secuestración de bienes y a la exacción de permisos comerciales que era sin duda la más productiva.»​ Todo ello contrastaba con la buena organización tanto militar como civil de la que disponían los carlistas del territorio vasco-navarro del que provenían.

Meer temía que las fuerzas expedicionarias consiguiesen entenderse con las catalanas, aceptando un mando único, tras lo cual dispondrían de un ejército muy superior al suyo y estarían en condiciones de tomar Barcelona, por lo que antes de que llegasen al acuerdo, debería desbaratar a los llegados de Navarra.

El 8 de junio, los expedicionarios estaban en Auberola y prosiguieron su marcha por Tartareu. A partir de allí, la fisonomía del país cambió completamente, pues por todas partes se veían terrenos cultivados. Las fuerzas carlistas entraron entonces en Los Abellanes (Lérida), donde pudieron remediar la falta de víveres del día anterior. El cuartel real había permanecido ese día en Tartaréu. Al día siguiente, o sea, el 9 de junio, el cuartel real salió para Abellanes, y de allí marchó a Santa Linya, comiendo en Fontilonga, donde cruzaron el río Noguera Pallaresa por el punto de Montclús y llegaron a Alós de Balaguer (Lérida).

El 10 de junio, los carlistas emprendieron la marcha y llegaron a Tudela de Segre. Allí recibieron la representación de la junta carlista de Cataluña.

Batalla de Gra o de Guisona (12 de junio de 1837)

El día 11 de junio, la Expedición siguió la marcha con dirección a Agramunt ; pero al saberse que en esta localidad esperaba a los carlistas un ejército mandado por el barón de Meer, al que se habían agregado las tropas cristinas que, procedentes del Alto Aragón, habían llegado en su ayuda, la fuerza expedicionaria cambió de ruta, siguiendo la de Cervera. Desde aquel momento, las guerrillas cristinas empezaron a hostigar la retaguardia carlista. Este camino se siguió, pasando por los pueblos de Mafet, Renant y Coscó, hasta llegar el cuartel real en Gra, cerca de Guisona, donde se instaló, mientras el cuartel general hacía lo mismo en Concabella; ocupando la línea Concabella-Gra-San Martín de la Morana-La Morana, los cristinos les habían cortado el paso y el enfrentamiento era inevitable.

Las fuerzas del barón de Meer, capitán general del Principado, que acudió a hacerles frente con todas las fuerzas que pudo reunir. Se encontraba en Agramunt hostigando la retaguardia carlista.

Las fuerzas eran numéricamente similares, pero los cristinos estaban descansadas, pertrechadas y municionadas; mientras que los carlistas estaban exhaustos, con escasa comida y municiones, y sin artillería.

Buerens emplazó sobre Gra sus piezas de artillería, que abrieron fuego a las once y media de la mañana del 12 de junio. Los carlistas aguantaron la acometida e incluso contraatacaron tratando de silenciar la artillería.

Pero van Halen con su brigada se adueñó de La Morana, y Carbó de San Martín de la Morana. En Gra, la caballería cristiana de Diego de León, que cargó contra el ala derecha carlista ocupada por la división catalana de Ros de Eroles, formada por partidas guerrilleras sin experiencia en combate convencional, dispararon a unos 500 metros y desaparecieron en un bosque cercano.

Con el ala derecha desaparecida, la línea carlista era muy vulnerable, pero la resistencia era tan formidable que los cristinos no pudieron avanzar. El brigadier Drodgins, al frente del batallón de granaderos de Oporto, murió, y las pérdidas en esta fuerza fueron grandes. Acudió con refuerzos el coronel Urbina, pero su empeño resultó nulo hasta que el barón de Meer se arrojó sobre el centro carlista, mientras el coronel Mazarredo acometía el pueblo de Gra. Otra vez se estrellaban los cristinos ante la resistencia carlista, hasta que el brigadier Solano, con un vigoroso ataque, tomaba el pueblo. El ataque violento y simultáneo de tantas fuerzas obligó a los carlistas a abandonar sus posiciones, y por la acción de la caballería cristina deshizo la resistencia carlista, siendo una victoria completa.

El batallón de granaderos mandado por el coronel Solana resistió tan heroicamente que contuvo a los cristinos y permitió a otras unidades atravesar un foso lleno de agua. Dos batallones alaveses que habían quedado cortados se abrieron paso entre los cristinos. Por fin se consiguió reunir al otro lado del foso algunos escuadrones, que contuvieron el empuje de los cristinos y permitieron la retirada de las demás tropas.

Las bajas realistas según sus fuentes fueron de 200 muertos, 200 heridos y 700 prisioneros; Meer reconoció 112 muertos y 461 heridos. El barón ​Rahden la describió con detalle, terminando con: «El cuerpo expedicionario había quedado reducido a la tercera parte de sus efectivos

Tal vez el propio don Carlos hubiera caído prisionero si el barón de Meer no hubiera ordenado a Diego de León abandonar la persecución de los vencidos.

Llegada de la expedición a Solsona

Concluida la batalla, don Carlos, que había pasado el día en Vicfred, se reunió con los expedicionarios en Ivorra. El 13 de junio durmió en Biosca (Lérida). Allí se presentó el brigadier Royo, capitán general de Cataluña, y Clemente Sobrevías, alias Muchacho, con 4 batallones de infantería (BI-VIII, BI-IX, BI-XXI y BI-XXIII) y 2 escuadrones de lanceros de Cataluña. En Biosca se recibieron noticias de Cabrera; dos de sus ayudantes, Domingo Arnáu y Ramón Gaeta, trajeron pliegos de Cabrera, en que daba cuenta de que había salido en una expedición cuando recibió las órdenes, dadas desde Barbastro, de que se aproximara al Ebro para facilitar el paso de la expedición, y que se había puesto en movimiento para cumplimentar la orden.

El 14 de junio por la tarde, se pusieron en movimiento las fuerzas expedicionarias en dirección a Riner (Lérida). A partir de allí, abandonaron los hostiles y áridos llanos para adentrarse en una región más adepta a la causa carlista. Los expedicionarios continuaron hasta el santuario de Milagro, donde se hospedó don Carlos.

El 15 de junio llegaron a Solsona (Lérida). «Se había designado a Solsona, capital de uno de los distritos carlistas, como punto de reunión de todos los jefes catalanes…». Fue imposible aunar los criterios de los jefes catalanes con los que permanecieron conferenciando; el 17 de junio ascendió a Benito Tristany a mariscal de campo y segundo comandante general de Cataluña.

La estancia de don Carlos en Solsona duró del 15 al 18 de junio; las tropas expedicionarias vivaquearon alrededor de la ciudad, donde también acamparon las catalanas que acudieron a Solsona.

El 19 de junio, los carlistas abandonaron Solsona de forma escalonada, en que partieron hacia Suria (Barcelona). Prácticamente, ya deambulando y, según Loning, «si hasta entonces habíamos estado a dieta, ahora pretendían que nos olvidásemos de comer», la Expedición llegó el 20 de junio a San Frucuoso de Bages (Barcelona). Permaneciendo en la localidad hasta el día 22.

Ataque a Samperdor

Desde allí intentaron tomar la pequeña población de Sampedor (Barcelona), levemente fortificada pero careciendo de guarnición, con intención de aprovisionarse. Sus habitantes poseían una organización de milicia nacional formada por 200 hombres, no estaban dispuestos a someterse al saqueo y defendieron sus bienes.

El 20 de junio, se invitó a la pequeña guarnición de este pueblo a que se rindiera. La amenazaban las fuerzas castellanas, mandadas por el brigadier Pérez de las Vacas con el BI-III de Castilla, que recibió la orden de apoderarse del edificio de un convento próximo al pueblo, lo que realizó. De nuevo se intimó la rendición el 21, y en el tiroteo cayó muerto el coronel portugués Silva. Se produjo el ataque carlista empleando un cañón, fundido por orden de Tristany, que al octavo disparo, reventó, resultando herido con pérdida de los dedos el coronel Gordillo, quien fue reemplazado en el mando por el coronel barón de Rahden. Dice Rahden: «Aquel hecho me descorazonó y produjo en mi ánimo una impresión deprimente».

Los carlistas no consiguieron tomar la pequeña población y optaron por abandonar las inmediaciones de Manresa, regresando a Suria (Barcelona) el 22 de junio descansando toda una jornada.

Tras lo ocurrido en Sampedor, anota Sanz: «Era preciso salir de Cataluña si se había de conservar el ejército…» El Pretendiente y el mando reconocieron que los objetivos que tenían previstos alcanzar en Cataluña eran imposibles de realizar, por lo que decidieron abandonar la región.

Camino del Ebro

El día 24 de junio, hizo una de las etapas más largas; partieron de Suria a las cuatro de la madrugada, pasando sin detenerse por Prades (Lérida), Castellfullit de Riubregós (Barcelona), Ivorra (Lérida) para llegar a las once de la noche a Tarroja de Segarra (Lérida). La marcha había sido dura, por el terreno quebrado, y además por algún retraso producido por haberse extraviado algunas unidades que tuvieron que acampar en despoblado. En Torroja las tropas descansaron doce horas.

Al día siguiente, 25 de junio por la tarde, continuaron por Claravals, Anglesola, Vallbona de las Monjas, todos en la provincia de Lérida, alojándose don Carlos en el monasterio cisterciense.

El día 26, por la tarde de este día salieron las tropas, y por Omells de Nagaya y Fulleda llegaron a Vinaixa, ya junto a la provincia de Tarragona.

La marcha del día 27 fue muy penosa por el gran calor que hizo; llegaron al Margalef (Tarragona), donde Juan Antonio de Urbiztondo y Eguía y Ginestar, jefe de la tercera división, fue nombrado comandante general del Ejército de Cataluña.

El 28 de junio, los expedicionarios siguieron por Cabacés (Tarragona), La Figuera y Mola hasta las alturas cerca de García, entusiasmándose la tropa con la vista del río Ebro. Desde Mora de Ebro se dispararon algunos cañonazos contra las tropas carlistas. Por la tarde se siguió la ruta por Mora la Nueva, donde el vecindario se arrojó a la calle para aclamar al Rey. Prosiguió la marcha, llegando a Ginesiar, cuya guarnición cristina en parte la abandonó y el resto se rindió a los carlistas. Se dio orden de demoler las fortificaciones levantadas, de que se abriera al culto la iglesia, que había sido cerrada y profanada por los liberales. En Ginestar se recibieron noticias de Cabrera, quien anunciaba que estaba al frente de sus tropas en Cherta para proteger el paso del Ebro.

El 29 de junio, llegaron al río Ebro a la altura de Cherta (Tarragona), donde recibió la visita de Ramón Cabrera. A lo largo del 30 de junio, los 10.000 efectivos y el centenar de caballos, al amparo de las tropas de Cabrera, cruzaron el río Ebro.

Las tropas cristinas les habían seguido de cerca, sin apenas acosarles; hicieron bueno el dicho de «A enemigo que huye: puente de plata».

Cruce del río Ebro

Ese día los cristinos tenían destacada una fuerza en Tortosa bajo el mando de Cayetano Borso de Carminati con 6 BIs y 250 caballos, a 10 kilómetros río abajo de Cherta, y otra al mando de Agustín Nogueras en Mora de Ebro con 5 BIs y 250 caballos, 25 kilómetros río arriba; en total unos 8.200 efectivos. Estos dos jefes no tenían capacidad para comunicarse, ya que se interponían los hombres de Ramón Cabrera con 6 BIs y 2 ECs, unos 5.200 efectivos.

Para evitar ser atacado por los dos jefes cristinos a la vez, Cabrera destacó al desfiladero de Armas del Rey 8 compañías con unos 1.000 efectivos al mando del Tcol Juan Pertegaz. Su misión era bloquear el avance de las tropas de Nogueras.

Pero al enterarse cada uno por su cuenta de la llegada de los expedicionarios al Ebro, marcharon hacia Cherta. Dada la menor distancia, Borso tenía que llegar antes, por lo que Cabrera lo atacó, ordenando a Forcadel que atacase con dos batallones, desalojando a los cazadores del BIL de Oporto. Durante el ataque, los carlistas se apoderaron de dos barcos que desde Tortosa se enviaban a Borso. El general cristino retuvo su ataque, esperando a que por la retaguardia fuese sorprendida por la llegada de Nogueras; pero este, mientras se acercaba, al oír el fragor del combate, pensó que se trataba de salvas que disparaban los carlistas de Cabrera, saludando la llegada del Pretendiente. Lo que le motivó para interrumpir su avance, retrocediendo a su punto de partida, al igual que finalmente también tuvo que hacerlo Borso, tras cinco horas de espera. Los cristinos tuvieron entre 88 y 280 bajas frente a 157 carlistas.

Tras el combate, Cabrera cruzó el Ebro y se presentó ante don Carlos para comunicarle que tenía el camino despejado.

Para la travesía había dispuesto Cabrera una decena de barcas; una de ellas, «…engalanada, con tapices y asientos mullidos…», estaba reservada al Pretendiente. En las otras se embarcaron los expedicionarios y sus bagajes, mientras que los caballos, atados a las barcas, lo hicieron a nado. Se realizaron múltiples viajes, y llegados a la orilla sur, les esperaban «…los cocineros y reposteros que los encargados por Cabrera tenían preparados de antemano…con exquisitos manjares».​ También Adolfo Loning certifica que fueron agasajados con ricas raciones.

Expedición Real, cruce del río Ebro el 30 de junio de 1837.

El general cristino Marcelino Oráa, comandante general de Valencia y Aragón, no recibió noticias del cruce hasta el 5 de julio, siendo sorprendido con sus tropas dispersas. Supuso que los expedicionarios se dirigían a Castellón de camino a Valencia para aprovisionarse. Para evitarlo, ordenó al brigadier Borso que se dirigiera a Vinaroz y Castellón para reforzar estas plazas y reunirse en Valencia con el brigadier Sánchez y reforzar esta ciudad.

Mientras Nogueras, que se encontraba en Alcañiz, se incorporaría a las fuerzas de Oráa, junto con la división de Iriarte que se encontraba entre Teruel y Calamocha; una vez reunidos, se dirigirían hacia Liria.

La Expedición Real en el reino de Valencia

Batalla de Castellón (8 de julio de 1837)

Promediando los datos que ofrecen los autores de la época, el ejército carlista reunido entonces en la orilla derecha del Ebro en Cherta era de unos 18.000 hombres.

El 2 de julio, salieron los expedicionarios de Cherta, pasando por La Galera (Tarragona), en donde acampó la fuerza expedicionaria para comer, siguiendo hasta Ulldecona (Tarragona), en cuya población pernoctó. Allí fue nombrado el general Ramón Cabrera comandante general de Aragón, Valencia y Murcia, y Carlos V dio el decreto ordenando que en su real nombre se dieran las gracias a la Junta Gubernativa de Cataluña.

Corta fue la estancia en Ulldecona, pues al día siguiente (3 de julio), pasando por Traiguera (Castellón), marcharon los expedicionarios a San Mateo, donde descansó dos días completos. Allí tuvo ocasión de pasar revista a las fuerzas que mandaba el brigadier Miralles, quien había acudido al paso del Soberano.

El día 6 de julio, siguieron la ruta por Cuevas de Vinromá y fueron a pernoctar a Cabanes, y al día siguiente, por Borriol, llegaron a Villarreal de la Plana, franqueando el río Mijares por el puente de piedra. Se abastecieron en la Plana de Castellón

El día 7 de julio, comenzaron a llegar a Castellón de la Plana las tropas expedicionarias.

La ciudad estaba defendida por 4.000 hombres encabezados por Antonio Buil y Raso, a los que se unió el BI-II/6 de Saboya enviado por Emilio Borso, que había llegado por mar desde Vinaróz. La ciudad contaba con unos 17.000 habitantes, y se prepararon para la defensa, construyendo barricadas en los accesos de la ciudad y ocupando posiciones exteriores con tropas ligeras, incluido un BIL de cazadores de Oporto.

Batalla de Castellón (8 de julio de 1837) durante la Expedición Real. Las tropas carlistas atacando los suburbios de la ciudad.

La fuerza expedicionaria llegó con infantería y caballería; los lanceros carlistas cargaron sobre la marcha contra los cazadores de Oporto desplegados en guerrilla, propiciando que los infantes tomasen control de la alquería, el huerto de Martí, el convento de los capuchinos y la iglesia del Calvario. Los defensores hicieron una salida a la bayoneta calada en la que no hubo prisioneros, retomando las posiciones, pero conscientes de su inferioridad, prendieron fuego a las edificaciones y se retiraron a la ciudad.

Batalla de Castellón (8 de julio de 1837) durante la Expedición Real. Lanceros carlistas cargando a las afueras de la ciudad. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Después de haber estado en Villarreal los carlistas, y de haberse adelantado el general Sanz hasta Burriana, de la que se apoderó, rindiéndose la guarnición, los expedicionarios salieron el 9 para Nules, en donde pasaron el resto del día. El siguiente, por Almenara, llegaron a Albalat de Segart (primer pueblo de la provincia de Valencia), donde Carlos V se hospedó en la casa-palacio que tenía el conde de Alcudia, su embajador en Viena.

El 11 de julio, los expedicionarios pasaron por Rafelbuñol y llegaron hasta Burjasot, teniendo a la vista Valencia. De todos los pueblos de los alrededores de Valencia y de la misma capital acudían entusiastas carlistas para agasajar a las tropas y ver al Rey. Le informaron de que en la ciudad había unos 4.000 defensores, y que había una movilización general.

Permanecieron en Burjasot tres días. Cabrera afirmaba que una parte de la oficialidad de la guarnición de esta ciudad estaba a favor de la causa carlista y que les abriría las puertas. «La ciudad tenía una guarnición escasa, contábamos con muchas inteligencias…y nos hubiera sido muy fácil penetrar en la ciudad por algún punto menos vigilado y haber abierto sus puertas al grueso del ejército.» ​

Las avanzadas carlistas se adelantaron a la ciudad de Valencia, llegando a la calle de Murviedro, siguiendo por la plazuela de Santa Mónica hasta la cabeza del puente de Serranos. Se tirotearon con las guardias y fuerzas de defensa de la misma. Borso di Carminati, en dos buques ingleses, el navío Bargam y la goleta Arlequín, y el bergantín español Manzanares, transportó su brigada a Valencia, efectuando el desembarco sin obstáculo.

Viendo que no abrían las puertas, y teniendo en cuenta que era una ciudad amurallada y que no contaba con artillería, decidieron dirigirse a Chiva, donde en caso de derrota tenían más opciones de retirada.

Los expedicionarios iniciaron la marcha el día 13 de julio; pasando por Cuart de Poblet, llegaron a Chiva el día 14.

Batalla de Chiva (15 de julio de 1837)

El general Oráa se encontraba en Teruel; se había enterado el día 2 de julio de que la Expedición Real había atravesado el Ebro y se había reunido con Cabrera. Esperó a que llegase Nogueras, y tan pronto como se le unió, marchó el 10 de julio hacia Valencia, entrando en esta ciudad cuatro días después, el día 14. Reforzó aún más su ejército con la tropa de Borso y partió al día siguiente tras el ejército carlista.

Lo alcanzó el 15 de julio en Chiva, donde le esperaba, retándole a librar una batalla. En la batalla de Chiva, las tropas carlistas eran ligeramente superiores a las cristinas, aunque continuaban siendo inferiores en caballería, pero la infantería carlista estaba más descansada que la cristina, puesto que las marchas de Oráa y Nogueras tras ellos habían sido muy forzadas.

Al oeste de Chiva, el paisaje comienza a convertirse en agreste, por lo que no es comprensible cómo el mando carlista no dejó atrás el terreno de Chiva tan favorable a la caballería cristina y no se adentró unos pocos kilómetros en ese terreno. Donde las tropas vasco-navarras habrían podido deshacer con su modo guerrillero de luchar a las cristinas, que solo sabían combatir en formaciones cerradas, y presentase allí la batalla.

Oráa sorprendió en Cheste a la división navarra del general Sanz (4 BIs), que, acosada por el enemigo, logró replegarse hacia Chiva, donde se encontraba el resto de las fuerzas expedicionarias.

Los expedicionarios no estaban preparados cuando llegó Oráa a las ocho de la mañana. La división Navarra, con 4 BIs, acababa de llegar de Cheste y aún estaba ocupando sus posiciones al norte de Chiva; otra división, la de Tallada, se encontraba en Buñol con 2.500 infantes (4 BIs) y 300 jinetes (3 ECs), justo al sur de Chiva.

Oráa ordenó a Borso atacar a la DI-1 Navarra que llegaba de Cheste; el combate fue encarnizado y al final se saldó con la victoria de Borso, aunque tuvo que volver al otro lado del arroyo de Gallo, puesto que los navarros recibieron refuerzos que les permitieron recuperar la posición. De esta manera, ambos ejércitos quedaron desplegados en dos líneas paralelas: los carlistas con la DI-1 Navarra del general Pablo Sanz se situaron en la izquierda (al norte) apoyada en el río, en Chiva la ermita y la loma del Castillo otra división (la de Cabrera), y en la elevación más al sur la división Castellana, en total unos 9.500 efectivos en 16 BIs y 7 ECs.

Oráa disponía de unos 9.600 efectivos encuadrados en 15 BIs, 6 ECs y 4 piezas de artillería de montaña. Desplegó de izquierda a derecha:

  • DI de Nogueras con 5 BIs:
    • Primera línea BIL-II de fusileros de Aragón, BI-III/18 Almansa y BI-III/7 provincial de León.
    • Segunda línea: BI (?) y BI-III/1 del Rey.
  • DI de Borso con 5 BIs y 3 ECs:
    • Primera línea: BIL de cazadores de Oporto, BI-I/33 provincial de Lorca, BI-III/4 Princesa y BI-III/10 de Córdoba.
    • En segunda línea: BI de Ceuta y 2 ECs (EC-1/1 del Rey, ECL-1/6 de Cataluña y EC Guardia de Oráa) y Bía de Montaña.
  • DI de Iriarte con 5 BIs y 3 ECs:
    • Primera línea: BI-I/17 Borbón, BI-II/17 Borbón, y BI-I/9 de Soria.
    • Segunda línea: BI-II/9 de Soria y BI-III/13 de Mallorca, 3 ECs (ECL-II/6 de Cataluña, EC-1/2 de la Reina y EC-2/2 de la Reina).
Batalla de Chiva (15 de julio de 1837). Despliegue de fuerzas.

Con el frente establecido, se inició el combate. La división de Navarra realizó varios contraataques contra la división de Iriarte para atacar de flanco la línea cristina, pero fueron rechazados. En el centro, la división de Borso atacó Chiva y la loma del Castillo, produciéndose fuertes combates; la división de Iriarte consiguió hacer retroceder el flanco izquierdo expedicionario, y los carlistas se vieron obligados a enviar refuerzos, probablemente de su flanco derecho.

Oráa mandó asentar la batería entre las divisiones de Borso e Iriarte y bombardear el pueblo. A continuación, las tropas de Nogueras, encabezadas por el brigadier Lebrón, envolvieron las posiciones de la división derecha (Castellana), al mismo tiempo que Oráa ordenaba el ataque general. Cabrera realizó una carga con solo 20 jinetes (posiblemente de su escolta personal), lo que ganó la admiración de sus hombres. Los carlistas fueron desalojados del pueblo y de la ermita, y la división Navarra fue puesta en fuga por la de Iriarte. A pesar de los esfuerzos de Cabrera, hubo que ceder el campo como consecuencia del hundimiento del ala derecha, compuesta por tropas castellanas que, faltas de cartuchos (hubo batallón que se defendió a pedradas), se replegaron ante el ataque de Nogueras.

Los cristinos llegaron a las elevaciones al oeste de Chiva, donde don Carlos había situado su cuartel real, reservas y trenes. Abandonaron los carros de provisiones para ir más deprisa. A las cinco de la tarde, Oráa ordenó el alto, pues sus hombres estaban agotados sin haber comido ni bebido en todo el día. El terreno montañoso favorecía la huida, pues las partidas de retaguardia podían tender emboscadas.

Las cosas podían haber resultado mejor si la división carlista de Tallada, que se encontraba en Buñol, hubiese acudido con sus 2.500 infantes y 300 jinetes en medio de la batalla.

Las bajas se estiman entre 514 y 700 en el bando cristino, y entre 616 y 2.400 en el bando carlista, muchos de ellos prisioneros y desertores.

La derrota aumentó las disensiones que incluso antes de su partida se dejaron sentir en el seno de la expedición, y el general Pablo Sanz y Baeza, jefe de la DI-1 de Navarra; harto de que sus tropas fueran siempre colocadas de forma que no parecía sino que se deseara que fueran copadas por el enemigo, optó por renunciar al mando.

Aparte de la pérdida material, la expedición se vio forzada a desistir por el momento de su propósito de acercarse a Madrid, pues tal era la dirección que, según el general Vivanco, se disponía ya a emprender. Hubo que iniciar penosa retirada hasta las inmediaciones de Cantavieja, capital de los carlistas del Maestrazgo.

A las once de la noche, la Expedición Real llegó a Chelva (a unos 50 km) en gran desorden. La llegada de los dispersos continuó durante toda la noche. Durante los días siguientes, la expedición continuó por Alcublas (Valencia) y Sarrión (Teruel) hasta Cantavieja (Teruel).

Mientras Oráa envió un batallón a Valencia con los heridos y prisioneros, y con el resto se dirigió a Requena, pues pensaba que los expedicionarios se dirigían a Madrid. Estando en Requena (Valencia), recibió una comunicación del Gobierno en la que se le comunicaba que el general Espartero asumía el mando de todas las tropas que perseguían a los expedicionarios. Esto no gustó a Oráa, que presentó su dimisión, que no fue aceptada.

Al poco tiempo, Oráa se dio cuenta de que los expedicionarios no se dirigían a Madrid, por lo que se dirigió a Rubielos de Mora (Teruel) para vigilarlos.

Espartero había salido de Navarra con 16 BIs y 11 ECs; se encontraba en Santa Eulalia (Teruel) dispuesto a marchar contra los expedicionarios. Las fuerzas cristinas sumaban 24.000 efectivos y 4.000 caballos en total, pero se enfrentaban a problemas de abastecimiento, por lo que tenían que dividirse en múltiples columnas para abastecerse, ya que la ruta seguida por los expedicionarios quedaba exausta.

El 19 de julio, inició la marcha la Expedición Real por Albentosa (Teruel) hasta Rubielos de Mora, donde se pasó el resto del día. El día 20 continuó por Linares, a pernoctar en Mosqueruela (Teruel), en cuya población se descansó. Al día siguiente se dirigió a Iglesuela del Cid (Teruel), donde la Expedición Real permaneció en esta población hasta el día 30. Durante la estancia en Iglesuela del Cid se dictaron diversas providencias. El brigadier Camilo Moreno fue nombrado segundo comandante general de Aragón; el coronel Forcadell, de Valencia, y el coronel Tallada, de Murcia.

El 24 de julio, don Carlos llegó con sus fuerzas a Cantavieja, capital carlista del Maestrazgo; allí inspeccionó las fortificaciones y recibió a las autoridades de la zona. La DI-1 de Navarra del general Pablo Sanz y Baeza, reforzada por batallones de Valencia y caballería de Tortosa, fue enviada a la Plana de Castellón para buscar abastecimientos y dinero. Lo mismo hizo el general Luis Llagostera y Casadevall, conocido como La Langosta en el Bajo Aragón. El resto de la fuerza se quedó en los alrededores de Cantavieja.

El día 1 de agosto, las tropas expedicionarias pasaron de Horcajo a Zorita, y al día siguiente a Mirambel. La división castellana se estableció en Mata de Forcall (Castellón). Las tropas quedaron en Mirambel (Teruel), donde se permaneció del 2 al 7 de agosto.

El 8 de agosto, la Expedición partió de Mirambel, pasando a Fortanete, después de una dura marcha de siete horas; pero después de haber comido, se prosiguió el camino por Villarroya de los Pinares, adonde se llegó cinco horas más tarde.

Al día siguiente, 9 de agosto, prosiguió la marcha después de la comida, atravesando el río Alfambra y llegando a El Pobo, donde permaneció todo el 10 y el 11 de agosto. El día 12 salió, por la tarde, para pernoctar en Camarillas (Teruel), donde descansó los días 13 y 14.

El 15 de agosto, la Expedición realizó una pequeña marcha de tres horas para ir a Cuevas de Almudén (Teruel), pero el 16 se regresó a Camarillas.

Batalla de Villar de los Navarros (24 de agosto de 1837)

El 17 de agosto, la Expedición partió de Camarillas a Aliaga (Teruel), y el 18 se marchó a Ejulve, donde se descansó el 19. Continuó la marcha el 20 de agosto, franqueando las montañas hasta Estercuel, desde donde, después de descansar y comer, se siguió hasta Oliete (Teruel). El 21 pasaron a Muniesa. En este día el general Cabrera, después de conferenciar con el infante don Sebastián Gabriel, marchó a Chelva para preparar las fuerzas que debían acompañar a Castilla a la Expedición. El día siguiente (22 de agosto), pasando por Plenas, los carlistas llegaron a Villar de los Navarros, en la provincia de Zaragoza. En esos momentos operaban contra la Expedición las columnas de Espartero, la de Oráa y la de Buerens.

Oráa se dirigió contra Sanz y Casadevall, que se replegaron y aprovecharon para hacer una incursión por la huerta de Valencia y saquear los pueblos costeros. Oráa los persiguió hasta Segorbe (Castellón), pero no consiguió alcanzarlos. Oráa continuó hasta Teruel, donde estableció su cuartel general.

Acosada por las tropas de Oráa y Espartero, la Expedición Real se hubiera visto en un grave aprieto si no hubiera sido porque este último hubo de replegarse para cubrir la capital de España, amenazada por la expedición de Zaratiegui. Espartero acudió con su ejército en apoyo de Madrid, y dejó al general José Clemente Buerens con una división de unos 8.000 efectivos (8 BIs, 2 ECs y 6 cañones).

El general Oráa ordenó un movimiento convergente de las fuerzas del Ejército del Centro sobre la Expedición. Buerens, obedeciendo las órdenes de su superior, el 23 de agosto llegaba con sus tropas a la localidad zaragozana de Herrera de los Navarros (a apenas 8 kilómetros de Villar de los Navarros), al tiempo que enviaba a tres mensajeros para que informaran al general Oráa de su llegada. No obstante, los carlistas interceptaron a los mensajeros y los fusilaron en el acto, cortando la comunicación entre los dos ejércitos cristinos.

Pasadas las horas, y ante la falta de noticias del general Oráa, los acontecimientos se precipitaron al día siguiente, 24 de agosto, cuando los carlistas simularon la retirada de sus tropas. El engaño se produjo cuando una compañía de caballería carlista se adelantó hasta Herrera de los Navarros (Zaragoza), ante la vista de la división de Buerens, y al galope retrocedió a lo largo de las faldas del santuario de la Virgen de Herrera, hacia las localidades de Nogueras (Teruel) y Villar de los Navarros (Zaragoza), fingiendo que se batían en retirada ante el avance de la división de Buerens.

Las fuerzas expedicionarias eran unos 11.000 efectivos, pues las fuerzas de Cabrera se habían dirigido para contener al ejército de Oráa.

Sin embargo, se trataba de una emboscada en la que (en persecución de los carlistas) cayó primero una compañía de cazadores de la Guardia Real y después el regimiento provincial de Ávila que acudió en su ayuda, sucesos que acontecieron en el término denominado Val de Navarra, donde la infantería carlista de Navarra, que se había ocultado entre las ondulaciones del terreno, efectuó al unísono sobre aquellas fuerzas miles de descargas de fusil.

Finalmente, a las 3 de la tarde de aquel 24 de agosto de 1837, la caballería de Buerens intentó cargar sobre los carlistas avanzando hacia Cañada de la Cruz. El ataque fue repelido en un primer momento por los carlistas con 4 piezas de artillería (sería la primera batalla en que los expedicionarios dispusieron de cañones); pero en un segundo intento las tropas cristinas consiguieron avanzar (aunque continuamente hostigadas por el fuego de fusilería de la infantería carlista navarra) a lo largo de Val de Navarra, en dirección a Cañada de la Cruz. Pero allí les aguardaba la caballería carlista en perfecta formación y en situación favorable, pues se había instalado en lo alto de un extenso collado.

Eran las 6 de la tarde y fue entonces cuando el brigadier carlista Joaquín Quílez (natural de la localidad turolense de Samper de Calanda) dirigió una gran carga secundado por el coronel navarro Manuel Lucus (conocido como Manolín por su baja estatura). Y, a pesar de que ambos murieron en la batalla a causa de las heridas recibidas por disparos de fusil. El ejército carlista obtuvo, merced a aquella carga final, una victoria total y absoluta sobre el ejército isabelino comandado por Buerens, quien a duras penas logró huir, herido en el pecho, desde la cercana localidad de Herrera de los Navarros en dirección a Cariñena, acompañado por unos pocos centenares de soldados de los 8.000 que habían integrado, pocas horas antes, su división.

Batalla de Villar de los Navarros (24 de agosto de 1837). Los coraceros cristinos fueron derrotados y sus corazas fueron empleadas para hacer el calderote (cocinar). Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Un BI de la Guardia Real y otro del RI de Ceuta se rindieron; la artillería cristina, el tren de combate, el tren de bagajes, quedaron en poder de la caballería, que seguía avanzando a galope sobre Herrera de los Navarros.

Cuando el primer escuadrón de caballería entraba en el pueblo, salía huyendo al frente de 20 jinetes el brigadier Buerens, en dirección a Belchite, que es todo lo que pudo escapar de la columna de 6.000 hombres y 800 caballos. Un pequeño destacamento cristino se refugió en la iglesia de Herrera; pero los carlistas derribaron la puerta y casi todos murieron en combate cuerpo a cuerpo. A las siete de la tarde, la victoria era completa.

Las últimas refriegas tuvieron lugar sobre las nueve de la noche, casi al anochecer, momento en que se produjo la rendición del ejército isabelino. La batalla se había prolongado por espacio de más de ocho horas. El historiador Pirala escribiría años después sobre la batalla: «Pocas veces obtuvo ejército alguno más completa victoria que la que aquel día consiguieron las huestes carlistas».

Las bajas carlistas se estiman en 500, mientras que las bajas cristinas se estiman en 300 muertos, 402 heridos y 1.142 prisioneros, de los cuales unos 800 se incorporaron a las filas carlistas. Los otros 1.200 fueron hechos prisioneros (incluido el brigadier Ramón Solano JEM de Burens); también se capturaron 5.000 fusiles y dos piezas de artillería y 150 cajones de municiones.

Los carlistas utilizaron las corazas y los cascos de los soldados cristinos para hacer calderote (cocinar) en el vivac.

Los prisioneros fueron despojados de la práctica totalidad de sus ropas. En pésimas condiciones, muchos de ellos descalzos, fueron conducidos a pie, escoltados por un batallón carlista, primero a Muniesa (Teruel) y posteriormente a Villarluengo, Cantavieja y otras plazas fuertes que los carlistas. Muchos murieron en el cautiverio, y solamente 200 fueron canjeados tras la batalla de Arcos de la Cantera el 22 de septiembre, tras 7 meses de cautiverio.

El JEM Vicente González Moreno fue ascendido a capitán general, y para conmemorar la gran victoria, el pretendiente emitiría el 8 de septiembre de 1837 una Real Orden por la que concedía a los suboficiales y oficiales que se habían distinguido en los combates la medalla conmemorativa, que fue diseñada por el propio infante don Sebastián Gabriel de Borbón, que era un buen dibujante.

Tras la batalla se perdió un tiempo precioso, ya que el ejército expedicionario permaneció inmóvil durante seis días para festejar la victoria, en unos momentos que podían haber sido decisivos para aprovechar el desconcierto y la pérdida de moral que la victoria carlista había ocasionado en las filas del Gobierno.

De este modo, uno de los más brillantes oficiales extranjeros del ejército carlista, el príncipe Félix Lichnowsky (1814-48), quien con tan solo 24 años participó en la batalla con el grado de general de caballería, dejaría escrito años después: «El 24 de agosto de 1837 fue uno de esos raros y trascendentales acontecimientos de la historia que, en este caso, bien pudieron haber determinado la suerte de la monarquía de España».

El 30 de agosto, tras dar cabida en diversos cuerpos a los nuevos voluntarios y conducir los restantes prisioneros a Cantavieja, los carlistas emprendieron la marcha hacia Madrid. El corresponsal Charles Lewis Gruneisen acompañó a don Carlos y su ejército hasta las puertas de Madrid. La expedición marchó a Fombuena, adonde llegaron tres horas más tarde. El último día de agosto, partió de Fombuena, siguiendo el curso del río Huerva, para ir a pernoctar en Lagueruela (Teruel).

Camino a Madrid

Ruta por la provincia de Teruel

La derrota trastocó los planes gubernamentales, y se ordenó a Espartero acudir desde Sigüenza (Guadalajara) para unirse con Oráa y los restos de la división de Buerens. La reunión tuvo lugar en Daroca el 1 de septiembre, asumiendo Espartero el mando de la fuerza. Allí se enteró de que la Expedición Real había partido dos días antes hacia la capital, por una ruta al sur de la que él había traído, por Calamocha (Teruel), Monreal del Campo (Teruel), Salvacañete (Cuenca), Tarancón (Cuenca) y Arganda del Rey (Madrid), «…llevando siempre consigo y delante de sí la asolación más espantosa, los lamentos de los habitantes por cuyos pueblos pasaba y la ruina que era consiguiente al estado de insubordinación en que se hallaba un ejército hambriento, desnudo, que de todo carecía…»

El día 1 de septiembre, la Expedición Real prosiguió su marcha por Valverde y Lechago a Calamocha y estaba pasado el día en la ciudad, cuando llegaron noticias de que avanzaba en dirección al pueblo la columna de Oráa. El día 2, a las cinco de la mañana, se reemprendió la marcha y, pasando por El Poyo, Fuentes Claras, Caminreal y Torrijo del Campo, se llegó a Monreal del Campo (Teruel), donde se descansó. En la tarde del mismo día se siguió por Villafranca del Campo y, cruzando por segunda vez en esta jornada el río Jiloca, se detuvieron en Alba para pernoctar. Por fin, dejando la llanura aragonesa, se emprendió la marcha el día 3, pasando por Pozondón hasta llegar a Orihuela del Tremedal (Teruel). La proximidad de las tropas de Espartero había obligado al general González Moreno a dividir desde Pozondón la columna para reducir su extremada longitud.

Espartero continuó la persecución hasta Orihuela del Tremedal, en la sierra de Albarracín, a donde llegó Oráa el 3 de septiembre. Allí encontró a la Expedición y se dispuso a esperar a Espartero, mientras sus tropas se abastecían de agua, alimentos y leña. Espartero había destacado algunas fuerzas para iniciar reconocimiento, pero fueron rechazadas. La situación de los carlistas no dejaba de ser comprometida. Espartero ocupaba el llano y los carlistas las alturas; las hogueras de ambos campamentos se veían perfectamente. El general González Moreno tomó todas las precauciones para la seguridad esa noche, y al mismo tiempo dispuso la marcha para el día siguiente. A las cuatro de la mañana, los carlistas reemprendieron la marcha en el mayor silencio y sin apagar los fuegos, para que el enemigo no advirtiera la salida de las fuerzas expedicionarias. La retaguardia la formaban la división alavesa del general Sopelana y un escuadrón de caballería, mandado personalmente por el conde de Madeira.

Cuando a la mañana siguiente llegó Espartero, apenas quedaban fuerzas carlistas. Además, González Moreno logró engañar a los cristinos, que se dirigieron hacia Albarracín, mientras que la Expedición llegaba a Hélamo (Cuenca), ganando once horas a sus perseguidores. Este error de los cristinos abrió a los carlistas el camino hacia Madrid. La Expedición siguió por Bronchales (Teruel), Noguera, Tamracastilla y Colomarde, llegando a Frías de Albarracín (Teruel).

Al darse cuenta de ello, Espartero mandó aviso al gobernador de Cuenca para que se preparase para la defensa, al tiempo que él se dirigía a Beteta (Cuenca). No pensaba lo mismo Oráa, que se separó de su jefe y envió a Borso a proteger la Huerta de Valencia de un ataque de Cabrera. Pero este tenía otros planes; tras dejar a Llagostera al mando de parte de sus tropas, continuó con el resto hasta Chelva, y reunió el 1 de septiembre unos 6.000 hombres, después de lo cual entró en la provincia de Cuenca, donde se le unieron 400 jinetes de los hermanos Juan Vicente y Francisco Rugero, naturales de Almagro, conocidos como los Palillos.

El 5 de septiembre, después de cruzar el río Cabriel, se llegó a la frontera del Reino de Castilla, lo cual se solemnizó en la misma raya fronteriza.

Cabrera va en busca de la Expedición Real

El general Cabrera se había separado de la Expedición Real, antes de la batalla de Villar de los Navarros, para organizar la división de aragoneses y valencianos que debía reunirse al cuerpo expedicionario en su marcha sobre Madrid. El 29 de agosto, Cabrera había reunido en Onda (Castellón) dos batallones de Tortosa y seis de Valencia, junto con la caballería de Lanceros de Tortosa. Con esta fuerza siguió a Alcudia de Veo (Castellón) el 30; pasó a Alcublas (Valencia) el 31 de agosto, y el día 1 de septiembre, en Chelva, recogió dos batallones del Turia y el regimiento de Lanceros del Cid; con todas las fuerzas reunidas pasó el 2 a Utiel (Valencia), para seguir las rutas de la Expedición Real.

Antes de salir del Reino de Valencia, nombró comandante general interino de Aragón, Valencia y Murcia, durante su ausencia, al brigadier Llagostera.

El día 3 de septiembre, llegó a Iniesta, desde donde mandó parte de sus fuerzas a Tarazona de la Mancha (Albacete), dirigiéndose él por Motilla del Palancar (Cuenca) a Buenache de Alarcón (Cuenca), donde se unió a la Expedición el día 8 de septiembre.

La maniobra de Cabrera surtió su efecto, pues en Albacete cundió el pánico: las autoridades huyeron de la ciudad, y la Audiencia se trasladó a Cartagena; hasta en Jaén repercutió el temor, pues se trató de preparar fortificaciones.

Esta fuerza siguió por Sisante (Cuenca), San Clemente y Belmonte (Cuenca), hasta unirse a las carlistas en Tarancón.

Ruta por la provincia de Cuenca

La Expedición Real había entrado en Castilla la Nueva, llegando el día 5 a Salvacañete (Cuenca), donde pasó todo el día; el siguiente, por la mañana, por Alcalá de la Vega y Villar del Humo, fue a pernoctar en Cardenete. En esta población se separaron, para regresar a su tierra, las fuerzas aragonesas que, a las órdenes del brigadier Moreno y del coronel Cabañero, habían acompañado a la Expedición.

La marcha del 7 de septiembre se hizo a campo a través; pasaron por Paracuellos y llegaron a Campillo de Altobuey, cuyo vecindario recibió con alegría a los expedicionarios y los hizo objeto de grandes atenciones.

El día 8 prosiguió la marcha; pasando por Gabaldón, se descansó en Valverdejo, y por Olmedilla de Alarcón llegaron a Buenache de Alarcón. Allí se les unió Cabrera con sus fuerzas de Aragón, Valencia y el regimiento de lanceros de Tortosa; a partir de entonces, Cabrera se puso a la vanguardia de la Expedición.

La Expedición Real prosiguió su marcha el día 9, pasando por Hontecillas, cruzó el Júcar y siguió por La Almarcha e Hinojosa de Cuenca, para llegar al fin de la jornada a Villar de Cañas.

El día 10 de septiembre, la Expedición partió de Villar de Cañas, y prosiguió por Montalbo y Saelices, donde el entusiasmo fue delirante, acompañando al Rey hasta el siguiente pueblo, que era Villarrubio; se siguió luego por Riánsares, hasta llegar a Tarancón. Parte del ejército acampó con el cuartel general en Uclés.

Mientras tanto, don Carlos consiguió sacar ventaja a Espartero, que había hecho una parada en Cuenca para abastecerse y calzar a sus tropas, llegando a Buenache de Alcorcón el 8 de septiembre. En esa localidad se reunieron con Cabrera, que el 10 de septiembre llegaron a Tarancón, siendo bien recibidos por los pueblos que pasaron.

Desde Tarancón, el cuartel real de don Carlos había cursado órdenes para que se concentraran inmediatamente todas las partidas de guerrilleros carlistas al mando de Tercero, Jara y Orejita, atravesando Aranjuez, donde se les informaría de la dirección que había tomado la Expedición Real. Sin embargo, los mensajes fueron interceptados por el comandante cristino de Quintanar de la Orden (Toledo), Manuel de Villapadierna, por lo que no tuvo efecto la unión de efectivos carlistas.

El 11 de septiembre de 1837, la Expedición Real partió de Tarancón (Cuenca) a las cinco de la mañana, tomando el camino real hacia la capital, pasando por Belinchón. Llegando al río Tajo, el puente había sido derruido, y el ancho y profundo río era obstáculo difícil, pues no se llevaban pontoneros. El coronel Von Rahden recorrió la orilla, examinando las posibilidades, cuando hacia la madrugada se vio que la corriente arrastraba troncos en tal cantidad y de buenas proporciones, que en poco tiempo pudo armarse un puente. Eran pinos cortados en los bosques de la Alcarria por unos comerciantes valencianos, que para el transporte los arrojaban al río. Los troncos sirvieron para construir un puente por el que las tropas cruzaron, sin encontrar resistencia armada en la otra orilla.

A las cinco de la mañana había pasado el cuerpo expedicionario y las tropas reales estaban en la provincia de Madrid.

La vanguardia de Espartero, que llevaba infantes en la grupa de los caballos para ir más rápido, llegó a tiempo para ver cómo los expedicionarios cortaban las cuerdas que unían los troncos, siendo estos arrastrados por la corriente. Espartero tuvo que dar un rodeo, perdiendo un tiempo precioso, teniendo que cruzar el Tajo aguas arriba por el puente de Auñón (Guadalajara).

La expedición a las puertas de Madrid

Hacia las cuatro de la tarde, después de almorzar, la Expedición Real emprendió de nuevo la marcha, atravesando Villarejo de Salvanés (Madrid), nuevamente entre aclamaciones. El ejército carlista atravesó el río Tajuña, llegando a las nueve a Perales de Tajuña, donde hicieron noche. El Pretendiente fue ovacionado y celebró un Te Deum en la iglesia, mientras una división, al mando de Ramón Cabrera, se adelantaba hacia Madrid.

El infante don Sebastián Gabriel y su Estado Mayor se trasladaron a la villa de Vallecas, en las proximidades de la capital, donde ya se encontraba el general Cabrera con sus soldados. Con ellos fue otro oficial extranjero enrolado como voluntario en las filas carlistas, el prusiano Wilhelm von Rahden, quien describió el panorama que se ofrecía a los carlistas: «Pudimos contemplar a nuestros pies la Corte gallarda, magnífica y silenciosa, como muerta. De nuestros pechos salió un grito que evocaba el de los cruzados cuando llegaron a Jerusalén después de penosas campañas. Madrid se nos ofrecía tan abandonada, tan indefensa, que no había más que abrir sus puertas y entrar para señorearse de ella y permanecer dentro de sus muros».

Expedición Real a las puertas de Madrid. El infante don Sebastián Gabriel y Cabrera observan Madrid desde Vallecas, don Carlos se encontraba en Arganda. Autor

El 12 de septiembre, don Carlos llegó a Arganda del Rey, a 13,5 km de Madrid, donde instaló su cuartel real.

El día 11 de septiembre, las autoridades de la capital tomaron medidas para afrontar la situación. En primer lugar, se restableció el Real Decreto de 6 de agosto de ese año que declaraba a Castilla la Nueva en estado de guerra. Por esa fecha, ante la toma de Segovia por la expedición del general carlista Zaratiegui, el Gobierno había organizado la defensa de Madrid con el apoyo del Ayuntamiento, la Diputación y su jefe político, el conde del Asalto. Se habían formado entonces compañías de “ciudadanos honrados” para conservar la tranquilidad en los barrios, mientras la Milicia Nacional se distribuía por los distritos, adoptaba medidas de defensa y esperaba el ataque de los legitimistas. Sin embargo, la llegada del general Espartero con tropas de refresco abortó cualquier tentativa de los oficiales carlistas, animando al Gobierno y a la propia reina María Cristina, ante cuya vista desfilaron las fuerzas liberales.

Pero los liberales habían seguido, sin saberlo, los planes de los carlistas, pues la intención última de Zaratiegui no había sido sino acercarse a Torrelodones para que se extendiera la alarma en el campo cristino y acudieran a la corte rápidamente las tropas liberales que perseguían a la Expedición Real.

En esta nueva ocasión de peligro, el Ayuntamiento madrileño, tras celebrar una sesión por la mañana, convocó otra extraordinaria por la noche, constituyéndose en sesión permanente desde las doce de la noche de ese día hasta las ocho de la tarde del 13 de septiembre. Cuatro horas después del comienzo de la reunión, se acordó realizar una llamada a los habitantes de la Villa para que trabajaran en las fortificaciones; mientras que se solicitaba que acudieran al antiguo convento de San Felipe el Real a aquellos civiles que desearan participar como voluntarios en la defensa armada. De acuerdo con las órdenes del Gobierno, el Ayuntamiento pasó oficio a los jefes de las oficinas administrativas para que se presentaran en otro convento aquellos empleados que no fueran absolutamente necesarios, pues también se les reclamó para tomar las armas.

El capitán general de Madrid, Antonio Quiroga, en previsión de cualquier posible acción violenta de los partidarios carlistas en Madrid, ordenó que se retirasen a sus domicilios todos los habitantes que no estuvieran comprometidos en la defensa de la Villa. El aspecto normalmente bullicioso de la capital se transformó en poco tiempo: la mayor parte de las tiendas y talleres cerraron, el comercio se paralizó y la población apenas circuló por las calles. Las tapias fueron coronadas por los milicianos nacionales, el cuerpo armado del progresismo más radical. Las autoridades se dirigieron a los madrileños, intentando difundir ánimo y confianza en el sistema liberal y en la fuerza del Gobierno.

El infante don Francisco de Paula, tío de Isabel II y hermano menor de don Carlos, recorrió a caballo, acompañado de sus ayudantes, toda la línea de defensa por la mañana, y por la tarde lo hizo la reina gobernadora, infundiendo ánimo entre los milicianos nacionales.

Expedición Real a las puertas de Madrid. La reina regente doña María Cristina viendo el enfrentamiento entre los carlistas (izquierda) y los cristinos (derecha).

El Congreso de los Diputados celebró su sesión para ofrecer una imagen de normalidad constitucional y fuerza, la cual, no obstante, fue bastante lánguida. Al concluirse, los diputados tomaron las armas que tenían dispuestas por si resultaba necesaria su cooperación en la defensa de la ciudad, por lo cual prestaron servicio activo en rondas. Por la puerta de Alcalá y Atocha llegaron numerosos carros que conducían a la Milicia Nacional y soldados de caballería de los depósitos cercanos, situados en la dirección de los pueblos de Cuenca y Guadalajara.

Las fuerzas que defendían la capital en ese momento eran unos 6.000 efectivos organizados en 8 BIs de milicianos, 3 BIs regulares, 1.000 jinetes y 40 cañones.

Por la tarde, mientras la alarma iba en aumento, se produjo la primera escaramuza entre fuerzas liberales y carlistas en esa misma zona, donde se presentaron varios escuadrones de granaderos de la Guardia Real con dos piezas de artillería. Ante la vista de Fernández de Córdoba y del brigadier Facundo Infante, gobernador militar de Madrid, tras la refriega de disparos, los carlistas capturaron al coronel Diego Cardón y a varios granaderos de la Guardia Real, pasándose a sus filas un par de soldados. A punto estuvieron las dos piezas de caer en sus manos también, pero los liberales lograron introducirlas de nuevo en la Villa.

En el casco urbano, la actividad de los carlistas madrileños fue nula debida a las fuertes medidas de represión y a la escasa capacidad de organización que había sido invalidada por las autoridades isabelinas durante los cuatro años anteriores. Tan solo se registró un incidente que, de no ser por el protagonista liberal, tal vez no hubiera ni constado. Un partidario de don Carlos se paseó en esos momentos por la Puerta del Sol en actitud provocativa, lo que molestó a José María Calatrava, jefe del anterior Gabinete de la Reina y guardia nacional en funciones, que salió en su persecución con tal mala fortuna que tropezó, cayó de cabeza y sufrió leves contusiones. No obstante, el carlista fue detenido por otros nacionales.

¿Pudo don Carlos entrar en la capital de España? Desde el punto de vista militar, la respuesta es fácil, pues nos la da el propio capitán general de Madrid, Antonio Quiroga, cuando al terminar su conversación con el menor de los Córdoba sobre los medios disponibles para la defensa, añadió con ademán sombrío: «Hoy entran los carlistas en Madrid». Pero no fueron motivos militares, sino políticos, los que habían dado origen a la expedición de don Carlos. Cierto es que tomar Madrid por las armas no hubiera perjudicado el estado de las negociaciones, pero no era lógico hacerlo cuando todo se podía resolver pacíficamente. Así, Cabrera, que había derrotado a una pequeña columna que salió a hacerle frente, recibió órdenes terminantes de no pasar de Vallecas.

Al cabo de unas horas de espera, los pocos dirigentes carlistas al tanto del proyecto de transacción debieron comprender que, por el motivo que fuese, la Gobernadora no se iba a presentar en sus filas. También entonces se habría podido ocupar la capital, pero los riesgos habían aumentado, pues Espartero se encontraba tan solo a una jornada, y en este espacio de tiempo se debería acabar con todos los focos interiores de resistencia y tener las tropas dispuestas para un nuevo combate. Varios miembros de la expedición pensaban que, al tener noticia de la pérdida de la capital, se disolvería la columna de Espartero, pero esto era solo una posibilidad, y un general como Moreno no podía menos de obrar en virtud de hechos reales. Si quería conquistar Madrid, lo primero que debía hacer era batir a Espartero, pues luego entrar en la ciudad no revestiría el menor problema, y esta decisión inspiró los siguientes movimientos del ejército carlista.

Para cumplir su propósito de batir a Espartero antes de tomar Madrid, Moreno contaba con dos posibilidades: caer sobre sus tropas antes de que penetraran en la capital, como al parecer propuso el infante don Sebastián Gabriel, o situarse en un punto donde pudiera reforzar la expedición con nuevos voluntarios mientras esperaba la llegada de Zaratiegui, cuyas fuerzas estaban en Aranda de Duero el 12 de septiembre.

Cabrera se asemejaba a “un león enfurecido”. Esperaba impaciente la orden de don Juan para dar el asalto definitivo a Madrid. Don Sebastián mandó un emisario a don Carlos para saber cuál era la orden. La tensión ante las puertas de Madrid se podía cortar con un cuchillo. Lichnowsky dijo: «cada minuto se hacía una hora».

Lo que al final llegó no fue la orden de asalto a Madrid, sino la retirada hacia Arganda. Eran las cinco y media de la tarde del 12 de septiembre. Cabrera se enfureció y acató la orden. Iniciando la retirada de Madrid.

No pudo ser. Un jinete carlista contemple Madrid en la lejanía antes de emprender la retirada durante la Expedición Real. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Espartero había pernoctado el 11 de septiembre en Tendilla (Guadalajara); el día 12 al anochecer entraría en Alcalá de Henares y hasta el 13 por la tarde no lo haría en la capital, donde recibió un baño de masas, desfilando por las calles ante la reina regente e Isabel II. Aprovechó la estancia para dar descanso a sus tropas y equiparlas.

Retirada de la Expedición Real

Batalla de Aranzueque (19 de septiembre de 1837)

El 12 de septiembre por la noche, se reunieron todas las tropas carlistas en Arganda del Rey. Al día siguiente partieron a Mondéjar (Guadalajara) con el fin de reclutar tropas, donde el disgusto por no haber atacado antes a Espartero se vio compensado por el aumento que experimentó el ejército, cuenta uno de los expedicionarios: «Aquí es preciso haga público el buen espíritu de la Alcarria. Desde que entramos en ella no cesaba la presentación de mozos para tomar las armas, pero al llegar a Mondéjar esta presentación fue ya por pelotones bastante crecidos, llegando las partidas de cuarenta, sesenta y de cien hombres con tambor batiente o corneta, todos armados y vestidos de nacionales la mayor parte. Estas partidas venían mandadas por los ricachos de los pueblos, por los curas, o por oficiales retirados. En una palabra, este país se levantó en masa y en los tres días que estuvimos en Mondéjar la división castellana se aumentó en más de dos mil hombres. Jamás se vio nuestro ejército tan contento y entusiasmado

Desde Móndejar, Cabrera se adelantó con su división a Guadalajara; allí sitiaron a los rezagados de Espartero que habían quedado en la ciudad. La noche del 16 de septiembre, una compañía de granaderos del BI-I de Tortosa sorprendió uno de los puestos de guardia enemigos, abriendo las puertas de la ciudad, cuyos habitantes fueron despertados a primera hora de la mañana por la música de las bandas militares colocadas en la plaza del ayuntamiento. La guarnición cristina se refugió en el fuerte de San Francisco, se salvó gracias a la llegada de una columna de socorro el día 17 a las siete de la mañana; Cabrera se replegaba de la ciudad por una puerta, mientras que la vanguardia de Espartero entraba por otra.

Reunidas las fuerzas carlistas, se decidió intentar una sorpresa sobre las tropas de Espartero. La expedición emprendió el 18 de septiembre el camino de Alcalá de Henares; pero antes de llegar se supo por un par de desertores que sus movimientos eran ya conocidos, y que se habían tomado las oportunas disposiciones. No escapaba a González Moreno el pésimo efecto de una retirada en estas circunstancias, y por ello propuso al Pretendiente aceptar el combate en las alturas cercanas a Alcalá, pero su plan fue rechazado por los consejeros de don Carlos.

La situación se invirtió por completo cuando Espartero emprendió la persecución de los carlistas. La masa principal de tropas carlistas mandadas por Gómez Moreno pasó por El Pozo y Santorcaz rumbo a Alcalá y, tras llegar al puente y a la vista de las tropas de Espartero, de nuevo contramarchan el 19 por Santorcaz y El Pozo con el consiguiente desánimo de los soldados. Mientras el grueso de la infantería carlista se retiraba por el camino de Aranzueque, aparecieron las tropas cristinas.

Primero fue una compañía del BI de Guías que abrió fuego de fusilería, acosando sin cesar a los expedicionarios. Después de agrupada gran parte de la caballería cristina al mando del brigadier Diego de León, realizaron una carga destacando los coraceros de la Guardia Real y los húsares de la Princesa. La caballería expedicionaria, mal dirigida por el brigadier Delpan, huyó precipitadamente, siendo perseguida hasta las proximidades de Aranzueque.

Espartero asentó su artillería junto al atrio de la iglesia parroquial, el punto más elevado de la villa. Desde allí hostigó a los carlistas que intentaban cruzar al otro lado del río Tajuña por el puente de la localidad.

Según cuenta en sus memorias el barón Rahden, solo la firme y serena intervención del pretendiente Carlos María Isidro de Borbón evitó el pánico y la desbandada de sus tropas antes de cruzar el puente; aunque no pudo evitar la posterior huida desordenada en dirección a los cerros que rodean a Aranzueque por el sur y este, en cuyas alturas pudieron mantenerse los carlistas sin mayores dificultades.

Estos batallones se encargaron de la defensa del puente; el tren de guerra y los equipajes fueron colocados más allá de la distancia alcanzada por la artillería cristina, y custodiados por la división navarra de Cabrera, marcharon a Orusco y de allí a Carabaña.

Los cristinos avanzaron hasta el puente; la caballería carlista los rechazó. Desde la iglesia de Aranzueque, la artillería cristina disparó contra las fuerzas carlistas. En tanto, los batallones de infantería tomaban escalonados las alturas que dominaban el puente. El puente llegó a ser tomado por los cristinos, pero no fue rebasado. Al caer la tarde, las tropas de Espartero retrocedieron a Aranzueque, mientras los carlistas proseguían su marcha por Hontoba (Guadalajara) hasta Hueva (Guadalajara), donde descansaron algunas horas.

Las bajas cristinas fueron de 7 muertos y 37 heridos. Los carlistas no tuvieron excesivas pérdidas; se estiman en varios centenares entre muertos, heridos y prisioneros, pero la expedición quedó partida en numerosos grupos.

Retirada por la provincia de Guadalajara

De las tropas rezagadas y hambrientas en Hontoba se dispersaron bastantes voluntarios. Los carlistas mataron a la mayoría del ganado de ese lugar para comer y requisaron paja y grano para calentarse y dar de comer a los caballos. Durmieron muchos en las eras de Santiago y salieron de allí en cuanto pudieron.
Siguieron por Hueva (Guadalajara), donde la Expedición quedó reorganizada. Es verdad que faltaba la división de Navarra y que, además, en la jornada de Aranzueque se habían perdido 200 prisioneros; pero se habían salvado el tren y los equipajes y el número de muertos y heridos fue escaso.

El 20 de septiembre por la mañana se partió de Hueva. Se pasó por Fuentelaencina, y luego por Moratilla de los Meleros. En este pueblo se separó de las fuerzas expedicionarias la división del general Cabrera. Lichnowski asegura que de esta separación no estaban enterados ni el Infante ni González Moreno. Sin embargo, es indudable que tuvo autorización, y esta debió de ser del Rey. Se hizo un descanso en Tendilla, donde los soldados, agotados por el calor y el cansancio, se dormían por todas partes; no era posible darles reposo porque Espartero seguía con su división las huellas de los expedicionarios. Justo una hora después de pasar llegaban los perseguidores cristinos dividiendo a las tropas carlistas. 800 soldados tuvieron que retirarse desde Hueva hacia Valencia.

El general Sanz, que se había separado de la división de Navarra, estuvo a punto de caer prisionero, pues, dormido en su alojamiento, despertó al entrar en la casa los cristinos. Pudo huir y vagó cinco días por los montes, hasta que un guía le condujo al cuartel general.

Siguieron por Peñalver, y luego a Valfermoso de Tajuña, donde comieron sus ranchos, y prosiguieron por Irueste y Arenilla hasta Brihuega. Si había sido la agotadora etapa del 20, más dura fue la del 21 de septiembre. Cuando estaban ya en Brihuega, vieron llegar tropas cristinas, que establecían sus vivaques delante de la población.

Los carlistas evacuaron Brihuega, acampando en una pequeña meseta que la domina, para, después de dos horas de descanso, reemprender la marcha; pasando por Olmeda del Extremo, llegaron a Cifuentes a las tres de la mañana del 22. Siguieron luego hacia el Tajuña, que pasaron cerca de Torrecuadradilla. A mediodía se detuvieron en Torrecuadrada para comer, partiendo luego a Renales, donde se acampó. La lluvia agravó la difícil situación de los expedicionarios. Afortunadamente, los cristinos se habían detenido en Brihuega.

Por los dos días de marchas forzadas, la derrota, el fuerte calor y el no comer más alimento que el requisado en Hontoba, el camino se llenó de rezagados carlistas. Muchos de los mozos presentados en la Alcarria quedarían prisioneros, algunos morirían y, la mayoría, tras semejante estreno, se desanimaron y volvieron a sus casas en medio de la confusión.

Los expedicionarios estaban casi reducidos a la mitad por el hambre, la lluvia y el barro que luego aparecieron y las rápidas marchas de la retirada, perseguidos de cerca y sorprendidos de noche por los cristinos, obligados a veces a abandonar las raciones recogidas con dificultad. Quedarían algo más de 4.000 efectivos, ya que la división de Sanz se separó en la confusa y precipitada retirada, tardando varios días en incorporarse a la fuerza principal.

Desde Aranzueque (Guadalajara), Espartero había seguido por Horche a Torija y Fuentes de la Alcarria (Guadalajara), donde la niebla hizo que llegase antes que sus tropas. Pero los carlistas no lo sabían, se retiraron y Espartero se salvó.

Los carlistas pasaron por Torrecuadrada, Alcolea del Pinar y durmieron el 23 en Bujarrabal (ese día Espartero durmió en Alcolea) y el 24 de septiembre en Atienza (Guadalajara). Al abandonarla tuvieron tan mal acierto que volvieron a meterse entre enemigos.

Batalla de Arcos de la Cantera y regreso de Cabrera

Mientras tanto, Cabrera había abandonado la Expedición Real el 20 de septiembre en Moratilla de los Meleros (Guadalajara), y se dirigió a sus dominios en el Maestrazgo. Se dirigió a Pastrana y luego a Almonacid de Zorita (Guadalajara). Durante esta marcha supo que la división navarra, que iba con los bagajes y se había separado de la Expedición Real en la batalla de Aranzueque, vagaba sin conocimiento del terreno, sin víveres y sin municiones. Cabrera se propuso ayudar a los extraviados y los esperó para agregarlos a sus fuerzas.

Entonces, ya reunidos, hizo una rapidísima marcha por la provincia de Cuenca, y durante cuatro días ni descansaron ni tomaron otro alimento que las uvas que hallaban a mano. Pero la Columna de Oraa estaba sobre sus huellas.

Cuando se encontraba en Arcos de la Cantera (Cuenca), fue alcanzada por la vanguardia de Oráa el 22 de septiembre. Las tropas carlistas, que se encontraban agotadas y hambrientas, Cabrera intentó defenderse en Arcos de la Cantera; para ello desplegó lo mejor de sus fuerzas: las 8 compañías de cazadores del RCL de Tortosa. La descarga cerrada no bastó para detener a los jinetes cristinos, que cayeron sobre ellas antes de que pudieran formar en cuadro. Indefensas, se tienen que rendir.

La caballería cristina, liderada por el brigadier Amor, jefe de la caballería, que realizó una carga con escuadrones del RC-1 del Rey, del RC-2 de la Reina y RCL-6 Cataluña (Calatrava), demostró un valor excepcional en la acción.

En total, las pérdidas fueron 40 muertos, 896 prisioneros, incluyendo 25 oficiales. La brillante participación de estos regimientos de caballería en la batalla de Arcos de la Cantera llevó a la concesión de la prestigiosa Corbata de San Fernando para sus estandartes.

Cabrera, con el resto de su fuerza, siguió por Embid (Guadalajara), pasando el Júcar por el puente del Chantre. El comandante militar cristino de Cuenca salió con dirección a Mariana y Sotos para cortarles el paso; pero los carlistas estaban ya lejos, y por Tragacete (Cuenca) el 23; después de pernoctar en dicha población, salieron para Albarracín (Teruel), adonde llegaron el 24.

Al día siguiente llegaron a Gea de Albarracín (Teruel); marchó luego a Camarillas (Teruel), el 26, y, después de descansar, el 27 llegó a Cantavieja, donde tomó el mando de las tropas.

Los navarros, a las órdenes del general Zabala, que habían seguido a Cabrera, se separaron de este en Arcos de la Cantera, y por Priego y Valdeolivas salieron de la provincia de Cuenca, entraron en la de Guadalajara y siguieron la marcha por Brihuega y Cogolludo, en busca de la Expedición Real. En conjunto, eran 700 hombres y 80 caballos.

Retirada por la provincia de Soria

El 25 de septiembre, la Expedición Real entraba en la provincia de Soria, pernoctando en Caracena, habiéndolo hecho el Rey en Ayllón. A las cuatro de la mañana del día 26, reemprendió la marcha por Carrascosa de Abajo y Fresno de Caracena, llegando al mediodía al río Duero, que fue atravesado por Gormaz, donde la tropa descansó. Espartero siguió este camino, y a mediodía formó en línea de batalla delante de los carlistas, pero al otro lado del Duero. Aquella noche el cuartel real se estableció en Berzosa, y el general, pasando por Osma, había llegado a Burgo de Osma.

En esta población las tropas fueron bien recibidas, pero se mantuvieron alerta, pues Espartero pernoctaba en Osma. El 27 de septiembre, siguieron por Berzosa, Villálvaro, Zayas de Torre, Cuscurrita de Aranda y Casanova, estas dos en la provincia de Burgos, para pernoctar en Peñaranda de Duero (Burgos).

Retirada por la provincia de Burgos

Habiéndose sabido que Zaratiegui estaba por la parte de Aranda de Duero (Burgos), la Expedición salió el 28 por San Juan del Monte, Zazuar y Quemada; pero al llegar a este pueblo se encontraron con el coronel Balmaseda, enviado por Zaratiegui para comunicar que esta había empeñado un combate en Aranda de Duero. Según Lichnowski, Zaratiegui pedía que la fuerza expedicionaria del Rey pasara un vado del Duero para atacar a los cristinos desde la orilla izquierda, petición que no fue atendida. Es probable que el vado indicado fuera Vadocondes. Un escuadrón de caballería se destacó para apoyar a Zaratiegui y tomaría parte en el combate, y la Expedición siguió para Aranda de Duero, adonde se llegaría después del combate.

Maniobras de las dos expediciones reunidas

El 29 de septiembre, se produjo la unión de la Expedición Real y la de Zaratiegui. Don Carlos con las divisiones de Zaratiegui y Sanz tenía unos 12.000 efectivos. Después de la reunión, las tropas carlistas marcharon a Gumiel de Hizán (Burgos), donde quedó la Expedición Real, prosiguiendo las tropas de Zaratiegui hasta Silos. En Gumiel supieron que Espartero, desde Peñaranda de Duero, donde se hallaba la víspera, había pasado a unirse a Carondelet y Lorenzo, reuniendo un ejército de 19.000 infantes y 1.800 jinetes, mucho más fuerte que el carlista.

El 30 de septiembre a las tres de la mañana, las tropas del Rey reemprendieron la marcha; pasando por Pinillas-Trasmonte y Cebrecos, llegaron a Covarrubias; allí pasaron unos días de tranquilidad y descanso.
Guiri, que ocupaba Lerma, ante la proximidad de Espartero, evacuó la población el 30, retirándose a la sierra para unirse a la Expedición.

Durante la estancia de la Expedición Real en Covarrubias, se separaron del cuerpo expedicionario los mozos que se le habían ido agregando en sus marchas, pues no estaban en disposición de afrontar las penalidades de la campaña por bisoños y faltos de la instrucción militar necesaria. La sierra les ofrecía el amparo necesario para dedicarse a su función de guerrilleros, para la que estaban mejor preparados. También se atendió con preferente interés a la cuestión de los heridos, transportados al monasterio de Santo Domingo de Silos, bajo el amparo del Convenio Eliot. Cuando la Expedición abandonó aquellos lugares, los pactos no fueron cumplidos por los cristinos, que hicieron prisioneros a los heridos, escapando a esta suerte tan solo algunos convalecientes.

La concentración de fuerzas enemigas obligó a los carlistas a marchar a Retuerta (Burgos) el día 3 de octubre. El día siguiente se unieron a la Expedición las fuerzas navarras que, al mando del general Zabala, se habían separado durante el combate de Alanzueque. Amenazando Espartero desde Covarrubias, que había ocupado, los carlistas se retiran a Santibáñez del Val y Santo Domingo de Silos el 4 de octubre, mientras el cuartel real se situaba en Carazo, pasando por Contreras. Al día siguiente se libró la batalla de Retuerta.

Batalla de Retuerta (5 de octubre de 1837)

El ejército cristino ocupaba el 5 de octubre por la mañana Covarrubias, Quintanilla del Agua y Retuerta; enfrente de ellos, los carlistas se desplegaban entre Santibáñez del Val y Santo Domingo de Silos.

A las siete de la mañana, los cristinos avanzaron, mandados por Lorenzo; los carlistas, mandados por Zaratiegui, envolvieron su derecha, causando grandes pérdidas a un escuadrón de Borbón y otro de Albuera; acudió Espartero, obligando a los carlistas a replegar su ala izquierda. Se ordenó entonces la retirada sobre Santo Domingo de Silos, y los cristinos, a su vez, se retiraron a Retuerta y Covarrubias. Las mayores pérdidas de los cristinos las tuvo la división del general Lorenzo, pues alcanzaban a 1.000 hombres y 100 caballos. Los carlistas también tuvieron bastantes, particularmente en el BI-II de Aragón, y entre los jefes resultaron heridos el general conde de Madeira y el coronel Reina. El cuartel real, durante este combate, estaba en Mamolar.

El general González Moreno mandó el parte del combate por conducto del brigadier Príncipe Lichnowski; prometía atacar de nuevo al enemigo al día siguiente, señalaba las faltas cometidas en el combate y se pedía una sumaria para depurarla. El grueso del ejército marchó entonces a Peñacoba, y de allí, por la noche, a Contreras. Dos batallones y un escuadrón se destacaron a Retuerta para desorientar al enemigo; pero cuando Espartero, al despuntar el día, se dio cuenta de que las alturas de Retuerta estaban ocupadas por los carlistas, retiró sus tropas, concentrándolas en Covarrubias y las llevó a Barbadillo del Mercado, abandonando, por tanto, las posiciones que había defendido la víspera. La batalla de Retuerta ha sido contada como victoria de Espartero y como victoria carlista.

En realidad, fue una acción indecisa en el combate, pero que, al fin, resultó favorable a los carlistas, por cuanto los cristinos, al ver ocupadas las posiciones en que se luchó, se retiraron, dejando el campo a las tropas carlistas. Ante este hecho, los carlistas marcharon por Ahedo de la Sierra (Burgos) hasta Villanueva de Carazo (Burgos). En este pueblo los cristinos los atacaron, pero la caballería cristina fue rechazada. Siguieron los carlistas hasta Gete. El Infante se estableció en Pinilla de los Barruecos. El Rey, desde Mamolar, marchó por Carazo a Hontoria del Pinar (Burgos).

El 7 de octubre por la mañana, emprendieron su marcha las tropas por Peñacoba, Mamolar y Santo Domingo de Silos, siguiendo luego por Santibáñez del Val hasta Castroceniza. El Infante estableció su cuartel real en Quintanilla del Coco el día 9, mientras que don Carlos, por Espinosa de Cervera, pasaba a Castroceniza.

Separación de las divisiones del Rey y del Infante

Pese a no haber experimentado ningún revés, el fracasado intento de batir a Espartero volvió a dejar de manifiesto el enfrentamiento, cada vez más fuerte, que había entre los jefes de las columnas expedicionarias, y la deserción tomó aún mayores proporciones, contagiándose a las tropas de Zaratiegui.

En Castroceniza se tomó una importante decisión sobre el cuerpo expedicionario. Se dividiría en dos divisiones: una al mando del propio Rey, llevando al general González Moreno; y la otra a las órdenes del infante don Sebastián Gabriel, con el general Zaratiegui, tratando así de evitar las crecientes rivalidades. Con don Sebastián marchaban los generales Villarreal, conde de Madeira y Sanz, y los brigadieres Elio y el príncipe Lichnowski.

El 10 de octubre, las tropas del Rey salieron de Castroceniza para fijarse en Ciruelos de Cervera, mientras el Infante permanecía en Quintanilla de Coco. El día 11, por Espinosa de Cervera y Arauzo de Miel, siguió el Rey hasta Huerta del Rey, sin que el Infante hiciera ningún movimiento, y los cristinos abandonaban sus acantonamientos para replegarse a Santa Inés y Lerma. El 12, las tropas que seguían a don Carlos continuaban acantonadas en Huerta del Rey y en Coruña del Conde. Y el 13 pasaron por Espejón (Soria) para marchar a Hontoria del Pinar. El Infante había marchado de Quintanilla de Coco a Peñacoba (Burgos), el 12, y el 13 siguió a Arauzo de Miel.

Acción de Huerta del Rey (14 de octubre de 1837)

El 14 de octubre, la Expedición Real había salido para Quintanar de la Sierra, habiendo dejado en su retaguardia la caballería, mandada por el brigadier Fernando Medina-Verdes y Cabanas, el cual acababa de reemplazar al general conde del Prado, quien estaba enfermo. Cabañas fue atacado en Huerta del Rey por la caballería cristina de Diego de León, apoyada esta por las divisiones de Rivero y Buerens. Mal mandada la caballería carlista, fue desorganizada por los jinetes cristinos; hubo de dispersarse para no caer en poder de los cristinos. La bandera “Generalísima” del Pretendiente fue salvada a duras penas por Riaños, un antiguo guardia de corps.

La Expedición, mientras tanto, seguía su ruta, y al llegar a Aldea del Pinar fueron alcanzados por los jinetes carlistas, dispersados en la acción de Huerta del Rey, entre ellos el ayudante Riaños, quien había salvado la bandera de la Generalísima. Siguieron su ruta por Rabanera del Pinar, Cabezón de la Sierra, Palacios de la Sierra, Vilviestre del Pinar y Canicosa de la Sierra, hasta llegar a Quintanar de la Sierra.
Por su parte, la columna del Infante había tenido también un pequeño combate ese día en la acción de Arauzo de Miel, por lo que se retiró luego a Doña Santo y de allí a Peñacoba. Al llegar a este punto, dice Lichnowski.: «Hasta entonces estuvimos en comunicación con la Columna Real; pero a partir de este día cesaron las noticias oficiales, y las que recibíamos, por medio de espías y de aldeanos, eran contradictorias».

Final de la Expedición Real

El Rey pudo dar descanso a sus tropas los días 15 y 16 de octubre en Quintanar de la Sierra, mientras el Infante, el 15, había salido de Peñacoba, y por Carazo y Contreras pasó a pernoctar a Covarrubias. Los cristinos habían dividido sus fuerzas, y mientras Espartero operaba contra la columna del Rey, Lorenzo lo hacía contra la del Infante. Habiéndose colocado aquel sobre Covarrubias, el Infante adelantó sus tropas hasta Cascajares de la Sierra.

El Rey, el 17 de octubre, había salido de Quintanar de la Sierra y, entrando en la provincia de Soria por Doruelo de la Sierra, continuó por Covaleda y Salduero, marchó a pernoctar en Molinos de Duero, en donde pasó el día 18. Carlos V supo que los refuerzos pedidos a Navarra no habían cruzado el Ebro, por lo que mandó un mensajero con orden al Infante de que regresara. Pero el Infante había continuado su marcha a Casalarreina (Logroño). El Infante consideró que no era posible cumplimentarla, puesto que las tropas de Lorenzo se habían colocado entre la división y Los Pinares de Soria.

El Pretendiente estaba abandonado en la sierra con sus cansadas fuerzas, siendo perseguidas y rodeadas por columnas muy superiores. En estas circunstancias, no veía que el Infante procurara aliviarle en su situación. El desaliento en los carlistas de la comarca debía de reflejarse forzosamente en las tropas, que se sentían, como su Rey, abandonadas a sus propias fuerzas. Lichnowski nos cuenta que «cuando se supo que el Infante no había vuelto a Los Pinares se puso el grito en el cielo contra los generales que le rodeaban, acusándole de desobediencia tan grave que sería causa de la pérdida del Rey y de sus tropas».

La situación se iba haciendo sumamente crítica: el Rey, reducido a sus propias fuerzas (unos 5.500 hombres de todas las armas), tenía enfrente a Espartero, con doble número de fuerzas. Por otro lado, Lorenzo, con su columna, le separaba del Infante y tenía cortadas todas las salidas al Ebro por Logroño.

En Quintanar de la Sierra (Burgos), una fuerza aragonesa mandada por el coronel Juliá se separó, con autorización del Rey, para dirigirse a Aragón a través de la provincia de Soria, como así lo consiguió.

Ante la grave situación que entonces se había planteado, el general González Moreno sometió al Rey el plan de la retirada: el primer día se debía evitar la persecución de Espartero con una marcha de flanco; el segundo, la de Lorenzo, volviendo a la derecha, y el tercero, había que aproximarse al Ebro entre Burgos y Briviesca, para vadearlo entre Cillaperlata (Burgos) y Cubillo de Ebro (Santander).

González Moreno en su diario de operaciones explica cómo se realizó la maniobra: «La retirada comenzó hacia las dos de la madrugada (21 de octubre). Iba un escuadrón a la descubierta, para cerciorarse de los pasos y barrancadas del frente y del ala izquierda hasta Belorado. Al mismo tiempo, fueron enviados espías para observar los movimientos del enemigo. La columna marchó por Huerta de Arriba, Besares, Barbadillo de Herreros y Riocavado (de la Sierra) hasta Pineda de la Sierra. Después de una jornada tan importante, sin que se notase movimiento en el campo enemigo, ni por nuestra retaguardia ni por el lado de Belorado, la columna se puso en movimiento el 22 por Villasur de Herreros, Galarde, San Juan de Ortega y Los Barrios (de Colina), en dirección de Fresno de Rodilla, tres veces más cerca del vado del Ebro que Belorado, pues una vez en Fresno, se había ganado a Lorenzo una ventaja de cinco horas, por lo menos, quedando éste a la espalda de la columna, en la prolongación del ala derecha. Espartero estaba a ocho o diez horas de la retaguardia. Se había salvado el Rey de la encerrona de Los Pinares, aunque faltaban aún diez horas hasta los vados del Ebro y no se sabía si eran transitables o estaban ocupados por el enemigo. Aquella noche llegó la noticia de que Lorenzo, quien había perseguido al Infante hasta Logroño, había regresado precipitadamente, dirigiéndose a Belorado con la intención de cerrarle el paso del Ebro; falló el golpe, y nuestra columna siguió tranquilamente su retirada el 23 hasta Los Barrios de Bureba, aldea que abandonó el 24, a las dos de la mañana. Pasó entre Laparte (de Bureba) y Busto (de Bureba) y, tomando la nueva carretera de Pancorvo, fué a parar a Pozo (posiblemente Pino de Bureba); entonces cambió de rumbo: pasó por Terminón. Fué a marchas forzadas por los precipicios de Cantabrana y Herrera, coronó a las siete de la mañana las cumbres del Condado y a las nueve estaba en la orilla del Ebro, en los puentes y vados de Arenas, asegurando el paso con tan rápida operación».

El paso del Ebro se hizo vadeándolo por Población de Valdivielso (Burgos), entre Puente Oradada y Cillaperlata (Burgos), siguiendo por el boquete de Hocinos, del que se posesionó a tiempo el general Sopelana, tiroteándose con la guarnición de Villarcayo al pasar cerca de esta, cruzando el río Nola y llegando, al fin de la jornada del 24, a Gayangos (Burgos). Por fin, el día 25, después de pasar por Baranda, Villasante, Bercedo, Irús, Lezana de Mena y Medianas, llegaron a Ventades, en la provincia de Álava.

El Pretendiente cruzó el Ebro muy al norte, donde el río apenas es un torrente, el día 24 de octubre. «La ilusión y la esperanza que habían llegado al más alto grado se vieron desvanecidas cuando el Rey repasó el Ebro y volvió con los restos de un ejército desorganizado, y lo que es peor aún, desmoralizado». Asentó su corte en Arceniega, y allí dio a conocer cinco días después una proclama en la que resumía con gran optimismo los éxitos alcanzados durante la Expedición, prometiendo con aún mayor euforia el futuro que esperaba a sus soldados, que se verían coronados de laureles.

La maravillosa maniobra de González Moreno sorprendió a los generales cristinos, que cuando quisieron reaccionar, el Pretendiente había cruzado el río Ebro.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-29. Última modificacion 2025-11-29.
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