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Biografía de don Basilio
Basilio Antonio García y Velasco, conocido como don Basilio el de Logroño, las primeras noticias que se tienen sobre él proceden de una relación de su puño y letra dirigida a don Carlos que se conserva en su hoja de servicios, donde señalaba que en 1809 «abandonó su casa, esposa y dos hijos por defender los derechos de Fernando VII, permaneciendo constante hasta principios del año 13, y no obstante que en aquella época optó a la clase de capitán de caballería, no pidió gracia alguna, por creerse bastante premiado con la satisfacción de haber contribuido a poner en el trono al que le correspondía».
En 1820, «tan pronto como los infames sectarios proclamaron la infernal Constitución […] se dedicó a reunir gente, armas y demás pertrechos de guerra de su propio peculio, en combinación con el mariscal de campo Ignacio Alonso Cuevillas”, pero sus manejos fueron descubiertos y fue encarcelado en Santo Domingo de la Calzada, de donde pudo evadirse a costa de grandes desembolsos, reunión de gentes, armas y demás que tuvo que hacer para ello». Consiguió pasar a las provincias vascongadas, donde se unió a las fuerzas realistas, desempeñando el cargo de comisario de guerra, sin que ello le impidiera participar en 39 acciones, en dos de las cuales resultó herido.
Terminado el conflicto, fue nombrado “administrador tesorero principal de la santa cruzada de todo el obispado de Calahorra”, puesto del que tomó posesión en marzo de 1824 y que le producía unos ingresos de 30.000 reales al año. En enero de 1833 se le presentó el coronel Narciso Arias como enviado “de la junta secreta que había en la Corte de Madrid” para ver si, llegado el momento, estaría dispuesto a sublevarse a favor de don Carlos: “Desde aquel momento no perdió ocasión el exponente, a costa de todo sacrificio personal y pecuniario, para preparar armas y demás enseres de guerra; así es que […] en la mañana del 7 de octubre de 1833 tuvo la gloria de ser el primero en Castilla que dio el grito de Viva Carlos V, poniéndose con 440 hombres de infantería a las órdenes del benemérito general Santos Ladrón (q.e.p.d.), a quien en la noche del propio día le entregó la cantidad de 50 mil reales para atender a los primeros gastos”.
Nombrado coronel y comandante de armas de las provincias de Soria y La Rioja, Basilio continuó con toda actividad la recluta de nuevas tropas. Pronto pudo enviar a Ladrón un refuerzo de 1.200 infantes y 70 jinetes, que, por desgracia para él, no llegaron a tiempo de participar en la acción de Los Arcos. Se puso después a las órdenes de la Suprema Junta de Castilla, que se había establecido en Santo Domingo de la Calzada, que le encargó diversas comisiones, logrando reunir más de 2.000.000 de reales para afrontar los gastos de la guerra.
El 19 de octubre de 1833, la Junta le revalidó en el empleo de coronel concedido por Santos, nombrándole además comandante general de la provincia de Soria “en razón a que el mariscal de campo Ignacio Alonso Cuevillas lo estaba en La Rioja”. El 26 del mismo mes atacó a Lorenzo en el puente de Logroño, donde falleció el mayor de sus hijos (el segundo, Lesmes, sentó plaza de cadete en 1836).
En 1834 y 1835, realizó cortas expediciones partiendo del territorio vasco-navarro dominado por los carlistas, cruzando el Ebro, asolando poblaciones situadas en los valles de la cordillera Ibérica en Soria, Logroño y Burgos. En una de estas expediciones perdió a su hijo y a su lugarteniente y capellán apodado Caloyo, que cayó preso y fue fusilado en Logroño.

Desarrollo de la expedición
Con tan solo un par de batallones (BI-I de Castilla del comandante Montoliú y BI-II de Navarra del Tcol Larrodé) y un escuadrón a las órdenes del coronel Osma, su Estado Mayor estaba mandado por el coronel Balmaseda.
La columna partió de Piedramillera (Navarra). Acompañaba a esta expedición un cuadro de mandos mandado por el brigadier de caballería Francisco Gutiérrez de Quijano para formar nuevas fuerzas.
Para que esta expedición pudiera tener una salida franca, el brigadier García amagó una salida por la parte de Aragón, para distraer al enemigo, y retirarse después de haber conseguido atraer la atención de las fuerzas cristinas mandadas por el general Bernelle y el brigadier Iribarren.
El 13 de julio, el brigadier García atravesó el Ebro por el vado de Argoncillo, haciendo varios prisioneros del destacamento que lo custodiaba, que tenía por misión alertar a la guarnición de Briones a cualquier tentativa del paso del río.
Pasó por Murillo de Río Leza (Logroño), siguiendo hasta Juvera (Logroño). Desde allí se dirigió a la provincia de Soria, entrando en Yaguas, sobre el río Cidacos, donde fue recibido con gran entusiasmo.
Don Benito en la provincia de Soria
Por Vizmanos marchó a Almazán, y desde allí, pasando por cerca de Garray, el campo en que se asentó la antigua Numancia, se aproximó a la ciudad de Soria, librando pequeñas escaramuzas con débiles fuerzas que pretendían hostigarle.
Ante su avance, la guarnición de Soria se encerró en los fuertes, mientras la ciudad abría sus puertas, entrando el 16 de julio en la ciudad el brigadier García con su JEM, el coronel Balmaseda, acompañados de un simple piquete de caballería y las dos compañías de granaderos de los batallones. García ordenó que fueran puestos en libertad los carlistas que los liberales tenían presos; pronto quedó constituido un batallón, al que se dio el nombre de BI-I de Soria, con 800 voluntarios; gran número de ellos eran nacionales de ambas armas, dos eclesiásticos y un cirujano, para el cual solo se habían recogido en Soria 200 fusiles, que fueron todo el armamento de estos voluntarios.
El 16 de julio hizo su entrada en Soria; la guarnición de la ciudad se encerró en los fuertes. En la ciudad aumentó su fuerza con unos 800 mozos, tres oficiales, gran número de nacionales de ambas armas, dos eclesiásticos y un cirujano, con los que se formó un batallón al que se dio el nombre de BI-I de Soria, para el cual solo habían recogido 200 fusiles.
En la tarde del 17 de julio, salió la fuerza que había entrado en la población, pues el resto estaba acampado junto a la ciudad, e iniciaron la marcha por Pedrajas, Villaverde del Monte, Abejar, hasta San Lorenzo, para marchar a la provincia de Burgos, entrando por Huerta del Rey. Por territorio que era conocido por los carlistas, ya que constantemente lo recorrían, fue a Peñaranda de Duero, donde halló una vieja y desmontada culebrina, que iba a constituir, entre el regocijo de los voluntarios, toda la artillería de los expedicionarios. De Peñaranda emprendió la marcha hacia la provincia de Segovia, a fin de caer sobre Riaza.
Destacó al coronel Balmaseda, quien con su escuadrón de lanceros y las compañías de tiradores del BI-II de Navarra y del BI-I Provisional realizó tan rápida marcha que el 20 de junio entraba en Riaza sin hallar resistencia. Exigió la entrega de 100.000 reales de contribución. Más tarde llegó el resto de la fuerza expedicionaria, a la que se agregaron nuevos voluntarios.

Pánico en La Granja
Las cuatro columnas que operaban contra García eran la del general Manso, las de los brigadieres Bernúy y Bueréns y la del coronel Aspiroz, a las que se agregaron, en las fechas en que fuera posible, la del brigadier don Francisco Narváez y la del general Oraa.
El 22 de julio, las fuerzas expedicionarias se dirigieron a Sepúlveda, siguiendo después su marcha hasta Sacramenia. La llegada de los carlistas causó pánico en La Granja, donde se encontraba la familia real en San Ildefonso. Produciéndose pánico en la Corte. Se tomaron todas las precauciones para asegurar la defensa del Real Sitio con las fuerzas de la Guardia Real, a las órdenes del marqués de las Amarillas. Basilio no podía de ninguna manera intentar sus escasas tropas atacar al Real Sitio, sabedor de que se enfrentaría con fuerzas superiores y mejor disciplinadas.
Don Benito en la provincia de Burgos
De Sacramenia marcharon los expedicionarios a la provincia de Burgos, entrando en Peñafiel (Valladolid), cuya guarnición abandonó el pueblo y el castillo para retirarse a Aranda de Duero (Burgos); el 24 entró en Roa, en la que continuó la recluta de voluntarios.
Partió de Roa el mismo día y la expedición se dirigió a Sotillo de la Ribera, donde pernoctó el 24; pasó luego por Tejada el 25 de julio, y el mismo día siguió a Hortigüela y por último a Silos, donde descansó.
Al reemprender la marcha el 26 de julio hacia Arauzo de Miel, supo al llegar a Donasantos que el enemigo, mandado por el coronel Azpiroz, estaba en Arauzo, por lo que le esperó en campo abierto la compañía de cazadores del BI-I, apoyada por dos escuadrones mandados por Balmaseda. Hay que notar que con la recluta se había aumentado la expedición con otros escuadrones de caballería.
Cuando empezaron a ceder los cristinos, la compañía de cazadores del BI-II de Navarra y las dos compañías de granaderos del BI-I de Castilla y del BI-II de Navarra atacaron a su vez. Al entrar en fuego los cristinos, para apoyarse en el terreno sinuoso y quebrado de la otra parte del pueblo, se encontraron con las fuerzas carlistas del resto del cuerpo expedicionario. La derrota del coronel Azpiroz fue tan importante que solo en prisioneros perdió unos 500 hombres.
Tras lo cual pidió, como hicieron prácticamente todas las expediciones, que se aplicara el Convenio Elliot a fin de poder establecer un depósito de prisioneros. Después de deambular varios días por esta zona.
El día 1 de agosto, don Basilio se presentó ante Salas de los Infantes, a la que intimó a la rendición; pero habiéndose aprestado a la defensa la guarnición de la misma, y no considerando importante perder el tiempo en entrar en esa población, marchó a Silos y luego a Contreras, pasó por Covarrubias, y el 4 de agosto estaba en Quintal de la Sierra, de donde entró en la provincia de Soria, pernoctando en Covaleda.
Don Benito regresa a la provincia de Soria
El 5 de agosto, estaba en Vinuesa, donde descansó y se reorganizó la fuerza expedicionaria, y no la hallamos en operación hasta el día 9, que se presentó delante de Soria, cuya guarnición, si bien se aprestó a la defensa, no hizo ningún acto de hostilidad, por lo que los carlistas pudieron quedarse durante algún tiempo a la vista de la ciudad.
Debió de recorrer entonces algunos pueblos de aquellos alrededores, pues no se la señala hasta el 11, en que pasó el río Duero por Almazán. Se dirigió entonces a Medinaceli, y se encontraba de nuevo el 14 de agosto recorriendo algunos pueblos limítrofes de Segovia y Guadalajara, por la parte de Sigüenza.
Don Benito en Aragón
Entonces emprendieron su excursión hacia Aragón, pasando a la vista de Ateca (Zaragoza), y por la misma provincia entra en Borja y luego en Tarazona, donde desarmó a los nacionales; siguió a la provincia de Soria, desarmando a los nacionales de Ágreda. Regresó a Tarazona (Zaragoza), donde recogió dinero, material de guerra y paños; de allí salió el 18 de agosto para Borja y pernoctó el 19 de agosto en Tabuencas. El día 20, se hallaba en Brea (Zaragoza).
Es indudable que marchó hacia la provincia de Guadalajara y probablemente suscitó el temor a los cristinos de que se dirigiese a la provincia de Cuenca para ponerse en contacto con Cabrera. A las cuatro columnas que perseguían a don Basilio se desunió la de Narváez, que venía operando contra ella desde su llegada a Aragón.
Pero el jefe militar isabelino de Aragón consideró necesario destacar una columna que, saliendo de Molina de Aragón, coadyuvara con las otras cinco para cerrarle el paso por la provincia de Guadalajara y no dejarle entrar en la de Cuenca.
Entre el 21 y el 23 de agosto, se produjo la acción de Maranchón (Guadalajara); una columna de franceses recorría aquellos días la comarca imponiendo que fueran colocadas las lápidas de la Constitución que acababa entonces de ser puesta de nuevo en vigor, como ley fundamental, por la Revolución de La Granja.
Balmaseda se adelantó a la fuerza expedicionaria con cuatro compañías de preferencias, que situó en cuatro puntos distintos, rodeando a la población, dándoles como contraseña que al ver una hoguera atacasen inmediatamente. Mandó un falso confidente para avisar al jefe de la columna de que iba a ser sorprendido por los carlistas. Inmediatamente, empezaron los cristinos a tocar generala y Balmaseda mandó encender una hoguera, que fue la señal de ataque.
La derrota de los cristinos fue tan completa, que solamente tres o cuatro pudieron salvarse de la matanza, gracias a que sus caballos eran veloces y ligeros. La columna fue destruida, los prisioneros formados, el material presto para ser cargado en los carros; era el espectáculo que presentaba Maranchón cuando entró el resto de la fuerza de García. Parte de los prisioneros fueron incorporados a las huestes carlistas. Otros, sin embargo, prefirieron quedar prisioneros, y aquí salió a relucir la animadversión popular contra los franceses, pues cuando varios trataron de fugarse, los «paisanos de los pueblos, que los perseguían, los prendieron y presentaron a don Basilio, que los hizo pasar por las armas para escarmiento de los demás».
Regreso de don Benito a Navarra
La fuerza expedicionaria llegó el 25 de agosto a Reznos (Soria), y de allí pasó a Serón de Nágima (Soria). El día 26, descendió hasta Almaluez y después, por Olvega (Soria), se dirigió al Ebro, pasando por Baños de Fitero, para cruzar el río Ebro por el vado de Ramillo, cerca de Rincón del Soto (Logroño). Don Basilio situó fuerzas destacadas en Aldea Nueva del Ebro (Logroño) para que protegieran el paso del río al numeroso convoy de carros que llevaban armas, municiones, efectos, paños y todo cuanto había recogido en su atrevida expedición.
Los últimos partes de los siete jefes cristinos de columna que decían perseguirle no podían ser más lamentables. Todo era hablar de cómo huían los carlistas, de cómo se le dispersaban a García sus hombres, de cómo recogían en el camino los fusiles y equipos abandonados en su huida. La verdad es que don Basilio regresó con 4 batallones y 3 escuadrones, o sea, que duplicaba las fuerzas que llevaba cuando efectuó su salida. También regresó con un largo convoy de carros como justificantes de su hazaña.
Por Sesnía marchó a Piedramillera, donde don Basilio repasaba el Ebro en una expedición que, dentro de su falta de pretensiones, fue de las más afortunadas emprendidas por las tropas de don Carlos.