Guerras Carlistas Segunda Guerra Carlista Operaciones enero y febrero de 1849

Acciones en enero de 1849

El 1 de enero de 1849, Cabrera publicó desde su cuartel general de Amer la Orden General mediante la cual reorganizaba el Ejército de Cataluña bajo su mando. El ejército carlista quedaba estructurado en cuatro divisiones:

  • La Primera División o de Barcelona, al mando del brigadier Estartús.
  • La Segunda División o de Tarragona, mandada por el brigadier Borges.
  • La Tercera División o de Lérida, interinamente mandada por el coronel Rafael Tristany.
  • La Cuarta División o de Gerona estaba mandada por el coronel Marcelino Gonfaus, alias Marsal.

Gonfaus también ostentaba el mando del regimiento de lanceros de Cataluña. Las brigadas de la Cuarta División o de Gerona estaban a las órdenes de los coroneles Juan Solanich y Francisco de Ulibarri, con un total de cuatro batallones denominados de Olot, de Figueras, de Gerona y de Hostalrich, mandados, respectivamente, por los comandantes Pedro Gisbert, Marterión Serrat, Domingo Serra y Francisco Savalls.

El conjunto del Ejército Real de Cataluña se componía de 16 batallones de infantería, una compañía de Guías, un regimiento de caballería, un escuadrón de Ordenanzas del General, una compañía de artillería, una de Maestranza y Armería, dos compañías de Resguardo, una de Mozos de Escuadra y una de Inválidos. En total, unos 8.500 hombres con 340 caballos y 120 mulas.

En este tiempo los montemolinistas estaban uniformados. La infantería llevaba blusa azul oscuro o roja, según los cuerpos, y pantalón color azul turquí. Los jefes y oficiales llevaban guerrera o levita. La caballería iba elegantemente vestida, usando boina blanca o roja, mientras que la infantería la llevaba azul o encarnada. Los jinetes usaban media-bota de cuero. Como arma llevaban lanza con banderola y sable. El general Cabrera usaba el uniforme de diario de teniente general, y en lugar de boina acostumbraba a tocarse con un kepi francés.

En el primer día de 1849, proseguían las obras de fortificación de Vich. Se derruyeron las viviendas de alrededor del cuartel de infantería para facilitar la defensa del edificio. El ejército ordenó que se tapiaran cinco de las nueve puertas de la muralla externa. Antonio Tristany, prisionero de los liberales, era arrastrado arriba y abajo por las columnas del ejército a fin de que todo el mundo se enterara de su cautividad. Finalmente, fue recluido en el convento del Carmen de Manresa. Llovía a cántaros en las comarcas gerundenses, por lo que se interrumpieron las comunicaciones con Barcelona. Los barcos que bajaban por la costa pasaban apuros para cruzar la desembocadura del río Tordera. Se dijo que se había producido un choque sangriento entre Cabrera y Concha, en Vidreres (la Selva, Gerona), del cual los carlistas salieron perdiendo.

El día 2 de enero de 1849, llegó a Barcelona un nuevo regimiento formado por 300 reclutas. A las once de la mañana de ese mismo día, Concha llegó a Gerona. Encabezaba un ejército numeroso. En ese día, los republicanos de Ametller ocuparon Cassá de la Selva (Gerona), pero abandonaron el pueblo cuando se enteraron de que Gonfaus Marsal llegaba al lugar con 500 soldados. Pisando los talones a Gonfaus, iba el capitán general; al frente del numeroso contingente de tropas había llegado a Gerona.

El 3 de enero, el ministro de la guerra licenció definitivamente y con deshonor a un par de subtenientes del RI-1 del Rey, que, habiendo caído en manos de las tropas de Cabrera, consiguieron la libertad a cambio de prometer que no lucharían más contra los montemolinistas. Ese día, 9 batallones isabelinos entraban en Cataluña, por Lérida; venían de Zamora, Valladolid, Toledo y Madrid. El cabecilla de trabucaires llamado Borrás ocupó la Rasquera con 50 hombres. También ese día, Victoriano Ametller, más activo que nunca, aunque lo daban por definitivamente vencido, ocupó Bañolas.

Hasta el 4 de enero, en Falset se presentaron al indulto 100 rebeldes. En esta fecha, una fuerza compuesta por mozos de escuadra y carabineros sorprendió en Premià de Dalt una reunión de republicanos. Los mozos y los carabineros detuvieron a 32 hombres y requisaron 28 armas de fuego, muchas municiones y dos cornetas.

El republicano Escoda y la columna de Vilafranca del Penedés se enfrentaron encarnizadamente durante la noche del día 4. Un par de días más tarde, Escoda asaltaba Martorell, San Baudilio de Llobregat (Barcelona) y San Cugat del Vallés. Le perseguía el coronel Ignacio Plana, acompañado por la partida de Jaime Montserrat. Escoda disponía de 130 hombres y el ejército le ocasionó 4 muertos en San Cugat.

Los Ribas, padre e hijo, junto con Sabater y Simonet de Montroig, se rindieron al ejército isabelino en la circunscripción de Vilella (el Priorato). Los rebeldes sumaban más de 200 hombres.

El 6 de enero de 1849, Vich permanecía bloqueado por los matiners. El día 7, la lluvia que, desde el día 1, no cesaba, desbordó el río Onyar, inundando los sótanos y alcanzando los primeros pisos de las casas. El día 8, Masgoret abandonó Valls y viajó hacia el norte para entrevistarse con Cabrera y reorganizar las fuerzas carlistas del centro y del sur del Principado. Casi nadie ponía en duda que, por lo menos desde un mes antes, el núcleo principal de los carlistas a las órdenes de Cabrera y de Marsal se había instalado en Amer.

El día 8 de enero, los republicanos Molins, Ferrater y Botaret fueron derrotados. A la mañana siguiente, el coronel Ignacio Plana perseguía a Escoda hasta Martorell. El republicano huyó del cerco y cruzó el río Llobregat por San Baudilio de Llobregat. Pero Plana adivinó que Escoda quería refugiarse en San Cugat, lo adelantó por el camino y lo esperó en el pueblo. La partida de Escoda, compuesta de 150 hombres, cayó en la trampa y Plana consiguió matar a 4 rebeldes, tomó 52 prisioneros, 4 caballos, 39 armas de fuego, 37 cartucheras y dos cornetas. La diferencia entre el número de prisioneros y de armas de fuego tomadas constituye una prueba de que muchos hombres de Escoda no disponían de armas de fuego. El 9 de enero, el Noi Baliarda se escapó de la persecución a que le sometía la columna del Vallés, mandada por el coronel Valero, pero a la altura de San Lorenzo de Savall perdió dos hombres que fueron capturados por el oficial liberal.

Los republicanos de Escoda entraron en Sitges el día 10 de enero y los republicanos de Ferrater, acompañados por los carlistas de Mills, ocupaban Sabadell el día 14. Marsal entraba, otra vez, en Bañolas.

El brigadier Quesada se mostró muy activo por las comarcas tarraconenses. En pocos días consiguió la dispersión momentánea de los seguidores de Baldrich, Simonet y Sabater. Tomó 13 prisioneros al republicano y ocasionó 9 muertos a Sabater. El día 14 de enero, Quesada salió de Reus, con dos batallones, para dirigirse a Valls, donde habían entrado Masgoret, Ribas, Vilella, Baldrich, el Xinet de Valls y Roc del Hostal al frente de 799 matiners. Esta fuerza impresionante de rebeldes abandonó Valls antes de que llegase el brigadier Quesada.

La noche del 14 al 15 de enero, unos cuantos destacamentos del ejército del gobierno llevaron a cabo una batida por el llano de Barcelona e incluso más allá, hasta el Maresme. En Premiá de Mar (Barcelona) sorprendieron a las partidas de los republicanos Molins, Escoda, Botaret y Ferrer; este último tuvo que huir en calzoncillos del asedio. Los soldados isabelinos tomaron 2 prisioneros, requisaron 28 armas, 4 caballos y muchos artículos de intendencia militar. El ejército confesó la pérdida de seis hombres. Al día siguiente, ingresaron 15 prisioneros en la Ciudadela de la capital, los cuales fueron condenados a servir en el ejército de ultramar.

El 15 de enero, el general Nouvilas, al frente de 2.000 soldados, salió de Gerona en dirección a Figueras. Por el camino fue hostigado por las partidas de rebeldes, que le ocasionaron algunos muertos. Nouvilas quería llegar a Bescanó (Gerona) para romper el bloqueo de los rebeldes, el cual impedía que llegara agua a los molinos de harina y a las fábricas. Los dueños de estos establecimientos habían pronosticado que si la falta de energía se prolongaba mucho tiempo, se verían obligados a despedir a 800 obreros y ese número era demasiado elevado, en relación a la población proletaria del Gironés. En Bescanó, Nouvilas prestó 50 fusiles al ayuntamiento, a fin de que el pueblo pudiera defenderse de otros asedios, y fortificó su casa más preeminente. Ciertamente, las obstrucciones de la acequia de Monars, la cual abastecía de agua a Gerona, se sucedían. El ejército isabelino reconstruía las compuertas que los rebeldes destruían, pero al cabo de pocos días, los matiners volvían a obstruir la acequia.

Desde el mes de diciembre, la prensa reconocía que Amer se había convertido, sin ninguna duda, en la capital de los montemolínistas. Alrededor de este pueblo se reunían 2.000 hombres del ejército de Cabrera. Por esta causa, el ejército se concentró, sobre todo, en la provincia de Gerona. Día tras día, llegaban batallones de soldados provenientes de todos los territorios del Estado para engordar el ejército gubernamental. En ocasiones, llegaban por vía marítima; en Rosas, desembarcó un batallón de RI-19 de Galicia. El capitán general ordenó la construcción de torres de vigilancia en las riberas del río Ter; posiblemente, se trataba de torres de la línea de telégrafo óptico y la destrucción de algunos puentes, con el fin de impedir que los matiners cruzaran el curso de agua cada vez que les viniera en gana.

Durante los días 15 y 16 de enero, los Tristany se apoderaron de Cardona, después de una batalla que se desarrolló dentro de la ciudad, calle por calle. Los carlistas hicieron prisioneros a todos los miembros de la guarnición, entre cuyos oficiales estaba el coronel de artillería Olmadilla, y obtuvieron armas, caballos y ropa. El diario Fomento del día 18 intentaba reducir el impacto propagandístico de la victoria obtenida por los carlistas y afirmó que la villa de Cardona no tenía ningún interés estratégico, ni industrial, y que si los montemolinistas la habían asaltado, eso solamente se debía a dos razones: la primera consistía en la necesidad urgente que tenían de disminuir la presión que sufría Cabrera en Amer, por parte del general Gutiérrez de la Concha. La segunda razón se fundamentaba en el reto que suponía la conquista del castillo de esta villa, la cual presentaba tanta dificultad que magnificaba un triunfo inútil.

El 16 de enero, Cabrera, al frente de 600 infantes y 80 jinetes, avanzaba por el Congost del Figaró y Aiguafreda (Barcelona), en dirección al pueblo de Alpens. El capitán general y el general Mata y Alós perseguían a Cabrera por el Montseny, pero cada vez que los gubernamentales se acercaban al carlista, este se les escapaba.

Durante el día 17, Saragatal con sus 500 voluntarios ocupaba San Quirce de Besora (Barcelona) en el momento en que se presentó el ejército isabelino. Las fuerzas regulares sumaban 1.200 soldados y Saragatal, contando con menos efectivos, se defendió a ultranza, hasta que se vio obligado a abandonar la villa. El ejército de la reina continuó hacia Vidrá, pero no pudo sorprender a los rebeldes que permanecían en el pueblo, gracias a que la defensa que había opuesto Saragatal en San Quirce les dio el tiempo suficiente para preparar la resistencia. Al cabo de unos días, un montón de matiners se presentaron al indulto en Olot y explicaron que en San Quirce de Besora habían sufrido más de 100 bajas entre muertos, heridos y prisioneros. Saragatal se refugió unos días en San Pedro de Torelló y luego volvió a ocupar San Quirce.

El ejército de la reina voló los puentes del Ter en Sau, Querós y Susqueda. El coronel Echagüe entregó 150 fusiles a los contribuyentes más significados del Berguedá. Echagüe, en el acto de entrega de las armas, los arengó con frases patrióticas.


El 18 de enero, el diario Fomento proclamaba que en las comarcas tarraconenses solo quedaba en pie una partida de rebeldes con significación política: la de los republicanos de Baldrich. El día 20, Brusi, al frente de 70 hombres, había sucumbido en el enfrentamiento con el batallón de Guadalajara y 200 carabineros, a las órdenes del coronel Bustos, en una batalla que se desarrolló en Castellar del Vallés. El republicano perdió 3 muertos y 15 prisioneros y además sufrió seis muertos. Escoda, perseguido por todos lados, solamente disponía de un puñado de seguidores y decidió juntarse con Baldrich.

Manuel Gutiérrez de la Concha, acompañado de los generales Mata y Alós, salió de Barcelona el día 20, al frente de un numeroso contingente de tropas. Se dirigió a Vich con la misión de levantar el asedio de la capital de Osona y extender la línea de telégrafo óptico entre ambas ciudades. Esta obra fue encargada al brigadier vasco Mathé, creador del sistema de telégrafo óptico que finalmente adoptó el gobierno.

El día 21 de enero, Mariá de Piera, al frente de 400 voluntarios, se enfrentó al ejército gubernamental en Martorell. Mariá fue herido en un muslo y se dirigió con su partida a Vilafranca del Penedés. Este mismo día, Ramon Roger, de Masanet de Cabrenys, mano derecha del coronel Ametller, llegó a Figueras con 200 voluntarios republicanos para deponer las armas. Roger prometió fidelidad a Isabel II y declaró que lo prioritario consistía en luchar contra los carlistas, que eran los verdaderos enemigos de las instituciones liberales. Ametller, perseguido por el ejército, prefirió pasar a Francia con un par de docenas de correligionarios y lo hizo cuatro o cinco días antes de la presentación de Roger, de manera que podría haber sucedido que el de Masanet, al conocer la huida del brigadier, se viera obligado al abandono.

Batalla del Pasteral (26 y 27 de enero de 1849)

Enero de 1849 fue muy lluvioso y las aguas de los ríos y rieras amenazaban con salirse de madre. Concretamente, el caudal que llevaba el río Tordera era enorme y se llevó consigo el puente que comunicaba las provincias de Barcelona y Gerona. También resultó dañado el puente sobre el río Ter en el Pasteral.

El 25 de enero, Marcelino Gonfaus, alias Marsal, todavía permanecía en Amer, con 800 hombres. Cabrera liberó unos cuantos oficiales prisioneros que estaban heridos para que pudieran trasladarse a un hospital o volver a sus casas. Todos los albañiles y carpinteros de la comarca fueron convocados por Marsal para que reconstruyesen el puente sobre el río Ter, en el Pasteral, y el día 26, el jefe de la caballería carlista constataba que la obra había sido terminada. Marsal situó un pelotón de soldados para que vigilasen el puente.

Batalla del Pasteral (26 y 27 de enero de 1849). Movimientos previos a la batalla.

El capitán general Ramón Nouvilas y Rafols salió de Gerona con 3.150 infantes, 150 jinetes y una batería, y llegó a la Cellera al anochecer del día 26 de enero. Sus hombres participaron en la liberación de los soldados isabelinos que permanecían sitiados en las dos casas de payeses. Por su parte, el capitán general de Cataluña, Manuel Gutiérrez de la Concha, intentaba cerrar la salida de los carlistas situados en Amer por el lado de Vich. El primer objetivo militar de los gubernamentales solamente consistía en destruir el puente sobre el Ter. Para ello, el comandante general envió al coronel Ruíz para que, durante el día 26, llevase a cabo el reconocimiento del Pasteral, en la parte de la ribera derecha del río Ter.

El coronel Ríos, con 1.400 infantes y 50 caballos, al llegar las primeras compañías de Ruiz a Santa Coloma de Farnés, se empeñaron en un mortífero fuego con los carlistas que lo defendían, en el cual tuvo muchas bajas la tropa y cayeron prisioneros unos 20 carlistas. Aprovechando esta primera ventaja, acometió con el grueso de la columna de Marsal, la cual se dispersó en desorden, procurando tomar el pueblo de la Cellera y las casas contiguas, donde dejó varias compañías. Continuando la marcha hacia el Pasteral para reconocer el puente.

El coronel Ruiz cargó contra el pelotón de rebeldes que protegían el puente y para ello utilizó todas sus fuerzas, incluso la caballería mandada por el capitán Subinsdrynki. De entrada, los isabelinos conquistaron el puente, pero produjo un contraataque carlista; tomaron 20 prisioneros entre los isabelinos que habían pisado su orilla y, con el empuje que llevaban, ayudados por un batallón de refuerzo, obligaron al coronel Ruiz a refugiarse en la Cellera de Ter.

Esa primera victoria sobre los liberales alentó a los carlistas, que en lugar de huir de Amer decidieron quedarse para hacer frente al ejército gubernamental. Para intervenir en sucesivas acciones militares, el general Cabrera recibió el pequeño refuerzo del batallón de Olot, que estaba mandado por Gisbert.

Batalla del Pasteral (26 y 27 de enero de 1849). Desarrollo de la batalla.

Durante la huida, Ruiz perdió cerca de 50 cazadores del RI-23 de Valencia, a las órdenes del capitán Capilla y del teniente Saliquet. Dichos oficiales, con sus unidades, se refugiaron en un par de masías, desde las cuales y durante toda la noche, resistieron tres intentos de incendio y los ataques de los hombres de Cabrera y de Marsal. A la mañana siguiente, Cabrera reunió 1.650 infantes y 170 jinetes. Ruíz quedó en una situación muy comprometida, falto de víveres y aislado. En realidad, solo tenía dos opciones: o se rendía, o intentaba abrirse paso entre las tropas carlistas que lo cercaban. Pero a las nueve de la mañana del día 27 se presentó Nouvilas al frente de 3.150 hombres y 150 jinetes.

Nouvilas, al tener noticia del apuro en que Ruiz y su columna se hallaban, redobló el paso y dispuso que un batallón cruzase al vado el río Ter a fin de socorrer con prontitud a los sitiados. Llegando a las casas, asentó la artillería y, tras algunos disparos de metralla muy certeros, los carlistas se retiraron a la otra orilla del Ter, librándose las fuerzas sitiadas.

Las tropas isabelinas quedaron situadas en la orilla derecha del Ter y las carlistas, en el lado izquierdo. Quedó muy claro que el punto estratégico de aquella disputa sería el puente de madera, cuya posesión pasarían a disputarse los dos ejércitos.

A primeras horas de la mañana del día 28 de enero, el general Nouviles tomó la iniciativa de asentar una batería de 4 piezas de montaña, que se situaron entre la montaña de Canet y un molino situado aguas abajo de este lugar; no muy lejos de la masía Carreras, en tierras que corresponden al término municipal de la Cellera de Ter. Al otro lado del Ter, los carlistas, desde los promontorios de Gallissá y la llanura que desciende hacia la masía de Can Ter, que corresponde al municipio de Amer, defendían sus posiciones; confiados en que la gran cantidad de agua que bajaba por el río, consecuencia de las lluvias de los últimos días, no haría nada fácil cruzar el río.

El coronel Ríos cruzó el río Ter por el vado de un molino con el BI de las Navas y el BI-I/44 de Astorga, envolviendo el ala izquierda. La incursión fue acompañada de fuego de artillería dirigida por el capitán Mesa, que causó una gran confusión e hizo retirar de su posición defensiva a las fuerzas carlistas. Nuvilas envió su caballería en ayuda del coronel Ríos y él en persona se puso al frente de las compañías de RI-43 de San Quintín, la Bía-5/23 de Valencia y el BI-II/10 de Córdoba, cruzó el río con el agua hasta la cintura, envistiendo el centro de los montemolínistas.

Batalla del Pasteral (26 y 27 de enero de 1849). Vista de la batalla. Autor Vicente Urrabieta, litografía de J. Donon. Fuente Biblioteca Digital Hispánica.
Batalla del Pasteral (26 y 27 de enero de 1849). Identificación de las fuerzas. Autor J. Donon.

Marsal al escuchar el ruido del combate, se dirigió al lugar de la acción. El jefe de las fuerzas carlistas se encontró con que sus hombres ya estaban en plena retirada y las fuerzas isabelinas habían conseguido la posición del río y estaban cruzando. La defensa del puente, de madera, también había sido abandonada.

El general Cabrera, desde un pequeño promontorio, intentó reorganizar las fuerzas y plantear una segunda línea de defensa, potenciada con las fuerzas del batallón de Olot y 70 caballos, que habían llegado esa misma mañana. La nueva línea defensiva contaba también con todo el grueso de las tropas carlistas, que acudieron al sitio de la batalla procedentes de Amer. La lucha fue en vano. Los liberales eran muy superiores y la artillería isabelina causaba mucho daño. La batalla se dio por finalizada momentos después de que el general Cabrera resultara herido en el muslo de la pierna derecha. Fue conducido en una camilla y, escoltado por la mitad de sus guías, pudo escapar sin ser visto entre dos columnas isabelinas.

Los carlistas tuvieron 30 muertos y más de 80 heridos; los liberales tuvieron 26 muertos y 35 heridos. Cabrera, herido en el muslo, se apartó del mando durante veinte días.

El capitán general, Manuel Gutiérrez de la Concha, animado por la victoria del Pasteral, inició una campaña frenética desde los cuarteles generales de Gerona y de Vich. El día 29 de enero, Marsal huyó hacia Besalú, pero la columna gubernamental de Figueras le cortó el paso y entonces viró hacia Bañolas y luego siguió el camino hasta Orriols. Los perseguidores, encabezados por el capitán general, no desfallecían en el empeño. Marsal fue visto pasando a toda prisa, cerca de Gerona, al frente de 90 jinetes y una docena de infantes. El coronel carlista cruzó el río Ter y siguió hasta Santa Eugenia y Salt.

Sorpresa de Fornells (31 de enero de 1849)

El coronel Gonfaus Marsal salió de Amer al anochecer del 27 de enero, llegando a Mieras (Gerona) el día 28. En este día hubo combate en Rupit (Barcelona); el 29, otro en los alrededores de Olot.

El 30 de enero, 100 hombres de Marsal entraron en Badalona. Nadie pudo saber la razón de esta visita. Al cabo de un rato, los 100 matiners abandonaron la ciudad sin haber ocasionado ningún daño.

El 31 de enero, los carlistas de Gonfaus Marsal se detuvieron en Fornells de la Selva (Gerona) y esperaron a los isabelinos, escondidos detrás de un muro. Cuando llegó la caballería de la escolta del marqués del Duero, que procedía de Bañolas, fueron con una descarga, haciendo varios muertos y heridos y luego cargados, siendo arrojados del pueblo, apoderándose de dos sables y de dos caballos. Al escuchar los disparos, dos batallones de la División de Vanguardia se lanzaron sobre los matiners.

Los montemolinistas, acometidos por todos lados, dejaron la población a galope con sus caballos. La caballería isabelina, que se había reagrupado, galopó detrás de los jinetes de Gonfaus, y cuando estos se vieron libres de la infantería isabelina, al ejemplo de su jefe, volvieron grupas e hicieron una carga cerrada contra sus perseguidores, que desconcertados y atemorizados emprendieron la fuga ante las lanzas de los lanceros de Cataluña. Entre las bajas acusadas por los partes isabelinos estaban las de los ayudantes del marqués del Duero, comandante Joaquín Aguilera, los capitanes Aguado y Manuel de Villena y el alférez Ferrater, que resultaron heridos.

El capitán general, Concha, quiso escarmentar a sus soldados y ordenó que unos cuantos fueran azotados debido a que, en el momento del ataque, se habían separado de la formación de la columna, quizá con la intención de eludir la lucha. La noticia del encuentro de Fornells hizo correr mucha tinta, puesto que, después de la batalla del Pasteral, se esperaba que el empuje de los rebeldes se redujera rápidamente.

Operaciones en febrero de 1849

Se rumoreó que Cabrera había muerto, pero, aun sabiendo que el general no gozaba de buena salud, estaba claro que la habladuría originada era una estratagema carlista destinada a desviar la atención de las tropas gubernamentales que le pisaban los talones. También fue visto en lugares distantes; formaba parte de las maniobras de distracción. Mientras estuvo convaleciente en alguna masía, entre San Juan de las Abadesas y Camprodón, un oficial de la escolta del general se ofreció para disfrazarse con su quepis y montando una mula con silla de mujer, que era la que utilizaba Cabrera, por causa de la herida; se paseó por vecindarios y rectorías más o menos distantes, acompañado de 20 ordenanzas.

El falso Cabrera llegaba a un lugar, pedía una taza de caldo y un vasito de vino añejo, y conversaba con los vecinos. De este modo, los carlistas consiguieron distraer la atención de las columnas isabelinas que se acercaban al escondite en el cual se encontraba el verdadero Cabrera. También se corrió la noticia de que se había refugiado en Francia; según un paisano que había llegado de Oseja (Francia), corrió la voz de que está escondido en un pueblecito llamado Vallsevolleca, distante media legua de aquel pueblo.

En el mes de febrero no hubo encuentros notables, ni acciones decisivas; muchas personas pudientes de los pueblos donde estaba el teatro de la guerra se fueron a Barcelona en busca de tranquilidad; y de muchos pueblos se fueron los jóvenes para no ser reclutados por ambos bandos.

El día 3 de febrero, Marsal descansaba en Amer, lo cual evidencia una de las características de la guerra de los matiners: ni los gubernamentales ni los rebeldes mantenían la ocupación de los pueblos o territorios que conquistaban. En el mismo día, el brigadier Lasala trepó al Puiggraciós transportando un cargamento de galletas. En el Serrat chocó con 200 matiners. Lasala fue obligado a recular hasta los despeñaderos del Bertí y se encerró en las casas del Serrat, esperando que volvieran los rebeldes. Pero estos no acudieron.

El día 5 de febrero, el republicano Narciso Ametller, con uniforme de general y al mando de 150 hombres, se unió con los efectivos de Marsal que se hallaban en Bañolas y en las cercanías vencieron a las tropas del gobierno. Luego, Ametller y los suyos descansaron durante dos horas en el pueblo y, a las once de la mañana, volvieron a abandonarlo para ir a la búsqueda de Marsal, que aún no había regresado. Ambos cabecillas, bien hermanados, regresaron a Bañolas para llevar a cabo una entrada protocolaria.

Marsal, al frente de 150 infantes y 40 jinetes, pasó por la Bisbal del Ampurdán y al día siguiente llegó a San Félix de Guíxols (en la costa). Después, se dirigió hacia la montaña, pasando por Vilobí de Oñar (la Selva).

Como recompensa por sus desvelos, el conde de Montemolín nombró a Cabrera, el 9 de febrero, marqués del Ter.

El 10 de febrero en Balaguer, la columna del coronel Álvarez, de unos 600 infantes y 20 caballos, fue atacada por las facciones reunidas de carlistas y centralistas de 1.500 efectivos mandados por diferentes cabecillas como Tristany, Caragolet, Bonet, Salduga y Guillaumet. La columna tuvo que replegarse sobre Gerri de la Sal (Lérida) y refugiarse en el pueblo, donde permaneció cuatro días hasta que las columnas más inmediatas con superior fuerza a la agresora acudieron a levantar el sitio.

El extraño caso de Torá

Un raro acontecimiento ocurrió el 13 de febrero en Torá (Lérida). Había entrado la fuerza que mandaba el brigadier Borges, y este estaba en su alojamiento cuando se le presentó un subalterno con varios oficiales, que trataron a Borges con respeto y deferencia. El subalterno se dirigió a Borges anunciándole que tenía orden expresa del general Cabrera para tomar el mando de su fuerza y de destituirle. Borges, extrañado, protestó alegando sus servicios a la causa del Rey, pero entonces el subalterno le impuso silencio, diciéndole que tenía orden de arrestarlo y conducirlo a presencia de Cabrera.

El brigadier, al darse cuenta de que los oficiales que acompañaban al mensajero estaban de parte de este, desistió de toda resistencia y hasta permitió que le ataran. Al salir de la casa, los soldados montemolinistas se agruparon extrañados al ver que su jefe estaba preso, pero mantuvieron la disciplina, aunque conservando un hosco silencio. Borges aprovechó la ocasión para arengar a las tropas, y entonces los soldados se arrojaron sobre los que llevaban preso al brigadier, y le liberaron, poniendo presos al subalterno y a los oficiales que le acompañaban.

Algunos autores atribuyen el hecho al brigadier Pons, alias Pep de l’Oli, de lo que no hay duda es de que habían preparado un atentado contra la vida de Borges en parecidas condiciones al asesinato del conde de España en 1839. Afortunadamente, los voluntarios montemolinistas lo impidieron y Borges mandó fusilar en la plaza del mismo pueblo a aquel grupo de traidores.

Cabrera no tenía un momento de tranquilidad y poco después se enteró de que el barón de Abella estaba intentando convencer a los hermanos Tristany para que entregaran las armas. El caudillo carlista ordenó entonces que siguieran las conversaciones con él a fin de tenderle una trampa. De esta manera, cuando el barón acudió con dos acompañantes a la cita convenida, fue detenido, sometido a un consejo de guerra y más tarde fusilado por orden de Cabrera el 23 de febrero.

La fuerza republicana de Narcís Ametller y Molins asustó a las autoridades militares. Inmediatamente, el general Lersundi, con 12 batallones, se puso tras sus pasos. El acoso de Lersundi obligó a los republicanos a situarse a tocar de la frontera y provocó algunas deserciones entre los rebeldes, como la del lugarteniente de Molins. Los desertores se presentaron a Ramon Roger y se integraron en la columna que dirigía el cabecilla Masanet de Cabrenys, entonces convertido en isabelino. Los generales Lersundi y Mata y Alós arrinconaron a los republicanos en el Ras del Coll de Requesens, al nordeste de la Junquera, y en ese lugar los derrotaron. No se sabe si la lucha fue demasiado dura, ya que el número de muertos no parece excesivo. Además, el hecho de que se juntaran dos generales para formar la fuerza gubernamental nos demuestra que esta era muy superior a la de los rebeldes.

El 15 de febrero, hubo un combate en San Baudilio de Llusanés (Barcelona) contra la columna del coronel Ramón María Solano, jefe del RI Constitución, y en este mismo día se combatió en la Cuadra de Mas Pontons (Barcelona). El día 16 se combatió en Montanyola y Vilalleons (Barcelona), y también en Lloret Salvatje (Gerona). El 17 hubo lucha en Montmell (Tarragona), así como en el Congost y Alturas de San Privat de Bas (Gerona).

Se creía por los isabelinos que el jefe de la caballería montemolinista, el coronel Gonfaus (Marsal), estaba ocupado en el norte de la provincia de Gerona, cuando en rápida marcha cayó sobre Granollers (Barcelona) el 18 de febrero, sorprendiendo a tres compañías de quintos cuando estaban haciendo ejercicio de instrucción de fusil. Rodeados por los lanceros de Cataluña, fueron hechos prisioneros todos, y con ellos los diez oficiales instructores. Se apoderó así de 355 fusiles y se retiró, habiendo dejado libres a los quintos que no quisieron unirse a su fuerza, pero llevándose prisioneros a los oficiales.

La prensa informó que 11 matiners habían caído muertos y que, entre estos, se encontraba el brigadier Molins, aunque pocos días después se dijo que se encontraba entre los prisioneros. El periódico del día 18 informaba del exterminio de los republicanos gerundenses proclamado por el capitán general de Cataluña. Narciso Ametller y 25 de sus correligionarios consiguieron cruzar la frontera y las autoridades francesas los encerraron en el Castellet de Perpiñán. Los militares franceses y españoles combinaron una batida por ambos lados de la frontera para detener al máximo número posible de adictos a la causa republicana. 29 hombres fueron encarcelados por la autoridad francesa en San Lorenzo de Cerdans. En el lado español, sin contar los 50 prisioneros que los gubernamentales obtuvieron en la batalla de Recansens, los militares de la reina detuvieron a 16 hombres en Tortellá, 3 en Talaixá y 5 en la Muga. Cerca de 40 republicanos se presentaron al indulto. El 25 de febrero, un montón de republicanos, entre los cuales se encontraba Molins, fueron encarcelados en la Ciudadela de Barcelona.

A finales de febrero, Cabrera, que aún no se había curado del todo de su herida, decidió ponerse de nuevo al frente de sus tropas, pero fue rechazado ante Solsona. Poco después, el general Concha, capitán general de Cataluña, publicó un bando muy duro amenazando con castigar a los pueblos e individuos que auxiliasen a los rebeldes o que no colaborasen con las tropas de la reina. El jefe montemolinista se enfadó mucho ante estas exigencias y respondió amenazando con juzgar como traidor a todo aquel que siguiera las indicaciones de Concha.

Acción de San Lorenzo de Morunys (28 de febrero de 1849)

El 28 de febrero, Cabrera se dirigía con unos 700 hombres hacia Cambrils (Odén, Lérida), vivamente hostigado por la fuerte columna de el Bep de l’Oli que se había pasado a los isabelinos, cuando para eludir la persecución se separó del grueso de su gente en el hostal del Pla, llevándose la mitad de la compañía de guías que cuidaba de su persona, mandada por el Estudiante Gamundi. En el citado hostal supo el Bep de l’Oli que Cabrera se había encaminado a San Lorenzo de Morunys (Lérida), y al momento emprendió la marcha hacia este lugar, yendo por barrancos, sierras, bosques y lugares poco transitados, a fin de que no llegara a oídos del jefe carlista su aproximación.

Así sucedió, y Cabrera la primera noticia que tuvo de la llegada de las isabelinas fue la que le dieron algunos vecinos de San Lorenzo que acudieron en tropel a la casa donde estaba alojado en compañía de Gamundi y de su primer ayudante, el coronel Ceballos.

Las fuerzas isabelinas ocuparon las tres puertas que hay circunvalando la población. Cabrera mandó a Ceballos que reconociera las salidas del pueblo, a pesar de la oscuridad de la noche. Ceballos tuvo motivos para creer que el trance en que se hallaban era algo serio, pues al menor ruido un fuego muy nutrido hacía retroceder al que intentaba salir de la población. El BIL-XI de cazadores de Arapiles y el RI-4 de la Princesa tenían rodeado el pueblo. Por siete veces intentaron los carlistas salir y otras tantas fueron rechazados.

En tan apurada situación tomó, según cuentan, Cabrera un fusil y, arengando a los suyos, que eran unos 60 hombres, trató de abrirse paso, pero no pudo conseguirlo, visto lo cual recurrió a un ardid que fue lo que le salvó. Hizo que Gamundi, con mucho silencio, seguido de ocho hombres, se aproximara e hiciera fuego a una compañía de cazadores de Arapiles, la cual contestó inmediatamente con varias descargas. Otra compañía del mismo cuerpo, creyendo que la facción intentaba salir, hizo un movimiento de flanco, dejando descubierto un punto, lo que, visto por Cabrera, se precipitó inmediatamente por un ramblizo, logrando burlar a los isabelinos.

Tan precipitados salieron los carlistas, que no pudieron avisar de su marcha a unos 20 que estaban parapetados en una casa, los cuales fueron hechos prisioneros por una columna que penetró en el pueblo ignorante de la fuga de Cabrera. Este, a la media hora, se hallaba ya con una facción de 500 hombres, que al ruido de las descargas que se sucedieron durante la noche, había acudido a informarse de lo que pasaba. Cabrera dejó en San Lorenzo su caballo y su acémila con la maleta, en la cual se encontraron algunos papeles de poca importancia, pues los que tenían alguna fueron quemados antes de salir. Esta fue la primera vez que Cabrera había sido sorprendido desde que se puso al frente de las fuerzas del Principado.

El Bep de l’Oli consiguió apoderarse de San Lorenzo y de las salinas de La Coma y tomó 300 prisioneros a los carlistas. Además, incendió el hospital que los carlistas tenían en la masía Sunyer, después de que hubo requisado 70 colchones, 42 muletas, un montón de sábanas y mantas, una farmaciola entera, 16 camillas, mesas, sillas y otros muebles. No se conoce la suerte que corrieron los enfermos y heridos del hospital, pero Pons tenía fama de cruel. Se dice que el general Cabrera pudo escapar milagrosamente del asedio, cruzando las líneas del enemigo disfrazado y dando vivas a Isabel II. Pons realizó una batida por el Vallés y pasó por Sant Cugat, Papiol y Ullastret, pisando los talones a los republicanos.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-11. Última modificacion 2025-12-11.
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