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Situación de los exiliados
Muchas personas abandonaron España. En octubre de 1840, el número de refugiados en Francia era, según su ministerio del Interior, algo superior a los 26.000. Los departamentos más afectados eran, por este orden, los de Aude, Hérault, Ariège, Drôme e Isère. Los refugiados, sin embargo, se resistían a apartarse de las zonas fronterizas con España. Las amnistías sucesivas y las presiones de las autoridades francesas, ya fuese para conseguir enrolamientos en la Legión extranjera o, sobre todo, para ahorrar en una partida de gastos muy elevada, redujeron progresivamente, a lo largo de los años cuarenta, este contingente. No fue, sin embargo, nada sencillo.
El ministro del Interior francés estimaba en 8.000 los carlistas que se beneficiaban en abril de 1841 de los subsidios de su Estado. Muchos seguirían viviendo en Francia, o en algunos otros países europeos, o en Argelia, durante años. Era el caso de los principales dirigentes legitimistas, atentamente controlados por el gobierno francés y por la diplomacia española.
Algunos de los refugiados carlistas que seguían en Francia estaban dispuestos a volver para empuñar las armas; de hecho, en 1842 se produjo en el Maestrazgo una nueva rebelión dirigida por Groc, la Cova, Marsal y el Serrador, que, a pesar de estar formada por pequeñas partidas guerrilleras, pudo mantenerse durante bastante tiempo en la lucha en las montañas del norte de Castellón. No sería hasta 1840, cuando Villalonga aplastó la rebelión en la que tomaron parte unos 400 guerrilleros, que cada vez contaban con menos apoyo de la población cansada con tantos años de guerra.
En agosto de 1844, el antiguo cabecilla carlista Manuel Salvador, alias Charelo, regresó de Francia y se escondió en una casa del término de Bellonch (Castellón). El alcalde de dicho pueblo, en cuanto se enteró de su presencia, salió en su búsqueda con varios vecinos y lo capturaron enseguida, poniéndolo a disposición del comandante general interino de Castellón.
Dicho movimiento no fue respaldado por la dirección del partido tradicionalista, que en esa época estaba empezando a pensar en la solución al tratar de casar al hijo de don Carlos María Isidro con Isabel II, uniendo así las dos ramas familiares. El proyecto no era compartido por todos los carlistas, ya que la facción exaltada dirigida por Forcadell era partidaria de continuar con las revueltas. Pero Cabrera, Villareal y Elío, pertenecientes a la facción moderada, solo se planteaban recurrir a las armas en caso de que la unión no se llevase a cabo.
Abdicación de Carlos María Isidro en su hijo Carlos Luis
En Francia, durante el exilio, Cabrera continuaba en contacto con don Carlos, que se encontraba en Bourges con su mujer e hijos, con quien se escribía a menudo y de quien fue uno de sus principales consejeros en esa época. Este debía estar muy satisfecho con sus servicios, ya que poco después de acabar la guerra le había distinguido con la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III. Por otra parte, en marzo de 1842 la prensa liberal anunció que estaba organizando un nuevo alzamiento por orden del pretendiente, algo que fue desmentido por el caudillo catalán. De hecho, Cabrera era partidario de suspender temporalmente cualquier nueva sublevación para intentar organizar una boda entre Isabel II y el hijo de don Carlos.
Tal vez por ello se escribía con este último, al tiempo que le visitaban la mayoría de sus antiguos subordinados, muchos de los cuales residían también en Lyon. Otras veces era él el que devolvía las visitas, como sucedió en enero de 1844, cuando acudió a pasar 24 horas con la viuda de Llagostera, uno de sus generales, que había fallecido recientemente en el departamento de Ain.
Poco después fue a verle Buenaventura de Córdoba, abogado tortosino que estaba escribiendo una biografía sobre él y al que proporcionó abundante información. Además, revisó y supervisó la obra de su paisano, para la que escribió un epílogo en 1845. Ese mismo año, el 18 de mayo, se produjo la abdicación de don Carlos María Isidro en su hijo Carlos Luis de Borbón (1818-61), conde de Montemolín, conocido como Carlos VI. Esto no gustó mucho a Cabrera, pese a lo cual no tardó en ofrecer sus servicios al nuevo pretendiente, jurándole fidelidad y obediencia. Al poco tiempo, el antiguo candidato carlista al trono, entonces conocido como conde de Molina.
Por su parte, Carlos V y su esposa, la princesa de Beira, usaban entonces el título de condes de Molina; pudieron abandonar Bourges tras su abdicación y dirigirse a Italia. Pasó por Lyon, siendo muy bien recibido por Cabrera, quien le acompañó durante su estancia en dicha ciudad. Llegó al reino de Cerdeña-Piamonte, donde estaban sus hijos pequeños, instalándose en Génova en el palacio Sallicetti. Sin embargo, la ola revolucionaria que recorría toda Europa en 1848 los llevó, también a ellos, a abandonar el Piamonte y refugiarse en la ciudad entonces austriaca de Trieste (hoy Italia). Fijaron su residencia en un ala del palacio que poseía la duquesa de Berry en la vía Lazzareto Vecchio, acompañados de su hijo menor Fernando.
Biografía de Carlos Luis María Isidro, conde de Montemolín (Carlos VI)
Carlos Luis María Fernando de Borbón y Braganza, conde de Montemolín, nació en el Palacio Real de Madrid el 31 de enero de 1818, siendo bautizado en el mismo día. Fernando VII expresó su satisfacción por el nacimiento del hijo de su hermano y apadrinó a su sobrino; parecía llamado a ser rey en el futuro, aunque la realidad fue que este infante llevó una vida bastante distinta a aquella a la que parecía destinado.
En marzo de 1833 tuvo que acompañar a su padre a tierras de Portugal, donde comenzó su exilio; tenía entonces 15 años. El día 2 de noviembre de ese mismo año escribió una carta a su madre en la que le comunicaba el itinerario que había seguido desde su salida de Madrid, un total de treinta y seis poblaciones en poco más de ocho meses y únicamente en un lugar, Coimbra, había permanecido de forma continuada 26 días. Este era el signo de su azarosa vida.
En lo que a su educación se refiere, se encargaron de su formación en ciencias y humanidades los padres jesuitas Puyal y Frías. De música, Mariano Lidón, y de pintura, Vicente López, que había sido pintor de cámara de la Corte y que, al surgir el conflicto sucesorio, tomó partido por el carlismo. Junto a ellos estaban asignados al servicio de los infantes los condes de Negrillos y del Prado, el de Ovando y los ayudas de cámara García Martín, Sainz y Cruilles. Todos ellos acompañaron a su padre en el exilio, siendo García Martín uno de los consejeros de Carlos Luis, cuando este fue nominado como rey carlista, Carlos VI, tras la abdicación de su padre. Se conocen testimonios del padre Puyol, capellán de las Salesas Reales, acerca de la buena disposición y aprovechamiento para el estudio de don Carlos Luis, antes de salir de España.
Perdida en Portugal la guerra entre los partidarios de don Miguel y don Pedro por parte de los primeros, hubo de salir el infante junto a su padre camino de Inglaterra en el navío británico Donegal.
Allí falleció su madre el 11 de junio de 1834, mientras su padre, Carlos, luchaba en tierras de Navarra.
En Inglaterra, y tras este hecho, permaneció el infante poco tiempo, ya que en 1835 pasó a tierras alemanas. En Salzburgo tuvieron su residencia Carlos Luis y sus hermanas, hasta que en octubre de 1838, acompañando a su tía y nueva mujer de su padre, la famosa y decisiva políticamente princesa de Beira, vino a España.
En tierras de Navarra, y en plena guerra, perfeccionó su educación militar bajo la tutela del general de infantería Bruno de Villarreal. Asistió en Azcoitia a la ratificación del matrimonio de su padre Carlos María Isidro con su nueva esposa, la princesa de Beira, y finalmente, tras la traición del general Maroto y el Convenio de Vergara, los acompañó al destierro. En la frontera los recibió el legitimista francés marqués de Lalande y, aunque intentaron permanecer cerca de la frontera, ya que sus partidarios seguían la guerra en tierras de la Corona de Aragón, fueron obligados a fijar su residencia en Bourges. Allí vivieron, inicialmente, en el hotel Panette y más tarde, en 1845, en el Palacio Arzobispal, siempre bajo vigilancia de las autoridades francesas. Siguió allí su formación técnico-militar en Artillería, bajo la supervisión del general Montenegro. Fue precisamente en estas fechas cuando se produjo la abdicación del rey carlista Carlos (V) en su hijo Carlos Luis (Carlos VI).
El 18 de mayo de 1845 Carlos (V) dirigió a su hijo la carta siguiente: «Mi muy querido hijo: Hallándome resuelto a separarme de los negocios políticos, he determinado renunciar en ti y transmitirte mis derechos a la corona. En consecuencia, te incluyo el Acta de Renuncia que podrá hacer valer cuando juzgues oportuno. Ruego al Todopoderoso te conceda la dicha de poder establecer la paz y unión de nuestra desgraciada patria, haciendo así la felicidad de todos los españoles. Desde hoy tomo el título de conde de Molina, bajo el cual quiero ser conocido en adelante. Carlos».
Fue en esos días, una vez aceptados los derechos, cuando Carlos Luis tomó el título por el que fue más conocido de conde de Montemolín, título que fue elegido por haber pertenecido este señorío de la provincia de Badajoz a su padre.
Desposeídos de todas sus posesiones en España y de todas sus rentas, vivían los miembros de la Familia Real carlista de una forma precaria en Bourges y solo la ayuda de algunos legitimistas franceses, especialmente del vizconde de Walsh, les permitió vivir dignamente. Precisamente, este personaje francés fue el contacto con muchos de los generales y oficiales de la Primera Guerra Carlista, como es el caso del general Cabrera. Walsh fue, entre otras cosas, director del periódico francés La Mode.
El primer documento público de don Carlos Luis fue el de su aceptación, publicado en España por Jaime Balmes y que, con sus comentarios, salió a la luz en El Pensamiento de la Nación. En este documento aparecía la frase: «Si algún día la Divina Providencia me abre de nuevo las puertas de mi patria, para mí no habrá partidos, no habrá más que españoles».
Este manifiesto estaba fechado el 23 de mayo de 1845. Durante algún tiempo y por esta época, algunos periódicos españoles abogaron por el casamiento de don Carlos con la hija de Fernando VII, doña Isabel, como una manera de acabar con el conflicto dinástico. Aunque parece ser que hubo negociaciones secretas, este enlace no se llegó a producir, casándose doña Isabel con su primo Francisco de Asís en octubre de 1846.

Fallido intento de fusión dinástica y sus consecuencias
El 26 de agosto de 1846, se anunció el matrimonio de Isabel II con su primo don Francisco de Asís, consumándose el fracaso de la tentativa de fusión dinástica promovida por el presbítero Jaime Balmes, a través del enlace de Isabel con Carlos Luis, primogénito de Carlos María Isidro de Borbón.
Carlos Luis de Borbón, más conocido como conde de Montemolín, que se había manifestado hasta ese momento portavoz de ideas de paz, se vio obligado a orientar sus pretensiones a través de un levantamiento armado, el único medio que le queda para reivindicar sus derechos. Para ello, el 12 de septiembre hizo público un manifiesto movilizando a los suyos, apelando de hecho a la guerra. En el mismo sentido se pronunció dos días después la Junta carlista vasco-navarra.
El exilio carlista era un hervidero, movido tanto por los deseos de entrar en acción como por las penosas condiciones en que los refugiados tenían que sobrevivir. A raíz de los acontecimientos, la agitación en las fronteras se acentuó y se produjeron huidas de los depósitos, apreciándose gran actividad conspiratoria.
También Cabrera se fugó de su residencia de Lyon el día 13 de septiembre. Es muy posible que Montemolín y Cabrera se reunieran en Graville, en el canal de la Mancha, para pasar juntos a Inglaterra.
La fuga concertada de tan significados elementos indignó al gobierno francés, que en previsión de mayores males mandó apresar a varios generales y renombrados carlistas asilados en Burdeos, entre los que se encontraban los generales Gómez, Villarreal, Valdespina, Sopelana, el gentilhombre Vargas, el coronel Cevallos y varios jefes de menor graduación, así como algunos eclesiásticos. Los que estaban cerca de la frontera fueron internados, y se redobló la vigilancia sobre los refugiados españoles, al tiempo que se solicitaba del gobierno inglés la detención de Montemolín, a lo que Inglaterra se negó alegando la tradicional hospitalidad.
Cabrera llegó a Londres el 16 de noviembre por la tarde, mientras que Montemolín, a quien se esperaba antes, no lo hizo hasta el domingo 22 por la mañana. Lo más probable es que ambos entraran juntos en Inglaterra, pero que Carlos Luis permaneciera oculto durante los primeros días.
Al día siguiente de haberse anunciado la llegada a Londres del príncipe español, fue objeto de todo tipo de agasajos por parte de los más notables personajes de la alta sociedad londinense.
El pequeño grupo de exilados carlistas encontró acogida entre los diputados conservadores miembros del grupo Young England, que ya antes en los debates parlamentarios celebrados con distintos motivos habían dado muestras de sus simpatías por la causa carlista.
Ya desde antes de la llegada de Montemolín a Londres, los carlistas exilados en la capital inglesa estaban tratando de utilizar los contactos proporcionados por sus simpatizantes ingleses para recabar los recursos que necesitaban para el nuevo alzamiento carlista que se preparaba en España, así como llevar a cabo las gestiones diplomáticas que pudieran ayudar al mismo.
Elío, Cabrera, Alzáa y otros trabajaban para hacer posible un nuevo movimiento. Para ello se había creado una junta que se llamó provisional vasco-navarra. Para la organización del movimiento que se preparaba, Montemolín formó en Londres un Consejo formado por los miembros de su casa militar y civil cuya misión era, además de recabar fondos, la de enlazar con los gobiernos europeos que simpatizaban con la causa de la dinastía proscrita, el reconocimiento diplomático y la estrategia militar de campaña.
Cabrera insistía en la necesidad de recabar los recursos necesarios para llevar el plan a cabo. Su experiencia le dictaba que, sin medios materiales suficientes, la intentona carecería de sentido; por lo que su resolución dependía en parte de que pudieran reunirse los fondos indispensables.
Por otra parte, otros jefes carlistas de la primera guerra no veían clara la oportunidad de un alzamiento. Un número de ellos se había reunido en Burdeos para deliberar sobre la situación, y ante el panorama político de Europa, que pasaba por un momento revolucionario de subversión contra las monarquías y a favor del socialismo y las repúblicas; acordaron oponerse a todo levantamiento en armas contra Isabel II, aconsejando el desistimiento a los que lo preparaban.
El carlismo seguía dividido, y moderados y exaltados mantenían posiciones diferentes sobre el camino a seguir.