Guerras Carlistas Situación en España entre la Segunda y Tercera Guerras Carlistas La Revolución Gloriosa de 1868

Inicio de la Revuelta

La revuelta se llevó a cabo en menos de un mes, en septiembre de 1868, aprovechando que la Reina se encontraba de vacaciones en San Sebastián. Prim, Serrano y otros militares partidarios de la sublevación entraron en secreto a España y decidieron ejecutar sus planes de inmediato: el 17 de septiembre el vicealmirante Juan Bautista Topete, al mando de un importante contingente de la marina anclada en Cádiz, se rebeló con su flota, y al amanecer del 18 difundió un manifiesto que finalizaba con el grito de «¡Viva España con honra!».

La flota se componía de las fragatas Zaragoza (blindada) de José Malcampo, Tetuán (blindada) de Victoriano Sánchez Barcáiztegui, Villa de Madrid (hélice) de Rafael de Arias y Lealtad de Fernando Guerra; los vapores Ferrol de Isidoro Uriarte, Vulcano de Adolfo Guerra e Isabel II de Florencio Montejo; las goletas Santa Lucía de Francisco Pardo, Edetana de Buenaventura Pilau, Ligera de Miguel Montejo y Concordia de Manuel Vial; los buques menores Tornado, Sania y María; y de muchos otros barcos menores.

Los hechos fueron comunicados telegráficamente al ministro de la Guerra Mayalde en la mañana del día 18. Su primera disposición fue cursar órdenes a la Compañía de Ferrocarriles de Mediodía para que preparase material para el transporte de tropa, y alertó al BIL-II de Madrid con una orden preparatoria.

En la mañana del 19 dio una orden preparatoria al RI-3 del Príncipe que tenía su cuartel en Leganés, y ordenó al BIL-II de Madrid para que partiera a las 13:30 horas en ferrocarril con dirección a Sevilla, donde quedaría en guarnición a pesar de que ya se tenían noticias oficiosas de la adhesión de la ciudad a la causa revolucionaria.

Por su parte, Prim recorrió la costa mediterránea a bordo de una fragata, logrando el apoyo de todas las flotas estacionadas en el Levante. Luego buscaron el apoyo en otras ciudades como Sevilla, Córdoba, Barcelona, Huelva, etc. Se formaron Juntas Provinciales que se encargaron de movilizar a la población mediante promesas de sufragio universal, de eliminación de impuestos, del fin del reclutamiento forzoso y de una nueva constitución. En las ciudades, las juntas revolucionarias, formadas por demócratas y progresistas, asumieron el poder.

Al recibir la noticia de la rebelión militar, el presidente González Bravo dimitió y su sustituto, el general José Gutiérrez de la Concha, intentó organizar una resistencia improbable con los escasos efectivos del ejército que se habían mantenido fieles a Isabel II. Al mismo tiempo aconsejó a la Reina que volviera a Madrid desde San Sebastián, donde estaba de veraneo. Pero al poco tiempo de iniciar el viaje en tren, el general de la Concha le envió un telegrama a la Reina pidiéndole que siguiera en San Sebastián porque la situación de las fuerzas leales había empeorado.

El 20 de septiembre, llegó a Madrid procedente de San Sebastián el general de la Concha; a la Presidencia unió la cartera de Guerra. Esa misma mañana llegó procedente de Salamanca el general Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, nombrado comandante en jefe del ejército que iba a formarse en Madrid y de las capitanías de Andalucía, Granada y Extremadura.

Se tenían noticias pesimistas; Córdoba posiblemente se había unido a la causa revolucionaria, el BIL-II de cazadores de Madrid se encontraba detenido en algún punto del ferrocarril. Se tomaron disposiciones para enviar más tropas y artillería que seguirían al RCL-3 de cazadores de Talavera, y dos escuadrones de coraceros del RC-2 de la Reina, ya en marcha hacia Despeñaperros.

Salió el tren especial a las 17:00 horas, con una hora de retraso; Novaliches presenció el embarque del BI-II/3 del Príncipe, pues el BI-I/3 se había adelantado a la estación de Ciempozuelos. Acomodados en un vagón, los generales Pavía y Crispín Jiménez Sandobal estudiaron la situación, confusa por las pocas noticias que se tenían de las guarniciones sublevadas; estudiaron dirigirse a Córdoba o a Granada, que era mejor en recursos, hicieron cortas paradas para obtener información y finalmente decidieron detenerse cerca de Despeñaperros para concentrar tropas y obtener noticias. En Alcázar de San Juan (Ciudad Real) recibió un telegrama confirmando el pronunciamiento de Córdoba y con el RC-2 de lanceros de Villaviciosa y que el BIL-II de cazadores de Madrid se hallaba detenido en El Carpio (Córdoba).

Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868)

Concentración del ejército expedicionario de Andalucía

Perdida la esperanza de llegar a Córdoba antes que el general Serrano y sospechando que la detención de los cazadores del RIL-II de Madrid en El Carpio era en contra de su voluntad, Novaliches confió la seguridad de su cuartel general volante a una compañía de la guardia civil al mando del capitán Peral, concentrada en Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real) y continuó hasta Mengíbar (Jaén), donde decidió establecer su cuartel general, siendo Bailén el punto de concentración de tropas.

Allí telegrafió Novaliches al capitán general de Granada, José García Paredes, para que se uniese al ejército con todas sus fuerzas, dejando la capitanía al mando del segundo jefe. Al mismo tiempo ordenaba al BIL-II de Madrid que regresara en el mismo tren que conservaba a Mengíbar, siendo avisado por el jefe del BIL que la vía entre El Carpio y Alcolea se encontraba cortada, y que miembros de la Junta revolucionaria de Córdoba habían intentado contactar con él.

El general Sandoval insistía en la necesidad de adelantar todo lo posible las unidades que iban llegando con la idea de tantear la posibilidad de ocupar Córdoba, indicando como punto de concentración El Carpio o Andújar, quedando el cuartel general en Mengíbar para no abandonar el ferrocarril, por el momento línea de operaciones y de comunicaciones, desechando Bailén como había manifestado el general en jefe. Estas indicaciones fueron rechazadas por Pavía, que le dio orden de tomar una locomotora y partir al encuentro de los cazadores de Madrid, que ocuparían Andújar, al mismo tiempo que se informaba de lo sucedido en la conferencia con la Junta de Córdoba, regresando después a Mengíbar y desde allí a Bailén, donde había decidido establecer su cuartel general.

El general Sandoval, sin duda contrariado, cuando se retiraba a cumplimentar la orden, no pudo reprimir sus sentimientos, que manifestó en voz alta: «Aquí hemos perdido la campaña y tal vez la causa de Isabel II».

El general Sandoval encontró al BIL-II de cazadores en Villanueva, por lo que tuvieron que retroceder hasta Andújar, donde se alojó y dio la orden de conservar la estación y el puente sobre el Guadalquivir. Mientras tanto, el Tcol Mayens, jefe del BIL-II, redactó un informe para conocimiento del general en jefe con las novedades ocurridas desde su salida de la Corte, destacando los telegramas recibidos en las estaciones de tránsito firmados por Angel Torres, presidente de la Junta revolucionaria de Córdoba, ordenando que se impidiera la salida de su tren especial. Cómo continuó la marcha hasta Villafranca, donde le dieron un telegrama firmado por el conde de Hornachuelos, solicitando una conferencia en el sitio conocido por Las Cumbres, en cuyo punto estaba cortada la vía. Tomadas las medidas de seguridad oportunas, progresó hasta la cortadura, donde se celebró la conferencia con el conde de Hornachuelos y otros miembros de la Junta Revolucionaria de Córdoba.

Se le hizo saber que la ciudad se había unido al alzamiento de Cádiz, invitándole a que se adhiriese a la Revolución. Rechazada esta propuesta, decidió volverse a El Carpio, pueblo más cercano sobre el ferrocarril y el camino real, donde podría esperar órdenes, descartada la posibilidad de marchar a Córdoba, pues se encontraba a más de veinte kilómetros, siguiendo la carretera, caída ya la tarde y poco tiempo de sol.

Enterado del contenido del informe y después de dejar alojado el batallón y prevenidas las autoridades locales sobre el posible acantonamiento de otras tropas, el general Sandoval regresó a Menjíbar en la máquina y desde allí a caballo a Bailén, para unirse al marqués de Novaliches y darle cuenta de la misión encomendada y noticias obtenidas. Era noche entrada del día 21 de septiembre.

El general Pavía, desde Bailén, iba situando a las tropas procedentes de Madrid que llegaban por ferrocarril y, en jornadas ordinarias, las tropas montadas. Bien porque advirtiera los inconvenientes de separarse del ferrocarril, bien porque rectificase su plan primitivo, mandó que se adelantara el RI-12 de Mallorca y cuatro baterías del RA-4 de artillería montada hasta Andújar, quedando el brigadier Fernando Camús, coronel del RA-4, como jefe del cantón. En esa misma mañana del 22 había salido de Granada el general García de Paredes para incorporarse al Ejército con un BI del RI-40 de Málaga con su coronel, 4 compañías de cazadores del BIL-XX de Alcántara, una batería montada del RA-2 montado de Sevilla, 2 escuadrones lanceros del RC-6 de Montesa.

Apenas sabido en Granada el pronunciamiento de Málaga, se animaron los simpatizantes de la Revolución a secundar el movimiento sedicioso, aprovechándose de la salida del capitán general y la escasa guarnición que quedaba en la ciudad. Se alteró el orden y se levantaron barricadas, pero el segundo jefe sofocó enérgicamente el intento revolucionario. Igual suerte corrió Baza, donde se impuso la guardia civil y el pequeño destacamento de la remonta.

Ese mismo día 22 de septiembre, Novaliches recibió un telegrama firmado por un tal Pino en el que se decía haber salido de Córdoba en dirección a Sevilla el RC-2 de Lanceros de Villaviciosa, quedando la ciudad desprotegida. Al pie del telegrama había escrito el jefe de telégrafos de la estación receptora: parte sospechoso. La falta de identidad del remitente y la nota añadida por el jefe del telégrafo no daban muchas garantías de certeza. No obstante, se pidió confirmación y aclaraciones. Ya muy tarde se recibió otro telegrama fechado en Córdoba y firmado por Bernardo Lozano, que era el gobernador civil y que Novaliches ignoraba, reafirmando la noticia y pidiendo tropas.

El general Pavía pudo haber comprobado la veracidad arriesgando uno o dos escuadrones, enviándoles rápidamente a Córdoba, pero entre dudas y vacilaciones, perdió la ocasión de ocupar Córdoba. Porque, en efecto, la llegada de fuertes contingentes leales a la Reina fue conocida en Córdoba, lo que provocó la fuga de la Junta revolucionaria y la salida del regimiento de caballería que guarnecía la ciudad. Esto se supo cuando el comisionado por el gobernador civil, que se apellidaba Navajas Pino, se presentó en Andújar y aclaró lo del telegrama y lo ocurrido en la ciudad, con las peripecias sufridas hasta llegar a las líneas leales.

La retención sufrida en Andújar en espera de instrucciones del general en jefe, que reclamó su presencia, fue una desgraciada circunstancia que añadiría los confusos y sospechosos telegramas, con una pérdida de tiempo imposible de recuperar, pues aunque trasladó su cuartel general a Andújar y adelantó tropas a acantonamientos más avanzados, no tomó mayores iniciativas al tener aviso de que el general Caballero de Rodas había entrado en Córdoba en la misma mañana del 23 con uno o dos batallones de cazadores y la vía férrea había vuelto a ser cortada entre Villafranca y Alcolea.

Si eran alentadores los telegramas recibidos en el cuartel general anunciando el envío de más unidades combatientes y servicios de apoyo, las noticias llegadas de diferentes puntos de Andalucía eran de preocupar; la Revolución se extendía y las ciudades y pueblos se pronunciaban a su favor; no obstante, se seguían recibiendo telegramas tranquilizadores desde Madrid.

El general Pavía decidió nombrar a Sandobal jefe de Estado Mayor del ejército expedicionario, orden que no fue de su agrado, pero que acató. Grupos revolucionarios y una partida al mando del coronel Ildefonso Rojas saboteaban el ferrocarril y el telégrafo, por lo que se vio obligado a distraer fuerzas y guardias civiles para evitarlo; la vía fue cortada en varios puntos y el telégrafo inutilizado en alguna estación.

El día 25 de septiembre, por medio del telégrafo del ferrocarril, se comunicó la entrada de una columna del duque de la Torre (Serrano) de unos 5.000 efectivos y 20 piezas de artillería. En la noche de ese mismo día, la situación del ejército era:

  • En Andújar: el cuartel general y el RI-3 del Príncipe.
  • En Villa del Río: BIL-3 de Barcelona y 2 Cías de ingenieros.
  • En Montoro: el general Miguel Vega con el RA-4 montado de Madrid, RI-22 de Gerona, BIL-II de Madrid, RC-2 coraceros de la Reina y RH-1 de Pavía.
  • En El Carpio: RI-13 de Mallorca, RCL-3 de Talavera.
  • En Pedro Abad: RI-31 de Asturias (1), RC-3 lanceros de España.
  • Sobre el ferrocarril entre Mengíbar y Andújar: el general García de Paredes con la columna procedente de Granada (menos 2 Cías destacadas a Despeñaperros).

El general Pavía decidió trasladar su cuartel general a Montoro, partiendo de Andújar a las dos de la madrugada del día 26. Al parecer, su intención era adelantarse al duque de la Torre y ocupar el puente de Alcolea.

Novaliches decidió organizar su ejército en una brigada de vanguardia, dos divisiones de infantería, una división de caballería, una brigada de artillería con 32 piezas, en total unos 9.000 efectivos:

  • Brigada de vanguardia a las órdenes del brigadier Mariano Lacy con el BIL-II de Madrid, BIL-III de Barcelona y RH-1 de Pavía (4).
  • DI-1 al mando del mariscal de campo José García de Paredes con 2 BRIs:
    • BRI-I/1 al mando del brigadier Miguel Trillo Figueroa con el BIL-X de Alba de Tormes y RI-22 de Gerona (2).
    • BRI-II/1 al mando del coronel Manuel Andia y Abela con el BIL-XX de Alcántara (½), RI-3 del Príncipe (2), RI-40 de Málaga (½).
  • DI-2 al mando del mariscal de campo José Echevarría con 2 BRIs:
    • BRI-I/2 al mando del brigadier Antonio Díez Mogrovejo con el BIL-IV de Barbastro, BI-II/1 del Rey, BI-I/30 de Iberia.
    • BRI-II/2 al mando del coronel Manuel Espada con el RI-13 de Mallorca (2), BI-I/31 de Asturias.
  • DC al mando del mariscal de campo Miguel de la Vega Inclán con 2 BRCs:
    • BRC-I al mando del brigadier Tomás Vela Aguirre con RC-2 de coraceros de la Reina (2) y RC-3 de lanceros de España (4)
    • BRC-II al mando del brigadier Fernando de Arce con el RC-6 lanceros de Montesa (2) y el RCL-3 de Talavera (4).
  • BRA al mando del coronel Fernando Camús con Cía-4/1 montada de Valencia (4), Cía-3/2 montada de Sevilla (4), RA-4 montado de Madrid (24), en total 32 cañones.
Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Estado de fuerza presente.

Concentración del ejército liberal

La concentración de las tropas liberales en el cuartel general de Córdoba, había empezado de la siguiente manera: a las siete de la mañana del 22 de septiembre, el BIL-XIII de Simancas; a la siguiente noche del 23 el BIL- XVIII de Segorbe; a las doce de la mañana del 24 llegaron 20 piezas de artillería, con todos sus pertrechos y dotaciones; a las ocho y media de la noche, el RI-24 de Bailén; a las once y media, el BIL-VI de Tarifa, y hora y media después, otro batallón del RI-21 de Aragon; a las seis y media de la mañana del 25, tres escuadrones RC-5 de lanceros de Santiago, y y tres compañías de artillería; a las once y media, dos escuadrones del RC-2 de lanceros de Villaviciosa y dos compañías de artillería; a las dos de la tarde, el RI-39 de Cantabria; a las once y media de la noche, dos compañías de la Guardia civil; a las seis y media de la mañana del 26 de septiembre, varias compañías de marina y el RI-26 de Borbón (Cádiz) y el RI-23 de Valencia, y sucesivamente fueron llegando el RI-31 de Asturias, el RI-27 de Cuenca, los carabineros y otras tropas. Toda o casi toda la guardia rural de la provincia, que se hallaba cerca de la ciudad, bajo las órdenes de su comandante, Manuel de Sampedro, influido este por su esposa, que le escribió en sentido favorable, se presentó con las fuerzas de su mando al duque de la Torre, y las dos compañías de la Guardia civil que al fugarse de Córdoba en la mañana del 22 se instalaron en Villaharta, después de un acalorado debate, entre los jefes y oficiales, en que hubo de resolver a mano alzada, acordaron dirigirse a Córdoba.

La reunión de todas estas fuerzas movió al duque de la Torre a dar al ejército expedicionario de Andalucía la organización siguiente:

  • Cuartel general al mando del mariscal de campo Rafael Izquierdo.
  • Jefe del Estado Mayor General del ejército, el mariscal de campo Antonio Caballero de Rodas.
  • Intendente general Francisco Borci.
  • BRIL al mando del brigadier José Salazar con el BIL-VI de Tarifa, BIL-XIII de Simancas, BIL- XVIII de Segorbe.
  • BRI-I al mando del brigadier Juan Alaminos con el RI-21 de Aragón y el RI-39 de Cantabria.
  • BRI-II al mando del coronel Joaquín Enrile con el RI-24 de Bailén y un BI del RI-31 de Asturias.
  • BRC al mando del coronel Ignacio Chacón con RC-2 de lanceros de Villaviciosa, y el RC-5 de lanceros de Santiago.
  • BR de reserva al mando del coronel de artillería Cayetano Blengua con 4 Cías del RI-27 de Cuenca, guardia civil y rural, BA-I/3 de artillería a pie, RA-2 montado de Sevilla.

Los puntos de la formación de las brigadas serían: para la ligera, el Gran Capitán; para la primera, el Campo de la Merced; para la segunda, el Campo de la Victoria; para la de caballería y la reserva, el Campo Santo de los Mártires.

Adelardo López de Ayala fue enviado por Serrano al cuartel general de Novaliches para invitarle a dejar el paso libre para seguir sobre Madrid. Con argumentos de evitar el derramamiento de sangre. El enviado dijo que contaban con 18 batallones. Posiblemente, Pavía cometió la imprudencia de dejar salir a medianoche al emisario, que, informado de los preparativos militares por sí o por clandestinos simpatizantes de la Revolución, no tardaría en dar cuenta al duque de la Torre de lo visto y oído.

Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Plano de la zona y despliegue inicial.

Movimientos previos

La noche del 27 al 28 fue de vigilia permanente. Sin un momento de descanso y algo quebrantado por una afección digestiva, Pavia mandó a las tres y media de la madrugada poner en pie a las tropas. Al general José Ignacio Echavarría le confía la siguiente misión: apoyar al brigadier Lacy, pues ocupado el puente de Alcolea, podía verse en situación comprometida. Para ello disponía del BI-II/3 del, dos escuadrones de cazadores del RC-2 de Alcántara y otro batallón que se incorporaría por la barca a la altura de Villafranca. Seguiría por la derecha del Guadalquivir, cruzando el río por el puente de Montoro, en dirección de Villafranca y Alcolea. Trataría de alcanzar a Lacy dejando a la infantería seguir su marcha para prevenirle, tomar el mando y atacar al enemigo en un movimiento envolvente, al tiempo que el grueso del Ejército atacaría de frente el puente de Alcolea.

Se entraba en el día 28 con la sospecha de que en Madrid y otros puntos de España ocurría algo grave, cuando el Ejército de Andalucía se disponía a entrar en combate atropelladamente.

Salieron de Montoro el cuartel general y las tropas que quedaban en aquel acantonamiento, siguiendo la carretera de Córdoba. Se les unieron los cinco batallones de Pedro Abad. Descansó en El Carpio, que se aprovechó para racionar de pan a las unidades. Dio la orden de detenerse al general Vega, que había iniciado el movimiento a las cinco y media de la madrugada desde este último lugar y se suponía demasiado adelantado. A la altura de Villafranca se destaca al BIL-IV de cazadores de Barbastro para que se incorpase a la columna del general Echavarría.

A las diez y media se alcanzó a la columna del general Vega, detenido desde las ocho y media a unos 7 kilómetros del puente de Alcolea. Las fuerzas enemigas en presencia se habían valorado en 3 batallones, algunas piezas de artillería y escasa caballería. Las noticias obtenidas de paisanos en esa misma mañana eran vagas y confusas, pero aumentaban el número de tropas y uno llegó a afirmar haber visto una gran columna por la carretera en dirección a Alcolea. Ante estas informaciones, el general Pavía creyó oportuno reforzar al general Echavarría con otro batallón, confiando esta misión al brigadier Trillo con el BIL-X de cazadores Alba de Tormes para que se dirigiera a Villafranca, utilizando barcas, por creer impracticables los vados a causa de las recientes lluvias, solución arriesgada, pues era lento el paso del río y, tras una marcha penosa, podía hacer ineficaz el auxilio.

Poco después, unos naturales del país, conocedores del río, indicaron los puntos vadeables para infantería y caballería. El general Pavía dejó pasar el tiempo, espera de que el general Echavarría, reunidas sus fuerzas, atacase al enemigo. En caso de necesidad, podía reforzarle por los vados. Había en el marqués de Novaliches cierta “inquietud irresoluta”, según el general Sandoval.

En esta situación de peligrosa inamovilidad se presentó un ayudante del brigadier Lacy con el parte siguiente: Los tres batallones en las inmediaciones de la posición enemiga, ocupada por fuerzas muy superiores. Por ambas partes se había convenido no romper el fuego. Jefes y oficiales de los dos bandos conversaban caballerosamente y las guerrillas estaban “al habla”. Se esperan nuevas órdenes.

El brigadier Lacy, creyendo que se había ocupado el puente durante la noche según el plan previsto, había salido de Villafranca a las seis y media de la mañana, dejando al BIL-III de cazadores de Barcelona para que descansara dos horas, pues había hecho una dura marcha extraviado toda la noche. Pudo ver la columna procedente de El Carpio marchando a su altura y, cuando la compañía en vanguardia observó tropas en la posición de Alcolea, las consideró como propias y en esta confianza continuó la marcha hasta que, sorprendidos por las guerrillas enemigas, fueron detenidos e invitados a parlamentar. Fue todo un rasgo del duque de la Torre, que pudo destruir a la pequeña columna del brigadier Lacy moviéndose en un terreno cubierto y escabroso, con mala observación y una información falseada de la situación propia y del enemigo.

En este compromiso estaba el brigadier Lacy, en espera de órdenes, cuando se le incorporó el BIL-III de cazadores de Barcelona. Todavía no sabía que el general Echavarría estaba en camino con otras tropas y el brigadier Trillo con otro batallón de refuerzo.

Sobre las dos y media de la tarde, el marqués de Novaliches recibió parte de sentirse fuego de fusilería a la derecha del río, al principio débil, pero cada vez más nutrido. Disipó cualquier duda la presencia nuevamente del ayudante del brigadier Lacy, notificando que, habiendo tomado el mando el general Echavarría, había comenzado la acción. Las deficiencias en el enlace perjudicaron la coordinación de la operación. Empeñado el general Echavarría, no había más remedio que secundarle, aunque por la avanzada hora no podía esperarse un resultado decisivo.

El general Pavía decidió que el coronel del RI-3 del Príncipe con el BI-I/3 vadease el río, para reforzar a la división del general Echavarría. Iniciado el avance, en dirección al puente, los revolucionarios abrieron fuego artillero, que fue contestado por las baterías realistas que mandaba el brigadier Camus. La infantería avanzaba en tres columnas, una por la carretera y las otras dos a derecha e izquierda de la primera, suficientemente separadas y mandadas por los generales Paredes y Sartorius, respectivamente.

El general Vega, con la caballería, en columna por escuadrones, cubría el flanco izquierdo, a excepción del RH-1 de Pavía, que bajo las órdenes del conde de Gingerti iba en vanguardia y al flanco derecho. El terreno era un llano totalmente despejado, dominado por la observación del ejército revolucionario, que favorecía las punterías artilleras, aunque su fuego resultó ser poco eficaz, a pesar de disponer de condiciones tan ventajosas. El duque de la Torre tenía sus tropas y baterías a cubierto de las vistas.

El Ejército de Novaliches progresaba con lentitud, bajo el duelo artillero. Caía ya la tarde cuando el brigadier Mogrovejo recibió la orden de dirigirse hacia el puente del ferrocarril, con el BI-I/30 de Iberia y el BI-II/31 de Asturias, con las dos compañías de ingenieros, con la misión de habilitar un paso y simular un falso ataque. El brigadier Vela, con los coraceros del RC-2 de la Reina y los lanceros del RC-6 de Montesa, cubriría la izquierda; los cazadores del RC-3 de Talavera quedarían a retaguardia del centro y los lanceros del RC-3 de España, bajo el mando del brigadier Arce, pasarían a colocarse detrás del RH-1 de Pavía en el flanco derecho.

Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Despliegue de fuerzas delante del puente.

Combate de encuentro en el puente de Alcolea

Ya oscurecía, y a menos de dos kilómetros del puente de Alcolea, cuando corrió la voz de vanguardia a retaguardia del Ejército, que las tropas enemigas se retiraban de su posición, al mismo tiempo que disminuía sensiblemente su fuego de fusilería y artillero, hasta cesar por completo. Silencio absoluto en la orilla derecha del Guadalquivir, por donde atacaba la división del general Echavarría.

El general Pavía no disimuló su satisfacción y quiso creer lo que, en realidad, ansiaba: que el enemigo se retirase. Animado por el entusiasmo de la tropa, que en ningún momento se le vio flaquear, prorrumpió en vivas a la Reina, intercalando encendidas frases, que fueron contestadas y bien recibidas por los soldados. Entraron en escena las músicas y las bandas y, al compás de sus aires marciales, toda la línea se acercó al borde del río. Eran las siete y media, ya de noche, callaron las bandas y las aclamaciones y todo cayó en un profundo silencio. El marqués de Novaliches, decidido, penetró en el puente, siguiéndole en orden cerrado la columna del centro, compuesta por el BI-II/2 del Rey, tres compañías del BI-I/40 de Málaga y el BI-II/22 de Gerona. Mezcladas entre las unidades, sorprendidos de la audacia del general en jefe, que no esperaban una reacción semejante, entraron en el puente el JEM y oficiales, ayudantes de campo, escolta y ordenanzas a caballo. Llegaba la cabeza de la columna a la mitad del largo recorrido del puente, cuando las tropas del duque de la Torre, manteniendo una disciplina admirable, desde sus posiciones defensivas abrieron fuego súbito y violento.

Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Vista de la batalla. Autor José María Rodríguez de Losada.
Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Lucha en el puente.

La columna, en unos instantes, sufrió cuantiosas bajas; detenida y encajonada entre los pretiles del puente, trataba de abandonar tan siniestro desfiladero, bajo los efectos del pánico. En completo desorden retrocedió; de nada sirvieron las voces de mando de los oficiales que tratan de sujetarla y rehacer las filas e impulsarlas hacia delante, atravesando el espacio del puente a la carrera. En esta confusión tuvo que retirarse el marqués de Novaliches, herido gravemente en la cara; desencajado, tropezó con el general García de Paredes. Sin articular una palabra, hacía resignación tácita del mando. Así lo comprendió el general García de Paredes y aceptó la responsabilidad de la sucesión que por ordenanza le correspondía.

Casi inmediatamente, rehechos de la primera sorpresa, contenidos los grupos dispersos, gran parte del batallón del Rey y las compañías del de Málaga quedaron sobre los bordes de la embocadura del puente y, haciendo uso de sus armas, contestaron a la fusilería contraria. Intervino rápidamente uno de los batallones del Regimiento de Mallorca de la columna de la izquierda, entrando en fuego, y poco después acudió el brigadier Mogrovejo con las unidades destacadas a reconocer el puente del ferrocarril, que defendido e impracticable, marcharon al lugar de mayor peligro, para reforzar el ataque o rechazar al enemigo si tomaba actitudes ofensivas. Una batería entró en posición, enfilando el puente.

Retirada del ejército real

Reorganizados los batallones que más sufrieron en el avance y dominada la situación, el general García de Paredes quiso conocer el parecer de los otros generales sobre posibles decisiones. Solo pudieron presentarse los generales Sandoval y Vega. Oída la opinión del JEM y del jefe de caballería, el general García de Paredes decidió la retirada. Las razones fueron que el enemigo se mantenía en una posición ventajosa, fuerte en infantería y artillería, la operación envolvente encomendada a la división del general Echavarría no había tenido éxito, y que la artillería había consumido casi la dotación de municiones y llevaría tiempo para reponerla. Las tropas en 24 horas no habían comido más que el pan y no todas las unidades habían sido racionadas.

La retirada se hizo por escalones y despacio. Eran las nueve y media de la noche. El general Vega con parte de la caballería cubría la retaguardia. El enemigo no dio muestras de hostilidad. Al llegar a las casetas del paso a nivel del ferrocarril, donde se había establecido el hospital de sangre, el general en jefe accidental supo que el marqués de Novaliches, con otros heridos, había sido conducido al tren-parque de artillería, llevándose al mismo tiempo el repuesto de munición. No quedaba más material ferroviario que una locomotora, que inmediatamente fue enviada a El Carpio, para que trajera vagones suficientes para los heridos. El maquinista llevó en el bolsillo el siguiente telegrama escrito con lápiz dirigido al ministro de la Guerra con encargo de transmitirlo por el telégrafo de campaña: «Hemos sido rechazados por ambos lados del río. General en Jefe herido. Nos retiramos en el mejor orden a El Carpio. Espero instrucciones».

Como el tren esperado se retrasaba, el general García de Paredes ordenó continuar el movimiento retrógrado, no sin antes enviar instrucciones al general Echavarría para que se retirase a Villafranca y desde este punto pase a El Carpio.

Antes del amanecer quedaron alojadas las tropas en El Carpio, racionadas y municionadas, conservando buena moral y excelente espíritu combativo, lo que inspiraba gran confianza a sus jefes, que creían en la posibilidad de debatir al enemigo si se decidía a presentarse en campo abierto. En el puente de Alcolea se había desarrollado un combate de encuentro y nada más. Desafortunado, pero un simple combate. El Ejército no se consideraba derrotado y la batalla estaba pendiente. La caballería en descubierta vigilaba los movimientos del enemigo.

Tranquilizó al cuartel general la llegada del capitán Villalonga del Estado Mayor del general Echavarría, con el parte de la acción sostenida en la orilla derecha del Guadalquivir, con las razones por las que no se pudo forzar la posición enemiga sufriendo en el empeño considerables bajas.

Cumpliendo órdenes, se retiraba a Villafranca, y por la tarde se trasladaría a El Carpio. Tomaba medidas para el traslado de heridos.

Las bajas en total fueron unas 735 en total, de ellas 100 muertos, 330 heridos y 305 prisioneros y desaparecidos. Entre los generales resultaron heridos Novaliche (grave), Sartorius (leve) y García de Paredes (muy leve).

Batalla del puente de Alcolea (28 de septiembre de 1868). Bajas de la batalla.

Secuelas de la batalla

No pequeña contrariedad fue la llegada a las tres de la mañana de un telegrama cifrado del Ministro de la Guerra, que no se pudo traducir por haberse llevado la clave el marqués de Novaliches, que había seguido para Madrid en tren. El texto del telegrama era el siguiente: «¿Puede V. E. tomar la ofensiva con las tropas de su mando? ¿Cree V. E. contar con ellas tomando la defensiva? Contestación inmediata».

Creció el malestar al recibir tres horas más tarde otro telegrama cifrado del Ministerio en los siguientes términos: «Si V. E. queda a la defensiva, mande sin pérdida de tiempo dos batallones a esta Corte por camino de hierro». El marqués de La Habana recibió con estupor la siguiente contestación: «No era posible traducirlos», por lo que el Ministro citó al general en jefe accidental a la estación telegráfica para que respondiese a las preguntas que tenía que hacerle. Una vez más, el general Sandoval, como JEM, asumió esta responsabilidad. Eran las seis y media de la mañana y al otro lado del hilo estaban los generales hermanos Concha.

El plan de retirada del ejército expedicionario se fue cumpliendo, y el día 30 de septiembre se decidió adelantar hasta Andújar y la división de Echevarría pasó a pernoctar a Villa del Río. Los heridos fueron evacuados hacia Madrid.

La situación se complicaba por momentos; Andújar estaba pronunciada y una junta revolucionaria gobernaba la ciudad, pero prometió mantener el orden y no provocar a las tropas, aunque, la verdad, estas iban perdiendo la obediencia militar y no pocos oficiales compartían los mismos sentimientos de aceptar unos hechos consumados. Este deterioro de la moral era consecuencia de lo manifestado por los señores Robert y Gasset, comisionados por la Junta revolucionaria de Madrid para entregar un mensaje al duque de la Torre, y en camino hacia Córdoba, detuvieron su tren especial y expusieron al general en jefe lo ocurrido en la capital y en toda España, y que el 30 de septiembre Isabel II había decidido abandonar San Sebastián y refugiarse en París.

Desgraciadamente, para el general en jefe y sus inmediatos subordinados, las temidas defecciones se produjeron. Un parte del general Echavarría comunicaba que los lanceros de Montesa y los cazadores de Alcántara se habían pasado al ejército liberal. En ese estado de ánimo, temiendo el contagio revolucionario a otras unidades, se recibió un telegrama del duque de la Torre, en el que se decía que se detuvieran en el punto donde se encontrasen hasta recibir un enviado suyo que conferenciaría sobre asuntos que interesaban a la Patria y a la fuerza de su mando, avisando del punto en que se detuviesen. Este telegrama fue contestado con el siguiente desde Andújar, sobre las dos de la tarde, diciendo que recibirían al enviado.

En hora avanzada de la noche llegó López de Ayala, comisionado del duque de la Torre, que a sus calificadas aptitudes literarias unía las de hábil negociador. El general García de Paredes, sin reparar en la hora, convocó a los generales Vega y Sandoval.


López de Ayala insistió en las ideas de su jefe político, con una dialéctica sin duda persuasora y convincente. Reunidos los generales, conversaron por espacio de dos horas, llegando a la conclusión de que, suponiendo la ausencia de la Reina y la falta de su Gobierno, solo se podían recibir órdenes del Gobierno constituido o que se constituyese en la nación. Bajo este principio, el general Jiménez de Sandoval redactó la carta que se entregaría al comisionado del duque de la Torre en unos términos de fría corrección y honorable dignidad.

López de Ayala no aprobó el contenido, pues inaceptable para el duque, trataba de evitar un seguro pronunciamiento de las tropas si había resistencia de sus mandos en obedecer al general Serrano. Por fin, se llegó a la fórmula de que el duque de la Torre, que contaba con el paso franco hacia Madrid por el último Gobierno legítimo de la Reina, comunicara oficialmente la ausencia de España de Isabel II y su Real Familia sin dejar Gobierno alguno que la representase y, estando toda España adherida al Alzamiento iniciado en la bahía de Cádiz, era el duque de la Torre el máximo representante en Andalucía del Gobierno que legítimamente se constituyese con el compromiso de poner a disposición del mismo las tropas que tenía bajo sus órdenes.

Se acordó que este pacto no se llevaría a efecto hasta conocer la opinión de los jefes de los cuerpos, pues en asunto de tanta importancia no podía exigírseles una obediencia como si se tratase del servicio ordinario. Como no había estado presente el general Echevarría, era preciso que el comisionado se detuviese en Villa del Río para darle cuenta de todo lo convenido, confirmado por una carta que redactó el general Sandoval y aprobó el general en jefe accidental.

En la mañana siguiente, 1 de octubre, el general García de Paredes convocó en su alojamiento a los generales Sandoval, Vega, brigadieres y jefes de cuerpo, para notificar a estos últimos de lo ocurrido en el país, según público conocimiento, de la carta del duque de la Torre, de las pretensiones del movimiento revolucionario, según versión del señor López de Ayala, y del acuerdo adoptado condicionado a la conformidad de los jefes de cuerpo. Admitidas las razones del duque de la Torre, fue opinión general encontrar una solución que salvara el honor del Ejército, que había cumplido con deberes militares. Para lo cual, una vez efectuada la transmisión del mando, los generales quedarían en situación de cuartel, en prueba de su lealtad a la causa defendida y lejos de toda sospecha de un claudicante y vergonzoso abandono.

El 2 de octubre, el JEM Sandobal redactó el acta de disolución del Ejército Expedicionario de Andalucía. El mismo día 2, pasó por Andújar el general Serrano en tren especial para Madrid, con parada generosa y prolongada para presidir la comida que la Junta revolucionaria de la localidad había organizado en su honor. Los generales García de Paredes y Vega fueron a verle y participarle que el convenio se estaba llevando a efecto. Conducta discutida la de estos generales; para unos se excedieron en la cortesía militar, para otros fue una vergonzosa claudicación buscando cómodas posiciones con el régimen futuro. Horas más tarde, el general Serrano sería aclamado en Madrid por un pueblo delirante de entusiasmo.

La reina Isabel II ya nunca volvería a pisar su país, aunque siempre creyó en su legitimidad y la de sus herederos, que pocos años después volverían a reinar en España. En la capital francesa fue acogida por el emperador Napoleón III y compró el lujoso hotel Basiliewski, el cual fue rebautizado como Palacio de Castilla y se convirtió en su residencia hasta su muerte en 1904. La reina destronada aún vivió para ver cómo su hijo y su nieto volvían a España como los reyes Alfonso XII y Alfonso XIII, respectivamente.

Batalla de Béjar (28 de septiembre de 1868)

De este modo, cuando el 18 de septiembre de 1868 la flota se sublevó en Cádiz con los generales Prim, Serrano y Topete al frente, era previsible que Béjar se uniese al alzamiento. Sin embargo, el Gobierno decidió enviar a Valladolid a los soldados del regimiento de cazadores de Llerena que tenían su cuartel en Béjar, partiendo el 22 de septiembre de la ciudad textil bajo los vítores de algunos bejaranos.

No obstante, tras estos vítores subyacía el anhelo de gran parte de los bejaranos de unirse al golpe de Estado contra Isabel II. De modo que, con el grueso de los militares ya fuera de la ciudad y tras reducir a los que quedaban en ella, se proclamó en la noche del propio 22 de septiembre de 1868 la Junta Revolucionaria en Béjar; que se unía al alzamiento de Prim, Topete y Serrano, y pasaba a detentar el mando de la ciudad, así como de su defensa.

Ante este alzamiento revolucionario, el choque entre los rebeldes bejaranos y el ejército isabelino era previsible e inminente, enviando el Gobierno tropas hacia Béjar desde Salamanca y Madrid; que se unirían así a los militares que habían salido de la ciudad textil, a los que en tierras abulenses les habían trasladado la orden de que retornasen a Béjar ante el devenir de los acontecimientos.

Entretanto, la Junta Revolucionaria bejarana ya dirigía la ciudad y organizaba su defensa ante un ataque que se daba por hecho llegaría en cuestión de escasos días. Para este fin, los revolucionarios habían encomendado dirigir la defensa de la ciudad a José Fronsky (Juseph Waclaf Frzyhonski), un trabajador con formación de ingeniero que poseía una notable experiencia militar.

Y es que Fronsky, nacido en Vilna (en la actual Lituania, entonces parte del Imperio ruso), había llegado a ser capitán del Ejército ruso, aunque curiosamente se enfrentó a este para participar en el bando polaco-lituano en el Levantamiento de enero de 1863 frente al Imperio ruso. Lo que acabó derivando en su exilio, y tras trabajar en una fábrica de Londres, acabó haciendo lo propio en Béjar desde 1866.

Batalla de Béjar 28 de septiembre de 1868. Defensa de la ciudad dirigida por José Fronsky a caballo, se observa un cañón montado en un carro.

Otra figura de relevancia para la defensa de la ciudad fue el herrero de origen francés Víctor Gorzo, que impulsó la idea de reforzar las defensas de la ciudad con cañones, construyendo los revolucionarios cuatro mediante la fundición de maquinaria textil (los cuales actualmente se conservan en el Museo del Ejército, en Toledo; habiendo además un conjunto escultórico con cañones en honor de la revolución de 1868 en la parte baja de la calle Libertad de Béjar).

En todo caso, ante el número de efectivos movilizados por el Gobierno, se avecinaba un importante enfrentamiento, dado que las tropas reunidas por el Ejército para tomar Béjar sumaban unos 1.500 efectivos (4 compañías del BIL-XVII de cazadores de Llerena, una compañía del RI-16 de Castilla y otra de la Guardia Civil y de la Guardia Rural, y por algún refuerzo militar procedente de Madrid) a las órdenes del brigadier gobernador de Salamanca, Francisco Javier Nanetti Remón, rechazando además la Junta Revolucionaria bejarana en la noche del 27 de septiembre la oferta gubernamental de rendirse a cambio del indulto y la entrega de armas.

Se llegó así al 28 de septiembre de 1868, con el Ejército apostándose en la zona del cementerio bejarano en torno a las nueve y media de la mañana, situado sobre un alto desde el que se podía controlar el acceso hacia los puentes Viejo y Nuevo sobre el río Cuerpo de Hombre que daban acceso al casco urbano de Béjar.

Así, el primer ataque de las fuerzas gubernamentales se dio a través del denominado Puente Nuevo, alcanzando con ciertas bajas La Alameda (actual parque de La Corredera); mientras en paralelo, otro sector del Ejército emprendía el ataque por el Puente Viejo, subiendo por la actual calle Libertad (entonces, calle del Puente).

Sin embargo, esta primera ofensiva de las tropas isabelinas, pese a hacerse en paralelo por dos vías distintas, no fue fructífera, logrando los revolucionarios bejaranos repelerla, de modo que los isabelinos tuvieron que recular y retirarse. No obstante, unas horas más tarde, las fuerzas gubernamentales insistieron con un segundo ataque por las actuales calles Libertad y Zúñiga Rodríguez con el objetivo de alcanzar la Puerta de la Villa de la muralla, pero aunque llegaron junto a esta, fueron repelidos por los bejaranos allí apostados.

De este modo, las fuerzas isabelinas se tuvieron que retirar nuevamente sin poder tomar la Puerta de la Villa, en torno a las cinco de la tarde. Aunque en su retirada se llevaron capturados a una treintena de vecinos residentes en las casas de la zona de La Corredera y actual calle Libertad, acusándolos de ser sospechosos de intentar repeler el ataque del Ejército, que había entrado en las casas con la orden de degüello y saqueo dada por el brigadier Francisco Nanetti, derribando los tabiques que separaban las diferentes viviendas para acercarse hacia la mencionada puerta de la muralla sin exponerse al fuego enemigo en la calle.

Batalla de Béjar 28 de septiembre de 1868. Defensa de la puerta de la ciudad.

En todo caso, los desmanes hechos por las tropas isabelinas no pasaron desapercibidos y acabaron siendo enjuiciados parte de los militares que intentaron tomar Béjar. De esta manera, en el proceso judicial se relataron hechos como la ejecución de varios vecinos de las casas tomadas, o que incluso los soldados llegasen a tirar por un balcón a un vecino, falleciendo en el acto.

Sin duda, el episodio más macabro fue el vivido en el Puente Viejo, hacia donde se dirigieron en su retirada los soldados isabelinos con los rehenes. Allí, tomaron la determinación de fusilar a los vecinos capturados, muriendo más de una docena, mientras que otros, aunque heridos, lograron sobrevivir, resultando claves para conocer posteriormente los hechos ocurridos.

De este modo, tras dejar un reguero de sangre el 28 de septiembre de 1868, las tropas gubernamentales se retiraron provisionalmente de su intento de asalto a Béjar, acampando esa noche en Vallejera de Riofrío, con la intención de poder retomar el asalto a la ciudad textil.

Estando en Vallejera, las fuerzas isabelinas recibieron las noticias de lo ocurrido en tierras cordobesas en la batalla del puente de Alcolea (que da nombre a otra calle de Béjar); tras consumir toda la munición de su artillería, decidieron retirarse de manera abrupta y acelerada. Durante la retirada de los últimos miembros de las tropas isabelinas se produjo una inusitada oleada de robos, saqueos, asaltos y fusilamientos sobre la población civil bejarana.

Dejaron en Vallejera a una veintena de soldados que se encontraban heridos, que fueron posteriormente trasladados por vecinos en carretas a Béjar para ser atendidos en los centros sanitarios de la ciudad textil, en los que se atendió a un total de 42 personas entre soldados y civiles heridos en los sucesos del 28 de septiembre, de los que el 1 de octubre habían fallecido cinco, todos ellos civiles.

En la retirada de las fuerzas de Nanetti desde Béjar en dirección a Piedrahíta, se relató que en las diversas localidades que pasaron, fueron vendiendo objetos que habían sido saqueados en Béjar, siendo principalmente en Vallejera de Riofrío, Santibáñez de Béjar, Puente del Congosto y Piedrahíta.

Por otro lado, una de las personas que pudo relatar lo ocurrido fue Tomasa Calzada, una mujer de 72 años que se encontraba encamada en su casa de la calle del Puente (actual calle Libertad); en la que irrumpieron los soldados isabelinos, dándola por muerta tras asestarle un tiro en la cabeza. No obstante, aunque malherida, no falleció en el acto y acabó recuperándose tras recibir atención hospitalaria, relatando la forma en que irrumpieron en las casas y el saqueo llevado a cabo por las fuerzas gubernamentales, llevándose todos los objetos de cierto valor que fueron encontrando en ellas.

En la retirada de las tropas comandadas por Nanetti desde Béjar en dirección a Piedrahíta, desde diversas localidades se relató que los soldados de dicha columna fueron vendiendo objetos que habían sido saqueados en Béjar. Atestiguándose este hecho en localidades como Vallejera de Riofrío, Santibáñez de Béjar, Puente del Congosto o Piedrahíta.

Pese a abrirse juicio por los sucesos de Béjar frente a los principales impulsores de la masacre, tanto Francisco Nanetti como el cabo Santiago Gallego fallecieron a inicios de 1870 antes de que se dictase sentencia el 25 de octubre de 1871 en Valladolid; mientras que los otros tres enjuiciados, el capitán Andrés Mayol, el teniente Romualdo Sanz y el guardia Matías Carrasco, fueron absueltos, saldándose el juicio sin condenados, aunque dejando los testimonios vertidos en el mismo una información importantísima de cara a conocer lo ocurrido.

Aún pervive en el cementerio de Béjar la tumba colectiva que acoge los restos de 31 revolucionarios bejaranos asesinados el 28 de septiembre de 1868, que sumados a otros cuyo asesinato está documentado, pero que no se hallan en dicha tumba colectiva, los soldados caídos en dichos combates, lo que elevaría a más de 50 los fallecidos en Béjar en aquel sangriento 28 de septiembre en el que esta ciudad se levantó.

Actualmente, una placa ubicada donde se encontraba la antigua Puerta de la Villa de la muralla de Béjar, recoge los nombres de la mayoría de los revolucionarios fallecidos aquel sangriento día, con las siguientes palabras: “Mártires de la Libertad fueron quienes aquí figuran y pagaron con su vida la aspiración del pueblo español de alcanzar las luces y dejar atrás el absolutismo. Víctimas inocentes de la represión, murieron el 28 de septiembre de 1868”.

La ferviente defensa de la ciudad amurallada de Béjar bajo el férreo mando de Fronski frente a las tropas isabelinas valió al propio Fronski para ser recibido en audiencia por el general Juan Prim y Prats y ser nombrado, a finales de octubre de 1868, para el cargo de vicecónsul de España en Rabat. Desde entonces, la carrera diplomática de José Fronski representando a España en el extranjero se prolongaría durante más de treinta años, pasando por los más particulares, extraordinarios y exóticos destinos (Quebec, Florida, Belice, Venezuela, Cabo Verde, Angola y Londres).

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-13. Última modificacion 2025-12-13.
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