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Operaciones en diciembre de 1872
Antes de que se ordenara el alzamiento del Norte para reanudar la guerra, que se fijaba para el 17 de diciembre y luego se retrasó para el 20, una partida carlista de unos 40 hombres se había levantado en armas cerca de Oyarzun (Guipúzcoa), mandada por el cura Santa Cruz, que había cruzado la frontera el 2 de diciembre por el caserío de Portuberri, dirigiéndose al día siguiente hacia Urnieta, cortó la vía férrea cerca de Andoaín, deteniendo el exprés, y siguiendo por Fagollaga y Picoaga hasta el monte Ara. El mismo día 2, de Goizueta, salía al campo una partida de 30 hombres mandada por Soroeta.
El 17 de diciembre de 1873, aparecieron cuatro partidas, una en Arruazu mandada por Navarro, otra en Huarte, a las órdenes de Iriarte, una tercera en Muniain, mandada por Oscariz, y por fin otra en Alcoz (Ulzama). El 19 se anunciaba la presencia de fuerzas mandadas por Hermoso de Mendoza, que amenazaba la circulación de los trenes, amenaza que se traducía en hechos cuando tirotearon un tren el 19 y quedaban interceptadas las líneas telegráficas. La primera escaramuza de esta campaña se libró el 19 de diciembre en el pueblo de Garuza, entre una partida carlista y una pequeña fuerza compuesta de una compañía del RI-4 de la Princesa, reforzada con 20 guardias civiles, de los que resultó herido uno de estos.
El cura Santa Cruz había entrado en Hernialde el 17 de diciembre, haciendo una guerra que se puede llamar de piernas, pues las pequeñas partidas en armas debían suplir su poca importancia con un continuo movimiento. Una nueva partida se señalaba el 19 en las cercanías de Estella, mandada por Senosiain. El 20, cumpliendo las disposiciones, el nuevo comandante general de Navarra, brigadier Nicolás Olla, con el JEM brigadier Ramón Argonz y el coronel de caballería Férula, al frente de un puñado de hombres, penetraron en Navarra para organizar la guerra.
En la noche del 20 al 21, al frente de 6 hombres, pasaba la frontera procedente de Uripel (Francia) el coronel Rada, quien marchó por Erro el día 22 para pernoctar en Ardáiz dicho día, siguió por las inmediaciones de Urroz, Albinzano y de allí a Echagüe, donde depositó los 20 fusiles y las municiones con que había entrado en España, reuniéndosele al día siguiente la partida mandada por Joaquín Hermoso de Mendoza, que no tenía más que 8 hombres, descansando ambas fuerzas en Sabaizar, aunque el enemigo estaba en Leoz.
El día 23 de diciembre, Soraeta llegaba a Astigarraga, a las puertas de San Sebastián. El 26, la partida mandada por Goiriena, al frente de 28 hombres, entraba en Mundaca y proseguía a Bermeo, donde sorprendía al escampavías (pequeño velero) Nervión, apoderándose de sus armas y municiones. Tanto en Mundaca como en Bermeo impusieron algunas multas al Ayuntamiento. No deja de ser curioso que la primera acción que se registra de cierto relieve por una partida fuera contra una embarcación adscrita a la flota de guerra republicana.
El mismo día 26 se señalaba un pequeño combate en los alrededores de Oyarzun. Una partida mandada por Culetrín, aunque muy insignificante, apareció en la provincia de Álava. Por su parte, Rada y Hermoso de Mendoza estuvieron el 25 en Gallipienzo y el 26 fueron a San Martín de Unx, donde estaba una partida de 13 voluntarios de la Libertad; pero estos, al saber que se aproximaba la exigua fuerza de Rada, salieron en busca del amparo de los muros de Tafalla, pero adelantándose Rada, los alcanzó, cruzándose varios disparos, quedando un prisionero en favor de los carlistas, que fue puesto en libertad generosamente por el jefe realista. Después de esta pequeña refriega, Rada fue a San Martín de Unx, y de allí a Leoz el mismo día. El día 27 estaba cerca de Lumbier, apoderándose de la correspondencia; de allí fue a Monreal, siguió a Echagile, pasando a Eneriz, Adiós y Ucar, donde se le volvió a reunir Hermoso de Mendoza, para pasar juntos a Belascoáin, y por último ir a descansar en Muniain, donde permaneció esta fuerza el 28.
El 29 de diciembre, Rada recorrió los pueblos de Goñi, y el 30 estuvo en Salinas y Araoz, y por último el 31 en Echauri. Por su parte, el 29, la fuerza mandada por Senosiain batió a los amadeístas en Ollobarren (Navarra), impidiendo que estos entraran en Ganiza. Ollo y Pérula se separaron en Arroniz, y, el 27 de diciembre, Pérula marcho a Sesma, donde penetró en la madrugada del 28, consiguiendo que los voluntarios de la Libertad que la guarnecían, se le rindieran, entregándole las armas y municiones. El día 28, Senosiain y Santa Cruz entraban en Urnieta, y luego tenían un tiroteo con los amadeístas en Lasarte, y habiendo regresado el 29 a Urnieta acudieron contra ellos tan numerosas fuerzas, que se vieron obligados a abandonarla. El 30, los carlistas mandados por José Ignacio Vicuña se levantaron en armas en Régil. Otra fuerza carlista intentó cortar el puente en Echarren, pero no pudieron conseguirlo por estar custodiado por fuerzas del ejército, que recibieron el refuerzo de una columna salida de Pamplona. Después de esta tentativa se retiraron los carlistas sobre Villanueva y lucharon luego en Yacunza.

El Ejército Carlista del Norte
La característica más llamativa del Ejército Carlista fue su configuración territorial. Una vez organizada la administración civil carlista a base de reconstruir las diputaciones forales, cada diputación se encargó del reclutamiento de los mozos de su territorio, que pasaban luego a servir en la división de su provincia y de cuyo armamento y avituallamiento se encargaba también la diputación. De este modo, la fuerza de cada territorio estaba en relación directa con los recursos humanos y materiales que era capaz de allegar su respectiva diputación. Este modelo territorial se utilizó también en la primera insurrección de 1872, antes de que se organizaran las diputaciones. En cada provincia había un comandante general que era quien se encargaba de organizar y dirigir las fuerzas que se levantaban en su demarcación. Normalmente, cada provincia estaba dividida en distritos, cada uno de los cuales debía proporcionar un batallón.
Así, al producirse la sublevación de abril de 1872, los carlistas consiguieron reunir en pocos días 8 pequeños batallones y 1 escuadrón de caballería en Vizcaya (3.500 hombres), 4 batallones y caballería en Álava (2.500 hombres), 3 batallones en Guipúzcoa (cerca de 2.000 hombres) y 4 batallones, fuerzas de caballería y numerosas partidas sueltas en Navarra (unos 5.000 hombres). El problema fue que no dispusieron de armas suficientes y la rápida reacción del Ejército Liberal impidió que se organizaran y las consiguieran.
Cuando en diciembre de 1872 se reprodujo la sublevación, solo se levantaron pequeñas partidas en cada provincia, que fueron creciendo a medida que se conseguían armas. En febrero de 1873 se organizaron ya los 3 primeros batallones y un escuadrón de Navarra y otro batallón de Guipúzcoa, pero no sería hasta el verano de 1873 cuando pudiera hablarse de un verdadero Ejército Carlista. En agosto, Álava tenía ya organizados 4 batallones y un escuadrón, más otro batallón y un escuadrón de La Rioja; Guipúzcoa tenía 6 batallones, un escuadrón y una sección de artillería de montaña; Navarra 6 batallones, 2 escuadrones y una batería de montaña, y Vizcaya 8 batallones, aunque algunos de ellos muy pequeños. Hasta ese momento, la incorporación al ejército había sido absolutamente voluntaria, pero una vez constituidas las Diputaciones carlistas, estas decretarían el alistamiento obligatorio de todos los solteros o viudos sin hijos entre 18 y 40 años. Más adelante se organizarían también unidades con fuerzas procedentes de Cantabria, Castilla, Aragón, etc., que, no pudiendo sostenerse en sus distritos, pasaron a operar en las provincias Vascongadas y Navarra.
Operaciones en enero de 1873
El 1 de enero de 1873, Rada estuvo en Guerendiain, de donde pasó luego a Echagüe. En este mismo día, una pequeña partida carlista libraba combate contra una columna de infantería en Lizárraga. El brigadier Ollo, que era entonces el único comandante general que había tomado el mando, pues ni Martínez de Velasco ni Lizárraga habían dado noticia de su presencia en España, sorprendió la ciudad de Estella el día 2, refugiándose las fuerzas de la guarnición en el cuartel y en una casa fortificada; mientras que los carlistas se dedicaron a deambular por las calles de la localidad sin ser molestados. Un guardia civil que no había tenido tiempo de buscar refugio fue hecho prisionero. Después de cobrar las contribuciones y de recoger vestuario y otros efectos, las fuerzas mandadas por Ollo se retiraron, marchando en dirección a Abárzuza. Las autoridades gubernamentales, ante la importancia moral de la entrada de Ollo en Estella, hicieron salir varias columnas contra el jefe carlista, por lo que este dividió sus fuerzas en pequeños grupos, que se desperdigaron por la sierra de Andía.
El día 3, en Alegría de Oria, hubo una pequeña escaramuza, y en ese mismo día se señalaba otra en Elgueta. El 2 de enero, la partida de Rada había intentado detener un tren por medio de señales, pero no habiéndose cumplido su orden, no tuvo otro medio que disparar contra el mismo, resultando heridos tres soldados que iban de escolta en el convoy. Después de inutilizar las líneas telegráficas, Rada pasó a Belascoáin, de donde siguió a El Pueyo, y por último a Oricain; pero no descansó en este pueblo, sino que contramarchó por la noche hasta Artajona, amaneciendo en Añorbe.
El mismo día 3, cumpliendo las disposiciones que tendían a que las tropas gubernamentales no pudieran utilizar el ferrocarril para sus movimientos de envíos militares, el coronel Rada marchó hacia Noain; pero antes destacó una pequeña partida para que hostilizara la estación de Las Campanas. Mientras que él seguía sobre Noain, incendiando la estación así como la caseta, haciendo prisioneros a los empleados de la Compañía de Ferrocarriles, con ellos marchó a Monreal, donde se negoció con la Compañía, que a cambio del rescate de los empleados, se obligaba a paralizar los servicios de transporte en aquella vía. Al día siguiente, Lizárraga, que había tomado el mando de la comandancia general de Guipúzcoa, daba un enérgico bando prohibiendo que circulasen los trenes. También el coronel Balaustegui, que por no incorporación de Martínez de Velasco era comandante general interino de Vizcaya, daba instrucciones para la paralización de las vías férreas.
El 4 de enero, la partida que mandaba el guipuzcoano Vicuña entraba en Régil. En esta misma fecha, podía decirse que se había conseguido el fin inmediato que se habían propuesto los carlistas navarros, es decir, que los ferrocarriles no funcionaran, a pesar de los esfuerzos que hacía el mando gubernamental para que reanudaran los servicios. Otra vez entraron los carlistas el día 5 en Estella, aunque esta vez con algún tiroteo con las fuerzas de la guarnición encerradas en el cuartel y otro edificio fortificado.
Cerca de Elizondo también hubo una pequeña acción con una pequeña partida que intentaba pasar la frontera, que se vio al fin obligada a repasarla, y en esta misma fecha el brigadier Ollo luchaba en Salinas de Oro contra la columna mandada por el coronel Navascués. La situación iba tomando mayor gravedad, ya que el ambiente era propicio para un nuevo alzamiento general. El 6 de enero, fuerzas mandadas por Oscariz, destacadas de Ollo, tuvieron un pequeño combate en las inmediaciones de Munarriz, donde habían pernoctado la noche anterior. En ese mismo día 6, se registra en Oñate un ligero tiroteo. Rada el día 4 marchó de Monreal a Echagüe; el 5 estuvo en Labiano y el 6 fue a Zalba, para estar el 7 en Cilbeti y llegar el 8 a Ureta, donde se encargó de un transporte de armas, que por Zalba, donde descansó el 9, condujo a Echagüe el día 10.
Mientras tanto, Santa Cruz, reunido con Vicuña, volvía a entrar el 7 en Régil, y el 9 lo hacía la fuerza de Goiriena en Aramayona con cierta pompa, ya que la partida iba precedida por una charanga. Santa Cruz entró en Aizarna y luego en Anoeta, donde fusiló al alcalde. En represalia salieron los liberales de Tolosa, llegando a Anoeta, donde hicieron prisioneros al párroco, a un hermano de este y al coadjutor, los cuales, al llegar a Tolosa, fueron agredidos violentamente, muriendo de sus heridas el párroco y quedando gravemente lesionado el coadjutor. Otra población donde entraron los carlistas aquellos días fue en Zumárraga.
Por la parte de Navarra hubo el 7 de enero un tiroteo en Arruazu contra los carlistas mandados por Iriarte. El 8, una fuerza gubernamental que por el puerto de Bacaicoa subió al alto de San Adrián y junto a la venta del Túnel, tuvo un encuentro con una pequeña partida carlista, muriendo tres de estos y quedando prisionero el oficial Eduardo Velareo Miralles. En la noche del 8 hubo un tiroteo en Mendigorria, junto al puente del Arga. La partida carlista que mandaba Bonifacio Gómez, reunida a la que mandaba Cecilio del Campo, tuvo un encuentro el día 6 en Sopuerta. Otra vez Del Campo, reunido con Aniceto Llaguno y Vicente Urquijo, tuvo un encuentro en Sorrollano el 8, mientras que cerca de Burceña, Gómez libraba un pequeño combate el día 9.
En Madrid se creyó prudente que cesara del mando el capitán general Primo de Rivera y fuese sustituido por el general Moriones. Era que la situación se consideraba grave y se trataba ya de organizar un ejército amadeísta en el Norte; sin embargo, las partidas eran todavía de poca importancia, siendo las más destacadas en la provincia de Guipúzcoa las mandadas por Soroeta y Santa Cruz, mientras que en Vizcaya eran las de Gómez, Campo y Belaustegui; las demás tenían escasa importancia, ya que se creía disuelta la de Goiriena. En Álava solo estaba la partida de Culetrín, pero en Navarra, además de la del brigadier Ollo, estaban las de Oscáriz, Rada, Hermoso de Mendoza, Senosiain y Pérula, pero habían aumentado notablemente su fuerza. Moriones organizó enseguida tres columnas volantes, mandadas por el brigadier Carlos Gardyne, compuestas de infantería, caballería, artillería, guardias civiles, carabineros y migueletes, y de una composición similar era la columna mandada por el brigadier Manuel Fernández; pero no así la del coronel José Loma, que debían operar en la provincia de Guipúzcoa. En Navarra quedaban las columnas mandadas por el general Primo de Rivera y las de los coroneles Posada, Padín, Blanco, Navascués, Manchón, Soto y Marco, la mayoría compuestas de infantería y caballería.
El 10 de enero, fuerzas mandadas por el teniente de la guardia civil Manuel Aguilar tuvieron un encuentro con las que mandaba Cecilio del Campo en el Barranco de Zollo, siendo dispersada la fuerza carlista. El día 13, fue Arechavalagana el teatro de un combate entre fuerzas mandadas por Goiriena.
El día 9, habían estado tiroteándose los carlistas en las bordas de Urdánoz. El 10, fue en Lecea donde Goiriena y Culetrín chocaron con la guardia civil mandada por el coronel Godoy. El 11, Soroeta libraba combate contra las columnas de Ramírez y de Arana en los altos de Arichulegui, y en su retirada, lucha todavía en la ferrería de San Antonio. Una pequeña partida mandada por Azcona, perseguida por los gubernamentales, fue disuelta el 13, siendo hecho prisionero el jefe, y con el pretexto de que habían sido tiroteados por los carlistas, se aplicó la ley de fugas y Azcona fue muerto.
Afortunadamente, este procedimiento, que hubiera llevado a la guerra sin cuartel, no fue seguido en la práctica corriente.
Una columna mandada por el coronel Osta iba en el ferrocarril de Vitoria a Zumárraga el 14 de enero, cuando supo que en Alsama estaba detenido un tren correo por orden de los carlistas. El tren con Osta acudió y ambos convoyes emprendieron la marcha, pero al llegar al túnel de Osinaga fue tiroteado por los carlistas, librándose un corto combate. La estación de Hernani fue incendiada por Santa Cruz. A esta noticia acudió la columna de Osta, hasta la ermita de San Esteban, cerca de Usúrbil, donde chocó con las fuerzas carlistas. El combate fue muy empeñado y resultó herido gravísimamente el coronel Osta, que falleció el 21 de sus heridas. Por su parte, Rada atacó una columna de carabineros con caballería en Echagüe, batiéndola y haciendo 28 prisioneros, recogiendo siete heridos y dos muertos, quedando en poder de los carlistas 34 carabinas Remington con 7.000 cartuchos.
El 16 de enero, Oscariz se presentó ante el fuerte de Vera intimando la rendición, y habiendo acudido fuerzas de Irún, se retiró el jefe carlista. El 17, Rada estaba en Monreal, cuando fue atacado por la columna del brigadier Catalán, utilizando la artillería para combatir a los carlistas, por lo que estos se retiraron a Leoz. El 18 pudo escapar de ser envuelta por cinco columnas enemigas, después de un tiroteo en Echauri, pero perdió 21 de los prisioneros que llevaba.
La partida mandada por Oscariz atacó a los carabineros que ocupaban la Aduana de Dancharinea, que se vieron obligados a penetrar en Francia para no ser hechos prisioneros. El 18, en la ermita de Santa Quiteria, cerca de las bordas de Urdano, luchaba Ollo contra Navascués, y el 24 fue en el monte Unanua, entre Yanci y Aranaz, donde la partida de Oscariz libró combate contra el brigadier Fernández.
El capitán general del distrito, González Iscar, salió de operaciones, llegando a tirotearse el 16 con los carlistas en Gastiain, y el 25 combatió en el monte del Hernio; pero cuando se trabó el mayor combate fue al chocar con Santa Cruz en Alquraa, y al día siguiente, el 26, González Iscar prosiguió su marcha a Iturrioz, donde Santa Cruz volvió a hacerle frente, y en la empeñada acción fue herido el general gubernamental.
El 28 de enero, Ollo se unía a las fuerzas mandadas por Lizárraga, atacando Azpeitia el 29, retirándose los carlistas. El 31, reunidas las fuerzas gubernamentales de Primo de Rivera y de Ramón Blanco, consiguieron batir a Santa Cruz en Aya. Santa Cruz se había convertido en el terror de los liberales por su constante movilidad, y como el día 14, el diputado general de Guipúzcoa, Aguirre, hubiera ofrecido 10.000 pesetas al que entregara vivo o muerto a Santa Cruz, Lizárraga respondía ofreciendo 20.000 pesetas al que entregara dicho jefe.
Poco después enfermó el brigadier Lizárraga, comandante general de Guipúzcoa, quien se ocultó en Elgoibar para restablecerse, quedando el comandante Ramón Saenz de Inestrillas como jefe interino de dicha provincia hasta el 19 de marzo, que Lizárraga volvió a ejercer el mando.
Una medida que hubiera podido ser perjudicial para los carlistas, fue el indulto que se pretendía conceder a los que se presentaran. Afortunadamente para los carlistas, el Ayuntamiento liberal de San Sebastián, junto con los senadores y diputados a Cortes y comandantes de las fuerzas, acordaron dirigirse a la Diputación Provincial contra que los presentados regresaran a sus domicilios y no fuesen mandados a Cuba, por lo que en una reunión celebrada en el Gobierno Civil de San Sebastián se acordó apoyar esta reclamación, lo que hicieron patente al capitán general y luego al ministro de la Guerra, cambiándose telegramas entre el subsecretario de Guerra general Marcelo Azcárraga con el senador José María de Brunet, que era el portavoz de los “intransigentes” los que, naturalmente, no tenían ninguna exposición detrás de los muros de San Sebastián. El senador Brunet no se hacía cargo de lo que le decía Azcárraga, que el procedimiento de tales indultos tendía a desmoralizar al enemigo.
Operaciones en febrero de 1873
Mientras los amadeístas y liberales guipuzcoanos estaban demostrando de esta forma su odio al carlismo, estos no se preocupaban de aquella discusión, y el día 2 de febrero Santa Cruz con Soroeta se presentaban en Deva, cuya guarnición se les rindió, marchando luego a Motrico. En la ruta de Malzaga a Eigueta, el mismo día, la partida mandada por Macazaga se tiroteaba con el enemigo, y entraba el día 6 en Orendain. El día 8, Vidania, Orendain y Amerzqueta eran visitadas por los carlistas. El coronel Pérula, a comienzos de mes, había marchado a Cadreita con intención de pasar el río Ebro.
El 3 de febrero, esta fuerza entraba en combate entre Tudela y Valtierra, pero solo con la caballería, ya que, por una confusión lamentable, no estaba asistida por la infantería. En la retirada murió el comandante de caballería Andrés Martínez de Morentin. Replegóse Pérula por Carcastillo, Murillo el Fruto, San Martín de Unx, Olcoz, batiéndose por Eneriz, y luego, por Legarda, consiguió descansar en Ciriza y Vidaurre. Entonces fue llamado por el brigadier Ollo, por lo que Pérula marchó por Echauri, Iturgoyen y Lezaun hasta Artaza. Juntos pasaron el puerto de Zudaire, llegando Ollo y Pérula a Larraona, y por Contrasta entraron en la provincia de Álava, descansando en San Vicente de Arana. Prosiguieron ambos jefes su marcha por Maestu hasta Villarreal de Álava y, entrando en la provincia de Vizcaya, se les presentaron en Ochandiano y Villaro varios jefes vizcaínos, entre ellos el Tcol Argüelles, JEM de Vizcaya, pero sin voluntarios.
Se celebró en Villaro una reunión para tratar de la situación del Señorío, donde la guerra languidecía, y en la que no se había presentado el comandante general Martínez de Velasco. Los reunidos acordaron que interinamente tomase el mando el brigadier Ollo. Ya al frente de algunas fuerzas vizcaínas y navarras, Argüelles salió de Villaro y atacó a los gubernamentales en Miravalles. Los liberales, mandados por el brigadier Anrotegui, marcharon contra los navarros, intentando sorprenderlos en Villaro, pero los carlistas se retiraron a Elejabeitía, donde rechazaron a los gubernamentales, causándoles fuertes pérdidas. El 5, hubo un pequeño combate en Enériz y el 8 en la sierra de Usúrbil, y en esta misma fecha los carlistas mandados por Iriarte atacaron Irurzún, sin resultados, mientras que Goiriena luchaba en Mañaria contra la columna del comandante Muñiz.
En Madrid, el último Gobierno de Ruiz Zorrilla no pudo hacer otra cosa que constatar el acta de defunción del régimen de Amadeo II. Se temía por el efecto que la proclamación de la República pudiera causar en el ejército del Norte, y que Primo de Rivera, de acuerdo con otros jefes, se resistiera a reconocer el nuevo régimen. Por otra parte, Moriones era de la tradición liberal de Prim y no muy afecto a los republicanos. Para evitar que hubiese cualquier incidente que fuera de utilidad para los carlistas, se acordó que pasara a mandar el ejército del Norte el general Manuel Pavía, y a Moriones se le llamaba para ocupar el Ministerio de la Guerra, que no aceptó. Apenas Pavía había llegado a Vitoria, se puso de acuerdo con el general González Iscar, que era de tendencias republicanas, para prevenir cualquier incidencia de Moriones, pero este no se exteriorizó y el relevo se hizo normalmente.
En el campo carlista la noticia del advenimiento de la República causó satisfacción, y el comandante general carlista en Álava, Eustaquio Llorente, publicó una alocución llamando a los carlistas alaveses y riojanos a empuñar las armas por Carlos VII.
El general Antonio Dorregaray venía dirigiendo desde la frontera el alzamiento del Norte, y el 17 de febrero decidió entrar personalmente en campaña. Al día siguiente de la llegada de Pavía a Vitoria, el general Dorregaray entraba en España con el cargo de capitán general de las provincias vasco-navarras, y en este mismo 17 de febrero marchó a Goizueta, donde dirigió una proclama al Ejército invitándole a sumarse a las tropas reales. Como Pavía había publicado también una alocución recomendando que la guerra se hiciese con normas de humanidad, Dorregaray contestó caballerosamente poniendo en libertad 12 prisioneros liberales, que estaban en poder del coronel Moso, que se le había unido.
Ollo continuaba su marcha; fue hasta Dima, siguiendo por Goyaz y Vidania, cruzando el río por Legorreta, hasta llegar a Ataún, de donde siguió a Navarra en dirección a Lecumberri, no sin que el enemigo le hostilizara, aunque gracias a la protección que le daba Rada, no pudo causarle daño. Por Atallo, Arriba y Betelu, pasó Ollo a Lecumberri, donde se puso a disposición del general Dorregaray.
Entonces comenzó a organizarse el ejército de Navarra, formando Ollo el BI-I del Rey al mando del Tcol Eusebio Rodríguez y el BI-II de la Reina al mando del Tcol Eusebio Rodríguez, conocido posteriormente como Radica, y con 120 caballos los dos primeros escuadrones del RC del Rey que estaba bajo el mando del brigadier Pérula. La mayoría de las partidas se refundieron en los batallones. Dorronsoro daba a conocer que la Diputación de Guipúzcoa iba a entrar en acción. A primeros de marzo, Soroeta se acercaba a Irún, consiguiendo interceptar la vía férrea. Estaba preparando Pavía sus nuevas operaciones cuando supo que con fecha del 24 de febrero había sido relevado del mando y en su lugar se hacía cargo del ejército republicano del Norte el teniente general Nouvilas.
Operaciones en marzo de 1873
La guerra volvía a recrudecerse, y un nuevo jefe se presentaba en Guipúzcoa con una partida. Era este jefe José Ramón Garmendia, conocido por el Estudiante de Lazcano, y entraba en Legazpia, de donde se llevaba, para destruirlo, el Registro Civil. Desde Oyarzun a Lesaca marchaba la columna del coronel Fontela, hallando en los montes de Ogarza la partida mandada por Soroeta, empeñándose una fuerte acción, en la que el jefe carlista perdió la vida. Tenía 24 años de edad y era estudiante cuando ya su nombre se imponía a los liberales. El 3 de marzo, fuerzas mandadas por el marqués de Valde-Espina entraban en Marquina-Echevarria. El día 4, los carlistas mandados por Valde-Espina luchaban contra la columna de Loma, en las cercanías de Guernica, y el 5 este mismo jefe liberal combatía contra los guipuzcoanos en Morga. El 12, entraba Santa Cruz en Berástegui, haciendo prisioneros a los defensores. El día 4, los carlistas hostilizaban Guetaria, y después de un tiroteo se retiraron.
El brigadier Martínez de Velasco tomaba disposiciones al hacerse cargo del Señorío de Vizcaya. En Álava, Lecea, que se había incorporado a las fuerzas de Iturralde, fue propuesto para comandante general de Álava, pero habiendo sido sorprendido en Apellániz, disolvió la fuerza. Para salvar esta dificultad, Varona nombra al brigadier Aguirre comandante general interino.
Donde la guerra parecía más organizada era en Navarra, pues los carlistas habían conseguido un resultado satisfactorio al luchar contra la columna del general Nouvilas en Monreal. Allí Dorregaray castigó a los republicanos causándoles grandes pérdidas, entre ellas la muerte del coronel comandante de Estado Mayor Manuel Ibarreta. En realidad los carlistas consiguieron apoderarse de una pieza de artillería, y solo una carga desesperada de la caballería republicana, mandada personalmente por Nouvilas y su Estado Mayor, pudo conseguir conservarla. Nouvilas aquel día tuvo que abrirse paso luchando cuerpo a cuerpo para no caer prisionero.
En medio de esta lucha ocurrió el incidente tan caballeresco de Muruarte de Reta. En esta posición se hallaba el coronel de ingenieros Honorato de Saleta con alguna fuerza para recoger a 14 obreros y 25 soldados de Ingenieros que habían estado trabajando en las fortificaciones. Dorregaray se presentó y por medio de su ayudante, el marqués de Vallecerrato, invitó al coronel Saleta que se rindiera con los ingenieros, a lo que contestó el jefe republicano diciendo que nunca se habían rendido los ingenieros. De nuevo Vallecerrato se presenta a Saleta anunciándole que estaba rodeado por fuerzas 23 veces mayores que las reducidas que llevaba. La contestación de Saleta fue de que no podía rendirse porque su deber era mantener el honor del Cuerpo, y al despedirse, el marqués de Vallecerrato le estrechó las manos con efusión. Cuando Saleta se disponía a organizar su defensa con aquel puñado de hombres, vio con sorpresa que las fuerzas carlistas desfilaban delante de sus posiciones rindiendo honores al Cuerpo de Ingenieros que tan arrogantemente había mantenido su honor. Hay que tener en cuenta que apenas habían salido de hostigar Muruarte de Reta, marcharon sobre Nouvilas, que con toda su fuerza de infantería, caballería y artillería fue derrotado por Dorregaray.
Acción de Monreal (9 de marzo de 1873)
El general Nouvilas reorganizó sus fuerzas y marchó de nuevo contra sobre Dorregaray que se había atrincherado en Monreal. No hay muchos detalles del combate, en el que nouvilas fue victorioso.



Rada tuvo un combate en Aranaz el 14 de marzo. Nouvillas concibió entonces el proyecto de destruir los puentes de Navarra para evitar las correrías de los carlistas, lo que dio por resultado el que dificultara los movimientos de sus propias tropas, que llevaban artillería e impedimenta, mientras que los carlistas los vadeaban fácilmente y se servían de los cursos de los ríos para proteger sus movimientos.
Operaciones en abril de 1873
Santa Cruz, el 13 de abril, sostuvo una escaramuza con las fuerzas del coronel Loma en Arano. Después en Orio el mismo jefe carlista tuvo un encuentro con los republicanos de aquella población. El día 14, Lizárraga se tiroteaba con la guarnición de Oñate, como dos días antes había luchado en Amezqueta y la víspera en Abalcisqueta. Rada marcha robre Oyarzun, entrando los carlistas por asalto en la población, pero no pudieron reducir el fuerte. En esta acción murió el jefe Saturnino Oscariz, pérdida lamentable por el prestigio de ete guerrillero carlista.
El 16 de abril, se libraba otro combate en Artigarraga. Dorregaray, que había acudido a Guipúzcoa, regresaba a Navarra por Ataun y Amezqueta, y al intentar cerrarle el brigadier republicano Ignacio María Castillo el paso en Azcárate, Dorregaray siguió con ímpetu, rechazó a los republicanos y por Betelu, Lecumherri, Huici, Leiza y Ezcurra entraba en Zubieta. El 23, una fuerza republicana mandada por el general González Tablas consiguió apoderarse del pueblo de Ayegui, quedando en poder de los republicanos aquella aduana. A finales de mes se señalaban todavía escaramuzas cerca de las estaciones de Tafalla y de Vidaurreta. Desgraciadamente, ocurrieron unos incidentes que debían repercutir en el Norte durante mucho tiempo.
Después de los incidentes que se habían provocado por la manera peculiar de guerrillear del cura Santa Cruz, el general Lizárraga le hizo indicaciones de que procurara operar con subordinación a su mando y utilizando los procedimientos de guerra que no fuesen los que tenía costumbre el cura guerrillero. Esto provocó discusiones entre Lizárraga queriendo imponer su autoridad, y Santa Cruz siguiendo en la indisciplina. El ministro de la Guerra general Elío intervino cerca de Lizárraga para que transigiera con Santa Cruz, mientras que Dorronsoro hacía una gestión parecida a fin de que Santa Cruz se sometiera a Lizárraga.
Lizárraga se conformó con lo indicado por Elío y decidió recibir la sumisión de Santa Cruz, así como las de Macazaga y Lasarte. Por su parte Dorronsoro había conseguido que Santa Cruz lo visitase en Echalar, entrevista que se verificó firmando Santa Cruz un acta de sumisión. Sin embargo, pronto volvieron las dificultades y Santa Cruz se rebeló contra Lizárraga, rechazando su mando, mientras que por su parte el brigadier comandante general de Guipúzcoa expresaba que no quería a sus órdenes curas cuyas cabezas estuvieran pregonadas.
Las marchas de Dorregaray a través de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa no provocaron el alzamiento generalizado que se esperaba. Por su lado, el comandante general de Guipúzcoa y La Rioja, el general Lizárraga, acosado por las columnas del coronel Cuenca y del general Loma, se veía en la necesidad de unirse a aquel con sus exiguas fuerzas ante la negativa de someterse a su mando por parte de Santa Cruz. Sus tropas se conformaban del incipiente batallón de Azpeitia y la compañía de Guías de Castilla, que no sumaban más de 400 hombres.

Operaciones en mayo de 1873
Acción de Peñacerrada (2 de mayo de 1873)
Dorregaray decidió visitar nuevos escenarios donde evitar el copo por parte de las columnas liberales que le persiguen, bajo las órdenes de los coroneles Costa, Castañón y Navarro, y encontrar nuevos recursos, para lo cual resolvió invadir La Rioja. Con tal fin, reunió a casi todas sus fuerzas disponibles en Bermeo y las dividió en dos columnas. La primera, una columna volante mandada por Pérula, y compuesta por 4 compañías del BI-I de Navarra y 100 caballos, debía tomar las guarniciones de Briones y Casa la Reina, cobrar una contribución de 8.000 duros por cada población e incautar suministros y armas. El resto de las tropas, bajo el mando del mismo Dorregaray, conquistarían Haro, en donde esperarían a Pérula, volviendo a reunirse la tropa al completo.
La concentración se llevó a cabo en la noche del 1 de mayo de 1873 en los altos de la Sierra de Toloño, sobre San Vicente de la Sonsierra. Allí se les unieron 200 alaveses y riojanos bajo las órdenes del brigadier Llorente, veterano de la Primera Guerra Carlista. Pérula con sus escuadrones marchaba a retaguardia y reunía a duras penas a los rezagados, a punto de desmoronarse, tras días de marchas y contramarchas por la Ribera. Finalmente, a las 11 de la noche consiguieron cohesionarse las unidades. Pérula dirigió una avanzadilla de 20 hombres de la Cía-4/I de Navarra y 4 caballos, que se lanza por la calle Mayor de la población hacia el puente que cruza el Ebro, con idea de tomarlo por sorpresa y permitir el paso del resto de los expedicionarios. Tras él, a cierta distancia, iba el resto de las compañías. Cuando llegaron a las cercanías de la casa fortificada donde se refugia la guarnición republicana, esta hizo fuego e hirió a algunos hombres, entre ellos el capitán de la Cía-4. Pérula siguió a la carrera con sus hombres y cruzaron el Ebro, mientras el resto de las fuerzas implicadas retrocedieron y volvieron a las inmediaciones del Toloño. El grueso de la caballería navarra quedaba bajo el mando del marqués de Valdespina.
Al amanecer del 2 de mayo, Pérula se encuentra en la ribera sur del Ebro con las 4 compañías que le habían sido asignadas, que habían cruzado el río durante la noche por otro punto más alejado. A oídos de los reunidos, empezaban a escucharse las llamadas del somatén y lejanas cornetas de columnas perseguidoras que llegan desde San Vicente, Briones y otros pueblos cercanos. Reunidos en consejo de oficiales en un viñedo, resolvieron adentrarse en territorio riojano en dirección a Burgos. Comenzó así la épica marcha de 6 días de Pérula por territorio de La Rioja, Burgos, Álava y Navarra. Regresaron por Guinea, Barrón, Artaza, Escota, Orbijaha, Estación de Poves, Antezana y Manzanos, poblaciones alavesas, y por Pangua, San Esteban de Treviño y Treviño, en el condado de este nombre. El día 6 partió de Treviño para Dordóniz, Taravero y Moraza, en dicho condado, y luego Zumelzu, inmediaciones de Baroja, Lagrán, Villaverde y Villafría, alavesas, entrando por fin en Bemedo, sin haber perdido en estos seis días de continua marcha ni un solo hombre.
Mientras tanto, Dorregaray, con el grueso de las fuerzas, había abandonado el plan inicial y se volvía al Norte en dirección a Peñacerrada, a donde llegó al anochecer del mismo día 2 de mayo con sus hombres agotados por la brutal marcha. Sin embargo, las avanzadillas carlistas del capitán Balduz habían descubierto en las cercanías a la columna republicana del coronel Costa que se dirigía al mismo punto, e informaron en varias ocasiones al mando. A pesar de ello, los carlistas no contramarcharon y ambas fuerzas se encontraron y chocaron inopinadamente en el centro de la población. En la confusión que siguió, Dorregaray perdió su equipaje, y sus fuerzas se desbandaron con excepción de la compañía del capitán Foronda, formada por soldados guipuzcoanos pasados del ejército liberal, que quedó a retaguardia, y que, atrincherada en los muros de piedra de las afueras, dirigida por Lizárraga, contuvo la acometida de Costa.

Las fuerzas republicanas reconocieron haber tenido 1 herido en el combate. Dorregaray, en su diario de campaña, habla de 3 o 4 bajas propias. Los republicanos aumentan a 8 los muertos carlistas y 7 prisioneros.
Acción de Eraúl (5 de mayo de 1873)
Las fuerzas carlistas consiguieron concentrarse de nuevo, tras su dispersión, en Lagrán donde pernoctaron, y el 3 de mayo descansan en la Aldea. Allí tuvo noticias el general Dorregaray de la proximidad de las tres columnas perseguidoras, y se dirige a San Román donde dejó para cubrir la retaguardia a media compañía, para permitir la retirada del grueso. A San Román le sigue la columna Castañón, precipitando la huida del grueso del ejército carlista, y tomando prisionera a la unidad carlista destacada, tras haber presentado una ligera resistencia.
Las desmoralizadas fuerzas carlistas siguieron su precipitada marcha por Apellaniz, Virga, Buceti y llegaron a medianoche a Bostegui y Onraita, donde pernoctaron. La columna de Navarro hizo lo mismo en Torres, tras cruzar Maeztu en combinación con Castañón. Este acampó en San Román, y la columna Costa en Albaina.
Dorregaray se desplazó el 4 de mayo por Larrona y Eulate, para pernoctar en Galdeano, en dirección al valle de Allín, intentando alejarse del copo de las columnas liberales. Esa misma noche, mientras Navarro volvía a Maeztu para pernoctar, estallaba una crisis entre los mandos carlistas.
Los hombres estaban agotados y desmoralizados. Numerosos efectivos se habían disgregado del grueso de la columna en los últimos días. Algunos habían caído prisioneros, otros muchos habían quedado por el camino, rotos de agotamiento. Había secciones enteras que desertaban en pleno. Cuarenta guipuzcoanos habían abandonado el batallón de Lizárraga la noche anterior. Se corría un serio riesgo de que las fuerzas carlistas se disolvieran si no se entraba en combate. Sin embargo, no tenían ni armas ni munición para sostenerse ante el ataque de tres columnas que totalizarían cerca de 6 batallones de infantería, más artillería y caballería.
Por aquellas fechas, las unidades carlistas estaban apenas equipadas. En la mayor parte de los casos, las plazas estaban sin uniformar, y su armamento era bastante heterogéneo. Por otro lado, el BI-I y BI-II de Navarra habían logrado equiparse de fusiles Remington en casi su totalidad. El BI-III todavía se armaría de fusiles Berdam. Sin embargo, es probable que muchos hombres estuvieran armados con escopetas de caza o carabinas de su propiedad, y algunos simplemente con palos. La unidad básica del Ejército carlista, el batallón, se componía teóricamente de 900 plazas. A pesar de ello, es dudoso que las compañías estuvieran al completo.
El periodo de marchas y contramarchas que precedieron a la batalla, la tentación que suponía el indulto a los que entregaran las armas, las bajas sufridas entre heridos y prisioneros en las distintas acciones, reducirían notablemente los efectivos reales. La infantería carlista se estima en unos 2.000 voluntarios encuadrados en el BI-I (reducido en 4 Cías que estaban con Pérula), BI-II y BI-III de Navarra, el BIL de cazadores de Azpeitia y el BI-II de Guipúzcoa, la compañía de Guías de Castilla, en la que oficiales sin mando combatían como soldados rasos hasta encontrar destino, y los alaveses de Llorente.
La caballería carlista, que tan decisiva participación iba a tener, era un arma recién creada, mal uniformada y equipada, apenas adiestrada; había sido creada bajo la iniciativa de Pérula, mediante la requisa de monturas en los pueblos, o bien mediante la aportación de los propios jinetes que se presentaban en la partida de aquel guerrillero. Contaría con 50 húsares que se habían cambiado de bando.
Navarro contaba en su columna un BI del RI-33 de Sevilla al mando del comandante Braulio García, el BIL-IV de Barbastro al mando del comandante Batllé, compañías 1 y 6 del RING-3 al mando del Tcol Acellana. En cuanto a caballería, disponía de una sección del RC-2 de lanceros de Villaviciosa de unos 40 jinetes. La artillería estaba formada por una sección de dos piezas de artillería Krupp. En total, las fuerzas de Navarro eran unos 1.200 efectivos.
Eraul es una pequeña población situada al noroeste de Estella, al pie de la sierra Echavarri, y que defiende el único paso que atraviesa dicha estribación, entre las peñas de San Fausto y Zubite. Paso estrecho por el que es necesario acceder para seguir el camino más corto desde el Valle de Allín a la comarca de Abárzuza. Hoy, como entonces, es un territorio abrupto y boscoso que mantiene una orografía semejante a la que tenía en la fecha de la acción, hace casi siglo y medio. Es una zona poco propicia para el despliegue de unidades conforme a la concepción decimonónica, y especialmente nada apta para la maniobra de la caballería, por sus estribaciones rocosas y la densidad del follaje que cubre el terreno.
La noche del 4 al 5 de mayo de 1873, los carlistas estaban en Galdeano; tuvo que ser de las de mayor tensión e incertidumbre que tuvo que vivir Dorregaray a los comienzos de su mando. Las fuerzas amenazaban con disolverse, y los mandos se mostraban reacios a seguir las marchas, sin probar un enfrentamiento previo. Los guipuzcoanos pedían a Lizárraga, su comandante, volver a su tierra. Algunos altos mandos comenzaban a hablar, más o menos abiertamente, de solicitar la sustitución de Dorregaray. Encabezando estas murmuraciones se encontraba el propio marqués de Valde-Espina, y el Tcol Calderón, que, por sus desavenencias con el general ceutí, había solicitado su traslado al BI-II de Navarra, donde estaba de JEM de Teodoro Rada, alias Radica.
Los oficiales de los batallones navarros se reunieron con Ollo para tratar de que convenciera al comandante general del Norte para que entrara en combate o permitiera la dispersión de la columna para volver a los combates en guerrilla. Nicolás Ollo, comandante general de Navarra, comprendía por su parte la terrible y decisiva paradoja a la que se enfrentaba su superior. Sin duda alguna, era necesario dejar de retirarse para mantener la moral de los hombres; era imprescindible el enfrentamiento. Por otro lado, las fuerzas carlistas, apenas entrenadas, con pocas municiones y sin estar totalmente armadas, no podían correr el riesgo de enfrentarse a las tres poderosas columnas republicanas que les perseguían en una sucesión de movimientos combinados que muy bien podían barrer al recién formado ejército carlista.
Por todo ello, Ollo tenía también sus reticencias a un enfrentamiento y así lo expresó a sus subordinados. Si bien se avino a intentar convencer a Dorregaray para que tomara una decisión.
Por otro lado, a la tensión creciente de aquella noche contribuyó la llegada de una carta personal de Carlos VII a Dorregaray, fechada en Francia el 25 de abril, y en la que el monarca legitimista recriminaba a su comandante la falta de resultados a estas alturas de la contienda. En la misma, el pretendiente al trono apenas podía disimular su decepción, a pesar de que expresaba la confianza en las capacidades del comandante general, que justificaban, sin duda, su confirmación.
Las dudas expresadas por Ollo en ese instante motivaron que varios comandantes y oficiales de batallón acudieran a Lizárraga y le propusieran un golpe de mano con el que hacerse con el mando superior de las tropas. Este se negó a ello y les recriminó su actitud por lo sediciosa. Sin embargo, acudió al alojamiento de Dorregaray. Allí le manifestó abiertamente su intención de abandonar la columna y volver con el BIL de Azpeitia al territorio bajo su mando si el comandante general no tomaba la iniciativa.
A pesar de las amenazas y de la creciente tensión, este no adoptó ninguna decisión inmediata. Al día siguiente, a las diez de la mañana, las fuerzas carlistas salían de Galdeano en dirección a las laderas del Puerto de Echávarri por las Peñas de Zubiti, una meseta boscosa que domina tanto Eraul como el Valle de Allín por sus respectivas vertientes. Allí descansó la columna, y desde las alturas descubrieron el acercamiento de una única fuerza de las tres que les perseguían: la columna del coronel Navarro.
Esta atravesaba en esos momentos la sierra de Lóquiz en dirección a Galdeano, desde cuyas alturas pudo ver el desplazamiento de las fuerzas enemigas en dirección a Echavarri y Eraul. Navarro se decidió por continuar la persecución, sin que conste si informó de ello a las columnas de Costa y Castañón. Parece ser que no fue así, dado que la de columna más cercana, la de Castañón, derivó hacia Eraul cuando escuchó el fuego del combate, cuando ya era demasiado para prestar su auxilio.

En Galdeano descansó una hora, sobre todo para reunificar su unidad, muy desligada y dispersa, debido a la estrechez de los caminos y carreteras por los que había evolucionado. Después, continuó la marcha por Artabia, cruzando el arroyo del Urederra por el puente de esta población, y comenzando su ascenso hacia Eraul, por donde Navarro había visto desaparecer a la fuerza perseguida. La marcha en columna la abría el batallón de Sevilla, flanqueado por dos compañías por su izquierda, para prevenir emboscadas. Tras él, las compañías de ingenieros y la sección de Lanceros de Villaviciosa. En el centro, marchan los bagajes y la sección de artillería, protegidos por el Batallón de Barbastro, que cierra la marcha.
A sus espaldas dejaba las otras dos columnas amigas.
La visión del avance del enemigo hacia su posición enerva de nuevo a los mandos carlistas. A las 13:00 horas, solicitaron a Dorregaray que convocase una junta de oficiales. En la misma se vuelve a insistir en la necesidad de entrar en acción. Aquel, finalmente, ordena un despliegue defensivo en la ladera que domina el camino hacia Eraul, con la idea de emboscar al enemigo y hacerlo retroceder. El centro y flanco izquierdo estaban cubiertos por el BI-I de Navarra, dirigido personalmente por el brigadier Ollo. Lizárraga se sitúa con su batallón guipuzcoano a su derecha, en dirección a la población de Echavarri y la cercana ermita de San Mamés, para golpear el flanco izquierdo del enemigo y envolverle si es el caso. Se completa su posición con la compañía de Guías de Castilla y los 200 alaveses de Llorente.
El BI-II y BI-III de Navarra se situaron a retaguardia, para contraatacar en caso de retirada. La caballería se sitúa igualmente sobre la meseta que corona el Zubiti, porque el terreno no permitía, en teoría, su uso. Todos los cronistas, tanto liberales como carlistas, valoran lo inexpugnable de la posición en la que se situaron las tropas carlistas. Posiciones de difícil flanqueo, y que obligaban al atacante a tomarlas mediante un avance frontal, ascendiendo necesariamente por una ladera quebrada y boscosa.

El entusiasmo de los voluntarios cuando recibieron la orden de combatir fue difícil de contener. Los oficiales apenas consiguieron convencerles de que la efectividad de la sorpresa dependería de que guardaran el más absoluto silencio, mientras veían cómo se acercaba el enemigo, inadvertido, hacia sus posiciones.
Mientras, Navarro continuaba su marcha con las precauciones mínimas y con un evidente desconocimiento de la situación real del enemigo. Parece claro que pensaba que este se retiraba hacia Abárzuza, siguiendo la dinámica de los últimos días, y veía necesario el mantenimiento del acoso, habida cuenta de que esperaba ser respaldado por Castañón y Costa en caso de enfrentamiento.
Estos, sin embargo, no se encontraban lo suficientemente cerca como para prestar su apoyo. Castañón se encontraba a las 11 de la mañana en Galbarra, al otro lado de la sierra de Lóquiz, que delimita el Allín por occidente. Costa, que había tomado la misma dirección, se encontraba a esas horas a la altura de Contrasta, todavía en la provincia de Álava. Sin embargo, la actitud prudente del enemigo hasta esa fecha motivaba el empeño en no dejarle respiro alguno.
Sobre las 14:00 horas, los batallones republicanos comenzaron la ascensión de la ladera del Zubiti por el camino de Eraul. A poca distancia, ocultos entre la maleza y las rocas, se encontraban las fuerzas carlistas que guardan un sepulcral silencio, hasta el punto de que pasan absolutamente desapercibidos para las avanzadillas y los destacamentos de descubierta del BIL de cazadores del RI-33 de Sevilla. El día era soleado y caluroso, pero los soldados todavía sentían los efectos del descanso en Galdeano.

Cuando la vanguardia se encuentra a pocos cientos de metros de las primeras casas de Eraul, hacia las 15:00 horas, los carlistas abrieron fuego con una densa descarga sobre las dos compañías de flanqueo del batallón de Sevilla, que reciben de lleno el fuego de enfilada. Sin embargo, la unidad guarda al completo la disciplina. Las compañías destacadas se abrieron en guerrilla y respondieron a las descargas enemigas, mientras el coronel Navarro se decidió por forzar el paso hacia Eraul, posiblemente convencido de que se enfrenta a la retaguardia enemiga, siguiendo las pautas de comportamiento de enfrentamientos precedentes.
Ordenó desplegar el batallón al completo, con el apoyo de las compañías de ingenieros. En vanguardia sobre la nueva línea, avanzaron dos compañías de refuerzo del BIL de cazadores de Sevilla, bajo el mando de García, y los ingenieros de Acellana. El fuego era denso, pero las fuerzas republicanas ascendieron por la ladera hasta llegar a distancia de lucha cuerpo a cuerpo de las líneas carlistas. Tanto el BI-I de Navarra como el BI-II de Guipúzcoa iniciaron una retirada ordenada ante el empuje del batallón de Sevilla que demostraba en dicho avance su superioridad en disciplina y capacidad de combate.
Mientras, el batallón de Barbastro se mantenía en formación de combate en Echevarri, en el ala izquierda de la línea liberal, sin empeñar batalla, si bien hicieron fuego con algunas guerrillas. Los lanceros de Villaviciosa cerraban la línea entre el BI de Sevilla y el BI de Barbastro, protegiendo a la artillería que se encontraba a las afueras de la población.
Viendo que la primera línea carlista estaba a punto de quebrarse, y estaba cerca de alcanzar su retaguardia, Dorregaray ordena contraatacar con el BI-II de Navarra. Carlos Calderón, con dos compañías, reforzó el frente del BI-I de Navarra y, con dicho apoyo, las tropas carlistas lograron rechazar el avance republicano y hacen retroceder a las compañías de cazadores de Sevilla a su punto de partida.
Progresivamente, el encarnizamiento de la lucha se va concentrando en el flanco más cercano a Eraul. Navarro hizo avanzar a dos compañías más del BI de Sevilla y ordenó una nueva ascensión. El contraataque, una vez más, da resultado. Las tropas carlistas, que carecían todavía de un entrenamiento adecuado, se concentraban en grandes formaciones, al estilo napoleónico, para aumentar la densidad de fuego, lo que les hace más vulnerables a la eficacia del fuego graneado del despliegue republicano.
La línea carlista se tambalea, y retrocedió por segunda vez hasta la cima del puerto. Según algunos testigos, ante este nuevo retroceso, el coronel Rada se enfureció, y sin recibir órdenes preparó a las 3 compañías que restan de su BI-II de Navarra, y las lanzó a la bayoneta calada. La carga se produjo con la brutal táctica por la que posteriormente habrían de ser conocidos los batallones carlistas y que fue diseñada por el denominado estilo “Radica”. Las unidades se lanzaron al choque en el cenit del avance enemigo, sin previas descargas de fuego para contenerle. Al grito de ¡Viva el Rey! se produjo el primer choque cuerpo a cuerpo del combate, que fue recio hasta el punto de que las tropas del batallón de Sevilla se vieron avocadas a un nuevo retroceso a su punto de partida.
En ese momento, casi una hora después de haberse roto el fuego, ya resulta evidente para los mandos republicanos que no se encontraban ante un destacamento de retaguardia carlista, como en las jornadas precedentes. Navarro fue consciente de que el grueso del enemigo se encontraba frente a él.
Navarro, posiblemente confiado en la imagen de fragilidad dada por el enemigo en enfrentamientos precedentes, resolvió intentar quebrarlo definitivamente, confiado probablemente en la superioridad de cohesión de sus fuerzas, a pesar de su evidente inferioridad numérica. Así, logró contener en la carretera la carga a la bayoneta carlista con una descarga de fusilería, reorganizó sus unidades, e implicó a sus últimas reservas del batallón de Sevilla y de ingenieros en una nueva ascensión al cerro Zubiti.
En ese momento, y a pesar de no habérsele ordenado, la sección de artillería, que se encontraba junto al flanco izquierdo liberal, desmontó las dos piezas Krupp y comenzó a bombardear las masas enemigas con metralla, protegida por la caballería republicana.
La infantería carlista reculó una vez más, perseguida hasta la cima. Dorregaray ordena que el BI-III de Navarra, su última reserva, empeñe igualmente combate para contener la retirada. El BI-III era una unidad de reciente formación, que no se había batido hasta la fecha. Había heredado los fusiles obsoletos de las dos unidades precedentes, y algunas de sus compañías se encontraban armadas por simples bastones y palos que alzan a modo de alabarda. Aun así, su entrada en fuego consiguió contener al batallón de Sevilla durante unos instantes y rehacer la línea carlista.
A pesar de ello, el fuego artillero y la efectiva fusilería republicana consiguieron desgastar, al poco, la resistencia carlista. Eran las 16:00 horas, y las tropas carlistas habían agotado prácticamente sus municiones. El frente se quebraba y empezaba a desmoronarse. Grupos de soldados carlistas empezaban a abandonar el campo de batalla, cuando las principales posiciones se habían perdido.
Nicolás Ollo, Lizárraga y Rada intentaron que sus fuerzas no se disgregasen. Tomaron fusiles de algunos caídos e intentaron coordinar un contraataque. Ollo reunió a un grupo de soldados y les arengó: «Navarros, hemos salido para morir por Dios. Hoy es el día para morir por él», pero apenas pudieron contener la retirada, que empezaba a convertirse en desbandada. Parecía a punto de producirse un nuevo Oroquieta, el peligro tan temido por parte del general Dorregaray.
En ese instante, y desde la última posición de retaguardia, el marqués de Valde-Espina, sin pedir autorización o recibir orden alguna, se colocó al frente de 50 jinetes que conforman el primer escuadrón navarro y la escolta del general Dorregaray, y ordenó cargar sobre el centro-izquierda de la línea republicana, en concreto sobre la sección de artillería y el batallón de Barbastro que la cubría.

La caballería atravesó las líneas del batallón de Azpeitia, la fuerza alavesa y la Cía-1 de Guías de Castilla, que cubren el flanco derecho carlista. Fue una carga desliñada, debido a la compleja orografía del terreno. Los jinetes tenían que esquivar roquedales, densos zarzales, árboles de bajas copas. Aun así, lograrían llegar a las inmediaciones del caserío de Echevarri y chocaron contra la infantería del BI de Barbastro.
El batallón de Barbastro, que había visto el repentino despliegue de la caballería por las boscosas laderas del Zubite, formó a sus compañías en línea y esperó la carga rodilla en tierra y a la bayoneta calada. Una primera descarga de fusilería hizo caer algunos caballos, pero la caballería no perdió ímpetu y atravesó las líneas republicanas. Un infante hirió de un bayonetazo al Marqués, pero este lo derribó de un sablazo. El capitán Sanjurjo se cobra otras bajas a fuego de revólver. El teniente Lirio recibe un balazo en la pierna.
El batallón de Azpeitia y los alaveses se enardecieron cuando los jinetes carlistas atravesaron sus posiciones, y se lanzaron ladera abajo a la bayoneta calada, con la compañía de Guías de Castilla en vanguardia, dirigida por su segundo al mando, el capitán riojano Juan Pérez Nájera.
Se produjo un brutal choque cuerpo a cuerpo entre Barbastro y las fuerzas castellano-guipuzcoanas que duró varios minutos. Pero el batallón republicano terminó por dejar el terreno retirándose en completo desorden, sin que sus mandos pudieran contenerlos. Tanto la infantería como la caballería carlistas continuaron su avance por el flanco izquierdo de la línea liberal, en dirección a la artillería.
El coronel Navarro intentó conjurar el peligro de su extremo izquierdo, y ordena cargar a lanceros de Villaviciosa. Los oficiales de la unidad se pusieron al frente de la misma y tocaron a carga, pero la tropa se desbandó ante la confusa avalancha de infantes y caballería carlista, sin llegar a entrar en acción. La artillería, pues, quedaba así desguarnecida.

Entonces acudió Navarro con algunos contingentes reunidos apresuradamente de los cazadores de Sevilla. Se produjo un nuevo combate a choque de bayoneta en la posición de los cañones. El capitán Pérez Nájera con algunos hombres de los Guías de Castilla consiguió desalojar a los refuerzos dirigidos por el coronel republicano, que quedaron envueltos por la masa atacante y aislados del resto de sus fuerzas. Aun así, esta limitada acción de Navarro logra salvar la boca de una de las piezas que pudo escapar del cerco. No así la cureña del cañón que cayó en manos carlistas. Navarro es hecho entonces prisionero con los supervivientes de su destacamento.


Por su parte, la caballería carlista desbandó a los servidores de la segunda pieza Krupp, antes de que estos pudieran desmontarla. De hecho, intentaban todavía hacer fuego cuando fueron alcanzados por los jinetes de Valdespina. El alférez Ortigosa salta con su montura sobre la pieza y derriba de un sablazo a un artillero que intentaba introducir un bote de metralla. El resto de la fuerza huyó o fue hecha prisionera.
Mientras, los batallones navarros que defendían el centro e izquierda de la línea de Dorregaray, al comprobar el hundimiento del flanco izquierdo republicano, se rehicieron y lanzaron un último contraataque sobre los batallones del RI-33 de Sevilla, ya muy quebrantado por sostener cerca de dos horas de fuego continuado. La línea republicana se quebró definitivamente ante el nuevo empuje. Grupos de combatientes quedan aislados con algunos de sus jefes en pequeñas bolsas que aún resisten unos minutos, pero que terminan por rendirse. Entre ellos, el Tcol Martínez, mando superior del RI-33 de Sevilla, y el Tcol Acellana, comandante de ingenieros.

El comandante Valles intentó contraatacar con algunos hombres para abrirse paso hasta algunas de las bolsas que aún resistían, pero fue a su vez envuelto y conminado a rendirse. Solo el comandante de cazadores de Sevilla, Braulio García, logró retirarse en orden hacia Eraul con los restos de las dos compañías de ingenieros y unos 80 hombres del batallón de cazadores de Sevilla, los cuales se refugiaron en la iglesia de San Miguel de la localidad. Agotados y sedientos, se bebieron el agua bendita y se tendieron por los rincones y los bancos del templo.
El resto de la columna republicana, con excepción de algunas compañías del batallón de Barbastro que se refugian en Echevarri, huyó en completo desorden por los campos de la comarca, perseguida por las fuerzas carlistas, que en su entusiasmo habían perdido también toda cohesión y organización.
Algunas fuerzas carlistas dirigidas por Rosa Samaniego cercaron Eraul y a las fuerzas republicanas de Basilio García que se habían refugiado en la iglesia. Fueron conminadas a la rendición, a lo que se negaron. Sin embargo, no se empeñó combate alguno. Al anochecer, las tropas carlistas se retiraron, y los hombres de García lograron refugiarse en Abárzuza. Poco a poco, los pequeños destacamentos de la columna Navarro que se iban reuniendo fueron adentrándose en Estella.
Ganado el campo de batalla, los tres médicos que componían el cuerpo sanitario de la columna de Dorregaray se hicieron cargo de los heridos de ambos bandos. Cuando fueron estabilizados, algunos fueron trasladados a las poblaciones más cercanas, donde fueron puestos a disposición de la columna de Castañón que se acercaba, y en manos de los voluntarios de la Cruz Roja de Estella, Abárzuza y Pamplona, que se acercaron a ayudar a los heridos de ambos bandos a las 22:00 horas de aquel día.
A diferencia de en la guerra precedente, tanto Carlos VII como Dorregaray y gran parte de los mandos carlistas del Norte se preocuparon de cumplir con normas básicas de humanidad con los heridos y prisioneros republicanos. De hecho, el 18 de mayo de 1873, Carlos VII autorizó a Dorregaray a poner en libertad bajo palabra a los cerca de 80 prisioneros hechos en la batalla.
Tras su puerta en libertad, Acellana y Navarro publicaron una carta abierta en la que agradecían el trato recibido por ellos y sus hombres por parte del enemigo durante su cautiverio.
En cuanto al número de bajas, Pirala calcula un total de 400 hombres repartidos entre ambos bandos. Los partes eran dispares; Dorregaray habla de 112 muertos republicanos y 36 heridos, mientras que los suyos fueron 37 muertos, incluido el coronel Acellana, y 37 heridos. Los historiadores liberales no reconocen más de 8 muertos y 45 heridos.
Sin embargo, la memoria del voluntario de la Cruz Roja Navarra Florencio de Ansoleaga, que recorrió el campo de batalla dos días después de celebrarse la misma, habría de hablar de indicios de un encarnizamiento sin precedentes. Lo que nos hace pensar que los cálculos de Pirala no estén del todo descaminados, más allá de la veracidad que se pueda dar a los partes de guerra, habitualmente poco fiables en cuanto al número de bajas.
Don Carlos se mostró exultante, y no dudó en conceder grandes honores a los hombres que destacaron en la batalla. Así, Dorregaray fue agraciado con el marquesado de Eraul, Valdespina fue ascendido a mariscal de campo por su alocada carga de caballería que dio un vuelco a la acción, Pérez Nájera recibió la Medalla de la Real Orden de San Fernando al Mérito Militar, Teodoro Rada, la Gran Placa Roja del Mérito Militar y otras muchas más.
La prensa carlista y republicana se hizo amplio eco de la acción, por ser la primera victoria importante del legitimismo en el Norte, y por el absoluto descalabro de unas tropas regulares, profesionales y bien equipadas, frente a la impetuosidad de los “voluntarios” monárquicos que combatían por primera vez en una batalla campal.
La guerra cambió de aspecto a partir de entonces. Un espíritu desmedido de victoria se apoderó del ejército carlista, que se acrecentó notablemente con la llegada de nuevos voluntarios a engrosar sus filas, y que ya no dudó en enfrentarse abiertamente al enemigo en nuevos combates campales.
Las columnas republicanas comenzaron a formarse de grandes unidades para disuadir al enemigo de nuevos enfrentamientos (en ocasiones se reforzaron hasta alcanzar un tamaño superior al de una brigada), lo que derivó en la pérdida de movilidad y un menor control del territorio que defendían.
Vizcaya era todavía la provincia donde la insurrección estaba más retrasada, pero ya comienza a organizarse definitivamente. Campo, aunque había sido batido por el brigadier Lagunero, fue en busca de Gómez, reuniendo ambas fuerzas, pero en Añes (Álava) fueron batidos, cayendo prisionero Campo y su compañero. En Elóstia (Guipúzcoa), una fuerza republicana mandada por el teniente Lopetedi fue alcanzada y atacada por los carlistas cuando se dirigía a Arechavaleta, y solamente debió su salvación a que desde Azpeitia salió una columna mandada por Iturriaga, y desde Azcoitia otra mandada por López. El 9 de mayo, el destacamento republicano de Elgueta fue atacado por las fuerzas mandadas por Iturbe, Sierra y Alcorta.
Entonces comenzó el hundimiento de los republicanos en Vascongadas. El destacamento de 50 carabineros que estaba en la estación de Beasain se retiró a Villafranca de Guipúzcoa, por lo que no tuvieron dificultad Lamendia y Santa Cruz en incendiarla, inutilizar el material y quemar y destruir las mercancías que estaban en la estación.