¡Ayúdanos a mejorar el blog!
Si ves alguna palabra mal escrita, o frase que no tenga mucho sentido, es muy fácil hacérnoslo saber. Sólo tienes que seleccionar las palabras que te resulten sospechosas y pulsar las teclas CONTROL y ENTER. Se abrirá un formulario con el texto seleccionado, y con pulsar enviar recibiremos tu notificación.
También puedes abrir el formulario pulsando el siguiente botón
Operaciones en septiembre de 1873
Prosiguiendo su campaña, Rada marcha sobre Sangüesa, cuya capitulación se firma el 4 de septiembre, después de alguna resistencia republicana, mientras que Ollo atacaba Lumbier, defendida con ahínco, pero los defensores depusieron sus armas el 5, cuando supieron la capitulación de Sangüesa. El brigadier Argonz se presentó en Valcarlos el 9, y las autoridades francesas fronterizas intervinieron para que diera una tregua durante la cual pasara al territorio francés la fuerza que la guarnecía con su material. Terminada la tregua, fue ocupada por los carlistas.
Mientras tanto, el Gobierno de Madrid, asustado por la preponderancia que habían tomado los carlistas en el Norte, relevó del mando del ejército republicano al general Sánchez Bregua por el teniente general Moriones. Fatal había sido el mando de Sánchez Bregua, y Moriones, al regresar ocho meses después al Norte, no debía conocer aquel teatro de la guerra, tales eran los cambios que había sufrido con los triunfos carlistas. La guerra por el campo carlista había tomado un carácter militar que deja borroso el recuerdo de los antiguos guerrilleros. Ahora todas las divisiones están perfectamente organizadas bajo el mando de sus comandantes generales, Ollo en Navarra, Martínez de Velasco en Vizcaya, Ruiz de Larramendi en Álava y Lizárraga en Guipúzcoa.
En esta última provincia estaban bloqueadas San Sebastián y Tolosa. A mediados de septiembre se luchaba en Beasain. El ataque contra Tolosa, comenzado el 19, se suspende el 21, cuando acaban de apoderarse de la estación del ferrocarril y de varias fábricas extramuros, por orden del general Elío, que comunica que las municiones escaseaban y convenía reservarse por si conviniera defender las fábricas de armas. El 27 hubo un ligero combate en las cercanías de Lerín, cuando los republicanos de Primo de Rivera hacían un reconocimiento sobre dicha población, pero Ollo le obligó a retirarse.
Ruiz de Larramendi avanzó hasta Oyón (Álava), apoderándose fácilmente del pueblo sin resistencia, y habiendo acudido una columna salida de Logroño, fue esta batida por los carlistas, obligándola a buscar el refugio en su punto de partida, persiguiéndolos hasta el puente de Logroño.
Operaciones en octubre de 1873
En Alrribas, Carlos VII había recibido en el mes de septiembre la visita de su padre don Juan de Borbón, y se celebraron, por su presencia, algunos festejos. Debía asombrarse el conde de Montizón de que, después del periodo que había transcurrido desde el Convenio de Vergara, se conservara en las provincias vasco-navarras el mismo fervor legitimista. Pero si pensó en algo más asombroso, sería que parecía haber revivido la figura legendaria de Zumalacárregui en el nuevo comandante general de Navarra, Nicolás Ollo. Las dotes de organización, sus cualidades militares, sus conocimientos técnicos y su valor le hacían ser un excelente líder.
En el mes de octubre llegaron a Estella don Alfonso de Borbón y de Este, y su esposa doña María de las Nieves de Braganza; celebráronse fiestas con la mayor alegría: se lidiaron algunos becerros y se racionaron abundantemente los batallones.
Operaciones en noviembre de 1873
Primera batalla de Montejurra (7 al 9 de noviembre de 1873)
A poco de ponerse al frente de las tropas liberales del Norte, el general republicano Domingo Moriones dispuso dar un golpe de mano sobre Estella, aprovechándose de la escasez de las fuerzas carlistas que había entonces en Navarra, ocupadas las demás en los bloqueos de Bilbao y Tolosa, de resultas de cuyas operaciones no tenía el general Ollo disponibles de momento más que los cinco primeros batallones de su división y la sección de artillería que tenía Reyero a sus inmediatas órdenes, pues la otra que mandaban Iza y Fernández Charrier se hallaba entonces lejos de Estella formando parte de la reserva que tenía a sus órdenes el brigadier Argonz; en cuanto a la caballería, que se hallaba en Allo y Oteiza organizándola el Tcol Ordoñez a causa de hallarse en Francia, curándose una herida, su primer jefe Pérula, no pudo tomar parte en la acción por la clase de terreno en que se operaba. En cambio, el brigadier Mendiry se hallaba en Navarra con dos o tres batallones alaveses, juntándose entre todas las fuerzas con que pudo oponerse Ollo a Moriones, un total de 5.000 efectivos y la sección de montaña ya citada.
El general Moriones contaba para la operación proyectada con 10.000 hombres, 16 cañones y 4 escuadrones. Entre sus principales auxiliares se encontraban Primo de Rivera, Ruiz Dana, Juan Tello, Joaquín Colomo, Ramón Fajardo, Joaquín Montenegro y Velarde.
El servicio de inteligencia se hacía entonces con la mayor puntualidad entre los carlistas, porque la Junta de Navarra consagraba a ello sumas importantes (a veces era desempeñado por mujeres), y debido a la inmensa popularidad de Ollo y por el carlismo extendido en el país; no daba un paso el comandante general carlista sin encontrar gente que le informase al detalle y al minuto de los movimientos del enemigo.
Debido a esto, supo el día 4 de octubre el general carlista que su contrario, el general Moriones, había concentrado fuerzas respetables en Tafalla y Puente la Reina, y que se decía intentaba dirigirse a Estella y arrasarla, por ser la principal guarida de los carlistas. Inmediatamente, Ollo dispuso aprovecharse de las ventajosas posiciones que protegen a Estella por el Este; en consecuencia, ordenó al BI-I y BI-II de Navarra y a la sección de montaña que se adelantasen y ocuparan Mañeru, Cirauqui y sobre todo la elevada ermita de Santa Bárbara, cuya situación, a la izquierda y avanzada sobre Puente la Reina, les permitía fácilmente ver los movimientos del enemigo, prevenirlos e impedir su paso, flanqueando su marcha desde el mismo instante de su salida de Puente.
Al mismo tiempo, previno al jefe de los alaveses, Mendiry, que, dejando la fuerza más indispensable para cubrir La Solana y Villatuerta, avanzara con el resto hacia Mañeru en el momento de oír fuego, y por el camino más corto.
Acción de Mañeru (6 de octubre de 1873)
Así las cosas y hallándose de vanguardia delante de la ermita el BI-II de Navarra, adelantó Moriones sus tropas en dos columnas, sin previo flanqueo ni exploradores. La más pequeña emprendió la marcha por la carretera que sube unos tres kilómetros, empezando así desde el mismo Puente la Reina; la otra, más considerable, al oír el fuego de flanco con que fue saludada la primera, subió de frente a la ermita, procurando envolver toda la posición carlista de la izquierda. Visto esto por Ollo, que se hallaba en el mismo lugar del combate, ordenó al BI-I que reforzase a la carrera al BI-II, el cual a las once de la mañana se hallaba envuelto por todas partes. El ataque fue tan rápido y la defensa tan obstinada, que la ermita fue perdida y vuelta a recuperar dos veces por Radica y su aguerrido batallón, teniendo apenas tiempo de disparar sus fusiles en este combate, verificándose, por consiguiente, el choque al arma blanca. A la segunda carga no pudo ya abrirse paso el BI-II de Navarra, a pesar de su bravura, por el considerable número de enemigos que lo rodeaba; hasta que, animado al ver llegar al BI-I en su auxilio, hizo un último esfuerzo, y entre los dos lograron al fin romper el círculo enemigo a la bayoneta. Se consiguió esto sin grandes pérdidas por parte de los carlistas, si bien fueron también muy numerosas las de los republicanos por hacerse el fuego a quemarropa, y sobre todo por el ímpetu con que se cruzaron las bayonetas por una y otra parte.

Se retiró, por escalones y ordenadamente, el BI-II, para rehacerse al abrigo del BI-I, que había llegado de refresco. Este, con el general carlista y su Tcol Rodríguez a la cabeza, restableció al poco tiempo el combate, y a favor de otra nueva carga a la bayoneta, dada con gran empuje, volvió a quedar otra vez en manos de los carlistas la ermita de Santa Bárbara. El jefe de los alaveses, Mendiry, y sus fuerzas contribuyeron eficazmente al buen resultado de la operación, así como los BI-III, BI-IV y BI-V de Navarra, demostrando dicho jefe sus excelentes dotes militares.
El general Moriones, en vista de las muchas bajas que habían experimentado sus tropas, ordenó su retirada para rehacerlas, aprovechándose de los accidentes del terreno, sin abandonar al parecer su idea de intentar el paso a Estella. Conocido esto por Ollo, ordenó al comandante de artillería Reyero que hiciese fuego ganando terreno y empleando granada o metralla, según conviniese. Así lo hizo Reyero, teniendo la fortuna de acertar con algunos disparos al centro de las fuerzas enemigas. Unido este buen resultado al ataque simultáneo de los batallones alaveses y navarros, se decidió Moriones a emprender la retirada con dirección a Puente la Reina, en donde entraron sus fuerzas en el mayor desorden, seguidas de cerca por las bayonetas del ejército carlista; no deteniéndose ni para pernoctar en dicho pueblo y abandonando sus heridos en los hospitales.
En esa acción de Mañeru, cuando la brusca acometida de los carlistas hizo huir a la desbandada la vanguardia liberal, el general Moriones se puso a la cabeza del puente, hizo que se rehiciesen sus fuerzas y que volviesen a hacer cara al enemigo, encargando al capitán de ingenieros Cazorla que contuviese la huida de las tropas con su compañía. Así lo hizo este oficial de ingenieros, pero le costó la vida su heroísmo, y allí en el campo cayeron también a su lado hasta 37 de sus zapadores, siendo su nombre citado con gran elogio por los mismos jefes y voluntarios carlistas que tuvieron el honor de admirar su brillante defensa.
El general carlista se replegó con sus fuerzas sobre Estella, y el liberal a Tafalla, donde tan quebrantadas quedaron las suyas, que hubo de permanecer inactivo en aquel punto por espacio de un mes. Las pérdidas del ejército liberal fueron 35 muertos y 370 heridos; las del carlista fueron mayores, pues llegaron a 500 hombres fuera de combate.
Durante la acción del día 6, el capitán del BI-II de Navarra, Alvarez Sobrino, fue herido por sus mismos soldados, a causa de que, habiéndose caído al suelo y perdido la boina, los voluntarios de su batallón creyeron que era republicano, pues la levita y pantalón que llevaba eran los mismos que había usado en el ejército contrario.
Entre los desaparecidos se contaba otro oficial carlista, procedente del ejército también, apellidado Más, que era ayudante del batallón de Radica. Al día siguiente, ignorándose su paradero y creyéndole acaso entre los heridos que el enemigo recogió y llevó a Puente de la Reina, marcharon a dicho pueblo Radica y algunos oficiales más para volverlo a Estella si estaba vivo, o enterrarlo si estaba muerto. Por desgracia, le encontraron entre los cadáveres enemigos, no lejos de la ermita de Santa Bárbara, dándole después la debida sepultura. 17 heridos carlistas que no pudieron ser evacuados al desalojar la ermita; cuando la recuperaron, se encontraron muertos a bayonetazos por las tropas republicanas.

Movimientos tras la acción
A los dos días de la acción de Mañeru entró en Estella don Carlos con los generales Elío, Dorregaray, marqués de Valle-Espina y Martínez de Velasco, seguidos de 4 batallones de vizcaínos, como refuerzo por si el general no hubiera podido impedir el paso al general Monriones. Como vemos, el refuerzo no llegó a ser necesario; pero tanto don Carlos como sus tropas fueron todos por el camino más corto, es decir, por las Amézcoas, y contribuyeron al feliz éxito de la acción que se preparaba.
El ejército carlista encargado de la defensa de Estella se componía, pues, del BI-I de Castilla, BI de Arratia, BI de Durango, BI de Guernica y BI de La Rioja, más 4 batallones de Álava y 5 navarros; total, 8.000 infantes, unos 200 caballos mandados por el coronel Pérula y cuatro cañones de montaña de la batería Reyero.
El ejército republicano se componía próximamente del doble, unos 16.000 hombres, con más de 1.000 caballos y 28 cañones, de los cuales 8 con el sistema Krupp.

El día 7 de noviembre por la mañana, franqueaba el general Morlones las gargantas de la sierra de Cogullo, dando vista a las posiciones carlistas que ocupaban los batallones aprestados al combate. Casi al romperse el fuego de las guerrillas y de la artillería liberal, llegó el general Elío con su cuartel general y don Carlos, al mediodía.
Moriones sus fuerzas en dos columnas: la de su derecha avanzó protegida por el fuego de sus 20 piezas de montaña, con intención de envolver la izquierda carlista, defendida por Ollo y los navarros. La otra columna, más pequeña, adelantó pausadamente por la carretera, con la caballería y artillería montada, con la idea de apoderarse de Villamayor y Monjardín, donde se apoyaba la derecha carlista.


La artillería de montaña carlista se dividió en dos mitades: una mandada por el comandante Reyero y el teniente Llorens, que operó en la izquierda; la otra, mandada por el comandante Iza y el teniente Ortigosa, en la derecha, colocando el obús de a 12 liso delante de la iglesia de Villamayor y un cañón rayado a la izquierda, en unos sembrados. A esta última sección se agregaron en la acción del día 7 el coronel Berriz y el teniente coronel Brea. La primera sección tomó posiciones en Barbarín y Luquín.
Como la intención del general Moriones era envolver ambas alas carlistas y apoderarse de Montejurra y Monjardín, centinelas avanzados de Estella, conocida ya la resistencia de la izquierda carlista, hizo reforzar su columna derecha de ataque. Como su número era bastante más considerable que el de los batallones carlistas, logró a las doce de la mañana avanzar por una de las estribaciones de Montejurra y entrar en los pueblos de Luquín y Barbarín, mientras la segunda columna entraba sin obstáculo en Urbiola por no haber fuerzas en dicho punto. Muchas y considerables bajas debió costarle al general republicano la posesión de estos pueblos (cuyos habitantes los habían abandonado poco antes), cuando en todo el resto del día no pudo adelantar ni uno más. Que la resistencia de los carlistas fue grande lo prueban las bajas que sufrieron sus fuerzas, especialmente el BI-II de Navarra y la sección de artillería: esta retiraba sus piezas a brazo por un extremo del pueblo, cuando los republicanos entraban por el otro, no dándoles tiempo para cargar aquellas en los mulos, hallándose, por lo tanto, muy expuestas a caer en poder de los republicanos, sosteniéndose seis horas consecutivas el fuego de fusil y de cañón, que no cesó hasta bien entrada la noche.

Dueño Moriones de los citados puntos, la infantería carlista se retiró a una segunda estribación de Montejurra, donde se sostuvo hasta la noche sin ceder ni un solo paso, y en cuyas posiciones vivaqueó. Entonces hizo el general Moriones adelantar a Urbiola la artillería montada, abriendo un vivo fuego contra las posiciones de la derecha carlista para preparar el ataque contra Villamayor.
Estas posiciones fueron tenazmente defendidas por los batallones de Durango, de La Rioja y el BI-V de Navarra y por la sección de montaña, que el enemigo se vio obligado a retroceder dos veces sobre Urbiola. La noche puso término a la acción del día 7; ambos ejércitos quedaron: los liberales en las posiciones conquistadas, que hicieron decir a Moriones en un telegrama que puso al Gobierno: «Tomado Montejurra, domino Estella». La primera línea carlista estaba defendida con los generales Dorregaray, Ollo y marqués de Valde-Espina, entre Villamayor y Montejurra; la segunda en Arqueta, con el general Velasco, y la caballería en Ayegui, con el coronel Pérula, preparados todos al combate que todo hacía presumir se libraría al día siguiente.

Batalla el día 8 de noviembre
El día 8 de noviembre amaneció lluvioso, y el fuego se rompió por ambas partes antes de amanecer, repitiéndose el de cañón bastante vivo hacia Villamayor, desde donde fue contestado por la artillería carlista, concentrada en dicho punto desde el anochecer del día anterior. Continuando la lluvia, y a causa, sin duda, de ella, los republicanos suspendieron su fuego a las nueve de la mañana. Entre los heridos carlistas del segundo día, se contó el comandante Conde, del BI-I de Castilla, herido al parecer leve; pero que murió en el hospital de Irache dos meses después. El resto del día lo pasaron las tropas republicanas y carlistas en sus respectivas posiciones.
Al mediodía se despejó el tiempo, y deseando don Carlos visitar los puntos avanzados, contra el parecer de su cuartel real, marchó, sin embargo, acompañado de muy pequeño séquito, hacia Villamayor, con el fin de no llamar demasiado la atención del ejército liberal, cuyas masas cubrían Urbiola y sus alrededores, y que se hallaba a poco más de un kilómetro. Las baterías enemigas habían permanecido calladas hasta las doce; pero advertidas, sin duda, de la visita regia, abrieron otra vez el fuego con granada y metralla, reventando una de ellas a los pies del caballo de don Carlos. Logrado el objeto de este, regresó al cabo de un rato a Arqueta, trayendo en la mano el culote de dicha granada, y al ver a los artilleros, se dirigió al coronel Berriz y le dijo jovialmente: «He aquí un regalo que me hacen tus queridos compañeros del otro lado».

Batalla el día 9 de noviembre
Se pasó el resto del día 8 sin otra novedad; pero a medianoche llegó la noticia de los generales carlistas Dorregaray y marqués de Valde-Espina, que habían pernoctado en Villamayor, que se sentía en Urbiola y demás pueblos, ocupados por el ejército del general Morlones, un ruido extraño. Se enviaron exploradores y confidentes, se averiguó, de una manera positiva, que el enemigo abandonaba Urbiola, Luquin y Barbarin a las dos de la madrugada, sin tocar cornetas y en el mayor silencio, y que marchaban en retirada a Los Arcos, tratando de ganar el desfiladero de Cogullo antes de rayar el día.
Avisado oportunamente Joaquín Elio, ordenó desde luego Dorregaray a las tropas más avanzadas (BI-I de Castilla, BI-II de Navarra y algunas compañías vizcaínas) que se preparasen y saliesen enseguida para cortar el paso a los liberales. Ordenó también al ala izquierda carlista que adelantase por su parte. Pero como quiera que los republicanos ya habían franqueado o estaban próximos a ganar las alturas de Cogullo, por el sigilo con que habían emprendido la marcha, resultó que únicamente los dos batallones mencionados con Dorregaray y el marqués de Valde-Espina, y la caballería de Férula, tuvieron tiempo de hostigar la marcha de aquellos.

Dicho sea en honor de la verdad, la retirada del ejército republicano fue muy ordenada y por escalones, haciendo un fuego vivo y muy sostenido de fusilería y cañón. Se veían las líneas de fuego ir poco a poco ganando terreno a retaguardia, hacer alto la artillería, disparar unos cuantos cañonazos, cesar el fuego y repetirse la misma operación táctica con singular serenidad, como en un simulacro, protegiendo la numerosa caballería liberal en la carretera la retirada de sus tropas. Verdad es también que el ejército carlista no estaba en condiciones de perseguirlas de cerca y activamente por la clase de terreno en que se operaba, y sobre todo por lo distantes que se encontraban ya las fuerzas unas de otras.

Se dijo que la causa de la retirada del ejército de Moriones fue la falta de raciones. Esto no es creíble, pues las dos horas que mediaban entre Urbiola y Los Arcos pudieron recorrerse fácilmente por su caballería, cuyos caballos pudieron también convertirse en acémilas, dado el caso de que no hubiera habido otro medio más rápido de locomoción. Esto no es de pensar en un país como Navarra, donde abundan los recursos de esta especie, existiendo numerosos carros y animales de carga.
Sean cuales fueran las verdaderas causas de la retirada de los liberales, el ejército carlista ganó en fuerza moral la que había perdido el enemigo. Las bajas de los carlistas ascendieron a 300; las de los liberales llegarían al doble, atendiendo a que el primer día de la acción tuvo su infantería que tomar a la bayoneta tres pueblos, colocados sobre alturas respetables, expuesta al cercano y certero fuego de sus enemigos.

Sabedor el coronel Rada, alias Radica, del casi total abandono en que había dejado su línea el enemigo afanoso de concentrar el mayor número de combatientes para la acción de Montejurra, propuso dar un golpe sobre Tafalla, de donde era natural, conociendo a palmo sus avenidas. Para el objeto contaba Radica con su aguerrido batallón, con el BI-I de Navarra, como de reserva, y las cuatro piezas de Montaña de la misma división, previo acuerdo con los jefes de dichos cuerpos Rodríguez Román y Brea: hizo Rada presente su proyecto al general Ollo, quien dio su asentimiento, añadiéndole que él y el resto de la división de su mando apoyarían la operación; pero que esta debía llevarse a cabo antes de que los liberales pudieran apercibirse y acudir en socorro de Tafalla. Se expuso el plan al general Elío, quien no tuvo por conveniente acceder a lo propuesto por el audaz guerrillero: la ocupación de Tafalla cortaría su línea de operaciones y dejaría sin defensa sus puestos avanzados de Lerin y Larraga. El éxito no hubiera sido muy difícil de conseguir; según las informaciones, apenas quedarían dos compañías guarneciendo aquella plaza, mientras durasen las operaciones del general Moriones sobre Logroño, Los Arcos y Montejurra.
Los voluntarios riojanos, que a las órdenes de su comandante general Eustaquio Llorente, toman el 29 de noviembre la población y fuerte de La Guardia (Álava), donde cayeron en poder de los carlistas, prisioneros, armas, municiones y efectos.
En Guipúzcoa, el brigadier Aizpurúa se batió contra los republicanos el 9 de noviembre en Velabieta, reanudándose el combate el 11 en las mismas posiciones. El bloqueo de Tolosa se intensificó, y aunque parecían alcanzar un poco de respiro los republicanos el 27 de noviembre en una salida, la llegada de refuerzos carlistas volvió a encerrarles con su gobernador, José Crespo, dentro de sus muros.
Operaciones en diciembre de 1873
Batalla de Belavieta (11 de diciembre de 1873)
Insostenible se iba haciendo la situación de los sitiados en Tolosa. La situación de la villa dio que pensar al Gobierno de Madrid, y en la imposibilidad de aumentar la división de operaciones de Guipúzcoa, los liberales pensaron que el general Moriones fuese a dicha villa para ver de mejorar su estado de defensa, reuniendo a la división del general Loma, que operaba y había operado hasta entonces en Navarra.
Enterado el general carlista Ollo, por sus confidentes, del acuerdo de los generales Loma y Morlones para el socorro de Tolosa, determinó ponerse en marcha el día 2 de diciembre, acompañado de BI-I, BI-II, BI-III y BI-V de Navarra y la batería de montaña, reuniendo un total de 2.000 hombres. Al frente de Estella y de su merindad, dejó a su JEM Argonz con el resto de los batallones navarros y algunos alaveses, para oponerse a cualquier movimiento que sobre Estella o su línea intentase la división enemiga que operaba y se apoyaba en los fuertes y plazas de la Ribera.
El referido día pernoctó en Munarriz y se alojó con la artillería y los dos primeros batallones en Lecumberri, ocupando los restantes los pueblos avanzados sobre Betelu y Leiza. El objeto era impedir por cualquier medio que se produjese la unión de las divisiones Moriones y Loma en Vera u Oyarzun, y que después bajasen a Tolosa, no sin antes haber destruido la naciente fábrica de proyectiles establecida en el primero de dichos puntos. Al situarse en Lecumberri y sus inmediaciones, el general carlista estaba en situación de moverse por Benuza y sus montes y amenazar el flanco de Moriones; o hacerle retroceder a Pamplona por temor a un descalabro; o interponerse entre aquel y Tolosa por Berástegui; y por último, situarse sobre la carretera de Pamplona a Tolosa, atacando de frente a Moriones en Dos Hermanas, de donde únicamente le separaban dos horas escasas.
Dadas las órdenes oportunas para pernoctar, recibió una información de Pamplona y otra de Estella, de su JEM; ambos le decían que acudiese lo más pronto posible a esta ciudad, pues aquella misma mañana habían sabido de una manera positiva que, advertido Moriones de la marcha de Ollo, había empezado a mover, no solo sus batallones en dirección a Tafalla y Los Arcos; sino su artillería y algunas piezas de grueso calibre, entre las que se contaban varios morteros: que estas operaciones tenían sin duda por objeto aprovecharse del abandono de fuerzas en que habían quedado La Solana y Estella (a pesar de no hallarse lejos el brigadier Mendiry con los alaveses), para tomar esta plaza por medio de un golpe de mano. Posible era, en efecto, que fuera este el pensamiento de Moriones; sin embargo, algunos, y entre ellos el coronel Rada, aconsejaron a Ollo que desistiese de socorrer a Estella, pues si bien había pocas fuerzas que la defendiesen. No era de suponer que desistiera Moriones de su primer y principal proyecto de socorrer a Tolosa, y que acaso fueran engañosos sus movimientos hacia Estella.
Perplejo anduvo en esta ocasión el general carlista, por hallarse en disidencia con su JEM; pero pesando sobre él la responsabilidad de la conservación de Estella, y pudiendo ser cierta tal vez la suposición de Argonz, ordenó deshacer el movimiento, forzando las marchas y llegando, por consiguiente, con sus navarros a Muez y Munarriz al otro día. No se hicieron esperar los confidentes, que confirmaban por el camino las noticias de Argonz. El general carlista hizo avanzar algunas parejas de caballería y esperó en Salinas de Oro la contestación de aquel respecto a los movimientos del enemigo.
Prevista por el general Moriones la marcha emprendida por Ollo, dispuso que gran parte de su división saliese de Pamplona con dirección a Tafalla, poniéndose él a su frente; en este punto embarcó algunos morteros y cañones en el ferrocarril de Tudela; hizo salir alguna fuerza de Lerín y Tafalla con dirección a Logroño, y él esperó en este punto a que sus confidentes le informasen del movimiento de los batallones carlistas, consecuentes al suyo, como era de suponer.
Aquella misma noche debió llegar a su noticia que su marcha no era ignorada en Estella, máxime cuando en la estación de Tafalla y a presencia de muchos paisanos, se dejó decir que la artillería iba destinada a destruir Estella. Le surtió bien su estratagema a Moriones, y sin perder momento, salió precipitadamente para Pamplona con la mayor parte de sus batallones, y a su llegada mandó cerrar las puertas de la plaza. Después de algunas horas de descanso, de haberse racionado y ordenado al gobernador que no dejase salir a ninguna persona hasta la una de la tarde del día siguiente, bajo las más severas penas, con el fin de que los paisanos carlistas de Pamplona no pudiesen notificar los nuevos movimientos de los liberales a las tropas de Ollo y Argonz. Salió Moriones con toda la fuerza disponible al amanecer, franqueó rápidamente el puerto de Velate y por los montes de Otsondo, Echalar y Lesaca fue a parar a Arichulegui.
Con esta marcha admirable por todos los conceptos, evitó que se le interpusieran las fuerzas carlistas, ahorrando bajas a su división y, quizás, una derrota en malas condiciones. De no haber obrado como lo hizo, era más que probable que Ollo hubiera atacado a Moriones en aquellos desfiladeros, impidiéndole acaso regresar a Pamplona sin muchas pérdidas, e impidiendo a la vez su unión con Loma.
Lizárraga, por su parte, no pudo tampoco impedir que Loma se uniese con Moriones, porque todos los batallones de su división se hallaban en el cerco de Tolosa, para que su guarnición no saliese, excepto 4 o 6 compañías que se hallaban en observación de la carretera de Andoain, con el río por medio. También se comentaba en su cuartel general de Larraul que Santa Cruz, el famoso cura de Hernialde, había entrado en Guipúzcoa, y que, acompañado de sus antiguos partidarios del BI-I y algunos oficiales del país, trataba de quitar el mando de la provincia a Lizárraga. Más adelante se verían las funestas consecuencias que produjeron estas disensiones en Guipúzcoa, de las que oportunamente se aprovechó el enemigo para lograr a menos costa sus intentos.
Enterado en Salinas de Oro de que Moriones se había aprovechado de su movimiento de retroceso para pasar Velate, y, sin embargo, de calcular que no llegaría ya a tiempo de impedirle la unión con Loma, volvió a emprender la marcha, pernoctando el primer día en el valle de Ollo, con sus batallones, y al siguiente en Lecumberri por segunda vez. Perdida la primera partida, quiso disputar en buenas posiciones la segunda, para lo cual avanzó por Leiza hasta Berástegui, alojándose en este punto con la batería y los batallones, excepto el BI-I, que lo hizo en Elduayen, al pie mismo de los montes de Velabieta.
En la plaza de Berástegui se hallaba el coronel Felíu, JEM carlista de Guipúzcoa, con algunos oficiales, para ponerse de acuerdo con el general navarro, en nombre de su comandante general, a fin de ocupar entre ambas divisiones tales posiciones que se estorbase el abastecimiento de Tolosa, o por lo menos que el socorro no llegase sin experimentar los liberales grandes bajas y detenciones en el trayecto de Andoain a la plaza bloqueada.
Desgraciadamente para los carlistas, se habían realizado las sospechas que abrigaba Lizárraga sobre el famoso cura Santa Cruz. El BI-I de Guipúzcoa, compuesto en su mayor parte de los antiguos partidarios del cura, se le había unido para volver, sin duda, a hacer la vida errante de las montañas, más apetecible para ellos que la disciplina militar, arrastrando a algunos otros oficiales y voluntarios guipuzcoanos, unos de buen grado y otros por la fuerza, y aprisionando a bastantes jefes del país, entre ellos a Iturbe, Emparán, Vicuña y otros, amenazándoles con ser fusilados si no se unían a los revoltosos. Así las cosas, adelantaron estos en ademán hostil hacia Larraul, donde se encontraba el general Lizárraga con sus mermadas fuerzas y la sección de artillería.
Sabedor el general carlista, por algunos voluntarios que se habían separado del cura, de los propósitos de este, salió inmediatamente de su alojamiento, montó a caballo y, acompañado de algunos jefes leales, hizo tocar llamada. Reunió las compañías que de distintos batallones se hallaban en el pueblo y les arengó enérgicamente, diciéndoles que él estaba como comandante general de la provincia por don Carlos, que este había declarado rebelde al cura Santa Cruz, que, por consiguiente, contaba con ellos para mantener la prerrogativa regia y que estaba decidido a desarmar a los turbulentos, a todo trance, contando con su lealtad y sumisión a las órdenes de don Carlos.
Aclamado por aquellas escasas fuerzas Lizárraga, y resuelto a resistir con ellas el combate que entre batallones hermanos iba sin duda a verificarse a la aproximación del cura, quiso, a pesar de todo, evitar el probable derramamiento de sangre, y comisionó al Tcol de artillería Rodríguez Vera para que, avistándose con aquel, conociera claramente sus intenciones y obrara en consecuencia.
Partió el citado jefe de artillería, se encontró a la fuerza sublevada no lejos del pueblo y pidió le condujeran a presencia de Santa Cruz. Este tubo que recibirle con el carácter de parlamentario, y le dijo que su visita tenía por objeto levantar el espíritu de la provincia, pues que desde que Lizárraga había tomado el mando, nada se había hecho de notable; que contaba con bastantes bayonetas para sublevar el resto de los que aún obedecían y respetaban la escasa popularidad de Lizárraga, y juntos todos después, buscar y batir a Loma, donde quiera se encontrase. Rodríguez Vera le informó de la misión que le habían encargado. No dejaron de hacer mella en el guerrillero guipuzcoano las reflexiones de Vera; pero le despidió, amenazándole con ser fusilado si insistía en sus apreciaciones.

Al dar cuenta Rodríguez Vera a Lizárraga del resultado de su gestión, encontró a los batallones en mejor sentido que a su salida de Larraul, y decididos a rechazarlos a la fuerza. Unido esto a la presentación en grupos, más o menos numerosos, de los insurrectos que se separaban del cura, cobró más ánimo el general carlista, y salió de sus acantonamientos dispuesto a batirlo en cuanto le viese. Cada vez iban siendo más numerosos los grupos que en el camino se le incorporaban, los cuales solicitaban el perdón del general, alegando que habían sido víctimas de un engaño, y que, convencido el cura, por fin, de que no lograría secundasen sus intentos, había escapado hacia la frontera, acompañado de algunos, aunque muy pocos, de sus más allegados. Poco a poco fue renaciendo la confianza entre unos y otros.
Poco tiempo tardaron estas fuerzas en reorganizarse; pero no antes de que el enemigo se aprovechase de estos disturbios a los dos días de acaecidos.
Impresionado el general Ollo con el relato del JEM; pero dispuesto a contener con sus fuerzas la naciente indisciplina de los guipuzcoanos, preguntó repetidas veces a Felíu si su general contaba incondicionalmente con sus batallones. Aquel le contestó que creía que sí, que él se quedaría a su lado al frente de algunas compañías de Guipúzcoa, como conocedoras del terreno en que probablemente se habría de operar, poniendo antes en noticia de Lizárraga el plan de Ollo, el cual se reducía simplemente a defender las posiciones de Velabieta y sus estribaciones, desde Villabona a Andoain, sobre la carretera de Tolosa, mientras Lizárraga hacía lo propio desde Andoain a Asteasu, oponiéndose ambos de flanco a la marcha combinada de los generales republicanos, que no podían marchar sino por la carretera, a causa del convoy que escoltaban. Así fue, en efecto; concentrados los batallones liberales en Andoain y sus alrededores, dispuso el general Moriones que el general Loma forzase las posiciones de Lizárraga, con su división, y que el general Catalán hiciese lo mismo con las de los navarros.
El general carlista Ollo llegó a Elduayen el día 10 de diciembre, subió al monte de Velabieta, acompañado de los coroneles Rada y Felíu, de los jefes de artillería Brea y Reyero, y de algunos otros, con el fin de inspeccionar menudamente el terreno, especialmente por la parte más próxima a Villabona. Al llegar a las cimas más elevadas, echó pie a tierra y encargó a los artilleros citados que eligiesen los emplazamientos más propios para las piezas. Partieron, cada uno de ellos en distinta dirección, reconocieron los alrededores y volvieron a dar cuenta a su general del resultado de sus observaciones. Ambos eligieron el mismo punto, que era la meseta de un monte avanzado sobre uno de los repliegues de la carretera de Tolosa, desde donde se descubría por la derecha un extenso campo de tiro hacia Andoain, destacándose muy cerca el campanario de la iglesia, y por la izquierda se flanqueaba, aunque no tan bien, desde el puente de Villabona hasta Irura.
El general carlista se alegró al oír el acuerdo de los jefes comisionados, pero que el sitio indicado estaba muy avanzado sobre el terreno en que maniobraría el enemigo, pero aseguraba la retirada de las piezas en el caso de un revés; no podía desmembrar sus 2.000 hombres disponibles, y que, por lo tanto, había resuelto que el día de la acción le siguiera de cerca la artillería para maniobrar a su vista y a sus inmediatas órdenes.
Las posiciones que se eligieron para la Infantería eran relativamente buenas, y si Lizárraga por su lado detenía el avance de los republicanos, el general carlista Ollo, por su parte, no se quedaría atrás. Las compañías guipuzcoanas recibieron orden de conservar unas a modo de trincheras, o mejor dicho, atalayas, porque el muro de medio metro de espesor, de piedras informes, que formaba los parapetos, nada defendía en caso de ataque; teniendo los voluntarios que hacer fuego de rodillas o tendidos en posiciones violentas a media ladera del monte, y solo podían servir para avisar los movimientos de los enemigos, desde el momento en que salieran de Andoain.
Verificado el reconocimiento, regresó a Berástegui Ollo, no sin antes haberse asegurado del buen espíritu de los batallones navarros, y enviado un ayudante al JEM general Joaquín Elío, quien con dos batallones, uno navarro y otro alavés, se aproximaba al teatro de los sucesos, para que le reforzase con ellos en caso de necesidad, puesto que por sus confidentes particulares y por las noticias recibidas de varios paisanos de Andoain y Lasarte había sabido la concentración de las divisiones de Loma y Moriones en el primero de dichos puntos, reuniendo un total de 16.000 hombres con numerosa artillería.
Antes de amanecer del 11 de diciembre, salió el general Ollo hacia Elduayen, disponiendo al paso la reunión de sus fuerzas sobre este punto, al pie de Velabieta, seguido de cerca por sus 4 cañones y el BI-II de Navarra. A su llegada a Elduayen supo por algunos voluntarios guipuzcoanos que Felíu había andado en su busca, que los republicanos habían salido de Andoain en dirección de las posiciones de Lizárraga hacia Asteasu y Cirurquil. Estas noticias eran exactas y fueron confirmadas por el Tcol Vera, quien acababa de pasar por Villabona y venía a suplicar a Ollo que se le proporcionasen algunas granadas de la batería de Navarra, a causa de haberse agotado las de su sección con el bloqueo y cañoneo de Tolosa.
Dicho jefe de artillería había enviado días antes un oficial a la fábrica de proyectiles de Vera para que le trajese algunas municiones, pero al verificar su regreso, tuvo que arrojarlas por un despeñadero en Arichulegui, y él y los artilleros que conducían los mulos estuvieron a punto de caer en poder del enemigo, por en medio de cuyas columnas pasaron, viendo en su camino las espirales de humo de más de cuarenta casas de Oyarzun quemadas por los soldados del general republicano Moriones, bajo pretexto de ser carlistas sus moradores y no haber racionado la numerosa fuerza que le acompañaba. Enterado el general Ollo de que no abundaban las municiones en su batería, ordenó, sin embargo, se diesen cuatro cajas a la artillería de Guipúzcoa, las cuales se encargó el citado Vera de dirigir a su destino; pero no pudieron estas municiones llegar a tiempo, porque en Villabona se encontró Rodríguez Vera con que los liberales se habían posesionado ya del pueblo, y tuvo que regresar a Velabieta, presenciando así parte de la acción al lado de sus compañeros de artillería de Navarra.
Al llegar al alto del monte los batallones navarros, en cuya subida no tardaron menos de dos horas, ya se había roto el fuego en las posiciones del general carlista Lizárraga, y con el auxilio de los prismáticos pudimos ver que sus fuerzas marchaban en retirada, replegándose de cañada en cañada y de monte en monte sobre Asteasu, Larraul y Alquiza. El fuego era muy débil, a veces, por parte de los carlistas, lo cual hizo suponer cuál pudiera ser la verdadera causa, que no era otra sino la escasez de cartuchos y la relativa desorganización en que habían quedado los batallones guipuzcoanos por la incalificable conducta del cura Santa Cruz.
Al mismo tiempo, una columna bastante numerosa salía de Andoain, cubriendo la carretera desde este punto a Soravilla, y hasta unos dos kilómetros del puente de Villabona. Visto esto por Ollo, dispuso que a la carrera se amparasen de los destacamentos más avanzados del BI-I y del BI-V y que abriesen el fuego en el acto sobre el flanco y la cabeza de la columna, que después se supo era la brigada Padial, la cual llevaba en vanguardia al batallón de migueletes. El BI-II de Navarra, con la artillería y algunas compañías del BI-III, formaron la segunda línea, abriendo fuego artillero con dos cañones rayados sobre Andoain y con los obuses sobre las masas; cumpliéndose las órdenes de Ollo con prontitud y decisión, en términos de hacer vacilar por un momento el avance de los batallones liberales; y decimos por un momento solamente, porque el BI-I de Navarra tuvo que suspender el fuego al poco rato, por reventarse algunos fusiles y porque los cartuchos comprados en el extranjero eran de tan mala calidad, que unos se atoraban y otros no funcionaban. Dicho batallón fue relevado enseguida por el BI-II de Navarra; pero ya el enemigo había casi rebasado la posición que ocupaba el primero.
Mientras tanto, los artilleros carlistas habían tenido la fortuna de arrojar una granada en medio de la plaza de Andoain, según relato de un prisionero hecho después, cuya granada desordenó por algunos instantes las fuerzas que apiñadas la ocupaban. En cambio, estaba tan en embrión en aquella época la organización de la artillería carlista, que, careciendo de alzas las piezas, se veían obligados los oficiales a apuntar sirviéndose de los dedos, de los sables y de otros aparatos tan inexactos como estos. La fabricación de espoletas (de tiempos, por supuesto) estaba aún tan atrasada que la mayoría de los proyectiles huecos no reventaban. A pesar de esto, tanto y en tales condiciones trabajó la artillería carlista en la acción de Velabieta, que hubo piezas en las que solo quedaron en pie para servirla el jefe y el sargento Gorricho, teniendo el general Ollo que ordenar dos veces que se retirasen los cañones a retaguardia para evitar más bajas, y mereciendo los artilleros los mayores elogios del general y del BI-II de Navarra, a cuyo lado combatieron casi toda la jornada.
Viendo Ollo que se generalizaba la acción, y previendo que el enemigo les pudiera acorralar por la desigualdad de fuerzas, mandó un segundo aviso al general Elío, que se hallaba en Leiza con dos batallones, para que si a bien lo tenía, les auxiliase con ellos. El JEM carlista salió de Leiza, pero no llegó al lugar de la acción hasta el anochecer y, por consiguiente, no pudo tomar parte en la refriega. Solo alcanzó a ver que los republicanos no avanzaban de las posiciones que conquistaron, sin duda por las considerables bajas que habían experimentado y los peligros que les ofrecería el aventurarse de noche en aquellos desfiladeros.
Flanqueado el BI-V de Navarra por fuerzas superiores y ocupando el BI-II una posición en que se veía casi envuelto por el enemigo, dispuso Ollo la retirada de ambos por escalones, cargando el BI-II en dos mitades, por dos veces consecutivas, llevando a la cabeza a sus dos jefes Rada y Calderón. Las cargas fueron tan profundas, que el batallón apenas fue ya hostigado en su retirada por los migueletes, quienes iban en vanguardia, y cuya fuerza resistió el empuje con la mayor serenidad. El campo, la cañada y el monte se vieron instantáneamente cubiertos de cadáveres y de las boinas encarnadas de los navarros y migueletes.
Allí fue herido dos veces el brigadier liberal Padial, y el BI-II de Navarra tuvo 200 bajas entre muertos y heridos; Calderón perdió su caballo y Radica rompió dos sables. Por su parte, el BI-V de Navarra cargó con intrepidez otras dos veces, a las órdenes del marqués de las Hormazas, quien salió contuso en un hombro, retirándose al fin, pero ordenadamente, a la segunda línea. La acción por la derecha carlista había durado más de cinco horas. Los heridos fueron mandados retirar a Elduayen y Berástegui, en donde se habían improvisado hospitales de sangre durante el fuego, por el secretario de Ollo, el coronel Torrecilla. Al día siguiente, La Caridad proveyó abundantemente a la curación de heridos, estableciendo en Leiza una sucursal ambulancia de Irache, a cargo del médico Eduardo Marín, que había sido elogiado por su conducta en la Primera batalla de Montejurra.
Habiendo tomado el mando de los carlistas el general Elío, ordenó que quedasen algunas fuerzas en Velabieta y otros puntos avanzados, y que las demás se retirasen a sus cantones. Las bajas de los carlistas fueron muy numerosas, aproximándose a 500; pero, en cambio, las de los republicanos llegaron a 2.000, según confesión de un comisionado de la Cruz Roja, que así se lo dijo al general Ollo. Los cadáveres fueron tantos que se tardó tres días en enterrarlos.
El general Moriones logró su objeto; abasteció y socorrió a Tolosa, por medio de una atrevida marcha militar; pero no fue sin muchas y sensibles pérdidas. No consiguió levantar el bloqueo de Tolosa, cuya villa se hallaba ocho días después en las mismas condiciones que anteriormente, es decir, incomunicada con Andoain y San Sebastián, por los reorganizados batallones de Lizárraga, y separada del comandante general de la provincia. Loma, por último, se vio obligado el general Moriones a embarcar su fuerza en San Sebastián, después de una breve posesión de la línea del Oria, por carecer de otro camino para regresar a Pamplona. Los carlistas no se durmieron en los laureles en aquella ocasión: gracias a las medidas tomadas por los generales Elío y Dorregaray, acudieron batallones alaveses, navarros y hasta vizcaínos, para interceptar los caminos a Moriones, en términos que el vulgo y los periódicos le llamasen el general pasado por agua, antes que atravesar las reforzadas líneas de los carlistas del Norte.
Después de la batalla de Belabieta, el Ejército carlista quedó cubriendo o, mejor dicho, cerrando perfectamente cualquiera de los tres caminos que el general Moriones podía elegir para la invasión de Guipúzcoa. En efecto, tres caminos podía elegir el citado general republicano para llevar a cabo su proyecto: primero, salir de Tolosa por la carretera de Azpeitia; segundo, salir de Guetaria y Zarauz para caer sobre Oiquina; y tercero, salir de Orio en dirección de Aya, trasponer sus montes y llegar a su objetivo.
Le tocó a la división de Navarra ocupar la extrema derecha; a los alaveses y vizcaínos, el centro; y a los guipuzcoanos, la izquierda, cuyas fuerzas todas, bajo el mando parcial de sus respectivos comandantes generales Olio, Larramendi, Velasco y Lizárraga, se hallaban a las órdenes del jefe del Estado Mayor General Elío y del capitán general de las provincias vasco-navarras Dorregaray.
Es indudable que el general republicano hubiera encontrado una seria resistencia por cualquiera de sus tres caminos, alejándose de su base de operaciones, y como no pecaba de lerdo, tuvo por mejor, para salir de su situación, embarcarse en San Sebastián y trasladar el campo de operaciones a Vizcaya.
Entretanto, las fuerzas navarras se situaron en la siguiente forma: el general Ollo con la artillería y el BI-I, en Alegría; el BI-II en Lizarza, y el BI-III y el BI-V en Alzo de arriba y Alzo de abajo; llegando las avanzadas carlistas a la vista de Tolosa, en observación del enemigo.
Las divisiones republicanas de Loma y Moriones ocupando Tolosa, Adnoain y líneas de San Sebastián y Oria; a los batallones carlistas (excepto los de Estella y algunos de Vizcaya) en los alrededores de Tolosa, Cestona, Aizaruazabal, Iturrioz y Aya, ocupando los puntos y posiciones que impedían el paso de sus enemigos a Azcoitia, donde se hallaba don Carlos, y a Azpeitia, así como el que pudieran correrse aquellos al interior de las provincias, encerrando así a los liberales en un semicírculo sin más salida que el mar.
Fuera la actitud de las fuerzas carlistas en Guipúzcoa, fuese el motivo que impulsara a Moriones a embarcarse en dirección de Santander, o bien las noticias que recibiera del proyectado sitio de Portugalete; el hecho fue que (aunque debió serle sumamente duro llevar a cabo dicha operación) embarcó el día 28 de diciembre la división que había llevado desde Navarra, Guetaria y San Sebastián, desembarcando en Santoña y Laredo.
Antes, sin embargo, de decidirse a dar este paso, intentó el día 18 de diciembre romper la línea carlista, de acuerdo con el general Loma, atacándola por Orio y Guetaria, apoyando a la vez una vigorosa salida de la guarnición de Tolosa. Avanzaron en el primer momento, y la columna que salió del último de los puntos citados llegó a Hernialde, que saqueó e incendió. El ejército liberal ocupó Zarauz y Orio, pero se vio detenido en Aizarna por el BI-V de Guipúzcoa y algunas otras fuerzas que llevó el general Dorregaray.
También intentaron los republicanos avanzar por la carretera de Berástegui, que defendieron bravamente los navarros mandados por Ollo. Rechazados al fin en toda la línea los liberales, la división de Loma volvió a sus anteriores posiciones, la guarnición de Tolosa volvió a ser encerrada en la plaza y el general Moriones decidió, por último, su embarque.
Conocido este movimiento por los carlistas, hicieron un cambio de frente, dejando solo al general Lizárraga en Guipúzcoa, y moviendo los batallones navarros, alaveses y vizcaínos, al valle de Somorrostro, con los generales carlistas Elío y Dorregaray a su cabeza. Su objeto era impedir a todo trance al general en jefe republicano que pasase a Portugalete y Bilbao, para restablecer esta línea llevando la guerra a Vizcaya, donde podía ser fácilmente socorrido por el ferrocarril de Santander. Consiguieron el objeto los carlistas, teniendo el general Ollo la suerte de llegar antes que sus enemigos a las Encartaciones, tomando posesión de Salta-Caballo, monte que era la llave de las posiciones sobre Castro-Urdiales, y acantonando sus navarros y la batería de su división en Talledo, Trucios y Otañez. El general vizcaíno Velasco ocupó San Juan de Somorrostro, y el JEM Elío se estableció en Valmaseda y Sopuerta con el resto de los batallones carlistas.
