Guerras Carlistas Tercera Guerra Carlista en 1874 Situación a finales de 1873 y principios de 1874

Organización de la lucha contra los carlistas

El Gobierno publicó tres decretos:

  • El primero le facultaba embargar los bienes de las personas que se hallasen incorporadas en las filas carlistas o que sirviesen a la causa carlista, o que les auxiliasen.
  • El segundo decreto servía para disolver todas las sociedades de todas clases que no estuviesen constituidas con diligencia de las autoridades. Por consiguiente, aunque indirectamente, los carlistas también eran objeto de esta disposición.
  • El tercer decreto de julio creó nuevas dificultades al Gobierno. Se organizaban 80 batallones de reserva extraordinaria, para los cuales se llamaban a filas 125.000 hombres, que debían ser solteros y viudos sin hijos, desde la edad de 22 años hasta la edad de 35.

El ejército español en 1874 estaba constituido:

Infantería: 40 RIs de línea, 20 RILs de cazadores, 80 BIs de reserva ordinaria de voluntarios de la República, 80 BIs de reserva extraordinaria provincial. El arma principal era el fusil monotiro de ánima rayada Remington, con un cartucho de 11×57 mm que le confería mayores prestaciones que el resto de fusiles de retrocarga, permitiendo una cadencia de 9 disparos por minuto y un alcance de 1.000 metros. Durante la guerra se adquirieron más de 200.000 unidades, y pronto comenzaron a fabricarse bajo licencia en Oviedo, Placencia, Éibar y Érmua. Los batallones de reserva pasaron a tener los mismos efectivos que los de línea, repartidos entre plana mayor y de 6 a 8 compañías, cada una de 120 hombres. Los regimientos tenían 2 batallones.

Caballería: 12 RCs de lanceros (RC-1 de Sesma y RC-2 de Arlabán, RC-3 Calatrava y RC-4 Bailén, RC-5 Farnesio, RC-6 Villaviciosa, RC-7 España, RC-8 Sagunto, RC-9 Santiago, RC-10 Montesa, RC-11 Numancia, RC-12 Lusitania), desapareciendo los coraceros y carabineros. 6 RCLs de cazadores (RCL-1 Almansa, RCL-2 Alcántara, RCL-3 Talavera, RCL-4 Albuera, RCL-5 Tetuán, RCL-6 Castillejos). 2 RHs (RH-1 Pavía y RH-2 Villarrobledo), así como un EC de cazadores en La Coruña. Los regimientos de caballería estaban formados por plana mayor y 4 escuadrones de 100 a 125 jinetes cada uno.

Artillería: 4 RAs de posición (RA-1 de Barcelona, RA-2 Cádiz y Ceuta, RA-3 Madrid y RA-4 Coruña), 5 RAs montados (RA-1 Madrid, RA-2 Sevilla, RA-3 Zaragoza, RA-4 Madrid, RA-5 Valencia), 3 RAs de montaña (RA-1 Barcelona, RA-2 Madrid, RA-3 Vitoria). Cada regimiento de artillería se componía de varias baterías, cada una de 100 a 150 hombres con de 4 a 6 piezas. La artillería de montaña utilizaba piezas de bronce de retrocarga y la artillería a pie y montada estaba en el proceso de pasar de cañones de avancarga a otros de retrocarga de ánima rayada, siendo los más modernos los cañones prusianos Krupp de hierro fundido y ánima rayada modelo 1868, de calibre 8 mm, que empleaba munición obal rompedora, canister y metralla con un alcance de 3,5 km. La artillería de montaña empleaba el cañón Krupp corto de 8 mm, siendo sustituidos por el cañón diseñado por Augusto Plasencia de 8 mm.

Ingenieros: estaba constituido por RING-1 Arévalo (zapadores-minadores), RING-2 (zapadores-minadores), RING-3 Madrid (ferrocarriles y telégrafos) y brigada topográfica.

El Ejército del Norte

Cuando se reanudó la guerra en territorio vasco, volvió a crearse otra vez (07/01/73), manteniendo la misma denominación de Ejército del Norte hasta casi el fin de la guerra. Lo mandó primero el teniente general Moriones y después, en rápida sucesión, los generales Pavía, Nouvilas, Gardyne, Sánchez Bregua, Santa Pau, de nuevo Moriones, Serrano, Gutiérrez de la Concha (muerto en Abarzuza), Echagüe, Zavala, Laserna, otra vez Serrano, a quien vuelve a relevar Laserna al producirse la restauración alfonsina y, por último, Quesada, que fue el que más duró (10 meses que serían 12 si incluimos su paso por el Ejército de la Izquierda).

La organización del Ejército del Norte sufrió numerosas variaciones en el transcurso del conflicto. Sin embargo, se pueden observar en el tiempo dos despliegues tácticos característicos. En primer lugar, el adoptado durante la segunda fase de la guerra. Se ocupaba aproximadamente el 50 % de la fuerza militar en multitud de pequeñas guarniciones, destinando el resto para operaciones. Las fuerzas en operaciones se organizaban en gran número de columnas volantes de escasos efectivos (entre 200 y 800 hombres), pero muy móviles. Con ellas se recorría constantemente el territorio con el fin de mantener su presencia en todas partes y no dar tregua a los carlistas para que pudieran organizarse. Pero el sistema se reveló ineficaz por la falta de apoyo de la población rural que, no solo no facilitaba guías, confidencias y suministros al Ejército Liberal, sino que además se los proporcionaba a los carlistas. Las partidas carlistas fueron aumentando sus efectivos, obligando a la vez a reducir el número de columnas liberales para poder incrementar su fuerza. En mayo las columnas principales llevaban ya 1.200 hombres, en junio 2.200 y en agosto llegaron a alcanzar los 4.000.

Al empezar la tercera fase de la guerra, se abandonó definitivamente el sistema de columnas, implantando un segundo modelo táctico, básicamente similar al utilizado en mayo de 1872. Se establecieron fuertes guarniciones en las capitales y otras menores en los pueblos que rodeaban el territorio carlista, desde Castro Urdiales hasta Jaca, apoyándose en Medina de Pomar, Miranda, Logroño, Tudela y Tafalla. Su objetivo era aislar a los carlistas y evitar que pudieran extenderse a Castilla, Rioja o Aragón. En esta labor se ocupaba del orden del 40-45 % de los efectivos. El resto constituía el Ejército de Operaciones que actuaba en bloque en un frente principal, salvo una o dos unidades de entidad división o brigada que operaban en frentes secundarios, en labores de distracción o contención. El Ejército de Operaciones contó inicialmente con una masa de entre 2 y 4 divisiones, pero a medida que fueron aumentando los efectivos, se organizaron primero 2 y luego 3 cuerpos de ejército y varias divisiones independientes. La composición de estas unidades (lo mismo ocurría en el Ejército carlista) siguió normalmente un patrón binario: cuerpos de ejército de 2 divisiones (excepcionalmente 3), cada una de 2 brigadas, con 2 batallones cada una.

Uniformes del ejército liberal durante la Tercera Guerra Carlista.

El Ejército Real del Norte

En 1874, las autoridades carlistas juzgaron oportuno centralizar algunos servicios o unidades en aras a un mejor aprovechamiento de los recursos. Era el caso de la artillería, de algunas fuerzas de caballería, de las tropas de la Casa Real, etc. Estos cuerpos centralizados, como así se llamaban, eran costeados por las diputaciones en una proporción fija previamente acordada entre ellas: Álava financiaba el 17 %, Guipúzcoa el 22 %, Navarra el 34 % y Vizcaya el 27 %.

Pero para tener una visión completa del esfuerzo militar carlista, habría que añadir además las fuerzas dependientes directamente de las diputaciones (escoltas, aduaneros, milicias forales, etc.) y a los diversos establecimientos creados para sostener la maquinaria militar. Las diputaciones organizaron una amplia red de fábricas, talleres y centros auxiliares en apoyo del Ejército Carlista. Aprovecharon las fábricas de armas de Ermua, Placencia, Eibar y Elgoibar y crearon una veintena de fábricas de pólvora, de cartuchos, talleres de recomposición de armas, una fundición de plomo en Altube, etc., y también un buen número de hospitales en los que atender a los heridos de guerra.

Algunos de estos hospitales (Irache, Lesaca) eran gestionados por la Asociación “La Caridad”, especie de Cruz Roja carlista. Se ocuparon igualmente de mantener siempre abiertos los caminos y de organizar un eficaz servicio de comunicaciones postales y telegráficas, ampliando el tendido por todo el país e ideando un ingenioso sistema para enviar y recibir correo o telegramas desde el extranjero.

El mando supremo de todos los ejércitos carlistas correspondía al rey Carlos VII, pero la dirección efectiva de las operaciones la asumía el JEM de cada ejército. El cargo de JEM del Ejército Real del Norte lo ostentaba inicialmente el teniente general Joaquín Elío desde 1871, aunque la sublevación de abril de 1872 la dirigió en realidad el mariscal Eustaquio Díaz de Rada y la de diciembre el mariscal Antonio Dorregaray. Elío entró en campaña en mayo de 1873 y conservó el mando hasta después del sitio de Bilbao. Le sucederían luego Dorregaray, ya teniente general, y los mariscales Torcuato Mendiry, José Pérula y Alfonso de Borbón, conde de Caserta, para asumirlo finalmente el teniente general Antonio Lizarraga en los últimos días de la guerra, cuando ya estaba todo perdido. Durante el mando de Mendiry, la Jefatura del EM se convirtió en capitanía general de Navarra, provincias Vascongadas y Rioja, volviendo luego a la denominación inicial.

El rey carlista Carlos VII y su personal en 1874´

Existía también un Ministerio de la Guerra, con el nombre de Secretaría de Estado y del Despacho de la Guerra, con funciones eminentemente administrativas. El cargo lo ocupaba nominalmente el general Elío desde 1869, pero verdaderamente no se organizó como tal Ministerio hasta después del sitio de Bilbao. Problemas de salud hicieron que Elío fuera sustituido de forma interina por el teniente general Ignacio Plana y luego por los mariscales Joaquín Llavanera y Elicio de Berriz.

El despliegue táctico del ejército carlista respondía también al criterio territorial. En cada provincia había un comandante general que dirigía las operaciones militares en su demarcación, asumiendo el mando directo de su división y de las fuerzas de otras regiones que operaran con ella. Disponía además de una amplia red de comandancias de armas y gobiernos militares que se ocupaban de obtener información sobre el enemigo, controlar a los militares transeúntes y proporcionar apoyo logístico a las fuerzas en operaciones. Cada división operaba preferentemente en su provincia y solo desplazaba alguna fuerza a otras en caso de peligro o para las grandes operaciones.

El ejército carlista no organizó una fuerza de operaciones estable al estilo del ejército liberal, sino que se organizaba en cada ocasión con las unidades disponibles en cada teatro de operaciones. Así, la división de Guipúzcoa ocupaba habitualmente las posiciones en torno a la línea San Sebastián-Hernani-Rentería-Irún y frente a Guetaria. La de Vizcaya situaba normalmente una brigada bloqueando Bilbao y otra en la línea del Berrón, junto con fuerzas castellanas, la brigada cántabra y el batallón de Asturias, para cubrir los accesos desde Santander y Burgos. La división alavesa repartía sus efectivos entre las proximidades de Vitoria, la Rioja Alavesa, donde también operaba el batallón riojano, y la línea de Estella. La caballería de Borbón y los húsares de Arlaban recorrían la llanada alavesa enlazando con las tropas vizcaínas y castellanas. Por último, la división de Navarra, el batallón aragonés, la brigada del Centro y algunas fuerzas alavesas y castellanas cubrían la línea desde Viana hasta Sangüesa y el bloqueo de Pamplona.

El ejército carlista estuvo siempre en inferioridad numérica y de medios frente al ejército liberal, pero esta desventaja la compensaba con una mayor motivación de sus tropas y un mejor conocimiento y aprovechamiento del terreno: los carlistas fueron pioneros en España en el uso de trincheras para mejorar las posiciones defensivas. Además, la disposición de los frentes, a modo de un gran polígono en el que ellos ocupaban la posición central, les permitía concentrar sus fuerzas con rapidez en uno u otro lado. Los efectivos del ejército carlista crecieron considerablemente hasta mediados de 1874, para mantenerse posteriormente bastante estables, como puede apreciarse en el cuadro adjunto. Estas cifras incluyen las tropas de otras regiones que servían en el Ejército del Norte, pero no las fuerzas dependientes de las diputaciones, ni las milicias forales.

El Ejército Real del Norte estaba formado por 4 divisiones y una brigada:

División de Álava. Organizó 4 batallones de infantería en 1873; 2 batallones más y 1 compañía de guías en 1874 y en 1875 transformó la compañía de guías en batallón. Los carlistas no hacían distinción entre cazadores e infantería de línea y no agruparon nunca sus batallones en regimientos. De caballería, Alava levantó un escuadrón en 1873 que luego se integró en el Regimiento de Borbón con los de Vizcaya y Guipúzcoa. Por eso organizó después otro más, el Escuadrón de Húsares de Arlabán, que permaneció adscrito a la División de la provincia. Creó también en 1874 una sección de artillería de montaña y dos compañías de ingenieros que se integrarían después en los cuerpos centralizados. Los efectivos de la División de Álava oscilaron en 1875 en torno a los 4.500 a 5.000 hombres, que estaban encuadrados en 3 brigadas de 2 batallones. Contaba con un escuadrón.

División de Guipúzcoa. Organizó 8 batallones en 1873 y uno más, el batallón de reserva, en 1874. En este último servían los casados después del 21/04/72 y estuvo siempre sosteniendo el bloqueo de Guetaria. En 1875 creó además 1 compañía de guías y había también varias partidas de guerrilleros que operaban en los alrededores de San Sebastián y de Irún. También organizó un escuadrón y una sección de artillería de montaña que luego pasarían a los cuerpos centralizados. Por último, creó una compañía de telégrafo óptico en 1873 y dos de ingenieros en 1874. En total, la fuerza de la División guipuzcoana en 1875 era de unos 6.500 a 7.000 hombres y se agrupaba en 2 brigadas de 2 medias brigadas de 2 batallones cada una. Contaba con un escuadrón (152).

División de Navarra. Llegó a organizar 12 batallones: ocho en 1873, tres en 1874 y uno en 1875, y disponía además de varias partidas volantes operando en puntos periféricos. Organizó igualmente un regimiento de caballería, con dos escuadrones creados en 1873 y dos más en 1874. En 1873 contaba ya con una batería de montaña y varias compañías de ingenieros que en 1874 constituirían un batallón. En 1875 las fuerzas de Navarra oscilaban entre 11.000 y 13.000 hombres y estaban organizadas en 2 divisiones de operaciones de 3 brigadas con 2 batallones cada una. Entre los batallones estaba el de Aragón, que se refundiría en 1875 con el BI-XII de Navarra. Contaba con el RC del Rey con 3 escuadrones (600).

División de Vizcaya. En 1873 organizó 10 batallones, aunque en 1874 se redujeron a 8 al refundirse en uno los dos de Arratia y los dos de las Encartaciones. Ese mismo año se crearon dos compañías de guías y el BI-IX, al que se destinaron los casados después del 21/4/72 y que fue disuelto unos meses más tarde. Algunas partidas sueltas operaban además en las Encartaciones. En 1873 se formaron un escuadrón de caballería y una batería de montaña, que en 1874 pasaron a cuerpos centralizados. De ingenieros se organizarían dos compañías en 1874. La División de Vizcaya sumaba en 1875 de 7 a 8.000 hombres, según épocas, y se organizaba de forma idéntica a la de Guipúzcoa. Contaba con el escuadrón Doña Margarita.

Brigada de Cantabria. En 1873 se fundó el BI de Cantabria, en 1874 se creó otro y se formó la brigada que no pasó de 1.000 efectivos.

Uniformes del ejército carlista durante la Tercera Guerra Carlista.

Cuerpos centralizados

Tropas de la Casa Real. En 1873 se crearon dentro del Cuarto Militar de Carlos VII una compañía de guías y una pequeña escolta de caballería. En 1874 estas fuerzas aumentaron hasta formar un Batallón de Guías (cuyos componentes debían haber asistido al menos a dos hechos de armas) y un escuadrón de Guardias a Caballos. La fuerza normal del batallón en 1875 superaba los 800 hombres y el escuadrón los 160.

Escuadrón Real de Carlos VII durante la Tercera Guerra Carlista. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Artillería. En 1874 se decidió centralizar toda la artillería ante los problemas que podía generar el mantener en este arma una estructura territorial. La Batería de Navarra se transformó en la Bía-1 montaña, organizándose la Bía-2 con las secciones de Guipúzcoa y Álava. Con personal procedente de los batallones y la Batería de Navarra se organizó la Bía-1 montada, mientras la Batería de Vizcaya se convirtió en la Bía-2 montada. Andando el tiempo, se llegarían a organizar 4 baterías montadas, 6 de montaña, una sección Plasencia y un tren de sitio formado por dos compañías.

Durante la guerra, los carlistas conseguirían capturar 15 cañones a los liberales, fabricaron unos 25 más en las fundiciones de Arteaga y Azpeitia y trajeron otros 80 del extranjero. Existía además una fundición de proyectiles en Vera, un taller de recomposición de bastes en Bacaicoa y un parque de municiones en Estella. A mediados de 1875 servían en la artillería, incluido el personal de las fundiciones y talleres, 1.700 hombres, que llegarían a 2.000 a finales de año. La inferioridad artillera carlista fue abrumadora comparada con la liberal, especialmente en la campaña de Somorrostro.

Caballería. En 1874, los escuadrones sueltos de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, junto con otro escuadrón formado por pasados del ejército liberal (el escuadrón de Don Jaime), se agruparon para formar el RC de Borbón, que quedó centralizado. Sus efectivos durante 1875 oscilaron entre los 400 y 500 hombres.
Ingenieros.

Ingenieros. Las fuerzas de ingenieros no llegaron a centralizarse realmente, aunque hubo varios intentos en ese sentido. Las compañías de Navarra constituían el BING-I y las de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya el BING-II, pero de hecho siempre operaron independientemente.

Ejército carlista del Norte durante la Tercera Guerra Carlista. Autor Augusto Ferrer Dalmau.

Viaje de Moriones a Santoña

En septiembre de 1873 se había hecho cargo del ejército liberal del Norte el teniente general Domingo Moriones, y a finales de 1873, las tropas liberales se encontraban en la comarca de Tolosa, una zona que dificultaba los movimientos y se hallaba lejos de cualquier punto de interés estratégico. Las opciones que se le presentaban eran dirigirse a Pamplona o a Vitoria, pero tomó la de embarcarse para Castro Urdiales o Portugalete para evitar que el cerco a Bilbao fuese completo. Moriones decidió desembarcar en Santoña, plaza muy alejada del entorno de Bilbao.

Moriones embarcó en Pasajes el 20 de diciembre de 1873, y tras un penoso viaje desembarcó el día 25 los batallones de los RI-7 África, RI-39 Cantabria, RI-2 Castrejana, RI-29 Constitución, RI-27 Cuenca, RI-22 Gerona, RI-20 Guadalajara, RI-4 Tetuán, RI-5 Ramales, RI-32 San Quintín, y RI-33 Sevilla, BIL-15 de Alcolea, BIL-VII Ciudad Rodrigo, RIL-XIX Puerto Rico, 50 húsares de Pavía y unidades de guardias civiles y miqueletes guipuzcoanos. Los soldados llegaron en malas condiciones por la dureza de la campaña, con el uniforme desgastado y muchos sin alpargatas.

El mal tiempo fue la excusa que dio el capitán general para no moverse de sus posiciones. El 28 de diciembre, los carlistas habían cortado la ría en Zornoza por medio de cadenas atravesadas de orilla a orilla.

Moriones aprovechó para organizar el Ejército del Norte en:

  • BRI de vanguardia mandada por el brigadier Ramón Blanco con dos medias brigadas de dos batallones.
  • DI al mando del general Florentino Catalán con 3 BRIs (BRI-I mandada por el brigadier Joaquín Colomo, BRI-II al mando de Francisco Pardo y BRI-III al mando de Alonso Cortijo.
  • BRI de reserva a las órdenes del brigadier Joaquín Montenegro de ingenieros.

Tomadas las disposiciones, decidió por fin avanzar, pero de forma muy timorata. El 29 de diciembre, salió de Santoña y se estableció en Castro Urdiales con la BRI de vanguardia y la BRI-I de Colombo, quedando en Santoña y Laredo la DI de Catalán (-), y en Ampuero la BRI de reserva con una columna. En la idea de contar con más medios, el 1 de enero tropas de uno de los regimientos embarcaron en el ferrocarril para Alar del Rey (Palencia), con el objeto de escoltar de allí a Laredo dos baterías Krupp que venían de Zaragoza y Sevilla. En Santoña, Laredo y Castro Urdiales, que eran las tres bases de operaciones, dejó víveres y municiones en abundancia, y un gran número de acémilas para su transporte durante las operaciones.

Moriones dio al Ejército del Norte una orden gubernativa comunicando el golpe de Estado del general Pavía (3 de enero de 1874) y la asunción del poder ejecutivo por el general Serrano, mostrando la fidelidad al nuevo gobierno. El 4 de enero, el capitán general de Burgos, Buenaventura Carbó, declaró el estado de guerra en su demarcación, con el fin de dificultar las acciones de las partidas carlistas.

Mientras tanto, los carlistas concentraban efectivos en las Encartaciones, Somorrostro y Zornoza, reuniendo 18 batallones y 8 piezas de artillería de montaña. 3 BIs castellanos de Gerardo Martínez de Velasco ocuparon San Juan de Somorrostro, Ontón y sus alrededores. La DI de Navarra de Nicolás Ollo tomó posiciones en torno al importante paso Saltacaballo, clave de las posiciones sobre Castro Urdiales, acantonando el BI-I y el BI-II en Oñate y Talledo, el BI-III, BI-V y BI-VI con la batería de la división en Trucios, Mercadillo y Sopurta. Mendiry con 3 BIs alaveses, se acantonó en Traslaviñña y puntos intermedios; y el propio Carlos VII estableció su cuartel general real en Valmaseda, con el JEM Joaquín Elío, los guías y su escolta.

Reunida toda la fuerza gubernamental, que eran unos 11.000 efectivos y 22 cañones, de los cuales 8 eran Krupp y 2 rallados de a 12, parecía inminente la marcha sobre Bilbao para levantar el cerco. Sin embargo, pasaron los días y Moriones siguió sin hacer movimiento alguno, permaneciendo en Laredo “preparando las operaciones” y con la mayor parte de las unidades en Santoña y pueblos de los alrededores. Incluso se retiró de Castro Urdiales hacia Laredo y Limpias, mientras que el día 9 de enero, Catalán adelantó algo sus líneas (unos 5 km) para dejar Santoña y establecerse en los municipios de Escalante y Bárcena de Cicero.

Esta inactividad de movimientos se explica porque Moriones tenía un plan genial: volver a trasladar sus fuerzas a un escenario distante, en concreto a La Rioja y Navarra. Con ello pretendía atraer la atención carlista sobre Estella por la parte de Lerín y Portillo de San Julián, para que desguarnecieran la línea de Bilbao, y aprovechando la línea férrea de Miranda de Ebro, desembarcar en Castro Urdiales o Portugalete y arrollar a las escasas fuerzas carlistas que hubieran quedado en el asedio a Bilbao.

El día 10 de enero hizo una rápida marcha en busca del ferrocarril de Santander; embarcó sus batallones y, ganando horas, llegó a Miranda de Ebro por la vía férrea. De allí, después de un ligero descanso para racionar sus fuerzas y calzarlas, siguió a Logroño, y amagó a Estella por la parte de Lerín y el portillo de San Julián.

No se escondieron a los carlistas estos movimientos; pero no pudieron oponerse a ellos por falta de tiempo material, aunque en el instante de saberse por los generales carlistas la sospechosa marcha de Moriones, emprendieron la suya a Estella los navarros y alaveses, pernoctando el primer día en el valle de Llodio, el segundo en Alegría de Álava y el tercero en la Solana los navarros y en Bernedo los alaveses.

Al ver ya en esta situación a los carlistas, el general Moríones, en vez de llevar a cabo su aparente deseo de caer sobre Estella, pensó compensar la pérdida de Portugalete con la toma de La Guardia, punto fortificado de alguna importancia y del cual se habían hecho dueños los carlistas poco después de la batalla de Montejurra. Al efecto, y sin dejar de amagar a Estella, encargó al general Primo de Rivera que con 6.000 a 7.000 hombres y poderosa artillería, atacase la citada plaza guarnecida únicamente por el batallón riojano, de unos 600 hombres, que había organizado el veterano brigadier Llórente. Este se defendió tres días con gran valor; pero al tercero se agotaban ya las municiones, empezó a desmoralizarse la gente, acabando por producirse entre los sitiados graves desórdenes alentados por las desavenencias surgidas entre el anciano Llórente y su segundo. Herido mortalmente el citado brigadier carlista, capituló el día 1 de febrero la guarnición, entregando las armas y quedando en libertad al día siguiente.

Al saberse en Navarra el plan de Moriones sobre La Guardia, el general Ollo se encontraba en la Solana, en observación de la columna liberal de la Ribera que practicaba sospechosos movimientos por Lerín, Larraga y Sesma. No pudiendo el caudillo navarro abandonar la protección de Estella, ordenó que, en combinación con los batallones alaveses del general Mendiry, saliese para llegar oportunamente en socorro de La Guardia el brigadier Iturmendi, al frente de los batallones BI-II y BI-VI de Navarra, con Radica y Segura y dos piezas de montaña a las órdenes de Brea e Ibarra, cuyas fuerzas llegaron sin pérdida de tiempo a la Población y el Villar (distantes poco de La Guardia), precisamente cuando la plaza se entregaba al grueso del ejército de Moríones. Por lo que tanto los batallones navarros como los alaveses que se habían corrido a cubrir el puerto de Herrera, retrocedieron a sus acantonamientos cuando se hubieron convencido de que su presencia era ya completamente inútil.

La atrevida marcha del general Moriones tuvo el éxito que se proponía, y fue la segunda ocasión en que engañó tácticamente a los carlistas. Estos pudieron convencerse una vez más de que el general republicano amenazaba un punto para caer sobre otro, y el cebo era siempre el mismo, es decir, Estella. Amenazando a esta, tenían seguro los caudillos liberales que los carlistas dejarían las empresas y los planes mejor combinados sin ejecución, en el instante que se llamara su atención sobre Estella. Esta repetida falta en los carlistas produjo el levantamiento del sitio de Tolosa y la pérdida de La Guardia dos veces.

La pérdida de La Guardia no constituyó un verdadero fracaso para los carlistas, por más que los periódicos liberales dijesen por aquellos días que, si bien su ejército había perdido Portugalete, había, pero había recuperado La Guardia, y que esta compensación les era ventajosa.

Intento carlista de tomar Castro Urdiales

La primera consecuencia del abandono de Moriones de la zona de Castro Urdiales fue el intento carlista de capturar esta ciudad. El coronel Rada mandaba el BI-II de Navarra, y al saber que los republicanos habían dejado en la ciudad solamente un par de compañías de guarnición, propuso a Ollo entrar en la villa castreña, pidiendo solo como refuerzos la batería de Navarra para expugnar las murallas.

Ollo, mientras tanto, solicitaba el parecer del JEM Elío, enviando al jefe de Artillería Brea para que partiese a Oñates con Radica y efectuasen un reconocimiento en detalle sobre Castro Urdiales; al mismo tiempo ordenaba a la batería de Reyero que se preparase para la operación. Brea, Rada y Calderón (segundo jefe del batallón) examinaron las fortificaciones de la plaza a las pocas horas de haber partido Moriones.

Radica y sus acompañantes trazaron un plan de asalto, eligiendo las posiciones de artillería y de la infantería, y enviaron esa misma tarde sus propuestas.

A pesar de contar con el visto bueno de Elío, Ollo no aprobó el ataque, quizá porque se enteró de que Moriones había enviado desde Santoña 4 cañones, que a las cuatro de la tarde de ese día ya estaban desembarcando, a los que siguió poco después la guarnición.

Intento carlista de tomar Santander (del 17 al 20 de enero de 1874)


Fernando Fernández de Velasco había sido diputado a Cortes en tiempos de Isabel II, era hombre de gran influencia en la provincia de Santander y presidente de la junta de guerra de Cantabria. Propuso un buen plan para tomar Santander, idea que vino a coincidir con el propósito, que hacía tiempo ya abrigaba el general Elío, de destruir el ferrocarril que unía dicha capital con otros notables puntos del teatro de operaciones, siendo la arteria principal, por medio de la cual los liberales podían acumular considerables refuerzos sobre los carlistas. El plan fue reforzado por la marcha del Ejército del Norte días más tarde.

Los confidentes informaron al cuartel general real de que en aquellos días había en la ciudad 80 millones de pesetas en metálico y que la guarnición se componía solamente de 50 guardias civiles y 200 soldados. Elío aprobó el plan propuesto por Fernández de Velasco, y se encargó de la operación al general Torcuato Mendiry y al entonces comandante general de Castilla, Santiago Lirio, con siete batallones, dos cañones de montaña y 4 escuadrones (300 caballos), en total unos 4.000 efectivos.

El plan era dividirse en dos columnas, una a las órdenes de Torcuato Mendiry, compuesta por el BI-III y BI-V de Navarra y el BI-I y BI-III de Álava, la sección de artillería y el escuadrón del Príncipe, y la otra columna mandada por Lirio, y formada por el BI-III y BI-IV de Castilla, el BI de Cantabria, los guías y 3 escuadrones (2 de la División de Castilla y el otro de la de Cantabria).

La columna de Lirio debía cortar la línea férrea en Reinosa, y la de Mendiry debía dirigirse rápidamente a Ramales, converger con Lirio cerca de Santander y entrar en ese punto batiendo a su escasa guarnición, llevando como persona influyente en el país al presidente de la junta de Cantabria, Fernández de Velasco.

Ambas columnas rompieron la marcha en cumplimiento de su importante misión. Lirio entró aquella noche en Espinosa, después de un reñido combate con la columna de Medina de Pomar, a la que rechazó; pero en vez de cortar la vía por la parte de Reinosa, lo hizo por mucho más al norte, en Ontaneda y las Caldas, con resultados casi nulos, pues al poco tiempo fue reparada.

Mendiry pernoctó en Ramales, después de haber huido la fuerza liberal que defendía dicho punto; en la jornada siguiente avanzó hasta Riotuerto, a 23 km de Santander, en una marcha penosa por la neblina y la menuda lluvia que empezó a caer por la tarde; se despejó el tiempo al otro día, pero Mendiry no salió hasta las dos de la tarde, por temor, quizás, a los barrizales del camino.

Entretanto, el gobernador de Santander tuvo tiempo de saber las instrucciones y la aproximación de los carlistas, e hizo que se armase el pueblo y que se construyesen barricadas y todo género de defensas posibles, dada la premura del tiempo y lo inminente del peligro; también se dio aviso a las fuerzas navales del Norte que se encontraban en la bahía y en Laredo, transportando 600 hombres de infantería y carabineros de una columna volante. Supo Mendiry, a su vez, estas circunstancias, por sus confidentes, y reuniendo junta de jefes para tomar consejo en vista de lo ocurrido, resolvió no atacar por no considerar ya fácil la victoria, retirándose al fin los carlistas sin ser molestados, pero sin lograr su objetivo.

Toma carlista de Portugalete

Desde finales de diciembre de 1873, en que había quedado cortado el tráfico por la ría de Bilbao, puede decirse que el asedio de aquella villa había quedado establecido, pero faltaba reducir algunos fuertes exteriores, entre los que destacaba el de Portugalete. La ría fue interceptada un poco más arriba de Olaveaga, con cadenas y calabrotes que formaban con el eje de ella un ángulo de 45 grados, próximamente. Dos veces intentaron los bilbaínos destruir ese obstáculo material que daba al traste con sus esperanzas de socorro por la vía fluvial. El uno fue la salida de una fuerte columna desde Bilbao, que se retiró, rechazada por los carlistas; el otro fue arrojar sobre las amarras una especie de torpedo cargado con dinamita que no dio fuego a tiempo. En Portugalete, el sitio se había emprendido en serio por los carlistas, el 28 de diciembre.

Antonio Dorregaray, encargado por aquellos días del mando carlista, dispuso que los ataques por ambas orillas fuesen independientes en cierto modo, pero siempre contando con que el principal fuese el de la izquierda. La retaguardia de los carlistas estaba asegurada completamente por la distribución de fuerzas vizcaínas y navarras en las Encartaciones, para impedir el paso a la plaza que pudiera intentar el general republicano Moriones.

Los liberales habían salido de Bilbao el 28 de diciembre, desembarcado el mismo día en Portugalete. Llegaron en dos gabarrones con materiales para armar un blocao en el alto de San Roque, con un capitán de ingenieros y el resto de la compañía de dicho cuerpo, cuya mayor parte se hallaba ya allí desde mucho tiempo antes. Se dedicaron a mejorar las defensas existentes y construir las más apremiantes. La iglesia de Santa María estaba fortificada en el tercer cuerpo de su torre, y además la rodeaba un muro aspillerado, tanto del lado de tierra como del de la ría. La casa-escuela estaba unida por un muro sin aspillerar a la iglesia y al punto denominado el Cristo, que era un conjunto de casas, el cual se había cercado con un muro aspillerado, colocándose una pieza de montaña en el desván de una de ellas. Por la parte de Santurce había una cortina (llamada de Santa Clara) formada por otro muro aspillerado, con dos garitones en sus extremos. En el edificio de la fonda (que tampoco carecía de muro aspillerado) se colocó otra pieza rayada de montaña. Por la parte de la ría, se hallaba estacionada la goleta Buenaventura, dotada con dos cañones rayados de 12 centímetros y otro de 16, también rayado, como batería flotante. En el muelle viejo se construyó otro muro que ponía en comunicación la villa con el dique, y en el interior se habían construido traveses y espaldones para desenfilar calles y pasos de tropas.

Los carlistas tenían ya para entonces en disposición de funcionar las baterías de Sestao, San Roque, Campanzar de las Arenas, disponiendo los carlistas de la siguiente dotación de municiones: para cañones de a 12, 600 proyectiles; para los de a 13, 400; para uno de a 15, 100; para otro de a 14, 100; y para los poligonales, 160 granadas, cuyas espoletas eran de tiempos; los estopines fueron de fricción al principio, de cañizo luego, y últimamente se cebaba con pólvora de fusil; no había zaquetes, se cargaba con cuchara; y en fin, la pólvora era de cantera.

Para la infantería había fuertes y bien situadas trincheras a prueba de la artillería y a menos de 500 metros del recinto, siguiendo los accidentes del terreno: los fuegos se dirigían a los recintos, a las casas y a la guarnición y a los artilleros de la goleta. Los parapetos cubrían perfectamente a los tiradores, habiendo dirigido varias de estas obras el jefe de Ingenieros José Garín, quien en esas operaciones causó baja.

El día 29 de diciembre a las siete de la mañana se abrió el fuego por los carlistas sobre la goleta, la iglesia y demás defensas de tierra. Los días 30 y 31 se reprodujo el fuego de doce a tres de la tarde, habiéndose logrado quebrantar bastante la torre de la iglesia, desde la que tiradores escogidos hostigaban y hacían muchas bajas en el campo carlista por su dominante situación. El 31 de diciembre, se pudo incendiar una casa-cuartel de cazadores de Segorbe, pero el incendio fue apagado al poco tiempo; en cambio, se destruyó uno de los cuerpos de guardia de la fonda. A la vez se empezó a construir por los carlistas una nueva batería en las alturas de Lejona, para batir en mejores condiciones a la Buenaventura. También los liberales con sus disparos habían hecho necesaria la recomposición de casi todas las baterías carlistas, distinguiéndose por la certeza de aquellos la goleta y el vapor Gaditano que tomó parte en el combate del día 31; la infantería no cesaba de disparar una contra otra desde sus atrincheramientos.

El día 1 de enero, no hubo fuego de artillería, dedicándose ambas tropas contendientes al arreglo de sus respectivos desperfectos; bajó la actividad del general Andéchaga, los carlistas. El día 2, a las once de la mañana, se intimó la rendición a la plaza por el general Dorregaray, siendo rechazada la propuesta por el gobernador Tcol Amos Quijada, jefe del BIL-XXII de cazadores de Segorbe. En vista de esto, se abrió fuego por todas las baterías, batiéndose en brecha la torre de la iglesia, la cual al anochecer perdió el encofrado de madera de su techo, viéndose precisados sus defensores a repararlo de nuevo con sacos terreros. La goleta Buenaventura tuvo muchos desperfectos, dedicándose a ella solamente tres de los cañones de las baterías del Cristo y Sestao. El cañón liberal de la casa de los Pellos fue silenciado. Los cañones carlistas hicieron un total de 300 disparos.

El 3 de enero, se abrió fuego a las ocho. Un cañón de montaña quedó desmontado y deshecha la caseta donde se hallaba emplazado, por lo que no volvió a disparar en todo el día. El de a 12 liso abrió brecha en la torre de la iglesia; pero las piezas de Sestao obtuvieron poco resultado por su poco fuego, a causa de lo pesado y difícil de su manejo y la mala calidad de la pólvora. El fuego duró seis horas. El comandante de la goleta manifestaba a su jefe en oficio de aquel día los pocos cartuchos de fusil que le quedaban a causa de que la infantería había disparado 38.000 solamente en el día 3, para rechazar los ataques de los carlistas; confesando a la vez los destrozos causados por estos en la población y sus defensas. Las bajas que tuvo su tripulación fueron dos marineros y el mismo comandante herido, aunque levemente.

Calculando García Gutiérrez que los fuegos de la batería de Campanzar eran demasiado fijantes, fue autorizado por Andéchaga para trasladarla a San Roque, aproximándose 150 metros al recinto. Las otras baterías abrieron el fuego el día 4 sobre los mismos puntos, logrando continuar ensanchando la brecha de la torre y destruir su escalera. En todo el día arrojaron los carlistas 120 proyectiles. El comandante de la Buenaventura decía con aquella fecha que la torre se estaba cayendo y que había conseguido librar su barco de un brulote que le arrojaron los carlistas por la noche.

El día 5, un proyectil carlista hizo desplomarse con estrépito la quebrantada linterna de la torre, acompañando al fuego de sus antiguas baterías el de la nuevamente construida. Para conseguir aquel resultado, se calcula haber disparado los carlistas a la torre de 400 a 500 proyectiles. La escasez de estos hizo que, por orden de Dorregaray, se fundiesen balas a toda prisa en Alonsótegui y Castrejana. El día 5 se arrojaron a la villa 150 proyectiles. El fuego de las baterías de Sestao tuvo que suspenderse por haber destruido sus parapetos la artillería liberal. Por la derecha de la ría adelantaron también los trabajos carlistas, habiéndose terminado una batería en el alto de Lejona, a 120 metros de la plaza.

No pudiendo ya disponer la guarnición de Portugalete de la torre de la iglesia en buenas condiciones, se refugiaron sus defensores en la escuela. En consecuencia, los carlistas construyeron una batería a 100 metros de dicho edificio con objeto de desalojar a aquellos. La batería de Sestao continuó tirando con preferencia a la Buenaventura, porque la batería de las Arenas no hacía buenos blancos, a causa del corto alcance de la pólvora. Los liberales, por su parte, fortificaron y aspilleraron el muro o cortina de la parte de Santa Clara. Los tiros de los carlistas fueron bastante certeros, ocasionando averías de consideración en el casco y arboladura de la goleta. Su comandante se quejaba de escasez de municiones, en su parte oficial del día 6. El fuego de la batería de las Arenas se hizo más vivo y preciso a favor de una nueva batería que se construyó en un saliente de la costa, situado próximamente a mitad de distancia de Lejona y de la plaza.

Al amanecer del 7, se reanudó con igual tenacidad por ambas partes el fuego, en medio del cual se dedicaron los carlistas a la construcción de una batería más próxima en la vertiente de Lejona (orilla derecha). Consiguieron hacer completamente inhabitable la torre de la iglesia por la destrucción absoluta de sus defensas.

El 8 de enero, continuó el fuego en las mismas condiciones anteriores, convergiendo el de las baterías carlistas sobre la casa-escuela y el Cristo. Una bala de cañón carlista rompió la cureña de la pieza de montaña situada en este último punto; pero recompuesta provisionalmente, la emplazaron los liberales en una casa, para que unida a la otra dirigieran ambas sus fuegos a San Roque. A las ocho y media de la mañana entraron en el puerto los vapores Gaditano y Bilbao, con municiones de fusil y cañón para la guarnición y los barcos; pues el comandante de la Buenaventura, de acuerdo con el del Gaditano, resolvió que ambos se quedasen para contribuir a la mejor defensa de Portugalete. El primero de dichos buques empezaba a hacer agua a causa de uno de los disparos carlistas del día anterior, sobre la línea de flotación. Las bajas de la goleta el día 8 fueron un marinero muerto y 6 heridos, algunos graves; en la guarnición, un zapador a quien hubo que amputarle una pierna.

En la noche del 8 al 9 de enero, se hizo un fuego considerable de fusilería por parte de los carlistas, desde las Arenas y parapetos de la Atalaya, con objeto de distraer la atención de los liberales y dedicarse a los trabajos de aproche, e impedir algún desembarco, si lo había. La Marina contestó con algunos disparos de metralla y, efectivamente, desembarcaron los liberales una gran cantidad de municiones de infantería y artillería. La artillería carlista tiró poco durante el día por la escasez de proyectiles.

El día 10, consiguieron los carlistas incendiar dos casas del grupo del Cristo desde una nueva batería colocada a la altura de la cortadura del molino. La batería enterrada de las Arenas se dedicó a tirar a la Buenaventura y al Gaditano, con tanto acierto, que la primera tenía ya casi destruido su aparejo y una cuaderna hendida de un balazo. Al mismo tiempo, su comandante se confesaba impotente, en el parte oficial de aquel día, para proteger Luchana y el Desierto, conforme le ordenaba el comandante de marina de Santander. La citada batería de las Arenas se hallaba en el muelle mismo, a unos 100 metros de los referidos barcos, y la mandaba el capitán Nicanor Zaldúa.

De suma importancia para los carlistas era el deshacerse a toda costa, y cuanto antes, de los buques que defendían Portugalete. Conociendo, sin embargo, que no era fácil reducirlos al silencio o echarlos a pique, por la inferioridad de la artillería carlista en número y calibre, sobre todo desde la orilla izquierda, ordenó el jefe del sitio Dorregaray al capitán García Gutiérrez que pasase a la orilla derecha, donde, en vista de la situación de las baterías y de la menor distancia, pudiera intentarse con más ventaja destruir los mencionados obstáculos.

Autorizado García Gutiérrez por el general carlista, dispuso que el cadete Mejía se colocase detrás de una de las casas de las Arenas con las dos piezas poligonales de 8 centímetros; que después de cargadas al abrigo de ella, las descubriese solo en el momento de disparar, y que lo hiciese solo a los barcos y cuando se le previniese, reservando municiones para el amanecer, pues el cañón de a 12, de bronce, solamente contaba con 36 balas. Este fue puesto a las órdenes de Zaldúa, así como 70 tiradores escogidos, al mando del capitán Beitia, quien, colocando su gente a derecha e izquierda de la batería, no tenía más misión que hacer fuego cuando los barcos abriesen las portas para disparar. Al mismo tiempo, se colocó un mortero de 27 centímetros en otra batería para que al amanecer bombardease la villa.

Arreglado todo de esta manera, se abrió fuego vivísimo cañón a las diez de la noche, entre la artillería de los barcos y el cañón de a 12 de las Arenas, siendo muy certero por parte de los carlistas, a causa de hallarse a menos de 100 metros. El capitán Zaldúa demostró en aquella ocasión su inteligencia y valor, batiéndose contra seis cañones rayados de mayor calibre que el suyo, ayudado por los dos de montaña que mandaba el cadete Mejía. Si los carlistas hubiesen dispuesto de mayor número de proyectiles, no hubieran podido huir la Buehaventura y el Gaditano, como lo hicieron a las ocho del día siguiente. A las doce de la noche se habían agotado los proyectiles del cañón de a 12, y no tuvieron más recurso que echarse a buscar por el suelo los artilleros carlistas los que se encontrasen procedentes de los disparos hechos desde la orilla opuesta; solo recolectaron 16, que, como es de suponer, se arrojaron enseguida a los barcos.

Al amanecer del día 11, cesó el fuego de los cañones carlistas para dar algún descanso a los artilleros, conseguido ya su objeto de hacer retirar los barcos enemigos. Se rompió entonces el fuego de mortero sobre la villa, en la que se ocasionaron los desperfectos consiguientes, variando mucho, naturalmente, la situación de los de Portugalete; por la falta del apoyo moral y material que les prestaban los barcos, se dedicó la guarnición a mejorar sus fortificaciones y desenfilar sus ya reducidas comunicaciones. La fuerza de ingenieros se encargó de la defensa de la cortina de Santa Clara y calle de Coscojales, con la orden de retirarse en último extremo a la iglesia. El BIL-XXII de Segorbe se encargó de la manzana de casas de la fonda y plaza de la Constitución y una compañía del mismo cuerpo del dique y calle de Santa María, estableciéndose, por último, un reducto a prueba de artillería.

Asedio carlista de Portugalete (enero de 1874). Defensa de los liberales. Autor Ricardo Balaca, grabador Gastón Marichal

El 11 de enero, volvió a encargarse del ataque de la artillería por la izquierda el capitán García Gutiérrez a las inmediatas órdenes del coronel Juan María Maestre, que había llegado el mismo día, acompañado del antiguo capitán retirado José Juárez de Negrón y del capitán Rodrigo Vélez.

El día 12, se sostuvo por ambas partes un nutrido fuego de fusil y cañón. El coronel Maestre dispuso pasase a la orilla derecha el comandante Vélez para encargarse del ataque por las Arenas: Negrón se encargó del cañón de a 12 para batir la casa-escuela, y una pieza de montaña que había en la casa-botica. García Gutiérrez fue encargado de reponer las bajas de artilleros con voluntarios de los batallones vizcaínos, para hacer menos penoso el servicio de todos, y de volver a montar el aparato para poder usar el cañón de a 16 contra la iglesia, desde el alto de San Roque. El mismo Maestre, además de acudir a todas partes, se encargó personalmente de establecer la batería de morteros, animando a los artilleros. Es de creer que si el día 12 de enero no hubieran escaseado los proyectiles a los sitiadores, se hubieran rendido antes los sitiados; pero el ataque hubo de reducirse desde entonces a ir destruyendo poco a poco las defensas de los liberales. También por aquellos días se presentó de nuevo en el cuartel general de Dorregaray, el jefe de Artillería Berriz, ayudando a sus compañeros y subordinados.

El 13 de enero el coronel Álvarez y Cacho de Herrera consiguió el primer triunfo con la rendición de las fuerzas republicanas que guarnecían el fuerte de Luchana. Conforme a lo convenido en la entrega del fuerte, los prisioneros, que pertenecían al RI-12 de Zaragoza y a carabineros, fueron puestos en libertad en los alrededores de Castro Urdiales. Por orden del mando liberal, el destacamento de Olaveaga abandonó su puesto, replegándose a Deusto.

En los días 13, 14 y 15 de enero, continuaron el fuego de infantería y de artillería carlistas, avanzando sus obras paso a paso. En los días citados fue apoyada la guarnición por varios vapores que a la desembocadura de la ría abrieron el fuego contra las posiciones carlistas, especialmente hacia las Arenas. Desde este punto fueron trasladados los morteros carlistas a San Roque. Las noches fueron empleadas por las tropas liberales y carlistas en reparar las defensas, mutuamente destruidas durante el día. Los liberales aumentaron las de la iglesia haciendo otras barricadas en las calles. Los carlistas construyeron una batería nueva en las Arenas, completamente a cubierto de los fuegos contrarios.

Los días 16 y 17 de enero, se emplearon por los liberales en prevenirse de los trabajos de mina que por las alcantarillas pudieran realizar los sitiadores, mientras estos hicieron volar una el día 17 delante de la manzana de casas del muelle nuevo. Las avanzadas fueron sorprendidas; y a pesar de haber recibido los sitiados un refuerzo de 30 hombres, fueron tomadas las casas, asaltándolas por la brecha los carlistas con inusitado empuje. Como desde una de ellas se enfilaba la cortina de Santa Clara, dispuso el gobernador de la plaza desalojar a los carlistas e incendiarla. Así se verificó en la noche del 17, por la guarnición, protegida por el fuego de las dos piezas de montaña que los liberales emplazaron en la fonda, cuyo edificio era batido sin cesar por las baterías carlistas de las Arenas. El día 18 continuó el fuego de unos y otros, y los carlistas se aprovecharon de los escombros y materiales de la casa quemada el 17, a fin de aproximar sus fuegos y proteger los trabajos de una nueva batería más cercana, la cual apareció terminada el día 19 en la huerta de Armona, así como otra nueva también, en la carretera de Santurce.

Asedio carlista de Portugalete (enero de 1874). Incendio del barrio nuevo por los carlistas. Autor Ricardo Balaca, grabador Gastón Marichal.

El día 20, se hallaba ya tan destrozado el edificio de la fonda, por los proyectiles que sin cesar le lanzaban las baterías de las Arenas, que hubo de pensarse por los liberales en abandonarla.

Durante estos días, el trabajo incesante de los carlistas se redujo a seguir el bombardeo y acercar todo lo posible sus baterías y trincheras, situándose algunas a tiro de pistola. El capitán García Gutiérrez montó nuevamente el cañón de a 15 en dos medias carretillas unidas con traviesas y sujetas con alambres. Continuó el fuego contra la torre, que, a pesar de todo, no acababa de caerse, tan sólida era su construcción. El comandante Vélez desde las Arenas tiraba sin intermisión sobre la fonda, casas del muelle, de los Pellos y defensas exteriores de la iglesia, haciendo estas posiciones imposibles de defensa. Hasta que una granada arrojada a larga distancia por un barco de guerra entró en la batería carlista, hiriendo al comandante Vélez y algunos artilleros, y matando al teniente Idilio García Pimentel, sobre quien reventó la granada.

El 21 de enero, después de una tenaz defensa del Tcol Quijada, se rindió el fuerte de Portugalete. Dos cañones, armas, municiones, víveres, herramientas y útiles era el botín que cogieron los carlistas junto con la bandera del BIL-XXII de cazadores de Segorbe. Aunque realmente la defensa había sido llevada hasta el mayor punto por los republicanos, influyó muy particularmente la rendición de Portugalete, el ver por el Tcol Quijada que los socorros que había conseguido tener por los buques de guerra republicanos no tenían posibilidad de renovarse.

Las fuerzas que se rindieron en Portugalete eran el BIL-XXII de cazadores de Segorbe, un destacamento del RA-4 a pie, mandado por un teniente, y una fuerza del RING-3 a las órdenes de un capitán. El armamento de los cazadores de Segorbe sirvió para armar con él al BI-II batallón de Navarra, al que se destinaron también los instrumentos de la charanga del citado batallón liberal; el resto y las armas de los ingenieros y de las compañías del RI-12 de Zaragoza se entregaron, con el armamento antiguo del BI-II de Navarra, a los demás batallones carlistas. Las municiones se repartieron según las necesidades. Los cañones tomados al enemigo sirvieron para formar la Bía-2 de montaña.

Asedio de Portugalete (enero de 1874). Entrada del general Antonio Dorregaray con las tropas carlistas en la plaza. Autor Ricardo Balaca, grabador Gastón Marichal.

La rendición de Portugalete trajo por consiguiente la del fuerte del Desierto, que el día 22 capitulaba. Este destacamento se componía de fuerzas del RI-12 de Zaragoza mandadas por Francisco Ruíz de Alegría, que entregaron sus fusiles «Berdán», un cañón de campaña, de 8 centímetros, y gran cantidad de cartuchos. Comprendiendo los republicanos que Deusto seguiría esta serie de rendiciones, se ordenó que la guarnición de este último fuerte se replegara a Bilbao. Todas las líneas exteriores quedaban, así, dominadas por los carlistas.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-12-28. Última modificacion 2025-12-28.
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