Guerras de Independencia Hispano-Americanas Fase de reacción española (1814-18) Campaña de José Antonio Páez (1816-17)

Antecedentes

Tras la batalla de Urica (5 de diciembre de 1815), en Nueva Granada solamente quedaban guerrillas insurgentes pobremente armadas y dispersas, cada una al mando de un caudillo local: Ramón Nonato Pérez en la zona de Casanare, Pedro Zaraza entre las llanuras de oriente y la entrada de Caracas, José Tadeo Monagas junto en la zona de Aragua de Barcelona reconociendo la autoridad de Simón Bolívar en 1816, Manuel Cedeño en la zona de Angostura, José de Jesús Barreto en la zona de Angostura, y otros más.

Durante el periodo 1816-19, el 7,6 % de los encuentros se produjeron en el norte, el 10 % en el sur y el 82,4 % en el centro, en la zona de los llanos. Esta distribución indica que el ejército real tuvo relativo éxito para pacificar el norte y el sur, pero el centro quedó a merced de una guerra irregular que desgastó lentamente la maquinaria realista. Por ello, la concentración en los dos años extremos del periodo coincide con la imposición y el desgaste del ejército realista.

Desde el primer momento en que estalló la revolución, el barinés Manuel Antonio Pulido se adhirió a la junta insurgente de gobierno, asumiendo, entre otras tareas asignadas, la organización de sus peones y esclavos como combatientes.

José Antonio Páez, que había trabajado como peón en una de sus haciendas, concretamente la de El Pagüey, acudió a la llamada de su antiguo jefe, quien le asignó un grupo de hombres para que los mandase.

Entre los primeros combates en los que Páez intervino se destacan la acción de las Matas Guerrereñas, acción de los Estanques, la toma de Guasdualito y la batalla del Banco de Chire. Boves, el temible caudillo realista, había muerto en la batalla de Urica, y los llaneros que lo seguían comenzaron a abandonar las filas realistas para sumarse a las tropas mandadas por Páez.

Situación en Nueva Granada tras la huida de Bolívar en 1815. Campañas de 1815 a 1817. En amarillo las zonas insurgentes.

Batalla de Mata de la Miel (16 de febrero de 1816)

Fue el 16 de febrero de 1816, en la batalla de Mata de la Miel, cuando Páez adquirió su fama de caudillo indiscutible de los llaneros.

El día anterior a la batalla, las tropas insurgentes estacionadas en Guasdualito supieron que los realistas se acercaban; por ello el comandante de los insurgentes, el general insurgente Joaquín Ricaurte, sostuvo una asamblea con los oficiales para anunciar su decisión de ordenar la retirada de las tropas hasta la provincia de Casanare.

El capitán Páez se negó a cumplir con esta resolución, pues estaba decidido a defender con su sable a los habitantes de Guasdualito. De ese modo, con Ricaurte en retirada a Casanare, el aguerrido llanero quedó al mando de 500 lanceros llaneros y marchó para encontrarse con los realistas y batirles dondequiera que lo encontrasen. A distancia de una legua, la descubierta se topó con otra realista, a la cual cargó y puso en fuga. Les persiguieron con ahínco, pero no pudo coger ni un solo prisionero.

Avisado de la presencia realista, Páez redobló la marcha hasta encontrar la descubierta que estaba detenida, en un lugar llamado la Mata de la Miel, donde estaba el coronel Francisco López, que contaba con más de un millar de hombres, entre ellos más de 400 de caballería.

Páez se encontró con una descubierta realista de unos 30 hombres. El oficial que la mandaba intercambió balandronadas con Páez, desafiándole a un combate singular; sin advertirlo, Páez se fue acercando más de lo que debía. Los realistas hicieron fuego y el caballo de Páez cayó fulminado por un disparo, cogiéndole una pierna debajo de su cuerpo, y con gran dificultad pudo desembarazarse.

Los realistas pudieron sablearle en el suelo; pero se contentaron con solo dispararle algunos tiros. Nonato Pérez se acercó con un grupo de dragones y Páez les arengó diciendo: “Compañeros me han matado mi buen caballo, y si ustedes no están resueltos a vengar ahora mismo su muerte, yo me lanzaré solo a perecer entre las fuerzas enemigas”.

Obscureciendo, Páez formó sus tropas en 2 grupos, el primero al mando del comandante Ramón Nonato Pérez, el segundo con el comandante Genaro Vásquez a la cabeza. Los realistas formaron con la caballería en las alas y la infantería y artillería en el centro. En esa formación marcharon lentamente, acercándonos al ejército realista hasta hacerle romper el fuego. El coronel Francisco López, les dejó acercarse a menos tiro de fusil, y entonces abrió fuego con artillería y fusilería.

Páez ordenó cargar al primer grupo de llaneros mandado por Neonato, trabó combate con el ala izquierda de los realistas y puso en fuga a una buena parte. Mientras el segundo grupo de Genaro Vásquez entabló combate en desorden contra el ala derecha realista, siendo rechazados por la caballería realista. Páez acudió hacia el grupo de Genaro Vásquez para reconducirles al combate; en ese momento su caballo fue herido de un balazo, comenzando a dar corvos, siendo arrojado al suelo. Un tal Esteban Quero le cedió su caballo y se dirigió a los jinetes que retrocedían y les dijo “vuelvan caras”. En ese momento llegó Nonato con el primer grupo después de haber puesto en fuga al ala izquierda realista, y juntos derrotaron al ala derecha realista; solamente unos pocos consiguieron huir desordenados. Una vez derrotada la caballería realista, sobre las 20:00 horas, los llaneros cargaron contra la infantería que se había quedado sola, pero los infantes huyeron hacia los bosques para ponerse a salvo, donde no podía entrar la caballería y logran escapar.

Batalla de Mata de la Miel (16 de febrero de 1816).

La batalla había sido especialmente cruenta; unos 400 quedaron tendidos en el campo de batalla, aunque López consiguió huir; 500 de sus hombres quedaron prisioneros, así como unos 3.000 caballos y material diverso. En el bando insurgente, los capitanes Rafael Ortega y Gregorio Brito resultaron heridos, muriendo este último al día siguiente.

El gobierno de la Nueva Granada, del que eran dependientes en Casanare las tropas de su mando, le envió el despacho de teniente coronel. A consecuencia del buen tratamiento que dio a los prisioneros, dejándoles la libertad necesaria para desertar si querían y regresar a sus casas, a los que se negaron los mandó a la Nueva Granada (los anteriores comandantes insurgentes, siguiendo las órdenes de Bolívar, lo normal era que asesinasen a los prisioneros). Muchos antes de un mes regresaron para unirse a sus filas, pues en aquella época no cabía término medio entre ser amigo o enemigo. La noticia de la generosidad para con los prisioneros y el auge que da la victoria se difundieron por todos los pueblos de Barinas y de Apure, y sus habitantes, que antes tenían mala opinión de los insurgentes por la conducta cruel de algunos de sus jefes, empezaron lentamente a unirse a sus filas para llegar a ser más tarde el sostén de la independencia de Colombia.

Entre 1816 y 1818, Páez se convirtió en el Centauro de los Llanos, su autoridad y fama crecieron a la par de sus triunfos. El 16 de septiembre, la tropa y los oficiales de la guarnición de Guasdualito lo nombrarían jefe del Ejército en los Llanos. Posteriormente, vencería a los realistas en Paso del Frío, el Yagual, San Antonio, Banco Largo, San Fernando de Apure, Mucuritas, Guayabal, La Cruz, etc.

Batalla de Paso del Frío (13 de junio de 1816)

Tras la batalla de la Mata de la Miel, Guerrero fue llamado a la provincia de Casanare, y Páez quedó encargado del mando del ejército en Guasdualito. Dispuso que el comandante Miguel Antonio Vázquez marchase a ocupar el pueblo del Mantecal con 500 hombres de caballería; así lo verificó, desbaratando un piquete de 40 carabineros realistas, que encontró en ese punto. Más tarde fue desalojado y perseguido hasta la Trinidad de Arichuna por una columna de 800 hombres de caballería que, al mando del presbítero coronel Andrés Torrellas, se situó en el mismo pueblo del Mantecal. Vázquez continuó retirándose sobre Guasdualito, ante las noticias recibidas, y antes de que llegase a dicho pueblo, Páez salió a encontrarle y se puso a la cabeza de la columna, volviendo en el acto con ella sobre el Mantecal. Temeroso o precavido, Torrellas no quiso esperar y se retiró a Mata de Totumo; Páez le persiguió siempre en retirada hasta ponerse del otro lado del río Apure, que atravesó por el Paso del Frío. Páez se quedó en el pueblo del Mantecal, donde sobre a mediados de junio, resolvió López atacarle.

Sin embargo, después de haber sufrido el ejército insurgente muchas bajas, salieron a esperar a los realistas en la sabana limpia, donde formó su pequeña columna de 300 hombres, pues había mandado 50 al mando del capitán Basilio Brito al pueblo de Rincón Hondo; hizo el coronel López otro tanto a la derecha del caño de Caicara con una fuerza de 1.200 jinetes, 6 piezas de artillería y 400 infantes. Nada ocurrió durante el día, pues solo hubo algunas escaramuzas sostenidas por 200 carabineros realistas contra 50 de los insurgentes al mando del capitán Antolín Múgica, que los rechazó en varios ataques, produciendo algunas bajas realistas y tres heridos insurgentes.

Páez recelando ser sorprendido durante la noche, se retiró a un médano (especie de duna), rodeado de agua un tanto profunda, donde los realistas tampoco se atrevieron a atacar al día siguiente, permaneciendo a la vista hasta que por la noche, los realistas se retiraron al camino de Nutrias en busca del Paso del Frío. Cuando Páez descubrió la retirada, persiguió a los realistas, alcanzándolos dos días después, siendo sorprendidos a las cuatro de la mañana en el mismo Paso.

El enfrentamiento fue desastroso para los realistas, en el que perdieron 300 hombres entre muertos, dispersos y heridos, y 500 caballos.

Nombramiento del Páez como comandante en jefe

Después de la sorpresa del Paso del Frío, Páez regresó al Mantecal, y allí, a instancias del capitán Antonio Rangel y otros oficiales, mandó tomar la ciudad de Achaguas, distante 20 leguas del Mantecal, que se encontraba sin guarnición y podía ser tomada por sorpresa. Destacó 150 hombres, al mando de Rangel, con orden de ocultar, en cuanto fuera posible, el movimiento que debía verificar por el rincón del Zancudo, pasando el río de Apure Seco por el lado debajo de la boca del río de Payara, para poder atacar la ciudad por la espalda cuando nadie lo esperase.

Fueron inconcebibles las dificultades que tuvo que vencer el capitán Rangel para llevar á cabo este plan, porque todo el terreno por donde había de atravesar estaba inundado por los desbordamientos de aquellos ríos y los gamelotales (plantas forrajeras) que crecen a la vera del agua; pero al fin llegó a los alrededores de Achaguas sin que nadie detectara movimiento, y allí supo que había en la ciudad 100 granaderos en un cuartel situado en la plaza. Estas fuerzas habían cruzado el Paso del Frío, embarcadas, con el objeto de reunir a los dispersos y aumentar las filas con nuevas reclutas. Desgraciadamente, no le informaron también de que había otro cuartel en la orilla del río con 200 lanceros a pie.

Al amanecer atacó Rangel el cuartel de infantería y logró introducirse en él, atacando a lanza y sable a cuantos le resistían; pero en aquel momento los 200 lanceros cargaron sobre él y le obligaron a montar a caballo y retirarse fuera de la población, abandonando los prisioneros y armas que habían tomado. En aquel enfrentamiento, Rangel propuso retirarse por la misma vía que habían llevado; pero el fogoso capitán Antolín Múgica dijo que él no lo haría, y que antes prefería morir, continuando la lucha, invitando a todos para que les acompañasen en la continuación del ataque. Por su mal, algunos le siguieron, y en las cargas y rechazos que sucedieron, cayó su caballo en un jagüey, formado para tomar agua en el verano; allí fue hecho prisionero y fusilado por el presbítero coronel Andrés Torrellas; su cabeza, separada del tronco, fue introducida en aceite y remitida a la ciudad de Calabozo, donde se colocó en escarpia y permaneció en una execrable exhibición hasta que la encontraron el año 1818. Por orden del general Bolívar se la bajó y se le dio sepultura con la pompa de ordenanza.

Después de ese desgraciado suceso, Páez decidió cambiar de posición a la parroquia de Arichuna para tener más expeditas las comunicaciones con Guasdualito.

Entretanto, las tropas de Morillo, que habían ocupado la Nueva Granada y destruido su gobierno, habían también perseguido con una fuerte columna, al mando de Latorre, los restos de las tropas insurgentes hasta Casanare. El general Servier, jefe de los insurgentes en la desgraciada retirada de Bogotá a Casanare, solo pudo salvar unos 200 hombres de la dispersión que le había causado en Cáqueta, el 11 del mismo mes, el Tcol realista Antonio Gómez. El 13 de junio le alcanzó Latorre, pero no pudo impedir la retirada que logró realizar con algunas pérdidas, por haberla cubierto con el río Ocoa.

El 22 de junio, le volvió a alcanzar en Upía y acabó de dispersarle, siendo muy insignificante el número con que llegó al día siguiente a Pore, en donde se hallaba el general Urdaneta, que se unió a la emigración. Por el mismo tiempo, este fue destituido del mando, por orden del coronel Miguel Valdés, que había reemplazado en Guasdualito al general Ricaurte, en virtud de su renuncia. En Pore quedó al mando el coronel Juan Nepomuceno Moreno con el título de gobernador, pero sin fuerzas ni recursos suficientes para sostenerse.

Otras dos columnas habían atravesado, además, la cordillera en dirección a Casanare, y deseoso Latorre de que se aproximaran, detuvo su marcha con el objeto de rodear a los de Pore y terminar la campaña de aquella provincia. La columna, al mando del Tcol Escuté, siguió de Tunja por vía de Sogamoso y Tasco a las salinas de Chita, y ocupó el sitio de la Sacama como posición inexpugnable.

El coronel Juan Villavicencio bajó de San Gil con 260 caballos, y el 29 de junio tuvo un encuentro en las llanuras de Guachiria con 80 hombres de la misma arma y 65 infantes al mando de Moreno, quien le disputó bizarramente el campo, siendo abandonado por ambos en la obscuridad de la noche a causa del mutuo recelo de ser cargados por fuerzas mayores. Villavicencio volvió hacia la cordillera con bastantes pérdidas, y los insurgentes hacia Pore, quedando así dueños otra vez de la llanura hasta que evacuaron la ciudad y se dirigieron con una gran parte de la emigración a la villa de Arauca.

Latorre ocupó Pore el 10 de julio y los persiguió hasta Bocoyes; pero no pudo alcanzarles y regresó a esa ciudad, tomando allí cuarteles de invierno mientras duraba lo recio de las lluvias y bajaban los ríos, recrecidos entonces.

En la Trinidad de Arichuna, Páez recibió una comunicación del coronel Valdés, comandante general de las tropas de Casanare, para asistir en Arauca a una junta de jefes y oficiales granadinos y venezolanos, que se reuniría con el objeto de establecer un gobierno provisional y elegir un jefe que lo reemplazara. El Tcol Fernando Serrano, gobernador que había sido de Pamplona, fue nombrado unánimemente presidente del Estado; para ministro secretario, el doctor Francisco Javier Yáñez; para consejeros de Estado, los generales Servier y Urdaneta, y para general en jefe del ejército, el entonces coronel Francisco de Paula Santander. Este Gobierno se instaló en Guasdualito, y sus miembros juraron sostenerle y no capitular jamás.

Después de ese suceso, Páez se dirigió con Santander al pueblo de Trinidad, en donde se encontraba su columna, la única que existía entonces. Los caballos estaban inhabilitados para emprender operaciones activas, y encontrándose Ramón Nonato Pérez en las sabanas de Cuiloto con 200 hombres y 1.000 caballos, sin querer reconocer autoridad alguna, fueron comisionados a Santander, Páez, y el padre Trinidad Travieso para persuadirle de que se uniese con su gente al ejército. Se le hizo el ofrecimiento, pero lo rechazó.

En vista de la necesidad que tenían de caballos, Páez fue comisionado por el mismo Santander para ir al hato Lareño a coger potros para remonta de la caballería, lo que realizó, llevando 500 al cuartel general. Una legua antes de llegar a la presencia de Santander, supo por varios jefes y oficiales que salieron a encontrarle, que la tropa le había nombrado jefe supremo y estaba formada en su campamento, aguardándole para obtener su consentimiento. Dichos jefes y oficiales le rogaron, cuando llegó a la parroquia, que no fuese a dar cuenta a Santander del resultado de la comisión, puesto que ya él era el jefe.

Páez tomó posesión del mando supremo de aquellos restos de las Repúblicas de Nueva Granada y Venezuela, formó una junta para conocer la opinión de los principales oficiales sobre las operaciones que debían emprenderse para salvar las últimas esperanzas que tenían y convenir en el plan de operaciones contra los enemigos de la independencia.

El estado en que se encontraban las tropas y los recursos con que contaba para salvar el país estaban en un estado deplorable. Los caballos del servicio, indómitos y nuevos, estaban extenuados, porque en la parte de los llanos que ocupaban, el pasto escasea y era de mala calidad. La mayor parte de los soldados no tenían más arma que la lanza y palos de albarico, afilados a manera de chuzos por una de sus puntas; muy pocos llevaban armas de fuego. Se cubrían con guayucos (taparrabos); los sombreros se habían podrido con los rigores de la estación lluviosa, y la falta de silla para montar debía suplirse con la frazada o cualquier otro asiento blando. Cuando se mataba alguna res, los soldados se disputaban la posesión del cuero que podía servirles de abrigo contra la lluvia durante la noche en la sabana despejada, donde tenían que permanecer a fin de no ser cogidos por sorpresa; pues, a excepción del terreno que pisaban, todo el territorio estaba ocupado por los realistas, y más de una vez fueron perseguidos y muertos los que cometían la imprudencia de separarse del centro de las fuerzas.

El alimento ordinario y único era la carne sin sal ni pan. Faltaban caballos, y como estos eran un elemento indispensable del soldado llanero, era preciso ante todo buscarlos; así, los primeros movimientos tuvieron por objeto la adquisición de los équidos. Los que generalmente se conseguían eran cerriles y se amansaban por escuadrones a la usanza llanera, es decir, al esfuerzo de los jinetes, siendo curioso el espectáculo que ofrecían 500 o 600 de estos a la vez, bregando con aquellos bravos animales.

A los soldados había que añadir el grupo de hombres, mujeres y niños, sin hogar ni patria, que eran la imagen de un pueblo nómada, que después de haber consumido los recursos de la zona que ocupaban, levantan sus tiendas para conquistar otra por la fuerza.

Batalla de Achaguas o de El Yegual (8 de octubre de 1816)

Los oficiales insurgentes no estaban de acuerdo con los jefes respecto a la decisión que debía tomarse: unos eran de la opinión de ir a Barinas, otros de cruzar el río Orinco, para reunirse con la partida de Cedeño en Caicara; pero al fin prevaleció la opinión de Páez, que era ir al encuentro de los realistas que se encontraban en Achaguas, para destruirlos y apoderarnos del bajo Apure, donde se hallarían recursos con que hacer frente a Morillo, además de obtener la ventaja de ponerse en comunicación con Cedeño y no permanecer entre dos enemigos, ambos más fuertes que ellos.

A finales de septiembre, Páez se dirigió al Bajo Apure, por el camino que de la Trinidad conduce al Rincón Hondo, y de allí a Achaguas. Sabiendo el coronel realista Francisco López que iba en su busca, salió al encuentro. Cuando se encontraba en las Queseras Blanqueras, a poca distancia de los insurgentes, se le presentó un insurgente, llamado Ramón La Riva, quien se había separado de la emigración, y, entre otras cosas, le dijo «que no aguardara a los insurgentes en campo raso, porque si bien sabían que eran inferiores en número y armas, confiaban mucho en su destreza para manejar la lanza, con cuya arma no temían á los enemigos en un combate de sabana limpia; que tuviera presente que aquellos hombres estaban resueltos a vender cara la vida y hasta a matarse unos a otros en caso de un revés«.

López no despreció la información y contramarchó algunas leguas en demanda de la ribera izquierda del Arauca, para tomar fuertes posiciones en el hato de El Yagual, propiedad de un vizcaíno de nombre Elizalde. Al recibir Páez la noticia del movimiento, marchó con sus tropas y la emigración hasta los médanos de Araguayuna, distantes 16 o 18 leguas de Achaguas. Allí dejó las mujeres, niños y los hombres inútiles para la campaña, bajo la custodia de una compañía de caballería, toda ella de hombres escogidos, al mando del capitán Pablo Aponte, e incorporando al ejército todos los que podían tomar las armas, formó un cuerpo de reserva con los clérigos, hombres de letras e inhábiles para el servicio militar, los cuales puso las órdenes del capitán Juan Antonio Mirabal.

Las fuerzas estaban organizadas desde la Trinidad de Arichuna en tres escuadrones: el primero, al mando del general Rafael Urdaneta; el segundo, a las órdenes del coronel Emmanuel Servier, y el tercero, a las del coronel Santander. Todas estas tropas, incluyendo la reserva, reunían unos 700 efectivos.

El coronel realista Francisco López tenía una fuerza de 1.700 jinetes, 600 infantes y 4 lanchas con cañones.

Páez vio una polvareda formada por 55 jinetes realistas que salían a hacer un reconocimiento bajo las órdenes del capitán Facundo Mirabal, 30 armados de carabina y lanza, y el resto (25) solo con lanza.

Cuando el jefe de la partida realista vio que se acercaban los insurgentes, salió del hato arreando apresuradamente unos 100 caballos para ponerlos fuera del alcance. Los caballos eran de lo que estaban necesitados los insurgentes; así que Páez marchó al trote contra el enemigo. Los realistas hicieron alto y presentaron frente; los insurgentes se lanzaron sin vacilar sobre ellos, cargándoles con coraje. Los realistas pronto cedieron el terreno y emprendieron fuga al ver que no habían logrado detenerlos ni con los disparos de sus 30 bocas de fuego, ni con las lanzas. Hubo entre los realistas muchos muertos y prisioneros, escapando solo ocho, y entre ellos el capitán Mirabal, quien, abandonando el caballo que montaba, se refugió en el bosque de la Mata de la Madera, para librarse de los jinetes que le acosaban.

Batalla de Achaguas o de El Yegual (8 de octubre de 1816).
Batalla de Achaguas o de El Yegual (8 de octubre de 1816). Detalle.

El día siguiente, Páez continuó su marcha y acampó en las Aguaditas. Los realistas estaban a una legua de distancia; allí los insurgentes permanecieron, sin hacer movimiento alguno, para dar descanso a los caballos, y por la noche emprendieron marcha, describiendo un semicírculo a fin de situarse a la espalda de los realistas. Después de sufrir penalidades, pues la oscuridad de la noche, lo pantanoso del camino y las cañadas dificultaban la marcha, que debía ser muy sigilosa para evitar que los realistas los detectaran cruzando el estero, salieron con el alba a terreno seco y avistaron a los realistas. López tenía formada la caballería detrás de la casa y del corral del hato, y la infantería dentro de la misma majada, cuya puerta se hallaba defendida por 4 piezas de artillería. En el río Arauca, que dista casi un tiro de fusil del hato, tenían los realistas cuatro lanchas armadas con cañones.

Los insurgentes se aproximaron a los realistas formados en tres grupos: el escuadrón de Rafael Urdaneta a la vanguardia, el escuadrón de Emmanuel Servier en el centro y el escuadrón de Francisco de Paula Santander a la izquierda. La reserva del capitán Mirabal estaba a retaguardia, fuera del alcance realista.

Mientras el capitán José María Ángulo, con un piquete de carabineros, hacía un reconocimiento del terreno a la derecha realista, fue acometido por fuerzas superiores, y como fue reforzado con el resto de la compañía, conoció López que el ataque general podía empeñarse por ese flanco. Dispuso en consecuencia que un escuadrón de carabineros saliese por su izquierda para flanquear la derecha insurgente. Se acercaron y, favorecidos por una cañada llena de agua que se hallaba entre ambos bandos, abrieron fuego con gran ventaja, no solo por lo corto de la distancia que los separaba, sino porque los insurgentes no tenían bastantes armas de fuego con qué contestar a sus disparos. Páez destacó entonces la mitad del escuadrón de Santander, al mando del intrépido Jenaro Vázquez, para que, atravesando la cañada, desalojase a los realistas de esa favorable posición.

Los realistas comenzaron a huir cuando llegó un escuadrón de lanceros, con lo que Vázquez se vio obligado a combatir, perdiendo el terreno que habían ganado. Páez envió al coronel Santander con la otra mitad, y juntos pudieron rechazar de nuevo a los realistas.

Resuelto el jefe realista a no ceder terreno, envió un nuevo refuerzo de dos escuadrones, y Páez dispuso entonces que el general Servier avanzara con el segundo escuadrón en auxilio de Santander, y que procurase al mismo tiempo flanquear y envolver al enemigo por su flanco derecho.

Cuando Santander y Servier se hallaban más empeñados en un combate a lanza, salió por la derecha el coronel Torrellas, segundo de López, con un escuadrón de 200 hombres al mando del comandante Morón, con el propósito de destruir por retaguardia las fuerzas insurgentes; para lograr dicho objeto mandó López al mismo tiempo cargarles con todo el resto de su caballería.

Al ver el movimiento, Páez ordenó a Urdaneta que saliese al encuentro, y lo acompañó en persona. El combate fue desesperado y sangriento, viéndose al fin algunos realistas obligados a arrojarse a la laguna y pasarla a nado. Este triunfo salvó los escuadrones de Santander y Servier, que se encontraban en grande aprieto.

Los insurgentes persiguieron vigorosamente a los realistas y les cargaron hasta la misma puerta del corral del hato, donde murió el valiente capitán Vicente Braca, atravesado por una lanza que le arrojó un zambo llamado Ledesma. Gran parte de la caballería realista abandonó el campo en derrota, y solo quedaron a López unos 1.000 jinetes que se habían refugiado detrás de la infantería en las afueras del corral.

Páez reorganizó sus fuerzas y permaneció todo el resto del día cerca de los realistas, que no se atrevieron a empeñarse de nuevo en el combate. López se mantenía en una fuerte posición, resguardada la infantería dentro de las cercas del corral y defendido con su artillería. Cuando llegó la noche, y para evitar que los realistas los sorprendieran durante la oscuridad, los insurgentes se metieron dentro de un estero lleno de agua.

Campaña de Páez en 1816.

Combate de Banco Largo (7 de noviembre de 1816)

El día siguiente, una vez descansados, los insurgentes provocaron a los realistas a nuevo combate, que rehusaron. Durante la noche se retiraron a Achaguas, mandando sus heridos y la artillería en las lanchas, las cuales bajaron por el Arauca hasta su confluencia con el Apure Seco, y luego remontaron este río hasta la ciudad por cuya orilla pasa. Los insurgentes salieron en su persecución, y al día siguiente llegaron a la orilla derecha del Apure Seco, frente a Achaguas, donde una mujer, que había cruzado el río en una pequeña canoa, les informó de que los realistas se habían retirado también de ese punto.

Entonces cruzaron de dos en dos en la canoa de la mujer, y entraron en una casa de la plaza de aquella ciudad con el objeto de buscar algún papel o aviso que nos informase de lo que pasaba por el mundo, pues llevaban mucho tiempo sin noticias del exterior. El capitán Genaro Vázquez se cruzó con una compañía de carabineros. Estaban registrando un edificio cuando se escuchó una descarga; lo abandonaron precipitadamente. En esto llegó de la orilla de la ciudad, opuesta al río, un dragón que dijo que venía herido por una descarga del enemigo que estaba emboscado en aquel punto.

Se apresuraron a repasar el río, pero las 4 cañoneras realistas aparecieron navegando río arriba, con el claro designio de cortarles la retirada, y su infantería, que estaba emboscada, fue corriendo hasta la orilla del río, donde ocupó una trinchera que tenían preparada de antemano. Desde allí hicieron fuego a los que estaban en la otra parte del río y a la compañía de Vázquez que estaba a la derecha. Las lanchas hicieron también disparos de cañón y se acercaban con objeto de cortar a Vázquez; pero los carabineros las rechazaron río abajo cinco o seis veces. Mientras tanto, Vázquez hacía pasar sus soldados a nado o con pequeñas porciones, valiéndose de la canoa para conducir las armas y la ropa, y al fin logró reunirse con la pérdida de solo 12 hombres entre heridos y dispersos. La noche puso término al combate y durante ella los realistas salieron de Achaguas hacia la plaza de San Fernando de Apure.

López se había ido por delante con la caballería y algunos infantes al pueblo de Apurito, dejando el resto de la infantería, que habían encontrado en Achaguas, al mando de Reyes Vargas, mientras que él, pasando el río Apure, se situó en su orilla izquierda entre los pueblos de San Antonio y Apurito. Nombró entonces de jefe al comandante Loyola, y él con algunos oficiales se embarcaron para la ciudad de Nutrias, que estaba fortificada.

Páez envió al coronel Miguel Guerrero a San Fernando con una parte de las fuerzas insurgentes, y él con el resto se dirigió al pueblo de Apurito, donde no encontró realistas, pues López había pasado el río de Apure y había tomado posición en su orilla izquierda para disputar el paso con las 4 cañoneras.

En tal posición los insurgentes permanecieron algunos días por la falta de medios con que pasar el río. Entretanto volvió López de Nutrias, y al saber que Páez se encontraba allí, le invitó a una entrevista. Accediendo a sus deseos, acudió, acompañado de algunos oficiales, a encontrarse en una canoa hasta la mitad del río. López se embarcó en una lancha cañonera y le acogió con gran cortesía. El motivo era que López quería conocer a su enemigo en persona.

Terminada la tregua de la entrevista, Páez ordenó al capitán Vicente Peña que cruzara el río con sus dragones sin ser detectados y atacase a los realistas. El cruce se hizo de noche a las 12:00 del día siguiente; Peña abrió fuego por sorpresa contra los realistas. No habían realizado 100 disparos, cuando los realistas, despavoridos, echaron a correr, creyendo que eran atacados por fuerzas superiores. El coronel López se embarcó y se retiró sin examinar siquiera el número de los que le atacaban. Páez mandó pasar en auxilio de Peña una compañía de lanceros y 80 carabineros desmontados. Antes de anochecer mandó que repasaran el río los lanceros, para que las fuerzas de vigilancia del coronel López creyesen que no quedaban insurgentes en la otra parte; y si por acaso venía él aguas arriba para dirigirse a la plaza de Nutrias, como era probable, ordenó a los carabineros que se dividiesen en dos grupos, uno emboscado en el manglar y otro al abrigo de una zapa volante que se había formado en un islote de arena, situado en medio de la corriente.

Sucedió como Páez había sospechado: sobre las ocho de la noche empezó la escuadrilla de López a subir el río, y las emboscadas le abrieron los fuegos; dos de las flecheras retrocedieron, una atracó en tierra, y su tripulación huyó de la que hicieron un prisionero. López logró pasar el punto donde estaban las emboscadas. Por el prisionero supo que era la flechera del gobernador la que había pasado, y al instante decidió apresarla. Antes había mandado una partida de caballería para coger otra flechera apostada en el paso del pueblo de Banco Largo, distante diez leguas del pueblo de Apurito. Páez ya sabía que la operación había sido un éxito, y para aprovechar todos sus frutos, mandó inmediatamente orden para que la misma partida fuese en la flechera apresada para encontrar a López y abordarle. La flechera partió con rapidez, y navegando río abajo encontró al amanecer del día siguiente la de López. Esta conoció que no era amiga, y viró de bordo para ganarle ventaja, ayudada por la corriente.

Bajaban, pues, las dos embarcaciones una a la caza de la otra. Desde el campamento insurgente sabían que la primera barca era la de López, y para cortarle la retirada equiparon la canoa con ocho hombres y la flechera capturada la noche antes con toda la gente que cupo en ella; salieron al encuentro de la que evidentemente huía. López mandó a sus remeros que hicieran fuerza de remos, y sin que pudieran impedirlo, pasó por delante de las embarcaciones insurgentes. Continuaron dándole caza, y una bala acertó a matar al patrón de la lancha realista; esta quedó sin gobierno, y en momento de dar una vuelta a la ventura, la abordó la canoa insurgente, cayendo en poder insurgente López, dos oficiales y toda la tripulación.

Teniendo ya tres lanchas armadas, Páez ordenó que se procediera inmediatamente a ponerlas en estado de servicio para ir a atacar a las otras cuatro realistas que estaban apostadas frente al pueblo de Santa Lucía, distante unas seis u ocho leguas de Apurito. El capitán Vicente Peña fue el encargado del mando de dichas flecheras, y con el objeto de engañar al jefe que mandaba el convoy realista, hizo que Peña se pusiese el sombrero tricornio del gobernador López, y que en la misma lancha que había sido de este, se colocara a la proa para que contestase el quién vive de los enemigos fingiendo ser el gobernador, a fin de que pudiera acercárseles lo suficiente para entrarles al abordaje sin disparar un tiro. La estratagema fue inútil, porque al acercarse Peña a los realistas, le mandaron hacer alto. Sin hacer caso de esta prevención, Peña mandó bogar avante, y cuando estaba a menos de medio tiro de cañón, recibió los primeros fuegos. Cargó entonces al abordaje con tal brío y buena fortuna, que cayeron en su poder las cuatro flecheras. Con ellas se dirigió a Apurito para remontar el Apure y batir otra escuadrilla que, al mando de Juan Cornos, estaba en el Puerto de Nutrias. Páez pasó el río Apure con todas las fuerzas que tenía y siguió para la ciudad de Nutrias.

A los dos días de marcha pernoctó en el pueblo de Santa Catalina, situado a la orilla izquierda del río Apure; al amanecer del día siguiente fue informado de que un poco más debajo del pueblo había cinco lanchas realistas. Eran las de Comós. Careciendo de medios para atacarlas, se propuso al menos detenerlas hasta que llegasen las insurgentes. Para ello se metió en el río en compañía de Aramendi y de 25 lanceros, colocándonos todos, con el agua al pecho, en un banco de arena, situado en la mitad del río, y a cuyos costados corren las profundas aguas del Apure. Ejecutamos la operación a vista de los realistas, que fueron inmediatamente sobre ellos, hicieron fuego de metralla con sus cañones durante más de una hora sin causarles daño, porque los insurgentes se zambullían en el agua al brillar de la llama de la ceba. Por fin, viendo que no causaban ningún daño, remontaron las lanchas por el canalizo de la derecha. Los insurgentes salieron del agua, montaron a pelo los caballos y, corriendo un poco más arriba, se lanzaron de nuevo al río, con la resolución de abordar aunque fuese a menos una de las lanchas. Pero no lograron su objetivo, porque la configuración de la barranca del río y su impetuosa corriente los dispersaron, de suerte que no pudo haber unidad de acción. La fortuna fue que no tuvieron ninguna desgracia personal en aquella empresa de locos.

Poco después llegaron las cañoneras insurgentes, atraídas por el fuego de cañón, cuando este había ganado mucha ventaja con la distancia. Páez continuó la marcha sobre Nutrias y durmió aquella noche en el pueblo de Santo Domingo, de donde a la mañana siguiente salió hacia el río, que no estaba distante, para tratar de entorpecer cuanto pudiera el viaje de Comós, y subiendo a una canoa bien tripulada, logró contenerlo por más de tres horas, atacando siempre la última de las embarcaciones que iban remontando, a fin de que las demás desandasen el camino, con el fin de defenderla.

Cuando el jefe realista divisó las velas de la escuadrilla insurgente, continuó su remontada a favor de una brisa favorable y a pesar de los disparos que le hacían desde ambas riberas.

Páez siguió su marcha sobre Nutrias por tierra; pero cuando llegó a dicha ciudad, ya los realistas la habían abandonado. Comós siguió navegando río arriba, llevándose todas las embarcaciones que había en el puerto de Nutrias, y con ellas muchos individuos que pertenecían al partido realista. Alcanzóle Peña en la boca del río Masparro, y allí le batió, apoderándose de todas las embarcaciones armadas y sin armas, que ascendían a 24. En premio de este glorioso hecho, Páez ascendió al intrépido Peña al grado de teniente coronel de Marina, poniendo a sus órdenes todas las fuerzas navales.

Asedio de San Fernando de Apuré

En Nutrias destinó al general Urdaneta con todas las fuerzas para ocupar la capital de Barinas y formar allí un ejército con el que obrase según lo demandaran las circunstancias; y Páez, en su escuadrilla de doce lanchas, bajó el río Apure para ir a apoderarme de la plaza de San Fernando. Dio a Peña la orden de continuar bajando el río hasta la boca del caño de Biruaca, donde debía aguardar instrucciones, y desembarcar en el pueblo de Apurito; de allí fue a la ciudad de Achaguas para después reunirme con su segundo, el comandante Miguel Guerrero, que se hallaba en el sitio del Rabanal. Con la pequeña guarnición que encontró en Achaguas continuó la marcha para San Fernando, y tomando de paso la fuerza de Guerrero, estrechó el cerco de la plaza por tierra. Mandó 200 de caballería a la boca del caño de Biruaca para que se embarcaran en las doce lanchas y asaltaran la plaza durante la noche por la parte del río, mientras que Páez hacía un ataque por tierra, con 200 lanceros más que preparó al efecto.

Este plan no pudo tener el éxito que esperaba, por la mala información que había proporcionado un realista llamado Herrera, a quien algunos días antes habían hecho prisionero y perdonado. Herrera había estado al lado de Guerrero, y siendo apureño, conocía muy bien el obstáculo que presentaba, a poco más de una milla de la plaza, un bajo que se forma en la confluencia de los ríos Apure y Portuguesa, en donde era necesario que se desembarcase la gente para que las lanchas pudieran pasar aquel obstáculo. El general Correa, jefe de la plaza, ordenó que una fuerte columna de infantería se emboscase en la orilla del río, en el mismo lugar que le indicó Herrera, en el que, cuando desembarcaron los insurgentes, abrieron el fuego sobre ellos y los dispersaron, apoderándose de ocho lanchas de las doce en que iba la expedición. Los 200 hombres que debían atacar la plaza por tierra, y que ya estaban a menos de tiro de pistola de ella, oyeron el fuego que no estaba dirigido contra la ciudad, y regresaron en busca de sus caballos, e inmediatamente se reunieron a la línea de sitio.

Páez continuó estrechando la plaza por el lado del Sur, y con el objeto de cortar sus comunicaciones con la capital y los llanos de Calabozo, dispuso que el comandante Rangel atravesara el río por la boca del Copié con 80 hombres de la Guardia, y sorprendiera el pueblo del Guayabal, situándose luego en el camino que conduce a Calabozo y Caracas. Allí interceptó una comunicación que Correa dirigía al Tcol Salvador Gorrín, contestándole un oficio fechado en Camaguán, que dista siete leguas de San Fernando, en el cual le participaba que venía con fuerzas suficientes para prestarle auxilio. Informado Páez de que Gorrín había salido de Calabozo con 500 hombres de infantería, 300 de caballería y 500 caballos para remontar los jinetes que tenía a pie en la plaza, se propuso salir a batir esa fuerza, pues si entraba en la ciudad, daría a los sitiados grandes ventajas.

A la cabeza de dos escuadrones marchó hacia la hacienda del Diamante, y después de caminar toda la noche, llegó a dicho punto al amanecer, y por allí cruzó el río. Dos o tres horas después pasaron también a nado el río Apurito, y por el camino del Guayabal fue a reunirse con Rangel, que le esperaba en la laguna del Palital. En aquel momento estaba empeñada la descubierta de carabineros de este con la de la de Gorrín; apresuró la marcha para llegar a tiempo de auxiliar a Rangel.

Apenas había formado la fuerza, aumentada con los 80 hombres de Rangel, cuando Gorrín rompió el fuego. Los insurgentes cargaron por el frente y el flanco, y lograron poner en fuga la caballería v apoderarse de los caballos de remonta que traía. Después de la primera carga, formó Gorrín con su infantería formando un arco, cuya cuerda era un piquete como de 50 lanceros, resto de la caballería que había traído.

Páez dividió sus fuerzas en cuatro grupos, que lanzó a la vez sobre el frente, flancos y retaguardia de los realistas. A pesar de los esfuerzos que hicieron los insurgentes para romper la formación, fueron rechazados por los fuegos de la infantería y por la caballería, que, pie a tierra y con lanza calada, presentaron la más tenaz resistencia, lanceando los caballos y matando algunos hombres. No por eso desistieron de su empeño de romper a los realistas, y reagrupando a los rechazados de la misma manera que la vez anterior, volvió a la carga, siendo de nuevo rechazado, perdiendo a bravos oficiales, como los capitanes Pedro León Gómez, Remigio Caridad, José de la Paz Rojas; y fue herido, entre otros, el comandante Francisco Hurtado. No quiso empeñarse otra vez en una tentativa que hubiera sido imprudente, porque al emprender la marcha contra Gorrín había recibido un oficio del pueblo del Mantecal en el que se informaba la ocupación de Guasdualito por el general Morillo; suspendió el ataque, y Gorrín entró en San Fernando, auxiliado por una columna que salió de la plaza.

En tal estado dispuso la retirada por el mismo camino por donde había venido, y después de repasar el río se reunió con Guerrero en el sitio del Rabanal, adonde se había retirado por no tener fuerzas suficientes para contener las salidas que pudieran hacerse desde la plaza.

En el pueblo del Guayabal había dejado al comandante Freites con una compañía para que reclutase gente con que aumentar la fuerza que debía hostigar a los realistas en los llanos. El siguiente día de reunirse con Guerrero, salieron los realistas por los bosques de la orilla del río, y ocultos se presentaron en el Rabanal, habiendo hecho avanzar una compañía de cazadores sobre las guerrillas insurgentes. Páez cargó con un escuadrón de la Guardia y la destrozó completamente. Entonces los realistas contramarcharon a la plaza por el mismo camino que habían seguido.

Batalla de Mucuritas (28 de enero de 1817)

Con el objeto de ir a Achaguas y otras poblaciones para reunir fuerzas con que resistir a Morillo, Páez marchó con su Guardia, dejando a Guerrero en el Rabanal al frente de 800 hombres de caballería. Pocos días después volvieron los realistas a ese punto, atacaron a Guerrero y lo pusieron en completa dispersión, obligándolo a cruzar al otro lado del Arauca por los pasos de Caujaral y Marrereño; desde donde informó a Páez de lo sucedido, manifestando que solo había logrado reunir 200 hombres, con los cuales esperaba allí órdenes. Páez le previno que se mantuviese en ese punto, y continuó la marcha sobre el Mantecal por los pueblos de Apurito y Banco Largo. En este último lugar recibió aviso de que el coronel Nonato Pérez y el gobernador de Casanare, Moreno, se encontraban en el hato de Los Cocos con alguna parte de la fuerza que habían sacado de Cuiloto. Fue inmediatamente a verse con ellos, dejando en las sabanas de Mucuritas las fuerzas que ya tenía reunidas, y después de poner a esos jefes bajo sus órdenes, regresó con ellos y su gente a Mucuritas, donde los incorporó al ejército.

Organizó allí una división de 1.200 hombres y dio el mando de ella a Nonato Pérez, ordenándole que marchase sobre Guasdualito a batir a Morillo si no se le había reunido la fuerza de Arce, jefe español que bajaba desde Cúcuta por la montaña de San Camilo en busca del general en jefe de los realistas, y que en caso de que Arce ya se hubiese reunido y marchasen contra él, se retirase, siempre a vista del enemigo, para reunirse con Páez en el hato del Frío o en el de Mucuritas.

Habiendo partido Pérez, Páez regresó a Achaguas para reunir más gente y volver a Mucuritas a esperarle, pues ese era el punto donde deseaba presentar batalla a los realistas. Hallándose ya en Achagua con algunas fuerzas reunidas, recibió malas noticias como la derrota y muerte de Freites, que había ya reunido 300 hombres en el Guayabal; la destrucción y muerte del comandante Roso Hurtado, que se hallaba con 600 en el pueblo de San Jaime, provincia de Harinas; y la dispersión de la división del general Urdaneta, el cual, encontrándose en la capital de Barinas, se retiró sobre Apure, camino de Nutrias, perseguido hasta el pueblo de Santa Catalina por el general Calzada, que venía de Nueva Granada por el camino de los callejones de Mérida.

Esta serie de sucesos adversos, junto con la noticia de que ya se acercaba Morillo con fuerzas triples a las suyas, hizo creer a muchos jefes y oficiales que no podía resistir con las pocas tropas a las numerosas y aguerridas tropas que conducía el general expedicionario. Unos me pidieron permiso para retirarse a la provincia de Guayana, otros se marcharon sin él y, siguiendo tan pernicioso ejemplo, algunos oficiales de carabineros desertaron con 80 de sus hombres, llevándose dos cargas de pertrechos que constituían todo el parque. Entre los que con permiso abandonaron fueron Santander, Conde, Blanco, Carreño, Manrique, Valdés, el doctor José María Salazar y algunos de los emigrados, como el doctor Yáñez y los presbíteros Méndez y Becerra. Tan grandes contratiempos no bastaron para hacerle perder el ánimo.

Felizmente para la causa insurgente, los apureños se mostraron fieles. Para impedir la deserción, mandó una partida de caballería a alcanzar a los que se fueron sin permiso, y solo trajeron al teniente José María Córdoba (después renombrado general de Colombia) y al capitán Ramón Duran. Un consejo de guerra los condenó a muerte; pero se les perdonó la vida por haber intercedido en favor de ellos el gobernador de Casanare, el padre Trinidad Travieso, y el teniente Pedro Camejo, alias el Primero.

Si las tropas de Morillo batían a las fuerzas de Apure, sería un golpe mortal para la causa insurgente en Venezuela; pues si los realistas se hacían dueños de aquel territorio, se harían con todos sus inmensos recursos, y marchando contra Piar, que se hallaba en Guayana, le destruirían, así como a los otros jefes, que tenían partidas en las provincias de Barcelona y Cumaná.

Mandó el hospital y los emigrados al hato del Yagual y partió con 500 hombres para reunirse con Nonato Pérez, que ya estaba en el Mantecal y debía reunirse con Páez en Macuritas o en el hato del Frío. Después de cuatro días de marcha llegó a ese punto; pero no encontró a Nonato, a quien la falta de agua para su gente y caballos había obligado a retirarse una legua distante de ese punto; el mismo Páez se vio también forzado a trasladarse por la misma causa al lugar donde suponía que él se encontraba. A tal extremo se habían disminuido sus fuerzas, que entonces solamente contaba con 600 hombres; el resto se le había separado a causa del mal tratamiento, pues dicho jefe, si bien muy valiente, era sobrado altanero y déspota con sus subordinados.

Mientras el general realista Calzada, que había salido de Nutrias con una división, unía sus fuerzas con las de Morillo en el cantón del Mantecal; el general Latorre continuó su marcha en busca de Páez con 2.300 infantes y 1.700 jinetes mandados por el coronel Remigio Ramos, jefe de caballería, que se había distinguido desde los tiempos de Boves y Yáñez.

El 27 de enero, Latorre pernoctó en el hato del Frío, como a una legua distante del lugar que Páez había elegido para el combate, y a la mañana siguiente, cuando los insurgentes marchaban a ocuparlo, observaron que ya había pasado por él. Entonces Páez tuvo que hacer una marcha oblicua, redoblando el paso hasta tomar el barlovento, porque en los llanos, y principalmente en el de Apure, es peligroso el sotavento, sobre todo para la infantería, por causa del polvo, el humo de la pólvora, el viento y más que todo el fuego de la paja, que muchas veces se incendia con los tacos. Conseguido, pues, el factor viento en la sabana, formó 1.100 hombres en tres columnas, mandada la primera por los comandantes Ramón Nonato Pérez y Antonio Ranjel; la segunda, por los comandantes Rafael Rosales y Doroteo Hurtado; la tercera quedó de reserva a las órdenes del comandante Cruz Carrillo.

Sobre las 09:00 horas del 28 de enero, Latorre salió con 25 húsares a reconocer el flanco derecho insurgente, y colocándose en un punto donde podía descubrirlo, hizo alto. En el acto, Páez destacó al sargento Ramón Valero con ocho soldados escogidos para que fuesen a atacar ese grupo, conminando a todos ellos con la pena de ser pasados por las armas si no volvían a la formación con las lanzas teñidas en sangre enemiga. Marcharon, pues, y al verlos acercar a tiro de fusil, dispararon los húsares realistas sus carabinas; sobre el humo de la descarga, los llaneros se lanzaron sobre ellos, lanceándolos con tal furor, que solamente quedaron con vida cuatro o cinco, que huyeron despavoridos a reunirse al ejército. Latorre, de antemano, había juzgado prudente retirarse cuando vio a los llaneros salir de las filas para ir a atacarles.

Latorre, sin perder tiempo, avanzó sobre los insurgentes hasta ponerse a tiro de fusil; al romper el fuego, la primera columna le cargó vigorosamente, y a la mitad de la distancia se dividió a derecha y a izquierda, en dos mitades, para cargar de flanco a la caballería que formaba las alas de la infantería realista.

Como Páez había previsto, se retiraron sobre su altura aparentando derrota para engañar así a la caballería realista y alejarla de su infantería, y que volvieran cara cuando viesen que la segunda columna atacaba a la caballería realista por la espalda. La operación tuvo el deseado éxito, y pronto quedó el enemigo sin más caballería que unos 200 húsares europeos; pues la mayoría fue completamente derrotada y dispersa. Entonces 50 llaneros, que Páez tenía de antemano preparados con materiales combustibles, prendieron fuego a la sabana por distintos puntos, y pronto un mar de llamas se creó sobre el frente, costado derecho y retaguardia de la infantería de Latorre que había formado en cuadro para evitar las cargas de caballería. A no haber sido por la casualidad de haberse quemado pocos días antes la sabana del otro lado de una cañada, que aún tenía agua y estaba situada a la izquierda realista, la única vía por donde podía hacer su retirada, hubiera perecido el ejército realista.

Batalla de Mucuritas (28 de enero de 1817).

En su retirada, los realistas tuvieron que sufrir 14 cargas de la caballería insurgente, que saltaba por sobre las llamas y los persiguió hasta el Paso del Frío, distante una legua del campo de batalla. Allí cesó la persecución porque los realistas se refugiaron en un bosque sobre la margen derecha del río, donde no era posible penetrar con la caballería.

Hablando de esta acción, escribía después Morillo en un manifiesto: «Catorce cargas consecutivas sobre mis cansados batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me habían informado, sino tropas organizadas que podían competir con las mejores de S. M. el Rey

Esta batalla costó a los realistas la pérdida de una gran parte de sus pertrechos, de muchas de sus acémilas, de gran número de armas que arrojaron los soldados por escapar del fuego. Los insurgentes tuvieron la pérdida del comandante Segarra y la de pocos oficiales y soldados. En cambio, el triunfo dio gran fuerza moral a la causa insurgente, pues era el primer revés que sufría el ejército de Morillo después de su llegada a Costa Firme.

Cuando Morillo, que se hallaba en San Vicente, supo el desastre sucedido a su lugarteniente, fue la misma noche al Paso del Frío para incorporarse al ejército. De allí tomaron los realistas el camino de Banco Largo, con dirección a Achaguas, marchando siempre por los bosques. Como yo no podía seguirlos por este punto con la caballería, Páez continuó marcha por la sabana limpia en línea paralela a ellos. Cuando llegaron a Achaguas, Páez presentó batalla; pero los realistas la rehusaron, se dirigieron a San Fernando, y Páez continuó por la sabana hasta San Juan de Payara, quedando dueño de los territorios entre los ríos Apure y Arauca, y pudo invadir la provincia de Barinas.

De San Fernando envió Morillo al general Latorre a operar contra Piar en Guayana; mandó también fuerzas a Nutrias, y dejando una para defender las nuevas fortificaciones que construyó en la plaza de San Fernando, marchó con el resto de las tropas a la provincia de Barcelona para de allí dirigirse contra los insurgentes que se hallaban en la isla de Margarita.

Se calcula que entonces las propiedades del Apure ascendían a un millón de reses y 500.000 animales caballares, de las cuales tenía Páez 40.000 caballos empotrerados y listos para la campaña.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-29. Última modificacion 2025-10-30.
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