Guerras de Independencia Hispano-Americanas Fase de reacción española (1814-18) Campaña del Centro (1817-18)

Gobierno de Bolívar desde Angostura

El 3 de septiembre, Simón Bolívar, jefe supremo de la República, dictó en Santo Tomé de Guayana un decreto sobre secuestro y confiscación de bienes de los realistas, como se les ha aplicado a los insurgentes. Quedaban afectados los realistas y colaboradores; las haciendas y propiedades de los capuchinos y otros misioneros con votos de pobreza, y las propiedades secuestradas a los insurgentes por las autoridades españolas hasta que se presentasen los antiguos dueños y se determinaría si su conducta había sido patriótica. A los capuchinos, fundamentalmente los catalanes, que se hallaban en Guayana, se les acusaba de ser realistas.

El 24 de septiembre, creó por decreto los estados mayores divisionarios y de Ejército. Por el mencionado decreto quedaban suprimidos los mayores generales y los cuarteles maestres, cuyas funciones fueron asumidas por el recién creado cuerpo consultivo.

El 10 de octubre, para recompensar a jefes militares y soldados sus esfuerzos en la guerra de independencia, dictó en Angostura un decreto, basado en el del 3 de septiembre de 1817, premiándolos con tierras.

Los bienes raíces e inmuebles secuestrados y confiscados, y los no enajenados ni enajenables en beneficio del erario nacional, se repartirían según una escala; si una propiedad tenía valor mayor que los derechos individuales, podía ser adquirida por un grupo mancomunado. El 17 de octubre fue modificado: los extranjeros recibirían la propiedad que les correspondiese solo tras haber servido 2 años a la República.

El 13 de octubre, desde Angostura, Simón Bolívar, jefe supremo del Ejército Libertador, ordenaba liberar a los indígenas de algunas tareas que les habían sido impuestas.

Bolívar, en vista de que las misiones de Guayana habían contribuido con los hombres que les correspondía al Ejército Libertador, ordenó al comandante general de las misiones, José Félix Blanco, permitir a los indios dedicarse más a sus ocupaciones, estimularlos a trabajar en sus cultivos y a vivir en sus poblados, salvo en los bosques. Se les aseguró que, en adelante, no serían molestados para prestar el servicio militar ni el gobierno emplearía la fuerza contra ellos, mientras fuesen sumisos, obedientes y sociales.

El 15 de octubre, decretó la incorporación de la provincia de Guayana en toda su extensión al territorio de Venezuela como parte integrante de la República. La provincia consistía en 3 departamentos: Alto, Centro y Bajo Orinoco. El 9 de noviembre Bolívar decretó añadir una estrella, como emblema de esa provincia, a las 7 que ya estaban señaladas en la bandera nacional de Venezuela.

El 7 de noviembre, debido a la frecuente deserción de soldados de unas divisiones para incorporarse a otras, con el pretexto de que eran naturales de esas provincias, ordenó desde Angostura al coronel José Francisco Bermúdez aprehender a los desertores de otras divisiones que se refugiasen en la provincia de Guayana. Los desertores debían ser remitidos a sus jefes y castigados según las ordenanzas. Una orden similar fue enviada a los generales de otras divisiones que operaban en diferentes sitios. Bolívar consideraba que esas deserciones fomentaban el espíritu de provincia que tanto se habían empeñado en destruir.

El 11 de noviembre, escribió al coronel Antonio José de Sucre, quien se encontraba en Cumaná, expresándole su satisfacción porque hubiese establecido contacto con el general disidente Santiago Mariño, y por la posibilidad de atraerlo de nuevo a las filas del gobierno. Si Mariño se sometía voluntariamente, según Bolívar, sería digno de ser aceptado en el Ejército Libertador por no haber manchado las armas de Venezuela con una guerra civil. Si se resistía, Sucre debía apresarlo y enviarlo a Angostura.

Antecedentes

Liberada la provincia de Guayana, entre julio y agosto de 1818, el Libertador inició el planeamiento para la ocupación de los llanos de Calabozo y Caracas, como paso inicial para la liberación del resto de Venezuela. Bolívar formuló el plan siguiente: el general de división José Francisco Bermúdez, con 3.000 o 4.000 hombres, saldría de Angostura el 24 de septiembre de 1817 y por Chaguaramas avanzaría hacia los llanos de Calabozo, previa la unión de la división del general de brigada Pedro Zaraza en Chaguaramas. Quince días después, el resto del ejército, remontando el Orinoco, tomaría la plaza de San Fernando de Apure. Estas acciones se darían en coordinación con las que ejecutaría el general de brigada José Antonio Páez por el occidente de Caracas.

Cuando se produjo la conquista de Angostura, el capitán general Pablo Morillo volvió de la fracasada expedición a Isla Margarita. Se instaló en Calabozo para ir sobre José Antonio Páez contra la provincia de Apure. El brigadier Miguel de la Torre estaba acantonado en El Calvario y no decidía ninguna acción por temor a ser atacado por Bolívar, cuya presencia en esas cercanías se rumoraba. Simón Bolívar con tres batallones (1.500) remontaba el río Orinoco para unirse a Pedro Zaraza, llegando a Santa María de Ipire, mientras Juan Bautista Arismendi estaba en Cabruta con infantes y lanchas. Zaraza concentraba sus hombres en el hato de Belén.

El brigadier Latorre salió el 28 de noviembre contra Zaraza, marchando solo de noche para evitar ser descubierto. Tenía espías por todos lados, quienes le dijeron que Bolívar había dado órdenes para reforzar sus filas.

Al llegar a Santa Rita se enteró de que desde Cabruta, Arismedi enviaba mil caballos a Zaraza para recomponer su división. El español decidió atacar cuanto antes, para evitar que Zaraza fuera reforzado.

Situación en Nueva Granada tras la pérdida de la Guyana y campañas de 1818 y parte de 1819.

Batalla de La Hogaza (2 de diciembre de 1818)

Dos traidores notificaron a La Torre que mil soldados republicanos estaban en Hato Belén con sus respectivos caballos y pretendían dirigirse a La Hogaza. En unas casa ubicadas en Murianga, cerca de la quebrada de Manapire, La Torre sorprendió a un grupo de exploradores insurgentes de unos 40 efectivos. Los derrotó sin problemas y los persiguió y llegó al Hato La Hogaza que era el campamento insurgente.

Las fuerzas de La Torre se componían de unos 1.000 infantes (BI de la Unión (550) y BI Castilla (450) y 350 jinetes (100 lanceros venezolanos y 250 húsares de Fernando VII) y 2 cañones.

Las fuerzas de Zaraza eran unos 1.200 infantes (BIs Tiradores, Valeroso y Margariteño) y 1.100 lanceros con 2 cañones. Zaraza desplegó sus fuerzas en formación de combate en la parte alta. La casa del hato estaba sobre un morro que dominaba el terreno que llegaba hasta el río. El batallón Valerosos estaba en el centro con dos cañones, flanqueado por los BIs Valeroso y Margariteño. El coronel Julián Infante formaba su caballería en el ala izquierda (8 escuadrones) y el coronel Juan José Rondón en la derecha (3 escuadrones). Con las fuerzas desplegadas esperó la llegada de los realistas.

Cuando llegó La Torre, decidió aceptar la batalla, formó su infantería en dos columnas cerradas, cada una con un cañón, al mando de su segundo, el coronel González Villa, flanqueado por la caballería, mandada por el Tcol Juan Juez y el sargento mayor Diego Aragonés.

Los realistas avanzaron hasta 300 metros de la línea insurgente, resistiendo las tres cargas que la caballería enemiga hizo contra ellos. Desplegaron en línea y realizaron una descarga, cargando a continuación a la bayoneta. La batalla fue sangrienta y finalmente la infantería insurgente colapsó y se dispersó. La caballería realista no persiguió a los insurgentes por estar en inferioridad numérica.

La sabana se incendió y los heridos fueron alcanzados por las llamas, muriendo abrasados.

Las bajas realistas fueron 200 muertos, entre los que se encontraba el coronel González Villa, el propio La Torre resultó herido de un balazo en un muslo, lo que indica la fiereza del combate. Las bajas insurgentes fueron de unos 1.000 muertos, entre ellos Guillermo Bolívar, sobrino de El Libertador.

Los insurgentes perdieron los dos cañones, municiones, unos 1.000 fusiles, cartuchos, unos 1.000 caballos, herramientas de carpintería y de herrería, una imprenta y varias banderas. Los estandartes insurgentes le sirvieron a La Torre para ironizar: «El número prodigioso de banderas con que marchan estos republicanos parece que indica una nueva enfermedad propia de esta república, caracterizable con el nombre de Banderomanía

El jefe realista, Pablo Morillo, que estaba en Concepción de Matillure, canceló la expedición y se retiró a Calabozo, donde estaba convaleciente Miguel de La Torre. Retrocedieron a Valencia, a donde llegaron el 8 de diciembre. Aunque ambas vanguardias experimentaron escaramuzas, Páez enfermó al ocupar Apurito y se retiró a Achaguas.

Bolívar conoció la derrota cuando estaba en San Diego de Cabrutica, regresó a Angostura dejando las tropas al mando del general Pedro León Torres. Ordenó la leva de hombres de Guayana entre 14 y 60 años.

Toma de las flecheras (6 de febrero de 1818)

Después de realizar los reajustes en los planes. El nuevo plan era remontar el río Orinoco y el río Arauca desde Guayana hasta unirse a Páez en Calabozo y concentrar 5.000 soldados para ir a la costa. Bolívar reinició las operaciones el 30 de diciembre. En esta ocasión, todo el Ejército Libertador remontó el Orinoco y, por La Urbana, se internó en el territorio de Apure. El 30 de enero de 1818, el ejército de Bolívar se unió a las fuerzas de Páez, que operaban en Apure. El acto se efectuó en el hato de Cañafístola. Páez, consciente de la superioridad militar del caraqueño, lo reconoció como Jefe Supremo a pesar de las protestas de sus hombres; solo cuando Bolívar demostrase su capacidad de resistir las privaciones y valor en la batalla, empezaría a ser respetado por los llaneros.

El Ejército del Libertador se componía de 3.500 efectivos; muchos eran llaneros descalzos y armados solo con arcos y flechas; Páez aportó 1.500 lanceros a caballo. El plan original del Jefe Supremo era reunir 7 a 8 mil hombres de todas las armas para recuperar Venezuela.

Mientras se producían las reuniones entre Bolívar y Páez, Morillo aún creía que el primero seguía en Angostura; las noticias transitaban lentas y erráticas en los Llanos, región sin caminos ni medios de comunicación regulares, con una población escasa y dispersa.

Páez era más partidario de atacar San Fernando de Apure (guarnecida por 650 soldados al mando del coronel José María Quero); de hecho, en las cercanías de la urbe se hicieron preparativos para el asedio, pero en realidad era un acto para disfrazar el verdadero objetivo de Bolívar, que era tomar Calabozo.

El 5 de febrero, el Ejército Libertador reanudó la marcha hacia los llanos de Calabozo. El Ejército Libertador se hallaba en la orilla sur del río Apure con 4.000 hombres, esperando la llegada de la escuadrilla que navegaba por el Orinoco para cruzar el río y atacar a Pablo Morillo en Calabozo. Del otro lado del río y defendiendo el paso de Diamante (de 700 metros de ancho), se encontraba una guarnición española de 650 hombres y varias flecheras artilladas. José Antonio Páez propuso y recibió la autorización de Simón Bolívar para capturar las flecheras enemigas y así acelerar el cruce del río.

Páez seleccionó a 50 de sus mejores lanceros llaneros de su Guardia de Honor, y los organizó en dos columnas que puso a las órdenes de los Tcols José de la Cruz Paredes y Francisco Aramendi, quienes se lanzaron al río en sus caballos y cruzaron nadando ante la vista confundida de los españoles. Fué tal el pasmo que causó al enemigo aquella operación inesperada, que no hizo más que algunos dispararos de cañón, y enseguida la mayor parte de su gente se arrojó al agua. La misma partida de caballería corrió a ponerse al frente de la plaza para impedir que se diera parte al general Morillo, que se hallaba en Calabozo. Tras un corto combate, 14 barcos fueron tomados sin ninguna baja.

Asombrado, Bolívar dijo que si él no hubiera presenciado aquel hecho, nadie habría podido hacérselo creer.

Los insurgentes cruzaron el río en los barcos capturados; el resto del cruce fue efectuado sin la oposición de la guarnición española, que se retiró. Ha sido una de las pocas veces en la historia en que embarcaciones han sido tomadas por caballería.

Toma de las flecheras (6 de febrero de 1818). Los 50 jinetes de Páez tomando las flecheras nadando con sus caballos. Autor Ramón Páez.
Toma de las flecheras (6 de febrero de 1818). Los 50 jinetes de Páez tomando las flecheras nadando con sus caballos. Autor Arturo Michelena.

Batalla de Calabozo (12 de febrero de 1812)

El 9 de febrero, los insurgentes cruzaron el río Apure en dirección a la ciudad. El Ejército Libertador había recorrido más de 688 kilómetros, durante casi un mes en pleno verano, y había logrado llegar de forma furtiva. Páez dice en sus memorias que cuando se le informó a Morillo que parecía que un ejército enemigo se acercaba, saltó de la cama exclamando: «¿Qué ejército puede venir aquí? Solo que lo haya hecho por el aire». Morrillo se puso en marcha de inmediato. El día 10 llegó con 1.800 hombres a Calabozo para reforzar la guarnición local (650 tropas). Así, el grueso de sus fuerzas se encontraban destacadas en Calabozo, ciudad que fue fortificada con un parapeto de tierra, cuatro reductos y una casa fuerte.

En la mañana del 12 de febrero, en una sabana adyacente a la villa de Calabozo, Bolívar dividió a sus fuerzas en varias columnas de infantería y caballería que avanzaron unas por el camino y otras por la sabana. En el camino, las columnas entablaron combate con los realistas, forzándolos a retirarse a la ciudad, ya que Morales rápidamente comprendió el riesgo de que podía ser envuelto.

Envió su vanguardia, principalmente caballería llanera, por el camino real; mientras enviaba su ala derecha, los demás jinetes de Páez; la infantería en tres columnas de dos batallones cada una por el centro; y su ala izquierda, la caballería al mando de José Tadeo Monagas. Realizarían un ataque simultáneo a las posiciones realistas. Dejó el parque, artillería y reservas atrás del centro de su línea.

En esos momentos, Morillo avanzó con su Estado Mayor al frente para inspeccionar, pero la vanguardia de Páez y Arismendi los encontró y cargó contra ellos. Los oficiales a caballo peninsulares retrocedieron perseguidos hasta que desde una posición oculta 200 infantes realistas los atacaron. Era una emboscada. Tras esto, los llaneros se retiraron siendo perseguidos por el BI Castilla, pero una vez alejados estos del grupo principal del ejército realista, atacaron a los perseguidores. Los hombres del BI Castilla tuvieron que formar en cuadro para hacer frente a la caballería llanera. En esos momentos llegó el grueso de la tropa insurgente al mando de Bolívar, que envió la Guardia de Apure a todo galope para reforzarles, y después envió, además, la compañía de cazadores del BI Barcelona al mando del capitán José María Arguíndiguez. Morillo envió 200 hombres del BI de la Unión que oportunamente llegaron para salvarles de ser exterminados.

La Guardia de Apuré realizó 6 u 8 cargas sin poder romper el cuadro de la infantería realista, hasta que, echando pie a tierra, y con lanza en mano, avanzó con los cazadores, y destruyó toda aquella fuerza, que se defendía con sin igual denuedo.

Mientras esto pasaba en el ala derecha realista (izquierda insurgente), los insurgentes efectuaron un feroz ataque, forzando al rival a retirarse. Pero entonces, gracias a refuerzos enviados por Bolívar, se lanzaron sobre el enemigo en retirada. Los realistas apenas consiguieron resistir y retirarse. Morillo entendió entonces el riesgo que tenía de ser flanqueado y rodeado, por lo que decidió retirarse.

La batalla fue principalmente un encuentro de caballerías en la que los infantes apenas actuaron. Morales, por ejemplo, dejó más de un millar de hombres (la mitad de su ejército) en la ciudad como reserva.

La batalla de Calabozo fue una derrota aplastante para los realistas. Se vieron forzados a refugiarse en la ciudad homónima mientras Bolívar le escribió una carta a Morillo ofreciéndole el canje de prisioneros y el fin de la Guerra a Muerte el 13 de febrero.

La carta enrojeció de ira a Morillo; para él, Bolívar no era más que un insolente rebelde que se ponía por encima del mismo Rey y además era hipócrita, acusando a los españoles de iniciar la Guerra a Muerte, siendo que él había sido quien la declaró en 1813. Era mejor morir que padecer el deshonor de ser su prisionero. Finalmente, Morillo se retiró hasta los valles de Aragua con una columna de 1.700 a 1.800 soldados y 7.000 a 8.000 civiles para evitar ser asediado en la ciudad.

Campaña de Bolívar en el Centro. Rutas seguidas por Bolívar, Páez y Morillo.

Batalla de El Sombrero (16 de febrero de 1818)

En el pueblo del Rastro, a tres leguas de Calabozo, camino de Caracas, llamó Bolívar a Páez para una conferencia, con objeto de saber su opinión sobre su plan de dejar a Morillo en Calabozo para ir sobre la capital. Dijo que su objeto era apoderarse de ella, no solo por la fuerza moral que daría a la causa semejante adquisición, sino por la seguridad que tenía de reunir 4.000 paisanos en los valles de Aragua y Caracas con que reforzaría al ejército.

Páez le manifestó que siempre estaba dispuesto a obedecer sus órdenes; pero no estaba de acuerdo con su opinión, porque ninguno de sus argumentos le parecía lo bastante fuerte para exponerse al riesgo de dejar en la retaguardia a Morillo, quien muy pronto podría reunir las fuerzas que tenía repartidas en varios puntos, poco distantes de Calabozo, las cuales, en su totalidad, eran más numerosas que las insurgentes; que la superioridad sobre el enemigo consistía en la caballería; pero que esta quedaría anulada desde el momento que entrasen en terrenos quebrados y cubiertos de bosques, a la vez que por ser pedregosos, donde los caballos serían inutilizados. Además, que no era prudente dejar en Apure la plaza fortificada de San Fernando, y que aunque lograse el reclutamiento de toda la gente que él esperaba reunir, no tendríamos elementos para equiparlos.

Al amanecer del día siguiente, sin que Bolívar hubiese resuelto nada definitivamente, llegó un parte de Iribarren, que había quedado en observación de los realistas, cerca de Calabozo, en el cual participaba que Morillo a medianoche había evacuado la ciudad, y que no sabía la dirección que había tomado.

Inmediatamente, Bolívar ordenó que el ejército contramarchase a Calabozo, y aunque los prácticos de aquellos lugares le dijeron que continuando la marcha hacia Caracas se podría repasar el río Guárico por el vado de las Palomas y salir inopinadamente por delante del enemigo. Bolívar insistió en su resolución diciendo que al enemigo era siempre conveniente perseguirle por la huella que dejaba en su marcha, y que era, por lo tanto, indispensable ir a Calabozo para informarse con exactitud de la vía que había tomado.

Bolívar llegó con todo su ejército a Calabozo, entre las 11:00 y las 12:00 horas; inmediatamente comenzó la persecución, vía El Sombrero. La infantería había tomado el camino de El Calvario, por lo que tuvo que desandar más de una legua para tomar el camino que debía. La caballería de Páez marchaba en vanguardia, y en su marcha iba cogiendo prisioneros a los rezagados, y cuando salió al lugar de la Uriosa, llano espacioso y limpio, y llevando consigo solo 15 jinetes, entre ellos el general Manuel Ceñedo y el coronel Rafael Ortega, alcanzó la misma retaguardia realista, a las 16:00 horas, haciendo prisioneros a los que encontró bebiendo agua en un jagüey, y sucesivamente a todos los que iban llegando a este punto. Hizo 400 prisioneros a la vista del jefe realista.

A las 17:00 horas, cuando el sol se ponía, se incorporaron unos 150 jinetes y Páez dio una carga a los realistas, que permanecían separados de los llaneros, por la quebrada de la Uriosa con objeto de batir a 60 húsares, que protegían la retirada realista, y que era la única caballería que tenían. Los húsares, aunque buenos soldados a caballo, no resistieron la carga de los llaneros, y cuando en su fuga llegaron al punto donde estaba la infantería realista, esta rompió el fuego contra ellos y contra los perseguidores, muriendo siete húsares y tres caballos por las balas de sus mismos compañeros. Los llaneros fueron rechazados sin ninguna pérdida.

El Ejército Libertador estaba reunido a las 21:00 horas en la Uriosa y a esa hora continuó la marcha, más como un repliegue nocturno con presión hacia el pueblo llanero de El Sombrero.

El 15 de febrero, por la mañana, se produjo una escaramuza en la quebrada de El Juncal, en la que se impusieron los insurgentes. Los realistas continuaron su retirada todo el día y toda la noche hacia El Sombrero bajo el acoso esporádico de jinetes perseguidores que observaban la retirada.

El 16 de febrero de 1818, entre las 05:00 y las 07:00 horas, Morillo llegó con sus fuerzas en retirada al paso real de El Samán en el río Guárico; atravesando dicho río, mandó tomar inmediatamente posiciones defensivas en El Sombrero. A la derecha, el RI de Castilla en columna, apoyando sus flancos en una tupida arboleda; las compañías de cazadores eran las encargadas de cubrir los pasos secundarios más accesibles del río, vadeable en muchos puntos. A la izquierda, el BI-II del RI Navarra desplegado, cubierto por las compañías de cazadores del RI de la Unión y flanqueado por los pocos húsares de Fernando VII que aún quedaban, distribuidos por piquetes a lo largo de esa ribera del río. En el centro, sobre la barranca misma, frente al pueblo y detrás del paso, el RI de la Unión desplegado. A retaguardia, el BI-I del RI Navarra, desplegado por compañías, cubría las sendas que conducían a los diversos vados secundarios del río Guárico. El total de los efectivos realistas eran unos 1.600 combatientes, que defendían una línea de casi medio kilómetro de frente, que no podía presentar mucha densidad o profundidad. La emigración calaboceña que lo acompaña en la retirada continuó su rumbo al Norte, vía Barbacoa y Camatagua.
La vanguardia de Páez llegó a la orilla del río y allí aguardó a Bolívar para que oyese la declaración de un desertor de los húsares realistas que se presentó montado en el caballo del jefe español Juan Juez. El desertor aconsejaba no cruzar por el paso real del río, porque en la barranca opuesta tenía Morillo emboscados de 700 a 800 hombres entre granaderos y cazadores, y como la subida de la barranca era muy estrecha, sería mejor tomar un sendero inmediato, por donde se podía pasar el río sin oposición y salir al pueblo por sabana despejada.

Llegó Bolívar y despreció la información del desertor, ordenando un ataque inmediato. A las 10:00 horas comenzaron los tiroteos entre las avanzadas realistas y la descubierta de caballería insurgente; posteriormente avanzaron dos batallones de la división Guardia de Honor que formaban la línea de ataque insurgente, apoyada hacia la izquierda, sobre el Camino Real, por el BI Barcelona, que se situó a alguna distancia del enemigo, en línea de batalla, y también por el BI Valerosos Cazadores, que en columna sobre el Camino Real constituía la Reserva de ese primer escalón de ataque.

Inmediatamente atrás, a la derecha contigua al Camino Real, el segundo escalón de ataque, listo para efectuar, a sus órdenes, una violenta penetración de la línea realista, estaba compuesto por el BI Angostura, el BI Bravos de Páez y el BI Barlovento, todos en columna de ataque. Parte de la caballería, por falta de terreno propicio para maniobrar, se situó en los flancos y la otra parte de la reserva general se situó en el paradero del Samán.

Más de una hora hacía que duraba el fuego de ambos bandos, con pérdidas sensibles para los atacantes, cuando Bolívar ordenó suspender el inútil tiroteo y trató el modo de flanquear al enemigo. Con tal objeto dispuso que su caballería buscase otro paso del río, y sin gran trabajo hallaron uno a la izquierda del paso principal de El Samán; pero los realistas replegaron a tiempo su ala izquierda, hasta apoyarla en un lugar inaccesible a la caballería insurgente, a la vez que el BI-II del RI Navarra, contraatacaba y lograba desbaratar la primera línea insurgente a las 11:00 horas.

Bolívar ordenó entonces que ambas líneas de ataque se retiraran hacia la sabana de El Paradero, por cuanto allí podría maniobrar su numerosa y excelente caballería, pero no fueron perseguidos por los realistas. Morillo había logrado así el objetivo que se proponía, retardar la ofensiva insurgente, continuando su retirada al amparo de la obsuridad.

En la mañana del día 17 de febrero, la caballería insurgente atravesó el río Guárico, en el punto indicado por el húsar, pero sin lograr el objetivo, porque Morillo había continuado su retirada tomando el camino de Barbacoas y entrando en terrenos quebrados, donde no era posible continuar la persecución, porque todos los caballos estaban sumamente despeados, y entre muertos, enfermos y desertores había hasta 400 bajas en la infantería.

Los insurgentes entraron en El Sombrero y recogieron el despojo del ejército realista. Allí, Bolívar pronunció esta sentencia victoriosa a sus tropas: «Llaneros, vosotros sois invencibles: vuestros caballos, vuestras lanzas y estos desiertos, os libran de la tiranía…vosotros seréis independientes a despecho del imperio español, ustedes son libres como el viento, a pesar de España y el Gobierno Español».

El 21 de febrero, los realistas llegaron a San Sebastián de los Reyes, en donde se dio a las tropas un día de reposo. Fueron enseguida alcanzados durante la marcha por el brigadier de La Torre, quien llegaba de Caracas con 200 hombres del BI de Milicias Pardos de esta capital, cuatro compañías del RI de Burgos y una veintena de húsares que había podido reunir después del asunto de Calabozo. El brigadier Juan de Aldana los alcanzó casi al mismo momento. Traía de San Carlos 150 milicianos del RI de Valencia.

Toma de San Fernando por Páez (8 de marzo de 1818)

De El Sombrero regresaron a Calabozo, y en esa ciudad conferenció Bolívar con Páez sobre cuál sería el mejor plan que debían adoptar en tales circunstancias.

Páez creía de la mayor importancia no dar un paso adelante sin dejar asegurada la base de operaciones, que debía ser la plaza de San Fernando; que era necesario arrancarla al enemigo, porque en su poder era una amenaza contra Guayana en el caso de que sufrieran un revés. También dijo que debían además ocupar todos los pueblos situados en los llanos de Calabozo para tratar de atraer a la causa a sus habitantes, hasta entonces enemigos de los insurgentes, aumentando así la caballería con 1.000 a 2.000 hombres que servirían a los realistas y continuarían engrosando sus filas, si no usaban de un medio para atraerlos a las suyas. Recordó a Bolívar que de aquellos llanos había salido el azote de los insurgentes en los años de 1813 y 1814, y, en fin, que le parecía sumamente arriesgado dejarlos a la espalda cuando fuesen a internarse en los valles de Aragua, para dar batalla a un enemigo fuerte en número, valiente y bien disciplinado. Le advirtió además que la mitad de la caballería no llegaría a dichos valles, por ser quebrados y pedregosos los terrenos que tendrían que atravesar, en donde los caballos quedarían inutilizados.

Si la fortuna no les daba una victoria en los valles de Aragua o en su tránsito, era más que probable una completa ruina, porque los llaneros de Calabozo acabarían con ellos antes de llegar al río Apure, y el ejército enemigo los seguiría hasta su plaza fortificada de San Fernando, y embarcando allí con la mayor facilidad 1.000 o 2.000 hombres en cinco o seis días, iría a Guayana, río abajo, la cual ocuparía sin oposición, porque allí no tenían fuerzas. Ocupada Angostura por los realistas, se les cerraba el canal del Orinoco, por donde recibían elementos de guerra del extranjero.

Al final, Bolívar tomó la decisión de que Páez fuese a tomar San Fernando, mientras que él tomaba Caracas.

San Fernando estaba cercada por Miguel Guerrero; los realistas despreciaban tanto a este jefe, que con toda impunidad hacía frecuentes salidas de la plaza para ir a forrajear por la ribera derecha del Apure y en las orillas del caño de Biruaca, volviendo después a la ciudad cargado de víveres sin que el sitiador le pusiese el menor obstáculo.

Páez creía de la mayor importancia no dar un paso adelante sin dejar asegurada la base de operaciones, que debía ser la plaza de San Fernando; que era necesario arrancarla al enemigo, porque en su poder era una amenaza contra Guayana en el caso de que sufrieran un revés. También dijo que debían además ocupar todos los pueblos situados en los llanos de Calabozo para tratar de atraer a la causa a sus habitantes, hasta entonces enemigos de los insurgentes, aumentando así la caballería con 1.000 a 2.000 hombres que servirían a los realistas y continuarían engrosando sus filas, si no usaban de un medio para atraerlos a las suyas. Recordó a Bolívar que de aquellos llanos había salido el azote de los insurgentes en los años de 1813 y 1814, y, en fin, que le parecía sumamente arriesgado dejarlos a la espalda cuando fuesen a internarse en los valles de Aragua, para dar batalla a un enemigo fuerte en número, valiente y bien disciplinado. Le advirtió además que la mitad de la caballería no llegaría a dichos valles, por ser quebrados y pedregosos los terrenos que tendrían que atravesar, en donde los caballos quedarían inutilizados. Si la fortuna no les daba una victoria en los valles de Aragua o en su tránsito, era más que probable una completa ruina, porque los llaneros de Calabozo acabarían con ellos antes de llegar al río Apure, y el ejército enemigo los seguiría hasta su plaza fortificada de San Fernando, y embarcando allí con la mayor facilidad 1.000 o 2.000 hombres en cinco o seis días, iría a Guayama, río abajo, la cual ocuparía sin oposición, porque allí no tenían fuerzas. Ocupada Angostura por los realistas, se les cerraba el canal del Orinoco, por donde recibían elementos de guerra del extranjero.

Un poco más adelante del río Negro tuvieron otro encuentro y les obligaron a retirarse hasta la Enea, donde en la linde de un espeso bosque los realistas se hicieron fuertes y resistieron con valor admirable. Oscureció, y ambos bandos permanecieron en sus respectivas posiciones, sin realizar combates. Al amanecer del día siguiente volvieron a abrir fuego, y a los pocos minutos se rindieron los realistas. A los gritos de victoria, varios de sus jefes y oficiales emprendieron la fuga; pero como en el Apure los realistas no encontraban amparo, fueron todos aprehendidos, con excepción de cuatro o seis que pudieron salvarse. El comandante José María Quero, caraqueño, hombre de un valor a toda prueba, que a pesar de haber recibido en los primeros ataques dos heridas, una de ellas mortal, siguió impertérrito mandando a su gente siempre que fue atacada. Los insurgentes perdieron 7 oficiales de caballería, entre ellos el capitán Echeverría y tres más de este mismo grado. También fue herido el comandante Hermenegildo Múgica; las demás desgracias fueron 20 muertos y 30 heridos.

Páez tomó la ciudad el 8 de marzo; se tomaron 280 prisioneros, 40 piezas de artillería, un buen número de fusiles y otros pertrechos.

Avance de Bolívar hacia Caracas en 1818 y retirada.

Tercera batalla de La Puerta o del río Semen (16 de marzo de 1818)

Bolívar no estuvo mucho tiempo inactivo en Calabozo, reunió a sus oficiales en un consejo de guerra y decidió ir al encuentro de Morillo, que había organizado dos divisiones en Valencia y en Caracas. La operación pretendía situar sus tropas entre ambas divisiones realistas con el fin de derrotarlas por separado. Sin embargo, iba a encontrarse entre dos fuerzas en una de las jornadas más peligrosas de su carrera militar.

Morillo había dividido a sus fuerzas, pero con mejor acierto que sus contrarios. La Torre se situó en Villa de Cura, cubriendo a Caracas con el RI Castilla y milicias de infantería y de caballería. En tanto Morillo partiría en persona a Valencia, en el camino de Puerto Cabello, donde reforzaría su ejército con la división de Calzada, dividió sus fuerzas en tres divisiones: la vanguardia mandada por el brigadier Francisco Tomás Morales, las otras dos mandadas por los coroneles Luis de La Roque y Sebastián de la Calzada.

Avanzar contra Morillo significaba encontrarse de frente al grueso enemigo y dejaría su flanco expuesto a un ataque por La Torre, pero si actuaba contra este, su ala izquierda caería ante Morillo. De cualquier modo, debía actuar inmediatamente antes que los realistas acumularan nuevas fuerzas y de que la deserción acabara con su ejército. Bolívar escribiría a Páez sobre el estado de sus tropas: «El Ejército está casi disuelto. Toda la Brigada del general Genaro Vázquez ha desertado anoche, de modo que apenas le quedan cien hombres. La División del general Cedeño ha empezado también a desertarse y anoche mismo se han ido algunos del general Monagas. Es imposible mandarlos perseguir, cuando no tengo confianza en los que quedan, que probablemente les seguirán».

Aún más grave, Bolívar tardaría en movilizarse, y cuando se dispuso a marchar a Caracas, aquello le costaría caro. Tomó la ruta Ortiz – Villa de Cura – La Victoria – El Consejo.

El 11 de marzo, Bolívar llegó a Villa de Cura en el estado de Aragua, envió a su caballería al mando de Zaraza y Monagas a Maracay para proteger su flanco en caso de ataque desde Valencia.

Morillo tomó la ruta Real de Caracas, mientras que un cuerpo de caballería de 300 soldados se dirigió por el camino de Güigüe y de Magdaleno (sur del lago Valencia).

La marcha, que duró toda la noche, se adelantó sin ninguna oposición. Morillo llegó a San Joaquín (norte del lago Valencia), en donde exploradores insurgentes se habían mostrado la víspera; y la vanguardia empujó hacia el territorio de Cura.

En la mañana del 14 de marzo, las tropas se pusieron en movimiento y a las 10:00 horas, la vanguardia alcanzó a La Cabrera, en donde encontró las primeras fuerzas insurgentes que constaban de 200 soldados de caballería; la guardia avanzada fue rechazada, perdió algunos hombres y no se mantuvo de frente largo tiempo para permitir que el cuerpo principal la alcanzara.

Sin perder un instante, Morillo dio orden a la mayor parte de la caballería de la vanguardia de dirigirse al encuentro del enemigo que parecía tener para ocupar Maracay, a dos leguas de La Cabrera. El resto de las tropas se detuvo en ese lugar y los diferentes cuerpos se pusieron sucesivamente en marcha.

Los insurgentes habían fortificado La Cabrera con un foso y un parapeto del cual no hicieron uso, abandonando un gran número de mulas y de caballos.

Apenas llegado cerca de Maracay, la vanguardia de Morillo encontró a la caballería insurgente, de la cual una parte, enfilada en orden de batalla, parecía esperar el ataque, mientras la otra, al reunirse con la población, tomó un gran número de caballos de remonta que los insurgentes habían reunido.

A primera vista, la caballería insurgente parecía estar compuesta de unos 1.200 hombres, fuerza bien superior a la realista porque los lanceros del Rey, el Sexto Escuadrón de Artillería y los húsares no habían podido unirse. Los dragones de La Unión, que no contaban con más que 200 de a caballo, y estaban reforzados por el escuadrón de Guías (unos 100), cargaron con intrepidez, sin tener en cuenta su inferioridad numérica, y pusieron en desbandada a todos los que intentaron resistirles. Continuaron persiguiéndolos, sin darles cuartel hasta más allá de Maracayá.

Pero las fuerzas insurgentes que se habían acantonado en esa población quisieron aprovechar el desorden y la fatiga de los dragones tras la persecución, y salieron a su encuentro en el momento en que regresaban.

Sin embargo, y a pesar de tanta desventaja, los dragones cargaron con el valor que ya habían demostrado y obtuvieron otra victoria, de cuyo resultado, la caballería insurgente quedó desarticulada y sus restos huyeron en todas direcciones. La pérdida de los rebeldes alcanzó a más de 100 hombres, 42 furgones, más de 2.000 caballos y mulos y la totalidad de sus equipajes.

La conducta de los dragones de la Unión es digna de los más grandes elogios, sobre todo si se considera que venían de los límites del Apure, en duras jornadas y sin cambiar de caballos. Además, antes del primer ataque, habían hecho dos leguas a galope. Y cerca de otras dos leguas recorridas con la misma rapidez en persecución de los enemigos, lo que hubiera hecho suponer que estaban agotados por la fatiga, cuando precipitaron la desbandada de manera completa al resto de las fuerzas enemigas.

Durante el combate de Maracay, Bolívar se ocupaba en la loca empresa de forzar el paso de las Cocuizas en el municipio de San José de los Altos, que era el acceso principal al valle de Caracas durante la época colonial, que estaba defendido por las milicias del brigadier de La Torre. Ante el anuncio de la derrota de su caballería, retrocedió precipitadamente hacia La Victoria, donde llegaron de noche, y Urdaneta en esos momentos estaba celebrando un gran baile, que fue interrumpido por la noticia. Pronto se propagó la noticia por la ciudad y los civiles que habían apoyado a los insurgentes corrieron a coger sus pertenencias y sumarse a la retirada. Las que más sufrieron fueron las mujeres; varias perecieron de agotamiento, otras no pudieron soportar el frío en los caminos de montaña, y otras, agotadas, se quedaron atrás, siendo apresadas por los realistas.

El ejército insurgente continuó su penosa retirada por los mismos pueblos que días antes habían pasado victoriosos hasta Villa de Cura.

El ejército de Morillo hizo una parada en Maracay hasta las 16:00 horas. A pesar de una fuerte lluvia, tomó entonces la ruta de Cagua.

Morillo llegó a Cagua el 15 de marzo en la mañana después de una penosa marcha, y en la tarde del mismo día siguió en persecución de los insurgentes, que se pensaba estaban en Villa de Cura. Entraron en esa población a las 01:00 horas formados en tres columnas de ataque. Pero en la plaza solo se encontraba un destacamento de 200 o 300 hombres de caballería, los cuales, después de cambiar fuegos con la vanguardia, huyeron amparados por la oscuridad. En Villa de Cura se enteró de que Bolívar había efectuado su retirada durante la tarde y una parte de la noche por la ruta de La Puerta, dirigiéndose hacia la llanura. Morillo calculó que la retaguardia insurgente podría ser alcanzada y destacó en su persecución toda su vanguardia. El resto de las tropas fue a acampar a la sabana. Esta operación se dificultó por el mal estado de los caminos, llenos de lodazales y de desfiladeros.

El 16 de marzo a primera hora, la vanguardia realista estaba presta para ir contra todas las fuerzas insurgentes que había encontrado en el paso de Bocachica y las empujó un poco más, sin darles tiempo de retirarse en orden.

En esos momentos, Bolívar, viendo que era imposible evitar la batalla y que sus tropas estaban agotadas, se refugió en la quebrada de La Puerta, bañada por el río Semén, sin duda con la intención de facilitar la retirada de sus enfermos, de los equipajes y de los numerosos habitantes que traían con ellos.

El campo de batalla, con poca diferencia, es el mismo en donde el caudillo llanero Boves venció en dos ocasiones anteriores. Se llama La Puerta, porque es una depresión de la serranía, en cuyo fondo corre el río Guárico, y pasa también el camino que va desde los valles hacia los Llanos. Sobre un pequeño llano que cruza un arroyo denominado El Semén, tributario del río Guárico, se libró la batalla. El Guárico transcurre de noroeste a sudeste, en las faldas de las serranías de las que forma parte el accidente denominado Morro de San Juan, de 989 metros de altura. El camino se bifurca en los dos barrancos del Morro de San Juan, el occidental, llamado Quebrada Seca, y el oriental, donde pasa el arroyo Sémen. En dirección Este, respecto del arroyo, entre los dos barrancos, hay una pequeña llanura cortada por zanjas labradas y limitada por colinas en sus márgenes. El camino oriental queda cerrado al sur por el pueblo San Juan de los Morros.

Bolívar detuvo el avance y volvió caras para hacer frente a los realistas que venían persiguiéndole. Su fuerza de combate era de unos 2.000 de caballería y 1.500 infantes que fue desplegada en:

  • Primera línea al mando de Rafael Urdaneta con los 1.500 infantes:
    • Flanco derecho mandado por José Antonio Anzoátegui, compuesto por el BIL de cazadores de Guardia de Honor (Francis Pigott) y el BIL de fusileros de la Guardia de Honor (José María Navarro).
    • Centro mandado por Pedro León Torres compuesto por el BIL Valerosos Cazadores (Fernando Carpio).
    • Flanco izquierdo mandado por Pedro León Torres con el BI Barlovento (José María Ponce) y el BI Barcelona (el mismo Torres).
  • Segunda línea la caballería formada en columna de escuadrones:
    • Derecha: Escuadrones de José Tadeo Monagas.
    • Centro: Escuadrones de Genero Vásquez.
    • Izquierda: Escuadrones de Pedro Zaraza.

Entre las 07:00 y las 08:00 horas, se produjo el contacto, cuando llegó la vanguardia realista bajo el mando del brigadier Francisco Tomás Morales con unos 1.000 infantes y 500 jinetes; estaba compuesta por:

  • Derecha: BI de Barinas y ED del País.
  • Izquierda: BI expedicionario Victoria y EC Guías del General.

Morales no se dejaría intimidar por la inferioridad numérica, por lo que atacó inmediatamente. Su plan era mantener a los insurgentes en el terreno, en espera de la llegada de Morillo, que estaba en Villa de Cura con el grueso del ejército. Simón Bolívar no tenía más opción que combatir si quería impedir que el enemigo cayera sobre sus fuerzas en plena retirada.

El terreno accidentado era desfavorable para cualquier maniobra con la caballería; implícitamente, Bolívar había renunciado a su mejor arma y permitiría que la infantería realista hiciera gala de su disciplina y efectividad.

Los asaltos realistas serían la acción principal de la primera fase de la batalla, fusilándose ambos bandos a una distancia mínima: «las banderas de los batallones y los vestidos de los soldados se incendiaban con los tacos». A esa distancia de fuego las bajas fueron muy elevadas, habiendo una gran cantidad de heridos en la oficialidad que no había perecido.

Los atacantes trataron de reforzar su izquierda, pero fueron rechazados mediante un contraataque de 3 batallones y la caballería de Monagas. En provecho de dicha acción fueron empleados otros 2 batallones realistas, al tiempo que contra la derecha de Morales actuaba el coronel Genaro Vásquez con la caballería de Apure.

Los realistas emprendieron la retirada, seguidos por las unidades insurgentes. La persecución fue llevada hasta los barrancos de otro riachuelo, la Quebrada Seca, donde fue la llegada del general Morillo, que llegaba en ese momento con sus fuerzas, que se componían de BI expedicionario de la Unión (Valençey), BI de milicias de Pardos de Valencia y EC-6 expedicionario de artillería volante, que a falta de piezas actuaba como caballería.

A las 09:00 horas, el BI de La Unión se presentó muy a propósito sobre una pequeña altura cuya posición era muy ventajosa. A los primeros fuegos hizo retroceder a los insurgentes y la compañía de granaderos que se envió para despejar el camino tuvo un éxito igual.

BI de Pardos de Valencia, que seguía al de La Unión, se colocó sobre la derecha y con algunas guerrillas contribuyó a rechazar al enemigo hasta un barranco.

El EC-6 de artillería apareció casi al mismo tiempo. Morillo se puso a la cabeza de él y, aunque este cuerpo estaba lejos de estar completo, como el momento era favorable, realizó una carga vigorosa que decidió el éxito de la jornada. La infantería insurgente fue dispersa y su caballería huyó en desorden. Hubo varias justificaciones poco convincentes como la explosión de unos cajones de pólvora abandonados por los españoles, que desordenaría a la caballería insurgente o la huida de la misma ante la sorpresa de la carga realista.

En el lance, Morillo fue herido por un lanzazo en el costado izquierdo entre la cadera y el ombligo; Miguel de la Torre asumió el mando provisional del ejército realista. Morillo fue trasladado embarcado en camilla por 30 pardos de Valencia hacia dicha ciudad. Antes de ser retirado dijo: «Sálvense los prisioneros y respétense sus vidas».

El BI de Navarra, que acababa de llegar al campo de batalla, formó en columna y se dedicó a perseguir al enemigo con toda la rapidez posible, sin dejarles tiempo para rehacerse. Finalmente, el ejército se detuvo en San Juan de los Moros para pasar allí el resto del día y la noche siguiente.

Según el parte de Morillo, las pérdidas insurgentes alcanzaron a los 800 hombres muertos y a un número mucho mayor de heridos. Se capturó una enorme cantidad de municiones de toda especie, 3 banderas, más de 500 fusiles, el mismo número de caballos ensillados, todo su equipaje, incluido el de Bolívar, y todos los papeles de ese general. En una palabra, salvo alguna caballería, todos los rebeldes fueron dispersados: unos fueron a reintegrarse a sus hogares que habían abandonado a la fuerza, los otros vinieron a implorar nuestra gracia y muchos cayeron en manos de las guerrillas realistas. Los realistas tuvieron 9 oficiales y 150 soldados muertos; el número de heridos fue en proporción. Estimaciones actuales indican que las bajas se cifran de 500 a 600.

El capitán británico Mac Mullin fue hecho prisionero en la última carga, fue llevado ante el general herido Morillo, y se presentó como cirujano, y se puso a vendar con destreza la herida del general; este, satisfecho por los cuidados, le envió a retaguardia como prisionero. Tuvo la suerte de escaparse esa noche y unirse a Bolívar antes de la batalla de Ortiz.

Batalla de Ortiz (22 al 26 de marzo de 1818)

El ejército realista acampó el 17 de marzo en San Juan de los Moros bajo el mando interino del brigadier Miguel de La Torre. Los batallones de Castilla y de los Pardos de Caracas se incorporaron al mismo tiempo que 4 compañías del batallón de Burgos. Estas unidades permanecieron en San Juan de los Moros, con orden de ocupar sucesivamente Ortiz y Parapara a medida que el ejército realista avanzaba. Esta disposición tenía por objeto establecer una línea militar que asegurara el paso de los víveres y de las municiones que los numerosos rebeldes, dispersos en el país, podían fácilmente interceptar.

Por la tarde, el ejército realista tomó el camino de Ortiz; acampó durante la noche a alguna distancia más allá de Flores y reanudó su marcha en la mañana siguiente. Antes de llegar a Parapara, los exploradores pusieron en desbandada unas pequeñas guerrillas y les mataron tres hombres.

Las tropas entraron al anochecer en Ortiz, en donde permanecieron el 20 de marzo; luego se pusieron en marcha en dirección de Caimán. Entonces se recibieron noticias del coronel Rafael López, de que, tras una infinidad de marchas y contramarchas ejecutadas, había llegado entre Ortiz y Calabozo, muy a propósito para poner en desbandada un escuadrón al mando del coronel Blancas que trataba de proteger la retirada de los insurgentes en un lugar llamado Mangas Largas. En el enfrentamiento, los insurgentes perdieron más de 100 hombres, entre ellos Blancas, que era famoso en las filas insurgentes, haciendo un gran número de prisioneros y de fusiles.

Sabiendo Bolívar que el ejército realista, compuesto de tropas numerosas, iba en su persecución, tomó disposiciones a fin de remontar la caballería, reorganizar sus cuerpos y aumentarlos. Para conseguirlo, la medida principal fue llamar a los generales Páez y Cedeño, que se hallaban en el Apure, a cuyo efecto envió en comisión al general Pedro León Torres. Entretanto, concentró en Calabozo los restos de su infantería para reorganizarla, y puso la villa en estado de defensa: la caballería se acampó en la Chinca, a legua y media de distancia. El general Anzoátegui mandaba las fuerzas de la plaza, y Zaraza las fuerzas exteriores.

Bolívar y el general Monagas siguieron a Guardatinajas para encontrarse con Páez y Cedeño, que se sabía marchaban a toda velocidad. Encontrando la vanguardia que mandaba Cedeño, Bolívar la dirigió al Rastro, regresando él a Calabozo. Allí, entre varias medidas que dictó, formó de los restos de su infantería un batallón, que denominó Sagrado. Los coroneles y tenientes coroneles eran sus oficiales; el mayor era el general Anzoátegui, y comandante el mismo Bolívar.

Todas estas y otras muchas disposiciones fueron tomadas por Bolívar con una actividad extraordinaria para resistir al ejército realista, que, aumentado con la columna del coronel Rafael López (500 jinetes y 100 infantes), avanzaba rápidamente sobre Calabozo. Con la mayor celeridad, las tropas de Páez y de Cedeño, que llegaron al Rastro el 22 de marzo, antes que los realistas. Allí se concentró el ejército insurgente y acabó de reunirse por la noche. Los realistas habían llegado al Banco del Rastro, y solo distaban dos leguas de los insurgentes.

Supo entonces con asombro el brigadier La Torre que tenía al frente, no unos fugitivos, como pensaba, sino un ejército, compuesto de infantería y de excelente caballería, casi igual en número al que había combatido en la batalla del Sémen. Convocó, pues, un consejo de guerra, en que se acordó la retirada hacia las montañas de Ortiz, atendiendo al mal estado en que se hallaba la caballería. En la misma noche del 22 emprendieron los realistas su marcha retrógrada, temerosos de la caballería insurgente: sufrieron mucho, especialmente por la falta de agua, en los dos días que tardaron en llegar a Ortiz. Desde el camino destacó La Torre con dirección a la villa del Pao a Rafael López. Dejando consigo en Ortiz los batallones de Castilla, de la Unión, de Valencia y el escuadrón del Infante Don Carlos, envió el resto del ejército a la Villa de Cura: debía acantonarse allí la infantería, y la caballería en los lugares situados en las márgenes de la laguna de Valencia, donde abundan los pastos.

El cuerpo del coronel López recibió orden de marchar contra la población de Pao y se separó del grueso del ejército realista hacia el fin de la primera jornada.

Sin embargo, apenas el ejército realista tomó las disposiciones, cuando el 26 de marzo, los insurgentes atacaron a Ortiz con cerca de 2.000 caballos y 1.000 infantes.

Los insurgentes intentaron forzar las posiciones del centro sin actuar en los flancos. Al comienzo de la acción, los realistas apenas pudieron sostener el ímpetu enemigo. Pero el BI de Pardos de Valencia y pronto cerca de él los de La Unión y de Castilla llegaron sucesivamente al resto del combate. Las numerosas tentativas del enemigo no tuvieron ningún éxito. Quiso tomar con su caballería las alturas escarpadas y esta empresa mal analizada tuvo el resultado que se podía prever.

Luego Bolívar se empeñó en un combate de seis horas, más que temerario, pues la caballería no podía tomar parte en él por no permitirlo el terreno. Varias veces subía la infantería insurgente y tenía que volver a bajar, rechazada, y Páez informó a Bolívar que por la derecha había un punto por donde descabezar aquel cerro. Fue, pues, imposible forzar el paso, y allí se produjo, entre otras bajas, la pérdida del coronel Genaro Vázquez, famoso por su crueldad, que fue herido de muerte cuando, con un cuerpo de 200 carabineros que mandaba, echó pie a tierra y logró llegar hasta la cima de la cuesta. Cuando fue herido Vázquez, una columna de infantería realista bajó, por otro lado, y llegó hasta el lugar donde estaba formado el resto de la infantería insurgente, rechazándola unos 200 metros; pero Páez mandó a Iribarren cargar vigorosamente con una columna de caballería, regresando los realistas a su altura, y pudo Vázquez y su columna incorporarse y no quedar cortada. Vázquez venía herido y en brazos de sus soldados. Aquella misma noche murió.

A la puesta del sol, los insurgentes tenían una sed irresistible y no había allí agua para apagarla. Dispuso Bolívar que se retirase a San Pablo, donde la había, que estaba a retaguardia, cosa de seis leguas de distancia. Los realistas se aprovecharon del movimiento y se puso en retirada hasta los valles de Aragua, como a 18 leguas de Ortiz.

Las tropas realistas se apoderaron de 7 furgones.

Batalla del Ricón de Toros (17 de abril de 1818)

Bolívar marchó con el resto del ejército a San José de los Tiznados, con el ánimo de actuar contra los realistas por el Occidente de Caracas, cambiando de este modo su línea de operaciones, pues el camino de La Puerta le había sido hasta entonces funesto. Llegaron al pueblo de San José de los Tiznados y allí resolvió irse a Calabozo con parte de las tropas para organizar las fuerzas con una columna que había llegado de Guayana. Páez recibió la orden de marchar hacia San Carlos para que se uniera allí con el coronel Rangel, a quien, con un cuerpo de caballería, se le había mandado operar sobre el Occidente, atravesando la provincia de Barinas, y al mismo tiempo ver si podía batir al coronel López, que se encontraba en el Pao de San Juan Bautista.

El coronel López rehuyó el combate que se le ofreció, y se retiró a las Cañadas, por el camino de Valencia; pero cuando vio que Páez pasaba el Pao, se retiró a los Tiznados, por la cordillera, camino de las Cocuizas, con la idea de batir a Bolívar, que sabía que iba a reunirse con Páez con 700 hombres de caballería y 400 de infantería.

Estando el coronel López en el pueblo de San José, esperando la llegada de Bolívar, este acampó con su fuerza en el Rincón de los Toros, a una legua de San José. Al llegar a dicho pueblo, supo que López estaba muy cerca y envió al general Cedeño con 25 jinetes para decir a Páez que se detuviera, pues marchaba a unirse con él. En la noche de aquel mismo día, un sargento insurgente se pasó al enemigo y reveló el santo y seña de la división, la fuerza de que constaba y el lugar donde descansaba Bolívar. Concibió entonces López la idea de sorprenderle, y confió la operación al Tcol Mariano Renovales, haciéndole acompañar de 80 hombres escogidos por su valor.

Entretanto, Bolívar descansaba en su hamaca, colgada de unos árboles a corta distancia del campamento. Sobre las cuatro de la madrugada, cuando el coronel Santander, jefe de estado mayor, iba a comunicar a Bolívar que ya todo estaba preparado para la marcha, tropezó con la gente de Renovales, y después de exigir el santo y seña, le preguntó qué patrulla era. Renovales respondió que venía de hacer un reconocimiento sobre el campo enemigo, según órdenes que había recibido del jefe supremo, que iba a darle cuenta del resultado de su comisión; pero que no daba con el lugar donde se hallaba. Santander le dijo que fuera con él, pues él también iba a darle parte de que todo estaba listo para marchar.

Habiendo llegado al borde del grupo de árboles donde Bolívar y su séquito tenían colgadas sus hamacas, le señaló una blanca, que era la de él; apenas lo hubo hecho, cuando los realistas descargaron sus armas sobre la indicada hamaca.

Afortunadamente, hacía pocos momentos que este la había abandonado para ir a montar su mula, y ya tenía el pie en el estribo cuando esta, espantada por los tiros, echó a correr, dejando a su dueño en tierra. Bolívar, sorprendido con descarga tan inmediata, trató de ponerse a salvo, y en la oscuridad de la noche no pudo atinar con el lugar del campamento.

Este hecho ha sido referido con bastante inexactitud por algunos historiadores de Colombia, y no ha faltado quien lo haya referido de una manera ridícula y poco honrosa para el Libertador. No debe sorprender que él no atinase con el campamento, pues el mejor llanero que se extravía en la obscuridad en aquellos puntos se halla en el mismo caso que el navegante que, en medio del océano, pierde su brújula en noche tenebrosa.

Grande fue la confusión del campamento cuando vieron que Bolívar no aparecía; todos se figuraban que había muerto si no era prisionero de los enemigos. Al amanecer atacaron los realistas el campo insurgente. La débil infantería del coronel López atacó el centro, mientras que su caballería derrotó a los escuadrones enemigos que no opusieron casi resistencia. En pocos minutos todo fue aniquilado o puesto en fuga. Más de 600 cadáveres quedaron en el campo de batalla. Los realistas hicieron 800 prisioneros, de los cuales cinco jefes y tres oficiales. Todas las municiones, todo el equipaje del enemigo cayó en su poder. Como compensación, allí fue muerto el coronel Rafael López, el mejor jefe de caballería que llegaron a tener los realistas, tanto por su valor como por su sagacidad. Era natural de Pedraza, provincia de Barinas, y pertenecía a una de sus familias más conocidas.

El Tcol Antonio Pía, sobre quien recayó el mando, hizo reunir los despojos de los rebeldes y particularmente sus fusiles, y continuó enseguida su marcha sobre Ortiz y puso en ejecución de las órdenes secretas que encontró en los papeles del coronel.

A su paso por Ortiz, puso en fuga una parte de un centenar de rebeldes; luego entró en San Francisco de Cara y Camaragua, en donde el brigadier Morales se puso a la cabeza de las tropas, reforzadas por 130 de a caballo, pertenecientes al escuadrón de Sombrero y Barbacoas. Diversas guerrillas reclutadas a los alrededores y 100 hombres del BI de La Corona, llegados de Orituce. El brigadier Morales recibió orden de dirigirse a Calabozo. Ortiz fue ocupado por dos compañías del RI de Navarra y por el escuadrón de San Francisco de Tinados. Estas fuerzas permanecieron a disposición de Morales en caso de necesidad.

El general Cedeño, aunque dormía a mucha distancia del campamento, oyó el fuego del combate y contramarchó para averiguar lo sucedido. Llegó al campo y no encontró ni amigos ni enemigos; pero comprendiendo que los insurgentes habían sufrido un desastre, se fue a Calabozo en busca de Bolívar.
Los dispersos del Rincón de los Toros encontraron al Libertador y le dieron el caballo de López, que el comandante Rondón había cogido después de muerto su jinete.

Páez recibió noticia del desastre; pero como Bolívar no envió ninguna contraorden, siguió su marcha sobre San Carlos, donde estaba Latorre con 3.000 hombres.

Al llegar a la ciudad, encontró una partida de húsares que salía de ella y la arrolló, penetrando hasta la misma Plaza Mayor, donde estaban acuarteladas las tropas en las casas de alto. De allí los realistas hicieron fuego, y tuvieron que retirarse fuera de la ciudad.

El general La Torre salió de la población y tomó posiciones en unos cerritos llamados de San Juan. Páez permaneció cinco días en la llanura frente a él, y sospechando que estaría esperando refuerzos, le pareció prudente retirarse al pueblo de Cojedes para mandar a llamar a Rangel, que se encontraba en Cabudare, casi un arrabal de Barquisimeto. Rangel llegó, pero con solamente 200 hombres de caballería, diciendo que el resto de la columna había desertado.

Ejército de Simón Bolívar en 1818. Autor R. Poulter.

Batalla de Cojedes (2 de mayo de 1818)

Durante esas operaciones, se ordenó que tres batallones mandados por el brigadier Correa, la dirección de Calabozo por Ortiz, y el brigadier de La Torre se dirigió con la caballería europea y el BI de La Unión hacia San Carlos, amenazado por Páez. El insurgente debía ser alcanzado en esta población o sobre la ruta, por las tropas bajo las órdenes del brigadier Real. En efecto, La Torre llegó el 23 de abril a San Carlos y el 25 de abril se presentó Páez. Un centenar de rebeldes tuvieron la audacia de penetrar hasta la Plaza Mayor, pero fueron rechazados. Las tropas realistas se mantuvieron delante de San Carlos y ocuparon las alturas vecinas.

Previendo este ataque, se ordenó al brigadier Correa apresurar la marcha y llegar a San Carlos por el camino de Flores. Él llegó el 27 de abril a Pao, y se encontró allí, con la orden de reforzar al brigadier de La Torre, lo cual se efectuó el 30 de abril.

Transcurridos dos días, Páez se alejó de San Carlos. El 2 de mayo el ejército realista, con cerca de 4.000 combatientes, siguió la dirección acordada. No era probable que los insurgentes esperaran tales fuerzas, de las cuales debieron conocer el número. Así el brigadier de La Torre sufrió una especie de sorpresa cuando, en el momento en que las tropas iniciaban un alto, les cayó encima la Guardia de Honor de Páez, que había sido dejada allí apostada, y matando algunos hombres, Páez continuó su retirada en orden hasta la sábana de Cojedes, donde resolvió esperar a los realistas.

El ejército realista continuó así su marcha hasta la Sabana de Onote, en donde descubrió a las fuerzas de Páez organizadas para la batalla, al parecer esperándolos. Había formado sus 300 infantes en dos filas mandadas por el general Anzoátegui, situó la Guardia de caballería al mando de Cornelio Muñoz a la derecha, y a la izquierda el coronel Iribarren con su escuadrón. El resto de la caballería, al mando del coronel Rangel, formaba la segunda línea. Su plan era esperar a los realistas sin disparar un tiro, hasta que lo tuvieran muy cerca, y entonces abrir fuego, cargar a la vez con la Guardia y el escuadrón de Iribarren sobre la caballería enemiga y, después de que esta fuera derrotada, cargar con la reserva.

El ejército realista avanzó hasta un tiro de pistola de los insurgentes que permanecían en buen orden, e iniciaron el fuego. Las tropas realistas respondieron inmediatamente y marcharon en plan de combate contra la infantería de Páez, la cual fue puesta rápidamente en desbandada y pasada a filo de espada por la caballería realista. La caballería de los rebeldes, en un primer movimiento, pareció querer cargar sobre las columnas realistas. Pero de repente pasó al galope a tiro de fusil de las dos alas y se arrojó masivamente contra la retaguardia realista, la cual fue tomada de este modo y de improviso, perdió algunos acarreadores, un cierto número de ayudantes y aún muchos heridos que transportaban los equipos.

El brigadier Correa retrocedió inmediatamente con su división y este movimiento bastó para hacer desaparecer al enemigo que se desbandó a su vista. Correa regresó a colocarse sobre el borde de un pequeño bosque, mientras que la primera división ocupó la población de Cojedes, que estaba a corta distancia.

Las pérdidas insurgentes fueron de 800 hombres que quedaron en el campo de batalla. Pero las consecuencias de esta jornada fueron más funestas aún, porque un número muy considerable de fugitivos cayó en manos de diversas partidas realistas. Se capturaron dos banderas, numerosos furgones, 500 fusiles y muchos caballos.

Al día siguiente se supo que un cuerpo de insurgentes muy numerosos parecía querer rehacerse. El brigadier Correa fue destacado con algunas tropas para disolverlas. Pero el enemigo no lo esperó. Entonces el ejército realista pudo reconocer sus pérdidas, que alcanzaban a una centena de muertos y otros tantos heridos. El comandante general interino Miguel de La Torre se contaba con el número de los últimos. Sus funciones pasaron entonces al JEM, el brigadier Ramón Correa.

En la tarde, el ejército realista aprovisionado para un día acampó sobre la ribera izquierda del Cojedes. Al día siguiente continuó rastreando las huellas de los insurgentes y el 11 de mayo llegó a Guanarito, en la provincia de Barinas, en donde se puso en comunicación con los coroneles Calzada y Reyes-Vargas. Todas las tropas que formaban la primera división pasaron a órdenes de este último jefe, quien recibió órdenes de marchar a la cabeza contra Nutrias, en donde, de acuerdo con diversas referencias, se mantenía un cuerpo de rebeldes.
Bolívar el 24 de mayo se embarcó en San Fernando para Guayana; se encontraba en Angostura, y no volvió a Apure hasta principios del año de 1819.

Fuerzas de José Antonio Páez en 1818. Autor R. Poulter.

Batalla de la Laguna de los Patos (20 de mayo de 1818)

Mientras se desarrollaban las acciones en la sabana de Cojedes, el brigadier realista Francisco Tomás Morales marchó a los llanos de Calabozo y, reforzado con la columna que antes estaba al mando del coronel Rafael López, reunió unos 2.500 efectivos y ocupó la ciudad y después se dirigió al sitio de la laguna de los Patos, entre dicha plaza y El Calvario, donde el insurgente Manuel Sedeño había tomado posiciones con sus 2.000 efectivos. Allí fue atacado y destrozada su pequeña fuerza de infantería; la caballería se dio a la fuga. Los restos de las fuerzas de Sedeño cruzaron el río Apure y entraron en San Fernando.

Batalla del Puerto de la Madera (30 de mayo de 1818)

Bolívar proyectó una campaña sobre Cumaná. El brigadier José Francisco Bermúdez salió de Angostura a reunirse con las fuerzas del coronel Domingo Montes en Cumaná. Ambos se dirigen a Cumaná, estableciendo su cuartel general en el puerto de La Madera, a unos pocos kilómetros de la ciudad, a orillas del río Manzanares. El 16 de mayo, el general de división insurgente José Francisco Bermúdez se presentó frente a Cumaná defendida por el gobernador, el coronel Tomás de Cires, y atacó el 21 la cabeza de puente sin lograr ventaja alguna. Bermúdez se situó en las afueras de la ciudad, con 500 infantes, 200 jinetes y 2 piezas de artillería.

El 30 de mayo la guarnición de Cumaná al mando de Cires hizo una salida sorpresiva y atacó a Bermúdez en su posición de Puerto Madera, logrando vencerlo y obligándolo a retirarse hasta Cumaná. Montes se quedó en esta ciudad y Bermúdez regresó nuevamente a Angostura.
Son dos las versiones de lo ocurrido en esta batalla.
El parte español del gobernador Cires, dice: «Establecido el enemigo en el Puerto de la Madera, a legua y media de esta plaza, determiné atacarlo en sus trincheras con 700 hombres, que era mucha parte de nuestra guarnición…..el enemigo desalojado a la bayoneta de sus fuertes atrincheramientos, dejó en nuestro poder las dos piezas de artillería que allí tenía, toda su caballería compuesta de 130 caballos ensillados, copiosa porción de municiones; un crecido número de fusiles y lanzas, todas las reses que allí tenían, y el campo cubierto de cadáveres. Nosotros hemos tenido alguna perdida. Aun no se me ha dado el parte circunstanciado de todo: cuando lo reciba lo trasladaré a V. S. Cumaná 30 de mayo de 1818».

Algunos historiadores afirman que Bermúdez fue sorprendido cuando jugaba cartas con otros oficiales y los soldados descuidaron la vigilancia bañándose en el río. Bermúdez apenas si tuvo tiempo de lograr la huida de su señora y organizar la defensa, no pudiendo evitar la toma de los dos cañones, fusiles y municiones, además de 108 muertos y la pérdida de los caballos y el ganado vacuno remitidos por Monagas.

El parte insurgente dice: «se combatió por 5 horas, que Bermúdez se retiró luego de no tener municiones y asegura, que las fuerzas realistas perdieron al menos la mitad de sus efectivos, alrededor de unos trescientos hombres».

Algunos historiadores afirman que Bermúdez, menguado de pertrechos, soportó la carga del enemigo, le causó todo el daño que pudo y como era la táctica de los insurgentes, ordenó a sus tropas dispersarse y abandonó el incómodo asedio, dejando en el campo de batalla 150 cadáveres insurgentes por 300 realistas.

En 1821, Bermúdez, en su atrevida distracción sobre Caracas, apresó al gobernador Tomás de Cires, culpable de muchas felonías, y lo entregó a las autoridades superiores, que ordenaron su fusilamiento.

Situación a finales de 1818

El año 1818 fue nefasto para las fuerzas de Bolívar; según Morillo, en el curso de esa campaña, más de 15.000 prisioneros habían caído en poder del ejército realista, siendo conducidos a La Guaira, a Caracas y a Puerto Cabello. 4 coroneles y tenientes coroneles, 2 de ellos extranjeros y 2 habitantes de Caracas, fueron los únicos llevados ante un consejo de guerra y condenados a muerte.

Algo habían logrado los insurgentes; los habitantes de los Llanos y la gente de color, que en un principio se habían mostrado partidarios de los realistas, comenzaban a pasarse al lado insurgente. También hay que tener en cuenta que las tropas realistas habían quedado muy mermadas.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-10-30. Última modificacion 2025-10-30.
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