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Guerra civil entre centralistas y federalistas en Nueva Granada
El 27 de noviembre de 1811 se creó la Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, participando en el acto fundacional las provincias de Antioquia, Cartagena, Pamplona, Neiva y Tunja. Debido al carácter centralista de la constitución de Cundinamarca (nombre que recibió la provincia de Santa Fe de Bogotá), los federalistas eran recelosos de la unión de este Estado a la Federación. Este recelo generó una división entre dos bandos: los centralistas (patiadores), liderados por Antonio Nariño y que controlaban el gobierno de Cundinamarca, y los federalistas (carracos), liderados desde Tunja por Camilo Torres en calidad de presidente del Congreso de las Provincias Unidas.
Cundinamarca, que no formó parte del pacto al ser un estado partidario del centralismo, se anexionó en 1811 la provincia de Mariquita y partes de la provincia de Neiva, lo cual produjo tensiones con el resto de las provincias neogranadinas, las cuales se solucionaron el 18 de mayo de 1812 con un tratado de paz que reconocía las anexiones de Cundinamarca y establecía una futura capital federal sin jurisdicción de ninguno de los estados, permitiendo el ingreso de Cundinamarca a la Federación. Sin embargo, el 8 de octubre de 1812 el gobierno federal le ordenó a Antonio Nariño, presidente de Cundinamarca, ajustar la legislación del Estado al pacto federal, a lo cual este se negó.

Liderado por Bogotá, Cundinamarca controlaba el altiplano central, históricamente la región hegemónica de la Nueva Granada por ser la más rica y poblada. Nariño consideraba pernicioso unirse a una confederación, ya que Cundinamarca perdería sus recursos e influencia.
El conflicto de la Federación con Antonio de Nariño desencadenó una declaración de guerra a las Provincias Unidas de la Nueva Granada, que llevó a ambos bandos a un enfrentamiento armado. En esos momentos, Nariño decidió marchar sobre Tunja con 1.500 hombres. Los combates iniciaron el 2 de diciembre de 1812, en una batalla que se llevó a cabo en la población de Ventaquemada (actual departamento de Boyacá), donde triunfaron los federalistas, integrados principalmente por tropas de la provincia de Tunja, comandadas por Antonio Baraya. Los centralistas dejaron en el campo 40 muertos, 50 prisioneros y 10 cañones.
Tras la derrota de los centralistas, las tropas federalistas de Baraya, más de 3000 hombres, avanzaron hacia Santafé de Bogotá en el mes de enero. Luego de tomar posiciones en los alrededores de la ciudad y en puntos estratégicos como el cerro de Monserrate, el combate definitivo por el control de la ciudad se libró el 9 de enero en el barrio San Victorino, favoreciendo a las fuerzas de Nariño, quien contaba con 1.000 a 1.500 soldados. Los centralistas tomaron 24 oficiales y 1.000 soldados como prisioneros, 27 cañones y 300 fusiles. Con el triunfo de Cundinamarca, la guerra terminó momentáneamente, después de que los dos bandos acordaron unir fuerzas contra el enemigo común: los ejércitos realistas.
El 25 de septiembre de 1814, desembarcaron en Cartagena de Indias, Simón Bolívar y Santiago Mariño, ambos venezolanos con el rango de general de brigada. Cinco días más tarde publicaban en la Gaceta Oficial de Cartagena una narración de la caída de la Segunda República de Venezuela. La estancia de Bolívar en el puerto fue breve; poco después marchó al interior.
No eran los únicos; muchos oficiales y políticos venezolanos llegaron huyendo de la derrota sufrida en Venezuela. El general de brigada Rafael Urdaneta mandó la Emigración de Occidente, evacuando 2.000 hombres desarmados de la guarnición de San Carlos, seguidos por cerca de 6.000 mujeres, niños y ancianos que quisieron acompañarlos, a los que dejaba en los pueblos por donde pasaba. Las guerrillas monárquicas los habían acosado todo el camino hasta la Nueva Granada, como lo habían hecho a los insurgentes que huían de Caracas en la emigración a Oriente. Urdaneta había remontado el río Apure y llegaba a Cúcuta el 10 de octubre con los restos de su división, permaneciendo allí hasta recibir órdenes secretas de Bolívar para viajar a Tunja, partiendo el 8 de noviembre. El día 14 Urdaneta y Bolívar se encontraron en Pamplona. El 22 de noviembre llegaron a Tunja, donde Bolívar se presenta ante el Congreso federal y dos días más tarde fue nombrado general de división. Así, el Congreso aprovechó la ocasión para sumar a los recién llegados a sus tropas y atacar a su rival debilitado.
El 28 de noviembre en Tunja, el Congreso ofreció a Bolívar el mando de un ejército de neogranadinos y venezolanos con la misión de tomar Santafé de Bogotá, lo cual fue aceptado. Al día siguiente, el Congreso le declaró la guerra a Cundinamarca. Por otra parte, entre el 30 de noviembre y el 1 de diciembre, los veteranos de Urdaneta llegaron a Tunja. Así, las distintas unidades federales salieron de Tunja a Santa Fé entre el 2 y el 4 de diciembre.
En diciembre de 1814, Bolívar obligó a Cundinamarca a unirse a las Provincias Unidas tras asediar Bogotá con 1.800 tropas; durante el acontecimiento, el obispo de la ciudad excomulgó a Bolívar y sus oficiales. La urbe estaba defendida por 1.400 soldados al mando del general José Ramón de Leiva, que volvían derrotados de la Campaña de Nariño en el Sur. A sus soldados se les dijo que Bolívar tenía planeado destruir su ciudad y acabar con la Iglesia católica.
Unos 2.000 ciudadanos fueron armados y se repartieron puñales entre las mujeres. Finalmente, los centralistas tomaron la ciudad después de una lucha de calle por calle; los defensores se rindieron bajo la promesa de perdonarles la vida y sus bienes tras dos días de combates (12 de diciembre). Sin embargo, los centralistas saquearon el rico barrio de Santa Bárbara y destruyeron su Observatorio Astronómico. Muchos hombres fueron masacrados y las mujeres de origen español que allí habitaban fueron violadas.
En enero de 1815, el gobierno republicano fue trasladado de Tunja a Bogotá, y Bolívar recibió el rango de capitán general, con el encargo de expulsar a los realistas atrincherados en Santa Marta. Sin embargo, el gobierno establecido en Bogotá no logró unificar los esfuerzos de los insurgentes debido a que Cartagena de Indias se hallaba en poder del coronel Manuel del Castillo y Rada, quien desde 1813 se había enemistado con Bolívar al desobedecerlo y un año después se había declarado públicamente contra él.
El plan consistía en que Bolívar atacaría Santa Marta con 2.000 hombres armados por Castillo para avanzar luego sobre Riohacha y Maracaibo, pero ninguno confiaba en el otro. Si los santamartinos atacaban, Bolívar esperaría para enviar la división de Rafael Urdaneta contra ellos para luego unirse a la batalla. Ni Castillo ni Bolívar quisieron atacar Santa Marta por temor a que su rival interno aprovechara para lanzar una ofensiva en su contra, a pesar de que ambos sabían que se estaba preparando una expedición española que usaría a Santa Marta como base de operaciones.
Finalmente, el capitán general decidió primero atacar Cartagena y empezó a preparar la campaña contra esa ciudad; luego avanzaría hacia Santa Marta y finalmente regresaría a Venezuela con todas las fuerzas disponibles. En tanto, los realistas se preparaban para invadir por tierra Nueva Granada.
Cerca de 2.000 soldados se concentraban en Cúcuta y Guasdualito para apoyar a los santamartinos. En abril los santamartinos asediaron Mompox; Bolívar pidió a Castillo, que tenía 2.500 hombres guarneciendo el río Magdalena, auxiliar a los defensores, pero este se negó y se perdieron 1.000 hombres, 2.000 fusiles, 100 piezas de artillería y 34 buques armados.
Campaña de Mariño en el Sur
En marzo de 1813, el jefe centralista de Cundinamarca, Antonio Nariño, y el federalista Congreso de las Provincias Unidas decidieron auxiliar a las tropas venezolanas mandadas por Simón Bolívar y José Félix Ribas, las cuales emprenderían la llamada Campaña Admirable. Nariño, mientras tanto, partió al sur el 21 de septiembre, quedando como presidente interino en Santafé Manuel de Bernardo Álvarez, tío de Nariño. El oficial francés Manuel Roergas Serviez entrenó las tropas en la táctica francesa e impuso férrea disciplina a los soldados novatos. Esto produjo roces, y Nariño se vio obligado a ponerlo preso con otros oficiales que remitió a Cartagena.
Antonio Nariño fue nombrado comandante del ejército insurgente y marchó con sus fuerzas hacia el sur del país el 21 de septiembre de 1813, al mando de unos 1.000 efectivos. Condujo sus fuerzas hasta la frontera de la Audiencia de Quito para enfrentar a las fuerzas realistas conducidas por Toribio Montes y Juan Sámano que amenazaban con tomarse a Popayán. Nombró como alférez abanderado al artista José María Espinosa Prieto, que dejaría el registro más fiel de la campaña.
Una semana más tarde, las tropas llegaron a la provincia de Mariquita, donde recibieron refuerzos bajo el mando de José María Cabal y el francés Manuel Roergas Serviez. El ejército independentista marchó entonces a la ciudad de La Plata, donde tropas indígenas se unieron a ellos y les ayudaron a cruzar el páramo de Guanacas.
Batalla del río Palacé (30 de diciembre de 1813)
Terminada la preparación en La Plata, el general Nariño ordenó que la tropa dejase allí los equipajes y todo lo no indispensable e inició la marcha por el camino del páramo Guanacas; ordenó que todos los oficiales, hasta los de caballería, anduvieran a pie, para que los caballos, que iban siendo herrados durante la marcha, fueran descansados, y que la artillería estuviera perfectamente organizada durante el movimiento, lo cual era muy difícil por las características del terreno. Al iniciar el movimiento, las tropas adoptaron la siguiente formación de marcha: “un piquete de caballería, como exploración, los cazadores, al mando del capitán Virgo, como descubierta una jornada de camino; enseguida el teniente Ricaurte con la avanzada de vanguardia, después los granaderos con dos piezas de artillería ligera y detrás de ellos el general en jefe con sus ayudantes, secretarios y comitiva; a una distancia media, más bien corta que larga, una columna con la artillería pesada, el parque y la caballería, que cerraba la marcha. A la cabeza de esta columna marchaba el segundo comandante del ejército, el brigadier José Ramón de Leiva”.
Cruzó la cordillera central por el páramo de Guanacas, pasando luego a Neiva y atravesando el río Magdalena hasta llegar a las afueras de la ciudad de Popayán. Por el camino que cruza del puente sobre el río Palacé. Los insurgentes identificaron una posible emboscada y evitaron además la voladura del puente tras desalojarlo del enemigo, presentando menor cantidad de bajas, entre ellas el capitán José María Ardila. Sámano se vio obligado a retirarse a El Tambo.

La huida de los realistas permitió abrir el paso del río Palacé por las tropas de Nariño el día después de la batalla y entrar victoriosos en Popayán. Sámano decidió huir de la ciudad y reagrupar sus fuerzas en la hacienda Calibío, donde se unió, a petición propia, con las tropas mandadas por el Tcol Ignacio Asín, conocido por sus triunfos sobre los insurgentes, quien lo reforzó con unos 1.000 hombres y abundante artillería.
Cuando Nariño conoció el movimiento de Asín, hizo una finta de ataque, pero luego retornó hacia el Bajo Palacé y decidió esperar la división que había enviado por el Quindío y las tropas de Antioquia.

Batalla de Calibío (15 de enero de 1815)
El 15 de enero de 1814, el ejército de Nariño llegó a la hacienda de Calibío, en las inmediaciones de Papayán, donde estaban los realistas con unos 2.200 efectivos y 10 piezas de artillería, mandados por Juan de Sámano e Ignacio de Asín. Mariño disponía de 2.000 efectivos y 15 cañones; dividió su fuerza en tres batallones, uno mandado por el mismo Nariño y el otro por el coronel Leyva, mientras que el otro llegaría momentos más tarde. Se libró una batalla de más de tres horas en la que Asín fue muerto. La descripción de la batalla la hace el boletín n.º 71:
“Quizá no me ha servido de tanta satisfacción la victoria como el modo y disposición de la tropa y oficialidad para conseguirla. Todos en silencio, todos en sus puestos, todos con un semblante sereno obedecían las órdenes con tanta prontitud como en un ejército común. La acción comenzó por un fuego de artillería bien dirigido: a la primera descarga del enemigo hizo la tropa un ligero movimiento de agacharse, se lo vituperé estando al frente de mi caballo, y tuve la satisfacción de ver venir las otras balas sin que ningún soldado se moviese, a pesar de haber caído dos tan cerca de los granaderos que se les llenaron los ojos de tierra. Al artillero Arévalo que estaba cargando un cañón de a cuatro le rozó una bala muerta el brazo, se agachó riendo, la levantó y me la presentó. Los indios que tiraban los cañones, a pesar de su timidez natural, no me desampararon viendo la serenidad de las tropas y habiendo muerto uno de ellos. Pero nada fue tan bello como el ataque: el terreno es quebrado (ligeras ondulaciones), cortado por zanjas, al bajar se me rompieron las cureñas de los dos obuses y los dos cañones tardaban en subir; se mandó avanzar el primer batallón que mandaba el teniente coronel Vergara, y el segundo compuesto de dos compañías del Socorro y dos de nuestras milicias, al mando del sargento mayor Monsalve; al asomar nuestras tropas sobre la loma, se encontraron al enemigo en buena formación a tiro de fusil, que los recibió con una descarga general; les contestaron y calaron bayoneta, sonando el paso de ataque hasta que aproximado Cabal por el flanco derecho de nuestra formación y el coronel Rodríguez por el izquierdo, los hicieron retroceder y poner en desorden, persiguiéndolos más de un cuarto de legua; y si lo quebrado del terreno y los bosques no los hubieran favorecido, quizá no escapa uno. A las cuatro y cuarto de la tarde se tocó llamada y se trató de recoger nuestros heridos para curarlos y de acampar las tropas. Mandé al primer batallón que viniera a ocupar el puente del Cauca, porque el cansancio, la lluvia que amenazaba y el no haber comido las tropas, no permitía adelantar las marchas. Yo después de haber dejado el segundo, general Leyva, en la casa de Calibío encargado del ejército, me retiré a las siete de la noche sobre el Cauca con mis ayudantes y secretarios, y pasamos la noche sin cama, luz, ni cena sobre el puente. Al siguiente día marché con el batallón a esta ciudad, y ya tengo dicho a V.E. como fui recibido. El brigadier Leyva permaneció en Calibío hasta el lunes haciendo enterrar los muertos y mandando reconocer y ordenar lo que se había cogido al enemigo, que todo se halla aquí en su parque, compuesto de 25 piezas de artillería montadas y tres desmontadas”.

Después de que la batalla se volvió a favor del ejército dirigido por Nariño, los independentistas recuperaron la totalidad de las armas realistas. El día después de la derrota de los españoles, habiendo huido Sámano con los restos de sus tropas a San Juan de Pasto, Nariño pudo entrar victorioso de nuevo en Popayán, contando en sus filas con las bajas de unos 200 hombres entre muertos y heridos en el combate, ninguno de los cuales era de alto rango.
Batalla del río Juanambú (12-28 de abril de 1815)
Mientras las tropas permanecieron en Popayán, el general Nariño ordenó al BI de cazadores una acción, en los alrededores de Popayán, contra las guerrillas realistas que, obstinadamente y sacando ventajas del terreno, hostigaban constantemente. Al iniciarse la marcha, el general en jefe dividió sus tropas en dos fracciones, que debían reunirse en la población de Mercaderes.
Una pequeña división por Almaguer, siguiendo la vía llamada “de los pueblos”, que, dejando a su derecha el valle del Patía, sigue las estribaciones de la cordillera central para descender al pueblo de Mercaderes. Esta vía, sin entrar a la citada población, va directamente a La Unión.
El grueso del ejército, precedido por algunas pequeñas unidades de observación, por el camino real que conduce de Popayán a Pasto. Al entrar al valle del Patía comenzaron para las tropas las penalidades de la campaña, pues las inclemencias, unidas al constante ataque de las guerrillas, hicieron más ardua la marcha. Dice Espinosa: “Puede decirse, que de aquí para adelante comenzaron nuestros mayores trabajos y desventuras. Entramos al valle del Patía, donde multitud de soldados y oficiales fueron atacados de fríos y calenturas, y tenían que marchar con mil penalidades o quedarse abandonados mientras se organizaba un hospital en lugar conveniente”.
Al paso por Mercaderes, pueblo pequeño, este se encontraba desierto, puesto que toda la región era enemiga. La acción de los guerrilleros patianos aumentaba en ferocidad y barbarie. “Estos se dividían siempre, dice el testigo citado, en guerrillas para molestarnos, robaban las bestias y poniéndose a retaguardia interceptaban las comunicaciones, pero huían cuando se les atacaba. Todo patiano es valiente y astuto y cada uno es soldado que tiene las armas en su casa; pero no pelean de frente, ni se alejan mucho de su tierra”. Perfecta táctica guerrillera, esta, que el abanderado llama «no pelear de frente«, puesto que la inferioridad en número y en armamentos debe ser compensada por su extraordinaria movilidad que, al decir de Mao Tse-Tung, debe atacar cuando el enemigo huya y huir cuando el enemigo ataque.

Las tropas insurgentes pasaron el puente sobre el río Mayo, se internaron luego en la montaña de Berruecos y acamparon cerca de Juanambú, en donde permanecieron dos días, para luego continuar hasta la orilla del río del mismo nombre, a donde llegaron el 14 de abril, después de 23 días de marcha desde Popayán. “El 14 de abril del presente año, dice Aymerich, se presentó una columna de los enemigos a la altura de la margen opuesta de este solitario Juanambú, en cuyo sitio se mantuvieron todo el día, y según se notó no trajeron otro objeto que reconocerlo, pues desaparecieron en la noche del mismo. El ejército insurreccional se halla acampado en la hoyada de Masamorras y en la altura de San Lorenzo. Los primeros, distantes dos leguas de nuestro campo. y los segundos cuatro”.

“Continuamos hasta llegar, a principios de abril, al río Juanambú, dice El Abanderado, distante dos jornadas de Pasto, que, además de la gran masa de aguas que lleva, es muy inclinado y por lo mismo impetuoso, estrellándose su corriente contra una multitud de enormes piedras y contra las rocas altísimas y tajadas perpendicularmente que forman su cauce, por lo cual no da vado y es preciso pasarlo por cabuya o tarabita. Del lado de allá se levantan Buesaco y El Boquerón, puntos militares inexpugnables, divididos por una profunda hoya o quebrada”. Este sitio del río puede considerarse militarmente como inexpugnable, puesto que el caudaloso Juanambú abre su brecha en la cordillera, pasando a grandes profundidades, cuyas paredes forman precipicios muy difíciles de salvar y que, precedidos por fortificaciones preparadas de antemano, aumentan su capacidad defensiva. Las alturas de Buesaco y Boquerón son verdaderos puntos fuertes sobre los cuales se puede apoyar ventajosamente cualquier sistema defensivo.
En el bando realista, después de las derrotas en el río Palacé y Calibío frente a los insurgentes cerca de Popayán, Juan de Sámano fue sustituido como jefe del ejército realista por el teniente general Melchor Aymerich quien reorganizó las fuerzas españolas. Se preparó para contrarrestar el avance de Nariño hacia el sur a la altura del río Juanambú, donde gracias a la topografía del lugar y el apoyo local prepararon una defensa de trincheras bien organizada, considerándola una fortaleza inexpugnable.
Desarrollo de la batalla
Siguiendo el diario citado, ya que este documento es el que mejor muestra el orden cronológico de los acontecimientos, se transcribe gran parte de él, comparándolo con la relación del secretario y Auditor de Guerra del ejército Alejandro Osorio y adicionándolo con algunas anotaciones, para seguir paso a paso el desarrollo de la acción:
Día 15 de abril: “Todo el 15 mantuvieron su campamento en la Cuchilla de Masamorras una división de los enemigos, que se cree sea la vanguardia, y los que bajaron ayer a reconocer nuestro frente”.
Día 16 de abril: “En la mañana del 16 desfilaron los que ocuparon la hoyada de Masamorras, y se dirigieron al borde del río que ayer había reconocido su primera columna, en la cual formaron el campamento y quedaron extendidos en toda la cima, a distancia de 4 cuadras por elevación de nuestros puntos fortificados en el labio fronterizo del propio río; existiendo firmes los de la colina de San Lorenzo, cuyas tiendas permanecieron plantadas. El número de unos y otros le graduamos de 1.500 hombres por menor; pero el de sus cargas de pertrechos, parque y equipajes, ha sido crecido”.
Días 17, 18 y 19 de abril: “Se ocuparon en construir 4 baterías que inferimos sea con el objeto de proteger el paso del río a su ejército; habiendo el 18 batido el campo que estaba formado en el alto pajonal de San Lorenzo, a espaldas de ellos, y se incorporó aquella parte al todo de su ejército que según las experiencias se dispone a invadirnos”.
Combate del 20 de abril:
“A las seis de la mañana del 20, rompieron el fuego las baterías del enemigo, y en el momento se les principió a corresponder bajando los del cuartel general a posesionarse de la derecha de esta línea de defensa, con su general mariscal de campo Melchor Aymerich, que tenía «en este cuerpo de reserva 200 hombres. La acción se fue empeñando a beneficio del tiroteo de cañón que mutuamente se hacía de ambas partes, y en el cual nos arrojaron algunas granadas reales los traidores, porque su mira era desalojarnos del terreno inferior que poseíamos; pero nuestros guerreros los despreciaban como también las balas de a 4 de las piezas que ejercitaban. En este estado comenzaron a bajar los insurgentes empeñados en atravesar el río para venirse sobre nuestro centro, más fueron frustradas sus miradas por el fuego vivo que recibieron, y a las nueve y media abandonaron su proyecto, y se retiraron al campo con pérdida de 11 hombres muertos; ignorándose el número de heridos”.
“Habiendo pasado el general al campamento del centro después de acabada la función, para examinar el estado de las cosas, y dar sus órdenes, no halló pérdida alguna de nuestra parte. A las diez y media de este día volvió a repetirse por nuestra ala izquierda del Boquerón (mandada por el Tcol Francisco Javier Delgado) el fuego con sorpresa de los nuestros, que nunca esperaban ser atacados por la espalda como sucedió, más como los pérfidos desleales a sufragio de los conocimientos de un individuo práctico, lograsen poner en la noche anterior una taravita por el lado oculto de la unión de las dos cuchillas que forman el cañón del río nombrado el Platanal de Chavez, merecieron con este fraude hacer salir 200 hombres sobre el terreno que domina el punto que sostiene los de nuestra izquierda, que se vieron precisados a abandonar para atender a sus acometedores, y ponerse en terreno igual para disputarles el paso. Este movimiento inesperado desordenó a los nuestros, que retrocedieron como diez cuadras; pero luego que pudieron organizar la columna cargaron con vigor sobre la de los enemigos, que vergonzosamente se iban retirando, dejando por el frente algunos muertos, y sin atender al riesgo que la situación local del terreno de su espalda les presentaba, continuaron reculando hasta llegar al cabo hacer) despeñados por la escarpada barranca que termina al río. En el momento que los contrarios advirtieron el fuego de los suyos volvieron a derramarse sobre las márgenes de su lado, y a empeñar el ataque acometiendo por tres puntos más. Los de la derecha de ellos, e izquierda nuestra atravesaron el río, y ocuparon la rivera que sirve de base a los de nuestro costado izquierdo; sin duda para auxiliar a los suyos que lidiaban en lo alto, tratar de destrosarnos este lado, y posesionarse «en la superioridad del punto, a fin de proseguir la operación contra nuestro centro o cortarnos la retirada por el pueblo de Buysaco que tenemos a la retaguardia. Visto esto se destinaron 100 hombres del centro al mando del comandante Don Juan María de la Villota, que fueron suficientes para impedir el progreso de tan perjudicial operación, lo que se logró; quedando con esto más tranquilo el comandante de dicho centro teniente coronel Antonio Mínguez, que por su parte hizo retroceder a los que le acometían, como también lo verificó el Sr. general con los que por la derecha venían sobre esta ala: Unos y otros, trataban de vadear el río y distraernos con la diversidad de ataques, para que no pudiésemos auxiliar el costado izquierdo. Se empeñó la función, y los enemigos que acometían a la derecha y centro se replegaron a su campo tanto por la resistencia que encontraron cuanto por el descalabro que sufrieron en nuestra izquierda; y a las cinco de la tarde fue concluida esta jornada, después de diez horas de fuego sufridas en todo el día. La pérdida nuestra ha consistido en el intrépido capitán Manuel Rivera, valiente teniente Juan Rosero, nueve soldados muertos; el teniente José María de la Torre, un sargento, y varios soldados heridos. La de los enemigos es de 30 muertos en el campo de batalla, 52 despeñados, 7 ahogados en el río, y se ignora el de los heridos: 18 prisioneros, 78 fusiles ingleses, algunas fornituras y municiones, todo tomado en la izquierda, y si estamos a la noticia dada por un pasado, solo volvieron a su campo 10 o 12 de los que fueron destinados al Boquerón, cuyo quebranto sabemos ha sido muy sensible a los Nariños, por haber recaído sobre lo mejor de su gente que a el efecto entresacaron de las compañías”.
El Diario del mariscal español coincide exactamente con lo que el secretario del ejército Alejandro Osorio nos dice: “Hasta el 19 no se hizo otra cosa que reconocer todos los puntos por donde podía verificarse el paso del río y evitar estrellarse en las fortificaciones. Con este objeto dispuso el general que el oficial Carretero, español, pasase el Juanambú la noche del 1 media legua arriba de la posición del enemigo, por donde este no pudiera observarlo, pasase el cerro de Buesaco con 40 hombres por su flanco izquierdo, hasta llegar a colocarse en el punto donde estaba la culebrina, y 30 hombres que la custodiaban, sorprender este destacamento y dar un impulso a la culebrina que descendiese hasta el río; ejecutada esta operación, debía volverse al campo. La dificultad consistía en pasar el río y trepar el cerro. La sorpresa era infalible y la operación segura, pues el enemigo no podía esperar que se presentase fuerza alguma a su espalda. Mientras Carretero ejecutaba, esta operación, el comandante Monsalve con 300 debía pasar el río por otro lugar, abajo del Boquerón, por un paso que se había reconocido, en donde se había puesto una cabuya. Debía trepar una altura muy pendiente, que solo podía ejecutarse uno por uno y con mucha dificultad, pero se podía verificar sin ser visto del enemigo. De las bayonetas y de los fusiles se formó, para subir, una especie de escala. Colocados los 300 hombres sobre la altura, quedaba tomada la espalda de la división de 500 hombres que defendían el Boquerón y no había sino que marchar arriba sin obstáculo. El general, con el resto del ejército, se hallaría al nacer el día en la orilla de río y tomaría el Boquerón, mientras aquella división no podía atender a su defensa, atacada por Monsalve. El río creció aquella noche, y le fue imposible a Carretero pasarlo; quedó sin ejecutarse esta operación. Monsalve había conseguido poner en la altura 45 hombres cuando fue descubierto, y no quedó otro arbitrio que atacar de firme al enemigo al mando del subteniente Vanegas, el cual había empeñado la acción desde las 5 de la mañana. El paso del río era imposible y hasta las 7 estaba subiendo el batallón de Monsalve y no había sido descubierto Vanegas. En estas circunstancias e ignorándose el éxito de Monsalve, se retiró el general a su campo. A las 8 se empeñó el combate entre Vanegas y la fuerza del Boquerón. Esta abandonó el campo: fue perfectamente derrotada por los 400 hombres. Volvió el general entonces a pretender el paso del río y tomar aquel punto, abandonado por el enemigo. Apenas se había llegado a sus márgenes cuando el enemigo, advirtiendo la pequeña fuerza que lo atacaba y que había consumido sus municiones, volvió sobre ellos y los destrozó. Vanegas bajó por el Boquerón, inutilizó el cañón que tenía en aquel campo el enemigo y el ejército volvió a su posición”.

Días 21 y 22 de abril: Continúa el diario del mariscal Aymerich: “El 21 y 22 se mantuvo en inacción el enemigo sin hacer el más pequeño movimiento”. Día 23: “En la mañana del 23 cerca del mediodía baxó una partida de 8 hombres al vado de las Paylas, y estuvieron dando vueltas, por aquella parte, como reconociéndola, por lo que se cree intenten algo: En efecto luego que oscureció, y como a las siete y media la gran guardia de la derecha hizo algunos tiros, conservando después silencio. Enseguida verificó lo propio la de la ala izquierda, a que se siguió la del centro en que fue más largo el fuego. Este movimiento se infiere fue prevenido de haber querido el enemigo vadear a estas horas el río; más el encontrar con la vigilancia de nuestras grandes guardias situadas a las riveras de Juanambú, se les frustró el proyecto, de cuyas resultas tuvimos tranquilidad en el resto de la noche. Nariño luego que notó esta resistencia mandó arrojar de lo alto de su campo para el río algunos cohetes de señal para que se retirasen los de la tentativa, como justamente se cree por el sosiego en que después nos dejaron”.
Días 24, 25 y 26 de abril: “Nada ocurrió de momento el 24, 25 y 26, pero se notaba falta de hombres en el campo enemigo, de que inferíamos estuviesen maquinando alguna operación. Por la cuchillada de la izquierda de los juntistas se advertían desfilaban varios aún en pequeño número y se dirigían a Sacandonoy, Dirección para el tablón de los Gómes; punto importante a nosotros por dar paso á los insurgentes para salir sobre nuestra retaguardia. No era posible mantener allí una fuerza considerable capaz de contener cualquier columna respetable que intentase apoderarse de él, porque está como a 10 leguas de nuestro costado derecho, y la porción del ejército real no podía desmembrar la línea prolongada desde el Boquerón a Juanambú, en razón de ser esta la frontera del campo enemigo: No obstante, se habían destinado a la hacienda de Santa María 60 hombres de la compañía de voluntarios de Pasto por precaución, á fin de que guardasen el paso del puente que ya se había volado, y es el que debe guardarse. Hasta hoy no hay novedad por aquella parte según lo manifiesta el comandante del destacamento”.
Alejandro Osorio dice al respecto: “Destruída la esperanza de tomar los puntos ocupados por el ejército realista conforme al plan anterior, fue necesario tomar otras medidas. Otro de los pasos comunes del río es el que llaman Tablón de los Gómez, fuerte posición, pero que no era defendida sino por un pequeño destacamento. No se habían tenido hasta entonces exactos conocimientos de los pasos del río; con el ejército no marchaba sino un solo práctico, y los oficiales que antes habían transitado estos caminos lo habían hecho siempre por el boquerón, Con los pocos conocimientos que se tomaron, se resolvió mandar una división a aquel paso, que distaba dos días. El teniente coronel Diago (Virgo) marchó con 500 hombres el 25 de abril; barrió la fuerza que defendía aquella posición”.
Día 27 de abril: Continúa el diario del mariscal Aymerich: “Hoy 27 solo se ha notado andan por la cuchilla que viene del campo para la cañada, en que está la gran guardia de ellos, cuatro personas que por sus trajes decentes se demuestra ser de la oficialidad. Se paraban de distancia en distancia, mirando hacia el río con demostración de estarlo reconociendo y se advierte formación en el campo contrario de que inferimos estén en revista de armas. Se vuelve a notar la desmembración de hombres en el campo de los traidores; pero hasta ahora que son las 12 de la noche no hay novedad por el Tablón como lo denota el parte que se acaba de recibir del capitán Nicolás Chávez. Esto no deja de causarnos novedad por haberse visto dirigirse más de 60 hombres de los Nariñistas por aquel lado y no saber el destino de los demás que faltan en su campo”.
El movimiento en el campo insurgente se había ejecutado con gran precisión; el general López, en sus Memorias nos relata, de la manera siguiente, el movimiento: “El terreno por donde debíamos marchar, paralelo a la línea del enemigo, era muy escabroso, y apenas se presentaba una senda estrecha y peligrosísima para desfilar a uno en fondo. Era preciso, para no ser descubiertos, observar el mayor silencio: un tiro que se hubiera escapado por casualidad, o un soldado o un fusil que hubiera rodado por esas breñas, habrían sido bastantes para dar la alarma a los realistas y hacer malograr el último recurso para desalojar al enemigo y continuar nuestras operaciones. Nos fue imposible en la primera noche llegar al Tablón, y al amanecer nos ocultamos en un bosque, en donde pasamos el día; al volver la oscuridad continuamos la marcha, y a las cinco de la mañana ocupamos la fuerte posición del Tablón, sin haber encontrado sino un pequeño destacamento que no opuso mayor resistencia. Sin detenernos un momento descendimos al río a evitar el que se nos quitase el único puente de madera que se encontraba en todo él, pero nos fue imposible. Cuando llegamos ya estaba destruido. Nos fue preciso ocurrir al arbitrio de maromas para pasar el río, y sin perder un instante, pues el tiempo era muy crítico, logramos atravesarlo a eso de las cuatro de la tarde, bajo los fuegos de 100 hombres que defendían la posición. En esta operación perdimos algunos hombres ahogados y heridos. Cuando llegamos a la cima oímos el fuego en el campo enemigo, y habiendo redoblado nuestra marcha, exhaustos de hambre y de cansancio, llegamos a un punto llamado El Naranjo, ya cerrando Ja noche. Desde allí observamos que del campo enemigo se encaminaban hacia Pasto muchas bestias cargadas y escoltadas por soldados; no nos quedó, pues, duda de que Aymerich abandonaba sus posiciones. Estábamos distantes del pueblo de Buesaco poco más de un tiro de fusil en línea recta, pero más de dos horas de tiempo, en razón de tener que descender a una profundidad para después subir la pesada cuesta de su pueblo. Vego resolvió, por tanto, pasar la noche en El Naranjo. No podía ser de otro modo. A la aurora del día siguiente ya empezábamos a subir sin observar un solo hombre que se nos opusiera, lo que nos confirmó en a idea de que el enemigo se había retirado; a las siete y media de la mañana ocupábamos el campo que Aymerich había abandonado durante la noche, sin haber encontrado más que un cordón de centinelas que había dejado el general enemigo para pasar la palabra y atizar los fogones con el fin de ocultar su movimiento retrógrado; estos hombres eran escogidos entre los más prácticos del país, y desaparecieron por los riscos sin que hubiéramos podido coger uno solo siquiera, por más esfuerzos que hicimos. El campo estaba cubierto de muertos y moribundos de ambas partes, aunque los de la del enemigo eran pocos. Desplegando sobre las alturas nuestras banderas y haciendo batir dianas a nuestras bandas, anunciamos a nuestro general que éramos dueños del Juanambú”.

Día 28 de abril, combate de Buesaco:
Dice Aymerich “A las 8 de la mañana del 28, con el mayor apuro dan parte del destacamento de Santa María, que los enemigos tratan de atravesar el río en número de 500 a 600 hombres, y piden refuerzos: Sin pérdida de momento previno el general al comandante Ramón Sambrano, siga con su compañía á unirse a aquel destacamento. En el acto mandó lo propio al comandante Juan María de Villota, que marche con su compañía y la del subteniente Martín Cabrejas, que entre todos forman una columna de más de 150 hombres, y con ella se cree contener los progresos de los enemigos. A las 11 de este día rompieron el fuego las baterías altas de los insurgentes que son a nuestro frente para proteger el paso á sus tropas que iban desfilando sobre el vado de las bateas, cuyo intento trató de impedirlo nuestra artillería y fue en vano, porque siempre lo realizaron con intrepidez despreciando el riesgo, y dejando atrás los nuestros que iban teniendo: Luego que todos salvaron este peligroso paso fueron desfilando sobre las baterías bajas de nuestro centro a las que se arrojaban con intrepidez, á pesar del vivo fuego que recibían, las que coronaron obligándonos a dejarlas, y replegarnos á la batería grande que a prevención se había construido a la espalda de dicho campamento: En esta se hicieron firmes los nuestros, a quienes iban flanqueando por la izquierda los enemigos, al propio tiempo que acometían por todo el frente: Visto esto por nuestro general, y que algunos se iban ya dispersando por las cuchillas de la espalda, comenzó a auxiliarlos progresivamente con los 130 morlacos que únicamente le habían quedado a la derecha. Aquí se empeñó más la acción: los del costado izquierdo del boquerón auxiliaron con los que pudieron para acometer por la espalda a los invasores que notando la resistencia se intimidaron, y a las 5 de la tarde emprendieron una precipitada retirada. En el instante que nuestros valientes guerreros advirtieron el fruto de su firmeza en el parapeto a que se habían acogido, lo dejaron para perseguir a los bandidos que ya no buscaban vado para atravesar el río: al que se arrojaban por donde podían, produciéndoles esta ofuscación muchos ahogados. Los nuestros habían también echándose tras ellos hasta la otra banda; pero lo impidieron dos violentos que en el labio inferior tenían colocados, y nos arrojaban metralla en alternativa, y a beneficio de este tiroteo merecieron entrar en su campo después de las oraciones en que cesó el vivo fuego de estas seis horas. El fruto de esta acción es incalculable aunque no debe bajar de 200 hombres entre muertos en 21 cambio de batalla, que estaba cubierto de cadáveres, ahogados en el río, y prisioneros. De los primeros tuvieron como 3 o 4 oficiales, y de los terceros 2, y es regular sea crecido el número de heridos porque muchos de los prisioneros lo están. Deben haber perdido 150 fusiles de que hemos tomado unos pocos, otros rotos de intento cuando huían, y la mayor parte sepultados en el río. Nuestra pérdida ha consistido en el cadete Felipe Soto y 3 soldados muertos; el teniente coronel Don Antonio Mingues con 20 individuos más de la tropa heridos.”
“Estando las tropas ya en sus respectivos campamentos, dan parte al general que una división de 500 a 600 enemigos al mando del inglés Virgo habían campado sobre el pueblo de Buisaco al costado izquierdo de él, por nuestra retaguardia, y estos son los que han venido por el Tablón de los Gómez a Santa María. Tenemos las 7 de la noche, nos hallamos sin cartuchos, y temiendo fundadamente nuestro general que el proyecto de estos sea sorprendernos por las alturas de nuestra espalda para que los del campamento lo verifiquen por el frente y cogernos a dos fuegos; determinó batir tiendas y replegarse a la hacienda de Pajajoy, a fin de evitar un suceso desgraciado por la sorpresa y falta de municiones. Esta es la misma operación que en la jornada del 20 practicaron sobre nuestra izquierda, y sin duda la han errado hoy, porque si ha tenido efecto nos ponen en evidente peligro de ser arrollados; más acaso se contendrán en la marcha por estar en Buesaco la columna que destinamos a Santa María en la mañana de este día, y ellos en la colina del frente. El designio del general era esperar en Pajajoy quitando el puente de Buesaco y si de Pasto le auxiliaban con cartuchos acometer a Virgo, pero no pudiendo reunir las tropas resolvió seguir a esta ciudad con el resto del ejército para tratar de reunirlos, y obrar conforme la necesidad lo pida”.
Al respecto y hablando de la fuerza que al mando de Virgo había hecho el envolvimiento por el Tablón de los Gómez, dice el Secretario del ejército insurgente: “El 28 debía presentarse sobre Buesaco. El General esperó toda la mañana sin moverse. A la una de la tarde se observó que las tropas reales se ponían en movimiento. Juzgó el general que se dirigían a batir a Diago, y resolvió atacar al enemigo, tanto porque parecía indispensable que Diago llegase esa misma tarde, como para impedir que toda la fuerza enemiga cargase sobre él. Los días anteriores se habían empleado en formar un puente de madera, a lo menos para la mitad del río, sirviéndose de cables para la otra mitad. Se había reconocido el río con mucha atención, y se verificó el paso por donde quedaban flanqueadas las primeras trincheras, y después del paso del río quedaba la tropa, en tanto se formaba a cubierto de los fuegos de la culebrina, que se sufrieron durante el paso. Apenas las tropas que defendían las trincheras vieron las de la República formadas al otro lado del río, las abandonaron, fueron perseguidas, y a muy pocos tiros quedaron estas y las de la derecha en poder de nuestros soldados. Aquí debía la tropa hacer alto, conforme a las órdenes que se habían dado al mayor general Cabal, y el teniente coronel Vergara debía ocurrir a impedir que la división del Boquerón se moviese a atacar las tropas que obraban en Buesaco. Cuando Cabal ocurrió a dar las órdenes para hacer alto, las tropas, llevadas por su ardor y por el deseo de destruir a su enemigo, que huía, siguieron a la gran trinchera, creyendo flanquearla por la izquierda; el enemigo la había abandonado al solo advertir el movimiento hacia ella; pero notando que en vez de entrar por la puerta única, la fuerza se dirigía a un punto por donde era imposible tomarlo, volvieron a ocuparla; aquí se sostuvo, por una y otra parte, un fuego horrible. El enemigo, ventajosamente situado, hacia un estrago de que él mismo estaba a cubierto, protegido por la pieza de artillería y la tropa que se iba formando a la orilla opuesta del río, a proporción que iba pasando. En estos momentos se esparció una voz entre nuestras tropas de que eran envueltas por todas partes. Eran las 5 de la tarde. La división de Diago no había aparecido, y con la rapidez con que se habían obtenido tantas ventajas, fueron perdidas y abandonado el campo. El general en estas circunstancias colocó un cañón de a 4 en la orilla del río para proteger la retirada, que se estaba haciendo con una precipitación que habría sido desastrosa, si la voz del general y su esfuerzo no hubieran puesto orden en las tropas. Se repasó el río con el mejor orden posible; sin embargo, algunos soldados se ahogaron y más de 50 fusiles se tiraron al río. No tengo presente el número de muertos en esta jornada; solo me acuerdo que el capitán general Pardo murió por querer conducir un cajón de cartuchos que se quedaba, y el oficial Girardot”.
Día 29 de abril: Osorio dice: “Al nacer el día 29, no se vio en el campo enemigo un soldado ni una tienda. El general se persuadió que todo el ejército había marchado a batir la división de Diago; pero a las 7 de la mañana se presentó este sobre la altura de Buesaco, y se vino entonces en conocimiento de que los movimientos del enemigo, desde la tarde anterior, se habían dirigido a abandonar el campo, con solo la operación de haber pasado Diago el Juanambú por el Tablón de los Gómez”. En efecto, las tropas del mariscal Aymerich habían abandonado su posición y se habían dirigido a Pasto. Continúa el diario: “Se realizó la entrada en dicha ciudad en la misma noche del 29 al 30, se invirtió en recomposiciones de armas, acuartelamiento de tropas, y construcción de cartucherías, de los 12 barriles de pólvora, que tres días antes habían llegado de Quito con el teniente Pedro Galup. En estos dos últimos días del mes nos han traído como 12 prisioneros, que se han remitido a Quito”.
Batalla del páramo de Cebollas (4 de mayo de 1814)
Tras la batalla en el curso del río Juanambú, en una lucha que se extendió por dos semanas hasta la apertura definitiva de la ruta hacia Pasto el 28 de abril. La marcha del ejército independentista al sur del país continuaba, pero se detuvo el 4 de mayo de 1814 para dar paso a la batalla del páramo de Cebollas, un alto que era paso obligado en el camino a Pasto, en donde el comandante de los realistas, Melchor Aymerich, había preparado un ataque sorpresa.
La lucha comenzó con la orden de ataque de los insurgentes, debiendo atravesar el páramo de las Cebollas. A la cabeza de los insurgentes marchaba el coronel Virgo, que fue rechazado por las fuerzas realistas que se encontraban atrincheradas en tres puntos diferentes. La emboscada que fue descubierta a tiempo, pero se encontraban muy bien atrincherados y protegidos en la boscosa montaña, la cual era en parte inaccesible. Los insurgentes perdieron más de 100 soldados; después del esfuerzo de muchos oficiales y unidades pudieron llegar a la cima, y las fuerzas realistas emprendieron la retirada; Nariño logró desocupar la cumbre. Aymerich se retiró a reorganizar sus filas en Tacines.
Según José Hilario López, la batalla se desarrolló así: “Nuestras primeras cargas, aunque impetuosas, encallaron al pie de los parapetos enemigos, quienes a mansalva nos hacían una horrible carnicería, colocados como en anfiteatro. Ya habíamos perdido muchos buenos oficiales y más de un tercio de nuestros soldados, cuando, observando el general nuestra crítica situación hizo el último esfuerzo para vencer: se colocó a la cabeza del ejército, y ordenando que le siguiesen los que quisieran morir con gloria, haciendo que nuestra caballería desfilase al mismo tiempo por la falda del cerro a la derecha del enemigo, nos arrojamos ciegamente sobre los parapetos y logramos por el ejemplo del general desalojar al enemigo, aunque del triunfo no reportamos otra utilidad que la gloria de haber rechazado al enemigo de otra de sus posiciones, después de una sangrienta batalla”.
Los insurgentes permanecieron dos días en el lugar para reagruparse.
Batalla de Tacines (9 de mayo de 1814)
Tras la batalla del páramo de Cebollas, los españoles marcharon hacia Tacines. De los tres caminos que conducen a Pasto, se eligió el de Tacines, es decir, por el centro; en este los insurgentes marcharon en un terreno muy difícil y con condiciones precarias de un ejército regular, siendo atacados constantemente por guerrillas locales. Las malas condiciones motivaron a algunos oficiales a preferir retirarse a Popayán. Sabiendo esto, Nariño convocó a una reunión en Chacapamba donde desprestigió a los oficiales que no confiaron en el triunfo y aconsejaban la retirada, degradándolos a soldados rasos y declarándolos cobardes. Mientras tanto, los realistas esperaban en el cerro de Tacines para contener la entrada hacia Pasto.
“Esta terrible muestra de la ferocidad de aquella gente medio bárbara nos enseñó que debíamos andar siempre muy unidos y tomar todas las precauciones necesarias porque el que se separaba del grueso del ejército era víctima de la crueldad de los indios, enemigos de la patria. Estos se dividían siempre en guerrillas para molestarnos, robaban las bestias y poniéndose a retaguardia interceptaban las comunicaciones, pero huían cuando se les atacaba. Todo patiano es valiente y astuto y cada uno es soldado que tiene las armas en su casa; pero no pelean de frente, ni se alejan mucho de su tierra”.
Los realistas se ubicaron en la altura, alineados y bien parapeteados, con la artillería funcionando constantemente. La lucha comenzó mal para las tropas de Nariño, pues su ejército perdió siete oficiales y alrededor de un centenar de soldados. Luego de un heroico esfuerzo de Nariño a la cabeza del ejército, increpándole a los soldados que lo siguieran a coronar la cumbre, tras lo cual sus soldados recuperaron el ímpetu mientras la caballería insurgente atacó el flanco derecho de las tropas realistas, que tras esto huyeron con Aymerich, si bien sufrieron solamente las pérdidas de un oficial y no superior cantidad de soldados. Se ordenó la persecución de los realistas, la cual no pudo seguir debido a una tormenta.

Espinosa narra lo siguiente: “En la altura de Tacines estaba el campo enemigo con la artillería, y en la falda se hallaba la infantería, parapetada, como siempre, con buenas trincheras. Como a las siete de la mañana se rompieron los fuegos de artillería y fusilería y se emprendió la subida protegida por cañones de a cuatro y obuses. A mediodía estábamos ya en la mitad de la cuesta, y hacían estragos los fuegos del enemigo en nuestras filas, por estar ellos emboscadas y nosotros al descubierto. Pero no era posible luchar tan desigualmente y con tanta desventaja; nuestra gente comenzaba ya a flaquear, y aún hubo compañías enteras que echaban pie atrás. Viendo esto Nariño y temiendo que los demás siguieran el ejemplo, pica espuelas a su hermoso caballo zaíno y grita: ¡Valientes soldados: a coronar la altura; siganme todos! Al ver los soldados que su jefe se arroja con espada en mano, se reanima su valor, olvidan la fatiga y el peligro y le siguen denodados. Nariño fue el primero que puso el pie en el campo enemigo. Uno de sus ayudantes de campo, el teniente Molina, murió a su lado, como un valiente […]. A las tres de la tarde habíamos ya arrollado al enemigo, desalojando toda la línea de sus más fuertes posiciones. A las cinco el campo era nuestro”.
Con la derrota realista de Tacines, el camino a Pasto queda libre al general Nariño. Nariño envió un espía para conocer la situación del enemigo, quien le informó que Aymerich se fue de la ciudad por el camino que conduce a Quito. Nariño ordenó la movilización de tropas en la misma noche, con la certeza de que tomaría la ciudad y lograría reabastecerse de los recursos necesarios. Acompañado por su hijo, el coronel Antonio Nariño Ortega, se dirigió a los ejidos de Pasto, a donde llegaron poco antes del amanecer.
Batalla de los Ejidos de Pasto (10 de mayo de 1814)
Nariño acompañado por su hijo, el coronel Antonio Nariño Ortega, se dirigió a los ejidos de Pasto a donde llegaron antes del amanecer en el día 10 de mayo. Un ejido es un campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras.
Mientras Nariño avanzaba a la entrada de la ciudad cerca a la loma de El Calvario animaba a sus tropas por haber llegado a su destino, no obstante, fue recibido con fuego, algunos realistas y pobladores escondidos atacaban desde los arbustos por todos lados al ejército insurgente, Nariño resolvió entonces replegarse unos metros más atrás, donde envió un mensaje exigiendo la rendición de la ciudad, la cual no fue aceptada, los insurgentes hambrientos y con muchas armas inservibles decidieron dar la lucha con sus muy escasas municiones al pueblo.
Dividió sus fuerzas en tres grupos y se enfrentó a los realistas divididos de la misma forma. Los insurgentes recogían los fusiles y los pertrechos que le quitaban al enemigo para seguir luchando, tres veces cargaron los pastusos, pero en todas fueron rechazados. El ejército de Nariño estaba ya muy debilitado, su caballo fue derribado de un disparo, mientras él estando en el suelo luchaba contra los opositores con una pistola, el capitán Joaquín París Ricaurte simplemente le echó una mano para ayudarle a escapar.
Sin embargo, en la confusión de la batalla, la columna encabezada por el coronel Pedro Monsalve se plegó a Tacines, señalando que el resto del ejército independentista fue derrotado y creyendo que Antonio Nariño había muerto o capturado. El 11 de mayo las tropas de Nariño, que huyeron a Tacines, decidieron retirarse definitivamente de la batalla, y los embargó el desaliento y la desconfianza, perseguidos y hostigados por los realistas.
La no intervención de los oficiales y soldados se consideró más adelante, como un acto de alta traición, pues no se respetaron las órdenes de Nariño. Cuando Nariño, quien logró escapar con otros 13 hombres, entre ellos su hijo Antonio Nariño Ortega y el general José María Cabal, se dio cuenta de que sus tropas lo abandonaban, ordenó a su hijo y a Cabal proteger a los soldados que seguían presentes y huir, Nariño declaró que esperaría en la montaña de Lagartijas. Pero después de esconderse durante tres días y ver que los refuerzos no venían en su ayuda, decidió entregarse a los merodeadores para ir al mariscal Aymerich para «ver si podía negociar un armisticio con el presidente de Quito«.
José María Espinosa, abanderado de Nariño en esta campaña describió la batalla aconteció así:
“Antes de amanecer llegamos al ejido de Pasto y allí hicimos alto aguardando el día. Cuando este aclaró y vimos la ciudad exclamó el general en tono familiar: ¡Muchachos, a comer pan fresco a Pasto que lo hay muy bueno!. Desde el ejido se veía al ejército realista que iba en retirada por el camellón que va para el Guáitara al mando del brigadier don Melchor Aymerich, y bajábamos con la seguridad de que no se nos opondría fuerza alguna, cuando nos sorprendió un fuego vivo que salía de entre las barrancas del camino y los trigales, veíamos el humo, pero no la gente que hacía fuego. A pesar de eso, seguimos hasta un punto que llaman El Calvario, que está a la entrada de la ciudad. El fuego era tan vivo de todas partes y la gente estaba tan emboscada y oculta que no podíamos seguir adelante ni combatir, y el general, no sabiendo lo que habría dentro de la ciudad, resolvió que regresásemos al ejido. Desde allí vimos que por la plaza iba una procesión con grande acompañamiento, y llevaban en andas con cirios encendidos la imagen de Santiago. De este punto mandó Nariño una intimación y no la contestaron. Entonces dispuso este el ataque, pero las guerrillas pastusas se aumentaban por momentos, cada hombre iba a sacar las armas que tenía en su casa y temiendo las venganzas de los insurgentes, exageradas por los realistas, formaron en un momento un ejército bien armado y municionado, que parecía haber brotado de la tierra. Al anochecer nos atacaron formados en tres columnas. Los nuestros se dividieron lo mismo, y la del centro mandada por Nariño en persona les dió una carga tan formidable que los rechazó hasta la ciudad […] y los jefes viendo que Nariño se dirigía a tomar altura para dominar a la población lo creyeron derrotado y comenzaron a retirarse a Tacines […]. A media noche resolvió Nariño retirarse también, pues no le quedaban sino unos pocos hombres y las municiones se habían agotado durante la pelea.”

También agregó:
“Para probar el arrojo de Nariño en esta ocasión, basta citar el hecho siguiente, […]. Cerca de El Calvario cayó muerto su caballo de un balazo, y entonces cargaron sobre el general varios soldados de caballería, él, sin abandonar su caballo, con una pierna de un lado y otra de otro del fiel animal, sacó prontamente sus pistolas y aguardó que se acercasen, cuando iban a hacerle fuego les disparó simultáneamente y cayendo muerto uno de los agresores, se contuvieron un momento los otros. En este instante llegó el entonces capitán Joaquín París con unos pocos soldados y lo salvó de una muerte segura, o por lo menos, de haber caído prisionero.”
Después de su captura, Nariño fingiendo ser un soldado más, dijo saber el paradero del general Nariño escondido en las cercanías. El pueblo entonces salió a la plaza a aclamar y pedir la cabeza del general, Nariño salió al balcón de la casa donde estaba Aymerich, Tomás de Santacruz y otros personajes ilustres de la ciudad, y luego de presentar un discurso al pueblo donde decía estar orgulloso de haber sido derrotado por ellos y les daba sus respetos, preguntó si querían al tan odiado general, y exclamó «¡Si quieren al general Nariño aquí lo tienen!«, quedando la plaza en un silencio total, para después retirarse las gentes hacia sus casas.
Fue reconocido su acto de valentía y gracias a la intervención de Tomás de Santacruz se negó la orden de fusilamiento, perdonándole la vida. Un año más tarde fue transferido a España y llevado a la prisión de Cádiz, retornando al país en 1821, después de ser liberado durante la Revolución de Riego en 1820.
Las fuerzas insurgentes continuaron la lucha al mando del general José María Cabal. Ocurrirían otras acciones como Santa Lucía el 20 de mayo de 1814, de la que se tiene poca información salvo el cuadro pintado por José María Espinosa, testigo de la misma.

Operaciones en el sur de Nueva Granada después de Nariño
Batalla del río Palo (5 de julio de 1815)
Con la derrota del ejército insurgente en la batalla de los ejidos de Pasto y con el teniente general Antonio Nariño fue capturado por los realistas, la campaña del sur de 1814, terminó en fracaso. Los restos del ejército insurgente se vieron obligados a retirarse hacia Popayán, y poco después, replegarse al valle del Cauca. Con los insurgentes en plena retirada, y con el regreso del rey Fernando VII al trono en España, la situación parecía favorable para una ofensiva realista, por lo que Toribio Montes, capitán general de Quito, comenzó planes para una ofensiva para reconquistar el antiguo virreinato de Nueva Granada. La primera decisión que tomó Montes fue la destitución del mariscal de campo Melchor Aymerich de su cargo como comandante del ejército y gobernador de Popayán, ya que su relación con Aymerich se había vuelto tensa durante la campaña de Nariño. Montes lo reemplazó por el poco experimentado, pero motivado Tcol de milicias Aparicio de Vidaurrazaga, el 6 de diciembre de 1816. Vidaurrazaga partió con el ejército realista desde Pasto y capturó a Popayán el 29 de diciembre con 550 hombres. Al llegar a Popayán, solicitó más tropas a Montes y envió unidades al norte de Popayán.
Mientras tanto, el ejército insurgente, conocido como el Ejército del Sur, se había retirado al norte de Popayán al valle del Cauca, con Nariño prisionero asumió el mando del ejército del sur su segundo al mando, el coronel José María Cabal. Durante los siguientes meses Cabal sometió al ejército a un intenso proceso de reorganización, que consistía en el entrenamiento de las tropas con énfasis en la preparación física que consistía en largas marchas a doble tiempo durante 2 horas cada día a partir de las 5 de la mañana. Cabal también decidió cambiar la doctrina y manual de armas español y adoptó el francés, que fue traducido con la ayuda del capitán Liborio Mejía comandante del BI de Antioquía. El gobierno republicano en Santa Fe de Bogotá aprobó estos métodos y, como tal, ascendió al coronel Cabal a general de brigada, sin embargo, a pesar de estos esfuerzos, problemas como la deserción, siguieron siendo un problema grave para los insurgentes.
Para 1815, el ejército del sur tenía a su disposición unos 1.100 infantes en 5 BIs:
- BI de Cundinamarca del Tcol Ignacio Torres con 175 efectivos.
- BIL del Socorro del Tcol Pedro Manuel Monsalve con 200 efectivos.
- BIL de cazadores de Cauca del capitán Francisco Montoya por enfermedad del Tcol Enrique Virgo con 168 efectivos.
- BI de conscriptos de Antioquia del capitán Liborio Mejía con 324 efectivos.
- BI de Popayán del sargento mayor Pedro José Murgueitio con 188 efectivos.
De caballería disponía de 115 jinetes en 2 ECs:
- Escón de veteranos del capitán Honorato Dafour
- Escón de voluntarios de Buga del comandante Pedro Cabal.
De artillería disponía 52 hombres con 2×4 cañones con 250 cartuchos de pólvora, 148 balas rasas y 120 de metralla y 2×3 falconetes con 100 cartuchos, 118 balas rasas y 100 de metralla.
Para transporte disponía de una compañía de arrieros que contaba con 400 mulas que transportaban al armamento, bagajes y abastecimientos.
El gobierno de las Provincias Unidas también envió a 3 distinguidos oficiales para asistir a Cabal, siendo ellos el quiteño coronel Carlos de Montúfar y el coronel francés Manuel Roergas de Serviez y el capitán de caballería francés Honorato Dufour. La llegada de Dofour fue bienvenida, ya que se le consideraba el mejor oficial de caballería del ejército, mientras que la llegada de Serviez no tanto, aunque la Cabal reconoció que era un oficial extremadamente competente y disciplinado, era un individuo difícil con quien trabajar y arrogante.
Disponía de las siguientes fuerzas:
- Españoles de Lima del Tte José Campo (1 Stte, 3 sargentos, 1 tambor, 5 cabos y 41 soldados).
- Pardos de Lima del Tte José Larroño (1 sargento, 3 cabos y 16 soldados).
- Pardos de Guayaquil (1 sargento, 1 tambor, 1 cabo y 27 soldados).
- Cía-1 de Cuenca del capitán Mariano Cucalón ( 1 Stte, 2 sargentos, 1 tambor, 3 cabos y 36 soldados)
- Cía-3 de Cuenca (2 sargentos, 1 tambor, 4 cabos y 33 soldados).
- Cía-5 de Cuenca (20 soldados).
- Dragones de Lima del Stte Vicente Borja (2 sargentos, 4 cabos y 21 soldados).
- Dragones de Cuenca (3 sargentos, 2 cabos y 8 soldados).
- Cía de Pasto del capitán Francisco Javier Delgado, (1 Tte, 1 Stte, 4 sargentos, 1 tambor, 16 cabos y 27 soldados).
Las unidades de combate que partieron de Pasto contaban, por consiguiente, con 2 capitanes, 4 tenientes, 4 subtenientes, 18 soldados, 5 tambores, 38 cabos y 229 soldados. Probablemente en el tránsito se incorporaron otras tropas para engrosar la expedición. Los elementos con que fue dotada fueron 14.000 cartuchos de fusil, una culebrina de una libra con 3 cajones de bala rasa y 1 cajón de metralla, 50 tiendas de campaña.
Combate de Ovejas
Resuelto Vidaurrázaga a entrar en campaña, y después de insistentes pedidos de refuerzo, pidió y obtuvo permiso de Montes para abrir operaciones contra los independentistas. En oficio de 21 de febrero de 1815, el gobernador español hacía la siguiente apreciación al presidente de Quito: “Antes que recibiese el citado oficio de V. E. había dispuesto la marcha del capitán Mariano Cucalón con destino a cubrir los puntos desde Calibío a Piendamó, encargado de las tres compañías de Patía, segunda de Pasto, a la que mandé agregar los pocos soldados de la de Fernando VII, el corto resto que queda de la del capitán Francisco Javier Delgado, con más 17 dragones y 8 artilleros con una pieza de a 4, que todas forman la fuerza de 300 soldados. Esta disposición es merecida a las favorables noticias que he adquirido sobre la situación de los enemigos, pues se hallan en el día en la mayor decadencia, faltos de plata y víveres, decepciones continuas con exceso, y noticias funestas del Estado de Santafé: probándose todo esto con que sin otro motivo han retirado su artillería del Palo hasta Llano Grande y Cali, y por consiguiente en ésta las deseadas tropas de Pasto, se proceda a la formación de divisiones y por consiguiente a marchar sobre ellos. Los soldados así lo desean y las circunstancias parecen las más aparentes”.
“Aunque en los anteriores correos he anunciado a V. E. que las fuerzas de los enemigos consiste en 1.200 armas de fuego de toda clase en el día, estoy cierto de que escasamente llegan a 800, pues aunque las hubiesen tenido, se han visto (sin que les haya venido el menor refuerzo) muy cerca, si no pasan, de 400 fusiles amontonados en Llano Grande, con total abandono: de que se prueba o la mucha deserción o la falta de armeros para componerlos. Por esto me parece conveniente no perder un momento en perseguirlos, pues a más de considerarme con fuerzas superiores es el tiempo más propio de poderlo verificar con mayor oportunidad que la de postergarlo, pues si se da lugar a que crezcan los ríos, con las continuas aguas, será fuerte obstáculo el paso de ellos; y por estas consideraciones creo que V, E. apruebe mis disposiciones válidas de los muchos deseos que me animan a la tranquilización de esta Provincia, tan interesante en todo, y para mayor alivio de los gastos de guerra con respecto a estas cajas; pues aunque V. E. me previene en el indicado oficio, que cuando sea tiempo de atacar a los enemigos del Valle, me avisará oportunamente; como la distancia es tan excesiva para combinarse por V. E. las disposiciones de ataque, me parece sería perder tiempo si esperase sus superiores determinaciones, y en este caso por la variedad de circunstancias nunca podría verificarse con acierto”.
“No trataré de exponer la acción; pero siempre me parece que conviene presentar al enemigo ideas de ánimo grande, y aspectos de fuerzas superiores. Esto practicaré entre tanto que V. E. resuelve lo conveniente sobre todo lo expuesto, formando las Divisiones en el mejor orden y haciendo margen pausadamente sin comprometerlas: lo que hago presente a V. E. para su debida inteligencia”.
“Conforme se vaya entrando en el Valle es preciso, según la necesidad lo exija, pedir lo necesario a los vecinos para el mantenimiento de la tropa, prohibiendo se les cause daño en sus vidas, bienes, y haciendas, pues se les ha de tratar como hermanos, y lo mismo a la tropa enemiga que se pase o rinda sus armas, pero a ningún oficial que sea hallado con tropa armada o que haga resistencia se le debe dar cuartel, y de ningún modo a los jefes o comandantes de cuerpos o divisiones.«
Luego desplegó su vanguardia, bajo el mando del capitán Mariano Cucalón, que tenía consigo 616 tropas junto con 2 piezas de artillería a 4. La vanguardia pronto ocupó la ciudad de Piendamó y sus alrededores al norte, y luego tomó la ciudad de Tunia, llegando finalmente a las cercanías de Ovejas, donde había una posición avanzada de tropas insurgentes. La retaguardia realista, compuesta por 400 hombres, con 2×4 cañones, comenzó su marcha el 21 de junio, finalmente salió Vidaurrázaga de Popayán el 21 de junio.
El plan del español era marchar al valle del Cauca, sobre su enemigo; mientras el Tcol Delgado y los tenientes gobernadores de Iscuandé y Micay, Illera y Valverde, marchaban sobre las tropas independentistas de Dagua para tomar la provincia, llamar la atención del Ejército del Sur y lograr así rápidos progresos en su ofensiva.
Salió, pues, Vidaurrázaga de Popayán hacia el 24 de junio, y llegó al sitio de Caballito, de donde partió, el 30 de junio, en dirección a Cabullar, distante una legua de Ovejas. El español, tan pronto se encontró frente a la posición enemiga, inició su reconocimiento, acompañado del comandante de la vanguardia, Mariano Cucalón, y otros oficiales. Dice Vidaurrázaga, “el enemigo se hallaba formado en el Alto de Ovejas, el que en toda la quebrada hasta el río estaba lleno de parapetos, y una compañía de cazadores que guarnecía sus laderas, cortado el puente, y con numerosos árboles tendidos que impedían el paso de nuestras tropas, y en particular el de los dragones montados”.
“La posición del enemigo tan ventajosa por su mucha elevación y buenas disposiciones para la defensa, continúa el comandante español, llamó mi atención para adelantar el ataque que pensaba hacer el día siguiente, pues habiendo observado que la disposición del enemigo era el de retirar sus cargas, y que solo se descubrían como 200 soldados de fusil montados, algunos de arma blanca, y como 150 de infantería, me pareció conveniente atacarlos en el instante, sin darles tiempo a que se le reuniesen varias partidas de que se avistaban como a distancia de legua y media, y al efecto de acuerdo con el referido comandante, dispuse el ataque a la una de la tarde, haciendo presentar a toda la vanguardia que se componía de 600 soldados, entre los del Real de Lima, cazadores de Lima, Primera y Tercera de Cuenca, Primera y Segunda de Patía, con 150 dragones, y más dos cañones de calibre de a 1 y 4; entretanto que incorporándose la retaguardia mandada por el mayor general Francisco Soriano, compuesta de 390 hombres entre españoles, de Lima, Segunda de Cuenca, Segunda de Pasto, Tercera y Cuarta de Patía, con 30 dragones, y 2 piezas de artillería de a 4. Al instante que ésta se presentó hice salir la vanguardia protegida por su artillería y por el frente del enemigo, atravesando el río los soldados con el entusiasmo más sobresaliente; y la retaguardia por el costado de nuestra izquierda para que vadeando el río caudaloso por un punto que daba el agua al pecho del soldado, tomase una ladera que se le señaló, llamase por ella la atención al enemigo, que con actividad dirigía su fuego a los primeros de la vanguardia, que consiguieron con trabajo atravesar el precipitado río; y despreciando el empeño con que intentaba el enemigo sostenerse, tomamos con grandeza, y sin la menor desgracia su campo, en el que hicimos prisionero a un herido; nada me detuvo en que se persiguiese al enemigo, pues los oficiales y soldados así lo querían”.
Lo qué había sucedido en efecto fue que mayor general Serviez recibió órdenes de Cabal, de acuerdo al plan, pero estas no fueron cumplidas. Antes, por el contrario, Serviez mandó avanzar los 150 del BIL de cazadores del Socorro, los cuales puso a mando del capitán Vicente Acevedo, dándole la orden de que bajase a las inmediaciones del río, y se situase en una cortada que había allí; en cuyo punto se mantuvo hasta que a fuerza de repetidas órdenes del mayor general para que hiciese retirar dicha gente y lo verificase.
Monsalve dio orden al capitán Ignacio Vanegas, comandante de la Cía-1 de su batallón, para que marchase sobre la línea izquierda a ocupar el puesto del batallón de Antioquia que iniciaba su repliegue. Al llegar a la posición ordenada, Vanegas recibió fuego de la artillería enemiga y durante dos horas se hizo fuerte en ella, hasta cuando, por orden de Monsalve, quien dirigía el combate de los dragones, tomó el mando del batallón y se replegó hacia Quilichao.
El Ejército del Sur tenía un plan para ser aplicado, en caso de que fuerzas superiores atacaran la posición de Ovejas e intentaran conducir su ofensiva en el valle del Cauca. Consistía este en efectuar una maniobra retardadora por medio de líneas de resistencia sucesivas, localizadas en la loma de El Pital, en el Alto de Mondomo y en las alturas de Tembladera y Cascabel, con el objeto de atraer al enemigo, haciéndole todo el daño posible, hasta el campo fortificado de El Palo, en donde el general insurgente pensaba batirlo. Existían, además, destacamentos atrincherados en los pasos de la Balsa y la Bolsa y en Mandivá, en donde se encontraba el BIL de cazadores del Cauca. Como unidad de refuerzo para el puesto adelantado de Ovejas, el general había colocado en Quilichao el BI de la provincia de Popayán, el cual tenía, a la vez, un puesto adelantado en Pulivio situado a legua y media de Ovejas. Más atrás, en el Alto de Cascabel, se encontraba el BI Cundinamarca, el cual fue movido a dicho punto cuando los servicios de inteligencia informaron el movimiento enemigo. En ese sitio se encontraba también Montúfar, quien avanzó luego con esta unidad hasta Mandivá. Desde la llegada de Vidaurrázaga a Popayán, comenzaron a hacerse más insistentes las noticias de una ofensiva sobre el valle del Cauca y el espíritu combativo del comandante español se tradujo en hostigamiento a la posición adelantada de Ovejas. La situación se hacía más candente a medida que se adelantaba el alistamiento de las unidades españolas para entrar en campaña.
Dice el Diario del Ejército del Sur para el 31 de mayo de 1815, “A las siete de la noche, se ha recibido un parte del capitán Liborio Mejía, comandante de los puestos avanzados en el que dice haberse presentado el 30, 25 dragones del otro lado del río de Ovejas, haciendo fuego sobre la guardia del puente. A las nueve de la misma noche da cuenta el mismo oficial haber sido atacado por 150 dragones, y haberle rechazado con la bayoneta; el enemigo ha tenido en esta escaramuza, un muerto y siete heridos, y no hemos sufrido pérdida ninguna.”
“El Tcol Monsalve, comandante de la vanguardia salió de Quilichao con un batallón para reforzar la línea. El maestre general avisa haber salido para Ovejas, pide municiones y se dan las más activas providencias para poderlas remitir”. Los puestos avanzados a órdenes de Mejía estaban compuestos por dos compañías del batallón de Antioquia. Ante la inminente ofensiva, se tomaron providencias para mejorar las fortificaciones del Río Palo. El coronel Montúfar, partió de Palmira para ese lugar, el 28 de mayo de 1815, con el fin de delinear el campo y construir barracas para la reunión del ejército sobre dicho punto. Llevó consigo alguna artillería, pero, la mayor parte fue dejada en Palmira por falta de montajes. Cabal, quien se encontraba al frente de sus tropas, en las posiciones adelantadas, efectuó una reunión de comandantes de los cuerpos en la cual ordenó el repliegue de las unidades en cumplimiento del plan trazado. En él se preveía, en primer lugar, la protección del movimiento del BIL de cazadores del Socorro, compuesto de 350 hombres, por una fuerza de 30 dragones montados pertenecientes a la misma unidad.
Repliegue insurgente a la posición fortificada del río Palo
Después del combate de Ovejas, las tropas iniciaron su repliegue hacia la posición del río Palo. Los batallones del Socorro y de Antioquia y los bagajes se reunieron, a las seis de la tarde del 30 de junio, en el sitio de Alegrías, cerca de Quilichao, en donde Cabal y Serviez municionaron la tropa para continuar la marcha hacia esta población. Precedía a estas unidades en su retirada el batallón de Popayán que, a órdenes de su comandante, marchó de Pulivio a Quilichao por el camino que llamaban de Dominguillo.
La contravención de la orden de Cabal, por parte de Serviez, había perjudicado al ejército. Dice Mosalve “Si el mayor general no hubiera detenido nuestras tropas, como ha expresado, la retirada se hubiera hecho hasta el Palo sin empeñar acción la infantería, ni perder la gente que ha expresado, y expuesto el Ejército como se vio”. Creyendo Vidaurrázaga, que el movimiento retrógrado, hábilmente planeado y ejecutado, implicaba una derrota de su enemigo, continuó la operación iniciada en Ovejas. El mismo relata la admirable conducción insurgente de este movimiento, uno de los más difíciles de ejecutar, en los siguientes términos: “A distancia de un cuarto de legua, y en la loma llamada El Pital, se volvieron a incorporar y hacer nueva resistencia, pero fue en vano, porque se les hizo desalojar y poner en precipitada fuga. Se les persiguió de nuevo, y a la media legua de distancia volvieron a reunirse en el río de Mondomo, más en breve se retiraron, dejando en el campo 6 muertos, 4 heridos y 3 prisioneros; pero habiéndoles llegado de las inmediaciones de Telima y Mondomo un refuerzo de 200 soldados, se hicieron firmes en el Alto del referido Mondomo, donde empeñándose una fuerte acción con la poca tropa que de nuestra parte los perseguía, hasta que habiéndose incorporado 100 más de los atrasados, que caminaban con ansia en su seguimiento, se hizo con todos tan vivo fuego, que durando un cuarto de hora, se pusieron en precipitada fuga, dejando en el campo 7 muertos, 6 heridos y 4 prisioneros. Continué en su seguimiento, y en la loma de la Tembladera, se les incorporaron otros 200 carabineros montados que le llegaron del pueblo de Quilichao. A los primeros nuestros les escaseaba ya las municiones que tenían para la acción; más en el instante se incorporaron la mayor parte de la compañía de españoles de Lima, muchos de los cazadores, Real de Lima, Cuenca y Patía, como en número de 200 o más soldados que estaban inmediatos, y una carga de municiones que hice traer a prevención y se les atacó con ellos en tal manera, que dejando 20 muertos, 5 heridos y 7 prisioneros, huyeron apresuradamente. En todo este tiempo solo hemos sufrido la pérdida de un cabo de Cuenca, tres heridos de cazadores y Patía, y uno de dragones.”
“No dejaron de perseguirse hasta el lado opuesto de la ladera de Cascabel, en donde con mucho trabajo hice contener a los pocos valientes soldados que iban en su alcance, pues los consideraban demasiado cansados y la noche se aproximaba. En este estado acampamos en el Alto de Mondomo, por la proporción del agua para la tropa, y ser este el punto más a propósito para nuestra reunión”.
La impericia de Vidaurrázaga lo había hecho apreciar mal la situación, a pesar del asesoramiento del distinguido y veterano comandante de la vanguardia. Creía el oficial de milicias que el triunfo definitivo estaba cercano con los éxitos parciales de su unidad delantera. “Debo recomendar particularmente a V. E., dice desde Cascabel, el mérito del comandante de la vanguardia, que se ha portado con el mayor entusiasmo a la cabeza de su tropa: a los capitanes de la Primera y Segunda de Cuenca, Bartolomé Serrano y Jorge Mariño, al capitán graduado de la Tercera de Cuenca Manuel Izquierdo, al teniente Adán del Pozo, al de la misma clase del ejército Jerónimo Ricaurte, a los alféreces de dragones José Arregui y José Antonio García, al subteniente de Españoles de Lima José de Vidaurrázaga, y al capitán de milicias de Patía, Simón Muñoz, que han sabido distinguirse, presentándose con los primeros soldados al frente del enemigo en todos tiempos, y aún haciendo fuego ellos mismos. Los abanderados todos, son dignos de consideración, pues a competencia plantaban sus banderas entre los enemigos, sobre los cuales se presentaban en el mismo instante nuestras tropas”.
“Según los extraviados que del enemigo se van presentando, su pérdida considero no baje entre estos, los muertos, heridos y prisioneros de 200 hombres.“
Organización de las fortificaciones de sobre el río Palo
El ejército insurgente, se encontraba ocupando el valle del Cauca, y había establecido un campo fortificado al norte del río Palo, distante 20 leguas de Popayán, en el cual pensaba defenderse contra cualquier ataque. La posición escogida que da al norte de la población de Caloto, en el lugar en donde el río Palo, después de descender de la vertiente izquierda de la cordillera central, corre por la llanura en dirección oriente-occidente para desembocar por la margen derecha del río Cauca. En este sitio se encontraba un puente llamado Tablón del Palo que facilitaba el paso del camino que por Caloto, la hacienda de Japio y la población de Quilichao conducía a Popayán. Sobre el mismo trazado, va, hoy en día, una carretera en igual dirección. Después del puente, hacia el occidente y hacia el norte, el río forma una gran curva. En las orillas se encontraban algunas vegas cultivadas de plátano, circunstancia que daba el nombre de camino del Platanal al que conducía a la hacienda de Pílamo, por el vado del mismo nombre. En esta zona, el río se desplaya para dividirse en varios brazos y disminuir la fuerza de la corriente. Al terminar la curva, al occidente y hacia la margen derecha del río, se encuentra la hacienda citada, de importancia geográfica y militar.
Las fuerzas insurgentes tenían organizado su defensa de la siguiente manera: unidades avanzadas sobre la orilla derecha del río, luego, a corta distancia, una línea de parapetos defendida por tropas y más atrás el campo de batalla, una llanura, en la cual debían formar los batallones para enfrentarse a los cuerpos enemigos. El BI de Popayán defendía con 83 hombres los pasos más occidentales, llamados de Pílamo. El día de la batalla, los puestos avanzados estaban formados por el BI de Popayán a la izquierda y el BIL de cazadores del Cauca a la derecha, al cual apoyaban 80 hombres de caballería. Probablemente, fuera de la artillería que participó en la batalla, existían algunas otras piezas en las fortificaciones porque a la media noche del 4 al 5 de julio llegó al campo del Palo un cañón de a 4 y porque también habían sido llevadas hasta allí algunas culebrinas. Posiblemente, el campamento se encontraba organizado en el mismo orden en que las fuerzas debían tomar formación para el combate, esto es, el BI de Cundinamarca a la izquierda, el BI del Socorro en el centro y el BI de Antioquia a la derecha.
Desarrollo de la batalla
Vidaurrázaga, continuó su avance hasta presentarse con todos sus efectivos frente a la posición insurgente, el día 4 de julio de 1815, entre las 12:00 y las 13:00 horas, y acampó en la margen izquierda del río Palo, frente a los atrincheramientos insurgentes. Sus tropas se encontraban preparadas para el combate. El comandante de la vanguardia realista era del parecer que se mantuviera el ímpetu del ataque y se continuara sobre los atrincheramientos, pero, después de una reunión de oficiales, presidida por Vidaurrázaga, se convino en hacer un detallado reconocimiento para desencadenar el ataque en la mañana siguiente. La medida de Vidaurrázaga fue acertada, porque, como él mismo lo afirma, “era preciso examinar los puntos del caudaloso río que nos dividía, y el paraje más a propósito para libertarnos del riesgo que amenazaban sus parapetos que en los más precisos parajes tenían preparados”. El comandante español efectuó en la tarde de ese mismo día, 4 de julio, acompañado de sus ayudantes y varios oficiales, un reconocimiento detallado, por medio del cual inspeccionó las márgenes del río y trató de conocer la fuerza del enemigo.
Envió dos patrullas para que buscaran el mejor paso del río y vieran si era posible encontrar un sitio, corriente abajo, por el cual pudiera atacar todo el ejército, evitando las trincheras insurgentes. Las patrullas descubrieron un camino, llamado del Platanal, el cual, por un pequeño monte, daba a un vado del río que permitía pasarlo con muy poco riesgo. Efectuado el reconocimiento, Vidaurrázaga convocó a una reunión de oficiales en la cual se convino lo siguiente:
- Fijar el enemigo por el frente con la Cía-4 de Patía, compuesta de 45 hombres.
- Efectuar un envolvimiento por la izquierda con el resto de efectivos.
El orden de marcha de la fuerza envolvente era:
- Primera división, al mando del capitán Mariano Cucalón con un escuadrón de 82 dragones y 20 soldados montados, con la misión de vencer la primera resistencia enemiga; Cía-2 de Patía; Cía de cazadores; 2 piezas de artillería; Cía del Real de Lima; Cía-1 de Cuenca; Cía-3 de Cuenca; Cía-1 de Patía.
- Segunda División, al mando del Tcol Francisco Soriano con: Cía de españoles de Lima, Cía-2 de Cuenca, Cía-2 de Pasto, Cía-3 de Patía, 2 piezas de artillería.
Mientras en el lado insurgente se desarrollaba una extraordinaria actividad. El general en jefe convocó a una reunión de oficiales, en la cual, el coronel Serviez “quiso que se abandonase el terreno que ocupaban nuestras tropas y que fue el teatro de la batalla, y que se avanzase hacia el occidente donde se perdía sin duda la tal cual ventaja que ofrecía aquella posición, dejando al mismo tiempo expuesta nuestra retaguardia a cualquiera tentativa que hubiese emprendido el enemigo”. Cabal se opuso a este parecer porque consideraba que la posición era ventajosa, ya que proporcionaba un ángulo formado por las corrientes del río, en el cual, los insurgentes se encontraban con los flancos protegidos, ventaja que no podía obtenerse en la llanura. La mayor parte de los comandantes estuvieron de acuerdo con la idea del general.
El ataque de los patianos de la Cía-4, bajo las órdenes del capitán Joaquín de Paz, fue enfrentado por el BI Popayán, que, ubicado en un puesto de avanzada en la orilla del río, se retiró de manera ordenada.
El movimiento envolvente realista se inició a la hora indicada, del día 5 de julio, en dirección al paso de Pilamo, mientras, de acuerdo al plan, el comandante realista trataba de fijar el ejército insurgente con la Cía-4 de Patía. Sin embargo, refiriéndose a este movimiento, dice Cabal, que “al mismo tiempo (el enemigo) pasó el río, por su derecha (por el paso que se llama Real), una división suya compuesta de 200 infantes sostenidos por 150 caballos”.
Las fuerzas insurgentes, a través de un extraordinario ataque de caballería, lograron batir el ataque realista en su flanco derecho. El coronel Montúfar, que mandaba todo el sector a la derecha de la artillería, atacó con el BI de Antioquia, la unidad más distinguida en la acción, y en un gesto heroico arrebató la bandera del BI de Cundinamarca de su portador, mientras el BI Cundinamarca cargaba al enemigo.
La batalla del río Palo fue decidida por un ataque simultáneo a bayoneta de las divisiones insurgentes que bajo el mando de Cabal, en el ala izquierda; Serviez, en el centro con la artillería; y Montúfar, desde la derecha, dio un golpe mortal a los realistas, este ataque también fue apoyado por el preciso fuego de artillería que causaron estragos en los realistas. José María Espinosa, abanderado de la compañía de granaderos del BI de Cundinamarca, escribió sobre este ataque: «Llegó por fin la hora de la pelea con el ejército enemigo. Al toque de marcha avanzamos divididos en tres columnas, quedando la caballería al pié de una loma para aguardar su turno. Se rompió el fuego de una y otra parte por hileras, y á poco se hizo tan general y tan vivo que ensordecía, a lo cual se agregaban el incesante tocar de las bandas y tambores. Como no corría viento, la inmensa masa de humo se había aplanado y no podíamos vernos unos á otros; yo avanzaba siempre, pero sin saber si me acompañaba mi gente; y en medio de esta confusión sentía silbar las balas por sobre mi cabeza, y muchas veces el ruido que hacían al rasgar la bandera, la cual acabó de volverse trizas aquel día. Varias veces tropecé con los cadáveres y heridos que estaban tendidos en el suelo”.

También escribió “fue tal el ímpetu con que acometió nuestra gente, y el ánimo y ardor con que peleó, que en poco tiempo quedaron arrollados y deshechos los batallones realistas, operación que vino á completar muy oportunamente la caballería, al mando del francés Dufaure. Fue tan intenso el combate que el coronel Serviez lideró la carga personalmente a pie, ya que su caballo había muerto por el fuego del enemigo”.
A las ocho y media de la mañana, el ejército español se declaró derrotado y en la mayoría de sus unidades hubo un intenso pánico. Sin embargo, algunas unidades comenzaron su retirada de manera ordenada hasta que fueron alcanzadas por las tropas insurgentes que estaban en su persecución.
Secuelas de la batalla
A las once y media de la mañana el general Cabal se encontraba en el Alto de Cascabel, desde donde envió el siguiente parte al gobernador de la provincia don Francisco Cabal: «Las armas de la patria han triunfado. Hoy a las cinco de la mañana el enemigo nos presentó acción con mucha intrepidez, habiendo pasado el río por los pasos de abajo. Nuestros oficiales y soldados se han portado como republicanos. Tenemos que llorar la pérdida de algunos valientes cuyo número ignoro todavía.»
Los realistas tuvieron 300 soldados y 15 oficiales muertos, entre ellos el mayor general Francisco Soriano y el comandante del Patía, Joaquín de Paz; 8 oficiales y 350 soldados prisioneros; 67 heridos, abundante material de guerra incautado, numerosas toldas y hasta altares religiosos de campaña. Todo lo perdió el enemigo. Las pérdidas insurgentes consistieron en 2 oficiales y 47 soldados muertos, más 9 oficiales y 112 soldados heridos. Fue un triunfo brillante que hizo respirar al territorio sureño de la Nueva Granada. El coronel Serviez, con unos 300 hombres persiguió a Vidaurrázaga hasta más al sur de Popayán.
Con la toma de Popayán, la causa insurgente logró algunas ventajas y extendió su zona de influencia hasta los límites con el valle de Patía. El gobierno de la Unión era del parecer que el ejército continuara su ofensiva sobre Pasto, pero, a pesar del triunfo, Cabal no se consideraba con capacidad suficiente para hacerlo, pues, los éxitos españoles por el norte y las noticias de una invasión imposibilitaban al gobierno de las Provincias Unidas el enviar apoyo para la campaña.
Como las fuerzas realistas del Patía continuaban siendo amenaza y se suponía la iniciación de una ofensiva de Sámano sobre Popayán, el comandante en jefe estableció destacamentos en Almaguer y Timbío, al sur de Popayán, y Rioblanco, al norte. El de Almaguer se componía de 600 hombres al mando del Tcol Ignacio Torres, quien después de una permanencia inactiva de dos meses se replegó a Popayán. El de Timbío tenía la misión de proteger el ejército contra las amenazas de los patianos, mandados por Simón Muñoz, quien operaba desde La Horqueta.
La situación difícil producía alarma y, por consiguiente, se preveía la apertura, por parte de los españoles, de un nuevo frente. Las noticias del Chocó sobre posible invasión por ese lado obligaron a enviar a esa provincia, a mediados de agosto, al Tcol Miguel Montalvo, con un auxilio de gente armada consistente en 26 individuos de tropa y un tambor, con su respectivo armamento menor, municiones y elementos para su subsistencia. En oficio del 6 de septiembre de 1815 el gobierno ordenó suspender los preparativos para marchar a Pasto, debido a las noticias que tenía sobre una próxima invasión a las provincias del norte, mandar tropas a Almaguer, reunir los cuerpos escasos de efectivos, en batallones de 500 hombres, y hacer marchar al Valle del Cauca los oficiales sobrantes para levantar y organizar reservas.
Batalla de la Cuchilla del Tambo (29 de junio de 1816)
Antecedentes
Las dificultades se aumentaban con las solicitudes de tropas, por parte del gobierno federal, porque su reclutamiento era muy difícil. Parece que los pueblos estaban ya cansados con el permanente esfuerzo bélico. Murgueitio recibió orden de reclutar en el valle del Cauca 500 conscriptos para remitir a Santafé. Pero el cumplimiento de este mandato implicaba el problema de sostenimiento de las tropas, el cual se hacía cada vez más arduo. Cabal solicitó, entonces, al gobierno general la emisión de medidas enérgicas en el aspecto económico para el mantenimiento del ejército, las cuales fueron estudiadas, pero no decretadas, pues, hubo temor en adoptarlas por no exponer la causa insurgente a la impopularidad.
El 5 de abril de 1816 la guarnición de Popayán se reducía a 400 hombres y se estaban preparando algunas tropas para enviar a Santafé. Por esto, la situación era angustiosa. La siguiente carta de Cabal al presidente del gobierno federal Camilo Torres revelaba la delicada situación que afrontaba el comandante del Ejército del Sur.
La situación era precaria para las tropas insurgentes de la Nueva Granada. Desde Quito y Perú se enviaron refuerzos realistas a Pasto para la ofensiva hacia Popayán mandados por Juan de Sámano quien regresaba al mando, que se hallaban acantonados en Pasto; al mismo tiempo que desde Cartagena, Pablo Morillo avanzaba con la Reconquista. Santafé y el centro del país ya habían sido ocupados por los generales españoles Miguel de la Torre y Sebastián de la Calzada el 6 de mayo, y la única zona todavía libre y que aún podía hacer algún tipo de resistencia era el suroccidente (Popayán y Cali). En mayo de 1816, Sámano partió de Pasto con el fin de tomar Popayán y con 1.400 hombres acampó en la Cuchilla del Tambo. Mientras tanto las tropas insurgentes que sumaban unos 700 hombres acantonados en Popayán, al mando del general José María Cabal; cambiaron de comandante al ser nombrado por una junta como jefe del ejército al teniente coronel Liborio Mejía. Al mismo tiempo, José Fernández Madrid, ratificaba su renuncia a la presidencia de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, siendo elegido como dictador a Custodio García Rovira, quien tenía 36 años de edad. El mando de las tropas insurgentes tomó la decisión osada de atacar a las fuerzas realistas antes que rendirse.
Desarrollo de la batalla
El 29 de junio de 1816, se enfrentaron las tropas en inmediaciones del pueblo de El Tambo, en el actual departamento del Cauca. Las tropas realistas estaban mandadas por el brigadier Juan de Sámano (futuro virrey de la Nueva Granada), con un ejército de 1.400 hombres, y el ejército insurgente, que contaba solo con 770 soldados al mando del coronel Liborio Mejía. Los españoles atrajeron las tropas republicanas hasta una pendiente de la Cuchilla de El Tambo, posición alta y fuertemente resguardada con artillería. En el intento de tomar el sitio los neogranadinos lucharon encarnizadamente por espacio de tres horas, pero sucumbieron fácilmente ante el fuego enemigo y finalmente fueron rodeados, y obligados a rendirse, logrando escapar Mejia acompañados de algunos hombres.

Sobre esta última batalla, José María Espinosa comenta las razones de la derrota y como acabó preso: “Ya no era posible obrar en concierto: cada cual hacía lo que podía, y nos batíamos desesperadamente, pero era imposible rehacerse, ni aun resistir al torrente de enemigos que, saliendo de sus parapetos, nos rodearon y estrecharon hasta tener que rendirnos. Sucumbimos, pero con gloria”.
“Pero esto no impidió que una columna enemiga nos cortase y envolviese todo nuestro ejército, ya muy diezmado, a tiempo que este se retiraba de los atrincheramientos, cediendo al mayor número. Ya no era posible obrar en concierto: cada cual hacía lo que podía, y nos batíamos desesperadamente, pero era imposible rehacerse, ni aun resistir al torrente de enemigos que, saliendo de sus parapetos, nos rodearon y estrecharon hasta tener que rendirnos. Sucumbimos, pero con gloria: no hubo dispersión, ni derrota propiamente dicha. Grande fue el número de muertos y heridos y mayor el de los prisioneros que quedamos en poder de los españoles por una imprudente precipitación en tomar la ofensiva por nuestra parte. Parecía como que un destino ciego nos guiaba a esta pérdida segura, pues todos conocíamos el peligro, la inferioridad de las fuerzas y todas las circunstancias que hacían temeraria nuestra empresa”.
Al final del combate, en el campo de batalla yacían 250 insurgentes muertos; y en poder de Sámano, 300 prisioneros y todo el material de guerra.