Guerras de Independencia Hispano-Americanas Fase de reacción española (1814-18) Operaciones en el Alto Perú

Tercera expedición auxiliadora al Alto Perú

Sublevación de las tropas y preparativos

El 7 de mayo de 1814, día en que se concedió licencia por enfermedad a San Martín, el director supremo de las Provincias Unidas, Gervasio Antonio de Posadas, envió un oficio a José Rondeau, que en ese momento estaba a cargo del ejército que sitiaba Montevideo, para que, sin perder tiempo, asumiese la jefatura que dejaba San Martín.

Después de hacerse cargo del mismo, se puso a organizar la que sería la tercera campaña al Alto Perú. Contaba para ello, como refuerzo, tropas que habían participado en el sitio de Montevideo y prisioneros de los antiguos sitiados. Pero, sobre todo, un poderoso armamento capturado allí. La imposibilidad del Ejército Real del Perú de avanzar hacia Tucumán, el permanente hostigamiento de milicias y paisanos de Salta y Jujuy y la acción de los grupos insurgentes alto-peruanos hicieron que Pezuela decidiera abandonar Salta, Jujuy y Tarija para defender las ciudades del Alto Perú, especialmente Potosí por los recursos que tenía. Trasladó su cuartel general a Santiago de Cotagaita, actual Bolivia, destacando una división al mando de Ramírez para sofocar la rebelión en el Cusco dirigida por los hermanos Angulo.

Batalla de La Florida (25 de mayo de 1814)

El brigadier realista Pezuela vio enormemente dificultado su avance por los constantes ataques de las milicias gauchas que, dirigidas por el coronel Martín Miguel de Güemes, obligaban a los invasores a recluirse en las ciudades, hostilizándolos cada vez que salían de los núcleos urbanos para intentar conseguir alimentos.

Además de luchar por desalojar a los realistas, los caudillos altoperuanos amenazaban la retaguardia y las líneas de abastecimiento del ejército del brigadier Pezuela, dificultando sus operaciones en el noroeste argentino.

Las fuerzas insurgentes, dirigidas por los coroneles Ignacio Warnes y Juan Antonio Álvarez de Arenales, decidieron unir sus fuerzas para tomar la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, que estaba defendida por el coronel realista José Joaquín Blanco.

Los insurgentes acamparon en La Florida, en las márgenes del río Piray; disponían de unos 1.000 efectivos (320 infantes, 650 jinetes y 4 cañones) y en un consejo de guerra se decidió que el mando lo ostentara el coronel Álvarez por ser el que más fuerzas aportaba.

El coronel Blanco, enterado de la llegada de los insurgentes, se dirigió contra ellos con 1.200 efectivos encuadrados en un BI con 600 infantes, un ED y 2 ECs de lanceros con 500 jinetes, y 2×4 cañones, dejando en la ciudad 100 hombres al mando de Francisco Udaneta.

Las patrullas insurgentes detectaron el movimiento realista y se pusieron en orden de batalla:

  • Vanguardia: compuesta por un escuadrón de caballería al mando del sargento mayor José Manuel Mercado (120), ubicada en la parte norte del río Piray, encargada de tantear las fuerzas realistas.
  • Ala derecha: formada por fuerzas de caballería al mando de Warnes con la segunda división (300). Los jinetes estaban armados con sables y lanzas.
  • Centro: al sur de las avanzadas de Mercado. Allí se formó la artillería provista de 4 cañones (calibres 1 y 2) mandados por el comandante Manuel Belza. Junto a la artillería se ubicó BI de Pardos Libres (220) y la compañía de pardos y morenos (100) del comandante Pedraza. La infantería estaba atrincherada y armada con fusiles y carabinas, camuflada en posiciones bien disimuladas entre las ramas y la arena.
  • Ala izquierda: formada por la primera división de caballería (200) mandada por Álvarez de Arenales.

El coronel Arenales dispuso que los efectivos disimularan sus posiciones valiéndose de la frondosa vegetación del lugar con el objetivo de ocultar su verdadera fuerza.

El coronel José Joaquín Blanco formó a sus tropas de manera similar a las de Arenales, disponiendo de la artillería y la infantería en el centro y la caballería en las alas. Contaba con 2×4 cañones, 600 veteranos de infantería intercalados con los artilleros y unos 500 jinetes.

Al amanecer del 25 de mayo de 1814, la vanguardia del sargento mayor Mercado atacó a las fuerzas realistas. El coronel Blanco se enfrentó a los insurgentes que lentamente retrocedieron, atrayendo a realistas hacia el dispositivo donde los revolucionarios los esperaban en sus bien disimuladas posiciones.

Batalla de la Florida (25 de mayo de 1814) (I). La caballería de Manuel Mercado atrayendo a los realistas. Autor Carlos Cirbian Barros

Desconociendo la verdadera fuerza de los insurgentes, a las 11:45 horas, Blanco lanzó su caballería contra Warnes a la vez que intentaba emplazar su artillería e infantería en el centro del dispositivo y envolver a los insurgentes. Inmediatamente después de desplegado en batalla, Blanco adelantó sus guerrillas por los dos flancos como a tomar a los insurgentes por la espalda: rompió el fuego con sus dos piezas de artillería de a 4 y enseguida marchó avanzando con fuego en toda la línea.

El coronel Arenales ordenó que rompiese el fuego su artillería, que lo hizo vivamente y con acierto, por encima de la infantería atrincherada, mientras esta estaba sin hacer movimiento, como se le había ordenado. Esta última operación se vio sumamente dificultada por el certero fuego de la infantería y la artillería realista que disparaba desde la margen opuesta del río Piray.

Mientras se disponían a cruzar el río, Alvarez de Arenales ordenó a la infantería cargar a la bayoneta a la vez que el coronel Warnes lanzaba una violenta carga de caballería contra el flanco izquierdo y el centro realista, mientras Alvarez de Arenales lo hacía contra el flanco derecho. Cargaron los realistas y, al pasar sus guerrillas el río, que tenía poca profundidad, Álvarez de Arenales ordenó una descarga general de fusilería y artillería, tras la cual avanzó infantería insurgente a paso de ataque, para lo cual se suspendió el fuego. Se ejecutó esta orden tan oportunamente y con tal prontitud, que llevándose por delante cuanta fuerza realista se les opuso, y cargando al mismo tiempo por el flanco izquierdo (derecho realista donde había colocado sus mejores tropas).

Batalla de la Florida (25 de mayo de 1814) (II). Las fuerzas realistas cruzando el río Piray. Autor Carlos Cirbian Barros.

Los insurgentes envolvieron y destrozaron completamente toda la división realista, apoderándose de sus cañones, cargas de pertrechos, banderas, equipajes y cabalgaduras. Sorprendido por la cantidad de tropas insurgentes y el impetuoso ataque, el ejército realista colapsó, perdiendo todo orden y cohesión.

Los sobrevivientes se refugiaron en el pueblo de La Florida. El coronel Warnes llamó a gritos al coronel Blanco, con quien tenía cuentas pendientes, retándolo a duelo singular a sable. El jefe realista accedió, produciéndose un combate intercambiándose sablazos; en uno de ellos, Warnes atravesó con su sable a Blanco, que resultó muerto.

Batalla de la Florida (25 de mayo de 1814) (III). Las fuerzas realistas refugiándose en el pueblo de la Florida perseguidos por los insurgentes. Autor Carlos Cirbian Barros.

Sin su comandante, los realistas se retiraron perseguidos por la caballería mandada por Álvarez de Arenales en persona. Durante la persecución, varios jinetes realistas dieron la vuelta y atacaron al comandante insurgente que mató a tres de ellos, pero sufrió graves heridas en la cara y la cabeza que lo llevaron al borde de la muerte.

Los realistas tuvieron 100 muertos, una cantidad no precisada de heridos, varios centenares, y 94 prisioneros, perdiendo 200 fusiles y las 2 piezas de artillería, además de numerosos pertrechos. A estas bajas hay que sumar los que fueron muertos o capturados durante la persecución que siguió en los bosques cercanos al campo de batalla. Los insurgentes tuvieron 4 muertos, entre ellos Apolinario Echavarría, sobrino y ayudante del coronel Arenales, y 21 heridos.

Las heridas del coronel Álvarez de Arenales eran tan graves que se pensó que moriría, a tal punto que fray Justo Sarmiento, religioso perteneciente a la orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios y cirujano del ejército, se encargó del cuidado de Arenales. Informó ese mismo día al comandante Diego de la Riva: «No deje de mandar alguna gente, que no somos más que cinco con el enfermo que se halla privado de los sentidos, ya por la demasiada efusión de sangre, como por la gravedad de las heridas de la cabeza y la cara, y así, según lo siento, dudo que este señor llegue con vida hasta la mañana».

Los vencedores fueron recompensados por sus acciones. Todos los oficiales fueron ascendidos al grado superior inmediato, recibiendo los sargentos, cabos y soldados una condecoración consistente en un escudo con un fondo blanco con vivo azul con la inscripción “La Patria a los vencedores de La Florida”.

Las repercusiones de la batalla fueron inmediatas, siendo recibida la noticia con júbilo en todo el territorio de las Provincias Unidas de América del Sur. La victoria trajo importantes consecuencias. Por un lado, la destrucción del ejército del coronel Blanco fue seguida por el avance de las fuerzas del ascendido general Juan Antonio Álvarez de Arenales, que recuperaron el control de todo el oriente del Alto Perú, que comprendía las regiones de Santa Cruz de la Sierra, Mojos y Chiquitos. Por otro lado, alentados por la victoria, recrudeció la acción de los caudillos locales encabezados por Manuel Asencio Padilla, expandiendo la rebelión en todo el interior. De esta manera, el brigadier Joaquín de la Pezuela, ocupando Jujuy con su ejército en esos momentos, vio amenazada su retaguardia y cortadas sus líneas de abastecimiento.

Al poco tiempo, ya en Salta, Pezuela se enteró de la caída de Montevideo el 20 de junio de 1814. Sin posibilidades de avanzar hacia el sur, con sus tropas sitiadas por las milicias de M. Güemes, con sus comunicaciones con el Alto Perú bloqueadas por las fuerzas de Arenales, Warnes y Padilla, ordenó la retirada de su ejército que el 2 de agosto abandonó Jujuy hostilizado por los gauchos. Se reparaba a abrir su nueva campaña sobre Tucumán cuando llegó a su noticia la rendición de la plaza de Montevideo, de la que se habían apoderado los insurgentes por capitulación del 20 de junio, mandando el ejército sitiador el general Alvear. Esta triste nueva, la del triunfo de Arenales en La Florida, su marcha consiguiente sobre Chuquisaca y el estado alarmante que presentaban los pueblos del Bajo Perú, le hicieron suspender todo movimiento agresivo, y consultó al virrey sobre el repliegue del ejército a sus antiguas posiciones.

Actividades de Güemes

En diciembre de 1814, aprovechando la inactividad del enemigo, la vanguardia del ejército auxiliar, al mando de Güemes, avanzó hasta Humahuaca y estableció un batallón en Yavi. Pezuela reaccionó enviando, en enero de 1815, a Pedro Antonio Olañeta con los batallones de Cazadores y Partidarios, un escuadrón y dos piezas de artillería en busca de Güemes, pero este evacuó Yavi volviendo a Humahuaca. Al mismo tiempo, dos escuadrones de Olañeta volvieron a ocupar Tarija. Un intento de sublevación de las tropas acantonadas en Jujuy y Humahuaca, formadas por soldados rendidos en Montevideo, fue abortado antes de que estallara.

Al momento en que las tropas se preparaban para iniciar la tercera campaña al Alto Perú, el general Carlos María de Alvear fue designado como reemplazante de Rondeau. Varios oficiales se sublevaron y comunicaron a Rondeau que solo iban a acatar sus órdenes y lo instaron a iniciar la campaña. Rondeau, en rebeldía, ordenó el comienzo de las operaciones en enero de 1815. Alvear fue obligado a regresar antes de llegar a su destino.

Rondeau destituyó al Tcol Martín Miguel de Güemes como jefe de vanguardia, siendo sustituido por el coronel Martín Rodríguez. En tono ofensivo ordenó al caudillo salteño entregar a Rodríguez la División de Salta (los gauchos), «… Pero éste se niega arguyendo que dicha división no pertenecía al ejército, ni estaba bajo las órdenes de su general en jefe». Mientras tanto, de Buenos Aires aconsejan a Rondeau mandar a Güemes castigado hacia el sur por su carácter rebelde y por ser un eminente peligro si se quiere llegar a una tregua con los realistas.

Avance sobre el Alto Perú

Acción de El Tejar (19 de febrero de 1815)

Cuando el 3 de febrero de 1815, la vanguardia del Ejército Real del Perú supo que Rondeau retrocedía desde Huacalera hacia San Salvador de Jujuy, el comandante Antonio Vigil avanzó desde Yavi hacia la hacienda del Marqués de Campero (Puesto del Marqués). Rondeau ordenó a Rodríguez que avanzara sobre la Puna jujeña con 40 una escolta de granaderos a caballo al mando del capitán Mariano Necochea​ para realizar un reconocimiento en busca de una victoria que mejorara el prestigio del ejército.

Después de dos días de marcha, hicieron alto en el lugar denominado El Tejar o Tejada, cerca de Humahuaca, a donde debían esperar la llegada al día siguiente del capitán José María Pérez de Urdininea con 200 hombres que marchaban por otro camino. La presencia de las tropas insurgentes fue detectada por fuerzas realistas de Vigil, quien se hallaba a pocas leguas. El comandante Vigil contaba con un escuadrón de 100 hombres montados, y solicitó otros 80 a Pedro Olañeta; luego ordenó un ataque por sorpresa sobre la posición del inexperto coronel Rodríguez, quien acampó allí sin tomar medidas de seguridad de la posición, logrando derrotarlo fácilmente. Rodríguez fue tomado prisionero junto con otros oficiales, mientras que Necochea resistió con 25 granaderos en un corral de piedra hasta que logró escapar solo y llevó la noticia al campamento de Rondeau.

Necochea escapó en un caballo sin ensillar cargando sobre los soldados que lo cercaban, dio un sablazo a uno de ellos que le salió al encuentro y galopó perseguido durante dos leguas. Se cree que Necochea fue la única persona en poder evitar caer como prisionero.

El coronel Martín Rodríguez fue tomado prisionero y trasladado a Cotagaita. El 13 de marzo recobró su libertad en Yavi con una propuesta de paz de Joaquín de la Pezuela, quien recibió la contestación de Rondeau el 3 de abril sin otro efecto que un canje de prisioneros.

Tercera Campaña del Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Mapa y recorrido.

Avance sobre el Alto Perú

Combate de Puesto del Marqués (14 de abril de 1815)

Rodríguez, convenciendo al general realista Joaquín de la Pezuela de sus intenciones de fusionar sus ejércitos y bajar a Buenos Aires a sofocar la revolución. El general español cayó en la trampa de su prisionero y le permitió regresar a su cuartel, a cambio de dos coroneles realistas en poder de los insurgentes.

Rondeau nombró comandante de la vanguardia a Francisco Fernández de la Cruz, quien formó una fuerza de caballería compuesta por un cuerpo de dragones de Martín Güeme, 500 gauchos salteños comandados por Luis Burela y Saavedra, 300 gauchos fronterizos de Pacho Gorriti, 200 jujeños de Manuel Eduardo Arias y ordenó avanzar hasta la vanguardia realista. También fue despachado un BIL de cazadores al mando de Rudecindo Alvarado. Esta división fue confiada al general Martín Rodríguez, al objeto de sorprender un pequeño cuerpo de caballería enemigo, que les observaba desde un punto avanzado, llamado Puesto del Marqués.

El comandante Antonio Vigil pertenecía a la vanguardia del ejército español acantonada en Yavi. Había sido enviado en carácter de observador por su comandante, el brigadier Pedro Antonio de Olañeta. El puesto se componía de una casa principal y una corta ranchería en medio de un terreno abierto, árido y frío. Pronto los realistas recibieron un refuerzo de 300 hombres procedentes de Cangrejos. Se mantuvieron entonces en el mayor descuido. Seguramente confiaban en la tregua de hecho que el general de su ejército Joaquín de la Pezuela había establecido con Rondeau.

De la Cruz no contaba con instrucción de atacar, ya que aparentemente existía una negociación en trámite, y se mantuvo a la espera de órdenes superiores para ordenar el avance.

Güemes, entonces, viendo la indecisión y la falta de iniciativa por parte de Rondeau, partió a las dos de la madrugada hacia el Puesto del Marqués con un Regimiento de Dragones y un contingente de mil gauchos salto-jujeños mandados por él mismo. De la Cruz ordenó entonces la partida de un BIL de cazadores al mando del sargento mayor Rudecindo Alvarado para detenerle.

Los dragones debieron retrasarse en espera de la infantería y, como estaba previsto, la caballería salto-jujeña avanzó rápidamente durante la noche, llegando antes del amanecer al Puesto del Marqués, sobre las 05:30 de la mañana, donde se divisó el campamento realista en pleno descanso.

El ejército insurgente se formó con la infantería al centro y dos alas de caballería. Desplegada la línea, se comenzó el avance y más de 1.000 gauchos a la orden de Güemes se lanzaron a la carga dando terribles alaridos, cargaron contra los 300 sorprendidos y “apenas despiertos” realistas que había en el campamento, realizando una terrible matanza.

En el combate murieron 4 oficiales y 105 soldados realistas. Quedaron heridos o prisioneros cinco oficiales y 117 soldados. Además, según el parte de guerra correspondiente, los españoles perdieron todas sus armas y municiones, guiones, equipajes y bestias. El comandante Vigil logró huir con el capitán Valle y 12 hombres. De parte de los insurgentes no hubo más desgracias que dos gauchos heridos.

Inmediatamente después, Rondeau avanzó sobre Yavi, en donde se hallaba Olañeta, pero este evacuó el lugar. Pezuela llamó a una junta de guerra que le recomendó retroceder hasta Oruro, por lo que el ejército partió de Cotagaita el 24 de abril, estableciendo su cuartel general en Challapata el 9 de mayo. Desde la Posta de Quirbe, Pezuela envió un destacamento para evacuar Potosí, trasladando las máquinas de la Casa de Moneda y los caudales públicos. El mismo día de la evacuación, 26 de abril, ingresó en la ciudad el caudillo Ignacio de Zárate (líder de la Republiqueta de Chayanta) junto con Pedro Betanzos (hijo de Miguel Betanzos, quien había muerto unos días antes) y 4.000 indígenas de Porco, que la saquearon. La ciudad de Chuquisaca también fue abandonada, replegándose su guarnición, lo mismo que la de Chayanta, hacia Challapata. Manuel Ascensio Padilla (líder de la Republiqueta de La Laguna) entró inmediatamente en Chuquisaca, preparando el camino para la entrada en la misma de Juan Antonio Álvarez de Arenales (quien, como líder de la Republiqueta de Vallegrande, era, al mismo tiempo, jefe de todas las guerrillas en su calidad de comandante) el 27 de abril.

Batalla de Santa Bárbara (7 de octubre de 1815)

Mientras que Warnes realizaba una expedición a Chiquitos en 1815, el Directorio de Buenos Aires designó al coronel Santiago Carreras en su lugar, quien se rodeó de simpatizantes de los realistas, lo que originó una asonada en la que fue asesinado por soldados del batallón de Pardos Libres a fines de aquel año. Asumió el gobierno el coronel José Manuel Mercado, principal hombre de confianza de Warnes.

El 27 de agosto de 1815, Warnes dirigió otra proclama a sus soldados, antes de marchar hacia Chiquitos al mando de 1.600 hombres, a enfrentar a las fuerzas realistas que se habían hecho fuertes sobre la base de convenios con algunas comunidades indígenas. Luego comunicó a Buenos Aires su próxima campaña e inició la marcha el día 28. Dejó en su lugar al coronel José Manuel Mercado como gobernador.

Salió al día siguiente por el camino antiguo hacia la misión jesuítica de San José de Chiquitos, llegando a cruzar el río Grande el 6 de setiembre. Pero allí fue sorprendido con una comunicación del coronel Santiago Carreras, quien había sido enviado desde Buenos Aires a Santa Cruz en su reemplazo y que le ordenaba retornar a la ciudad, menospreciando la importancia de la misión. Esta comunicación la llevó el capitán Olivera, quien, muy a pesar suyo, acompañó la expedición, puesto que Warnes consultó con sus oficiales y tropa, acordándose proseguir la marcha y atacar a los realistas.

Cierto sector político de Santa Cruz habría solicitado el cambio de Warnes a Rondeau; este dio curso a la solicitud, tomando en cuenta la renuncia del gobernador a principios de agosto, enviando a Carreras como sustituto. La soberana elección de Warnes seguramente no fue del agrado de los mandos militares.

En el camino, Warnes negoció con varias tribus chiquitanas, llegando a reunir con los suyos un contingente de 2.000 hombres. Poco se ha hablado de la participación indígena oriental en la Guerra de la Independencia, pero su aporte en capitanes, guerreros y personal auxiliar fue muy importante.
Desde la salida de la ciudad hasta el día de la batalla, la “larga y penosa marcha” que tuvieron que realizar duró 35 días.

Mientras Ignacio Warnes combatía en Chiquitos, el centralismo de Buenos Aires, alimentado por activistas interiores y por el propio Juan Antonio Álvarez de Arenales, que lo rivalizaba por razones personales, lo sustituyó por el coronel Santiago Carreras, como gobernador de Santa Cruz, desconociendo la voluntad soberana del pueblo. El Libertador rioplatense-cruceño entonces se queda a gobernar en la Chiquitanía, organizando la producción y el Estado, como lo hizo a su llegada a Santa Cruz.

El pueblo nuevamente aclamó a Warnes y, luego de cumplir sus labores en la región, volvió a Santa Cruz de la Sierra a principios de 1816. Desde ese momento, se dirigía la Republiqueta con absoluta autonomía y Warnes solo mantenía comunicación con su amigo el general Manuel Belgrano, como consta en la correspondencia dirigida por el prócer a Güemes.

Habiendo conocido la aproximación del ejército cruceño, las fuerzas realistas abandonan la estancia de Santa Lucía y se dirigen a Santa Bárbara, más próximo a la misión de San Rafael, después de quemar el caserío y envenenar las aguas. En la espera, Altolaguirre ordenó a sus leales reunir leña en aquella estancia con el objeto de incinerar los cuerpos de los soldados que tendrían que caer en la batalla que se avecinaba.

Decidió dividir sus fuerzas en tres secciones: la primera, dirigida por el comandante Saturnino Salazar; la segunda, por el capitán de dragones José Ólivera; y la tercera, por el Tcol Melchor de la Villa Guzmán, organizando su artillería de manera estratégica.

El 7 de octubre, Warnes, al mando de 2.000 hombres (1.500 de infantería y 500 jinetes), entre los que contaba el BI de Pardos Libres, avanzó hacia la estancia de Santa Bárbara con 4 piezas de artillería; defendida por las fuerzas realistas mandadas por los coroneles Juan Altolaguirre y Juan Francisco Udaeta, de casi 2.500 efectivos, entre soldados e indios con 4 piezas de artillería. A pesar del intenso fuego que recibió de las fuerzas atrincheradas, logró superar la resistencia, infligiéndoles una total derrota. Esto llevó a la rendición de los realistas, quienes dejaron en el campo de batalla 300 muertos, numerosos heridos, 4 piezas de artillería, más de 200 fusiles, toda su munición, tiendas de campaña y su equipo personal.

Batalla de Santa Bárbara (7 de octubre de 1815). Autor Carlos Cirbian Barros.

La victoria consolidó la presencia revolucionaria en la región y elevó a Warnes como símbolo de estrategia, coraje y liderazgo en la lucha por la independencia del Alto Perú.

Combate de Venta y Media (20 de octubre de 1815)

Pezuela decidió adelantarse y atacar a Rondeau, quien, tras cuatro meses de inactividad, se puso en movimiento, recalando en Macha, donde la fuerza permaneció casi un mes.

La estación siguiente fue Chayanta, elegida porque allí habría suficiente provisión de víveres y forrajes.

El RD del Perú y el BIL de cazadores se acuartelaron en Aymara, distante media legua. Pezuela, por su parte, se había movido de Oruro y establecido su cuartel general en Sora-Sora, posicionando su vanguardia al mando de Pedro de Olañeta en Venta y Media, una localidad cercana.
Los informes que llegaban a oídos de Rondeau indicaban que el enemigo apenas contaba con un batallón y escasa caballería en ese lugar. A tenor de esos partes, se le ordenó a Martín Rodríguez atacar por sorpresa, maniobra que se concretó en la madrugada del 19 de octubre.

La fuerza realista, que se estimaba en 300 hombres, se había establecido a 20 km al norte de la vanguardia insurgente, ubicada en Chayanta. Martín Rodríguez procedió a efectuar un ataque sorpresa sobre la posición enemiga, para lo que destacó 350 infantes del BIL de cazadores a las órdenes del Tcol Alvarado y 200 dragones del RD a las órdenes del coronel Balcarce.

La noche del 19 al 20 de octubre, Rodríguez decidió realizar un ataque nocturno a las tropas realistas, acantonadas en Venta y Media. Las fuerzas realistas eran 450 del BIL de cazadores a las órdenes del coronel Olañeta, 575 del BI de Partidarios del coronel Blanco y 120 jinetes del EC de San Carlos.

Los guías se extraviaron durante la noche y no se produjo el esperado efecto sorpresa. A la vera del río del mismo nombre, en las inmediaciones de ese poblado, apostada en una loma, aguardaba una partida de tiradores realistas que abrió fuego, replicado por otra partida desde una segunda loma. Ambas fuerzas desplegaron y, cuando los insurgentes vieron la entidad de las fuerzas realistas, decidieron realizar una retirada ordenada.

La retirada se realizó soportando el intenso fuego realista, tratando de que fuera lo más ordenada posible. Durante la misma, el capitán José María Paz, cuando detuvo su marcha para intentar auxiliar a un soldado que había perdido su montura, recibió un impacto en la articulación del brazo derecho, que perdió su movilidad y comenzó a sangrar profusamente. Entretanto, los realistas le seguían los pasos a corta distancia y las descargas no cesaban, por lo que se alejó al galope lo más rápido posible antes de perder el conocimiento.

Un par de leguas más adelante, el teniente Felipe Heredia le ligó el brazo con una corbata para frenar la hemorragia. Por fortuna, la caballería realista no prosiguió la persecución que hubiera ocasionado pérdidas aún mayores de las que fueron y, por cierto, Paz no hubiera logrado escapar con vida.

El repliegue continuó hasta Chayanta, donde la maltrecha fuerza entró al día siguiente de la malograda refriega.

Los insurgentes sufrieron unos 100 muertos y otros tantos prisioneros, casi todos de infantería, junto con 300 fusiles; los realistas tuvieron unas 60. El brazo derecho del capitán José María Paz quedó inutilizado de por vida, razón por la cual sería luego conocido como “el Manco Paz”, mientras que el brigadier Martín Rodríguez perdió para siempre toda reputación militar.

Pezuela quiso aprovechar el éxito obtenido y movió su ejército en busca del patriota instalado en Chayanta. Felizmente, para el ejército insurgente, una terrible nevada inutilizó el esfuerzo de Pezuela, y Rondeau pudo emprender una marcha de flanco hacia Cochabamba, acarreando heridos, hospital y bagajes por un estrecho camino, por momentos bajo una lluvia torrencial. El grueso del ejército no entró en la ciudad, sino que se estableció en las cercanías, sobre una loma de suave pendiente. Allí se sumó el batallón del coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales, que había permanecido en Cochabamba, con lo cual se reunió una fuerza de algo más de 3.000 hombres.

Batalla de Viluma o de Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815)

La batalla de Viluma (Viloma, Vilouma o Vilohuma) o también conocida como la batalla de Sipe-Sipe fue un enfrentamiento durante las campañas al Alto Perú, librado el 29 de noviembre de 1815 entre las fuerzas del Ejército Real del Perú, mandadas por el general Joaquín de la Pezuela, que derrotaron militarmente a las fuerzas de las Provincias Unidas del Río de la Plata, al mando del general José Rondeau.

Situación de las fuerzas de Rondeau

Las fuerzas del Ejército del Norte que estuvieron a cargo de José de San Martín fueron traspasadas a cargo de José Rondeau, ya que el primero invocó razones de salud para ser relevado del mando del ejército. En opinión de muchos, San Martín, que preveía el resultado de la campaña, abandonó su puesto con aquella excusa para salvar su reputación.

En el momento en que las tropas se preparaban para iniciar la tercera campaña al Alto Perú, después de dos anteriores derrotas, el general Carlos María de Alvear fue designado para reemplazante de Rondeau. Los oficiales del ejército del norte se sublevaron, y le comunicaron a Rondeau que solo iban a acatar sus órdenes, pero no las de Alvear, y lo instaron a iniciar la campaña; Rondeau, en rebeldía, ordenó el comienzo de la operación.

Martín Miguel de Güemes, enemistado con José Rondeau, abandonó las filas del ejército junto con sus gauchos y se retiró hacia Salta, llevándose consigo el parque del ejército que se encontraba en Jujuy. Fue el momento crítico de la campaña, porque los gauchos habían sido los ojos y oídos del ejército de Rondeau. El conflicto entre las milicias de Salta, al mando de Güemes, y las fuerzas del ejército rioplatense se manifestó cuando el coronel Martín Rodríguez apresó a algunos gauchos. Güemes le advirtió que no molestara a los milicianos y este le respondió: «¿Quién es usted, señor comandante de gauchos, para apercibirme?».

Por oficio de 22 de noviembre, Rondeau explicó los motivos que le habían obligado a retirarse hacia Sipe-Sipe. Dijo en él: «Entre los motivos que me decidieron a mover el ejército a esta provincia… fue uno de ellos (y acaso el principal) la necesidad de evadir una acción general a que se empeñó a disponer el enemigo desde el momento que obtuvo la pequeña ventaja de Venta y Media, reuniendo y acercando todas sus tropas a dicho punto con el decidido objeto de marchar a Chayanta. Con el movimiento indicado creí, desde luego, a más de lograr las ventajas de mejorar de posición y clima, aprovechar los recursos de esta provincia para la subsistencia de nuestras tropas y rehacer las cabalgaduras, procurando las que se necesitan para montar los escuadrones de caballería que, por falta de ellas, han tenido que hacer sus marchas a pie. .. Mas a pesar de mis esfuerzos, creo que, informado el enemigo de que se acercaban las tropas auxiliares de esa capital, o por alguno de los prisioneros que tomaron en Venta y Media, o por los avisos que, a pesar de mi vigilancia, no dejan de comunicarle sus ocultos parciales, se ha empeñado en perseguirnos de tal manera que no puedo ni tengo ya a dónde retirarme».

Las fuerzas de José Casimiro Rondeau Pereyra estaban compuestas de unos 3.700 milicianos:

  • Infantería: BIL de cazadores del sargento mayor Rudecindo Alvarado, RI-1 del coronel Forest, RI-6 del coronel Cornelio Zelada, RI-7 del coronel Vidal, RI-9 del coronel Pagola y RI-12 del coronel de la Riva.
  • Caballería: EC de granaderos del coronel Rojas y Necochea y ED del Perú del sargento mayor Gregorio Aráoz de Lamadrid.
  • Artillería: 10×4 y 1×2 cañones, y 1×7 mortero.

Situación de las fuerzas de Pezuela

El general Joaquín de la Pezuela condujo el grueso de sus fuerzas por Sora-Sora, Sepulturas, Paria, Ventilla, Iruventilla, Japo, y el 19 de noviembre pernoctaba en la angostura de Chala. El día 21, ocupó la quebrada de Tapacarí y el 24 continuó por esta para cruzar al día siguiente las lomas del norte de la quebrada de Calliri y llegar el 26 a los altos de Charapaya, a dos leguas de Sipe-Sipe, ancha llanura bordeada de altas y escabrosas montañas, en cuyo centro se levantan algunas lomas aisladas al pie de un suave plano inclinado, que domina la planicie. Mediante una hábil maniobra, Pezuela había dado alcance a Rondeau, haciéndole imposible una retirada hacia el Sur.

Por su parte, Rondeau hizo alto en la llanura de Sipe-Sipe a la espera del enemigo, considerándose en una posición inexpugnable.

Pezuela amagó un ataque por la quebrada, pero, encontrándola bien defendida, se movió por su izquierda hasta coronar las altas montañas de aquella parte, que se consideraban impracticables y que se conocen con el nombre de Viloma, desde cuyas alturas pudo abarcar a todo el ejército insurgente y advertir, por su colocación, que el plan de Rondeau era defender la boca de la quebrada, por donde se creía que solamente podía ser atacado a cargo de las fuerzas del Ejército Real del Perú.

Después de algunos reveses, retiró con orden las tropas peruanas hasta el poblado de Challapata, abandonando ciudades importantes que fueron ocupadas por las fuerzas de Rondeau, quien se apoderó de Potosí y Chuquisaca.

La situación de debilidad del Ejército Real en el Alto Perú debido a la prolongación de sus líneas de comunicaciones con el Virreinato del Perú cambió con la llegada del refuerzo de una división al mando de Ramírez y con la llegada de tropas leales desde Chile al Alto Perú: el BI-II de Talavera (batallón creado en Lima formado por peruanos con un cuadro de expedicionarios) y el BIL de cazadores de Chile que se fusionó con el de Voluntarios de Castro, y este último que se integró en el ejército de Joaquín de la Pezuela. Pezuela organizó entonces la contraofensiva contra Rondeau.

Las fuerzas de Joaquín Pezuela estaban compuestas de unos 4.100 milicianos:

  • Infantería: RI-1 de Cuzco (2), RI-2 de Cuzco (2), RI-3 de Cuzco, BIL de fusileros del Centro, BG de reserva de Cuzco, BIL de partidarios, BI de voluntarios de Castro.
  • Caballería: EC de cazadores de alto Perúa, ED de San Carlos, Cía de escolta del General.
  • Artillería: 7 Bías con 22 cañones de a 4 y de a 8.
Batalla de Viluma o de Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815). Posición de los dos ejércitos antes de la batalla. Autor Daniel Pedrazzoli.
Batalla de Viluma o de Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815). Despliegue de fuerzas.

Desarrollo de la batalla

Rondeau se puso en marcha y en su retirada hacia Cochabamba se refugió en la pampa de Sipe-Sipe, en las cercanías de esa ciudad. La Pampa de Sipe-Sipe está al margen de los macizos de Viluma, cerca de Cochabamba; el poblado más cercano es el pueblito de Sipe-Sipe, con cerca de 2.000 habitantes y capital de la segunda sección municipal de la provincia de Quillacollo, Cochabamba.

El 27 de noviembre las fuerzas de Pezuela comenzaron a descender las fragosidades de las cumbres de Viloma hacia el valle de Sipe-Sipe, bajo la protección de una batería colocada en la meseta a media cuesta. En ese ancho escalón de la montaña la tropa pasó la noche y al día siguiente continuó su descenso bajo el fuego de los batallones insurgentes, hasta que consiguieron establecerse en el valle, sobre la boca interior de la quebrada, donde tendieron su línea casi paralelamente a la que ocupaba Rondeau. Este había coronado con artillería las lomas aisladas del centro de la llanura, y se había colocado al pie del suave plano inclinado que la domina, emboscado en las huertas de la hacienda del lugar y parapetado en parte por algunas tapias. A su derecha tenía el cauce seco de un río, de manera que un ataque frontal corría el riesgo de ser destruido.

Durante el 28 de noviembre, ambas fuerzas estuvieron desplegadas frente a frente, estudiando a sus adversarios. Pezuela dedujo que un ataque frontal sería suicida.

En la mañana del 29, Pezuela inició un movimiento de flanqueo fuera del alcance de la artillería, corriendo en columna sucesiva por su izquierda hasta formar en cuadro; descendieron «como gatos» para alcanzar el campo de batalla. Después de arengar a sus hombres, se desplegó en línea de batalla dando frente al cauce del río seco antes señalado.

Este movimiento, que lo colocó sobre la derecha de Rondeau, neutralizó en parte las ventajas de la posición de los insurgentes. Por lo que se dispuso un cambio de frente, de manera que la loma principal quedó en el centro, dominando el llano del otro lado del barranco o cauce seco, el cual fue cubierto con guerrillas de infantería apoyadas por la artillería que atacaba los despliegues de las columnas de Pezuela.

Cubierta por los accidentes del terreno, la infantería fue puesta a retaguardia, y la caballería entre ambos flancos, en actitud de cargar en el momento oportuno. Pezuela avanzó resueltamente, y desplegado en batalla sufrió el fuego de la artillería, pero logró desalojar a las fuerzas situadas en el cauce seco, lanzándose sobre la derecha de la posición, que fue tenazmente defendida, pero debió ceder al fin; a tiempo que la derecha de Pezuela se corría en desfilada a lo largo de dicho cauce, a la vez que amagaba la izquierda insurgente.

Rota la derecha y en inacción la izquierda, la batalla estaba perdida para Rondeau; bien lo estaba aún antes de darse cuenta, pues lo suyo no pasaba de ser un ejército desmoralizado, sin dirección, sin nervio, con una posición puramente defensiva en lugar estimado como inexpugnable. Atacado por donde no se lo esperaba, se vio obligado a seguir los movimientos que le impuso la inacción del adversario.

El resultado del encuentro fue la derrota más grave, después de la Batalla de Huaqui en 1811, sufrida por las tropas independentistas en la guerra de la Independencia Argentina.

Pudieron alejarse del campo de batalla gracias a las repetidas cargas de los granaderos a caballo comandados por Rojas y Necochea y de los dragones encabezados por Aráoz de Lamadrid.

Secuelas de la batalla

Los restos del ejército auxiliador de José Rondeau, que sufrió más de 500 muertos y otros 500 entre heridos y prisioneros y la pérdida de toda su artillería, y unos 1.500 fusiles, continuaron su retirada sin detenerse, pasando por Potosí y Humahuaca, hasta alcanzar Tucumán en las Provincias Unidas. Con la derrota en la batalla de Viluma o Sipe-Sipe, las provincias del Alto Perú se perdieron definitivamente para las Provincias Unidas del Río de la Plata que declararían su independencia al año siguiente.

Recién llegado a Potosí, donde fueron llegando los dispersos, Rondeau pudo reunir nuevamente sus fuerzas. Desde allí se dirigió a Humahuaca, donde se le incorporó el refuerzo que le traía el coronel French. El 7 de agosto de 1816, Manuel Belgrano retomó el mando del Ejército del Norte en Trancas. Marchó luego hacia Tucumán y acampó en La Ciudadela.

Las bajas realistas fueron de 32 muertos y 198 heridos.

En esos momentos, sucedían otros sucesos desconectados de los acontecimientos de Viluma. Buenos Aires se sumía en su propia guerra civil. España ponía el foco en otro teatro de guerra. Así, el ejército expedicionario de Pablo Morillo con destino a Costa Firme, más de 10.000 hombres, embarcó bajo la farsa de nominarlo de Río de la Plata. La verdadera dirección del esfuerzo militar español era el mar Caribe, con el objetivo de pacificar la costa firme, recuperar la plaza fuerte de Cartagena de Indias y asegurar el istmo de Panamá y las comunicaciones con el virreinato del Perú.

Tiempo después, en recuerdo de este acontecimiento histórico, fue creado el Marquesado de Viluma y su primer título otorgado a Joaquín de la Pezuela por el rey Fernando VII de España.

El 2 de diciembre Pezuela partió hacia Cochabamba y el día 6 Ramírez lo hizo hacia Chuquisaca. El 16 de diciembre Olañeta (ascendido a brigadier) ingresó en Potosí, evacuada por sus 60 defensores. El 26, el mariscal de campo Miguel Tacón partió con el RI-1 a ocupar el cargo de gobernador de Potosí. Pocos días después de entrar Pezuela en Cochabamba, destacó al coronel Aguilera hacia Vallegrande con el BI de Fernando VII, para aumentar sus fuerzas y continuar hacia Santa Cruz de la Sierra. Álvarez de Arenales se replegó con sus guerrilleros hacia Jujuy, abandonando la Republiqueta de Vallegrande.

Retirada a Tucumán

Combate de Culpina (31 de enero de 1816)

Tras su derrota en la batalla de Viluma o de Sipe-Sipe (29 de noviembre de 1815), el general José Rondeau despachó al entonces sargento mayor Gregorio Aráoz de Lamadrid para que, al frente de escasos hombres, se uniera al caudillo José Vicente Camargo, líder de la Republiqueta de Cinti, que operaba con sus guerrillas indígenas en la altipampa que se abre desde San Lucas, Acchilla, Santa Helena, Incahuase hasta Culpina. Sus órdenes consistían en recoger dispersos de la batalla de Viluma o Sipe-Sipe, y tratar de levantar una fuerza organizada que hostigara el flanco izquierdo del ejército realista para impedir o demorar su avance hacia el sur.

La posición de Lamadrid se encontraba cerca del río Pilcomayo, sobre cuya margen izquierda, apoyándose en la sierra de Santa Helena, se encuentran los ingenios azucareros de Culpina, entre dos cerros a cuyo pie se desarrolla una planicie de unos 5 km de largo por dos y medio de ancho. En uno de los ingenios, propiedad de Camargo, organizó su caballería en un escuadrón, al que denominó Húsares de la Muerte, formándolos en dos compañías al mando del teniente Mariano García y del oficial Adanto Cinteño. Sin más oficiales que esos dos y otro que había rescatado de una cárcel en Chuquisaca, ascendió al sargento mendocino José Martín Ferreyra, que más tarde llegaría al rango de general. Contaba por todo armamento con 22 sables y 12 tercerolas.

Pronto, se fueron sumando dispersos del ejército, combatientes de las republiquetas y algunos voluntarios de Cinti, por lo que reunió en su escuadrón 80 hombres bien montados, 40 infantes de línea y dos partidas de 16 dragones con los que avanzó sobre el río de San Juan.

Rápidamente informado del movimiento, a mediados de enero de 1816, el comandante realista Joaquín de la Pezuela envió al RI-1 del Cuzco al mando del brigadier Antonio María Álvarez. Al tener noticias del avance de las tropas de Antonio Álvarez por el camino de Potosí, con unos 500 infantes y 150 de caballería, Lamadrid se aprestó a la lucha.

Advertido por sus vigías en los cerros, el 31 de enero de 1816, dispuso su escasa tropa en la planicie: a la derecha la infantería, en formación dispersa de tiradores; a la izquierda 16 jinetes y al centro, a su mando directo, el resto de sus fuerzas, 64 hombres, mientras los hombres de Camargo se desplegaban en los cerros vecinos, lejos del fuego adversario, pero también de la acción.

Álvarez apareció sobre el este de la posición y formó en columna, desplegando dos agrupaciones de caballería protegiendo sus flancos y una guerrilla de infantería a vanguardia. Lamadrid había dado órdenes a sus hombres de simular una retirada, pero tras la primera descarga realista, su infantería arrojó sus armas y dejó el campo, por lo que cargó entonces con 10 jinetes para cubrir su ala izquierda. La línea realista continuó avanzando y, ya a tiro eficaz de fusil, hizo una segunda descarga que produjo algunas bajas entre los insurgentes.

El comandante insurgente efectuó una carga de caballería al frente del grueso de su escuadrón, pero la primera línea realista mantuvo su posición, puso rodilla en tierra y caló bayonetas. La carga se detuvo y la caballería insurgente se replegó dejando 5 muertos y retirando 7 heridos del frente. Lamadrid efectuó una nueva carga, seguido solo por sus escoltas, los soldados José Santos Frías (puntano), Gregorio Jaramillo (salteño) y Juan Manzanares (correntino) y otros cinco hombres, quienes, recibidos con una descarga ineficaz, atravesaron la línea. Lamadrid, ligeramente herido por un golpe de fusil, se retiró hacia el oeste y levantó una bandera, señal de reunión, consiguiendo en pocos minutos reconstruir su escuadrón. Álvarez, pensando que los insurgentes ocuparían un cerro vecino, se lanzó en columna para anticiparlo, pero Lamadrid cayó sobre sus bagajes, defendidos por una guardia, causándole bajas.

Álvarez contramarchó rápidamente con sus hombres, consiguiendo salvar del exterminio a su guardia, pero Lamadrid lo cargó en dos grupos, García por el flanco izquierdo y él mismo por el derecho. La caballería realista desmontó y formó con la infantería, dejando libres sus caballos que huyeron. La caballería insurgente, sin chocar con la infantería, se movió por los flancos. La fusilería realista mató al caballo de Lamadrid, quien quedó a pie haciendo frente espada en mano a los realistas. Fuera por respeto a su valor o por desear capturarlo con vida, salió de las filas realistas la orden de suspender el fuego y no matarlo. Esa breve demora fue aprovechada por sus escoltas, que lo rescataron sobre sus caballos.

Lamadrid rehízo nuevamente su escuadrón y, tras enviar órdenes a las partidas del río San Juan de reunírsele, avanzó nuevamente sobre las tropas realistas que, tras reunirse en uno de los cerros, se posesionaban de la casa principal del ingenio, pero la llegada de la noche impidió un nuevo combate.

El 1 de febrero una tormenta impidió las acciones. El 2 de febrero, los realistas, faltos de víveres y municiones, se retiraron rumbo a Cinti, seguidos por los cerros por 300 indígenas de Camargo armados de hondas y algunos infantes de Lamadrid, y por el cerro de la izquierda por el mismo Lamadrid con su escolta y 12 tiradores. Ese día en el combate de Uturango la división realista fue completamente derrotada: Lamadrid efectuó una primera emboscada en la quebrada, causando numerosas bajas, y en un segundo estrechamiento, los hombres de Camargo hicieron caer una lluvia de piedras sobre la apretada columna realista, momento en el cual la caballería de Lamadrid cayó sobre su retaguardia completando la victoria. Los sobrevivientes marcharon a Santiago de Cotagaita y, tras recuperarse, pasaron a acantonarse en Moraya y Mojo.

Separándose de Camargo, y tras ocupar Cinti, Lamadrid se retiró en dirección a Tarija y finalmente a San Salvador de Jujuy, llegando al cuartel general en esa ciudad al frente de 150 hombres, base de los Húsares de Tucumán.

El coronel Pedro Antonio Olañeta venció a Lamadrid el 12 de febrero en las márgenes del río San Juan. Luego Pezuela envió al coronel Buenaventura Centeno con su batallón de Voluntarios de Castro y el EC-2 de Cazadores, y también con el RI-1 con el Escuadrón Veterano de San Carlos, un escuadrón al mando del comandante Andrés de Santa Cruz e infantes al mando de Francisco Javier de Olarría. El 12 de marzo de 1816 se produjo la batalla de Cinti, tras la cual Camargo huyó hacia Culpina, pero el 27 de marzo volvió a ser derrotado en Aucapuñima y el 3 de abril fue nuevamente derrotado en Arpaja (actual Arpaja Baja, Villa Charcas), donde fue tomado prisionero y decapitado en su campamento. Su cabeza fue enviada como trofeo de guerra al cuartel del general Pezuela.

De esta forma desapareció la comandancia militar de Cinti. Murieron cerca de 900 guerrilleros de Cinti, mientras que las haciendas del partido fueron saqueadas y quemadas.

Rondeau recibió la orden de retirarse a Tucumán; el Ejército Auxiliar, casi devastado, marchó durante nueve meses, pasando por Potosí y Humahuaca hasta llegar a Tucumán. El 7 de agosto de 1816 en Trancas, Rondeau fue desplazado de su cargo y reemplazado de nuevo por Manuel Belgrano.

Batalla de El Pari (21 de noviembre de 1816)

Antecedentes

A su regreso, Warnes se dedicó a levantar el ánimo del pueblo y del ejército independentista.

Sus conocimientos militares, la organización y disciplina de sus tropas, el gran ascendiente que tenía en los habitantes de esta provincia, rodeada de impenetrables bosques y asperezas, “lo hacían formidable y digno de llamar la más seria atención de parte de sus enemigos”.

En respuesta, el general Joaquín de la Pezuela, que había tomado Cochabamba en diciembre de 1815, después de la batalla de Viluma, dispuso que el coronel Francisco Javier Aguilera se dirigiera a Santa Cruz, diseñando personalmente todo un plan de invasión, a la vez que le asignaba recursos especiales e instrucciones precisas.

Francisco Javier Aguilera había nacido en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Estudiante de teología en el Seminario de Chuquisaca, un día fugó del colegio para alistarse en las filas del ejército realista en los comienzos de la guerra de la Independencia. Con el grado ya de coronel, fue enviado por el jefe español Juan Ramírez a combatir a los caudillos insurgentes Padilla y Warnes, que mantenían el espíritu de la insurrección, el primero en las provincias de Chuquisaca y el segundo en el oriente alto-peruano.

Aguilera partió el 6 de diciembre de 1815, pero ya en Vallegrande recibió instrucciones de enfrentar al líder guerrillero Manuel Ascensio Padilla, a quien venció y mató en septiembre de 1816. Retornó y, luego de vencer los obstáculos que se le pusieron en Vallegrande, salió con sus disciplinadas y veteranas tropas hacia Santa Cruz de la Sierra.

Warnes necesitó entonces avivar más el independentismo, por lo que recurrió a un expediente que había de darle los mejores resultados. En discursos pronunciados en las calles y proclamas que mandó distribuir profusamente, hizo ver al pueblo que se acercaba una invasión de tropas realistas procedentes del occidente, a quienes titulaba de naturales enemigos, y que era llegado el momento de defender la propia tierra a costa de cualquier sacrificio (Sanabria). Meses antes había recibido copia del Acta de Independencia de las Provincias Unidas, firmada el 9 de julio en Tucumán, enviada a Santa Cruz por el general Manuel Belgrano.

Una real orden del 14 de octubre de 1815, recibida el 10 de abril de 1816, mandó que Joaquín de la Pezuela asumiera el cargo de virrey del Perú y Ramírez el de presidente de Quito. El rey nombró al mariscal de campo Estanislao Sánchez Salvador como nuevo general en jefe del Ejército del Alto Perú, el cual debía partir de España en noviembre con un refuerzo de 2.000 hombres. Poco después, el rey nombró al mariscal de campo José de la Serna en lugar de Sánchez Salvador. El 15 de abril Ramírez asumió provisoriamente el mando del ejército.

El 7 de septiembre, La Serna desembarcó en Arica y, junto con el batallón de Gerona, procedente de España, avanzó hacia el Alto Perú.

Fuerzas enfrentadas

Aguilera en Vallegrande reforzó su ejército con soldados de Cochabamba. Entre sus fuerzas estaban: el BI de Fernando VII (500); el BI de Talavera (300) hombres; dos ECs cochabambinos con 250 jinetes cada uno; dos Bías de artillería con 4 piezas servidas por 50 artilleros cada una. En total, 1.400 hombres, a los que hay que sumar 200 auxiliares. Completado el equipo y armamento de este ejército, Aguilera se dirigió sobre la ciudad rebelde que estaba defendida por Warnes. La marcha del jefe realista fue cautelosa y nadie se apercibió de su marcha sino cuando en Horcas, caserío próximo a Santa Cruz, se vieron las bayonetas realistas que pronto causarían terror y muerte en estas comarcas.

Ante la sorpresiva aproximación de los realistas, Warnes ordenó la marcha de su ejército a las 11 del día 21 de noviembre de 1816. Al tiempo de partir, arengó a su tropa: «Soldados, a vencer o morir con gloria». Un grito de entusiasmo fue la respuesta del ejército cruceño.

Las fuerzas de Warnes estaban compuestas de unos 1.200 efectivos con el BI de Pardos libres, BI de Voluntarios de Santa Cruz y BI de Criollos cruceños (300), y caballería cruceña.

Desarrollo de la batalla

El Pari es una extensa pradera próxima a los arrabales de la ciudad. El camino que viene de las provincias del interior atraviesa este campo en toda su longitud, teniendo el arroyo del Pari a la derecha. En ese campo y como a 800 metros del arrabal de la ciudad, tendió Warnes su línea de batalla. Apoyó su derecha sobre el arroyo y cubrió su izquierda con la caballería; al centro colocó la artillería, emboscando algunas piezas en las isletas y renovales. Poco después se presentó el ejército español. Aguilera desplegó su línea paralela a la de Warnes, emboscando parte de ella en la vera del Pari, donde emplazó su artillería protegiendo ambas alas con su caballería.

Batalla del Pari (21 de noviembre de 1816). Vista de la batalla.

Simultáneamente, ambas líneas avanzaron la una sobre la otra. El BI de Fernando VII, dirigido por el mismo Aguilera, abrió fuego sobre la infantería cruceña, cuyo jefe, el comandante Saturnino Salazar, huyó ante las primeras descargas. La tropa se tendió en el suelo hasta que llegó Warnes a caballo ordenando seguir adelante, trabándose un combate sangriento. En refuerzo de Aguilera se presentó el comandante Llanos a la cabeza del temido BI de Talavera. En lo más recio de la refriega, fue derribado de un balazo el caballo del jefe insurgente, que cayó sujetando al jinete de la pierna derecha. Los soldados, creyéndolo muerto, se fugaron dejándolo abandonado en el campo de batalla. Un talavera encontrándolo con vida, le atravesó el pecho con su bayoneta y un pistoletazo en la cabeza lo ultimó.

Batalla del Pari (21 de noviembre de 1816). Muerte de Warnes. Un disparo de fusil derribó al caballo de Warnes quedando el caudillo con su pierna aprisionada, circunstancia aprovechada por un talavera que le mató con su bayoneta. Autor Carlos Cirbian Barros.

Al comenzar el combate, la caballería cruceña al mando del coronel Mercado había embestido con furia a la caballería realista cochabambina, hasta ponerla en desordenada fuga. Mercado lo persiguió durante cinco horas, peleando en el trayecto los jinetes pelotón a pelotón, cuerpo a cuerpo, hasta que los cochabambinos fueron destruidos por completo.

Mercado regresó victorioso al campo de batalla y, al saber la muerte de su jefe, “dando alaridos de rabia se precipitó sobre los realistas, pero estos, formando sólidos grupos, fusilaron a los intrépidos jinetes, que no contaban más que con sus lanzas para el ataque”.

Al caer la noche cesó la batalla, y se escuchaban disparos y gritos intermitentes. Los insurgentes se reagruparon, pero la falta del líder impidió la reorganización. Entonces decidieron hacer la resistencia desde Saipurú (provincia Cordillera). Los realistas organizaron un reducto en el campo del Pari y allí quedaron durante 46 horas, hasta que tomaron contacto con sus partidarios y decidieron entrar a la ciudad para consolidar una victoria pírrica. El coronel Aguilera expuso en una pica la cabeza de Warnes, en la esquina sudeste de la Plaza de Armas de Santa Cruz de la Sierra, su ciudad natal.

A Aguilera su triunfo le costó caro, pues de 1.400 hombres que tenía le quedaron solo 250; los demás habían muerto o estaban heridos.

Cuarta expedición auxiliadora al Alto Perú

Antecedentes

En el año 1817, el comandante del Ejército del Norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata (Argentina). Manuel Belgrano envió hacia el Alto Perú una división militar de reducido tamaño al mando del coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid con el objeto de obstaculizar el avance del Ejército Real del Perú por el norte de la actual Argentina. Aunque la división logró internarse hasta atacar Chuquisaca, fue rechazada y perseguida por tres divisiones realistas, obligando a su retorno, logrando, sin embargo, el objetivo de colaborar en hacer retrogradar la invasión realista. Algunas fuentes llaman a esta división como Cuarto Ejército Auxiliar del Alto Perú.

En septiembre de 1816, tras el nombramiento provisorio de Joaquín de la Pezuela como virrey del Perú, asumió en su reemplazo el comando del Ejército Real del Alto Perú el general José de la Serna, quien incorporó una gran cantidad de oficiales y tropas que habían luchado en la Guerra de Independencia de España. El nuevo comandante trazó un plan de invasión de las Provincias Unidas desde el norte, en colaboración con el Ejército Real de Chile. Tras derrotar a varias republiquetas, el 17 de noviembre de 1816, de la Serna trasladó su cuartel general a Tupiza, moviendo hacia allí parte del ejército. A principios de 1817 avanzó sobre Jujuy con 5.000 hombres (Invasión de De la Serna a Jujuy y Salta).

El 6 de enero de 1817, y luego nuevamente el 17 de enero, la vanguardia comandada por Pedro Antonio Olañeta ocupó San Salvador de Jujuy y esperó a que De la Serna lo alcanzara con el grueso del ejército, pero su avance hacia el sur fue hostilizado y detenido por las partidas guerrilleras comandadas por el coronel Martín Miguel de Güemes. El 14 de febrero de 1817, el Ejército de los Andes entraba en Santiago de Chile frustrando los planes realistas, mientras que Belgrano permanecía en San Miguel de Tucumán con unos 3.000 hombres que formaban el Ejército del Norte.

El gobernador de la Intendencia de Salta del Tucumán y jefe de la vanguardia, coronel Güemes, envió al doctor Redhead para convencer a Belgrano de enviar a la retaguardia realista una división de las tres armas hacia el valle de Cinti, con el objeto de encabezar una rebelión con los restos de las republiquetas y apoderarse de Potosí y de Chuquisaca. En los planes de Güemes, el ejército realista, acorralado en Salta y Jujuy por las partidas gauchas, se vería obligado a retroceder y sería perseguido por una fuerte división del Ejército del Norte. Güemes esperaba que el coronel Juan Bautista Bustos encabezara la operación, pero Belgrano se inclinó por el coronel Aráoz de Lamadrid, a quien el gobernador salteño acusaba de ser la causa de la muerte de Vicente Camargo, en razón de sus acciones temerarias.

Formación de la expedición

El escuadrón de Húsares de Tucumán fue creado por el director supremo Juan Martín de Pueyrredón en septiembre de 1816 con los voluntarios tucumanos reclutados por Aráoz de Lamadrid, a quien ascendió a teniente coronel y puso de comandante del cuerpo, luego de que este le solicitara la baja del servicio si sus voluntarios eran incorporados a otro cuerpo, como lo habían sido los Húsares de la Muerte, que antes había creado en el Alto Perú. Contaba con un escuadrón de dos compañías con 173 plazas, que luego aumentó con prisioneros hechos en Santiago del Estero a cerca de 200 plazas.

Belgrano le ordenó que comenzara los preparativos mientras él reunía 400 caballos herrados y 600 mulas indispensables para la expedición, en la que irían además 2 cañones ligeros de calibre 4, que Aráoz de Lamadrid rechazó, pero Belgrano ordenó que los llevara. Fueron alistadas secretamente tres compañías de 50 hombres, además de los capitanes y oficiales, cada una perteneciente respectivamente a los regimientos de infantería 2, 3 y 9 de guarnición en Tucumán, al mando de los capitanes José Cale, Francisco Pombo de Otero y Manuel Segovia. Completaban la división 50 milicianos de Tucumán al mando del capitán José Carrasco con funciones no combatientes, tomados del cuerpo apodado los peladitos de Famaillá. El EC de Húsares de Tucumán estaba mandado por el comandante Manuel Toro, con los capitanes Mendieta y García, había una batería con 2 piezas mandada por el comandante Antonio Giles. La división llevaba 200 pesos fuertes para sus gastos. Aráoz de Lamadrid intercambió 12 soldados que se hallaban en otros cuerpos, que lo habían acompañado en la retirada de Culpina, por 36 reclutas de su cuerpo de húsares, por lo que este se redujo a 150 plazas. También contaba con una fuerza indígena de unos 300 indios mandados por el capitán de milicias Venancio.

Avance al Alto Perú

Después de partir de Lules y reunirse en la plaza de San Miguel de Tucumán, en donde Belgrano les entregó a cada soldado un poncho verde y los arengó, el 18 de marzo de 1817 partieron los más de 300 soldados y 50 milicianos con dos piezas de artillería, caballos y las mulas en número justo para las cargas.

Saliendo de San Miguel de Tucumán hasta Trancas, la división subió a los valles Calchaquíes, llegando a los 8 días al valle de San Carlos, en donde desertaron dos infantes. Por la tarde llegó allí un oficial de milicias tucumanas conduciendo 74 caballos y ninguna mula, con una nota de Belgrano expresándole que eran los únicos que había podido reunir. Aráoz de Lamadrid creyó que la división perecería en el despoblado de Atacama, contestó que se proporcionarían los caballos en Tarija y, al día siguiente, desde San Carlos, varió su ruta por el norte de Jujuy, viajando en dirección a las tierras del Marqués de Yavi, pasó por Casabindo y, sin ser visto por los realistas, se dirigió a Tarija.

Al atravesar el camino de postas que unía Tupiza con la quebrada de Humahuaca, el 8 de abril una partida al mando del capitán Mariano García se dirigió desde Colpayo a sorprender en Cangrejillos a una guardia realista que se hallaba en uno de los puestos del marqués de Yavi, apresando a 6 hombres y dando muerte a un teniente y 6 soldados, sufriendo la muerte del teniente de húsares Cayetano Mendoza. Fueron apresados también los 2 o 3 encargados de la posta de Cangrejillos para que no dieran aviso de su pasaje. Este prematuro ataque alarmó al ejército realista, que tomó precauciones. La división logró pasar por las cercanías de Yavi sin ser percibida.

Al llegar a Tarija, la división llevaba un centenar de prisioneros de las poblaciones que encontró a su paso, a fin de que no los delataran, los cuales fueron liberados en esa villa y obsequiados con presentes. Como Aráoz de Lamadrid había enviado desde San Carlos un mensaje a Belgrano expresándole los motivos del cambio de ruta, al acercarse a Tarija recibió la respuesta en términos de amarga queja por el cambio de planes. Aráoz de Lamadrid respondió con una carta reprochándole no haber recibido las cabalgaduras necesarias para atravesar el desierto y reclamándole la libertad de acción en vistas de la lejanía en que se hallaba Belgrano.

Aráoz de Lamadrid permaneció en Tarija hasta el 5 de mayo de 1817, restituyó como gobernador a Francisco Pérez de Uriondo y marchó rumbo al Alto Perú, cambió su ruta de ir a Oruro y se dirigió a Chuquisaca, aumentando sus compañías de infantería con prisioneros voluntarios, entre 50 y 60 granaderos del Cuzco que aceptaron unírsele. Los húsares fueron aumentados con un EH-2 formado por unos 60 tarijeños voluntarios y unos pocos prisioneros que antes habían pertenecido al Ejército del Norte, y con algunos soldados de las dos compañías del EH-1, totalizando la división un aumento de 140 hombres.

El ataque de la guardia de Cangrejillos hizo que el ejército realista reforzara sus posiciones en Cotagaita y en Potosí, esperando que un ataque se dirigiera hacia esas plazas. El gobernador de Potosí, Mariano Ricafort, marchó desde Potosí a Tupiza con parte del BG de Reserva y piquetes sueltos de varios cuerpos. Para proteger Potosí en espera de averiguar el rumbo de la fuerza que atacó en Cangrejillos, Ricafort ordenó que el coronel Francisco de Ostria saliera de Cotagaita con un cuerpo de caballería y un batallón hacia Potosí, debiendo incorporar en Cayatambo a los 120 dragones de La Laguna que debían partir de Tacaquira.

Diego O’Reilly con el BI de Verdes y parte del BI de Chichas y una compañía de caballería, como parte de las fuerzas movilizadas durante la invasión a Jujuy y Salta, había llegado hasta Santa Elena, paraje ubicado entre Tarija y Potosí, y cuando Aráoz de Lamadrid marchó hacia el norte, lo buscó varios días, sin lograr alcanzarlo, ocupando sucesivamente las alturas entre Cinti y Puna. En Cinti quedó José Melchor Lavín con una columna volante. Para distraer la atención de ambas divisiones realistas, Aráoz de Lamadrid ordenó que las guerrillas de Cinti se adelantasen y destacó al guerrillero Raya con su montonera hacia Tupiza, quien fue derrotado al intentar temerarios ataques contra las avanzadas de las fuerzas de Ricafort, quedando prisionero y herido. Esta división realista recibió en Mojo la incorporación de la columna del Tcol García del Barrio, procedente de Jujuy. Otra fuerza guerrillera fue destacada hacia Cinti, en donde O’Reilly creía, e informó que lo tenía a la vista, que se trataba de Aráoz de Lamadrid, quien se hallaba ya sobre Chuquisaca.

Apenas con 400 hombres, avanzó en dirección a Potosí por las márgenes del río Pilaya y los llanos de Culpina, pero con idea de atacar Chuquisaca, en donde sabía que el ejército español tenía 90.000 pesos. En el valle de Cinti se detuvo unos pocos días para armar y organizar a las montoneras locales en el cuerpo de los Patriotas de Cinti, poniéndolo al mando del mayor Agustín Ravelo. Esta fuerza, acompañada de 100 infantes que acompañaban a Ravelo, se dirigió hacia La Laguna en busca de unirse a los restos de la Republiqueta de La Laguna que habían sobrevivido a la muerte de Manuel Ascensio Padilla, capitaneados por el comandante Esteban Fernández. El grupo de partidarios de Cinti comandado por el Tcol José Antonio Asebey fue incorporado a la división en los valles de Cinti.

Expedición del coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid al Alto Perú (1817-18).

Ataque a Chuquisaca

Al acercarse Aráoz de Lamadrid a Potosí, desertaron dos soldados ex prisioneros, lo que contribuyó a la intención de alarmar a la guarnición de Potosí haciéndoles creer que serían el blanco del ataque, mientras continuaban rápidamente hacia Chuquisaca durante la noche del 16 de mayo. A lo largo del camino y en torno a ambas ciudades, Aráoz de Lamadrid nombró a diversos comandantes de guerrillas indígenas locales (republiquetas) para que interceptaran las comunicaciones impidiendo que se dieran noticias de sus movimientos.

El 20 de mayo, cuando la división abandonaba la quebrada de Totacoa del río Pilcomayo para iniciar la subida de la cuesta de Cachimayo, cerca de Yotala, se encontró con el escuadrón realista de La Laguna al mando del comandante Eugenio López (otras fuentes lo llaman coronel Francisco López), que descendía por la cuesta en busca de la fuerza del coronel Ostria.​ Aráoz de Lamadrid logró engañarlos haciéndoles creer que eran los 400 soldados que el gobernador de Potosí debía enviar a Chuquisaca al mando del coronel Ostria, lo cual sabía por comunicaciones interceptadas, logrando capturar a todo el escuadrón sin disparar una bala, compuesto por un Tcol, otros 4 oficiales y 50 soldados de caballería armados con fusil y sable. López había bajado la cuesta con algunos ayudantes, confundiendo a Aráoz de Lamadrid con Ostria, mientras las fuerzas insurgentes daban vivas al rey. Una vez apresado, se le ordenó continuar el engaño y hacer bajar a todo el escuadrón, que fue rodeado y capturado.

La guarnición de Chuquisaca estaba reducida a una compañía del batallón Centro, al mando del capitán José Rufo, con 6 cañones servidos por 20 artilleros, y 4 compañías de vecinos que debían tomar las armas en caso de ataque (al toque de generala si el ataque era de día, y al disparo de un cañón si era de noche).

Unos 400 indígenas se reunieron a la división. Para rodear la ciudad, fueron distribuidas 12 partidas lideradas por un cabo y dos soldados de las distintas unidades, con 10 indígenas en cada una, con orden de detener a todo quien quisiera entrar o salir de Chuquisaca; mientras que algunos chuquisaqueños que iban en la división entraron para conocer detalles de la defensa.

Después de desechar la posibilidad de entrar a Chuquisaca llevando a López para engañar y sorprender a las guardias, y así apoderarse de los 1.300 fusiles que se hallaban en el cuartel, del parque que estaba en la Universidad de Charcas y de los jefes, Aráoz de Lamadrid entró por sorpresa a la medianoche del 21 de mayo hasta la plazuela del Monasterio de la Recoleta (punto alto en los suburbios, que dominaba la ciudad) llevando las dos piezas de artillería, la 2ª compañía del EH-2 de 60 húsares tarijeños, la guardia de prevención de 12 húsares (escolta) y todo el escuadrón prisionero, sin ser detectados.

Mientras las 3 compañías de infantería y el resto de los húsares tomaban posiciones cerca de las trincheras. Aráoz de Lamadrid atacó una guardia de 12 hombres situada frente a la casa de la Presidencia de Charcas disparando un cañonazo y luego otro como señal para que las demás fuerzas avanzaran hasta puntos determinados más cerca de las trincheras, pero era la misma señal que estaba convenida para que las compañías de vecinos salieran en armas hacia la plaza. Pensando que era un ataque del caudillo indígena de republiqueta llamado Venancio, de quien se esperaba que intentara saquear Chuquisaca. Vivero ordenó al coronel Manuel del Valle que se hiciera cargo de la defensa y dispuso la salida de los enfermos del hospital que pudieran tomar las armas.

Aráoz de Lamadrid intimó por dos veces rendición al presidente Vivero, quien la rechazó pese a la amenaza de ser pasada a cuchillo toda la guarnición, por lo que puso a su segundo, el mayor de artillería y jefe de Estado Mayor Antonio Giles, al frente de la compañía del RI-2 mandada por el capitán José Calé, con un cañón para atacar por el flanco derecho, mientras que la compañía del RI-3 al mando del capitán Francisco Pombo de Otero debía hacerlo por el izquierdo con el otro cañón. Extinguido el último plazo para rendición, fue dada la orden de avance de todas las divisiones hacia la plaza sin hacer disparos hasta ocupar las trincheras. Aráoz de Lamadrid avanzó, seguido de su escolta de 12 húsares montados, desde La Recoleta con los 60 tarijeños a pie divididos en dos secciones al mando del capitán Mariano Mendieta, quien comandaba la compañía, y del capitán de húsares de la Cía-1 a cargo de la guardia, Mariano García, respectivamente. El ataque se debía realizar en 8 fracciones en todas direcciones, convergiendo por las 8 calles que desembocan en la plaza.

Los atacantes fueron recibidos con metralla y balas rasas disparadas por dos cañones ubicados en las trincheras (parapetos construidos para rechazar ataques indígenas), mientras desde los techos de las casas les arrojaban piedras, tejas y agua hirviente. Al romperse el cañón, Giles lo abandonó, detuvo su marcha y salió del combate con su compañía, lo que permitió que los defensores se concentraran en atacar a Aráoz de Lamadrid, quien, superado, debió retornar a La Recoleta con el cañón que abandonó Giles, junto con más de 20 heridos y dejando 11 muertos. El capitán Manuel Segovia, con la compañía del RI-9, abandonó el punto que se le había señalado para intentar reforzar a Otero, pero este ya había retrocedido, logrando Segovia recuperar el cañón abandonado. El mayor Manuel Toro, chuquisaqueño que comandaba el resto de los húsares, tampoco realizó la carga prevista. Las fuerzas realistas tuvieron 22 muertos en el ataque, la mayoría al intentar tomar un cañón.

Desde lo alto de La Recoleta, Aráoz de Lamadrid pensó en sitiar la ciudad, pues creía que la población, al darse cuenta de que el ataque no era de Venancio, se le pasaría. Pero se hallaba en peligro de que llegaran los soldados que debían enviarse de Potosí y las fuerzas que el coronel José Santos La Hera tenía en el fuerte de Tarabuco, unos 400 infantes del BI Centro con algunos soldados de caballería y uno o dos cañones. El 5 de marzo de 1817, el comandante Esteban Fernández había logrado tomar la Villa de la Laguna (actual Padilla), por lo que Aráoz de Lamadrid consideró más prudente esperar que se le reuniera con los restos de la Republiqueta de La Laguna. Los defensores de Chuquisaca enviaron inmediatamente avisos a Ricafort y a O’Reylli.

Ataque a Tarabuco

Aráoz de Lamadrid optó por atacar a La Hera en Tarabuco antes de que este se reuniera con otras fuerzas, por lo que marchó hacia ese fuerte, llegando a Yamparáez a la mañana siguiente, y permaneciendo allí hasta la puesta del sol. Los vigías avanzados de Tarabuco observaron desde las alturas del abra de las Carretas la llegada a Yamparáez de las fuerzas expedicionarias, pensando que se trataba del caudillo Venancio, y planearon sorprenderlo durante la noche. Aráoz de Lamadrid envió en vanguardia a una partida de 8 a 12 húsares al mando del teniente Carlos González y 20 indígenas baqueanos para ocupar los caminos en prevención de que llegaran mensajeros desde Chuquisaca; pero al apartarse del camino para hacer fuego fue sorprendida de noche por 150 infantes realistas (50 montados) mandados por el ayudante Felipe Rivero, logrando la partida ponerse a salvo arrojándose desde un barranco al verse rodeada.

El 22 de mayo se produjo el combate de Yamparáez cuando la división avanzó sin saber que la fuerza de descubierta al mando de González había sido dispersada y no podía dar aviso de la proximidad de las fuerzas de Felipe Rivero. En vanguardia iban unos 300 indígenas mandados por el capitán Venancio, quien se le había reunido en Yamparáez, seguido por el mayor Toro con 50 húsares y luego Aráoz de Lamadrid con las 3 compañías de infantería, los cañones y las cargas. En la retaguardia iban más húsares y algunos milicianos tucumanos al mando de Carrasco, que se le habían reincorporado luego de entregar a los prisioneros tomados en Tarija.

Las fuerzas realistas mandadas por Felipe Rivero efectuaron una descarga sobre los indígenas de Venancio, quienes retrocedieron en desbandada, desordenando a los húsares en el camino. Después de una refriega en la oscuridad, las fuerzas expedicionarias entraron en confusión debido a la similitud de los uniformes realistas con los de los ex prisioneros unidos a la expedición en Tarija, que no habían cambiado de uniforme; pero, a pesar de que la mayor parte de la división retrocedió, Aráoz de Lamadrid con los húsares mandados por Toro y milicianos tucumanos, logró poner en fuga a los realistas y perseguirlos un trecho antes de retroceder por peligro a quedar aislados debido a un movimiento envolvente del resto de la guarnición del fuerte de Tarabuco.

La mitad de la fuerza expedicionaria se dispersó, dejando en el campo la mayor parte de las cargas y los cañones, debido a que las mulas que los llevaban se dispersaron. Las fuerzas insurgentes descendieron la cuesta de las Carretas y comenzaron a reagruparse. Durante la misma noche, para recuperar las cargas y los cañones, fue enviado el capitán García con 50 voluntarios, mientras Aráoz de Lamadrid despachaba órdenes a los comandantes indígenas para que interceptaran a los soldados desbandados que retrocedieran.

Poco después, al toque de diana se le reunieron casi todos los dispersos, menos 12 soldados y el sargento de húsares Martín Bustos. A la mañana siguiente regresó García con los cañones y las cargas, junto con más de 30 fusiles que encontró en el campo de batalla, en donde halló muertos al capitán Colé del RI-2 y 10 soldados, junto con 21 realistas. Un cadete prisionero que había logrado escapar durante el ataque, junto con un espía enviado desde Chuquisaca, fueron capturados por los comandantes indígenas y entregados a Aráoz de Lamadrid, quien los hizo fusilar.

Durante la mañana siguiente, la división volvió a avanzar sobre Tarabuco, subiendo la cuesta en busca de las fuerzas realistas que se retiraban hacia el fuerte. Una partida de húsares de avanzada al mando del alférez de húsares Santiago Rufino Albarracín logró capturar dos cargas de municiones (una de fusil y otra de cañón), junto con 2 cornetas de plata, 10 soldados y 20 mujeres.

Al llegar al fuerte, o reducto de Tarabuco, lo encontró abandonado junto con algunas ovejas, llamas y unas pocas vacas. Desde allí envió a por los 5 heridos del ataque a Chuquisaca que se habían quedado en Yamparáez y al día siguiente los indígenas le entregaron al sargento y a 11 soldados que habían huido en retirada durante el combate, a quienes Aráoz de Lamadrid castigó haciéndolos vestir de mujer y exponiéndolos a la silbatina de la división formada.

Chuquisaca recibió refuerzos, ya que La Hera y el coronel Francisco Maruri se trasladaron desde Tarabuco por otro camino, llegando el día 23, y el brigadier O’Reylli llegó el 25 desde Puna con 800 infantes, totalizando entre 1.700 y 1.800 soldados en la plaza. Ricafort, quien estaba al mando de las fuerzas en el Alto Perú en ausencia de la Serna y de Miguel Tacón (quien viajó a Lima), se había reunido con O’Reylli en Puna conviniendo en que este último tomaría el mando de las operaciones contra Aráoz de Lamadrid, reforzado con la mayor parte de la división de García del Barrio y algunos granaderos de Reserva.

Sorpresa de Sopachuy

Después de permanecer unos días en Tarabuco, en donde se le incorporaron los grupos mandados por Fernández y por Ravelo, la división retornó a Chuquisaca y le puso sitio, sin que los defensores los atacaran en espera de los refuerzos de Potosí. Pocos días después, cuando Aráoz de Lamadrid supo de la salida de las fuerzas de Potosí, levantó el sitio y se dirigió a su encuentro durante la noche, mientras ordenaba a los indígenas (comandados por Venancio, a quien Aráoz de Lamadrid puso al frente de todos) que se mantuvieran ocultos y reunidos en las alturas del oeste de la quebrada del río Pilcomayo; reuniendo él sus fuerzas en las alturas del este. Dos prisioneros que lograron escapar dieron aviso de la partida de la división y O’Reylli salió de la ciudad con 1000 hombres a perseguirla esa misma noche.

A la mañana siguiente, cuando las fuerzas realistas de Chuquisaca ingresaban en la quebrada del Pilcomayo en Cachimayo, en donde Aráoz de Lamadrid pensaba emboscarlas, el disparo de un par de tiros denunció su presencia y los realistas retrocedieron ascendiendo a las alturas del este. Por lo que Aráoz de Lamadrid ordenó la retirada de la infantería, con los cañones y las cargas hacia Tarabuco. Lamadrid se quedó a cubrir la retirada con los 50 húsares que se hallaban mejor montados, enviando a Tarabuco al resto al mando de Giles. La vanguardia realista estaba compuesta por 300 soldados de caballería.

Aráoz de Lamadrid logró retrasarlos haciéndoles frente en varias oportunidades sin que se produjeran más que algunos tiroteos. Al amanecer llegó a Tarabuco, de donde recogió los 5 heridos del ataque a Chuquisaca y dispuso la retirada inmediata hacia Tarija por la escasez de cabalgaduras y la superioridad numérica de los perseguidores, pensando además que la Serna podría haber destacado en su búsqueda parte de las fuerzas que se hallaban en Salta.

Para prevenir que las fuerzas realistas lo esperaran en Sopachuy avanzando por un camino más corto, Aráoz de Lamadrid hizo marchar a su tropa por 3 o 4 días sin detenerse más que unas horas para comer unas ovejas, alcanzando Sopachuy el 11 de junio sin ser perseguido. Debido a que la guardia avanzada se dispersó, el 12 de junio la división fue sorprendida por La Hera y su segundo Baldomero Espartero con el BI Centro, siendo derrotada casi sin combatir en el combate de Sopachuy al abandonar el campo y dispersarse Giles con soldados a su mando. Aráoz de Lamadrid permaneció con unos 90 soldados, con lo que hizo frente a unos 200 infantes antes de escapar.

Casi sin municiones, Aráoz de Lamadrid abandonó sus dos cañones, perdió algunos infantes de su guardia avanzada que quedaron prisioneros, junto con el capellán Serna, el sargento Bracamonte y una bandera, y puso rumbo a Tarija vía Pomabamba (actual Villa Azurduy), sin ser perseguido por mucho tiempo por los realistas del BI de Potosí que no tenían caballada. El escuadrón realista que Aráoz de Lamadrid llevaba prisionero fue rescatado por las tropas de La Hera. O’Reylli retornó con sus fuerzas a Chuquisaca, llevando los 2 cañones capturados y una bandera que hizo colgar de una horca por 24 horas. Dejó en Chuquisaca al Batallón Centro y retornó al cuartel general de Tupiza.

Recibió luego la división, la reunión de la mayoría de sus oficiales y 50 soldados, mientras Giles retrocedía en desorden con los demás. Los comandantes indígenas se dispersaron también. Ravelo se separó de Aráoz de Lamadrid para intentar un nuevo alzamiento en la región de Cinti, que no logró extender hacia otras zonas, y volvió a reunirse con Aráoz de Lamadrid en Tarija como segundo en reemplazo del arrestado Giles, y Asebey escapó con los indígenas de su republiqueta. Después de acampar, se reanudó la marcha a la madrugada, continuando todo el día hasta alcanzar Pomabamba a la medianoche del 16 de junio. Allí se tuvieron noticias del paso de Giles y parte de la división en la noche anterior, por lo que Aráoz de Lamadrid despachó una partida en su búsqueda y marchó durante el día.

Retorno a Tucumán

Retorno a Tarija

Al día siguiente se supo que La Serna había llegado a Cinti con una división, por lo que no había más opción que dirigirse al Gran Chaco o avanzar sobre él con los 200 hombres que hasta entonces había reunido, optando por esto último y dirigiéndose a Culpina, cerca de Cinti. En Culpina, Aráoz de Lamadrid envió partidas a recoger animales de carga y cabalgadura, y dos divisiones de observación sobre Cinti, mientras La Serna lo esperaba en su posición y enviaba al brigadier Ricafort desde Tupiza con 2.800 hombres: dos batallones del RI Imperial Alejandro, el EC de cazadores y dos piezas de artillería, a cortarle el camino a Tarija en un punto de paso obligado en la cuesta del Obispo. La Serna nombró a Ricafort como gobernador de Tarija y el Bermejo; a O’Reylli le confirió el nombramiento de gobernador de La Laguna y Cinti; y al coronel Francisco Javier Aguilera el de gobernador de Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba.

Giles fue apresado en La Loma, a 60 leguas de Sopachuy, desde donde marchó preso con Otero, Asebey y 4 oficiales más, y los soldados que lo acompañaban fueron reunidos a la división. Estos oficiales fueron remitidos a Tucumán, juzgados por cobardía en consejo de guerra de oficiales y absueltos.

Aráoz de Lamadrid engañó a La Serna, quien lo creyó en posiciones a su frente, y avanzó de noche, por lo que a la mañana siguiente el general en jefe del ejército realista se apresuró a avisar a Ricafort para que apurara la marcha. La división avanzó hasta muy cerca de la posición de Ricafort y lo sorteó por un sendero desconocido por los realistas, logrando continuar hacia Tarija perseguido de cerca, haciéndoles frente en varias ocasiones con 50 húsares para ganar tiempo, pero sin combatir.

La división alcanzó Tarija el 7 de julio y siguió pocas horas después hacia el valle de Concepción, situándose en Padcaya, mientras la división de Pérez de Uriondo se situó en Santa Ana. Aráoz de Lamadrid pidió ayuda al teniente coronel Juan Antonio Rojas, que se hallaba con una división gaucha en Yavi, quien avanzó hasta Camacho. El 11 de julio de 1817 Ricafort entró en Tarija cometiendo una serie de actos de venganza contra la población, mandando incendiar el Cabildo y el Archivo Capitular y marchando también sobre las Salinas. Méndez y sus fuerzas gauchas se situaron en San Lorenzo.

El 14 de julio, se produjo el tiroteo de Padcaya, cuando una división realista de 800 hombres al mando de Antonio Vigil avanzó sobre Padcaya tiroteándose con las fuerzas del capitán Mendieta, que intentaban ubicarse en el valle de Concepción, y luego con Aráoz de Lamadrid, Ravelo y 40 hombres montados. El enfrentamiento culminó con la muerte del soldado de húsares Colet y el retiro de la división insurgente hasta Los Toldos (al este de Santa Victoria Oeste, Salta), con la deserción de 14 reclutas tarijeños.

La división realista permaneció en Padcaya, con avanzada en las Orozas, hasta el 17 de abril, retornando a Tarija al saber de la llegada de Rojas a Camacho y de la incursión de Méndez sobre Tarija. Ese ataque a la villa dio como resultado la muerte de un oficial y 7 soldados, y la captura de otros 11. El 20 de julio Padcaya fue reocupada por el teniente Ferreira y 16 hombres, llegando también Aráoz de Lamadrid y el capitán de gauchos Matías Guerrero el día 23. Aráoz de Lamadrid ordenó también la reunión de la división de Rojas y de Bonifacio Ruiz de los Llanos que había avanzado hasta Mecoya. Aráoz de Lamadrid y los comandantes locales pusieron sitio a los realistas en Tarija.

En Los Toldos fue levantado un campamento, construyéndose galpones y ranchos, llegando allí vía Iruya el capitán Navia junto a un oficial de artillería con cargas de municiones y el médico Juan Houghom, enviado por Belgrano desde Tucumán, logrando curar a los más de 20 heridos. Belgrano envió también a Juan Bautista Bustos con el BI-II, pero Güemes lo hostilizó fuertemente y debió regresar a mitad de camino. Güemes se hallaba irritado con Aráoz de Lamadrid, quien pretendía mandar las fuerzas gauchas de Tarija, territorio dependiente del gobierno de Salta, por lo que había ordenado a Uriondo que lo expulsara del frente de Tarija.

De la Serna se situó en Santiago de Cotagaita con el cuartel general, dejando 300 hombres en Cinti y otra fuerza en La Laguna, mientras Guillermo Marquiegui se hallaba en Livilivi con 500 milicianos chicheños (100 de los cuales formaban su escuadrón), y envió a Olañeta con 1.500 hombres desde Moraya hacia Baritú a cerrar el paso a Aráoz de Lamadrid, quien con 14 hombres se dirigió a Tarija para reunir las partidas sitiadoras y dirigirse a San Ramón de la Nueva Orán. Con engaños, Aráoz de Lamadrid hizo pensar a Ricafort que atacaba la villa junto a las fuerzas de Bustos, por lo que Ricafort pidió ayuda a Olañeta, quien cambió su rumbo y se dirigió a Tarija. Aráoz de Lamadrid reunió sus fuerzas y durante la noche retrogradó. Olañeta descubrió el engaño a la mañana siguiente y salió en persecución, pero la división pasó por Baritú dos horas antes de que Olañeta llegara al lugar en la noche siguiente.

Los líderes de la Republiqueta de Tarija fueron derrotados uno tras otro: Rojas el 21 de julio en Mojo por el BI de Partidarios, quedando prisioneros un capitán, 2 tenientes y 6 soldados; Uriondo y Avilés en Chocloca el 2 de agosto; Garay murió el 5 de agosto en San Agustín; Guerrero fue apresado en diciembre en la Cuesta del Inca por el capitán Baca. Fernández y Ravelo se dirigieron a Santa Elena, desde donde apoyaron una nueva insurrección en Cinti.

Retorno a Tucumán

Con órdenes de Belgrano para regresar a Tucumán, en Orán la división se recompuso durante unos 25 días, vigilada por los comandantes de Güemes, que impedían que obtuvieran cabalgaduras. Al aproximarse Olañeta, la división partió por los caminos del Chaco, recibiendo solo algunas reses flacas proporcionadas por orden de Güemes para evitar que tomaran ganado de los campos del camino. Al pasar el río Tala, en el límite de Salta y Tucumán, los esperaban caballos para continuar hacia San Miguel de Tucumán, a donde llegaron entre el 23 y el 24 de diciembre. De las fuerzas salidas de esa ciudad no regresaron 28 o 30 soldados que murieron en la campaña y 8 o 10 prisioneros tomados en Sopachuy. Aráoz de Lamadrid fue ascendido a coronel efectivo.

Conclusión de la campaña de La Serna

El coronel Lamadrid en un informe al general Belgrano expuso el resultado de su campaña:

«…la expedición que yo hice en marzo del año 17 por orden del Sr. General Belgrano hasta Chuquisaca, internándome con solo 300 hombres por el flanco izquierdo del ejército español, y sin ser sentido por él, hasta dicha capital de Charcas. Ni los mismos españoles dejaron de conocer y admirar el arrojo y perspicacia con que, burlando la vigilancia de tan hábiles generales, pude internarme no solo á más de 200 leguas a retaguardia de su ejército, ó cerca de ellas, sino que obligué a todo él á retroceder sobre mí dividido en tres fuertes divisiones; y pude al fin, después de tres meses de campaña, la mas penosa volver á reunirme á mi ejército con 46 hombres mas de lo que había sacado de Tucumán, y todo esto burlando á cada una de dichas tres fuertes divisiones y pasando a pie y mal armado por sobre las barbas de cada uno de ellos».

Es importante describir cuál fue el estado final del Ejército Realista al concluir la campaña conducida por La Serna, y nada mejor que hacerlo desde la percepción del bando realista, para lo cual transcribimos un pasaje de las memorias de García Cambá, quien sirviera a la causa realista en esos años:

«Las penalidades, los sufrimientos y las pérdidas que experimentó el ejército real en esta campaña y retirada ni fuera fácil de describirlos con puntualidad ni, a ser posible, se creyera, tal vez por lo singular y extraordinario de sus pormenores. En esta célebre retirada a la que no obligaba la superioridad de los enemigos, faltaron todos los recursos de subsistencia, y aun a veces fue indispensable apelar a la carne de llama y de burro. Como los pastos se hallaban secos por lo avanzado de la estación, los extenuados caballos y mulas de carga quedaban sembrados por el camino, consumidos de hambre, de fatiga y de cansancio; hubo, en consecuencia, necesidad de destruir y abandonar muchos efectos del parque y munición. La caballería llegó al Alto Perú a pie, habiendo tenido que quemar los bastos de la mayor parte de las sillas para cargar los cascos en llamas. Las tropas vencedoras del enemigo presentaban el aspecto de la más desastrosa derrota. Los cuerpos peninsulares ostentaron en todos los lances de esta activísima campaña constante y decidido valor; mas la falta de conocimiento en esta clase de guerra enteramente nueva para ellos y el desventajoso concepto que ligeramente habían formado del enemigo, varios de sus individuos, fueron la causa de algunas temeridades tan sensibles como costosas».

El Ejército del Norte liderado por Belgrano tuvo que desviarse de su misión original de hacer la guerra en el Alto Perú. Por órdenes del Directorio para reprender la sublevación de los caudillos del litoral, lo que terminó en su disgregación. Lamadrid, bajo órdenes de Juan Bautista Bustos, fue trasladado a Córdoba. Allí se enfrentó con los santafesinos de Estanislao López y peleó en la batalla de La Herradura. Después de la batalla, Bustos decidió no continuar con la guerra civil, ya que no era para eso que ninguno de ellos se había enrolado. Lamadrid se ofreció a arrestarlo y “pegarle cuatro tiros”, pero Belgrano no lo autorizó. A finales de 1819, el general abandonó el ejército hacia la guarnición del Ejército del Norte detenida en Tucumán, cansado también de este inicio de guerra civil.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-21. Última modificacion 2025-11-21.
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