Guerras de Independencia Hispano-Americanas Independencia de Brasil Guerra de los Farrapos. Final

Lucha naval

Giuseppe Garibaldi estableció contacto con la República de Río Grande, y solicitó la patente de corso contra buques brasileños; comenzó a prepararse para realizar dicha actividad. Adquiriendo para ello un pequeño barco, de 30 toneladas, que bautizó como Mazzini, y reclutando una tripulación de 15 hombres, entre los que estaban algunos exiliados italianos como su gran amigo Rossetti. Una vez con todo dispuesto, Garibaldi zarpó en busca de sus primeras presas.

La fortuna sonreiría a los corsarios, ya que al poco tiempo de zarpar, lograron capturar una goleta cargada de café y otras valiosas mercancías, como un cofrecillo lleno de diamantes. La nave capturada se convertiría en el nuevo buque corsario de Garibaldi, que la bautizó Scarropilla en honor a los farrapos.

Tras esta primera victoria, Garibaldi se encaminó hacia el Río de la Plata, para vender el cargamento robado en Montevideo y reaprovisionarse; adquiriendo provisiones tierra adentro, en una hacienda cercana a la punta de Jesús María, en donde dejaron su nave a resguardo.

Con Garibaldi gravemente herido, otro exiliado italiano, Luis Carniglia, tomó el mando de la goleta, internándose en el río Paraná, para seguir luego el río Ibicuy hasta llegar, veinte días después, a la localidad de Gualeguay, en la provincia de Entre Ríos, Argentina. En dicha localidad, Garibaldi fue atendido de sus heridas en la hacienda de Jacinto Andreas, siendo hospedado en régimen de semilibertad; ya que el gobernador de la zona, Pascual Echagüe, no sabía qué hacer con él, y decidió consultar a las autoridades de Buenos Aires, que permanecieron indecisas durante los seis meses en que tardó en recuperarse de su herida.

Tras recobrar la salud, Garibaldi se enteró de que un nuevo gobernador se encaminaba hacia allí y, temiendo ser deportado a Brasil, decidió escaparse con ayuda de unos simpatizantes locales. Sin embargo, su intento de huida fracasó, y el nuevo gobernador, llamado Leonardo Millán, le encerró en prisión. El tal Leonardo Millán era una mala bestia y no dudó en torturar personalmente a Garibaldi para que delatara a las personas que le habían ayudado en su intento de fuga. Las torturas mellaron su salud, pero Garibaldi no se rindió y rehusó delatar a sus amigos. Tras dos meses en esa difícil situación, las autoridades le pusieron en libertad, bajo la condición de que abandonara para siempre la provincia. El antiguo gobernador, Echagüe, había intercedido por Garibaldi y logrado su libertad, un hecho por el que Garibaldi siempre le estaría agradecido.

Después de estos sucesos, Garibaldi abandonó la provincia de Entre Ríos y, gracias a la ayuda de un mercader italiano, que lo trasladó a bordo de su bergantín, retornó a Montevideo, donde le aguardaban Rossetti y otros amigos fieles. Durante su estancia en la ciudad, bajo falsa identidad para evitar ser apresado por el gobernador. Garibaldi hizo nuevos amigos entre los inmigrantes italianos exiliados allí, como fueron Juan Bautista Cúneo y Napoleón Castellini, los cuales le ayudaron a adquirir unos caballos, con los que Garibaldi y su fiel Rossetti se desplazaron finalmente hasta la nueva república de Río Grande del Sur.

Al llegar a Piratinin (actualmente Piratini), la capital provisional de Río Grande, a comienzos de 1838, Garibaldi se encontró con que el presidente Gonçalves estaba ausente, realizando una campaña militar en la zona del canal de San Gonzalo, contra una columna de ejército imperial brasileño mandada por Sylva Tanaris. Por tanto, fue recibido oficialmente por Almeida, el Ministro de Hacienda. Garibaldi inmediatamente pidió permiso al ministro para unirse a la columna del ejército republicano riograndense de Gonçalves; sin embargo, a medio camino hubo de retornar, ya que la prematura retirada de Tanaris permitió a Gonçalves regresar con sus tropas a Piratinin.

Tras reunirse finalmente con el presidente, Garibaldi recibió el mando de dos balandros: el Río Pardo y La Republicana, que aún estaban siendo fabricados, bajo la supervisión de un capitán norteamericano llamado John Griggs, y con los que debería operar como corsario, apresando barcos enemigos en la zona del río Camacuá, paralelo al canal de San Gonzalo, y en su desembocadura: en la extensa Laguna de los Patos (que a su vez desemboca en el Atlántico). Gracias al poco calado de los balandros, los corsarios de Garibaldi pudieron operar impunemente durante meses, capturando varios mercantes y asaltando haciendas cercanas (cuyos dueños, proimperiales, habían huido de la zona), sin que los barcos imperiales, de mayor tamaño y calado, pudieran apresarlos.

La Marina Imperial Brasileña controlaba la principal vía de comunicación de la provincia, la Laguna de los Patos, entre Porto Alegre, Pelotas y Río Grande, y la mayoría de los ríos navegables. A pesar de ello, era constantemente atacada por los farrapos cuando se encontraban cerca de las orillas de los ríos. El 1 de febrero de 1838, una tropa de 2.000 farrapos y una batería de artillería consiguieron atacar por sorpresa dos cañoneras y una lancha en el río Caí, matando a casi todos los marineros y encarcelando a uno de los comandantes.

El factor estratégico que tuvo mayor efecto a favor del Imperio fue el bloqueo de la barra de la Laguna de los Patos, único acceso al puerto de Río Grande, por donde desembarcaban continuamente los refuerzos imperiales, y al mar. En la segunda parte del enfrentamiento, la República buscó mantener su supremacía en la región geográfica de las montañas del sudeste de Río Grande del Sur, con un relieve irregular y un único río que comunicaba con la Laguna de los Patos, en Camacuá.

Hubo que idear una maniobra insólita para conquistar un punto que pudiera conectar el río Grande de los Farrapos con el mar. Este punto era Laguna, en Santa Catarina. El primer paso fue crear la Armada de Río Grande. Giuseppe Garibaldi había conocido a Bento Gonçalves cuando aún estaba preso en Río de Janeiro y obtuvo de él una carta de corso para tomar prisioneros buques imperiales. ​El 1 de septiembre de 1838, Garibaldi fue nombrado comandante de la armada farrapa.

Se instaló un astillero junto a una fábrica de armas y municiones en Camacuá (Camaquã), en la estancia de Ana Gonçalves, hermana de Bento Gonçalves.​ Allí Garibaldi coordinó la construcción y armamento de dos buques de guerra. Al mismo tiempo, Luigi Rossetti fue a Montevideo para conseguir ayuda de Luigi Carniglia y otros profesionales indispensables. Después de unas semanas, el equipo de capitanes y peones estaba completo. Algunos marineros procedían de Montevideo y otros fueron reclutados en la vecindad.

Los imperiales, informados de los planes de los farrapos, atacaron el astillero de Camacuá, con una fuerza mandada por el capitán Francisco Pedro de Abreu, apodado como Moringue con unos 150 mercenarios austriacos y alemanes. Garibaldi contaba con 70 corsarios, de distintas razas y procedencia, pero todos fogueados en el combate; al enterarse de la llegada de los mercenarios enemigos, Garibaldi destinó a 20 de sus hombres a patrullar la zona, mientras que él y los otros 50 fueron a hacerles frente. Tras atrincherarse en el interior de las viviendas y estancias, Garibaldi y sus corsarios libraron un largo combate, de 7 horas, en el que ningún bando estaba dispuesto a ceder. Finalmente, tras resultar herido el capitán Moringue, el enemigo se retiró, dejando 15 muertos sobre el campo de batalla. Los corsarios, por su parte, sufrieron 5 muertos y 5 heridos, de los cuales morirían posteriormente tres, al no contar con asistencia médica.

Una vez construidos los barcos Seival y Farroupilha, y una vez lanzados al agua, surcaron las aguas de la Laguna de los Patos, dejando las otras dos, el Río Pardo y la Republicana, en su base del río Camacuá.

Los corsarios no tuvieron mucho éxito; solo capturaron algunos barcos mercantes desprevenidos en lagunas o ríos alejados de la Armada imperial; finalmente acabaron acorralados por la flota de John Grenfell. Surgió entonces el plan de llevar los barcos a través de la laguna de Patos hasta el río Capivari y desde allí, por tierra, sobre ruedas especialmente construidas, hasta la barra de Tramandaí, donde los barcos se harían a la mar. Así se hizo, pero no sin dificultades.

Los farrapos, burlando a la armada imperial, consiguieron cruzar el estrecho del río Capivari y desembarcar las lanchas el 5 de julio de 1839.​ Tirando de ruedas, las dos lanchas cañoneras, con cien yuntas de bueyes, atravesaron caminos escabrosos por campos húmedos, en algunos tramos completamente sumergidos, pues era invierno, mal tiempo con lluvia y viento, que hacían del suelo un gran lodazal. Cada barca tenía dos ejes y, naturalmente, cuatro enormes ruedas, cubiertas de cuero crudo. Los piquetes recorrían los campos paladeando el barro, mientras otros cuidaban del ganado.

Guerra de los Farrapos. Garibaldi y sus hombres transportando botes desde la laguna Los Patos hasta el lago Tramandahy, en Río Grande del Sur, en Brasil.
Guerra de los Farrapos. Garibaldi y sus hombres transportando botes desde la laguna Los Patos hasta el lago Tramandahy, durante la en Río Grande del Sur, en Brasil.

Tardaron seis días en llegar a la laguna Tomás José,​ superando 90 km​ y arribando el 11 de julio. El día 13 de julio, navegaron desde la laguna Tomás José hasta la barra del río Tramandaí, en el océano Atlántico, y el 15 de julio, se hicieron a la mar con su tripulación mixta de 70 hombres. El Seival, de 12 toneladas, era mandado por el norteamericano John Griggs, conocido como Juan el Grande, y el Farroupilha, de 18 toneladas, era mandado por el propio Garibaldi; ambos estaban armados con 4×12 cañones de goleta.​

Finalmente, el 14 de julio de 1839, los barcos se dirigieron a Laguna para atacar la provincia vecina. En la costa de Santa Catarina, cerca del río Araranguá, una tempestad hizo naufragar el Farroupilha, salvándose milagrosamente algunos farrapos, entre ellos el propio Garibaldi. El Seival, mandado por el norteamericano Griggs, tuvo mejor suerte, y, tras luchar contra la tempestad, consiguió llegar a salvo a su destino.

Gracias al apoyo de la población local, mayoritariamente a favor de los republicanos independentistas, los náufragos fueron auxiliados, y, además, se les proporcionaron caballos, gracias a los cuales pudieron alcanzar al general Canabarro y su ejército, que marchaba raudo sobre la ciudad de Laguna. Pocos días después, el 22 de julio de 1839, el ejército de Río Grande comenzó el ataque contra Laguna. Mientras las tropas de Canabarro atacaban por tierra, obligando a retirarse a la guarnición imperial tras un breve combate, el Seival, con los hombres de Griggs y Garibaldi, atacó el puerto por sorpresa, obligando a rendirse a tres pequeños barcos de guerra enemigos anclados allí. Uno de los cuales, la goleta Itaparika, de 7 cañones, fue puesto al mando de Garibaldi.

Mientras tanto, Grenfell continuó dando caza a la armada farrapa. Con el vapor Águia y varias cañoneras y lanchas rápidas, atacó la base de Camacuá y se apoderó de tres lanchas rápidas y dos motoras; pero ya era demasiado tarde, porque allí se enteró de que Garibaldi ya estaba lejos, camino a Laguna.

La República Juliana

Con la llegada de la marina farrapa a Santa Catarina, uniéndose a las tropas del ejército, bajo el mando general de David Canabarro, fue posible preparar el ataque a Laguna por tierra y por agua. La marina farrapa entró a través de la laguna de Garopaba del Sur, pasando por el río Tubarão, y atacó Laguna por atrás, sorprendiendo a los imperiales que esperaban un ataque de Garibaldi por la barra de Laguna y no por la propia laguna. Garibaldi tomó un bergantín y dos lanchones, mientras que únicamente el bergantín Cometa logró escapar al mar.

Laguna fue tomada, con ayuda del propio pueblo lagunense, el 22 de julio de 1839. El 29 de ese mes, la Cámara Municipal de Laguna, presidida por Vicente Francisco de Oliveira, proclamó la República Juliana (pasó a llamarse así por estar en el mes de julio),​ como un país independiente, ligada a la República Riograndense por lazos de confederación.

En Laguna, Garibaldi conocería a su primera mujer: Ana María de Jesús Ribeiro da Silva, más conocida como Anita Garibaldi, una mujer lagunense casada, cuyo esposo se había alistado en el ejército imperial y la había abandonado. Un escándalo para la época.

Después de conquistar Laguna, las fuerzas farrapas continuaron rumbo al norte, persiguiendo a las tropas imperiales, avanzando cerca de 70 km hasta la planicie del río Maciambu. El avance fue contenido debido a un atrincheramiento de las fuerzas imperiales, protegidas por la geografía del Morro dos Cavalos, que dificultaba el acceso de las tropas farrapas y les bloqueaba el avance para el ataque a Desterro (actual Florianópolis).​

Con la toma de Laguna, prácticamente la mitad de la provincia catarinense quedó en manos republicanas. La incorporación de la villa de Lages, también bajo control rebelde, al nuevo estado, llevó el territorio de la República Juliana a extenderse del extremo meridional hasta el planalto catarinense. Fue entonces organizada la república, convocándose a elecciones para la constitución del gobierno hasta el 7 de agosto de 1839, cuando fue convocado el colegio electoral. Se eligieron para presidente al Tcol Joaquín Javier Neves y para vicepresidente al padre Vicente Ferreira dos Santos Cordeiro. Como Javier Neves estaba en San José bloqueado por las fuerzas imperiales, el padre Vicente Cordeiro asumió la presidencia.

Los farrapos hicieron incursiones navales más al norte inclusive, llegando a atacar la barra de Paranaguá el 31 de octubre de 1839. Una goleta y un lanchón farrapos capturaron la sumaca Dona Elvira, pero fueron combatidos por los cañones de la fortaleza y obligados a retroceder. La goleta tomó rumbo al norte, pero el lanchón, más pesado, fue capturado por una lancha con 20 hombres mandada por el alférez Manuel Antonio Dias, recuperando la Dona Elvira.

El Imperio impuso un bloqueo naval, que buscaba estrangular económicamente a la República. Garibaldi consiguió romper el bloqueo con tres barcos: el balandro Río Pardo, su nave insignia, la goleta Cassapara, dirigida por Griggs, y el balandro Serval, que pasó a estar mandado por un italiano llamado Lorenzo. Con su flotilla, Garibaldi se dedicó de nuevo al corso, apresando varios mercantes enemigos en las aguas cercanas, capturando dos barcos mercantes.​ Algunos días más tarde, cuando se disponían a regresar a Laguna con sus presas, fueron sorprendidos por la corbeta imperial Andorinha, y se vieron obligados a refugiarse en la bahía de Imbituba.

Sin embargo, la goleta imperial no estaba sola; en realidad era parte de una pequeña escuadra de tres barcos al mando de Juan Custódio de Houdin: la ya mencionada Andorinha, la Bela Americana y la Patagonia, que habían sido enviadas a la zona con objeto de proteger a los mercantes, dar caza a los corsarios y apoyar los esfuerzos de una columna del ejército imperial brasileño que se encaminaba hacia Laguna, para intentar reconquistarla. Sabiéndose superiores en potencia de fuego a las naves rebeldes, los capitanes imperiales decidieron no dejar escapar la oportunidad y se dispusieron a atacar a los corsarios en su refugio.

El 4 de noviembre de 1839, comenzó la que pasará a la historia como batalla naval de Imbituba. Las naves imperiales se internaron en la bahía, abriendo fuego contra los barcos corsarios, que, por suerte para ellos, contaban con el respaldo de una pequeña batería de artillería en tierra. Mientras la Andorinha se dedicaba a contrarrestar el fuego de artillería que recibían desde tierra, la Bela Americana y la Patagonia concentraron su fuego sobre las naves corsarias de Garibaldi. El combate fue brutal, recibiendo ambos bandos numerosos impactos y sufriendo, en consecuencia, cuantiosas bajas.

Batalla naval de Imbituba (4 de noviembre de 1839). Entre los 3 barcos farrapos de Garibaldi y los 3 barcos imperiales de Houdin. Autor Willy Zumblic.

El Río Pardo de Garibaldi se estaba llevando la peor parte, siendo acribillado a cañonazos por el enemigo. Sin embargo, pese a llenarse la cubierta de marinos muertos y heridos, la moral de los corsarios no flaqueaba, en especial, teniendo como ejemplo a una valiente mujer: Anita Garibaldi, que sable en mano, les arengaba a resistir. Este heroísmo casi le cuesta la vida, al estar a punto de ser alcanzada por una bala de cañón. Pese a todo, el combate continuó indeciso hasta que cayó muerto el comandante de la escuadra enemiga, Juan Custódio de Houdin, que viajaba a bordo del Bela Americana. Sin comandante, los imperiales optaron por retirarse del combate. De esta forma, los corsarios de Garibaldi obtuvieron una sonora victoria, ampliamente celebrada por los rebeldes de Río Grande, sin saber que su suerte estaba a punto de cambiar.

Batalla naval de Laguna (15 de noviembre de 1839)

A su regreso a Laguna, Garibaldi observó que la situación se había deteriorado mucho; el despotismo del general Canabarro, sumado a los saqueos y pillajes de los soldados riograndenses, había soliviantado a la población local, que comenzó a ponerse del lado del gobierno brasileño; sobre todo tras conocer que se aproximaba una gran columna, de más de 3.000 soldados imperiales, mandada por el general Francisco José de Sousa Soares de Andrea, más conocido como general Andrea, comandante de armas de Santa Catarina, se dirigía por tierra para recuperar el territorio.

Ante estas circunstancias, la cercana población de Imaruí decidió levantarse en armas contra la República Juliana y sus aliados de Río Grande. Ante este desafío, el general Canabarro ordenó a Garibaldi reducir a cenizas la localidad.

Los habitantes de Imaruí conocieron que Garibaldi se encaminaba hacia allí para suprimir su levantamiento y se aprestaron a construir defensas de cara al mar, creyendo que serían atacados por esa dirección. Sin embargo, Garibaldi desembarcó sus tropas a 5 km de distancia, sin ser visto, y asaltó la ciudad desde el lado de tierra, sorprendiendo a sus defensores, que huyeron en desbandada. Tras la conquista, las tropas de Garibaldi comenzaron a saquear la localidad, encontrando un almacén de vinos y licores del que dieron buena cuenta, tras lo cual, borrachos como cubas, comenzaron a cometer todo tipo de tropelías, sin que sus oficiales pudieran poner orden. Tras este vergonzoso suceso, y una vez recuperado el control sobre sus hombres, Garibaldi les ordenó regresar a Laguna.

Una vez de vuelta, Garibaldi recibió la orden de emplear sus naves en evacuar a una columna republicana en retirada, mandada por el coronel Joaquín Teixeira Nunes, uno de los mejores jefes republicanos y comandante del célebre Primer Cuerpo de Lanceros Negros (compuesto por esclavos liberados).

Mientras tanto, por mar, el capitán imperial Frederico Mariath, con una flota de 13 barcos, mejor equipados y con más experiencia que los republicanos. Estas naves transportaban además fuerzas de infantería, con el objetivo de atacar Laguna desembarcando desde el mar. Una maniobra que buscaba dividir a los defensores e impedir que pudieran concentrar su fuego en la columna que atacaría la ciudad por tierra.

Pese a conocer los planes enemigos, los republicanos no tuvieron tiempo de prepararse debidamente, y fueron sorprendidos por el rápido avance de los imperiales. El 15 de noviembre de 1839, los barcos del capitán Mariath entraron en la bahía, comenzando la batalla naval de Laguna. Para detenerlos, los republicanos contaban con los tres barcos de Garibaldi (Río Pardo, Cassapara y Serval). Que en ese momento solo contaban con la mitad de su tripulación a bordo, más la goleta Itaparica, que había permanecido en el puerto de Laguna, y con el apoyo de una pequeña batería de artillería en tierra.

Batalla naval de la Laguna (15 de noviembre de 1839). Entre las tropas imperiales brasileñas y los farrapos al mando de Giuseppe Garibaldi. Autor Rafael Mendes de Carvalho.

Garibaldi ancló convenientemente sus 4 barcos, que se batieron contra los imperiales valientemente, arengados nuevamente por Anita Garibaldi, que combatía en primera línea de fuego, dando ejemplo a los hombres. Aunque, en esta ocasión, la valentía no les sirvió para imponerse en el combate y, poco a poco, el constante aumento de bajas hizo imposible continuar la lucha. Tras la muerte de John Giggs, despedazado por una bala de cañón, y del capitán de la Itaparica, Juan Enríquez de la Raguna, Garibaldi quedó como único oficial superviviente.

Con dos terceras partes de tripulantes muertos, y sin imposibilidad de recibir refuerzos, ordenó a los supervivientes desembarcar después de quemar su barco, la goleta Libertadora, y unirse a la lucha en tierra. La batalla había durado tres horas y fue el fin de la marina farrapa.

Tras desembarcar, y observar que la batalla estaba perdida, a Garibaldi no le quedó más remedio que unirse al ejército republicano de Canabarro, en su retirada hacia Lages, Santa Catarina, desde donde pensaban continuar hasta Río Grande. La reconquista imperial de Laguna supuso el fin para la efímera República Juliana.

Los imperiales retomaron Laguna el 15 de noviembre de 1839. Garibaldi huyó con Anita Garibaldi, su compañera, con la que se casaría tres años después, en 1842, y de cuyo matrimonio nacerían cuatro hijos. Lucharía lado a lado con Garibaldi tanto en las pampas gaúchas como en Italia, donde es considerada una heroína.

Los campos de Lages

El 9 de marzo de 1838 los farrapos habían invadido Lages, anexando la villa a la República Riograndense, con el apoyo de algunos hacendados locales, hecho que había causado gran júbilo entre los revolucionarios: era la primera conquista farrapa fuera de Río Grande del Sur.

Después de la caída de Laguna, las tropas farrapas tomaron el camino a Lages para regresar a Río Grande del Sur.

Mientras tanto, el gobierno imperial había decidido enviar un contingente de tropas al sur por el interior, con la misión de retomar Lages y luego auxiliar contra el cerco de Porto Alegre por los farrapos.​ En Río Negro se reunieron 1.500 hombres al mando del brigadier Francisco Javier da Cunha, llegados desde Río de Janeiro, Curitiba, Paranaguá, Antonina y Campo do Tenente, movilizándose para Santa Cecilia, donde acamparon el 25 de octubre de 1839.​

En noviembre, librando pequeñas batallas con los piquetes farrapos, a través de Campos dos Curitibanos y Campos Novos, llegaron a Lages, donde retomaron la ciudad. Desde allí, parte de la columna del brigadier Francisco Javier da Cunha decidió dirigirse hacia el río Pelotas, para invadir Río Grande del Sur.​

Los farrapos, derrotados en Lages, se reunieron en un depósito aduanero para cobrar impuestos a las tropas de ganado y mulas que venían de Viamão y se dirigían a Sorocaba, conocido como Santa Vitória.​

El brigadier Francisco Javier da Cunha fue informado y se dirigió allí con sus 2.000 efectivos. Fue sorprendido el 14 de diciembre de 1839 por el coronel Teixeira Nunes que, con sus 330 de caballería y 150 hombres mandados por Garibaldi, consiguió dividir a las tropas legalistas y hacerlas retroceder. En una feroz batalla, las tropas legalistas fueron derrotadas. El brigadier, herido y protegido por algunos oficiales, intentó escapar y, cuando cruzaba el río Pelotas, se ahogó.​

La imprevista victoria republicana en esta batalla (480 hombres derrotaron a 2.000) y la subsiguiente reconquista de Lages sirvieron para subir momentáneamente la moral de la tropa, muy deteriorada después de la larga retirada desde Laguna.

Sin embargo, el gobierno brasileño no se dio por vencido, y, herido en su orgullo, envió una división de Cruz Alta, al mando del coronel Antonio de Melo Albuquerque, apodado el Melo Manso, que reconquistase Lages con sus tropas, un paso indispensable para realizar un posterior avance sobre Río Grande.

Con objeto de defender Lages, y que los imperiales no pudieran cruzar la frontera hacia Río Grande, el coronel Teixeira decidió detener al enemigo en las proximidades de la villa de Curitibanos, bloqueando el cruce del río Marombas. Garibaldi sería el encargado de vigilar el paso con sus hombres y avisar de la llegada del enemigo. Su mujer, Anita, que siempre lo acompañaba, se quedó en esta ocasión en la retaguardia, a cargo de los carros de suministros.

Por su parte, el coronel Melo, que conocía las tácticas guerrilleras de los republicanos, decidió avanzar con precaución, enviando por delante un grupo de exploradores al mando del capitán Hipólito, para evitar ser emboscado. Estos exploradores se toparon con los hombres de Garibaldi a medianoche, entablándose un confuso tiroteo entre ambos grupos. La escaramuza no duró mucho, y no tendría más importancia si no fuera porque, gracias a ella, el coronel Melo pudo conocer la ubicación aproximada de las tropas republicanas y disponer su plan de batalla en consecuencia. La oportunidad de que les pudieran tender una emboscada se esfumaba, y, en un combate regular, los números estaban de su lado.

Al amanecer, el coronel Melo envió una avanzadilla, al mando del sargento Juan Gonçalves Padilha, con la misión de cruzar el río y entablar combate con el enemigo, para luego fingir retirarse y atraer al enemigo hacia unas posiciones preparadas en la otra orilla, con fusileros escondidos entre la maleza.

El plan de Melo funcionó a la perfección; los republicanos, quizás demasiado confiados tras su reciente victoria en el Paso de Santa Vitoria, derrotaron a la avanzadilla enemiga, que huyó en desbandada, y se lanzaron a su persecución, siendo emboscados cuando cruzaban el río por los fusileros imperiales escondidos entre la maleza de la orilla oriental. Viendo que había caído en una trampa, Teixeira Nunes ordenó a sus tropas replegarse hasta un cerro cercano, poblado de árboles, en el que establecieron una buena línea defensiva, consiguiendo rechazar varias cargas de caballería enemiga y resistir hasta el anochecer.

Con la llegada de la noche, y al abrigo de la oscuridad, los republicanos se retiraron sigilosamente hacia Lages. Cinco días después, llegaron allí los supervivientes del destacamento: 73 hombres, entre ellos Teixeira y Garibaldi. Pero, pese al pequeño triunfo que era haber conseguido escapar del enemigo y evitar así ser aniquilados, la batalla había sido un desastre para los republicanos, que habían sufrido 427 muertos (los heridos fueron ejecutados por los imperiales). Mientras que, por su parte, las fuerzas de Melo sufrieron un centenar de muertos.

Por desgracia para Garibaldi, su mujer, Anita, fue capturada, junto con los bagajes que protegía, por los soldados imperiales. Curiosamente, entre sus captores estaba el sargento Padilha, mencionado previamente, y que, por casualidad, había sido en tiempos su pretendiente. Preocupada por la suerte que pudiera haber corrido su amado Garibaldi, Anita solicitó ir al campo de batalla para buscarle entre los cadáveres de los soldados republicanos. Ante esta circunstancia, el coronel Melo decidió concederle el permiso a la joven, aunque debería ir escoltada por un grupo de soldados y el sargento Padilha. Tras ver que su esposo no estaba entre los muertos, y que los soldados de su escolta estaban bebiendo como cubas, Anita emprendió la fuga. Parece ser que el sargento Padilha, que aún la amaba, fue quien la ayudó a escapar, incitando a sus hombres a beber para celebrar la victoria, y emborrachándose él mismo hasta caer inconsciente, para no levantar sospechas. De esta curiosa manera, varios días después, Anita pudo regresar a las filas republicanas y reencontrarse con Garibaldi.

Poco después de derrotar a las tropas de Teixeira Nunes y a Garibaldi, los imperiales conquistaron Lages y avanzaron sobre la frontera de Río Grande.

1840: Los farrapos pierden territorio

Hasta el año de 1840, podía percibirse un periodo de ascensión farrapa, con varias victorias en el campo militar. Luego de ese periodo, se percibe una situación de decadencia, iniciada con la caída de Laguna. El general Andréa, que había retomado Laguna, luego fue nombrado como nuevo presidente de la provincia de San Pedro de Río Grande del Sur y comandante del Ejército Imperial en la provincia.​ También comenzaron las desavenencias políticas entre los farrapos, con consecuencias funestas en el futuro.

A inicios de 1840, los farrapos controlaban buena parte del interior, pero no tenían salida para el mar. Además de eso, mientras las tropas riograndenses se concentraban en el cerco de Porto Alegre, Caçapava, la capital de la República desde el 14 de febrero de 1839,​ considerada inexpugnable por su difícil acceso,​ fue tomada por las tropas del general Andrea, un combate en el que destacó la valiente actuación de un viejo rival de Garibaldi: el coronel Moringue. Entusiasmado con las últimas victorias, el emperador Pedro II decidió premiar al general Francisco José de Sousa Soares de Andrea (el mismo que reconquistó Laguna) con el título de barón de Caçapava.
Los rebeldes instalaron la capital en Alegrete, el 28 de marzo.

El mismo año, en el combate de Tabatingaí, Juan Propicio Mena Barreto y sus tropas derrotaron a 250 farrapos, capturando a Onofre Pires y llevándolo para Porto Alegre.​ En julio los farrapos perdieron San Gabriel. Francisco Pedro de Abreu, el Moringue, sorprendió a Antonio de Sousa Neto, casi haciéndolo prisionero. Finalmente, el presidente Bento Gonçalves decidió contraatacar, empleando para ello el grueso de sus fuerzas, unos 1.200 hombres, junto con Domingo Crescencio de Carvalho, Canabarro y el propio Garibaldi. La ofensiva republicana se saldó con dos victorias pírricas en los combates de Tacuarí y del puerto de San José del Norte, que duró casi nueve horas, tomando la ciudad por poco tiempo. La reacción venida desde Río Grande expulsó a los persistentes farrapos.​

Tras estos fracasos, la capacidad de liderazgo de Gonçalves comenzó a ser puesta en duda y varios de sus seguidores desertaron o cambiaron de bando. Además, el ejército republicano había quedado diezmado tras los últimos combates, falto de moral y de suministros; su capacidad de oponerse a las fuerzas imperiales, cada vez más numerosas, era mínima.

La sombra de la derrota se cernía sobre Río Grande, y Garibaldi, molesto por las disensiones políticas y el derrotismo reinante, decidió cambiar de aires. Por ello, a finales de año, pidió permiso al presidente Gonçalves para licenciarse y, tras adquirir un rebaño de vacas y bueyes, se encaminó hacia Montevideo, Uruguay, acompañado de Anita y de su hijo Neto, donde residía una numerosa comunidad de exiliados y emigrantes italianos.

Giuseppe Gribaldi acompañado de Anita, y de su hijo Netto se dirigen a Uuruguay en 1840.

Estos sucesos​ dieron pretexto a Bento Manuel, considerado como el fiel de la balanza​ del enfrentamiento, para abandonar a los revolucionarios. Escribió al Ministerio de Guerra de la República, José Mariano de Mattos, renunciando al ejército, al mismo tiempo en que escribía para el presidente de la provincia pidiendo una amnistía para sí y algunos amigos. Amnistiado, fue a refugiarse en Uruguay, desilusionado con el sistema republicano que, según él, «parece en teoría un gobierno de ángeles, pero en la práctica no sirve ni para los diablos».

Bento Gonçalves, todavía en 1840, como consecuencia de los acontecimientos, se comunicó con el Imperio con la posibilidad de un acuerdo. Bento pidió a Álvares Machado, salvoconductos para que sus compañeros puedan atravesar los locales conquistados por el Imperio, con la finalidad de acordar con los jefes imperiales los detalles de una rendición colectiva de los farrapos. Llevaron, en efecto, una carta con ese encargo, pero había otro mensaje a ser dado a aquellos líderes que no podía ser escrito. La maniobra, sin embargo, fue tan bien pensada y ejecutada que engañaría hasta a sus mismos compañeros de lucha y motivó una carta de reprobación escrita por Domingo José de Almeida, entonces vicepresidente y ministro de hacienda de la república.

Los combates continuaron en diversos frentes. En noviembre de 1941, Chico Pedro capturó 20 prisioneros y tomó 400 caballos de los farrapos, cerca de San Gabriel. En Rincón Bonito, el coronel Juan Propicio Mena Barreto provocó 120 bajas, tomó 182 prisioneros y tomó 800 caballos. El 20 de enero de 1842, Chico Pedro, atacado por Bento Gonçalves y 300 hombres, lo derrotó provocando 36 muertes, 20 prisioneros y capturando toda la carga, sufriendo solamente 3 muertes y 7 heridos.

Una Asamblea Constituyente había sido convocada para el 10 de febrero de 1840, pero las maniobras de Bento Gonçalves, que no quería perder poderes, llevaron a que a primeros de 1842 se promulgase la Constitución de la República, lo que animó momentáneamente la lucha.

Refuerzos liberales

La Revolución liberal de 1842 entusiasmó a los farrapos al punto de que Bento Gonçalves hizo un pronunciamiento en Cacequi el 13 de julio de 1842.25​ Este entusiasmo tuvo corta duración, ya que las revueltas duraron poco. El fin de las rebeliones en otras provincias como la Sabinada en Bahía y la Revolución Liberal de São Paulo, trajeron nuevos refuerzos a las tropas farrapas. Entre ellos vinieron de Bahía:

  • Daniel Gomes de Freitas (quien luego firmaría el tratado de paz).
  • Coronel Manuel Gomes Pereira, que había financiado la fuga de Bento Gonçalves. Salió de Bahía a inicios de enero de 1838, estuvo en Montevideo en misión de reclutamiento cuando acabó la Sabinada y desde allí fue a buscar a sus amigos riograndenses, siendo bien acogido y dándole el rango de coronel por Bento Bento, sirviendo en el Estado Mayor. Vino con una fortuna destinada a comprar barcos de guerra que jamás navegaron, pero adquirió una chacra en Montevideo luego de cobrarle a Bento el dinero que le había prestado.
  • Juan Rebelo de Matos, Bento José Roiz, José Pinto Ribeiro, Juan Francisco Régis, todos militares transferidos de Bahía y envueltos en la Sabinada y que se rebelaron en la fortaleza de la Barra del Sur, en la isla de Santa Catarina, entregando la fortaleza a los farrapos y uniéndose al movimiento en 1839.​
  • Francisco José de Rocha habría venido desde Bahía acompañando a Bento Gonçalves; era la mayor autoridad masónica de la provincia. Su promoción a Tcol por los farrapos fue uno de los motivos que llevaron a Bento Manuel a abandonar el lado republicano.
  • Juan Ríos Ferreira.

De São Paulo vino Rafael Tobias de Aguiar,​ jefe de la Revolución liberal de 1842 que, con cinco compañeros, se dirigió para la región de las Misiones.​ Fue apresado poco después en Palmeira de las Misiones, junto con su pariente Felicio Pinto de Castro, por el capitán Benedito Martins França, sin haber conseguido reunirse con los rebeldes. Fue llevado a la fortaleza de Laje, en Río de Janeiro.

Por otro lado, el fin de estas otras rebeliones liberó tropas del ejército brasileño para concentrarse con todos sus esfuerzos contra los farrapos y precipitar el final de la guerra.

Negociaciones de paz y la batalla de Porongos

Las primeras negociaciones de paz tuvieron lugar con el nombramiento de Francisco Alves Machado como presidente de la provincia, que ofreció a Bento Gonçalves una amnistía total para negociar un tratado. Bento respondió en carta del 7 de diciembre de 1840, proponiendo que las deudas contraídas por la República fuesen pagadas por el gobierno imperial, los esclavos alistados como soldados republicanos fuesen liberados y los oficiales revolucionarios viesen garantizados sus puestos cuando fuesen utilizados al servicio de la Guarda Nacional. Para firmar mejor el tratado, Bento Gonçalves solicitó una conferencia con el presidente, pero Alvares Machado se negó porque sabía que los farrapos intentaban atraer a su causa a varios legalistas, como el coronel Manduca Loureiro y el coronel Juan de Silva Tavares. La negativa de la conferencia provocó la suspensión de la amnistía y la consecuente continuación de la lucha.

El sistema de guerrillas y el constante cambio de presidentes y comandantes de armas prolongaron los combates hasta que el barón de Caxias (futuro duque) fue nombrado presidente de la provincia y comandante supremo imperial el 9 de noviembre de 1842,​ reorganizando el ejército y llamando a su Estado Mayor a Bento Manuel Ribeiro, que se había retirado a Uruguay. El barón utilizó toda su fuerza de 12.000 hombres,​ conocimientos, inteligencia y experiencia para socavar la relativa supremacía farrapa en el interior, que solo contaba con 3.500 hombres. Entre sus diversas acciones, inició una campaña para estrangular la economía de la república, atacando los pueblos fronterizos que permitían que la producción de charqui fluyera hacia Montevideo y Laguna,​ comprando caballos para impedir que los farrapos tuvieran monturas​ y reactivando el comercio.

Lima e Silva, sin embargo, fue incapaz de atraer a los farrapos a una batalla campal decisiva. El ejército republicano, consciente de su inferioridad numérica y armamentística, evitó el combate directo y la campaña se quedó en una serie de pequeños combates y escaramuzas;​ al ser perseguidos, los farrapos se refugiaron en Uruguay.

En 1844, Fructuoso Rivera se ofreció a negociar la paz entre legalistas y republicanos. Manuel Luis Osorio fue enviado al campamento de Rivera, donde se encontró con Antonio Vicente de Fontoura, para decirle que Lima e Silva rechazaba la propuesta de paz,​ pero que se podría negociar con el gobierno, pero sin la presencia de terceros.​ Vicente da Fontoura fue enviado a la corte para discutir la paz.

Luis Alves de Lima e Silva recibió instrucciones del Imperio, que temía el avance de Juan Manuel de Rosas en el territorio en disputa, para proponer condiciones honorables a los insurgentes, como la amnistía para los oficiales y hombres, su incorporación al Ejército Imperial en los mismos grados y la elección del presidente de la provincia por la Asamblea Provincial e impuestos sobre el charqui importado de Prata.

Sin embargo, quedaba una cuestión sin resolver: la de los esclavos liberados por la República para servir en el ejército republicano. Para el Imperio de Brasil, era inaceptable reconocer la libertad de los esclavos concedida por una sedición, aunque amnistiase a los líderes de la misma revuelta.

En noviembre de 1844, todos estaban en pleno armisticio. La suspensión de las armas, condición fundamental para que los gobiernos pudieran negociar la paz, llevó a la relajación de la guardia en el campamento del recodo del arroyo Porongos. Canabarro y sus oficiales inmediatos fueron a una estancia cercana para visitar a la esposa viuda de un antiguo guerrero farrapo, y el coronel Joaquín Teixeira Nunes y su cuerpo de lanceros negros descansaban en el cerro de Porongos. Los hombres estaban separados en el campamento entre blancos, negros e indios.

El 14 de noviembre de 1844, Francisco Pedro Buarque de Abreu apareció por sorpresa con 260 soldados, atacando el campamento del cuerpo de lanceros negros. Alrededor de 150 hombres resistieron y combatieron valientemente hasta la aniquilación, en una posición difícil de defender; murieron en el combate 96 lanceros negros. El resto huyó en todas las direcciones; en la huida, más de 330 republicanos blancos, negros e indios fueron hechos prisioneros, entre ellos 35 oficiales. Además, 5 estandartes, un cañón, utensilios, limas y más de 1.000 caballos fueron capturados.

Batalla de Porongos (14 de noviembre de 1844). Los 260 soldados de Pedro de Abreu atacando a los 150 lanceros negros de Teixeira Nunes.
Batalla de Porongos (14 de noviembre de 1844). Secuelas de la batalla. 96 lanceros negros murieron en el combate.

Los negros que no escaparon a los quilombos o a Uruguay acabaron enviados a los tribunales de Río de Janeiro, donde permanecieron esclavizados hasta la Ley Áurea, 43 años después.

El general Canabarro, ya recuperado, reunió al resto de su ejército, unos 1.000 hombres, y atacó Encruzilhada el 7 de diciembre de 1844, tomándola y demostrando que no pensaba rendirse.

Tratado de Poncho Verde

Finalmente, el 1 de marzo de 1845, se firmó la paz: el Tratado de Poncho Verde o Paz de Poncho Verde,​ tras casi diez años de guerra que habría causado 47.829 muertos. ​Entre sus principales condiciones figuraban una amnistía total para los insurgentes, la liberación de los esclavos que lucharon en el ejército piratino y la elección de un nuevo presidente provincial por parte de los farroupilhas. ​El cumplimiento parcial o total del tratado es aún hoy objeto de debate. La imposibilidad de una abolición regional de la esclavitud, la persistencia de la animadversión entre los líderes locales y otros factores administrativos y operativos pueden haber dificultado, si no impedido, su pleno cumplimiento.

Hay poca información sobre el destino de los esclavos libertos supervivientes debido a los escasos documentos históricos sobre el tema. Algunos acompañaron al ejército del general Antonio Neto al exilio en Uruguay; otros fueron incorporados al Ejército Imperial en Río de Janeiro. Algunas fuentes indican la posibilidad de que algunos fueran vendidos de nuevo como esclavos en Río de Janeiro, pero esto está lejos de ser probado.

La actuación de Luis Alves de Lima e Silva fue tan noble y correcta con sus adversarios que la provincia, de nuevo unificada, lo nombró senador. El Imperio lo reconoció y concedió al general el título nobiliario de conde de Caxias (1845). Para reorientar el enojo de los riograndenses contra los gobiernos de Uruguay y Argentina en vez de mantenerlo contra el régimen imperial. Para tal fin, el conde de Caxias formuló condiciones generosas: fin de la persecución a los revoltosos y reintegración plena de estos en la vida civil (lo cual era una amnistía implícita), liberación de los esclavos que habían apoyado a los farrapos (aunque no todos pudieron acceder a esta opción) y, sobre todo, la alternativa de que el nuevo gobernador de Río Grande del Sur fuera elegido por los habitantes de la región, inclusive por quienes eran antiguos rebeldes.

Más tarde, en 1850, ante la inminencia de la guerra contra Rosas, fue nombrado presidente de la provincia de São Pedro do Río Grande.

Entrada creada originalmente por Arre caballo! el 2025-11-15. Última modificacion 2025-11-15.
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