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Independencia de Bahía
Batalla de Pirajá (8 de noviembre de 1822)
Labatut, a su llegada, estableció su cuartel general en Engenho Novo, una plantación de caña de azúcar en el Reconcavo Bahiano, en el interior del estado. Labatut situó a la izquierda al coronel Felisberto Gomes Caldeira y su brigada en Itapoã (actualmente un barrio en el este de la ciudad de Salvador); disponía de 600 efectivos del BI de Torre y de un BI Bahiano. El Tcol (luego coronel) José de Barros Falcão de Lacerda, que había llegado con una brigada compuesta por 1.300 soldados de Pernambuco, Bahía y Río de Janeiro, fue colocado en Pirajá, un barrio a 24 km al norte del centro histórico de Salvador. También había destacamentos en Engenho Cabrito, Coqueiro, Bate-Folha y otros puntos. El total de las fuerzas brasileñas se estima en unos 3.000 efectivos.
En la mañana del 8 de noviembre, casi todas las posiciones de los brasileños fueron atacadas o amenazadas, ya sea por tierra o por mar. La batalla comenzó en la madrugada cuando 300 soldados y 100 marineros portugueses que desembarcaron en Itacaranha atacaron la zona de Engenho do Cabrito, mientras otro grupo mandado por Vitorino José de Almeida Serrão avanzaba tierra desde la Estrada das Boiadas hacia Pirajá.

Las fuerzas que el Tcol Barros Falcão de Lacerda tenía bajo su mando eran unos 1.300 efectivos encuadrados en: BI de Pernambuco (mayor Joaquín José da Silva Santiago), al que estaban adscritos los milicianos de Penedo; BI de milicias de la ciudad de Río de Janeiro (capitán Guillermo José Lisboa); la Legión de cazadores de Bahía (teniente Alexandre Gomes de Argolo Ferrão, luego general y barón de Cajaíba); el cuerpo de Henrique Dias (mayor Manuel Gonçalves da Silva); media compañía del RI-1 de Bahía (alférez Francisco de Faria Dutra) y una batería de artillería de Río de Janeiro, estaban protegidos por unas obras. Después de cuatro horas de combate y repeler tres ataques portugueses del coronel Juan de Gouveia Osório, cuyas fuerzas se componían del BI-I y BI-II de la Legión constitucional lusitana, el RI-4 y el RI-12 y un contingente de artillería, los brasileños estaban al borde de la derrota y Barros Falcão ordenó la retirada de sus fuerzas. Es en ese momento que aparece otro de los personajes legendarios de la lucha por la Independencia de Brasil en Bahía: el corneta Luís Lopes.
Lopes habría recibido la orden de Barros Falcão de hacer tocar retirada, pero no se sabe si por error o intencionadamente sonó el “avance de caballería”, lo que habría hecho huir a los portugueses, asustados ante la perspectiva de la llegada de un regimiento de caballería brasileña que no existía. Esta hazaña no tiene prueba histórica fundamentada. El caso es que los portugueses entraron en pánico y se retiraron al centro histórico de la ciudad, dando ventaja a las tropas brasileñas, que atacaron con renovado entusiasmo y ganaron la batalla, tras una lucha de diez horas.
Labatut registró 633 muertos al día siguiente de la batalla, y el periódico O Espelho de Río de Janeiro registró 375 muertos y 221 heridos portugueses.
Tras la batalla, los portugueses quedaron asediados en Salvador.
Batalla de Itaparica (7 y 8 de enero de 1823)
El ejército de don Pedro tenía cercado Salvador por tierra, obligando a la ciudad a abastecerse por el mar o a través de las vías acuáticas costeras entre la isla de Itaparica y el continente. La isla había sido ocupada por los brasileños tras la batalla de Funil el 29 de julio de 1822.
En octubre de 1822, el jefe portugués Madeira de Mello había atacado la isla en una tentativa para asegurar esta ruta, pero fue derrotado por una flotilla naval mandada por el teniente primero Juan de Oliveira Botas.
En enero de 1823, los soldados del BI de Itaparica mandados por Antonio de Sousa Lima, junto con una flotilla de 2 cañoneras mandada por Juan Oliveira das Botas, que también se encargó de fortificar la Ponta de Nossa Senhora, con el fin de cerrar el camino hacia el interior de la bahía, con las cañoneras llevó a cabo una guerra de guerrillas en las aguas de la bahía y dificultó, y en ocasiones impidió, el tránsito de embarcaciones lusitanas en busca de las aldeas del Reconcavo, realizando hazañas memorables. Ambos defendieron la isla del ataque desesperado de los portugueses, utilizando un sistema defensivo que comenzó en el fuerte de San Lorenzo, construido primero por los holandeses en 1647 y luego tomado por los portugueses, y continuó con trincheras montadas en lugares estratégicos, guarnecidas por soldados y cañones de pequeño calibre, como Largo da Quitanda, Fonte da Bica y Playa del Convento, además de las playas de Amoreiras, Mocambo, Manguinhos y Porto dos Santos, entre otras.

Del lado portugués, Juan Félix Pereira de Campos era el comandante de la flota portuguesa en Bahía; contaba 42 navíos de diferentes tamaños en los que había 2 bergantines, una goleta y 35 cañoneras; estuvieron involucrados.
Las tropas portuguesas estaban bien equipadas y preparadas para la guerra. Los itaparicanos eran en su mayoría pescadores y agricultores; además de no tener la preparación, no tenían las municiones. Utilizaron lo que les permitía su inteligencia: hicieron agujeros y, cuando veían los barcos portugueses, entraron en estas trincheras y esperaron a que los portugueses intentaran desembarcar. Allí comenzaba la batalla, con hachas, cuchillos y chuzos. Los portugueses en los dos días hicieron cuatro intentos de desembarcar y en los cuatro fueron rechazados con 200 bajas entre muertos y heridos.

En la batalla se distinguió María Felipa, una mujer negra mariscadora, que según la tradición reunió a indios, negros libres y esclavizados: africanos y brasileños e incluso algunos portugueses, que estaban a favor de la independencia de Brasil y que organizaron la resistencia en la isla. Según otra versión María Felipa y sus compañeros aprovecharon su ropa holgada para esconder armas, principalmente cuchillos de pescado, que utilizaban en sus trabajos. En otra versión provocaron el incendio de barcos portugueses con antorchas, lanzadas desde una canoa conducida por la propia María Felipa. La verdad es que no hay bases documentales que soporten esos hechos.
Llegada del almirante Cochrane
Ante esta situación, el gobierno brasileño desdobló sus fuerzas, conteniendo con parte de ellas a los portugueses en Montevideo y con las otras aumentó la presión sobre Salvador. El 28 de enero de 1823 salió de Río hacia Bahía una expedición mandada por David Jewett (un corsario estadounidense nacionalizado argentino), con todos los buques disponibles y, a su regreso, en marzo, ya la Marina portuguesa estaba en franca evolución. Se habían aumentado los fondos y quienes no podían dar una contribución financiera lo hacían con víveres e incluso algunos ofrecían sus esclavos como marineros. Pero el reclutamiento no seguía los pasos de otras mejoras materiales. Despojando a los buques menores, apenas se podía tripular a los mayores con dotaciones mínimas. Además, estaba presente el recuerdo de la expedición de Delamare que provocó la desconfianza en los marinos portugueses, de los cuales aún dependía el Brasil.
Muy pocos brasileños tenían conocimientos marítimos y esos eran voluntarios procedentes del vagabundaje de los muelles. Hubo que echar mano a medidas desesperadas: 50 condenados a prisión fueron enviados a los buques de guerra como marineros y soldados; una orden imperial permitió que los esclavos sirviesen como marineros y los reclutadores hacían levas con gentes de cualquier nacionalidad. Los cónsules lograron la libertad de muchos y otros desertaron.
Estando así las cosas, el 13 de marzo de 1823, entró en la bahía el bergantín Colonel Allen trayendo al almirante Thomas Cochrane y cuatro oficiales que habían luchado con él. Las buenas noticias se esparcieron. Cochrane bajó a tierra a entrevistarse con José Bonifacio y el Emperador. Dos días después, Cochrane acompañó al Emperador en una inspección de las naves de guerra. A primera vista quedó muy satisfecho con las condiciones de la escuadra, particularmente el Pedro I (74), nombre que había tomado el buque Martim de Freitos (74). Los buques estaban listos para hacerse a la mar con abastecimientos para 3 meses. Sin embargo, el almirante quedó decepcionado por la pobre calidad de las tripulaciones.
Todos los comandantes reclamaron acerca de la dificultad para reclutar hombres y Cochrane notó con sorpresa que la mayoría de ellos eran portugueses, connacionales del enemigo, a quienes el Emperador procuraba mantener leales, destacando en sus discursos que era contra las Cortes y no contra la nación portuguesa la lucha en que estaba empeñado el Brasil. Dos días después, Cochrane visitó al Ministro de Marina para aclarar los aspectos de su nombramiento como comandante en jefe. Cunha Moreira le ofreció el más alto puesto en la Marina. Cochrane aceptó en la condición de que se le pagara lo mismo que le había pagado el gobierno de Chile, es decir, tres veces más que un almirante brasileño y 500 más que uno británico. Aceptado por el gobierno del Brasil, Cochrane izó el 21 de marzo de 1823 su insignia en el Pedro I (74), quedando como capitán del buque Thomas Sackville Crosbie. La tripulación estaba formada por 160 marineros ingleses y norteamericanos y 130 infantes de marina negros recientemente emancipados de la esclavitud, y el resto eran marineros portugueses marginalmente calificados a los que se les pagaba menos de la mitad del salario estándar para marineros experimentados.
El 29 de marzo la Marina brasileña estaba lista para tomar la ofensiva y la costa de Bahía fue declarada en estado de bloqueo. El 30 de marzo. Cochrane recibió sus órdenes, debiendo zarpar hacia Salvador a la mañana siguiente. El 19 de abril partió la escuadra de Cochrane desde Río hacia Bahía. Durante el largo viaje, las tripulaciones fueron sometidas a un duro aprendizaje. En la primera semana, a la escuadra fueron agregándose poco a poco otros buques a medida que quedaban listos en los arsenales de Río; realizó un largo desvío por el Atlántico adentro para evitar los vientos contrarios y los escollos, antes de poner rumbo al N-NO en dirección a la costa de Bahía.
Cochrane, de muy afable humor, sacó amplio partido de la vida social a bordo de su nave capitana como recurso para evaluar discretamente el mérito y la personalidad de sus mandos. Visitaba regularmente la cámara de oficiales y con frecuencia invitaba a comer con él y Crosbie a sus subordinados, en grupos de a dos. Igual cortesía mantuvo con los capitanes de los demás buques de su escuadra y así cada uno fue invitado a visitar la nave almirante para que Cochrane pudiese juzgarlos a todos, como también comunicarles sus propósitos e ideas tácticas, de tal manera que, llegada la acción, sus intenciones fueran entendidas con el empleo mínimo de señales, reduciéndose al máximo la eventualidad de errores de comprensión.
Al mismo tiempo, los capitanes adiestraban a sus tripulaciones mixtas en una aparente unidad, en una tarea lejos de ser fácil, pues en la mayoría de los buques los hombres, casi todos ingleses, no hablaban una palabra de portugués; los brasileños, generalmente hombres de tierra, se mostraban ignorantes de las cosas del mar y existían, además, los taciturnos y resentidos portugueses, en gran escala. En los entrepuentes y sollados de la brigada de marina la cosa no era mejor, pues casi todos eran esclavos libertos, flojos para las faenas de limpieza y nada entendían de armas portátiles y menos de cañones.
Al octavo día, Cochrane inició los ejercicios de cañón y, durante las tres semanas que siguieron, las tripulaciones tuvieron una actividad constante, diaria, de disparar las piezas, limpiarlas, volverlas a cargar, hasta que esta faena se tornó automática. Solamente mediante este tipo de ejercicios, la artillería podría estar en condiciones favorables en medio del fragor y confusión de la lucha. Los cañones no tenían llave de pedernal y debían ser disparados mediante el encendido del oído con un botafuego.
La maniobra de cabullería y velamen era deficiente; la velocidad de los buques era dispar. El más veloz era el Pedro I. Otros eran pesados armatostes con deficiente movilidad táctica. A tal extremo que al tercer día de navegación, la corveta Liberal (20) y el bergantín Guaraní (14) se habían quedado tan atrás del resto de la escuadra que esta hubo de esperarlos a la capa. En tal circunstancia, era inevitable la separación entre los buques y llegó la madrugada del 22 de abril sin que hubiese la menor señal de la Liberal (20), el Guaraní (14) y la goleta Real. Después faltó el buque Ipiranga (62), que apareció el día 25. El Guaraní (14) pudo reunirse a la escuadra gracias a la ayuda prestada por la fragata Niteroi (38), enviada mucho más tarde desde Río, que le repuso el mastelero de gavia, perdido en una desesperada tentativa por alcanzar a los otros buques.
A todo esto, las fuerzas portuguesas en Bahía habían recibido ciertos refuerzos y con los cuales el brigadier Mello podría sustituir las defensas de tierra y activar la flota, hasta entonces parcialmente ociosa, y emprender con ella una expedición hacia Río de Janeiro.
Batalla naval de Salvador de Bahía (4 de mayo de 1823)
El día 23 de abril todo estaba listo para esto, pero la ofensiva portuguesa vino demasiado tarde. El 19 de abril entró en Bahía la fragata británica Tartar (38) trayendo despachos para el comodoro británico Hardy, como también noticias de los acontecimientos de Río. Se supo, en consecuencia, acerca de la llegada de Cochrane y sus marinos ingleses, la orden de bloquear Bahía y el tamaño y poderío de la escuadra brasileña.
En consecuencia, los portugueses se hicieron a la mar al mando de Félix do Campos con la siguiente escuadra: el buque Don Juan VI (88); las fragatas Pérola (44) y Constitucao (56); las corbetas Regencracao (26), Dez de Fevereiro (26), Restauracao (22) y Prinzesa Real (22); las goletas Príncipe y Conceicao (6); el bergantín Audaz (18) y dos urcas Restauración (24) y San Gualter (26).
El 4 de mayo, se avistaron las dos escuadras. La de Cochrane estaba formada por los navíos Pedro I (74), las fragatas Ipiranga (50) y Niteroi (38); las corbetas María da Gloria (26) y Liberal (20); el bergantín Guaraní (14) y la goleta Real (10).
Cuando la distancia era de 2,5 a 3 millas, Cochrane hizo señales de atacar el centro y la retaguardia de la formación enemiga. Era la vieja táctica de Nelson en acción. Una táctica inteligente destinada a conseguir la superioridad numérica y moral en un punto determinado de la formación enemiga y en el momento oportuno.
Cuando Cochrane embistió contra los portugueses con la intención de cortar su línea a la altura del octavo buque y destruir los cuatro de la retaguardia antes que la vanguardia pudiese intervenir. No fue seguido por los demás y solamente el Pedro I (74) atravesó la línea portuguesa y, después de un vivo cañoneo, se dirigió a sotavento. La Prinzesa Real (22) y las corbetas, en su persecución, quedaron expuestas al fuego de la Ipiranga (50) y de la Niteroi (38), las cuales, por no ser lo suficientemente veloces para atravesar la cerrada línea del enemigo, atacaron a los portugueses por sotavento.

A la nave capitana le ocurrió algo muy grave. Un buque como el Pedro I (74) pudo haber destrozado a la Prinzesa Real (22) y, sin embargo, no lo pudo conseguir. Lo que pasó fue que, con las tensiones del combate, no solamente la reciente adquirida eficiencia en el manejo de los cañones se desmoronó, sino que los tripulantes portugueses deliberadamente le crearon obstáculos a su propio buque. Dos marineros portugueses asignados al polvorín a bordo del Pedro I encarcelaron a los muchachos de la pólvora encargados de transportar la pólvora desde la santabárbara a los cañones, hasta que fueron dominados y arrestados por el teniente Grenfell. Igual situación ocurrió en otros buques. Las tripulaciones de la Liberal (20) y del Guaraní (14) se amotinaron tan abiertamente que los capitanes desistieron de participar en la acción, mientras que el capitán de la Real relató que solo fue una cuestión de suerte que su tripulación no entregase barco al enemigo.
Cochrane, desalentado y lleno de irritación por la traición de sus tripulaciones, transmitió la señal de batirse en retirada. Pero Félix do Campos no le persiguió, aun siendo superior, perdiendo los portugueses de este modo una gran oportunidad. No tuvo el jefe portugués la intuición necesaria para comprender cuál habría sido el arrasador efecto de un rápido golpe contra los brasileños en retirada y les permitió escapar.
La noche que sucedió a la acción fue tempestuosa, desatándose una fuerte lluvia que impidió el contraataque que planeaba Cochrane. Ante la poca eficiencia demostrada por sus buques y su desconfianza en las tripulaciones, se dirigió al fondeadero del Morro de São Paulo, 30 millas al sur de Salvador. Cochrane redactó sus despachos. En una larga carta particular dirigida a José Bonifacio, enumeraba las causas de su fracaso.
Liberación de Salvador (2 de julio de 1823)
El encuentro fue desalentador, pero Cochrane no estaba derrotado y, con su característica capacidad de recuperación, planeó sus próximos movimientos: si su escuadra no era capaz de enfrentar a los portugueses en el mar, en ese caso bloquearía Salvador con sus mejores buques y hombres, y se valdría de brulotes para atacar la flota del enemigo. Siguió luego una audaz tentativa de abordaje de la nave portuguesa Don Juan VI (88) realizada por Cochrane en Bahía, maniobrando para ello solamente con la nave Pedro I (74), tentativa que solo falló debido a los caprichos del viento y del mar. Otra fuente dice que fueron tres los buques brasileños que trataron de abordar las naves portuguesas: el buque Pedro I (74) y las fragatas Carolina () y Maria Gloria (26).
La moral de los portugueses decaía entretanto y cada día Cochrane capturaba uno u otro barco en operaciones de presa y mantenía el bloqueo de Salvador. Sin suministro de víveres y sin poder recibir refuerzos, los portugueses se retiraron en la madrugada del 1 al 2 de julio con las riquezas que pudieron llevarse, y el 2 de julio de 1823, el Ejército Libertador entró triunfalmente en la ciudad que había sido desalojada por los portugueses.

El día 2 de julio de 1823, desde el buque Pedro I (74) se pudo observar la salida y fuga de toda la escuadra portuguesa y un numeroso convoy con un total de 80 barcos, de los cuales 13 eran de guerra, rumbo al norte. Era Félix do Campos quien cedía el dominio del mar a los brasileños y era, asimismo, el general Madeira quien abandonaba Bahía a los patriotas del Reloncavo, a las fuerzas de Labatut y a los marineros de Juan Oliveira das Botas. No obstante sus grandes deficiencias, fue la Marina brasileña el instrumento que permitió ganar la provincia de Bahía a la causa del imperio.
Cochrane siguió en la estela de los fugitivos y ordenó que otros buques también lo hicieran. Como resultado, en la mañana del 3 de julio navegaban en persecución de los portugueses el buque Pedro I (74), la fragata Niteroi (38), las corbetas María da Gloria (26) y Carolina (), la goleta Carlota, y los bergantines Bahía y Río da Plata.
Estos buques depredaban al convoy de noche, casi siempre con éxito. Durante las dos semanas que siguieron, Cochrane atacó sin cesar el convoy lusitano con el Pedro I (74), ordenando que el resto de la flota brasileña se concentrara en llevar a Bahía los buques que él obligaba a rendirse. Al terminar la acción, de los sobre 80 barcos portugueses, solamente 26 regresaron a Portugal.
Conquista de la provincia de Maranhão
Conociendo Cochrane que una parte del convoy portugués se dirigía a Marañón, decidió adoptar nuevos planes: ordenó a John Taylor que siguiese la estela de Félix do Campos e hizo arrumbar hacia Bahía el resto de la escuadra brasileña y él mismo, en el Pedro I (74) partió hacia Maranhão (Marañón).
En esa provincia del norte del Brasil los brasileños luchaban contra las fuerzas portuguesas constituidas por el bergantín Don Miguel, un batallón de artillería de 60 piezas y un regimiento de infantería. La caída de ltapicurú-Mirim en manos de los independientes y la noticia de la contrarrevolución en Portugal, con Juan VI al frente, fueron dos fuertes golpes para la moral de los portugueses de Maranhão.
Una comisión conjunta, civil y militar, reconoció la gravedad de la situación y determinó que la Cámara de San Luis se reuniese en la mañana del 14 de julio, a fin de decidir si la ciudad debería declararse en favor de Brasil o persistir en una resistencia aparentemente inútil. La noche anterior, oficiales y soldados partidarios del imperio habían tratado de ejercer su influencia sobre el resto de la Cámara, realizando una demostración de apoyo a la independencia del Brasil. Pero el gobernador militar, general Agostino Antonio de Faria, se mostraba obstinado en la lealtad de San Luis a la corona portuguesa, sofocando prestamente ese gesto de rebelión. La Cámara se reunió en un ambiente de resignación y desánimo. Parecía que la medida más cuerda y sensata era la adhesión a Brasil. Pero, antes de procederse a la votación, la reunión fue perturbada por la llegada de una serie de buques que se habían separado del convoy de la escuadra de Félix do Campos. Ellos eran la goleta de guerra Emilia, que venía escoltando los transportes Conde de Cavalheiras, Nelson, Ventura, Feliz, Gloria, Libertina y Caçadores. La goleta traía a bordo 275 cazadores y 50 de infantería e informó que otros cuatro batallones estaban en camino.
La reunión de la Cámara fue suspendida y Agostino de Faria, con otros 325 soldados puestos a su disposición y ante la promesa de recibir próximos refuerzos, dejó claramente establecido que el ejército no toleraría cambio alguno en materia de fidelidad de la ciudad. Peligraba así la causa independentista, cuando el 26 de julio de 1823 apareció en la barra del puerto la silueta de un buque de guerra que se supuso fuera del alcance de la escuadra de Campos. Pero era el buque Pedro I (74) que, como en todos los ardides de Cochrane, traía izada la bandera portuguesa. La prometida ayuda y los esperados refuerzos parecían estar llegando. El bergantín Infante Don Miguel se le aproximó alborozado llevando mensajes de gratitud y bienvenida. El plan de captura de San Luis, elaborado por Cochrane, constituyó un ejemplo típico de su ingenio y audacia, ya proverbiales en Valdivia. Cuando el Infante Don Miguel llegó al alcance del buque que entraba al puerto y comenzaba sus aclamaciones de bienvenida, la bandera portuguesa del recién llegado fue sustituida por la verde y amarilla de Brasil y el bergantín portugués se halló bajo la mira de dos filas de cañones de un poderoso enemigo. Cochrane aceptó la rendición del capitán Garcao en la toldilla del Pedro I.
Cochrane anunció que la derrota naval portuguesa se debía a una gran flota brasileña, flota a la cual se habían unido los barcos y pertrechos capturados y la cual se dirigía ahora a Maranhão. Él venía a dar la oportunidad de evitar derramamiento innecesario de sangre. Tal era su confianza en el triunfo inevitable de esa gran fuerza de invasión que demandaba la rendición inmediata de las fuerzas portuguesas.
Dio libertad a Garcao, previa palabra, para que él mismo llevara despachos suyos y la notificación formal del bloqueo de la ciudad, para ser entregados a las autoridades civiles y militares de San Luis.
Obviamente, Cochrane juzgó bien el momento psicológico. Al día siguiente, la Junta Gubernativa se hallaba a bordo del Pedro I y el 26 de julio los lusitanos capitulaban y la provincia de Maranhão se integraba a la comunidad brasileña. Dos días después de la aparición del Pedro I en la barra de San Luis, toda la provincia de Maranhão caía en manos de los patriotas y se salvaron núcleos de independientes que entonces se hallaban en crítica situación. Todos los buques allí presentes se incorporaron a la Marina brasileña. El Infante Don Miguel fue rebautizado Maranhão y fue despachado bajo el mando de John Pasco Grenfell a negociar la rendición de Pará.
El 9 de noviembre de 1823 Cochrane regresaba a Río, Pedro I le otorgó el título de marqués de Maranhão. Sin embargo, Cochrane no consiguió ser pagado por sus servicios (por lo que reclamaría amargamente) y, en consecuencia, se apoderó de algunos barcos como forma de pago. En 1827 pasó a mandar la flota griega en la lucha por su independencia contra Turquía.
Independencia de Piauí
Mientras tanto, las tropas portuguesas de Bahía, dirigidas por el gobernador Madeira de Melo, seguían su lucha contra las guerrillas brasileñas sin poder asegurar su dominio sobre toda la provincia. Las provincias de Piauí y Maranhão seguían fieles al gobierno de Portugal, hasta que la propaganda independentista se abrió paso en Piauí y forzó una nueva lucha.
El 19 de octubre de 1822, la Villa de Parnaíba, a través de su Cámara, proclamó la independencia de Piauí de la Corte portuguesa y reconoció la independencia de Brasil. El acto representó un ideal de libertad y un verdadero repudio a los portugueses en Piauí.
Uno de los líderes de este acto fue el alférez Leonardo de Carvalho Castelo Branco, además de los masones Simplicio Dias da Silva y Cándido de Deus e Silva. La masonería fue uno de los actores responsables de difundir estos ideales de libertad en las tierras de Piauí. El ideal de la masonería era tener un Piauí más justo y perfecto.
Enterado de la declaración ocurrida en Parnaíba que rompía los vínculos de Piauí con Portugal, el comandante militar portugués Juan José da Cunha Fidié partió el 13 de noviembre de 1822 de Oeiras a Parnaíba con un ejército de 1.500 hombres, dejando Oeiras prácticamente desprotegida.
El 18 de diciembre de 1822, Fidié llegó a Parnaíba encontrando la ciudad casi desierta y sin resistencia. Los líderes del movimiento, en compañía de los demás rebeldes, con la noticia del gran número del ejército portugués, se refugiaron en el vecino estado de Ceará.
Batalla de Jenipapo (13 de marzo de 1823)
Aprovechando la ausencia de Fidié, el brigadier Manoel de Sousa Martins, conocido como el Vizconde de Parnaíba, declaró independiente a Oeiras el 24 de enero de 1823 y proclamó la adhesión de Piauí a la independencia de Brasil.
Informado de lo sucedido en Oeiras, Fidié tachó a los piauíes de traidores y enemigos de Portugal, y abandonó Parnaíba hacia Oeiras para restablecer de nuevo el poder de Portugal. Había recibido refuerzos de soldados del bergantín Don Miguel y de la guarnición de Maranhão en Carnaubeiras. Una fuerza de 1.600 soldados de infantería, caballería y artillería, y con 11 cañones, salió de Parnaíba; la mayoría eran mercenarios bien entrenados.
El 12 de marzo de 1823, Fidié llegó a orillas del río Jenipapo. La ciudad de Campo Maior no se diferenciaba de Parnaíba y Oeiras en términos de ideales de libertad y repulsión hacia los portugueses. Al enterarse del acercamiento del ejército portugués, el capitán Luis Rodrigues Chaves, comandante de la guarnición local, decidió bloquear su camino. Como contaba con menos de 500 soldados, emitió una proclama a los vecinos pidiendo voluntarios. En la noche del 12 de marzo, los hombres de la ciudad y de las zonas aledañas se alistaron y organizaron en unidades. La población se motivó a luchar para liberar a Piauí del dominio portugués. Las mujeres animaron a sus maridos, familiares y amigos, empacaron lo que pudieron y vendieron objetos de valor como joyas como parte de su compromiso de unirse para la lucha.
En la madrugada del 13 de marzo, unas 2.000 personas se reunieron frente a la iglesia de San Antonio. Se trataba de un grupo sin entrenamiento militar alguno, armado con hoces, hachas, machetes, rifles de caza y 2 viejos y oxidados cañones, aún de la época del Brasil colonial, que horas después se desmantelarían al disparar los primeros tiros. Los piauíes carecían de experiencia militar y llegaron a las orillas del río Jenipapo, donde pretendían impedir el paso de Fidié. La mayoría de los piauíes se escondieron en el mismo lecho del arroyo, mientras que la otra parte se ocultó en la espesura de matorrales de desagüe cerca del barranco. Y se quedaron esperando al ejército portugués, que, por supuesto, tenía que pasar por allí.
El camino se dividía en dos, uno para la derecha y otro para la izquierda; tenían la duda de cuál de los caminos vendría a Fidié. Poco después de las ocho de la mañana, el capitán Rodrigues Chaves envió una patrulla para sondear el lugar donde se libraría la batalla.
Las fuerzas portuguesas marcharon hacia el cruce de caminos y Fidié decidió enviar la infantería por la izquierda, mientras que la caballería lo hacía por la derecha. Los brasileños, al no saber que la división que Fidié había hecho en su contingente se encontraba justo al lado del camino, se encontraron con la caballería portuguesa, siendo sorprendidos. Avanzaron valientemente contra la caballería. Los portugueses quedaron consternados con el coraje y la valentía de los de Piauí, donde acabaron retirándose. En este momento, los piauienses persiguieron a los portugueses por el camino interior.
Los piauíes, al oír los disparos, se enteraron de que el enfrentamiento había comenzado. Salieron de las trincheras y se dirigieron precipitadamente hacia la carretera justo detrás del enemigo, pero las tropas portuguesas ya no estaban allí. Fidié, al enterarse del incidente, cruzó el río Jenipapo por la carretera de la izquierda, construyó apresuradamente una barricada, distribuyó los cañones, organizó la posición con los tiradores en guerrilla en el frente de batalla, los demás en las trincheras donde habían estado antes los piauíes y esperaban que volvieran allí. Anteriormente, los brasileños habían estado en una posición favorable y ahora todo estaba al revés.
Cuando el capitán Chaves vio la situación adversa, solo encontró la alternativa de atacar a las tropas de Fidié al mismo tiempo y en todas direcciones a lo largo de las orillas del arroyo, que estaba casi seco. La primera lucha fue fatídica para los piauíes; al acercarse a la carrera, cayeron alcanzados por los disparos de los tiradores y los cañones de las fuerzas de Fidié. Los que lograron cruzar la línea de fuego entablaron una lucha cuerpo a cuerpo que duró varias horas. Al mediodía, los piauíes estaban cansados y no estaban seguros de derrotar a los portugueses, pero una vez más volvieron a intentarlo y a las dos de la tarde fueron rechazados y se dio la orden de retirarse tras cinco horas de combate; dos heridos y los supervivientes huyeron en desorden.


Castigadas por el inclemente sol, al final de los combates sus tropas se encontraban en un estado tan deplorable que Fidié creyó más prudente no perseguir a los brasileños que huían en estampida.
Las bajas brasileñas fueron de 200 muertos y heridos y 542 prisioneros, mientras que los brasileños sufrieron 116 muertos y 60 heridos.
El capitán cearense Nereo, en el momento de la retirada, llevaba la mayor parte del equipaje de los portugueses, compuesto por víveres, agua, algunas armas e incluso un pequeño tesoro que Fidié llevaba del botín que habían hecho en la ciudad de Parnaíba.
Fidié prefirió retirarse a una finca cercana a Campo Maior, donde permaneció tres días para enterrar a sus muertos y atender a los heridos. Allí también llegó a la evidente conclusión de que sería inútil resistir la ola revolucionaria. La tragedia de Jenipapo demostró la determinación de los brasileños de luchar por la independencia, aunque fuera de forma desorganizada y a costa de sus propias vidas. Por eso, en lugar de continuar hacia Oeiras, Fidié decidió cruzar el río Parnaíba y refugiarse en la ciudad de Caxias, en Maranhão, todavía controlada por los portugueses.
El 23 de mayo de 1823, Fidié fue rodeado en Caxias por una fuerza brasileña al mando de José Pereira Figueiras, que con unos 8.000 efectivos sitió la ciudad, hasta que los 700 portugueses supervivientes se rindieron el 31 de julio de 1823. Fidié fue llevado a Oeiras, luego a Salvador, y de allí lo trasladan a Río de Janeiro, antes de ser deportado a Portugal. El evento marcó el inicio del colapso de las fuerzas portuguesas en Maranhão.
Independencia de Grão-Pará
La provincia de Grão-Pará había permanecido leal a la corona portuguesa, y la región continuó bajo el control de autoridades alineadas con Portugal. A principios de 1823, las tensiones crecieron a medida que surgió un movimiento para alinear la provincia con el nuevo imperio. Un grupo de oficiales militares independentistas, junto con algunos civiles, comenzaron a planificar una rebelión en Belém, la capital provincial. Su objetivo era apoderarse de puntos estratégicos de la ciudad, declarar la independencia y jurar lealtad a Pedro I. Estos fueron liderados por el capitán Boaventura Ferreira da Silva y Juan Baptista Balbi, un líder civil. A pesar del secreto que rodeaba sus planes, las autoridades leales estaban al tanto de la posible rebelión.
Rebelión de Belém (14 y 14 de abril de 1823)
La rebelión comenzó la noche del 13 de abril de 1823, cuando alrededor de 100 rebeldes, encabezados por Boaventura y otros oficiales, se reunieron en la residencia de Balbi en Belém. Los insurgentes tomaron el control del parque de artillería de la ciudad. Antonio de Loureiro Barreto, uno de los líderes, tomó el mando de las tropas y logró infiltrarse en el recinto de artillería fingiendo tener el grado de coronel. Los guardias, sorprendidos, permitieron a los rebeldes entrar sin resistencia.
Los rebeldes continuaron con su plan lanzando fuegos artificiales para anunciar la ocupación. Boaventura reunió fuerzas adicionales, reuniendo soldados y civiles que apoyaban la independencia. Mientras marchaban hacia Largo das Mercês (actual Plaza de las Mercês), se encontraron con aliados del tercer regimiento, liderado por José Narciso da Costa Rocha. Juntos, el grupo aclamó a Pedro I y declaró su intención de unirse al Imperio brasileño. Se fortificaron en el parque de artillería, colocando cañones en puntos clave para defenderse de cualquier contraataque.
El primer incidente violento ocurrió cuando un oficial leal, el Tcol José Antonio Nunes, intentó resistirse a la ocupación. Disparó un cañón contra los rebeldes, matando a uno e hiriendo a otro. Los rebeldes respondieron disparando múltiples tiros que dejaron a Nunes gravemente herido, lo que provocó su muerte tres días después.
Sin embargo, al amanecer del 14 de abril, la marea se volvió contra los rebeldes. Las fuerzas leales, encabezadas por el gobernador de armas José María de Moura y los coroneles Juan Pereira Villaça y Francisco José Rodrigues Barata, avanzaron por la ciudad. Mientras se acercaban, Boaventura ordenó a sus hombres que dejaran de disparar, no queriendo agravar la situación. Sintiendo la vacilación de los rebeldes, Barata marchó hacia Largo das Mercês, proclamando lealtad a la Corona portuguesa y a Juan VI. Desmoralizados y superados en maniobras, los rebeldes se rindieron poco después.
Tras su fracaso, las autoridades portuguesas arrestaron rápidamente a muchos de los insurgentes y los encerraron en la fortaleza de Barra, en Belém. Otros, en particular los partidarios civiles, fueron confinados en la cárcel pública. Aunque unos pocos lograron escapar, la mayoría se enfrentó a la prisión y, más tarde, a la deportación.
Bajo la presión del presidente del consejo de gobierno provincial, Romualdo Antonio de Seixas, las autoridades finalmente decidieron no aplicar la pena capital a los rebeldes, por temor a que las represalias severas pudieran provocar más disturbios. En lugar de ello, 271 de los rebeldes fueron deportados a Lisboa, donde muchos sufrieron enfermedades y malas condiciones en la prisión de San Julián (São Julião). De los deportados, solo 171 sobrevivieron a la terrible experiencia y finalmente regresaron a Brasil.
Rebelión de Muaná (28 de mayo de 1823)
A pesar del fracaso de la Rebelión en Belém, algunos militares y civiles lograron escapar y se escondieron en la ciudad de Muaná, en la isla de Marajó.
El 28 de mayo, los refugiados en Muaná unieron fuerzas con el terrateniente local José Pedro de Azevedo, quien, al frente de un grupo de 200 hombres, proclamó la independencia de Brasil en nombre de Pedro I, luego capturaron la aldea.
En respuesta a este movimiento, el mayor Francisco José Ribeiro fue enviado a Muaná. Después de una lucha de cuatro horas, logró reprimir la revuelta y arrestar a muchos de sus participantes, entre ellos Pedro de Azevedo. Los prisioneros fueron llevados a la Cárcel Pública, que exhibieron palmatorias (paletas de madera) y látigos en las ventanas como símbolos de la represión.
Adhesión Grão-Pará
Pedro I envió al capitán de fragata inglés John Grenfell a Pará. Desembarcó llevando a los gobernantes del Estado un documento que indicaba que había una escuadra en Salinas, región costera del nordeste de Pará, a unos 200 kilómetros de Belém, dispuesta a bloquear el acceso al puerto de la capital, aislando a Pará del resto de Brasil, si la adhesión no era aceptada y firmada.
Los generales, cardenales y comerciantes de la ciudad eran todos de origen portugués y no querían que Pará se sumara a la Independencia de Brasil, porque este acto significaba perder privilegios políticos.
Debido a la menor distancia de navegación con respecto a Portugal, Belém también tenía relaciones tan estrechas como Río de Janeiro con la corte europea. Era mucho más seguro y rápido ir a Lisboa que ir a Río de Janeiro, lo que facilitaba el comercio y las relaciones sociales y políticas con Portugal.
El documento fue firmado. Pero, según los historiadores, el informe del escuadrón anclado para atacar el estado no era más que un farol. El acta que contiene 107 firmas de autoridades de la época, acordando la separación de Portugal, fue suscrita en el Palacio Lauro Sodré, entonces sede de la Colonia portuguesa de Grão-Pará, y actualmente se encuentra en el Archivo Público del Estado.
La entrada de Pará en el imperio cambió poco en la vida de los parenses, especialmente en la vida de los más pobres y esclavos, indígenas y mestizos. Ya no pertenecían al reino portugués con sede en Lisboa y pasó a formar parte del imperio brasileño, con su corte en Río de Janeiro. Había expectativa de cambios, especialmente entre los nativos de Pará. Sin embargo, nada de esto sucedió y rápidamente estallaron revueltas. Brigue Palhaço fue la más conocida y la más trágica.
Revuelta de Brigue Palhaço
Tres meses después de la adhesión, parte de la población de Pará se rebeló, encabezada por el canónigo Batista Campos, con una manifestación que tuvo lugar en la actual Plaza de Frei Caetano Brandão (en Largo da Sé o Feliz Lusitânia) exigiendo igualdad de derechos como los de los portugueses que vivían en Pará.
La noche del 16 de octubre de 1823, un grupo de soldados del Segundo Regimiento de Artillería de Belém y alborotadores ebrios perpetraron nuevamente ataques contra establecimientos comerciales portugueses en la ciudad, que habían comenzado la noche anterior. Las patrullas, compuestas por soldados de segunda línea, sin poder frenar los desórdenes, informaron a la fuerza naval imperial, al mando del capitán de fragata John Pascoe Grenfell. Durante las primeras horas de la mañana ordenó el desembarco de tropas, reforzadas por miembros de los buques mercantes que habían llegado al puerto, quienes detuvieron y encarcelaron a todas las personas encontradas en las calles y casas de las que eran sospechosos y denunciados, sin distinción.
El 17 de octubre, cinco personas fueron fusiladas sumariamente. Los militares y ciudadanos detenidos la noche anterior, un total de 256 personas, fueron llevados a la cárcel pública hasta el día 20, cuando fueron trasladados y encarcelados a bordo del bergantín San José Diligente posteriormente llamado Brigue Palhaço (bergantín Payaso), ubicado en el puerto de Bahía de Guajará, al mando del primer teniente Joaquín Lucio de Araújo.
Confinados en la bodega del barco, con las escotillas cerradas y solamente una pequeña abertura abierta para que entrara el aire, debido al hacinamiento y al calor a bordo, los prisioneros comenzaron a gritar pidiendo agua y más aire, llegando algunos incluso a amenazar a la tripulación en su desesperación. Al arrojar agua del río a los presos en una tina en el sótano, la agitación por la disputa se agravó, renovando las protestas de los presos.
La tripulación, decidida a calmar la situación, realizó algunos disparos de fusil al sótano, en cuyo interior rociaron una cantidad de cal viva, cerrando la abertura de la bodega. Al día siguiente, a las siete de la mañana del 22 de octubre, cuando se abrió la bodega del barco en presencia de su capitán, se contaron 252 cadáveres (con signos de larga y dolorosa agonía) y solo cuatro supervivientes, de los cuales, uno llamado Juan Tapuia, consiguió sobrevivir. Los muertos tenían la cara blanqueada por la cal y los labios y ojos morados por la asfixia, pareciendo payasos, recibiendo el barco el nombre de Brigue Palhaço (bergantín Payaso).

Grenfell no aceptó la culpa del incidente, argumentando que el ataque no se llevó a cabo por orden suya.
Este episodio marcó un momento de conciencia política e identidad local. Nació un fuerte sentido de identidad en Pará que luego explotaría en otros movimientos, como el revolucionario Cabanagem, que estalló en Belém en enero de 1835.