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Antecedentes
A principios del siglo XIX en el Brasil colonial, Pernambuco era una región bulliciosa en el noreste de Brasil. Situado en el corazón de la costa noreste, abarcaba un paisaje diverso, que iba desde llanuras fértiles hasta exuberantes bosques. Su ubicación estratégica facilitaba el comercio con Europa, África y otras regiones de Brasil, moldeando su economía e intercambio cultural.
Olinda y Recife eran las dos principales ciudades de la provincia de Pernambuco; contaban con 40.000 habitantes entre ambas, frente a los 60.000 habitantes de Río de Janeiro, capital de la colonia. Las tierras pernambucanas eran el centro de la riqueza y producción de Brasil. Los ingenios azucareros y las plantaciones algodoneras de Pernambuco (concentrados en torno a Olinda) mantenían importancia económica y el puerto de Recife seguía siendo la ruta de salida de azúcar y el algodón hacia el resto del imperio colonial portugués.
Casas de comercio francesas y sobre todo británicas se instalaron en Recife y otras ciudades, causándoles desesperación a los grandes comerciantes radicados en Río de Janeiro. Hacia 1810, los precios del algodón llegaron a superar los del azúcar, lo que provocó un profundo desequilibrio entre los sectores productores y comerciales nuevos y antiguos. Especialmente en Pernambuco, mientras el sector azucarero se radicaba principalmente en los municipios del Sur de la capitanía, el cultivo de algodón se extendió básicamente en el Norte, siendo el Recife de las casas comerciales el epicentro de ese territorio.
Ya en 1645, la provincia de Pernambuco se había distinguido armando tropas que apoyaron la expulsión de los holandeses que habían invadido la colonia. Luego entre 1709 y 1711 habían promovido la Guerra de los Mascates, en la que se enfrentaron los propietarios agrarios y de ingenios pernambucanos, concentrados en la ciudad de Olinda, y los comerciantes portugueses de la ciudad de Recife.
Las ideas del liberalismo y la Ilustración habían ya penetrado en Brasil poco después de la Revolución Francesa, con sus nociones de autogobierno y republicanismo, estimulando el cuestionamiento de las élites locales contra el absolutismo del gobierno portugués pese a la severa censura ejercida por este. Esas mismas élites, como las de Pernambuco, cultivaban tales ideas en sociedades masónicas secretas desde fines del siglo XVIII, por lo cual el discurso de autonomía en nombre de la libertad era una refundición de ideas y doctrinas que se difundían secretamente en Brasil desde los últimos años del siglo XVIII.
La situación interna de Pernambuco estimulaba el descontento de la élite local; la administración pública interna seguía al mando de portugueses llegados con el rey Juan VI en 1808. La instalación de la corte portuguesa en Río de Janeiro significó la creación de nuevos tributos en Brasil para financiar el sostenimiento de la corte y la administración llegadas desde Portugal. Lo cual afectó y molestó a las élites de Pernambuco que debían sostener los gastos de un gobierno que no les concedía premios ni privilegios por ello.
La llegada de la corte portuguesa a Brasil causó también que el rey Juan VI de Portugal pagase el apoyo recibido de Gran Bretaña decretando la apertura de puertos brasileños al comercio internacional británico, y en menor medida estadounidense. Esto provocó que la caña de azúcar de Pernambuco compitiese en el mercado brasilero con el mismo producto traído de la colonia británica de Jamaica, mientras que el algodón pernambucano competía con algodón importado de Estados Unidos. A estos eventos se unió una fuerte sequía en 1816 que perjudicó el nordeste de Brasil y redujo los niveles de producción agraria, generando daño financiero a las élites de Pernambuco y alimentando más su descontento contra el gobierno portugués. Para colmo, la presión de los abolicionistas europeos (tanto franceses como británicos) causaba más restricciones al tráfico de esclavos, encareciendo la mano de obra de la cual dependía la economía pernambucana, abrumadoramente basada en la producción agraria.
La revolución implicó la seducción de las masas, la apelación popular que atrajo a los denominados “negros” y “pardos” de las provincias en los negocios políticos que hasta entonces estaban restringidos solo a los blancos. Estos actores estuvieron presentes en la deposición del gobernador colonial enviado por Río de Janeiro, Caetano Pinto de Miranda Montenegro, y un militar pardo de los batallones fijos, Pedro da Silva Pedroso, fue considerado por sus contemporáneos como “el principal héroe militar de la revolución del 6 de marzo de 1817”.
República Pernambucana
La sublevación pernambucana tuvo como antecedente la proclamación de la república de Crato, efectuada por Bárbara Pereira de Alencar y sus hijos, la que fue brutalmente reprimida por Juan VI. En Recife, el 6 de marzo de 1817, el capitán José de Barros Lima, del regimiento de artillería local, rechazó el arresto impuesto por el comandante portugués Barbosa de Castro y le dio muerte con su espada. De inmediato, Barros Lima tomó el cuartel y formó trincheras en las calles para impedir los movimientos de las tropas leales.
Durante los disturbios, la soldadesca estaba dividida: de un lado, los oficiales portugueses; por el otro, los nacidos en la tierra. Las diferencias entre ellos culminaron con la muerte del teniente coronel Alexandre Tomás. Aprovechando esta tragedia, los sediciosos se unieron a los soldados implicados en las tropas locales, iniciando disturbios callejeros. Durante los combates, los manifestantes gritaban consignas de “viva la patria” y “muerte a la tiranía real”, alborotando la localidad, provocando que muchas personas se encerraran en sus casas.
El gobernador real Cayetano Pinto de Miranda Montenegro, al oír los disparos y enterarse de la rebelión, inmediatamente huyó del palacio con su familia y algunos amigos, refugiándose en el fuerte de Brum, pero al ser cercado allí, se rindió embarcándose rumbo a la corte de Río de Janeiro.
Hacia las dos de la tarde, cuando salía de su despacho (situado cerca de la Iglesia de Madre de Deus), el cónsul inglés John Lempriere fue sorprendido por disparos de armas de fuego y repiques de campanas, ruidos procedentes del otro lado del puente, en San Antonio. El cónsul, temiendo por su vida, tuvo que dormir en casa de un amigo. Durante la madrugada del día siguiente, tuvo lugar una lucha en Campo do Erário (actualmente Plaza de la República) entre realistas y rebeldes. Con la derrota de este último, la Casa do Exerário (casa de la Hacienda Real o Real Hacienda) fue prontamente ocupada y se dio orden de arriar la bandera del Reino Unido y en su lugar izar la bandera revolucionaria, inicialmente completamente blanca. Habiendo logrado dominar el gobierno de Pernambuco, los rebeldes tomaron posesión del tesoro.
En ese momento, muchos soldados, celosos de su nuevo deber y llenos de emociones, comenzaron a arrancarse las insignias reales de sus shakos, y fueron inmediatamente seguidos por otros. Entre los amotinados y testigos de los hechos, estaba Antonio Joaquín de Melo, quien publicará, en 1895, una importante obra sobre la trayectoria de su amigo y compañero sedicionista, el poeta José de Natividad Saldanha. Registró que la revolución salió a la luz sobre las 2 de la tarde del 6 de marzo, cuando el remanso local fue roto al son de los gritos desde las calles de “¡no más esclavitud!, ¡Independencia! ¡Acabar con la tiranía real para siempre!”.
En ese momento, mucha gente se agolpaba en el Campo do Erário para participar del evento. El colegio electoral formado por dieciséis personas de diferentes orígenes, posición social, riqueza y color, entre ellos dos negros, eligió la junta de gobierno, conocida como Gobierno Provisional, para cuidar de la Patria. Este gobierno estaba integrado por cinco miembros que representaban cada uno de un grupo de la sociedad:
- El padre Juan Ribeiro Pessoa de Melo Montenegro representaba el clero.
- El capitán Domingo Teotonio Jorge Martins Pessoa, los militares.
- José Luís de Mendonça, el poder judicial.
- El coronel Manuel Correia de Araújo, la agricultura.
- Domingo José Martins, el comercio.
El líder del movimiento rebelde fue Domingo José Martins, apoyado por el terrateniente Antonio Carlos de Andrada e Silva y por el sacerdote Joaquín da Silva Rabelo, conocido como Frei Caneca. Estos jefes asumieron el gobierno provincial y proclamaron una república en Pernambuco, extendiendo pronto su dominio al resto de la provincia, incluyendo Olinda. El 29 de marzo se convocó una “asamblea constituyente” con representantes elegidos por aclamación en las comarcas cercanas, usualmente miembros de la élite terrateniente y comerciantes.
Esta asamblea estableció una separación de poderes ejecutivo, legislativo y judicial, mantuvo al catolicismo como religión oficial, pero permitió la libertad de cultos, se decretó la libertad de prensa y se abolieron varios impuestos; la esclavitud, no obstante, fue mantenida. La existencia de una autoridad puramente local formada por líderes de Pernambuco, causó muestras de patriotismo provincial, confeccionando una bandera propia, aunque fue difícil la aplicación práctica de varias medidas liberales en una provincia tan poco desarrollada como Pernambuco.
Los rebeldes de Pernambuco intentaron que otras provincias se adhirieran a su movimiento, y pusieron su objetivo en Bahía y Río Grande del Norte. Los agentes revolucionarios de Pernambuco vieron su trabajo dificultado por la acción preventiva y enérgica del gobernador Manuel Ignacio Sampaio, quien, al enterarse de los acontecimientos de Pernambuco y no poder contar con el apoyo de las milicias que se vieron seducidas por las ideas revolucionarias, buscó atraer tropas de línea mediante aumentos salariales y ascensos. A pesar de lograr controlar la capital provincial, no lograría éxito en el interior; tanto es así que los ecos revolucionarios llegaron hasta la localidad de Crato el 3 de mayo de 1817, siendo reprimido el día 11.
Hacia Bahía fue enviado el clérigo José Ignacio Ribeiro de Abreu e Lima, conocido como el Padre Roma, para iniciar un núcleo de conspiradores y rebeldes, pero al ser descubierto poco después de desembarcar el 26 de marzo, fue apresado y fusilado por orden del conde dos Arcos, gobernador portugués.
A San Salvador fue enviado Miguel Joaquim de Almeida e Castro, más conocido como Padre Miguelinho, con otros 72 revolucionarios, desembarcando el 10 de mayo. Fue detenido el 21 de junio y llevado a la fortaleza das Cinco Pontas. Fue juzgado y condenado a muerte, siendo ejecutado por fusilamiento el 12 de junio de 1817.

En Río Grande del Norte, los pernambucanos lograron la adhesión de un rico terrateniente llamado Andrés de Albuquerque Maranhão, dueño de ingenios de azúcar, que arrestó al gobernador José Ignacio Borges, ocupó Natal y formó una junta gubernativa allí, pero al no hallar adhesión del resto de la población. El nuevo líder fue expulsado del poder en pocos días, recobrando su mando la autoridad portuguesa. Los líderes pernambucanos contactaron al prestigioso periodista brasileño Hipólito José da Costa para ser embajador de la República de Pernambuco en Gran Bretaña, pero este rechazó la oferta al ser funcionario pagado por el gobierno portugués.
Con el aislamiento de Pernambuco y otras provincias del norte del cuerpo real, se inventaron nuevos símbolos, como la bandera y la cinta azul y blanca, que, además de buscar materializar la reciente conquista, buscó aflojar los vínculos con el soberano absolutista. Durante la ceremonia de bendición del pabellón republicano, en Campo do Erário, se tocaron zabumbas, con descargas de artillería, mientras los presentes de rodillas y con la mano derecha en alto juraban defenderlo. La ceremonia concluyó con gritos de vítores por la patria, la religión y “muerte a la tiranía real”.

Supresión de la Revolución
Para entonces las noticias sobre lo ocurrido en Recife se habían difundido ampliamente y tropas gubernamentales enviadas desde Bahía avanzaron en medio del territorio pernambucano para suprimir la revuelta a fines de abril, mientras desde Río de Janeiro se enviaban buques de guerra portugueses para bloquear el puerto de Recife.
Por esa misma fecha, los líderes de Pernambuco enviaron al rico comerciante Antonio Gonçalves Cruz (conocido como Cruz Cabugá) a los Estados Unidos para que aprovechase sus contactos comerciales en dicho país y comprase armas para las fuerzas rebeldes, reuniendo para ello cerca de 800.000 dólares de plata. A Cruz Cabugá se le encargó también presentarse como emisario ante el gobierno de Estados Unidos para que apoyase la creación de una república independiente en el Nordeste de Brasil. Una última misión de Cruz Cabugá era reclutar veteranos franceses de las Guerras Napoleónicas exiliados en los Estados Unidos para liberar a Napoleón I (desterrado en la isla de Santa Elena), y llevarlo a Recife para liderar la revuelta de Pernambuco; con el pacto de remitirlo luego a Europa para que recuperase su trono imperial en Francia.
En pocos días, una fuerza de 8.000 hombres bajo mando portugués había penetrado en la provincia de Pernambuco, siendo que los líderes republicanos intentaron hacerles frente en la localidad de Ipojuca a inicios de mayo, pero fueron derrotados en inferioridad de hombres y armas, replegándose a Recife. El 19 de mayo, las tropas enviadas por la autoridad portuguesa tomaron Recife sin hallar resistencia armada, y al día siguiente los jefes del gobierno provisorio se rindieron. Contra lo esperado, solo los cuatro principales líderes fueron condenados a muerte por la sublevación, y todos los demás rebeldes fueron amnistiados un año después de los sucesos.

Poco después de haber sido suprimida la Revuelta de Pernambuco, Cruz Cabugá llegó a Filadelfia y en la ciudad de Washington se entrevistó con el Secretario de Estado, Richard Rush, quien negó todo apoyo político o militar estadounidense a la República Pernambucana. Cruz Cabugá apenas logró que los Estados Unidos aceptaran buques pernambucanos en puertos estadounidenses y ofrecieran recibir exiliados brasileros en caso de fracasar la revuelta. En cuanto a los veteranos bonapartistas franceses, Cruz Cabugá apenas reclutó a cuatro hombres, que fueron apresados antes de desembarcar en Brasil y devueltos a los Estados Unidos.
Por orden de Juan VI, los líderes del movimiento tuvieron castigos ejemplares. En total, nueve personas fueron ahorcadas y otras cuatro fueron sentenciadas a un pelotón de fusilamiento. Uno de los implicados, el padre Juan Ribeiro, se ahorcó poco antes de ser capturado, y Cruz Cabugá, al recibir la noticia del fracaso del movimiento, no regresó a Brasil y permaneció en los Estados Unidos.
El gran líder del levantamiento de Pernambuco, Domingo José Martins, fue fusilado y otros líderes sufrieron un severo martirio. El capitán José de Barros Lima, por ejemplo, fue ahorcado, le cortaron las manos y la cabeza y lo exhibieron, y su cuerpo fue arrastrado por las calles de Recife. Lo mismo ocurrió con los cuerpos del padre Juan Ribeiro y Vigário Tenório. Otros involucrados permanecieron en prisión durante años; entre ellos, Frei Caneca, que estuvo 4 años en prisión.